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eBook Interactivo. Una sensibilidad y una cultura tan explosiva y sorprendente como la de este siglo produce un arte semejante, que pretende fundir todos los hallazgos anteriores de un modo demasiado controvertido. Pese a todos sus descubrimientos particulares, el arte del XIX no consigue un sello de calidad como los siglos anteriores (Renacimiento y Barroco, por ejemplo), sino que mezcla todos sus descubrimientos para hacer brotar diversos estilos poco convincentes.
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ÍNDICE
EL ROMANTICISMO
ARQUITECTURA
ESCULTURA
PINTURA
LA CORRIENTE REALISTA
OTRAS PUBLICACIONES
Este tema comprende las principales manifestaciones plásticas del siglo XIX. Los comienzos del mismo (hasta 1830, aproximadamente, y en algunos casos hasta finales del XIX) están representados por la estética neoclásica que hemos unido al rococó y aparece en el tema 37 de esta colección. Igualmente hemos separado de este capítulo la corriente impresionista, que domina el último cuarto del siglo XIX en la mayoría de los países de Europa, si bien convive con la tendencia realista durante varias décadas. Lo hemos hecho así porque la importancia y cantidad de las obras impresionistas nos aconsejaban esta decisión. De modo que, aunque el título del tema es el «Arte del siglo XIX», se ve realmente limitado al arte del segundo y tercer cuarto de siglo únicamente. Más o menos, desde 1825 a 1875. Este período central del siglo XIX está dominado en Europa por dos tendencias principales: el romanticismo y el realismo. Ambas son el objetivo central de nuestra exposición. Hemos considerado necesario separarlos, a fin de facilitar cualquier tarea didáctica que se emprenda con el libro y porque, al mismo tiempo, no lo juzgamos perjudicial en absoluto para el lector que quiera tener una visión en conjunto del arte decimonónico. Roman-ticismo y realismo son los dos hijos de la sociedad del XIX, los más representativos.
El neoclasicismo anterior es todavía una pervivencia del siglo XVIII. El Impresionismo es la aurora de una nueva época y justifica por sí solo la importancia que le hemos concedido. Esperamos haber acertado en esta fragmentación que, por otro lado, es la tradicional.
Hacia 1830, coincidiendo con las temibles sacudidas revolucionarias que conmovieron Europa, se siente un cambio profundo en los gustos europeos. La moda neoclásica, amante del orden y el equilibrio, de la serenidad y la cultura adquirida, deja paso a una sensibilidad nueva llena de subjetivismo y emoción. Decía Novalis: «Ser romántico es dar a lo cotidiano un sentido elevado, a lo conocido la dignidad de lo desconocido, a lo finito la categoría de lo infinito».
Es una buena definición del hombre romántico. El hombre romántico se subleva contra las cosas, no quiere aceptarlas, no quiere comprender en ellas su limitación y su miseria, pero también descubre su propio perfil que, sin las cosas, nunca comprendería. El artista romántico no se conforma con lo que ve. Se siente obligado a recubrir el mundo con un barniz lírico que extrae de su intimidad. Por eso dice C. D. Friedrich: «El pintor no debe pintar sólo lo que ve fuera, sino también lo que ve en sí mismo». El artista romántico es un autobiógrafo constante.
Lo primero que tiene que hacer el romántico para dejar sentado su arte es aniquilar los estilos pasados, tanto el rococó como el neoclasicismo. Pero, en su decisión de arrasar todo lo anterior -que se nota tanto en el arte como en la política-, descubre un gran peligro que lo amenaza. Si prescinde de todo lo anterior, ¿de dónde saca material para abastecer su sensibilidad? No puede extraerlo del reciente pasado. Ni el clasicismo ni el rococó complacen sus necesidades. Tampoco el barroco, que en Francia había sido igualmente clasicista. Desmienten con gran atrevimiento el valor del Renacimiento, que nunca, hasta entonces, había sido puesto en duda. El Renacimiento es una época segura, potente, lanzada a vivir hacia afuera. Los románticos no pueden estar seguros de sí mismos, porque sólo creen en su intimidad y ésta les gasta continuamente malas pasadas. Kant había abierto un peligroso sendero. No existen las cosas, no podemos conocerlas, dijo; lo único cognoscible son los fenómenos, y aún ellos, en una medida muy deformada por el esquema mental subjetivo. Hegel, en un alarde de filosofía romántica, se atreve a decir algo así como: el mundo no existe; sólo existe el Espíritu. El sujeto es una débil y parcial toma de conciencia del Espíritu. Lo mismo siente el artista. Lo exterior, lo que nos rodea, no tiene sentido. Sólo vale lo íntimo, lo subjetivo, lo confuso, lo espiritual. En su defecto, también son válidos los paisajes lejanos los Imperios legendarios, las épocas obscuras. ¿Qué época más obscura que la Edad Media?.
Hacia ella vuelcan su interés los románticos. Se enamoran de la Edad Media. La estudian con ansia, con furia, como nadie había estudiado tal periodo. El romántico siente la Edad Media como una Edad de Oro: tranquila, plena e indefinidamente perdida. Un sentimiento de nostalgia le oprime y acongoja. No por la Edad Media, sino porque, volcado en su interior, se da cuenta de que su interior está vacío. Pero cuanto más vacío encuentra su interior, cuanto más problemática siente su intimidad, cuanto más irracional se descubre, más ahonda y profundiza en la búsqueda de valores.