Arquitectura de siglo XX - Ernesto Ballesteros Arranz - E-Book

Arquitectura de siglo XX E-Book

Ernesto Ballesteros Arranz

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Beschreibung

eBook Interactivo. El hierro, el cemento y el vidrio revolucionan la construcción del siglo XX que dan lugar a dos grandes estilos: el racionalismo y la arquitectura orgánica, cuyos representantes más destacados fueron sin duda Le Corbusier y Lloyd Wright, entre otros muchos autores que transforman definitivamente la construcción arquitectónica. Los rascacielos ponen la nota imperativa del nuevo siglo y se extienden por todo el mundo.

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La arquitectura tuvo una extraordinaria explosión en las prime-ras décadas de 1900, similar a las que había de tener la pintura y la escultura. El siglo XX, que ha sido frecuentemente definido como siglo de la violencia, etc…, tenía nuevas necesidades, sentía de manera distinta las infinitas posibilidades de convivir con las circunstancias que responden a eso que llamamos «vida». A principios del siglo XX ya se otea en el horizonte un cambio sustancial de la vida europea. Cuando se produce un cambio en la vida de una nación (mucho más de todo un Continente) surge un hombre nuevo, un tipo humano desconocido y vigoroso. Un hombre nuevo necesita un espacio nuevo, un espacio adaptado a sus posibilidades, que siempre son otras y distintas de las del hombre anterior. La arquitectura, como creación de espacios vitales en los que el hombre debe habitar, es uno de los medios más indicados para sintomatizar un cambio en la vida humana. ¿Se produjo este cambio en el siglo XX? ¿La arquitectura del siglo XX es tan revolucionaria, tan violenta como lo han sido las manifestaciones políticas, sociales, morales, del mismo siglo?

La arquitectura es un arte cargado de técnica y de utilitarismo, que depende mucho más de las necesidades materiales del hombre que la pintura o la escultura, pongamos por caso. Y precisamente por ser el arte social por antonomasia, es el que mejor detecta los cambios sociales. Si volvemos la vista atrás, vemos que el arte que mejor define una época es la arquitectura: las pirámides, el zigurat, el templo griego, la catedral medieval, la iglesia renacentista o el palacio italiano, la espectacular basílica barroca etc... Si queremos hacernos una idea rápida y certera de lo que es una época desde el punto de vista de su arte y su sensibilidad, debemos volver nuestra mirada hacia las producciones arquitectónicas. Son el mejor signo, la mejor señal, de su fisonomía social.

Pero en nuestra vista panorámica de la arquitectura contemporánea encontramos una seria dificultad. Hay muchos menos estudios críticos de este campo que de cualquier otro de nuestro siglo. La literatura crítica sobre la pintura y escultura del siglo XX es prácticamente inagotable. Los estudios sobre arquitectura son numerosos, pero mucho más reducidos que los de aquéllas. Sobre todo, las visiones de conjunto son especialmente escasas.

El primer problema que debemos plantearnos cuando nos enfrentamos con la arquitectura del siglo XX es el siguiente: ¿en qué medida han influido las transformaciones técnicas en la nueva concepción arquitectónica? La ingeniería ha limitado siempre estrechamente a la arquitectura. Es forzoso, pues, que en un siglo de tanto desarrollo de esta técnica se hayan producido cambios importantísimos en aquellos límites que encierra toda obra arquitectónica. Algunos tratadistas han afirmado que la arquitectura de este siglo es un producto genuinamente funcional, es decir, adaptado a las posibilidades técnicas que la época le brindaba y a las necesidades humanas del hombre que estaba destinado a utilizarla. Esto es reducir innecesariamente la arquitectura a su ámbito puramente utilitario. Y la arquitectura, que tanta utilidad reporta, no es «meramente» utilidad. Hay en las producciones arquitectónicas de nuestro tiempo un secreto designio de ser como son, independientemente del material que empleen o de los recursos que les brinden la ingeniería y los nuevos hallazgos técnicos. Todo esto es lo que trataremos de mostrar visualmente en las siguientes imágenes. En el eterno juego de la forma y la función, de lo bello y lo útil, no podemos ni debemos inclinarnos unilateralmente por uno o por otro. Bien es cierto que existen obras que son más bellas que útiles y otras que son más funcionales que formales. Pero esto no quiere decir que no haya que considerar ambos valores en todas ellas, sobre todo cuando estamos contemplando una obra de arte. Por otro lado, esto es lo que distingue una obra artística de un producto de la artesanía. La obra artística es predominantemente bella, ingeniosa, original. El objeto artesano o industrial busca, sobre todo y ante todo, la utilidad, la función. La arquitectura moderna se ve en el mismo dilema que la pintura y la escultura: debe unificar el nuevo mundo de la máquina y la industria de consumo con los secretos resortes de la sensibilidad humana.

En un principio, la arquitectura no supo resolver este duelo. Ni podía desdeñar las nuevas técnicas constructivas, ni se atrevía a imponer unas formas dimanadas exclusivamente de estas posibilidades técnicas, rompiendo alegremente, bruscamente, con todo lo anterior. Por eso los edificios construidos en la primera década de 1900 conservan por fuera las características de los edificios del pasado y sólo en el interior, en el esqueleto, se atreven a imponer una concepción moderna.

El gran material, llamado a revolucionar la arquitectura moderna, es el acero. Al principio sólo se utilizaba como elemento accidental de apoyo o ayuda. Aparece siempre encubierto por los demás elementos del edificio. Pero como su eficacia no admite dudas, llega a convertirse, al hilo del tiempo, en el verdadero sostenedor del edificio, mientras que los otros elementos, antaño arquitectónicos, se convierten en elementos decorativos que revisten una estructura férrea. Es preciso esperar algún tiempo hasta que el hierro se atreva a proclamar su realidad a los cuatro vientos. El empleo del hierro no es nuevo en nuestro siglo. Los musulmanes lo emplearon en algunas construcciones a modo de vigas o tirantes para soportar presiones intensas. Los góticos también hicieron uso esporádico de su fortaleza. Lo que es nuevo en nuestro siglo es la sistemática asiduidad de su empleo.

La primera obra que se hace enteramente de hierro es el puente de acero sobre el río Severn, construido por los ingleses en 1779. Otro precedente decisivo es la armadura de la cubierta de la Halle áu Blé, de París (1802), mandada construir por Napoleón en vista de que un incendio había arrasado la cubierta anterior. Por vez primera, en la construcción de esta cubierta se asocian el ingeniero y el arquitecto.

Situémonos, después de este planteamiento general y en vista de tan notorios precedentes, en el momento mismo del nacimiento de la nueva arquitectura. La falta de una obra general que sintetice de modo elemental y rápido toda la arquitectura occidental nos obliga a ir dando saltos de nación en nación, en búsqueda de los principales creadores de construcciones arquitectónicas modernas.