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Era lo último que deseaba, pero el multimillonario griego Ares Kourakis iba a ser padre. Estaba dispuesto a cumplir con su deber y a mantener a Ruby a su lado, incluso a casarse con ella. Lo único que podía ofrecerle era una intensa pasión y una gran fortuna, ¿era suficiente para que Ruby accediera a subir al altar?
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Seitenzahl: 190
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Jennie Lucas
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor en la nieve, n.º 2639 - agosto 2018
Título original: Claiming His Nine-Month Consequence
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-671-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
ARES KOURAKIS!
A pesar de la música, el sonido de su nombre se oía cada vez más fuerte. Por fin, el atractivo y famoso multimillonario griego, había ido a Star Valley.
Ruby Prescott puso una mueca al ver que mucha gente hacía comentarios y miraba asombrada hacia la zona VIP de la discoteca. ¿Un multimillonario atractivo? Sí, claro. Según su experiencia, todos los multimillonarios eran feos. Al menos en personalidad. Ningún hombre se hacía rico sin corromperse.
No obstante, ella tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Ruby estaba trabajando como camarera, después de haber impartido clases de esquí a niños y trabajado como dependienta en una tienda de ropa. No podía parar de bostezar, y todavía le quedaba una noche entera de trabajo por delante. Tratando de espabilarse, se puso a servir copas.
–Ares Kourakis. ¿Puedes creer que finalmente ha venido? –preguntó Lexie, otra de las camareras.
–Sería estúpido que no viniera, después de haberse comprado una casa aquí –Ruby había trabajado en el equipo de limpieza que preparó la casa seis meses atrás, justo después de que el hombre la comprara por treinta millones de dólares. Ruby sirvió otra cerveza y preguntó–: De todos modos, ¿qué tipo de nombre es Ares?
–Es tan rico y tan atractivo que puede tener el nombre que quiera. ¡Yo me convertiría en la esposa de Ares Kourakis sin pensarlo! –mirando hacia la esquina de la barra, Lexie se ahuecó el cabello–. ¡Tengo mucha suerte de que se haya sentado en mi zona!
–Mucha suerte –contestó Ruby con ironía–, puesto que he oído que acaba de romper con su novia.
–¿De veras? –Ruby se desabrochó otro botón de la blusa y se apresuró hacia la zona VIP.
Ruby continuó sirviendo copas detrás de la barra. El Atlas Club estaba lleno esa noche. Era la última noche del festival de cine de marzo y la ciudad estaba más llena de lo habitual.
No era extraño que hubiera multimillonarios en Star Valley, una estación de esquí situada en las montañas de Idaho. La temporada más frecuentada era la Navidad, cuando los ricos llevaban a sus familias a esquiar. Sin embargo, Ruby era consciente de que, igual que no había copas gratis, tampoco había príncipes azules. Cuanto más rico y ambicioso era un hombre, más oscura era su alma.
Otra camarera se acercó a la barra y dijo:
–Tres mojitos, uno sin azúcar.
Ruby suspiró. Se dio la vuelta para preparar los cócteles y, vio a una mujer rubia con un vestido rojo tratando de pasar inadvertida por delante de la barra.
–¿Ivy? –dijo Ruby con incredulidad.
Su hermana de diecinueve años la miró.
–Um. Hola, Ruby.
–No puedes estar aquí. ¡Eres menor de edad! ¿Cómo has entrado?
La hermana se sonrojó.
–Yo… Le dije a Alonzo que tenía que hablar contigo porque mamá había tenido una emergencia.
–Mamá…
–Está bien. Te lo prometo. Estaba dormida cuando me marché –Ivy enderezó los hombros–. He oído que Ares Kourakis está aquí.
Oh, no. Su hermana pequeña también.
–¡No hablas en serio!
–Sé que piensas que solo soy una niña, pero tengo un plan –Ivy alzó la barbilla–. Voy a seducirlo. Lo único que tengo que hacer es agujerear el preservativo para quedarme embarazada y que se case conmigo. Así se acabarán nuestros problemas.
Ruby miró a su hermana boquiabierta. No podía creer lo que estaba oyendo.
–No.
–Funcionará.
–¿Te arriesgarías a quedarte embarazada de un hombre que no conoces?
–Tengo la oportunidad de conseguir todo lo que siempre he deseado, y voy a aprovecharla. Al contrario que tú, que te pasas el día hablando de tus grandes sueños, ¡pero no haces nada! ¡Eres una cobarde! Voy a vivir la vida de mis sueños –continuó Ivy–. Dejaré de preocuparme por las facturas. Tendré joyas y viviré en un castillo –miró a su hermana–. Quizá tú has abandonado tus sueños, Ruby, pero yo no.
Cinco años más joven que Ruby, Ivy siempre había sido la niña mimada de la familia. Sin embargo, al verla con ese vestido rojo ajustado y los zapatos de tacón, Ruby se dio cuenta de que su hermana se había convertido en una bella mujer. Quizá tuviera la oportunidad de llevar a cabo su terrible plan.
–No lo hagas –le dijo–. No puedo permitir que lo hagas.
–Intenta detenerme –dijo Ivy, y desapareció entre la multitud.
Durante un momento, Ruby se quedó paralizada. El agotamiento, el shock y el miedo siempre estaban presentes desde que conocían el diagnóstico de su madre.
El plan de Ivy para casarse con Ares Kourakis solo podía ser una broma.
–Espera –dijo Ruby, y comenzó a seguirla. Solo consiguió chocarse con otra camarera y tirar una botella de vodka de la estantería al suelo. Mientras la otra camarera blasfemaba en voz alta, Ruby oyó que los clientes se reían y aplaudían a modo de burla.
–¿Qué te pasa? –le preguntó la compañera.
Con el corazón acelerado, Ruby agarró la escoba y barrió los cristales del suelo. Después, se volvió hacia Monty y dijo:
–Cúbreme.
–¿Qué? ¿Estás loca? No puedo ocuparme de toda…
–Gracias –respirando hondo, se dirigió hacia la esquina más oscura del bar. Al recordar las palabras de su hermana, se estremeció.
«Lo único que tengo que hacer es agujerear el preservativo para quedarme embarazada y que se case conmigo».
Enderezando los hombros, Ruby se dirigió hacia la zona VIP y vio que su hermana estaba sentada en la mesa de Ares Kourakis.
De pronto, el multimillonario se volvió, como si hubiese notado la mirada de Ruby.
Sus ojos oscuros brillaban en la oscuridad. Ella se estremeció. Incluso el nombre de aquel hombre resultaba tremendamente sexy.
¿Qué le pasaba? Se preguntó al ver cómo había reaccionado su cuerpo. Los rumores sobre él eran ciertos. El hombre era muy atractivo. ¿Y qué? Eso solo significaba que sería todavía más egoísta. Y despiadado.
No podía permitir que él destrozara la vida de Ivy, y de su posible bebé.
Apretando los dientes, avanzó hacia delante.
Ares Kourakis, un multimillonario de treinta y seis años, único heredero de la fortuna de la familia Kourakis y el playboy más famoso del mundo, estaba aburrido.
Incluso allí, en unas montañas de Norteamérica, estaba aburrido junto a una copa de whisky.
Todas las mujeres de las discotecas eran iguales, y aunque sus ojos fueran marrones o azules, negros o verdes, todos brillaban de la misma manera, demostrando que estaban dispuestas a hacer lo que fuera para poseerlo.
Su dinero. Su estatus. Su cuerpo.
Esto último, nunca le había importado demasiado a Ares. Normalmente, él se aprovechaba de todo lo que le ofrecían y no se sentía culpable. Las mujeres cazafortunas sabían bien lo que hacían. Confiaban en seducirlo a través del sexo para conseguir matrimonio. Él sabía bien cómo jugar el juego. Disfrutaba de los placeres sensuales cuando se los ofrecían y se olvidaba de ellos con rapidez.
Había estado tan ocupado durante el invierno, viajando constantemente para conseguir el control de una nueva empresa que ni siquiera había sido capaz de visitar el lujoso chalé que se había comprado meses antes en Star Valley. Esos días coincidía que su pareja, Poppy Spencer, le había pedido que la acompañara al Festival de Cine de Star Valley, donde iban a presentar su primera película. Era un monólogo de tres horas grabado en blanco y negro, que Poppy consideraba una gran película.
Poppy se había quedado destrozada cuando la noche anterior el público criticó, e incluso abucheó, su película. Después de llorar un buen rato en el chalé, ella le pidió que la llevara a Nepal en avión, ya que allí podría desaparecer para siempre.
Cuando Ares se negó a dejarlo todo para llevarla a Nepal, ella lo acusó de no apoyarla en sus sueños y rompió con él antes de marcharse. Ares se quedó en Star Valley. Había llegado hacía poco y apenas había pasado tiempo en su casa nueva. Ni siquiera había tenido la oportunidad de practicar snowboard antes de viajar a Sídney al día siguiente por un tema de negocios.
De pronto, Ares se alegró de que se hubiera marchado. Llevaba aburrido mucho tiempo. No solo con Poppy, sino con todo. Había pasado los últimos catorce años convirtiendo el imperio que había heredado a los veintidós años, en una empresa mundial que vendía y transportaba todo tipo de cosas. Kourakis Enterprises era el amor de su vida, pero incluso su empresa se había convertido en algo poco atractivo.
Ares trató de no pensar en ello. Había pasado todo el día en la montaña, pero ni siquiera lo había disfrutado tanto como pensaba que lo iba a disfrutar, y había terminado el día más enfadado de lo que lo había empezado.
Así que esa noche había decidido salir. Pensaba que quizá su humor mejoraría después de un encuentro apasionado con una mujer atractiva a la que no tuviera que volver a ver.
No obstante, mientras miraba a la mujer rubia que le contaba una larga y aburrida historia, Ares supo que se había equivocado. Debía marcharse. E incluso salir hacia Sídney esa misma noche. Al día siguiente, le diría a Dorothy que pusiera en venta el chalé de la estación de esquí.
–Disculpa –dijo él. Dejó dinero sobre la mesa para pagar la copa y comenzó a levantarse.
Entonces, se quedó paralizado. Al otro lado del bar, estaba ella.
El tiempo parecía haberse detenido y un escalofrío recorrió su cuerpo. La música, las luces, la gente… Todo pasó a segundo plano.
Aquella mujer era una diosa.
Tenía el cabello oscuro y sus ojos eran negros y grandes, con espesas pestañas. Sus labios, con forma de corazón y de color rojo intenso.
Iba vestida con una blusa de cuadros sin mangas y unos pantalones vaqueros. Ambas prendas resaltaban las curvas de su cuerpo.
Aquella diosa se dirigía directamente a su mesa y él notó que se le secaba la garganta.
El guardaespaldas la detuvo en la escalera.
La mujer rubia que estaba en su mesa seguía hablando sin parar. Él se había olvidado de que estaba allí.
–Debes irte –le dijo.
–¿Irme? –la mujer puso una amplia sonrisa–. ¿Quieres decir, a tu casa?
Sin escucharla, Ares le hizo un gesto al guardaespaldas para que dejara pasar a la mujer morena.
La mujer avanzó hacia Ares y él se fijó en su manera de mover las caderas. ¿Qué era lo que le resultaba tan atractivo?
Fuera lo que fuera, el aburrimiento pasó a segundo plano. Todo su cuerpo había reaccionado al verla.
No obstante, la mujer apenas lo miró a él, sino que se volvió hacia la chica rubia que estaba en la mesa.
–Ya está bien. Vamos.
–¡No puedes mandar sobre mí, Ruby! –contestó la chica.
«Ruby», un bonito nombre de cuento de hadas para una mujer que parecía una princesa descarada capaz de tentar a cualquier hombre para que se comiera una manzana envenenada. Ares hizo todo lo posible para contenerse y no levantar a la otra chica de la silla.
–Has de marcharte –le dijo con amabilidad–. Estaría encantado de pagarte las copas, pero…
–¿Copas? –Ruby lo miró enfadada–. Mi hermana es menor de edad, señor Kourakis. ¿Cómo se atreve a ofrecerle alcohol?
–¿Su hermana? ¿Menor de edad? –Ares miró a la chica rubia y después a Ruby–. ¿Para eso ha venido hasta aquí?
Ruby frunció el ceño.
–Créame, le estoy haciendo un favor, señor Kourakis. Ivy tenía la maravillosa idea de seducirlo para que se casara con ella.
Ares se quedó boquiabierto al oír que hablaba con franqueza.
–¡Cállate! –exclamó la chica–. ¡Lo estás estropeando todo!
–Quiere casarse con un millonario. Cualquier millonario valdría –miró a Ares–. Por favor, discúlpela por ser tan estúpida. Solo tiene diecinueve años.
Su forma de mirarlo indicaba todo lo que no decían sus palabras.
«¿Qué clase de hombre de su edad saldría con una adolescente?»
Ella provocó que se sintiera como un viejo, con solo treinta y seis años.
–¡Te odio! –exclamó la mujer rubia.
–Ivy, vete a casa antes de que le pida a Alonzo que venga a sacarte a la fuerza.
–¡No te atreverías! –exclamó Ivy–. ¡Está bien! –espetó poniéndose en pie para marcharse.
–¡Y ni se te ocurra contarle a mamá lo que pensabas hacer! –le gritó Ruby antes de volverse hacia Ares–. Siento la interrupción, señor Kourakis. Buenas noches.
Cuando se disponía a marcharse, él la agarró por la muñeca.
Tenía la piel muy suave y Ares notó que una ola de calor lo invadía por dentro. También percibió que, al tocarla, ella respiró hondo.
Ares la miró.
–Espera.
–¿Qué quiere?
–Tómate una copa conmigo.
–No bebo.
–Entonces ¿qué estás haciendo en un bar?
–Trabajar. Soy camarera.
¿Trabajaba para ganarse la vida? Se fijó en sus manos.
–Tomate unos minutos. Tú jefe lo entenderá.
–No –contestó ella, mirándolo a los ojos.
Ares frunció el ceño.
–¿Estás disgustada porque estaba hablando con tu hermana? No me interesa.
–Bien –retiró la mano para soltarse–. Por favor, discúlpeme.
–Espera. ¿Te llamas Ruby? Ruby, ¿qué más?
Mirando hacia atrás, ella soltó una risita y él se estremeció.
–No tiene sentido decírselo.
–Pero tú sabes mi nombre.
–No porque quiera. Todo el mundo habla de usted. Al parecer es un buen partido –dijo con ironía.
Ares nunca había recibido un comentario así por parte de una mujer. Intentó comprenderlo.
–¿Estás casada?
–No.
–¿Comprometida?
–Estoy trabajando –comentó ella, como si él no supiera de qué hablaba–. Y las camareras necesitan que les pase las comandas.
Ares la miró.
–¿De veras prefieres trabajar que tomarte algo conmigo?
–Si no sirvo copas, disminuirán las propinas de todas las demás. Y dificultará que puedan pagar el alquiler. No todo el mundo tiene una casa de treinta millones de dólares pagada en efectivo.
Así que se había fijado en su casa. E incluso sabía el precio.
–La mayor parte de las mujeres dejarían su trabajo para pasar una noche conmigo…
–Pues tómese una copa con una de ellas –dijo Ruby, y se marchó sin mirar atrás.
Ares se quedó unos minutos sentado y en silencio. Estaba solo en la mesa y apenas oía el ruido de la música, ni veía a las mujeres que paseaban y bailaban de forma provocadora delante de él. Miró a Georgios y vio que él hacía una mueca. Exactamente lo que Ares estaba pensando. La misma música, el mismo local, la misma gente.
Con una excepción. ¿Quién era Ruby y por qué no podía imaginarse una noche que no terminara con ella en su cama?
–Puedes marcharte –Ares le dijo a Georgios después de ponerse en pie.
Su guardaespaldas sonrió.
–¿Quiere que deje el coche?
–Encontraré manera de irme a casa. Dile al piloto que quiero marcharme a primera hora de la mañana.
–Por supuesto. Buenas noches, señor Kourakis.
Ares atravesó el local, sorteando a la gente que se echaba a un lado para dejarlo pasar. Los hombres lo miraban con envidia, las mujeres con deseo. Él solo tenía un objetivo. Cuando llegó a la barra, Ruby lo miró desde donde estaba sirviendo una copa.
–¿Qué hace…?
–Dime tu apellido.
–Se apellida Prescott –dijo otra camarera–. Ruby Prescott.
–Un bonito nombre –comentó Ares, ladeando la cabeza.
–No creo que pueda ser muy crítico –soltó ella–. ¿Qué clase de padres le pondrían a su hijo el nombre del dios griego de la guerra?
–Mis padres –dijo él, y cambió de tema–. Me he aburrido del whisky. Me tomaré una cerveza.
Ella pestañeó sorprendida.
–¿Una cerveza?
–La que tengas en el grifo.
–¿No quiere un whisky caro? ¿Solo una cerveza normal?
–No me importa lo que sea, mientras me tome una copa contigo.
Ruby frunció el ceño y le sirvió la cerveza más barata de la barra.
Él agarró el vaso y dio un largo trago. Se limpió la espuma de los labios y dijo:
–Deliciosa.
Ella frunció el ceño y se volvió, moviéndose por la barra y poniendo copas a toda velocidad. Ares la observó mientras trabajaba. Sus senos eran espectaculares, pero todo lo demás también. Nunca había visto una mujer con esas curvas, y su trasero provocó que su mente se llenara de imágenes eróticas.
Aunque no solo eran sus curvas. Ruby Prescott tenía otros encantos sutiles. Sus pestañas, largas y espesas, se movían rápidamente sobre su piel pálida. El temblor de sus labios, rojos como el rubí. A menudo, ella se mordía el labio inferior, como concentrándose mientras trabajaba. Él se fijó en su melena larga y oscura. En la curva de su hombro desnudo. En el brillo enfadado de sus ojos. De pronto, ella lo miró de forma acusadora.
–¿Por qué hace esto? ¿Le parece un juego?
–¿Por qué? –preguntó él, bebiendo un poco de cerveza–. ¿Lo es para ti?
–Si cree que me estoy haciendo la dura, se equivoca –se colocó delante de él y dijo–: Para usted, soy imposible de conseguir.
Su expresión era feroz y sus ojos oscuros brillaban como una tormenta en el océano oscuro. Él estaba seguro de que no era consciente de su belleza. Y, al contrario del resto del mundo, no estaba impresionada por su presencia.
En ese momento, Ares supo que tenía que poseerla.
Esa noche. Costara lo que costara.
La poseería.
QUÉ PRETENDÍA aquel estúpido multimillonario griego?
Ruby sintió que se ponía tensa cuando se giró para servir una copa. Notaba que él la estaba mirando de arriba abajo.
No podía imaginar por qué un hombre como Ares Kourakis se estuviera fijando en ella. Podría estar con cualquiera de las mujeres que había allí… Estrellas de cine que habían ido al festival o esquiadoras… Era imposible que estuviera interesado en una chica corriente, como Ruby. No obstante, ¿por qué estaba en la barra mirándola mientras se tomaba la peor cerveza del mundo?
A ella no se le ocurría ninguna otra razón. La gente empezaba a darse cuenta también. Monty y el resto de las camareras no paraban de intercambiarse miradas.
Ruby se volvió hacia él enfadada.
–En serio, ¿cuál es su problema?
Ares la miró fijamente.
–Tú.
–¿Yo? ¿Qué he hecho?
–Eres la mujer más deseable del local. Me fascinas.
Ruby percibió deseo en su mirada y, de pronto, una ola de calor recorrió su cuerpo.
Lo miró y se fijó en su mentón cubierto de barba incipiente y en su cabello corto, oscuro y rizado. Ella era consciente de su presencia y eso la incomodaba. Igual que la sensación repentina de que le flaqueaban las piernas.
Esa sensación era el resultado de que él la hubiera mirado, diciéndole que era deseable. Ella había pensado que nunca caería bajo los encantos de un hombre rico, ya que era demasiado inteligente.
¿Y lo era? A pesar de no haber bebido nada, tenía la sensación de estar un poco mareada. Era como si estuviera viviendo un sueño, aunque estaba despierta.
Aquel hombre, tan atractivo, arrogante y rico, apenas se había esforzado, pero había provocado que a ella le temblara todo el cuerpo.
¿Qué diablos le pasaba?
¿Y qué le pasaría si él la acariciara?
¿Cómo sería si él retirara la mano de la barra del bar y le acariciara la mejilla? ¿Y si deslizara sus dedos por el cuello o le acariciara los senos?
Ruby notó que sus pezones se ponían turgentes bajo la tela del sujetador y que se le formada un nudo en el estómago. Se apoyó en la barra para estabilizarse.
–¿Qué es lo que quiere? –preguntó con voz temblorosa.
Él posó la mirada sobre sus labios y sonrió.
–Baila conmigo.
–No.
–¿Por qué no?
«Nunca creas nada de lo que te diga un hombre rico», recordó las palabras de su madre. «Todos son unos mentirosos. Y unos ladrones».
Respirando hondo, Ruby enderezó los hombros y trató de mantener la calma.
–Yo no bailo.
–¿No bailas? ¿No bebes? Estás anticuada –la miró de arriba abajo–. Podría enseñarte. ¿Cuándo es tu hora de descanso?
–No, gracias. Solo trabajo aquí. No es algo que haga para divertirme.
Ares bebió un sorbo de cerveza.
–¿Y qué haces para divertirte?
–Yo… –Ruby intentó recordarlo. Había pasado mucho tiempo desde que la diversión formaba parte de su agenda. Incluso antes de que su madre enfermara, antes de que tuviera que trabajar en tres sitios para poder mantener a la familia, ella siempre había estado ocupada después del colegio, cuidando de Ivy y llevando la casa. ¿Divertirse?
Ares le cubrió la mano con la suya.
–Dime qué es lo que harías –dijo él–, si esta noche pudieras hacer cualquier cosa.
Ruby se estremeció al sentir el calor de su mano y notó que una gota de sudor caía entre sus senos.
–Me iría a lo alto de una montaña –contestó ella, retirando la mano.
–¿A una montaña?
–Algunos monitores de esquí están participando en el Renegade Night.
–¿Qué es eso?
–En esta estación no hay esquí nocturno, así que, antes de que acabe la temporada, justo cuando la nieve empieza a derretirse, hacemos una salida a la antigua. Hoy es la última luna llena de la temporada.
–¿Y brilla tanto la luna?
–Vamos con antorchas.
–Nunca lo había oído.
–Por supuesto que no. Es una tradición local.
–Ya veo –se terminó la cerveza y dejó la jarra sobre la barra–. Bueno es saberlo. Gracias por la cerveza.
Dejó un billete de veinte dólares sobre la barra y se marchó sin decir nada más.
Ruby lo miró sorprendida. Lo único que quería era que él dejara a Ivy y a ella tranquilas, pero al ver que se marchaba de ese modo, se sintió decepcionada.