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Bruna se atisba solo en la penumbra, en el anochecer. Es ahí cuando el imaginario despierta. Entonces las ideas reverdecen y se vuelven palabras. El ser que se refugia en ella en los días de lluvia y de sol, nació en Pinto en el año 1981. De padres ausentes. Criada en comunidad entre familiares y una estadía en un hogar de menores. Con estudios universitarios inconclusos y entregada a la escritura. Sus hijas, tal vez, dirían que le obsesionan los verbos y el pasado pluscuamperfecto; que el lenguaje le resulta fascinante; que ama el estilo simple; que les perdona la limpieza de sus dormitorios si están sumergidas en una buena lectura; que les ha enseñado que ser feliz debe ser su mayor anhelo y que hace ya cinco años le dio la espalda a todo trabajo remunerado para dedicarse a educarlas en casa, en la Isla de Chiloé. Para Bruna, escribir es la liberación. Algunos personajes se apoderan de su imaginario negándose a salir. Entonces ella los moldea, los describe y los anima a hablar. Algunos de ellos son vulnerables y cariñosos. Otros, en cambio, despiadados torturadores. Como el que se hizo presente hace algunos meses. Uno al que le aterró dar vida. Pero era necesario. Y lo encerró en las páginas de este libro.