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Acres de Diamantes de Russell H. Conwell es, quizá, la conferencia que se ha pronunciado más veces en la historia, y como libro ha sido recomendado en cientos de empresas y organizaciones por los grandes motivadores de este siglo. La historia de Ali Hafed que quería encontrar diamantes para ser inmensamente rico es una alegoría de las miles de personas que desean mejorar su situación financiera y no consiguen lograrlo. Alí Hafed realiza un largo viaje sin demasiado éxito para acabar descubriendo, al final, que la historia, que tenía toneladas de diamantes debajo de su propia casa. Todos disponemos de un potencial que puede hacernos ricos y demasiado a menudo nos empeñamos en buscar tesoros exteriores que no son más que espejismos que nos distraen de lo esencial. En este pequeño gran libro, Conwell nos descubre que la auténtica grandeza consiste en hacer grandes cosas con escasos medios y en conseguir alcanzar las más elevadas metas partiendo de cero.
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Seitenzahl: 80
Russell H. Conwell
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Colección Éxito
ACRES DE DIAMANTES
Russell H. Conwell
1.ª edición en versión digital: junio de 2020
Título original: Acres of Diamonds
Traducción: Alberto de Satrústegui
Diseño de cubierta: Enrique Iborra
Maquetación ebook: leerendigital.com
© 2020, Ediciones Obelisco, S.L.
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S.L.
Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida
08191 Rubí - Barcelona - España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
E-mail: [email protected]
ISBN EPUB: 978-84-9111-627-1
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.
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Índice
Portada
Acres de diamantes
Créditos
Prefacio
Prefacio
Aunque los Acres de Diamantes, de Russell H. Conwell, se han sembrado por todo Estados Unidos, tanto el tiempo como el cuidado los han hecho más valiosos, y ahora que su descubridor los ha redactado, acabarán en las manos de un gran número de personas para que puedan enriquecerse.
Como vecino e íntimo amigo suyo en Filadelfia durante treinta años, me siento libre de decir que la grandiosa y varonil figura de Russell H. Conwell se alza en el estado de Pennsylvania como la de su primer ciudadano y como «El Gran Hermano» de sus siete millones de habitantes.
Desde los comienzos de su carrera, fue un testigo veraz en el Tribunal de Obras Públicas para que fueran ciertas las impresionantes palabras de la parábola del Nuevo Testamento que dicen: «Si tuviéramos tanta fe como la almacenada en un grano de mostaza, diríamos a una montaña: “Vete a otro lugar”, y se iría, y nada nos sería imposible».
Como estudiante, maestro, abogado, predicador, organizador, pensador y escritor, conferenciante, educador, diplomático y líder de hombres, ha dejado su marca en este estado y en esta ciudad, así como en la época en la que vivió. Un hombre puede morir, pero quedan sus buenas obras.
Su pensamiento, ideales y entusiasmo han inspirado a centenares de miles de vidas. Precisamente lo que todos los jóvenes estaban esperando es un libro lleno de la energía de un trabajador sin par.
Amigos. Esta conferencia se ha pronunciado en las siguientes circunstancias: cuando suelo visitar una ciudad o población, procuro llegar a ella con el suficiente tiempo para poder hablar con el cartero, el barbero, el gerente del hotel, los directores de las escuelas y los pastores de algunas de sus iglesias. También trato de conversar con la gente, de familiarizarme con las características particulares de esa ciudad o población y de conocer cuál ha sido su historia, las oportunidades con las que contaron, así como aquello en lo que fracasaron –todas las ciudades fracasan en algo–, para después ir a la conferencia y hablar de los temas que puedan aplicarse a su localidad. La idea de Acres de Diamantes viene siendo desde siempre precisamente la misma, la de que en este, nuestro país, todos los hombres han contado con la posibilidad de mejorar en su propio ambiente, con sus propias aptitudes, con sus propias energías y con sus propios amigos.
RUSSELL H. CONWELL
Ésta es la versión más completa y nueva de la conferencia. Se pronunció en Filadelfia, lugar de nacimiento del Dr. Conwell. Cuando se dice «aquí en Filadelfia», se refiere a la ciudad, villa o pueblo de todos y cada uno de los lectores de este libro, como si estuviese dando la conferencia allí en vez de a través de las páginas de este libro.
Cuando descendí los cauces de los ríos Tigris y Éufrates, hace muchos años, en compañía de unos viajeros ingleses, decidí seguir las indicaciones de un guía árabe anciano que habíamos contratado en Bagdad. Con frecuencia he pensado en cuánto se parecía aquel guía, en ciertas características mentales, a nuestros barberos. Él creía que su deber no sólo consistía en guiarnos para descender aquellos ríos y cumplir con aquello por lo que le habíamos pagado, sino también en entretenernos con sus curiosas y extrañas historias, antiguas y modernas, raras y conocidas. De muchas de ellas ya me he olvidado, de lo que me alegro, aunque siempre recordaré una.
El anciano dirigía a mi dromedario por el ronzal mientras seguía las orillas de aquellos antiguos ríos, contándome historia tras historia hasta que me harté de tantas narraciones y dejé de escucharle. Recuerdo que, entonces, se quitó su fez y empezó a trazar círculos con él para llamar mi atención. Yo podía verle por el rabillo del ojo, pero decidí no mirarle directamente temiendo que me contase otra historia. Sin embargo, y a pesar de no ser yo una mujer, acabé por mirar y, en cuanto lo hice, comenzó a explicarme otra narración.
Y dijo: «Le voy a contar una historia que suelo reservar para mis “amigos especiales”». Al enfatizar las palabras «amigos especiales», presté especial atención, cosa de la que jamás me he arrepentido. También me siento profundamente agradecido de que aquí haya 1.674 jóvenes que han terminado sus carreras con esta conferencia y que también se alegran de que yo la hubiese escuchado. El anciano guía me dijo que, cerca del río Indo, una vez vivió un anciano persa llamado Alí Hafed. También me comentó que Alí Hafed poseía una gran granja con huertos, campos de cereales y jardines; que tenía dinero, que le generaba más dinero, y que era un hombre rico y satisfecho. Un buen día, el anciano persa recibió la visita de un antiguo monje budista, uno de esos sabios orientales, que se sentó junto al fuego y comenzó a explicarle al viejo granjero cómo se había creado este mundo. Le dijo que hubo un tiempo en que este mundo no era nada más que un banco de niebla, que el Todopoderoso introdujo su dedo en él y que poco a poco comenzó a darle vueltas, aumentando cada vez más la velocidad, hasta convertir el banco de niebla en una bola de fuego maciza. Ésta fue rodando por todo el universo, abrasando todos los demás bancos de niebla que iba encontrando en su camino y condensando su humedad exterior hasta que ésta cayó en unas cataratas de agua sobre su ardiente superficie, enfriándola y formando la corteza exterior. A continuación, los fuegos internos eructaron a través de esa corteza y fueron formando los montes, los valles, las llanuras y los prados de nuestro maravilloso mundo. Si esta masa derretida interior salía en forma de explosión y se enfriaba con gran rapidez, se convertía en granito; si lo hacía más lentamente, en cobre; si lo hacía más despacio aún, era plata; si lo hacía todavía más despacio, se convertía en oro, y tras el oro, vinieron los diamantes.
Y dijo el viejo sacerdote: «Un diamante es una gota congelada de luz», lo que en nuestros días es una verdad científica al pie de la letra, porque un diamante no es sino un depósito de carbón del sol. También le dijo a Alí Hafed que si poseyera un diamante del tamaño de su dedo pulgar podría comprar todo el país, y que si tuviera una mina de diamantes podría, gracias a las influencias logradas por su gran riqueza, sentar a todos sus hijos en tronos.
Alí Hafed se informó sobre los diamantes y su valor y aquella noche se fue a su casa sintiéndose un mendigo. No había perdido nada, pero se sentía pobre porque no estaba contento con su suerte, y estaba descontento porque temía empobrecer. Alí Hafed se dijo: «Quiero una mina de diamantes», y no pegó el ojo en toda la noche.
Por la mañana temprano, buscó al sacerdote. Sé por propia experiencia que los sacerdotes llevan muy mal eso de que los despierten temprano, y, cuando Alí Hafed le hubo sacudido hasta interrumpir sus sueños, le dijo:
—¿Me dirás dónde puedo encontrar diamantes?
—¡Diamantes! ¿Qué te importan a ti los diamantes?
—Pues que quiero ser inmensamente rico.
—Bueno, pues entonces vete a buscarlos. Es todo lo que hay que hacer. Salir a buscarlos, encontrarlos y extraerlos.
—Pero no tengo ni idea de adónde ir.
—Mira, si encuentras un río que fluye por unas arenas blancas entre las montañas, podrás hallar diamantes en esas arenas.
—No creo que exista ningún río como el que dices.
—¡Oh, sí! Hay muchísimos, y todo lo que has de hacer es ir a buscarlos, y allí podrás apropiarte de los diamantes.
—Iré –dijo Alí Hafed.
Dicho esto, vendió su granja, tomó el dinero, dejó a su familia a cargo de un vecino y se fue a buscar diamantes. Comenzó su búsqueda –en mi opinión, con excelente criterio– en los montes de la luna. Después, llegó hasta Palestina, se adentró en Europa y, por fin, cuando ya se había gastado todo su dinero, vestía sólo andrajos y se encontraba en un lamentable estado de pobreza, llegó a la costa de aquella playa de Barcelona, en España, en el momento en que llegaba rolando una enorme ola entre las dos columnas de Hércules. El pobre hombre, triste, sufriendo y moribundo, no pudo resistirse a la horrible tentación de arrojarse en medio de la ola, hasta hundirse en su espumeante cresta para no salir de ella nunca jamás.