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Katherine Garbera

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Beschreibung

Nicholas Camden, su sensacional jefe, el hombre que había llenado sus sueños durante casi dos años, nunca se había fijado en ella como mujer. Hasta el día en que, de colegas de trabajo que hablaban sobre la posible absorción de su empresa, pasaron a amarse apasionadamente... sobre la mesa del despacho. Este inesperado giro en los acontecimientos la hizo preguntarse qué les depararía el destino, y si aquel encuentro pasajero habría sembrado la semilla de un compromiso para toda la vida.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Harlequin Books S.A.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Algo increíble, n.º 1122 - marzo 2017

Título original: Some Kind of Incredible

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-9701-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

«Otra vez tarde», pensó Lila Maxwell mientras cerraba con llave la puerta de su piso de la tercera planta. Le encantaba su casa. No era gran cosa: un apartamento de un dormitorio en un antiguo edificio bien conservado, pero se había pasado los dos últimos años decorándolo con esmero para convertirlo en el hogar de sus sueños.

Bajó las escaleras a paso rápido porque le gustaba andar. Como auxiliar administrativa de Colette S.A., una de las compañías de joyas más famosas del mundo, Lila se pasaba casi todo el día sentada. La mañana estaba oscura, y añoró durante unos instantes el calor de su Florida natal. La ciudad de Youngsville, en Indiana, era maravillosa, pero a veces el tiempo resultaba demasiado frío para una chica de Florida.

–Lila, ¿tienes tiempo para un café? –le preguntó su casera, Rose Carson. Lila se detuvo en seco.

–Rose, ojalá pudiera, pero Nick vuelve hoy de viaje y me gustaría estar en la oficina antes que él –Nick Camden era su jefe y el hombre de sus sueños. No eran las fantasías infantiles que había alimentado de pequeña sobre un caballero de brillante armadura que la rescataba del piso de protección oficial en el que había vivido con su madre, sino fantasías de mujer sobre una pasión tórrida con un hombre que acabaría viéndola como algo más que una bonita colección de partes anatómicas. Se sonrojó un poco y rezó para que Rose no se diera cuenta.

–Tengo una cosa para ti. Espera un momento –le dijo Rose.

Lila adoraba a su casera. Era amable y atenta, y la había hecho sentirse bienvenida en Youngsville, donde al principio todo le había resultado nuevo y desconocido. El piso de Rose ocupaba la mayor parte de la planta baja. Cálido y acogedor, nada más entrar en él se percibía que allí vivía una mujer próspera y cariñosa. Lila deseaba crear aquel ambiente algún día en su propia casa.

–Aquí tienes.

Rose le entregó una hermosa pieza de joyería, un broche de ámbar y metal precioso. Tenía forma de corazón y, aunque el término no fuera apropiado para describir aquella maravilla, era bonito. Mientras lo palpaba con cuidado, Lila supo que no debía ponérselo.

–No puedo aceptarlo –se lo devolvió a Rose, pero su casera no quiso quedárselo.

–Para que te dé suerte.

–Te lo agradezco, Rose, pero no. Es demasiado valioso.

–Quiero que lo uses. Ha de lucirlo una joven bonita –Rose abrió un poco el abrigo de Lila y le prendió el broche en la chaqueta del traje. A Lila le encantaba, pero sabía que no podía aceptarlo; intentó quitárselo, pero Rose le cubrió la mano.

–Lila, significaría mucho para mí. Este broche nos unió a Mitch y a mí. Me gusta creer que trae suerte y amor a todo lo que toca.

Los ojos de Rose se nublaron de melancolía, como siempre que hablaba de su difunto marido, Mitch. Aunque tenía el pelo entrecano, Rose seguía siendo atractiva. Era esbelta, aunque con curvas que la incitaban a usar vestidos más propios de su edad. Como no quería disgustar a su casera, Lila decidió ponerse el broche aquel día y devolvérselo por la noche.

–Gracias, Rose; es precioso. Oye, tengo que irme –dijo tras consultar su reloj.

Rose asintió, y Lila salió a la calle. El día estaba despuntando. Hacía frío pero se podía ir a pie. Lila levantó el rostro al sol y soñó con que la máxima de aquel día no serían solo diez grados.

Le encantaban los parques y los árboles con colores otoñales: se avistaban amarillos, pardos, naranjas y rojos en todos los rincones. Halloween, su fiesta favorita, estaba a la vuelta de la esquina, y caminó con paso alegre ante aquella perspectiva.

Solía tener compañía cuando se dirigía a la oficina. Jayne y Sylvie, dos de sus vecinas, se sumaban de vez en cuando al paseo, pero Jayne se había casado hacía poco tiempo y ya no se levantaba tan pronto por las mañanas. Y, aquel día, Lila había madrugado demasiado para Sylvie.

A Lila le agradaba haber hecho buenos amigos. Era como haber encontrado la familia con la que siempre había soñado. Le encantaba su vida en Youngsville.

Caminó deprisa para no llegar tarde. En el bolso llevaba el pan de plátano que había cocido la noche anterior. De hecho, se había pasado toda la semana haciendo repostería.

La cocina era su reino. Allí, la que mandaba era ella. Y, mientras amasaba pan, le resultaba fácil pensar que Nick Camden no había estado a punto de besarla.

Un coche redujo la velocidad detrás de ella. El suave zumbido del lujoso motor le indicó que no se trataba de otra de las secretarias de Colette S.A. que quisiera llevarla al trabajo. Mantuvo la cabeza gacha y siguió andando. No estaba preparada para ver a su jefe fuera de la oficina. De hecho, Nick había pasado de largo cientos de veces durante el verano y nunca se había ofrecido a llevarla.

«Los hombres solo quieren una cosa de las mujeres como nosotras, Lila». La advertencia de su madre resonó en sus oídos. Su ex novio, Paul, le había demostrado que su madre tenía razón. No miró hacia el coche a pesar del calor que se escapaba de la ventanilla abierta.

–¿Te llevo, Lila?

–No, gracias. Me gusta el frescor matutino –aunque estuviera temblando…

–Mentirosa –dijo en buen tono.

Nick tenía razón: había mentido, pero no estaba dispuesta a reconocerlo. Oyeron un claxon y Nick saludó al conductor con la mano. Lila no pensaba subirse a su coche porque, después de lo ocurrido la semana anterior, no se fiaba de sí misma. Desde que estaba en Indiana, se había esforzado por adaptarse a su nuevo hogar, por aprender a ser eficiente en su trabajo y por trabar amistades. Pero la mirada seductora de Nick Camden la había tomado por sorpresa.

Llevaba tiempo deseando que la besara y la acariciara, pero la semana pasada, cuando Nick bajó la cabeza para besarla, se quedó helada. El miedo a decepcionarlo la hizo retroceder. Claro que Nick pareció decirle con la mirada que la retirada no era factible.

«Maldito sea». Lila intentó brindarle una sonrisa tranquilizadora y siguió caminando.

–Gracias, pero no.

–Como quieras, mujercita sureña, pero hace frío y mi coche es cálido y confortable.

Nick representaba la tentación. No lo había sido al principio de la llegada de Lila a Colette, porque había estado buscando un hombre con quien entablar una relación seria, un hombre que quisiera hijos y un hogar agradable, un marido que comprendiera la importancia de formar una familia. Ni siquiera se fijó en Nick porque cambiaba de mujer cada semana. No era un donjuán, pero las relaciones no le duraban. Se comportaba como un lobo hambriento que devoraba una presa tras otra, y a Lila no le apetecía ser su cena. Si creyera que tenía la más remota posibilidad de enamorarlo, cedería a sus maniobras de seducción.

Pero no era ese el caso.

Dos años atrás, Lila decidió que Indiana era un buen lugar para empezar de cero. No pensaba salir con ningún hombre a no ser que estuviera segura de que era el ideal, así que Nick Camden quedaba descartado. Aunque se le acelerara el pulso al verlo…

–Lila, llevo una semana fuera de la oficina. Necesito ponerme al día.

Quizá hubiera malinterpretado las intenciones de su jefe. Se encogió de hombros y cedió.

–Está bien.

Se enorgullecía de ser una buena secretaria y, antes del incidente de la semana anterior, no habría dudado en subir al coche. Nick no la asustaba, pero su intuición la prevenía contra él. A pesar de su refinamiento, había algo salvaje en él.

Se acomodó en el lujoso asiento de cuero y se abrochó el cinturón de seguridad. Cerró los ojos y dejó que el calor se propagara por todo su cuerpo. La envolvió una cálida fragancia masculina e imaginó a Nick inclinándose sobre ella, rozándole los labios con su aliento.

¡Un momento!

Abrió los ojos de par en par y vio el rostro de Nick a apenas dos centímetros del de ella. En sus ojos llameó una emoción que le aceleró el pulso y le produjo un hormigueo en los senos; era un sentimiento muy masculino que despertaba todos los instintos de mujer que Lila tenía reprimidos.

–Nick, ¿qué haces? –cielos, casi no podía hablar. Deseaba inclinarse hacia delante y besarlo, comprobar si la pasión que prometía aquella boca pecaminosa era tan deliciosa como ella había imaginado.

–Te estoy poniendo bien el cinturón. Tenías la cinta enrollada.

Lila era incapaz de respirar mientras Nick le rozaba el pecho con los dedos. Se le contrajo un pezón y deseó sacar el pecho para que Nick tuviera que hacer algo más que rozarla sin querer, pero se limitó a morderse el labio inferior.

–Ya está –anunció. Retiró la mano despacio, y Lila deseó poder ver los ojos ocultos tras las oscuras gafas de sol que llevaba. Nick era un experto en controlar las emociones, pero sus ojos siempre lo delataban.

Todavía tenía el corazón desbocado y ansiaba atraerlo de nuevo hacia ella, sentir su cuerpo sólido contra su pecho. Quizá el broche de Rose estuviera desplegando su magia, embrujando a Lila y al hombre de sus sueños.

Movió la cabeza. Si Nick la quería era como ayudante, no como mujer. Era demasiado sensato para perder a una secretaria eficiente por un amorío.

Nick pisó el acelerador. Lila estaba bañada en sudor, pero no se debía al calor que hacía en el coche, sino al hombre que estaba sentado detrás del volante. Un hombre que, para ella, estaba prohibido. Un hombre, comprendió de repente, que acababa de decidir que ella sería su próximo festín.

 

 

Nick sabía que había turbado a Lila, pero no podía pasar junto a ella sin detenerse. Lo irritaba no haberlo hecho durante el verano, pero nunca se había fijado en ella como mujer, salvo para reconocer que hacían buena pareja en los negocios, puesto que ella era rubia y esbelta. Juntos ofrecían una buena imagen ante clientes y colegas en las reuniones a las que asistían. Para Nick, Lila representaba la secretaria perfecta, una persona que conocía bien su trabajo y que, además, tenía buena presencia.

La situación varió a su regreso de París, a principios de septiembre. Lila le parecía más suave. Charló con él antes de tomar un dictado y Nick enseguida supo que algo había cambiado. En realidad, sabía muy bien el qué: su reacción hacia ella.

Desde entonces, se comportaba como un sabueso que olisqueara a su presa, y era incapaz de sofocar la atracción que sentía hacia ella. Lila parecía no darse cuenta, y aquello acrecentaba su deseo de hacerla temblar en sus brazos.

–Ibas a hablarme de tu viaje –le dijo Lila.

«Sí, Camden. Ya que la has chantajeado para que subiera a tu coche, habla de negocios».

–Necesito que prepares una presentación con los datos económicos del último cuatrimestre. Tengo la información en mi maletín.

–Será lo primero que haga.

Nick asintió. Se hizo el silencio en el vehículo, y se dio cuenta de lo poco que conocía sobre la vida privada de Lila. No sabía a qué dedicaba su tiempo libre. A veces, parecía tan hogareña que lo sorprendía que hubiese preferido labrarse un futuro a tener una familia. Nick quería… no, necesitaba averiguar la razón.

–Vives en Amber Court, ¿verdad?

–Sí, ¿por qué?

–Por nada. ¿Te gusta?

Dios, parecía un actor de un culebrón. Nunca había tenido que intimar con alguien a quien ya conocía. Tendría que modificar su modus operandi pero, por el momento, solo pensaba en Lila por su atractivo.

–No está mal, pero sueño con comprar una casa de dos plantas y…

–Y una valla blanca de madera, ¿verdad?

Lila se mordió el labio y miró por la ventanilla. Había sido sarcástico, pero no podía evitarlo. La realidad podía ser un buen jarro de agua fría cuando uno se pasaba la vida soñando, y tenía la impresión de que Lila Maxwell soñaba mucho.

Molesto por haberla herido, cambió de tema. No era dado a consolar; había aprendido a no preocuparse mucho por nadie desde que perdió a Amelia en un coma inducido por los medicamentos, su único escape del doloroso cáncer que la consumía.

–¿Alguna novedad en la oficina durante mi ausencia? –preguntó, tratando de parecer natural.

Al principio, creyó que Lila no iba a contestar. Lo miró de reojo y se ajustó el pañuelo con las uñas pintadas de rosa; Nick imaginó aquellos dedos posados sobre él, sobre su muslo.

–Nada del otro mundo. Algún que otro rumor.

«Concéntrate, hombre».

–¿De qué tipo?

Lila sonrió, y Nick sintió la reacción en la entrepierna. Maldición, aquella mujer le causaba más impacto que una bomba nuclear.

–Ya sabes, que nos van a poner a todos de patitas en la calle.

–¿Y crees que son infundados? –preguntó Nick. Había oído rumores similares en Europa.

–Trabajo con los directivos y no hemos oído nada en ese sentido, ¿no?

Nick suspiró y gruñó. El acceso a Colette S.A. estaba atestado de empleados que entraban a trabajar y, aunque no requería toda su concentración, Nick se limitó a maniobrar. No volvió a mirar a Lila hasta que no detuvo el Porsche en la plaza que tenía asignada. Rezaba por que Lila, a pesar de su sagacidad, hubiese pasado por alto su silencio.

Nada más verla, supo que no había sido así. Extrajo las llaves del contacto y se dispuso a abrir la puerta, pero se detuvo al sentir la mano de Lila en el brazo.

–No hemos oído nada, ¿no, Nick?

Mentir iba en contra de su credo. Nick pensaba que había que abrir los ojos a la realidad, pero los enormes ojos castaños de Lila reflejaban temor. Aunque hacía mucho, mucho tiempo, que no sentía el impulso de proteger a una mujer, de repente, no quiso hacer temblar el mundo de Lila. La miró y se inclinó hacia ella.

–Todavía no.

–Eso no es un «no» –repuso ella en voz baja.

En los confines del coche, Nick sentía cada inspiración y espiración de Lila. Bajó la vista a sus labios sonrosados y se preguntó si le estaría llenando los pulmones con su aliento; entonces, tuvo el impulso de llenarla con algo más real. No quería contentarse con impresionar a los clientes y a los directivos con su atractiva secretaria, quería hacerla suya. Se inclinó hacia Lila y no se detuvo hasta que no saboreó aquellos labios suaves, mientras ella se aferraba a su brazo con impotencia.

Sabía lo mucho que sufriría si la abordaba de aquella manera; pero el mundo se había vuelto loco, y la vida segura que había construido para sí en Colette se estaba derrumbando. Lo único que parecía sólido era Lila Maxwell.

Lila gimió y abrió los labios para acoger el beso. Cualquier intención que hubiera tenido Nick de ir con cuidado se desvaneció. La sangre le palpitaba en los oídos, y su cuerpo ansiaba más. La boca de Lila era suave, cálida, húmeda… y tentadora en aquella fría mañana de octubre.

Lila se aferraba a él como si aquel momento también la hubiera tomado a ella por sorpresa, y respondió tímidamente al beso. Nick ya no sabía lo que era una amante azorada. La estrechó entre sus brazos y gimió cuando la palanca de cambios se le clavó en la cadera. Se apartó.

–Maldita sea.

Lila lo miraba como si no lo hubiera visto nunca. Tenía los labios hinchados y las mejillas sonrojadas. Estaba despeinada, y Nick quería despeinarla aún más. Quería ver aquella magnífica melena desplegada en forma de abanico sobre su almohada azul, y aquellos labios sonrosados henchidos tras la pasión. Quería que los dos estuvieran sudorosos y jadeantes, pero sabía que no podía dar marcha atrás y llevarla a su casa para pasar el día con ella en la cama.

–Maldita sea.

–Eso ya lo has dicho.

–A veces, hay que repetir las cosas.

Con dedos trémulos, Lila se recompuso el peinado.

–¿Qué ha pasado, Nick?

–Te deseo, Lila.

–¿Por el trabajo? –preguntó sin mirarlo. Extrajo un estuche de su bolso y se retocó la pintura de los labios.

Había vuelto a levantar un escudo y la mujer trémula que lo había besado momentos antes había desaparecido. En su lugar, se encontraba su eficiente secretaria. Aquello lo enfurecía. Nick no podía sacar un espejo y unos polvos compactos y borrar cualquier rastro de pasión con la misma facilidad que ella.

–Por ti.

Lila tragó saliva.

–No estoy preparada para eso. Sigo pensando en ti como en mi jefe.

–Pues empieza a pensar en mí como en tu hombre.

Nick abrió la puerta y salió. El aire era frío pero no lo bastante para suavizar el fuego que lo consumía. Se pasaría el día pensando que su amplio escritorio de madera de cerezo era lo bastante sólido para aguantar el peso de una esbelta rubia.

Lila subió a la acera y pasó de largo. Nick la retuvo agarrándola del brazo.

–¿A qué viene tanta prisa?

–No quiero que nadie nos vea entrando juntos.

–No seas absurda. Al menos cinco personas han visto cómo te subías a mi coche. Y muchos más nos han visto entrar en el aparcamiento.

–Cierto. Pero no quiero que nadie se haga una idea equivocada.

–¿Tanto te importa lo que piensen los demás? –le preguntó Nick. Lila asintió–. Pues no merece la pena.

–Eso lo dices porque siempre es a la mujer a la que tachan de fácil.

–Créeme, Lila; lo último que eres es fácil.

–Lo sé, pero mis compañeras…

–Si alguien te dice algo, dímelo y las haré callar.

Lila sonrió.

–¿Como Hannibal?

–No. Como Harry el Sucio.

–¿Matando?

–Intimidando.

–No das tanto miedo como crees.

–Tú tampoco.

–Yo no pretendo asustarte –dijo Lila, y entró a paso rápido en el edificio.

«Pero lo consigues», pensó Nick. Porque, en el fondo, temía que significara mucho más para él que cualquiera de los fugaces amoríos que había tenido desde la muerte de Amelia, dos años atrás.

Capítulo Dos

 

En la oficina se rumoreaba que Colette S.A. tenía un nuevo consejero que pensaba hacer algunos cambios en la cúpula de la compañía. Lila salió del breve cuchicheo con Suzy, la auxiliar administrativa del departamento de Recursos Humanos, un poco menos preocupada por su trabajo que el día anterior. Guardó el bolso e intentó concentrarse en el trabajo, pero la presentación que estaba preparando no lograba captar su atención. ¡Maldición!

–¿Puedes pasar a mi despacho a tomar un dictado? –preguntó Nick, que parecía envuelto en una nube de cólera. Estaba sombrío y amenazador; apenas se parecía al hombre que había estado manteniendo las distancias con ella durante todo el día.

Lila guardó el archivo en el que estaba trabajando y asintió. Intentó no mirarlo, pero él seguía delante de su mesa. Percibió el olor varonil de su colonia, e inspiró hondo para impregnarse de ella.