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¿Crees en el amor a primera vista? Logan no cree en el amor a primera vista. Aun más, no cree en casi nada a lo que no pueda poner un nombre; cosas reales como su trabajo de detective en la policía de Baltimore o sus clases semanales de dibujo. Entonces, ¿qué es eso que siente cuando conoce a la joven modelo de la escuela de arte? Porque sin duda no es nada que haya experimentado antes. Tara no tiene tiempo para perder. Ha conocido una vida difícil y, al fin, sus sacrificios y los de su padre comenzarán a dar sus frutos: está a punto de sacar la carrera y, si todo va bien, podrá dejar atrás un empleo que odia. No está interesada en enamorarse, no quiere nada que complique una vida que se ha esforzado en planear al milímetro. Pero cuando conoce a Logan se da cuenta de que, tal vez, las cosas no sean tan sencillas. El amor de Logan y Tara es uno de esos que desafían la lógica y que aparece una vez en un millón; la clase de historia que parece salida de un cuento de hadas, un amor que puede derrumbar cualquier barrera. Incluso las que ellos mismos se encarguen de erigir. Novelas BALTIMORE: Magia peligrosa A contraluz La melodía del silencio Renacer entre brumas - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!
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Seitenzahl: 346
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2022 Claudia Fiorella Cardozo
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
A contraluz, n.º 326 - mayo 2022
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com y Shutterstock.
I.S.B.N.: 978-84-1105-705-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Agradecimientos
Sobre la autora
Si te ha gustado este libro…
La esperanza es algo con plumas
que se posa en el alma
y canta su canción sin palabras
y jamás se calla.
EMILY DICKINSON
A aquellos que creen en los amores a primera vista y los finales felices, porque los milagros ocurren cuando miras con el corazón.
Logan llegó al edificio principal de la Escuela de Arte de Maryland quince minutos antes de que iniciara la clase de retrato y figura humana, a la que llevaba asistiendo cada sábado desde los últimos tres meses.
Su premura no estaba relacionada con el hecho de que era escrupulosamente puntual, que también. En realidad, y le había costado reconocerlo en tanto hacía el camino de ida, se sentía un poco nervioso. Hasta entonces, la clase había sido netamente teórica; incluso, habían llevado un interesante seminario de anatomía artística en el que aprendió todo lo relacionado con el estudio de las articulaciones, las proporciones humanas y las perspectivas de movimiento. Ahora, sin embargo, tocaba llevar todo ese conocimiento a la práctica.
Como un artista aficionado que llevaba dibujando desde que tenía uso de razón, a Logan le gustaba pensar que tenía ya una base sólida sobre la cual trabajar y no era tan modesto como para no reconocer que era bastante bueno. Pero nunca había trabajado con modelos vivos y la idea no dejaba de ser un poco extraña. Dibujar algo que se le ocurría de la nada o recordar algo o a alguien que deseara perpetuar en el papel, no era en absoluto lo mismo que contemplar a un ser humano cuyo único fin era posar durante horas ante un auditorio que podía analizar cada detalle de su cuerpo para plasmarlo en un block de dibujo.
Tal vez se estaba inquietando por nada, se dijo según ascendía las escalinatas de mármol que conducían al salón principal. Quizás él fuera un principiante en todo aquello pero, sin duda, los modelos no lo eran y tampoco la extraordinaria maestra que impartía el curso.
Casi como si la hubiera conjurado, oyó una voz pronunciando su nombre y giró a su izquierda para encontrarse con la ávida mirada de Lisa Vossler. La claraboya en lo alto del vestíbulo arrancó destellos de su cabello de un rubio dorado que caía en lisas cascadas hasta los hombros y que ella despejó con un movimiento elegante. Iba de negro, como acostumbraba, con un vestido ceñido hasta debajo de la rodilla; Logan suponía que era muy consciente de lo bien que le quedaba el color y de la forma en que resaltaba sus curvas, y procuraba sacar al mejor partido a aquello.
Cuando un conocido le habló de ese taller no dudó dos veces en inscribirse. Seguía la obra de Lisa desde que descubrió su trabajo en una galería de Baltimore y creyó que sería fascinante conocerla y aprender de ella. Y así había sido, reconoció componiendo una sonrisa al verla llegar a su lado y ponerse de puntillas para depositar un par de besos sobre sus mejillas, una costumbre a la que no creía que fuera a acostumbrarse.
Apoyó las manos sobre sus codos para apartarla con delicadeza y dio un paso hacia atrás de forma casi inconsciente. Había algo en ella, en la forma en que lo veía y la postura que asumía cada vez que se encontraban, que no dejaba de hacerlo sentir incómodo. Se trataba de una mujer muy atractiva, sin duda; voluptuosa y con una sensualidad casi palpable; era, en suma, totalmente su tipo. Y era evidente, además, que ella lo encontraba también muy atractivo. Sin embargo, Logan no podía evitar el mantener la guardia en alto cuando se encontraban cerca. Deformación profesional, lo habría llamado su madre.
—Has llegado justo a tiempo para acompañarme al salón. —Lisa le sonrió y se echó a un lado la melena con un movimiento delicado; tenía una voz áspera y extrañamente musical—. Nos espera una buena clase.
—Precisamente pensaba en eso al llegar.
Logan la siguió por las escalinatas camino al segundo nivel y desvió la mirada de su rostro para admirar el vestíbulo desde lo alto antes de girar en un recodo en dirección al ala destinada a las clases de arte y diseño. Nunca dejaría de estremecerse al contemplar la belleza del edificio; era, de lejos, su favorito en la ciudad.
—¿Nervioso?
Logan parpadeó y llevó su atención a Lisa, que lo observaba a su vez con una pequeña sonrisa sardónica.
—Algo, supongo —reconoció él con sencillez, encogiéndose de hombros—. Nunca he trabajado con modelos vivos; será un reto.
—Lo harás bien. Eres bueno, Logan; mejor de lo que piensas. —Ella lo sondeó con la mirada y sus tacones resonaron sobre el mármol del corredor—. No entiendo cómo no te dedicas al arte en exclusiva.
—Bueno, eso se debe a que no soy tan bueno como crees; estás siendo demasiado generosa. No soy un artista de verdad, no como tú.
Lisa entornó los párpados y lo observó con interés.
—Nunca he creído que la modestia sea una virtud tan atractiva como algunos piensan —señaló ella—. Aunque debo reconocer que en ti resulta encantadora.
Logan sonrió, sin responder, y dio una mirada hacia adelante, agradecido al reconocer la puerta que conducía al auditorio destinado a la clase y donde un pequeño grupo aguardaba la llegada de la maestra. Esta, al notar su mirada, hizo un pequeño mohín y simuló una expresión animada de bienvenida que engañó a todos, excepto a él.
¿Por qué no?, se preguntó Logan tras ingresar al salón mientras ella se ocupaba de saludar a los otros estudiantes. Estaba claro que cualquier avance suyo sería bien recibido y, considerando que aquel era un curso libre, no tenía que enfrentarse a ningún problema de ética por involucrarse con la maestra que lo impartía.
Lisa era preciosa, inteligente y una artista renombrada; la consumación de sus sueños húmedos. Estaba claro, además, que lo mismo que él, no estaba interesada en una relación seria, lo que la hacía prácticamente perfecta. Podría invitarla al final de esa clase, llevarla a cenar y algo le dijo que no encontraría muchos obstáculos para pasar una noche estupenda a su lado.
¿Por qué no?, ciertamente, se repitió al dar un rodeo a las sillas dispuestas alrededor de la plataforma en que se ubicaría el modelo. Eligió el lugar más apartado a la izquierda en primera fila y rebuscó en su mochila para sacar el block de dibujo y los útiles que tendría que utilizar durante la clase para disponerlos en el caballete situado a su derecha.
Los otros estudiantes empezaron a entrar también y a ocupar sus lugares y dio una nueva mirada a la mujer que se ubicó en el centro de la clase. Su mirada se detuvo un segundo en su rostro afilado y ella, al notarlo, le dirigió una pequeña sonrisa que terminó por convencerlo de que se estaba portando como un idiota. Tan pronto como terminara esa clase le propondría una salida, se prometió, aliviado en parte de haber tomado una decisión.
Lisa cerró la puerta a la hora exacta en que iniciaba la clase y atenuó las luces del salón hasta que quedaron sumidos en una semi penumbra, aunque mantuvo una potente lámpara encendida sobre la plataforma. Logan dio una mirada alrededor y comprobó que los otros estudiantes parecían encontrarse en su misma posición: expectantes y un poco nerviosos. Supuso que todos esperaban que en cualquier momento se abrieran las puertas tras la plataforma y un hombre con el tipo de Apolo reencarnado apareciera para empezar la clase.
El auditorio estaba compuesto por hombres y mujeres en similar proporción: todos artistas aficionados, como él, aunque Logan pudo reconocer a un par de expositores que conocía de sus recorridos por las galerías de la ciudad. Ellos captaron su mirada y le sonrieron alzando las manos; Logan hizo un gesto discreto de saludo y volvió su atención a la plataforma precisamente en el momento en que las puertas batientes tras ella se abrieron y una figura alta y espigada se abrió paso.
Lo primero que Logan pensó al mirarla con atención fue que se había equivocado de plano con la idea de Apolo reencarnado. Era Artemisa.
Sus dedos sujetaron el lápiz que acababa de afilar y lo sostuvo de forma casi inconsciente ante su rostro en tanto analizaba los rasgos de la modelo. Ella vestía una bata blanca que la cubría del cuello a los tobillos y por un momento se permitió admirar su rostro.
Tenía una fisonomía realmente extraña, se dijo él; pero en el buen sentido. Unas cejas bien perfiladas enmarcaban unos ojos grandes y de un tono marrón con matices de verde que destellaban bajo la luz; sus pómulos pronunciados y una nariz aquilina remataban en una barbilla puntiaguda que lo llevó a pensar, irremisiblemente, en un ser sobrenatural, tal vez, un duende. Y su boca… labios de proporción perfecta que mantenía entreabiertos en tanto miraba a la nada.
La vio intercambiar un rápido gesto con Lisa, que se había puesto a un metro de su lado, y una maraña espesa de cabello castaño corto hasta la barbilla refulgió en el momento en que se puso de espaldas y dejó caer la bata a sus pies.
Logan estaba seguro de que no imaginó el suspiro colectivo que emitió la clase por el asombro al observar la piel expuesta bajo la luz de la lámpara. Hasta entonces había creído que se sentiría incómodo al encontrarse ante una persona que se desnudaba con el fin de que un grupo de gente estudiara sus formas y la plasmara en el papel; pero en ese momento comprendió que se sentía demasiado fascinado como para hacer nada que no fuera admirarla.
Había visto mujeres desnudas antes. Varias y en distintas circunstancias, y definitivamente estaba lejos de ser un mojigato. Así que no vio nada que no hubiera contemplado antes; sin embargo, recorrer el cuerpo de la mujer en la plataforma le hizo pensar que nunca se había detenido a apreciar los muchos matices de la naturaleza humana. Tal vez las últimas clases tuvieran algo que ver con eso, supuso al tomar el lápiz con mayor fuerza y asentarlo sobre el papel sin ser muy consciente de lo que hacía.
Las líneas del cuerpo de la mujer le parecieron perfectas bajo la luz; tenía una figura delgada pero atlética; los músculos de los hombros y los brazos estaban bien definidos y hacían un conjunto armonioso con la línea de los omóplatos y su estrecha cintura. Sus caderas delgadas se unían a unas piernas que le parecieron interminables.
—El modelo es una de las armas primordiales del arte.
La voz de Lisa lo devolvió a la realidad y apartó la mirada de la joven para fijarla en ella, que alternaba sus ojos azulados alrededor de la clase con una expresión levemente sardónica.
—Es importante no olvidar esa frase; me la dijo mi maestro de anatomía durante mi primera clase de dibujo humano y la repito ahora —continuó ella iniciando un lento paseo alrededor de la modelo—: Admiren la perfección humana e intenten replicarla lo mejor que puedan. Ya hemos estudiado la teoría y ahora es momento de llevarla a la práctica; hoy nos centraremos en el contorno. Recuerden la importancia del análisis, la atención al detalle y dejen que su imaginación fluya. No se preocupen si tienen problemas esta primera vez y no se encuentran satisfechos con su trabajo al final de la clase; lo intentaremos de nuevo en la siguiente.
Lisa apenas había terminado de decir la última frase cuando el sonido de los blocks de dibujo y los lápices siendo afilados reemplazaron a su voz. Logan, que tenía todo ya listo y en las manos, le prestó atención a medias; todos sus sentidos estaban puestos en la modelo y en la forma en que permanecía de pie sobre la plataforma sin mover un solo músculo y sin que pareciera como si le afectara que la maestra se refiriera a ella como un cuerpo sin emociones. Claro que no podía verle el rostro, concluyó Logan; tal vez estuviera lejos de sentirse tan serena como aparentaba.
Trazó unas líneas sobre el papel con los ojos entrecerrados; alternaba la mirada de la modelo a sus manos e iba bosquejando el contorno con expresión concentrada. Fue más sencillo de lo que había pensado que sería y, al mismo tiempo, lo más complejo a lo que se había enfrentado en su vida; al menos en lo que a su inclinación artística se refería.
El tiempo pasó de una forma extraña, lo que le ocurría siempre que se hallaba embebido en su trabajo. Dibujó sin pausa excepto para beber un trago de agua de la botella que llevara consigo y para tender un borrador al hombre ubicado a su derecha quien, por algún motivo, parecía haber olvidado algo tan importante. Cuando su mirada se encontró con la suya, luego de que le diera las gracias en un murmullo, lo reconoció como uno de sus conocidos de las galerías. Este le sonrió y señaló a la modelo con una cabezada y un guiño lascivo que, por algún motivo que no se vio capaz de analizar en ese momento, le provocó estampar su rostro contra el caballete.
Tal vez se debiera a que no soportaba a la gente que no podía controlar sus instintos, se dijo luego desviando la mirada con una mueca de desagrado y retomando su trabajo. Se perdió de nuevo en lo suyo y no se detuvo hasta que una campanilla marcó el final de la clase. El sonido de los lápices rasguñando el papel se detuvieron de golpe y él dejó caer el suyo con un suspiro y un molesto adormecimiento en la muñeca.
Al mirar en dirección a la modelo, advirtió que ella se inclinaba para tomar su bata y se vestía con ella con movimientos calmados; después, se perdió en un parpadeo por la puerta por la que había llegado. Por un momento, Logan se preguntó si no la habría imaginado, pero al mirar a su caballete y encontrarse con el contorno de su figura y la línea de esa espalda que había dibujado y vuelto a dibujar una y otra vez, se dijo que no, que desde luego que había sido muy real.
Lisa dio otro breve discurso entonces, antes de dar una mirada a los trabajos de la clase; señaló errores y alabó avances. Al detenerse ante el suyo, arqueó las cejas y le dirigió una mirada entendida, sin decir una palabra. Tal vez quisiera implicar con eso que estaba impresionada; Logan no lo tenía muy seguro, pero no se quedó a averiguarlo.
Sus compañeros comenzaron a despedirse y él hizo otro tanto, pero cuando llegó a la puerta del auditorio recordó que se había prometido invitar a Lisa al salir. Sin embargo, cuando la vio en medio del salón, reuniendo sus cosas, sus miradas se encontraron un segundo, la suya expectante, tan solo atinó a elevar una mano en señal de despedida y se dirigió a la salida del edificio sin pensarlo dos veces. De alguna forma, la idea de pasar el tiempo con ella le pareció menos tentadora que antes.
Estaba cansado, se dijo al encaminarse al estacionamiento en busca de su auto. Había tenido una semana difícil y le esperaba una más dura aún. Quizás el sábado siguiente, decidió al iniciar el regreso a casa. Entonces estaría bien.
Tara olisqueó el aire y emitió un corto gemido de anhelo al tiempo que su estómago empezaba a rugir. Estaba mucho más hambrienta de lo que había pensado y el delicioso aroma proveniente de la cocina que le salió al paso tan pronto como puso un pie en casa solo incrementó la sensación.
Pasta. En salsa boloñesa, si su olfato no la engañaba.
—¿Papá? —llamó en voz alta.
—¡Lávate las manos primero!
Tara sonrió y se encogió de hombros, dirigiéndose al baño bajo la escalera para hacer lo que su padre ordenara. No importaba la edad que tuviera, los hábitos de higiene del señor Duncan permanecían inalterables.
Cuando fue a la cocina, lo encontró afanándose ante la estufa; la pequeña mesa bajo la ventana que acostumbraban compartir cuando coincidían a la hora de las comidas se encontraba puesta y Tara se acercó a darle un beso en la mejilla antes de llevar unos vasos y el agua que sacó de la nevera.
—¿Qué tal el trabajo? —preguntó su padre.
Tara se encogió de hombros y dobló unas servilletas con expresión concentrada antes de responder.
—Aburrido, como siempre —dijo ella, al fin, observándolo servir el contenido de la cacerola en una fuente—; pero está bien.
—Bueno, es una suerte que lo tengas y que sea solo los sábados. No podrías hacerlo entre semana con la escuela y todo lo demás.
—Me las arreglaría.
Su padre arqueó una ceja rojiza y le tendió la fuente que ella se apresuró a sostener en tanto él cogía el bastón que dejara apoyado contra la encimera de la cocina.
—Sí, claro —comentó él—. ¿Y cuándo dormirías?
—En clase, claro. ¿Dónde más?
El señor Duncan se dejó caer sobre la silla con un suspiro ahogado y sostuvo su plato para que Tara lo rellenara luego de ocupar el asiento frente a él.
—Más te vale estar bromeando —dijo él señalándola con el tenedor.
Tara no respondió. No hacía falta; él sabía que bromeaba.
Comieron en un silencio armonioso, roto apenas para que ella respondiera las preguntas acerca de cómo había ido su día y si la semana siguiente tendría que salir también tan temprano como lo hizo en esa ocasión. Tara respondió con monosílabos, y no solo porque se encontrara encantada con el almuerzo; nunca se sentía cómoda respondiendo a las preguntas de su padre referidas a su empleo de fin de semana.
—En serio. No es nada interesante; de no ser por lo bien que pagan ni siquiera me lo plantearía —comentó ella ante su insistencia.
El señor Duncan se limpió la comisura de los labios con una servilleta y la observó por encima de su vaso con el ceño fruncido.
—No deberías de hablar así —la reprendió él—. Y vaya que te pagan bien; en especial considerando que es solo por unas horas. ¿Qué clase de dibujos dijiste que hace esa gente?
Tara bajó la mirada a su plato.
—Retratos —respondió esquiva—. Ya sabes. Dibujan rostros y esas cosas.
—Ya. Bueno, no puede culpárseles por pagar bien por dibujarte. Con el rostro tan bonito que tienes.
Tara sonrió y puso los ojos en blanco. Ese era otro tema con el que tampoco se sentía muy cómoda; pero siempre era más fácil lidiar con un padre al que cegaba el orgullo que con uno intrigado por cómo se ganaba la vida. En especial cuando hacía ese dinero posando desnuda; cosa por la que, si se enteraba, posiblemente la repudiara. O le diera un infarto. Quizás ambas cosas, supuso antes de responder.
—No es bonito. Es regular, y hay quienes piensan que un poco raro; pero como a los artistas les gusta lo que se sale de lo normal, bien por mí —dijo ella sin dar la impresión de que tuviera interés en descifrar la mente de quienes pensaban así—. Por cierto, antes de venir pasé por casa del señor Robinson para dejarle la paga de la semana que viene.
Su padre asintió tras dirigirle una mirada pensativa.
—Gracias —dijo él—. Me quedo más tranquilo.
—También yo. Y seguro que al señor Robinson le ocurre lo mismo; dijo que su hijo se ha quedado sin empleo, así que le viene bien —comentó ella tras encogerse de hombros—. Vendrá el lunes por la tarde.
El señor Duncan cabeceó.
—Le tendré una fuente de lasaña para que la lleve a casa luego.
Tara sonrió. Su padre siempre había sido un buen cocinero, pero últimamente se le había dado por hornear a ritmos forzados; dudaba de que tuvieran un vecino que no hubiera probado alguno de sus platillos, pero a ella le alegraba porque era obvio que lo mantenía entretenido y ya que ella pasaba buena parte del día fuera, no podía pensar en algo que la aliviara más.
El señor Robinson era además uno de sus favoritos. Él no solo se ocupaba de ir tres veces por semana para ocuparse de su terapia, sino que además de fisioterapeuta en retiro era también uno de los hombres más divertidos con los que había tratado y siempre lo hacía reír. Algo que su padre hacía más bien poco.
El accidente le había afectado más de lo que le gustaba reconocer. Hasta entonces fue un hombre muy activo y no solo le obligó a retirarse antes de lo que pensaba, sino que también le afectó mucho emocionalmente. De eso habían pasado cinco años, pero aún le parecía como si hubiera sido ayer. Las cosas no eran sencillas entonces para ninguno de ellos; su madre había muerto tres años antes y apenas empezaban a aprender a sobrellevar su ausencia. Tara tenía quince años entonces, tres menos de los que contaba cuando su padre perdió el movimiento de la pierna y aún le costaba hacerse una idea de todo lo que había cambiado en ese tiempo.
La pérdida de su madre aún les pesaba a ambos y las secuelas del accidente iban más allá de que su padre hubiera tenido que dejar su empleo antes de lo previsto. Su pensión les daba para vivir, pero eso era todo. El seguro costeó su recuperación, pero no la terapia necesaria para recuperar parte de la movilidad y hacer sus días más llevaderos, así que debían pagarla como mejor podían. Al principio, lo hicieron usando sus ahorros, pero estos siempre fueron más bien pequeños, de modo que se terminaron pronto y fue Tara quien se ocupó de buscar un empleo que le permitiera costearla.
Para entonces acababa de dejar el instituto y tuvo que replantear sus opciones. Dejó a un lado su sueño de estudiar medicina y buscó algo que le permitiera empezar a trabajar pronto. Estaba a punto de graduarse y las cosas mejorarían en cuanto tuviera una paga fija, pero hasta entonces, alternaba sus estudios con el modelaje en la escuela de arte. Una cosa no se interponía con la otra y a diferencia de otro tipo de ocupaciones, esa última no requería mucho tiempo y sí bastante coraje. Y a Tara lo segundo le sobraba.
Aunque no tanto como para confesárselo a su padre, claro, reconoció para sí de mala gana.
—¿Qué vas a hacer mañana?
La voz de su padre la obligó a apartar sus pensamientos y le sonrió después de terminar con el último bocado de su plato.
—Dormir hasta mediodía, por lo menos —respondió ella sin vacilar, aunque hizo una mueca al encontrarse con la mirada irritada de su padre—. Pero te acompañaré por la tarde a donde sea que necesites ir.
—Había pensado en visitar a tu madre.
Tara apretó los labios y contuvo un suspiro antes de asentir con los párpados caídos, buscando su mano por encima de la mesa. Su padre sostuvo sus dedos y le dio un cálido apretón.
—Claro —asintió ella—. Iremos a la hora que quieras.
El señor Duncan cabeceó, pensativo, y luego se puso de pie con esfuerzo, apoyándose sobre el bastón.
—Estupendo. Ahora, tenemos unos pasteles para el postre que la señora Nieva dejó esta mañana. ¿Te queda sitio?
Tara ni siquiera se molestó en responder. No hacía falta, y su padre lo sabía; podría con eso y con un café sin mayor esfuerzo.
Satisfecha de haber visto a su padre algo más animado de lo habitual, y luego de un almuerzo como aquel, Tara subió a su habitación y se dejó caer sobre una butaca con un suspiro.
Había sido un día tan bueno como el que más, lo que tal vez no fuera decir mucho, pero tratándose de ella era suficiente. La clase fue bien y apenas había prestado atención a los estudiantes en tanto posaba, como procuraba hacer siempre. Había advertido un par de miradas poco ceñidas al interés artístico luego de desnudarse, pero no era nada fuera de lo común; siempre había un idiota o dos de ese tipo, pero ella apenas les prestaba atención y como no tenía por qué interactuar con ellos le daba más bien igual. Ella nunca prestaba atención a nadie.
Aunque ese día hubo alguien, sin embargo… alguien distinto. Un hombre en lo más alejado del salón al que no recordaba haber visto antes. En realidad, no podía decir que lo hubiera visto en verdad; el área del alumnado se encontraba en penumbra, precisamente para que ella se sintiera más cómoda y el contraste con la luz que la iluminaba les permitiera apreciar mejor lo que debían dibujar, pero aun así fue capaz de captar el brillo de unos ojos grises tras los cristales de sus gafas y un rostro enérgico que la miró de una forma que le provocó un estremecimiento. Era la primera vez que le ocurría. Fue un alivio girar y despojarse de la bata para esquivar la mirada pese a que pudo sentir sus ojos puestos en ella durante todo el tiempo que duró la clase.
En ese momento se dijo que estaba pensando tonterías porque desde luego que había tenido que mirarla. Para eso estaba allí. Y ella se hacía ideas ridículas al suponer que pudiera sentir cualquier tipo de interés que no estuviera relacionado con la clase. Eso era todo.
Consciente de que estaba dedicando tiempo precioso a pensar en un desconocido al que apenas había visto una vez en lugar de usarlo en algo más útil, se puso con los apuntes que debía estudiar para su clase del lunes. Faltaba poco. Unos meses y estaría graduada y trabajando en algo que le hacía mucha ilusión.
Si ese no era un pensamiento agradable, nada lo sería. Ni siquiera un atractivo extraño en la oscuridad.
—A ver, dime todo de nuevo pero esta vez intenta que no suene tan extraño y, por favor, procura no parecer un maniático mientras lo haces.
Logan apretó los labios y se recordó que, en el fondo, su jefe era un hombre estupendo y que le caía muy bien. Eso y cuando no le daban ganas de estrangularlo, claro.
Estaban en su oficina en el segundo piso de la comisaría de policía de Parkville, donde Morgan Reynolds, su inmediato superior, ejercía el cargo de consultor civil.
Logan llevaba dos años sirviendo en esa estación cuando Morgan llegó y, aunque entonces encontró un poco extraño trabajar a órdenes de un hombre que no pertenecía formalmente a la policía, era justo reconocer que había aprendido mucho gracias a él. Como ex soldado, Morgan era extremadamente disciplinado y muy cauto en sus formas, lo que para un detective de policía recién ascendido, como era él entonces, significó un buen ejemplo.
Desde entonces, habían forjado una buena amistad. Logan admiraba a su jefe y este lo tenía por su mejor activo. Cuando estudió el expediente del personal que tendría a su cargo, lo primero que llamó su atención fue ese joven detective que tenía una hoja de servicio impecable y a quien todos sus conocidos ponían por las nubes. Un prodigio, le llamaban. Y, al conocerlo, debió reconocer que eso era verdad.
Eso fue hace cuatro años y ambos habían pasado por muchas cosas desde entonces. Cosas que cimentaron su compañerismo y que solo habían reafirmado la impresión que Morgan tenía de Logan. Claro que el admirar sus virtudes no impedía que viera también sus defectos. Como que era tal vez demasiado obcecado para su bien y que creía que todo el mundo era capaz de seguir su línea de pensamiento, como hacía precisamente en ese momento.
—¿Parezco un maniático? —preguntó él un poco ofendido por sus palabras.
—Algo —reconoció Morgan sin dudar—. Nada fuera de lo normal para mí, pero podrías asustar a un extraño.
—No es gracioso.
—No estaba bromeando.
Morgan recostó la espalda sobre el sillón que presidía la oficina y lo señaló con una cabezada. Era un hombre enorme, de grandes músculos remarcados por las costuras de la camisa y aunque quienes no lo conocieran podían considerar su presencia un tanto intimidante, sus amigos sabían que en el fondo tenía un carácter bondadoso y poco inclinado a las discusiones.
—De acuerdo. —Logan suspiró y se pasó una mano por la frente—. ¿Te parece si empiezo de nuevo?
—Por favor.
Logan cabeceó y se quitó los anteojos para limpiarlos con el borde de la camisa; un gesto más propio de una manía que de la necesidad. Sus anteojos siempre se encontraban impecables, igual que el resto de él.
—Sabes que estudié a fondo el expediente de Marvin Quinn para presentar su caso a la fiscalía y que ellos aceptaron remitirlo al juzgado; van a procesarlo por asesinato y con las pruebas que tenemos es posible que cuando menos le den treinta años —empezó él.
Morgan cabeceó, pensativo. Había sido un caso que llevaron juntos; él y otro de sus amigos, un ex compañero del ejército y ahora empresario de Chicago que fue a darle una mano con eso. Colin se había quedado hasta que lograron arrestar a Marvin Quinn y reunir las pruebas para incriminarlo por el asesinato de un hombre bajo un extraño ritual. A su parecer, Quinn estaba seriamente trastornado y pocas veces en su vida se había sentido tan satisfecho de encerrar a alguien. Además, ese caso le había costado una estadía de semanas en el hospital por una herida en el abdomen, así que nada le tentaba menos que revivir todo aquello, pero Logan se había presentado en su oficina para decirle que tal vez sí debieran hacerlo porque, al analizar los bienes de ese hombre para armar la acusación, se había topado con algunas cosas que llamaron su atención y estaba dispuesto a investigarlas.
—¿Sabes que, antes de todo esto, Quinn era un hombre con una excelente reputación? Lleva cuando menos treinta años comerciando con antigüedades y tiene contactos en todo el mundo. —Logan continuó tras hacer una pausa para ponerse nuevamente los anteojos; sus ojos de un gris azulado destellaron a través del cristal—: Al comienzo no le di demasiada importancia, pero al estudiar sus finanzas y sus movimientos migratorios, caí en la cuenta de que había algo que no calzaba. Tiene demasiado dinero, incluso para alguien que lleva tanto tiempo en el negocio. No proviene de una familia acomodada…
—A diferencia de la tuya.
Logan puso los ojos en blanco antes de dirigir a su jefe una mirada acerada y se encontró con su rostro risueño. Era una pulla común. Desde que Morgan descubriera, al poco de conocerlo, que Logan pertenecía a una familia bastante acaudalada y que su apellido se remontaba hasta los tiempos del Mayflower, no perdía oportunidad de mofarse de él por eso. No importaba que Logan le asegurara que provenía de una rama de los Spencer que estaba lejos de ser millonaria y que, en realidad, el dinero ni siquiera era suyo sino que pertenecía a su madre, quien heredara la mayor parte de los bienes a la muerte de su padre. A Morgan eso le parecía graciosísimo porque estaba acostumbrado a ver policías pobres, no nadando en la abundancia.
Su jefe tenía un espantoso y retorcido sentido del humor, se dijo Logan no por primera vez al tragarse la réplica que subía por su garganta. Prefirió ignorarlo y enfocarse en su caso.
—Como decía… —carraspeó él antes de continuar—, según iba indagando para esclarecer el origen de la fortuna de Quinn, me di cuenta de que buena parte de ella no pudo provenir de una entrada legal. Es posible que su negocio de antigüedades sea una fachada para algo más.
—Contrabando.
El tono de Morgan adquirió un matiz serio y la sonrisa se esfumó de su rostro. De pronto, se convirtió nuevamente en el viejo soldado alerta e inteligente que había conseguido asumir una posición de poder en un lugar como aquel sin mayores pergaminos que su experiencia.
—Es posible —asintió Logan, satisfecho de que hubiera llegado tan rápido como él a esa conclusión—. Y explicaría muchas cosas. Como su posición dentro de la comunidad pese a que en realidad no es un hombre precisamente sociable, sus cuentas en el banco y, también, el hecho de que actuara con la impunidad con la que lo hizo en su momento. Tiene amigos poderosos que intentaron protegerlo hasta el final y eso solo puede explicarse si le deben algunos favores.
—Eso o que, al protegerlo a él, se protegen ellos también —sugirió Morgan, tan práctico como siempre—. ¿Has considerado que pueda tratarse de tráfico de antigüedades? Llevé un caso parecido hace unos años…
—Quizá se trate de algo como eso o el comercio de antigüedades sea tan solo una fachada para algo más.
—¿Drogas?
—O cualquier otra cosa —continuó Logan adelantando el torso en el asiento; se le notaba realmente emocionado al poner sus ideas en palabras—. Para estar seguro necesito continuar con la investigación. Si me das el visto bueno me pondré con eso de inmediato y estoy seguro de que podré tenerte algo pronto. Quinn ya está perdido, y lo sabe; le espera mucho tiempo en prisión y si ve que algo de lo que me diga le permite reducir la condena lo hará sin dudar.
Morgan lo oyó pensativo y unió sus manos sobre el escritorio; su sortija de bodas relumbró en su dedo.
—Supongo que solo puedo decirte que sí, aunque preferiría que encierren a ese hombre y tiren la llave sin darle ninguna oportunidad de librarse ni un día antes —reconoció él recordando el sufrimiento que el ataque provocó en su familia.
Logan cabeceó haciéndose una idea de lo que pensaba.
—Bueno, considerando su edad dudo que tenga oportunidad de ver de nuevo la luz del día, con reducción de pena o no —comentó él.
Su jefe hizo una mueca sin que pareciera muy satisfecho con ello, pero debió de considerar que era mejor que nada porque terminó por asentir de mala gana.
—De acuerdo, puedes ocuparte de eso; pero quiero que me mantengas informado —advirtió.
—Por supuesto; vendré a decírtelo tan pronto como tenga algo —asintió Logan de inmediato, encantado de haber obtenido el permiso—. Me pondré con esto ahora mismo.
Morgan carraspeó y lo detuvo con un gesto antes de que se levantara.
—Bien, pero antes de eso recuerda que tienes otras obligaciones —mencionó él con una mirada ceñuda—. Porque si estás pensando que puedes escaparte armando todo este asunto…
Logan abrió la boca y la cerró antes de decir lo que estaba pensando, lo que pareció confirmar las sospechas de su superior.
—Sabía que había algo de eso —pese a sus palabras, Morgan se divirtió habiendo llegado a esa conclusión—. Logan, tienes que ir a dar esa charla.
Su amigo suspiró y extendió las manos ante él como si pretendiera con eso pedir algún tipo de clemencia.
—Pero, ¿por qué? —preguntó él con voz torturada—. Sabes que odio hablar en público, soy pésimo con eso.
—Claro que no.
—Y no hay nada que pueda decir a esos chicos que ellos no sepan —él continuó como si no lo hubiera oído—. No soy un profesor, soy policía.
Morgan resopló.
—Exacto. Y como policía irás a compartir tu experiencia con los nuevos reclutas para que sepan lo que les espera —remarcó él con una ceja arqueada—. Además, no eres cualquier agente sino el mejor que tenemos, y no lo digo para alabarte, es la verdad. La mayor parte de estos chicos han querido ingresar al cuerpo durante toda su vida y sueñan con llegar a donde tú lo has hecho. Sabes que el fin de cualquier policía medianamente ambicioso es convertirse en detective.
Logan contuvo un gemido. No importaba qué tan bien lo pintara Morgan, la idea no dejaba de parecerle una pesadilla. Cuando su jefe sugirió que fuera a dar algunas charlas a la academia de policía de Baltimore para los reclutas de los últimos cursos, puso el grito en el cielo; pero nada había conseguido convencerlo de enviar a alguien más. En el fondo, y le avergonzaba un poco reconocerlo, se había volcado de la forma en que lo hizo para armar el caso de Quinn y conseguir su permiso de continuar con la investigación con la secreta esperanza de usarlo como excusa para zafarse de ese tema. Ahora veía que tal vez no tuviera tanta suerte.
—Pero, ¿qué les voy a decir? —insistió él.
—Eso es cosa tuya, prepara algo. Puedes hablarles de tu trabajo en el departamento de reconocimiento; tu talento como artista nos ha sido muy útil —sugirió Morgan—. O háblales de ética, es algo que se te da bien.
—Porque me la han machacado desde que nací —rezongó Logan con un estremecimiento y miró a su amigo con mirada suplicante—. ¿En serio no puedes…?
—No, lo siento; la programación ya está hecha. Empiezas el lunes que viene; serán solo unas cuantas visitas a la academia, supéralo de una vez y ponte a trabajar. —Morgan habló con gesto risueño, aunque su mirada decía claramente que no estaba dispuesto a discutirlo más.
A Logan no le quedó otra alternativa que no fuera suspirar y ponerse de pie de mala gana, tomando su informe del escritorio con un gesto brusco antes de despedirse con una cabezada.
Una vez en su propia oficina, un lugar más pequeño que el que acababa de abandonar, dejó sus anteojos sobre un archivador y se llevó una mano a la sien. Temblaba tan solo ante la idea de pararse frente a un auditorio de mocosos convencidos de que lo sabían todo porque les habían puesto un arma en las manos y se creían capaces de realizar cualquier tipo de hazaña. El tiempo y la experiencia les enseñarían que estaban equivocados, claro, pero no le tentaba la idea de contribuir a aquello.
Maldijo por lo bajo y su mirada se vio atraída por el calendario sobre el escritorio. Iba apenas a media semana y ya estaba hasta el cuello de pendientes; pero en un par de días tendría una nueva clase en la escuela de arte, algo que siempre le ayudaba a relajarse luego de una semana complicada.
Una lástima que el tiempo no pasara más rápido cuando uno lo deseaba, reconoció poco animado antes de ponerse con el expediente de Quinn para organizar los pasos a seguir en el nuevo caso. Muy pronto, sin embargo, se vio absorbido por el trabajo. Le pasaba con frecuencia, lo que tan solo le recordaba por qué había decidido tomar esa línea de carrera.
Recordó las palabras de Lisa respecto a por qué no se había dedicado al arte en exclusiva y tuvo que reconocer, al menos para sí, que aun cuando pocas cosas le daban más satisfacción que dibujar, era su labor en el departamento y la oportunidad de servir lo que le hacían sentirse del todo pleno. De todas formas, se dijo algunas horas después al dar una nueva mirada al calendario cuando tenía los músculos del cuello agarrotados por la tensión, no le vendría mal una sesión de dibujo en ese momento.
Dos días, recordó. Dos días más y podría ponerse con ello.
Tara contó hasta diez y respiró profundamente, antes de atravesar las puertas que conducían al auditorio, con la barbilla en alto y la mirada vacía.
Era un ritual al cual se apegaba a rajatabla cada vez que debía posar. Le ayudaba a enfocarse en lo que se esperaba de ella y a que nada la perturbara. El público se convertía en un ente borroso al cual apenas prestaba atención; tan solo se mantenía en parte atenta para seguir las indicaciones de quien llevara la clase, en ese caso, Lisa, que le dirigió una leve sonrisa al verla aparecer y le señaló la plataforma iluminada.
Tara ocupó su lugar y mantuvo el rostro imperturbable en tanto oía el ajetreo de los ocupantes del salón disponiendo sus útiles de dibujo. Sabía que no debía hacerlo, pero no pudo reprimir el impulso de mirar en dirección al lugar en que se encontrara ese hombre la última vez.