Amor infinito - Jackie Ashenden - E-Book

Amor infinito E-Book

Jackie Ashenden

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Beschreibung

Tendría pasión, pero ¿a qué precio? Para desafiar al padre que se había negado a reconocerlo y para tomar posesión de la herencia que por derecho le correspondía, Achilles Templeton tenía que casarse y tener un hijo varón. Para un famoso playboy como él, tales condiciones parecían imposibles. Hasta que descubrió que la novia perfecta era su vecina… La inocente Willow Hall había agotado sus energías y su cuenta bancaria cuidando de un padre que nunca la había amado de verdad. La propuesta de Achilles era un salvavidas para ella. Sin embargo, no eran los términos del matrimonio por conveniencia lo que le asustaba, sino el fuego abrasador que Achilles desataba dentro de ella…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Jackie Ashenden

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor infinito, n.º 2864 - julio 2021

Título original: The World’s Most Notorious Greek

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-909-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Willow Hall nunca había visto a un hombre desnudo y mucho menos saliendo del lago en el que había estado nadando momentos antes, como si no le importara que hubiera alguien que pudiera verlo.

El lago estaba en los terrenos de la finca de Thornhaven, que era propiedad privada. Aquella finca llevaba deshabitada unos meses desde la muerte de su dueño, por lo que aquel hombre estaba cometiendo un delito de allanamiento.

En realidad, no se podía decir que Willow no estuviera haciendo lo mismo, pero ella vivía en la casa de al lado y llevaba años paseando por aquellos terrenos. Había jugado en el bosque cercano de niña y le había encantado recorrer la salvaje naturaleza de aquella finca desde que tenía uso de razón. Aunque Thornhaven no era exactamente de su propiedad, ella la consideraba como tal.

Aquella mañana, cuando salió a recoger moras, no se había imaginado que se encontraría con un desconocido nadando en el lago. Y mucho menos desnudo.

Debería hacer lo correcto y seguir con su camino para ir a informar al guardés de que había un intruso en el lago. No debería estar allí, mirando entre los árboles como si fuera una pervertida.

Sin embargo, no se movió. Algo la mantuvo pegada al suelo. El agua resbalaba por el cuerpo desnudo de aquel hombre, iluminado por los últimos rayos de aquel atardecer de verano, convirtiendo cada uno de sus esculpidos músculos en una obra de arte. Era alto, con anchos hombros y estrechas caderas. Largas y poderosas piernas. El torso y el vientre parecían haber sido tallados en mármol, como ejemplo del perfecto cuerpo masculino.

Tenía el cabello negro. Mientras salía del agua, levantó los brazos para apartárselo de la frente. Los bíceps se flexionaron con el movimiento. Oh, Dios…

Willow sintió que se le secaba la boca y que un inexplicable calor le recorría todo el cuerpo, haciendo que le ardieran las mejillas. Aquello estaba muy mal. Ella no hacía esa clase de cosas. Tal vez en el pasado, cuando era una adolescente más inclinada a dejarse llevar por la curiosidad y por sus propias pasiones no se lo habría pensado dos veces, pero ciertamente no a su edad.

Tenía veinticinco años, por el amor de Dios. Ya había dejado atrás aquellas tonterías…

Y, sin embargo, le resultaba imposible mover los pies. Agarraba con fuerza la cesta de moras. Sentía que los dedos ansiaban tocarle, trazar las líneas de aquellos poderosos músculos para asegurarse de que era real porque parecía imposible que alguien tan bello pudiera serlo. Nunca había visto un hombre así, ni en el café en el que trabajaba en Thornhaven ni en ningún lugar del pueblo. Punto final.

Aquel hombre parecía una de las esculturas griegas que había en los libros de historia del arte de su padre. Era la máxima expresión de la belleza masculina, aunque, en vez de mármol travertino, era de carne y hueso.

No se movió. Casi se olvidó de respirar. Los rayos del sol siguieron delicadamente los movimientos del cuerpo de aquel hombre cuando se inclinó sobre el pequeño montón de ropa que había sobre la grava de la orilla. Tomó una camiseta azul oscura y se irguió. El corazón de Willow comenzó a latir aún más rápido cuando él empezó a secarse vigorosamente.

Bajó un poco más la mirada, sobre las estrechas caderas y los musculados muslos y sobre la parte más masculina de su cuerpo…

Las mejillas le ardían. Ciertamente no debería estar mirando eso… Lo que debería estar haciendo era volver a la casita en la que vivía con su padre. No le gustaba dejarle a solas durante demasiado tiempo. Había tenido un ictus hacía nueve años que lo había dejado muy limitado físicamente y muy dependiente de Willow, algo que él odiaba. Sin embargo, no había nada que ninguno de los dos pudiera hacer al respecto, dado que no había nadie más para cuidar de él. Willow era la única cuidadora y se tomaba su deber muy seriamente. Por eso, tenía que dejar de mirar y marcharse de allí.

El hombre había empezado a secar su increíble torso. Tenía la cabeza baja y su perfil era tan perfecto como el resto de su cuerpo. Frente amplia y nariz recta. Pómulos perfectos y una fuerte mandíbula. Una boca hermosa y muy sensual, que se curvaba ligeramente, como si supiera algo muy descarado y completamente encantador a la vez…

«¿No deberías marcharte?».

Sí. Eso era exactamente lo que ella iba a hacer. Y lo haría. Inmediatamente.

–Creo que verías mejor desde aquí –dijo el hombre de repente, mientras señalaba hacia la orilla, justo enfrente de él.

Willow se quedó petrificada. La voz era profunda y tan sugerente como el terciopelo, su acento aristocrático y, sin embargo, con una entonación que sugería que había pasado mucho tiempo en otros lugares que no eran Inglaterra. Aquella voz tensó algo dentro de su cuerpo, algo que Willow ni siquiera sabía que existiera.

Ignoró la sensación y se quedó totalmente inmóvil. No podía estar hablando con ella. Estaba perfectamente oculta por los arbustos y era imposible que él la hubiera visto. Ni siquiera había mirado en su dirección.

Tal vez estaba hablando con otra persona, con alguien que ella no había visto. O por teléfono. No, eso era una estupidez. Acababa de salir del lago y, dado su estado de desnudez, resultaba evidente que no tenía el teléfono encima.

–Ha sido el pelo, por cierto –prosiguió él inclinándose una vez más sin prisa sobre la ropa para tomar un par de bóxer negros–. Si te estabas preguntado cómo he podido verte. Es muy brillante. Yo te sugeriría que, la próxima vez que quieras ocultarte entre los arbustos para espiar a alguien, te lo cubras con un pañuelo.

Dios santo. Sí que estaba hablando con ella.

Una profunda sensación de vergüenza se apoderó de ella, caldeándole el cuerpo de un modo que no había experimentado desde hacía años. Se sentía como si, de nuevo, volviera a ser una niña indefensa y avergonzada mientras su padre le hablaba con aquella voz tan fría y distante. La voz que él solo utilizaba cuando Willow había hecho algo malo.

«Has hecho algo malo. Has invadido la intimidad de este hombre».

La rabia se apoderó de ella rápidamente, pero decidió que no se iba a enfadar. Aquello no ayudaría en nada. Sus sentimientos eran peligrosos y necesitaba mantener la distancia con ellos. Lo que debía hacer era admitir su indiscreción, disculparse ante él y prometerle que aquello no volvería a ocurrir.

Respiró profundamente para tratar de aliviar el nudo que se le había hecho en el estómago y salió de entre los arbustos.

El hermoso hombre se irguió, aún desnudo, con la camiseta en una mano y la ropa interior en la otra. No parecía estar avergonzado, aunque, en realidad, no tenía nada por lo que estarlo. Simplemente, era lo más magnífico que Willow había visto en toda su vida.

Tenía los ojos profundos, de un hermoso color azul oscuro, que provocaron un profundo impacto en Willow en el momento en el que su mirada se cruzó con la de ella, como si fuera una potente descarga eléctrica. El aire se escapó de sus pulmones y la mente se le quedó totalmente en blanco.

Entonces, él sonrió y Willow se olvidó de dónde estaba. Se olvidó de quién era. Aquella sonrisa era cálida, malvada y sensual al mismo tiempo. La hacía sentirse acalorada y febril a la vez, aunque no tenía ni idea por qué. No comprendía por qué una simple sonrisa podría provocarle todas aquellas sensaciones.

Era peligroso.

El pensamiento surgió de la nada. Era algo instintivo y que no tenía ningún sentido. No se mostraba amenazador y Willow no recibía sensaciones extrañas por parte de él. Simplemente estaba allí, de pie, sonriéndole.

–¿Te gustaría seguir mirando? –le preguntó él con la picardía reflejada en aquellos profundos ojos azules–. ¿O puedo vestirme?

A Willow le costó reaccionar.

–Lo siento mucho –dijo con voz ronca–. Oí ruidos en el agua y vine a ver qué era lo que estaba ocurriendo–. ¿Es usted consciente de que está en una propiedad privada? –añadió, porque, a pesar de todo, él no debería estar allí.

–Sí, claro que lo sé –respondió él. La diversión que estaba experimentando pareció acrecentarse–. Eso es precisamente el allanamiento, ¿verdad?

Entonces… ¿aquello era deliberado? No tenía ningún sentido. ¿Por qué infringía la ley deliberadamente? ¿No le preocupaba que lo denunciara a la policía?

Se irguió en toda su altura, que era considerable, consciente al mismo tiempo que él era mucho más alto que ella. Aquello la irritó profundamente. Tampoco ayudó que él no hiciera el menor esfuerzo por cubrirse o vestirse.

–Bien –dijo Willow fríamente–. Le sugiero que se vista y se marche de esta finca inmediatamente. El guardés no es muy considerado y podría decidir llamar a la policía.

–Lo tendré en cuenta –dijo él con voz seca–. ¿Eres la dueña, tal vez?

–No, vivo en la casa de al lado. Tengo permiso.

Aquello era cierto. Su padre y el anterior dueño de Thornhaven, el difunto duque de Audley, eran amigos antes de que el duque se convirtiera en un ermitaño. Siempre habían tenido una especie de acuerdo sobre los paseos de Willow cuando era niña. A su padre le había venido bien que ella saliera de la casa porque para él, la pequeña era una molestia.

–Entiendo –replicó el hombre inclinando la cabeza. Entonces, los ojos reflejaron una extraña y malvada luz–. ¿Has terminado de mirar?

Willow volvió a sonrojarse, pero decidió ignorarlo con la misma determinación que la primera vez. Si él podía mostrarse tan tranquilo en la situación en la que se encontraban, también ella podía estarlo.

–Sí, creo que sí –repuso ella con desaprobación–. Después de todo, no hay mucho que ver.

Él se rio.

–No voy a ser yo quien te contradiga –dijo–, pero el rubor que cubre tus mejillas parece que indica otra cosa.

«Sí, es muy peligroso».

–El rubor que cubre mis mejillas tiene más que ver con verme frente a frente con un desconocido desnudo que con otra cosa –replicó–. Se podría poner unos pantalones, ¿sabe?

–Y tú también te podrías dar la vuelta.

Willow trató de apagar el fuego que sintió en las mejillas.

–Es un poco tarde para eso ahora, ¿no le parece?

–Así es –replicó él. El brillo de sus ojos cambió y se convirtió en algo totalmente diferente, más intenso aún–. En ese caso, no te importará si me tomo mi tiempo para hacerlo. Puedes seguir recogiendo moras o seguir aquí viendo cómo me visto. Ninguna de las dos opciones presenta un problema para mí.

Willow abrió la boca para decirle que no pensaba quedarse, pero él no esperó a que ella respondiera. Se dio la vuelta y se dirigió hacia el lugar donde tenía unos pantalones cortos y unas deportivas que parecían muy caras. Entonces, empezó a vestirse muy lentamente.

Sus movimientos tenían una gracia atlética que mantenía a Willow pendiente de cada uno de sus movimientos. Después de unos segundos, se dio cuenta de que, en vez de seguir recogiendo moras como había sido su intención, estaba allí, haciendo todo lo contrario.

Aquello era ridículo.

–Me voy ahora –anunció, tanto para él como para sí misma.

Él no respondió. Se había inclinado para atarse los cordones de las deportivas. El cabello negro le relucía bajo el sol.

Sin embargo, Willow era incapaz de moverse. Era como si su cuerpo tuviera mente propia y lo que quería era permanecer allí, cerca de él, algo que no tenía ningún sentido. A Willow le habían gustado un par de chicos mientras estaba en el instituto, pero no había habido nada desde entonces. Ni tenía tiempo ni deseo de tales cosas, sobre todo cuando su principal intención era cuidar de su padre y ganar el dinero suficiente para cubrir los gastos de ambos. Aquello era mucho más importante que admirar a un hombre. Entonces, ¿por qué seguía allí, fascinada por aquel hombre en particular? No lo comprendía.

Él volvió a incorporarse con la camiseta en la mano, pero no hizo ademán alguno de ponérsela. Cuando se volvió a mirarla, con su espléndido cuerpo aún casi por completo al descubierto, no sonrió.

De repente, Willow comprendió que el peligro que había sentido antes estaba a punto de materializarse. Lo más extraño de todo fue que, en vez de miedo, lo que sintió fue una profunda excitación que le recorrió todo el cuerpo.

«Sabes que esto está mal. Márchate de aquí».

El aire entre ellos parecía restallar de la tensión. Era cálido y eléctrico, como ocurría siempre antes de una tormenta de verano.

Willow tenía que marcharse, alejarse de él y de su turbadora presencia. Alejarse de un sentimiento que no debería ser la excitación que le aleteaba en el vientre y que le producía la sensación de tener las alas de mil mariposas batiéndose a la vez en su interior. Debía alejarse de una respuesta física que sabía que era errónea y mala para ella, pero que, desgraciadamente, era incapaz de ignorar por mucho que se esforzara.

Sin embargo, no se movió. Permaneció exactamente en el mismo lugar en el que estaba. Entonces, él empezó a dirigirse hacia ella, como un enorme felino acechando a su presa, moviéndose con determinación, acercándose a ella sin dudas hasta que Willow pudo ver las gotas de agua reluciendo sobre la piel que él no había llegado a secarse. Pudo oler también el fresco aroma del lago en su cuerpo, entremezclado con algo más cálido, más especiado y profundamente masculino.

La respiración de Willow se entrecortó. ¿Los hombres siempre olían así de bien o solo era él?

Era tan alto que tuvo que echar la cabeza totalmente hacia atrás para mirarlo, algo que no recordaba haber tenido que hacer antes.

–Mírate –murmuró él. Su voz cálida y profunda se dirigió a ella con una familiaridad que la mantuvo totalmente arraigada al suelo–. Tienes hojas en el pelo –añadió mientras extendía la mano para quitarle algo del cabello, un gesto que ella no le pudo impedir–. También te pareces a Diana, la cazadora. ¿Lo sabías? –comentó mientras le quitaba otra hoja–. ¿Qué estabas cazando, Diana? ¿A mí, tal vez? Bueno, pues puedes dejar de cazar ahora. Ya me has atrapado…

Entonces, sin dudarlo, le deslizó los dedos de una mano entre el cabello y se lo agarró con fuerza, sujetándola con firmeza, pero delicadamente a la vez. La ligera presión obligó a Willow a levantar aún más el rostro.

Ella estaba totalmente cautivada. El corazón le latía con tanta fuerza que no era capaz de escuchar nada más. Tampoco podía ver nada que no fueran aquellos ojos del color del cielo de medianoche. Nadie la había tocado nunca así. Nunca había tenido a un hombre tan cerca.

El deseo se despertó dentro de ella, un deseo prohibido y desesperado, aunque no tenía ni idea de qué era lo que deseaba.

Sin embargo, él sí parecía saberlo porque murmuró:

–Ha llegado el momento de tomar tu trofeo, mi cazadora.

Entonces, se inclinó sobre ella y le cubrió la boca con la suya.

 

 

Achilles Templeton, séptimo duque de Audley y conocido en las revistas del corazón simplemente como Temple, estaba acostumbrado a besar a mujeres a las que no conocía.

Lo había hecho en muchas ocasiones y siempre era un placer. Las mujeres en general eran un placer para él y se aseguraba siempre de que ellas pensaran lo mismo. Sin embargo, normalmente dedicaba sus atenciones a mujeres de mundo a las que conocía en fiestas, mujeres experimentadas que sabían perfectamente quién era y lo que podían esperar de él, no completas desconocidas que entraban en fincas de su propiedad y que terminaban con hojas en el cabello después de espiarle desde los arbustos mientras se bañaba.

De hecho, no comprendía qué era lo que le había empujado a besar a aquella desconocida en particular. Si ella lo hubiera sorprendido mientras corría, Achilles podría haberlo achacado a la adrenalina. Sin embargo, no tenía la adrenalina muy alta mientras salía del agua. No. Más bien estaba frío como el hielo, como era su estado habitual, ejerciendo un férreo control sobre su cuerpo, tal y como había estado desde que llegó a Thornhaven aquella mañana para ocuparse de los asuntos de su padre.

Sin embargo, en la vieja casa había encontrado demasiados fantasmas, por lo que había decidido salir a hacer ejercicio para librarse de ellos. Había salido a correr casi inmediatamente después de que llegó, pero ni siquiera el ejercicio y un baño en el helado lago de Thornhaven habían podido aplacar el miedo que sentía en su interior, un miedo que se había apoderado de él en el instante en el que atravesó el umbral de la casa. Un miedo que ni siquiera la distancia había hecho desaparecer.

Había sido aquella mujer la que le había proporcionado la distracción que necesitaba.

Había visto el brillante cabello al salir del agua y se había divertido mucho al ver cómo ella trataba de permanecer oculta, pero la diversión desapareció cuando ella salió de entre los árboles.

Alta, escultural, con el cabello cayéndole por la espalda, su rostro era una hipnótica combinación de los rasgos de una mujer muy sensual con una corriente. Sus ojos tenían un intenso tono marrón dorado, como el del más fino de los topacios. Sobre lo que llevaba puesto, después ya no lo pudo recordar. Sin embargo, sí sabía que era una diosa hecha mujer y que el modo en el que lo miraba era como si nunca en toda su vida hubiera visto a alguien como él, como si se estuviera muriendo de calor y sed y él fuera un vaso de agua fría como el hielo…

Las mujeres lo miraban constantemente con niveles variados de deseo y avaricia, pero no recordaba que nadie lo hubiera mirado con admiración y aquello lo golpeó con fuerza. Y consiguió que el miedo se diluyera.

Su intención había sido tan solo quitarle las hojas del cabello. Al menos eso era lo que se había asegurado mientras caminaba hacia ella. La química entre ambos chisporroteaba como la leña en una ardiente hoguera.

No había querido agarrarle el cabello ni inclinar la cabeza para besarle la hermosa boca. De hecho, ella habría tenido todo el derecho de abofetearlo y llamar a la policía. Sin embargo, no lo había hecho.

Ni siquiera se había movido. Se había limitado a mirarlo con el deseo ardiéndole en los ojos y una pregunta que ella probablemente ni siquiera sabía que le estaba haciendo.

Por ello, Achilles le había respondido. Sin pensarlo.

La boca era cálida, pero podía sentir la tensión que la atenazaba. El shock. Por ello, permaneció inmóvil, con los labios descansando ligeramente sobre los de ella, esperando que ella lo apartara de su lado o le devolviera el beso.

Willow sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo, como si hubiera estado librando una batalla interna y una parte de ella se hubiera rendido. Entonces, suavizó los labios bajo los de él, abriéndolos para franquearle el acceso.

Achilles le agarró con fuerza el cabello al notar el sabor de las moras y luego algo más dulce, como la miel. El deseo se apoderó de él y profundizó el beso antes de que fuera consciente siquiera de que lo había hecho. Comenzó a explorar la boca, persiguiendo aquel sabor dulce y ácido a la vez.

Ella dejó escapar un suave sonido y Achilles sintió que los dedos le rozaban ligeramente el torso. Le pareció que una estrella había caído del cielo sobre su piel.

Ardía. Aquel contacto le centró y lo ayudó a librarse de la turbadora sensación de irrealidad que el hecho de regresar a Thornhaven siempre parecía producir en él. La sensación de desvanecerse en la nada, de convertirse en un fantasma…

De repente, el tacto cálido de sus dedos cambió y su mano ya no descansaba en su pecho, sino que lo empujaba con fuerza, alejándolo.

No quería dejarla marchar porque sabía que, si lo hacía, las sensaciones que había estado experimentando antes regresarían. Sin embargo, jamás se imponía sobre nadie que no lo quisiera, así que abrió las manos y dejó que ella lo empujara.

El brillo de los ojos de aquella mujer se había convertido en oro líquido bajo la luz del sol. Tenía las mejillas arreboladas y los labios henchidos y rojos. El pulso le latía con fuerza en la base de la garganta.

–Yo… No sé… No puedo….

Se quedó en silencio, mirándolo fijamente.

Entonces, antes de que Achilles pudiera decir nada, ella recogió la cesta, que se le había caído al suelo, se dio la vuelta y salió corriendo por el sendero que rodeaba el lago.

Él se quedó inmóvil, luchando contra el deseo de salir corriendo detrás de ella para tumbarla sobre el suelo del bosque y distraerse con ella, hundiéndose en su esbelto y hermoso cuerpo.

Sin embargo, siempre controlaba sus deseos y no le gustaba lo descontrolado que aquello le hacía sentir. Además, él nunca había perseguido a ninguna mujer porque siempre se ofrecían a él con facilidad. No pensaba empezar en aquel momento, por muy atractiva que la idea le pudiera parecer.

Ella había dicho que era la vecina. No estaría bien que tomara posesión de Thornhaven molestando a la vecina.

Se quedó inmóvil, respirando profundamente hasta que logró controlar su deseo. No comprendía en qué había estado pensando para besarla de aquella manera, pero no volvería a ocurrir. De aquello estaba totalmente seguro.

Tal vez era famoso por sus apetitos, pero sus apetitos siempre estaban bajo control. Nunca permitía que lo dominaran. Era él quien ponía a las mujeres de rodillas y nunca a la inversa.

Sintiéndose más tranquilo consigo mismo, Achilles volvió hacia la casa corriendo. Tal vez podría llamar a una de sus amantes favoritas para invitarla a pasar el fin de semana allí, en la salvaje campiña de Yorkshire. Probablemente no querría. Jess era una chica de ciudad, pero le gustaba el sexo con Achilles y tal vez aquello bastaría para convencerla. Él era muy bueno.

Estaba a punto de llegar a la casa cuando su teléfono móvil empezó a sonar. Al mirar la pantalla, vio que se trataba de Jane, su asistente personal, lo que indicaba que había algún problema.

–¿Qué ocurre?

–Hay un problema con el testamento –dijo ella sin andarse por las ramas.

–Explícate.

–Acaban de llamarme los abogados. Aparentemente, tu derecho sobre la casa está en duda. Hay ciertas… condiciones en el testamento que se pasaron por alto.

No le sorprendió. Incluso después de muerto, Andrew Templeton seguía torturándolo.

–¿De qué se trata?

–Tienes que estar casado –dijo Jane. Entonces, dudó.

Achilles sintió que todo su cuerpo se tensaba. Había algo más.

–¿Y?

La voz de Jane sonó muy cautelosa cuando volvió a tomar la palabra.

–Y también debes tener un hijo varón.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Una semana más tarde, Willow estaba en el despacho de su padre limpiando bien el polvo. Era una habitación pequeña, pero muy acogedora, en la parte trasera de la casa con vistas a la rosaleda que ella se esforzaba tanto por mantener desde que su padre ya no podía cuidarla. En realidad, ya no tenía aspecto de jardín, dado que ella sabía muy poco sobre el cuidado de las rosas. Sin embargo, como no se podía permitir contratar a un jardinero, era eso o nada.