Asesinos en serie - Miguel Mendoza Luna - E-Book

Asesinos en serie E-Book

Miguel Mendoza Luna

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Beschreibung

Los asesinos en serie son la más peligrosa anomalía de nuestra especie, una clase de seres humanos que encuentran placer por medio de la perversión y la violencia extrema erigidas sobre sus numerosas víctimas. En este libro abordaremos la oscura galería de los casos históricos más relevantes, clasificados en diversas tipologías, y revelaremos las biografías de las personas que llevaron a la realidad sus fantasías sádicas de poder y control, una y otra vez, como si se tratará de contar un relato episódico de interminable crueldad. En estos impactantes archivos se nos revelará que estos monstruos humanos logran pasar inadvertidos la mayor parte de sus vidas, tras máscaras bondadosas, y estar más cerca de lo que creemos.

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Este libro incluye temas y contenidos altamente sensibles, presenta descripciones de actos violentos y criminales. Es solo para lectores mayores de edad. No es un manual de criminología, ni debe usarse como tal; es un libro de divulgación sobre diversas teorías y casos de asesinos en serie a lo largo de la historia. Está basado esencialmente en información bibliográfica, documentales y textos teóricos sobre la mente criminal.

La intención del libro es generar conciencia sobre la maldad humana y sus peligros; de igual manera, quiere acercar al lector a la comprensión del funcionamiento de las mentes psicopáticas, así como revelarle diversos casos a lo largo de la historia. En ningún momento busca hacer apología de los asesinos en serie. Por el contrario, su enfoque rechaza totalmente sus acciones y respeta la memoria de las víctimas y sus familiares.

ASESINOS EN SERIE. Mentes Criminales

©2024 Miguel Mendoza Luna

Reservados todos los derechos

©️Testigo Directo Editorial SAS

Primera edición, octubre 2024

Bogotá D. C., Colombia

Editado por: ©️Testigo Directo Editorial SAS

E-mail: [email protected]

Teléfono: (601) 2888512

Web: www.testigodirectoeditorial.com

ISBN: 978-628-96284-1-8

Editor: Testigo Directo Editorial

Productor ejecutivo: Rafael Poveda

Directora editorial: Karen Arias

Edición: Javier R. Mahecha López

Maqueta de cubierta: Miguel Maldonado

Maquetación: David A. Avendaño

Foto de autor: ©️Emma Mendoza Díaz

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Impreso por Multi Impresos SAS

Hecho el depósito de ley.

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Contenido

Advertencia

Prólogo 13

¿Qué es un asesino en serie? 20

Jack el Destripador: el origen del mal 97

Asesinos, caníbales y vampiros 120

Estranguladores 142

Doctores de la muerte 159

Mujeres asesinas 172

Parejas asesinas 190

Máscaras del encanto 206

Los once más peligrosos del mundo 237

El verdadero rostro del perdedor 271

Otros casos de asesinos en serie 291

Crímenes sin resolver: asesinos en serie nunca atrapados 302

La ficción y los asesinos en serie 326

Bibliografía 353

Para todos aquellos interesados en descifrar la mente criminal,

para todos los que se han preocupado por entender

y combatir la maldad humana en sus formas más terribles,

para los que luchan con monstruos y no quieren convertirse en ellos,

para los que creen que la batalla contra el mal también se libra en la mente.

Prólogo

Monstruos humanos entre nosotros

La más peligrosa anomalía de los seres humanos es la maldad, de la cual deriva su terrible capacidad para causar daño. Sí, lamentablemente somos la única especie que siente placer a través de la crueldad erigida contra otros. Se nos suele definir como una especie empática y bondadosa; por eso mismo cuando carecemos de esas cualidades emerge de nosotros una fuerza destructora y letal. Uno de los fenómenos de esta maldad extrema son los llamados asesinos en serie, personas que matan de forma episódica, violenta, perversa, cuyas vidas se convierten en una especie de relato del terror, donde en cada nuevo episodio buscan aumentar su nivel de perversión.

A lo largo de toda la historia del ser humano, en todos los rincones del planeta, se pueden rastrear cientos de casos de asesinos que cometieron diversos homicidios sin más motivo que la fantasía de llevar a cabo un acto violento. Lamentablemente el fenómeno del asesino en serie ha estado presente en todo tipo de sociedades y no ha desaparecido. Esto resulta aterrador y a la vez preocupante, y nos debería conducir a cuestionarnos como individuos y como sociedad sobre los motivos que hacen posible que, una y otra vez, surjan mentes criminales que enfocan su vida hacia la maldad.

Por supuesto, las dos primeras décadas de este siglo han traído desastres y calamidades inéditas para la humanidad, y el desajuste social y ambiental ha puesto en jaque a nuestra especie, pero no por ello debemos desentendernos de la preocupación por el evidente auge de la maldad y de la psicopatía en todas las esferas humanas actuales. Los asesinos en serie, antes que eso, son personas que encaminaron su pensamiento y su conducta hacia la crueldad extrema, esto sigue siendo desconcertante y nos debería seguir llamando con urgencia a entender sus causas.

Este libro tiene como objetivo ofrecer información sobre el funcionamiento de la mente criminal y dar a conocer algunos de los casos más impactantes, así como analizar el comportamiento de los asesinos en serie bajo la premisa de que ni nacen ni se hacen, sino que se autofabrican. Es decir, que la maldad que caracteriza a este tipo de asesinos podría ser el resultado de sus propias decisiones y no solo de traumas o de un mal funcionamiento biológico. Entonces, este contenido de consulta y divulgación, más que un manual criminológico, tiene un enfoque amparado en la reflexión y análisis de que los seres humanos somos un producto de nuestra propia conciencia, y si esa conciencia se oscurece pueden emerger monstruos a partir de nuestras propias decisiones.

A partir de las indagaciones de Robert Ressler, quien fuera agente del fbi, y su larga experiencia con asesinos en serie, de los referentes fundamentales del estudio sobre psicópatas aportados por el profesor Robert Hare (investigador en el campo de la psicología criminal, profesor emérito de la Universidad de British Columbia), del doctor Vicente Garrido (reconocido criminólogo y psicólogo español), de las biografías recopiladas por autores de crímenes reales como Colin Wilson y David Everitt y de otras fuentes sobre criminales famosos —como el Diccionario del crimen, de Oliver Cyriax—, se configura en estas páginas la síntesis informativa más completa posible sobre las características psíquicas, el modus operandi, las tipologías, las formas de capturar a las víctimas y las intrincadas biografías de asesinos en serie de diferentes partes del mundo.

Debo agregar que la lectura de Cazadores de humanos, de Ellyott Leyton, me abrió nuevas perspectivas para descifrar la configuración de las personalidades psicopáticas y sociopáticas; de igual manera la obra del doctor Carlos Climent, La locura lúcida, me ofreció nuevas luces para comprender aspectos importantes de la forma en que se desenvuelven los antisociales y su funcionamiento emocional frente a los nuevos entornos. Otra fuente importante que le ha dado un camino claro a esta investigación es Las raíces del mal, de John Kekes, en sus páginas se definen los factores que determinan y dan origen a las acciones malévolas de los humanos.

Es importante aclarar que en ningún momento el tono y la intención de esta publicación pretenden ser apologéticos; por el contrario, se busca exponer de forma crítica la crueldad de seres carentes de compasión a los que ningún ser humano debería imitar jamás. Su intención sigue siendo la de guiar al lector e introducirlo en un territorio informativo que le revelará las claves para descifrar el complejo funcionamiento de la mente de algunos seres humanos que han hecho del asesinato su fuente de placer.

En una primera parte, se define con precisión qué es un asesino en serie y cuáles son sus características generales, así como sus posibles clasificaciones, haciendo énfasis en su personalidad psicopática. En una segunda parte (que se inicia con el caso más impactante y enigmático de todos los tiempos y que se ha aceptado como el primer ejemplo moderno de un asesino en serie: Jack el Destripador), se hace un extenso recorrido por categorías relacionadas con el crimen serial, como son los caníbales, los estranguladores, los doctores de la muerte y los vampiros, donde el lector encontrará detallada información biográfica sobre varios criminales famosos y otros menos reconocidos. Asesinos de países latinoamericanos y una lista denominada «Los once más peligrosos del mundo», se suman a los anteriores archivos para conformar un completo panorama del crimen serial. Se incluyen casos recientes y algunas teorías complementarias.

Casos de mujeres, parejas homicidas, asesinos nunca atrapados e incluso asesinos propios de las ficciones literarias y cinematográficas completan el extenso recorrido por los diferentes tipos de asesinos en serie visibles a lo largo del siglo xx y hasta nuestros días.

Lo verdaderamente importante en esta travesía por los laberintos más oscuros de la maldad humana es analizar e intentar comprender cómo los rasgos que definen a este tipo de anomalías humanas lamentablemente se presentan en diferentes aspectos de nuestra sociedad actual e incluso en nosotros mismos.

Para emprender esta oscura travesía por los laberintos del mal, acudo a Robert Ressler, pionero de la investigación de asesinos en serie, cuando citaba una sentencia de Nietzsche: «Debemos tener cuidado al mirar al fondo del abismo porque el abismo también nos mira: el que lucha contra monstruos no debe convertirse en uno de ellos». En estas palabras subyace una advertencia, pero también una luz, una que anuncia que después de mirar al monstruo, su abismo, podemos emerger fortalecidos para jamás permitir convertirnos en algo parecido a ellos.

Este libro expone, desde un enfoque descriptivo y analítico, las características patológicas del perfil del asesino en serie. La información aquí presentada no pretende convertirse en un tratado especializado sobre la mente del criminal, pero ha procurado nutrirse de diferentes conceptos y teorías psicológicas y psiquiátricas relacionadas con los estudios en torno al fenómeno global de este tipo especial de criminal.

Internarnos en los laberintos criminales de los asesinos en serie es también una forma de reconocer y afirmar nuestra gran diferencia con tales monstruos; reconocer la peor forma de crueldad humana, la peor anomalía de nuestra especie es una oportunidad para comprender la necesidad de aferrarse y defender los valores sobre los que hemos edificado la emocionalidad, la compasión y el respeto por la vida.

El periodista Rafael Poveda tuvo la oportunidad de entrevistar a Luis Alfredo Garavito, uno de los peores asesinos en serie de la historia; en este encuentro, Garavito expresó que en el mundo, en nuestro país, había muchos otros como él, que no era el único. ¿Es entonces la maldad humana una condición innata que está agazapada en la mente de todos los seres humanos?; ¿somos todos potencialmente psicópatas? Este libro busca resolver estas y otras preguntas, resaltando a cada momento que si bien el mal está presente en algunos seres humanos, también existe en muchos otros la bondad capaz de repeler y combatir la oscuridad.

Así como existen cazadores de humanos, también existen cazadores de las mentes criminales; así como existe la oscuridad humana, también resplandecen las mentes de aquellos investigadores que han buscado descifrar los mecanismos de la maldad. Este libro está dedicado a las valiosas personas que han dedicado sus vidas, desde diferentes campos, a estudiar el comportamiento criminal y antisocial.

De igual manera, este libro reconoce y respeta la memoria de las víctimas y familiares de todos los casos aquí mencionados. Nadie jamás debería ser presa de ninguna forma de crueldad y violencia. El dolor y sufrimiento causado por los asesinos en serie no tiene justificación alguna y jamás debió ni debería suceder nunca más. Divulgamos esta información y estas historias con el espíritu de generar reflexiones que impidan, desde diferentes frentes, que estos casos se repitan en el futuro. Aunque, como ya se dijo, este libro no es un manual de criminología, la información aquí contenida busca contribuir al conocimiento sobre el funcionamiento de las mentes criminales y las consecuentes formas que nos permitan como sociedad protegernos y advertir la presencia de los monstruos humanos.

Los humanos somos un mapa neuronal complejo, un laberinto neuroquímico, un sofisticado mecanismo de recuerdos y también la manera en que elaboramos esos recuerdos. No somos por entero buenos, ni por entero malos. Somos emociones, sentimientos y, por eso mismo, seres que anticipan consecuencias; somos una identidad con cambios y transformaciones, contradictoria, ambigua y también capaz de encontrar el equilibrio; somos la mezcla de pasiones y deseos, algunos destructores, obsesivos, otros armónicos y esperanzadores; somos el resultado de la forma y el material de nuestros pensamientos, podemos envidiar o amar, destruir o crear, fabricar nuevos mundos o destruir los ya existentes; somos una máquina evolutiva que usa sus instintos para sobrevivir, y que también ha adquirido la capacidad de imponerse sobre los impulsos violentos. Pero, sobre todo, como lo señala Robert Louis Stevenson en el dilema de Jekyll y Hyde, somos seres capaces de elegir hacia lo peor o lo mejor de nosotros mismos.

Los asesinos en serie y muchos psicópatas son el resultado de nuestra elección hacia la oscuridad.

La batalla más importante del ser humano seguirá siendo el enfrentamiento entre el bien y el mal, y para estar de lado del bando correcto primero debemos desenmascarar la maldad, quitarnos nuestras propias máscaras y mirar hacia nuestro interior para reconocer quién habita allí en realidad.

Miguel Mendoza Luna

¿Qué es un asesino en serie?

El bautizo de un monstruo

Según el fbi, los asesinos en serie (o asesinos seriales, según traducción literal del inglés serial killers) son personas que matan por lo menos en tres ocasiones con un intervalo de tiempo entre cada asesinato. A diferencia de otro tipo de asesinos, en la mayoría de los casos se hace evidente el uso de violencia sexual y la expresión de un carácter sádico sobre las víctimas. Desde el punto de vista psiquiátrico, de acuerdo con los estudios del profesor Robert Hare, la mayoría de los asesinos en serie son psicópatas sexuales: sujetos sin conciencia, incapaces de ponerse en el lugar del otro, que encuentran placer en los actos de violar y matar o en otras formas de sadismo y tortura física y mental.

El término asesino en serie fue acuñado a finales de la década de 1970, por el entonces agente del fbi y experto en criminología Robert Ressler (1937-2013), como analogía con las series de televisión donde de manera dramática se deja al espectador en suspenso y a la espera del desarrollo del siguiente episodio. Al reconocer un tipo de casos donde los asesinos repetían comportamientos (rituales) y su nivel de agresión hacia las víctimas iba en aumento, Ressler intuyó que este tipo especial de criminal con cada nuevo homicidio perfeccionaba su modus operandi e introducía nuevos niveles de violencia.

En varios expedientes —como en los casos de David Berkowitz, Ted Bundy, Edmund Kemper y John Wayne Gacy—, el agente Ressler identificó cómo, homicidio tras homicidio, resultaba claro el aumento de la violencia física y sexual e incluso la sistematización de la forma de raptar y abusar de las víctimas. Esta situación le sirvió como evidencia para reconocer que la fantasía sádica de este tipo especial de criminal se iba perfeccionando con cada nuevo ataque.

Por medio de entrevistas con diferentes asesinos convictos (como Richard Chase, el Vampiro de Sacramento), Ressler logró refinar un perfil del asesino en serie prototípico. Ayudado por diferentes agentes con formación en psicología criminal, estableció diferentes parámetros para identificarlos y ayudar así a su captura.

El término asesino en serie se popularizó muy rápidamente en diversos escenarios. El mismo Ressler en el libro El que lucha con monstruos y en varias declaraciones contaba que, por medio de sus conferencias en diferentes facultades criminológicas y su intercambio de información con detectives y policías de todo el mundo, logró generar conciencia y conocimiento acerca de ese tipo particular de homicida.

Si bien la mayoría de los asesinos en serie han sido detectados en Estados Unidos, a medida que los cuerpos policiales y los criminólogos de todo el mundo se han dado a la tarea de estudiar casos similares, se ha reconocido que el fenómeno es una especie de pandemia. Tanto en países orientales como en Latinoamérica, hay muchos casos de este tipo de asesino episódico. Se habla de un auge de los asesinos en serie en las últimas décadas del siglo xx y muchos estudiosos de comportamiento antisocial humano insisten en que ciertos desajustes sociales y algunos elementos de la cultura de aquellos años pudieran haber favorecido el surgimiento de más casos de psicopatía. No obstante, el siglo xxisiguió registrando casos en diversas partes del mundo. Lamentablemente el síndrome del asesino en serie, el de la peor anomalía de nuestra especie, no ha desaparecido y sigue impactando de forma brutal a nuestras sociedades.

¿Antisociales, psicópatas, monstruos humanos?

La crueldad sexual, la perversión con sus víctimas, el placer que les produce torturar y matar y, por supuesto, el carácter episódico y ritual de sus crímenes convierten a los asesinos en serie en una tipología especial de homicida que requiere un análisis psicológico, psiquiátrico y criminológico particular.

Algunos teóricos del tema definen a los asesinos en serie según el trastorno antisocial de la personalidad (tap), cuyos parámetros son definidos en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (dsm), de la Asociación Psiquiátrica de los Estados Unidos, que contiene una clasificación de los trastornos mentales. Este trastorno de personalidad se caracteriza por la pérdida de la noción de la importancia de las normas sociales (leyes, derechos individuales). Los sujetos que sufren tap carecen de empatía y remordimiento, poseen una visión de la autoestima distorsionada y están en constante búsqueda de nuevas sensaciones (la mayoría de las veces mediante actos criminales); además, deshumanizan a las personas que los rodean (cosifican) y no se preocupan por las consecuencias de sus actos. Entre otros rasgos típicos de este trastorno se cuentan el egocentrismo, la megalomanía, la extroversión, la vanidad extrema, la impulsividad y la motivación por experimentar sensaciones de control y poder.

El factor que suele poner en tela de juicio que todos los asesinos en serie coincidan con el tap obedece a que dentro de sus criterios se señalan patrones delictivos durante la juventud (robos, piromanía, etc.), así como una personalidad irritable y agresiva, situaciones que no siempre se presentan; por el contrario, es muy frecuente que muchos asesinos en serie antes de sus actos homicidas no tengan historial alguno de comportamientos antisociales, y su personalidad no denotaba ningún tipo de carácter violento.

Otro sector de la comunidad científica insiste en que los asesinos en serie son en su mayoría psicópatas, más exactamente psicópatas sexuales (su motivación homicida está mediada por su perversión y se expresa en sus actos de degradación y asalto sexual de sus víctimas), un tipo especial de personalidad hasta el momento considerado incurable, cuyas fantasías sádicas los llevan a matar de formas ultraviolentas, con el único objetivo de sentirse gratificados sexualmente. Los estudios de Robert Hare, la autoridad mundial en el tema, y los preceptos de Hervey Cleckley (presentados en su libro La máscara de la sanidad, 1988) exponen que los psicópatas se caracterizan por no entablar relaciones emocionales verdaderas; son sujetos que no experimentan remordimientos, por eso interactúan con las demás como si fueran un objeto al cual pueden utilizar para conseguir sus objetivos y satisfacer sus propios intereses. No necesariamente tienen que causar algún mal, pero si actúan en beneficio de alguien o de alguna causa aparentemente altruista es solo por egoísmo, para su único y exclusivo beneficio. La falta de remordimientos del psicópata radica en la cosificación que hace del otro.

Los psicópatas crean sus códigos privados de comportamiento, por lo cual solo sienten culpa al infringir sus propios reglamentos y no los códigos comunes. Ellos disciernen entre el bien y el mal, por lo cual su comportamiento es adaptativo, y fingen comportarse adecuadamente, lo cual les permite pasar inadvertidos.

Aunque no presenten alucinaciones perceptivas ni trastornos cognitivos (alteración de la memoria, delirios psicóticos), los psicópatas se caracterizan por poseer necesidades especiales y formas atípicas de satisfacerlas, que por lo general implican comportamientos repetitivos (ritualización) y, por supuesto, actos de sadismo y perversión. El psicópata tiene claridad de sus actos, pero no experimenta piedad alguna por aquellos a quienes usa o ataca.

Además, tienen la denominada empatía utilitaria, que consiste en una habilidad para captar la necesidad del otro y utilizar esta información para su propio beneficio, lo que constituye una mirada en el interior del otro para reconocer sus debilidades y así manipularlo.

Vicente Garrido, criminólogo y psicólogo español del Instituto de Criminología de la Universidad Complutense de Madrid, insiste en que no todos los psicópatas son asesinos en serie, y viceversa; pueden ser estafadores, ladrones de cuello blanco e incluso personas exitosas que usan su poder para manipular y sacar provecho de otros. Algunos encuentran a través del homicidio, la violación y otros actos de extrema violencia (mutilación, canibalismo, actos de necrofilia) la forma de expresar su falta de empatía y de sentirse gratificados emocional y físicamente. Aquí ubicaríamos al psicópata sexual del tipo asesino en serie, el cual experimenta placer mediante impulsos sádicos, combinando sexo y muerte en sus rituales homicidas.

Los criterios de diagnóstico de la psicopatía nos exponen a un sujeto que después de cometer un acto violento o cualquier tipo de acto delictivo no experimenta el menor remordimiento y, de hecho, puede pasar con tranquilidad a otro tipo de actividad. En las entrevistas a los asesinos en serie se han reconocido declaraciones en las que se evidencia dicha situación: David Berkowitz (conocido como el Hijo de Sam) declaró que después de disparar a sus víctimas se sentaba a ver televisión sin siquiera pensar en lo ocurrido.

Se ha calculado que el 1 % de la población mundial sufre de este trastorno; se afirma que la psicopatía aparece entre los tres y los cinco años, tanto en familias estables como inestables (el psicópata puede proceder de cualquier familia y entorno). También se acepta que la psicopatía es incurable; de hecho, Robert Hare descubrió a lo largo de muchos años de investigación cómo los programas de rehabilitación de psicópatas son contraproducentes, pues estos individuos aprenden, durante las terapias, sobre sí mismos y sobre otros psicópatas para así perfeccionar sus formas de enmascararse y posteriormente cometer delitos sin ser atrapados.

Walsh, Swogger y Kosson (2005) señalan que es factible sugerir que los psicópatas se involucran en una violencia instrumental, premeditada y a sangre fría, mientras que las personas que sufren de un tap se concentran en una violencia defensiva (aunque no sean en realidad amenazadas o se encuentren en situación de amenaza). Ante estas ideas, resulta evidente que los crímenes de la mayoría de los asesinos en serie están más motivados por un carácter utilitario: extraer placer de la situación de control y poder sobre una vida humana. Su perfil, entonces, se ajusta más a la psicopatía, especialmente en relación con la idea de su total incapacidad de empatía y en la fuerte carga de agresividad sexual de sus actos.

En los últimos años se han publicado diversos libros que involucran el tema de la psicopatía más allá de los asesinos en serie; algunos lo han hecho de forma irresponsable como La sabiduría de los psicópatas, de Kevin Dutton, donde de manera empírica y sin ninguna base científica se presenta el presumible lado positivo de las características de los psicópatas; incluso se tipifican personajes históricos que nada tienen que ver con la psicopatía. Es peligroso convertir en estrategia de marketing la falta de empatía (en esta publicación se transmite la idea de que no es verdad que los psicópatas carezcan por completo de empatía, el autor parece confundir el narcisismo, el resentimiento y la envidia como rasgos emocionales empáticos) y el carácter depredador de los psicópatas, pues puede lanzar un mensaje equivocado donde se señala que está bien ser inhumano e insensible. Dutton expone siete principios básicos de la psicopatía que según él se deberían adoptar: la impasibilidad, el encanto, la concentración, la fortaleza mental, la intrepidez, la atención plena y la capacidad de acción. No es difícil desmontar su torpeza argumentativa y falta de ética, veamos:

La impasibilidad del psicópata es en realidad vacío emocional. El encanto es tan solo simulación, mentira para obtener algo del otro, es decir manipulación. La concentración no es verdadera, en realidad la persistencia del psicópata es muy baja, en su pensamiento solo hay obsesiones, no verdaderos planes. La fortaleza mental es una total falacia, los psicópatas sencillamente no son fuertes mentalmente porque carecen de la resonancia de sus conciencias; esto resulta tan absurdo como decir que un muro es fuerte psicológicamente porque no siente. La intrepidez es tan solo la carencia de sentido del límite, no tenacidad o valentía; de hecho, los psicópatas son muy torpes al no poder establecer límites realistas y por eso terminan metidos en problemas; la intrepidez sin capacidad de anticipación es tan solo estupidez e irresponsabilidad. Lo de la atención plena es igualmente absurdo, pues alguien que vive preso de sus fantasías de poder no se concentra en nada realmente. La capacidad de acción es tal vez el más inaudito y absurdo de todos: el autor cree que los psicópatas son tipos listos que viven desarrollando planes; nada más lejos de la realidad, si acaso traman estafas, robos, asesinatos, pero la mayor parte del tiempo son simples zánganos, abusadores, que se aprovechan de otros para sobrevivir. No hay absolutamente nada positivo ni imitable en los psicópatas. Está claro que este autor ha confundido a los psicópatas del cine y la literatura con los psicópatas reales.

Si no queremos convertirnos en una especie insensible, cruel, narcisista, obsesionada consigo misma, presa de sus fantasías sádicas, dispuesta a trasgredir toda norma para encontrar placer, debemos rechazar toda conducta o rasgo psicopático.

¿Podrían ser los asesinos en serie una subespecie humana, una suerte de mutación moral?, ¿podrían ser tan solo un tipo de ser humano maligno producto de algún azar biológico? No tenemos aún todas las respuestas, pero sí podemos estar seguros de que su funcionamiento mental y emocional obedece a parámetros diferentes a las personas convencionales; también podemos afirmar que su maldad, sus actos de crueldad extrema, son su forma de expresarse y de hacer parte del mundo, de existir.

¿Qué no son los asesinos en serie?

En los medios y en las narrativas de ficción es frecuente que se confunda al asesino en serie con el asesino de masas (en inglés, massive killer), tipología criminal que si bien puede guardar elementos en común, resulta muy diferente. Los casos de masacres en colegios o universidades, cultos homicidas o suicidas, asaltos armados en cafeterías, francotiradores, etc., suelen responder a motivaciones de índole diferente de las de los asesinos en serie. En este tipo de crímenes en masa, el componente de perversión sexual no resulta tan evidente, aunque algunos líderes de culto, como Charles Manson o David Koresh (responsable de la masacre de Waco, Texas), usaban su poder para tener sexo con los miembros de sus «familias»; en estos casos se manifiesta más un odio contra la sociedad y contra sus convenciones. Es frecuente que se trate de individuos desadaptados que se sienten excluidos de la sociedad, a la cual culpan de todos sus males.

En la jerga psiquiátrica y criminológica se suele aceptar que mientras los asesinos en serie son psicópatas, los de masas se ajustan más al concepto de sociópata.

Otra tipología intermedia que genera confusiones es la de spree killer, traducido al español como asesino frenético o asesino relámpago, que, a diferencia del asesino en serie, no actúa motivado por sadismo sexual o por el ansia de someter a sus víctimas a perversas fantasías de poder, sino por una frustración interior y una sensación total de asimetría con el entorno, las cuales terminan convertidas en una ira irrefrenable y un deseo de venganza que lo consume. Tales situaciones lo conducen a un asalto final (por lo general armado con suficiencia) que contempla la destrucción de vidas humanas y la suya misma. En algunos casos planifica detenidamente su ataque final adquiriendo armas o explosivos; en otros, su ira se detona de manera irracional y caótica. Puede escoger lugares como colegios, universidades, oficinas, restaurantes, etc., que simbolizan para él cierta identificación y seguridad o, por el contrario, escenarios que han definido su fracaso y su infelicidad. Una variante de este tipo de ataques es el de los llamados McMurders, denominados así por escoger como sitio de asalto un lugar de comida rápida. En 1984, James Oliver Huberty entró en un McDonald’s en California y con un rifle asesinó a veintiuna personas; en 1991, George Hennard (en Bell, Texas) irrumpió con una camioneta en la cafetería Luby’s y con una ametralladora semiautomática asesinó a veintitrés clientes del lugar; en 1986; en Bogotá, Colombia, Campo Elías Delgado, después de asesinar a unas mujeres conocidas, así como a su madre y a algunos vecinos, disparó en un restaurante y mató a veintinueve personas.

Los sociópatas actúan por explosión, los psicópatas por combustión, por usar una metáfora. Los sociópatas, de acuerdo con el profesor Leyton, son una especie de «terroristas personales», cuyo odio se alimenta de una ideación de frustración y baja autoestima, combinada con un sentido de grandiosidad delirante; dicho de manera simple, un sociópata es un psicópata frustrado en el que su vanidad convive con su resentimiento.

Otra situación de confusión, debida en gran medida a películas como Psicosis, El resplandor e incluso El silencio de los inocentes y El dragón rojo, es la de un esquizofrénico convertido en asesino en serie. El esquizofrénico, por lo general, muestra un pensamiento desorganizado, delirios, alucinaciones y alteraciones en el ánimo, las emociones, el lenguaje y su conducta. Son raros los casos de personas que sufren esta enfermedad mental y se conviertan en verdaderos asesinos en serie.

Por supuesto que, afectados por un delirio psicótico, los seres humanos pueden pasar a acciones violentas como las de los acosadores de famosos (stalkers) también denominados erotomaníacos, trastorno mental en el que un sujeto mantiene la creencia ilusoria de que otra persona, generalmente de un estatus social superior, está enamorada de él. Su obsesión puede conducirlo a eliminar a su objeto de deseo (el caso de Mark Chapman, el asesino de John Lennon, o el de John Hinckley Jr., que intentó matar al presidente Ronald Reagan para llamar la atención de la actriz Jodie Foster).

Pocos asesinos en serie capturados, como Richard Chase, han sido diagnosticados con esquizofrenia. En otros casos apenas se han reconocido rasgos propios de la psicosis, como son la pérdida de contacto con la realidad, las alucinaciones y los delirios. Los casos del estadounidense Ed Gein o del caníbal venezolano Doráncel Vargas son ejemplos de tales rasgos como detonantes de los crímenes. Es indudable que el cine y algunas novelas han contribuido a generar un estigma hacia las personas que sufren de esquizofrenia, creando el mito de que toda persona con una enfermedad mental se convierte en asesino. Aquí hay que insistir en la diferencia entre un trastorno de la personalidad y una enfermedad mental.

Una enfermedad mental y un trastorno de personalidad son dos conceptos relacionados pero distintos dentro del campo de la salud mental. El concepto de enfermedad mental se refiere a un amplio rango de condiciones que afectan el pensamiento, el estado de ánimo y el comportamiento de una persona. Estas condiciones pueden ser causadas por una combinación de factores genéticos, biológicos, psicológicos y ambientales. Las enfermedades mentales más comunes incluyen la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia, el trastorno bipolar y los trastornos de alimentación, entre otros. Las enfermedades mentales pueden afectar la forma en que una persona piensa, siente, se comporta y se relaciona con los demás.

Por otro lado, un trastorno de personalidad se refiere a patrones persistentes e inflexibles de pensamiento, emociones y comportamiento que difieren significativamente de las expectativas de la cultura de una persona y que causan dificultades en el funcionamiento personal y social. Los trastornos de personalidad se consideran más arraigados y estables en comparación con los trastornos mentales más transitorios. Algunos ejemplos de trastornos de personalidad son el trastorno límite de la personalidad, el trastorno antisocial de la personalidad y el trastorno narcisista de la personalidad.

Mientras que una enfermedad mental es una categoría más amplia que engloba diferentes afecciones que atañen al funcionamiento mental, emocional y conductual de una persona, los trastornos de personalidad se centran específicamente en patrones persistentes y desadaptativos de pensamiento, emoción y comportamiento que definen la personalidad.

Por lo general y en todas partes del mundo, los actos homicidas derivados de una enfermedad mental son considerados inimputables, es decir que el agresor no puede ser procesado penalmente y debe considerarse su aislamiento y tratamiento psiquiátrico, más no su reclusión carcelaria. De esta circunstancia surge la habitual situación en la cual los psicópatas —no considerados enfermos mentales y por lo tanto definidos legalmente como imputables—, finjan o aleguen demencia para escapar del castigo carcelario.

Lo más importante, además de reconocer que este tipo de asesinos no es un invento criminológico, es señalar que el presumible encanto y genialidad que el cine y la literatura le han otorgado al serial killers está muy lejos de la cruda realidad.

La falacia de las múltiples personalidades

Desde que Robert Louis Stevenson publicó la novela El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde en 1886, la literatura y el cine, incluso el cómic, no han abandonado las historias en las cuales los protagonistas presentan dos o más personalidades que habitan en conflicto dentro de un mismo cuerpo. Si Freud definió los límites del inconsciente, Stevenson se encargó de fabricar una figura capaz de explicar el combate eterno entre el bueno y el malo que habita el interior de nuestras mentes. Se considera que los protagonistas de esta novela permiten comprender la posible división de la personalidad, incluso permiten disculpar nuestras malas acciones: «No era yo, lo siento». El asunto de que eran dos, cada uno con su propia identidad, recuerdos, deseos, tal vez no resulte ser tan cierto.

Kenneth Bianchi (1951) es un asesino y violador en serie de más de doce mujeres; cuando fue interrogado por las autoridades afirmó sufrir de «múltiples personalidades». Declaró que un hombre que habitaba en su cabeza era el responsable de tales crímenes. Bajo hipnosis, las varias personalidades de Bianchi emergieron una tras otra: un vulnerable niño, una mujer seductora y, finalmente, el hombre malo… Por fortuna, los psiquiatras de la Fiscalía no cayeron en su burda trampa. El único trastorno verdadero sufrido por Bianchi era la incapacidad para sentir remordimiento de sus actos y su única otra personalidad era su primo Angelo Buono, su socio criminal. Lo de las diversas identidades lo había copiado de las malas películas del tipo Vestida para matar, historias que a su vez fueron influenciadas por casos reales famosos manipulados por los psiquiatras ávidos de publicidad y ventas de libros.

Aunque dentro de la comunidad científica se tenga cada vez más dudas de la realidad de tal trastorno (y se reconozca que puede tratarse de un tipo de psicosis donde el paciente experimenta dicha división, pero sin perder del todo memoria de sus actos), el síndrome de Jekyll y Hyde es uno de los favoritos de Hollywood. Desde Psicosis (Hitchcock, 1960), pasando por El club de la pelea (Fincher, 1999), hasta El cisne negro (Aronofsky, 2010), la fantasía de la múltiple personalidad no ha dejado de ser una fórmula argumental efectiva que siempre despierta fascinación.

La psicología moderna, para referirse a los cambios extremos de conducta, apela al concepto de disociación; la psiquiatría y el dsminsisten en hablar de trastorno de identidad disociativo1. La noción de conducta bipolar es bien conocida por el público no especializado; nos referimos a nuestros amigos como «ciclotímicos». Pero nada de esto está siquiera cerca de una verdadera emergencia o expresión de múltiples personalidades.

En la mente del asesino en serie: veinte puntos para descifrarla

Para tener mayor claridad sobre los asesinos en serie, veamos a continuación elementos y situaciones propios de estos criminales que nos permitirán descifrar el funcionamiento de su compleja y perversa mente criminal. Si bien este listado no es precisamente un diseño de perfil psicológico, sirve como guía para intentar descifrar el funcionamiento de su compleja y perversa mente criminal.

1. Ausencia de motivo real directo

Si bien el asesino en serie puede dar fe de un interés o motivo especial que lo mueve a matar (la idea de que una fuerza oscura le ordena matar o que su deber es eliminar a la raza humana impura, por ejemplo), su relación causal con las víctimas es casi nula; las víctimas pueden presentar características comunes, pero no tienen una relación directa y especial con el asesino; es decir, no estamos ante crímenes pasionales por venganza, en los que el asesino cobra a su víctima una afrenta causada con anterioridad.

Los motivos obedecen a móviles más complejos, instalados en la mente del asesino. Al no existir una relación directa entre atacante y víctima, es muy difícil dar con pistas circunstanciales que permitan rastrear el paradero del asesino.

En otras ocasiones, el asesino destruye a aquellos que le resultan bellos o atractivos; aunque los desea y ansía acercarse a ellos de manera convencional, se siente incapaz de relacionarse afectivamente. Entonces, al no poder entablar una relación, procede a someterlos y posteriormente aniquilarlos. Asesinos famosos como Edmund Kemper y Dennis Nilsen contaron a los investigadores cómo en muchas ocasiones intentaron entablar diálogo con diferentes personas, pero al sentirse bloqueados para hacerlo decidieron asesinarlas.

En muchos casos, conocer en profundidad la biografía de los asaltados por asesinos en serie sencillamente no sirve para nada; en cambio, entender la forma como los han atacado puede dar mayores luces sobre el tipo de asesino que hay que buscar. Si las víctimas son niños (como las de Pedro Alonso López) o mujeres (como las de Gary Heidnik), importará más el tipo de violencia empleada, para reconocer la condición psíquica del asesino, la cual puede denotar las características sociales del perpetrador.

Otra motivación real para atacar a una clase específica de víctima (más allá de las teorías psicoanalíticas que insisten en un modelo que el asesino identifica inconscientemente con una figura de afecto de su pasado), y que muchos asesinos han confesado, es escoger cierta clase de personas que pertenecen a grupos sociales o poblacionales que no llamarán la atención de las autoridades y cuyas muertes no serán investigadas con seriedad. Tal fue el caso de Jeffrey Dahmer, quien eligió víctimas afroamericanas, anticipando que las autoridades, por motivos de racismo, no se interesarían por investigar esos asesinatos.

Podemos concluir que el asesino en serie escoge a sus víctimas motivado por una condición genérica especial (mujeres que trabajaban como prostitutas, mendigos, niños, etc.) o por una atracción física de algún tipo (edad, sexo, color del pelo, rasgos fisionómicos, contextura, etc.). Es común que escojan a personas más frágiles, como niños, en el caso del asesino pedófilo, o sujetos desvalidos o habitantes de la calle.

2. Una no es suficiente y muchas no bastarán

La voracidad del asesino en serie rara vez se detiene por su propia voluntad. En la mayoría de los casos, los asesinos en serie son detenidos por la Policía; pocos son los casos de suicidio o entrega a las autoridades. La continuidad episódica de los asaltos obedece a una suerte de necesidad de calmar sus impulsos brutales solo de manera parcial.

Al parecer, el asalto sexual y el crimen violento desencadenan en el asesino una adicción a la ultraviolencia: actos de agresión física brutal sin límite alguno ni piedad hacia la víctima. Según Vicente Garrido, con cada nuevo ataque el asesino sufre una experiencia subjetiva que le proporciona placer y que, por consiguiente, buscará repetir.

En los crímenes de diferentes asesinos en serie reconocemos cómo la crueldad aumenta gradualmente, lo que nos hace pensar en una necesidad compulsiva de obtener placer a toda costa.

Un asesino en serie puede matar una vez, detenerse por años y reincidir para entrar en periodos más prolíficos. El matar según un patrón repetitivo es una especie de vicio que consume al asesino; a medida que va aprendiendo sobre su propio placer, atacará de manera más específica para obtenerlo.

Muchos asesinos, una vez detenidos, han exagerado el número de asesinatos cometidos. Este fue el caso de Henry Lee Lucas, quien interrogatorio tras interrogatorio aceptó todo tipo de crímenes de los cuales en realidad no tenía conocimiento. Se le adjudicaron hasta seiscientos asesinatos cometidos en lugares distantes dentro de los Estados Unidos, pero la cifra real no pasaba de diez. De igual manera, la información mediática y la información exhibida en internet contribuyen a exagerar los números de víctimas. Lamentablemente, como lo evidencia el Diccionario del crimen, de Oliver Ciryax, en muchos casos las escandalosas cifras que se publican coinciden con la realidad, como las más de setenta víctimas del colombiano Daniel Camargo Barbosa o las ciento noventa de Luis Alfredo Garavito. Lo que resulta indudable ante tales cifras de víctimas es la creciente voracidad del asesino en serie.

Algunos asesinos, como Edmund Kemper, han declarado que, tras cometer varios asesinatos, literalmente se aburrieron; al parecer, las diferentes torturas y actos grotescos de violación terminan provocando insatisfacción en el asesino y esta decepción lo lleva a detenerse. Otros llegan hasta la vejez como asesinos activos, tal fue el caso de Albert Fish, quien pasados los 60 años cometió el brutal homicidio de una pequeña de 10 años.

3. Lo de menos es matar: poder y control

Este apartado suena escabroso, pero según las confesiones de diferentes asesinos, como ocurrió con Ted Bundy, lo que menos placer causa al asesino es privar de la vida a sus víctimas; el placer real deriva de las diferentes atrocidades provocadas a sus presas antes, durante y después del ataque mortal.

La necrofilia —atracción sexual y actos de perversión hacia los cadáveres— es común en los asesinos en serie. Algunos, como Ed Gein y Jeffrey Dahmer, fabricaron objetos con las partes extraídas a sus víctimas y convivieron con los cuerpos durante largos periodos. En conclusión, el placer del asesino deriva más de los diferentes procedimientos de «tortura» que ejerce sobre sus víctimas.

La galería de atrocidades de los asesinos en serie es inmensa. Resulta atípico encontrar un asesino que se centre en una única forma de ataque: pueden combinar desmembramiento, extracción de órganos, canibalismo, etc. Matar a la presa es el paso inicial de la necesidad de tener el control sobre el cuerpo atacado, es el primer escalón de lo único que en realidad les interesa: invasión y poder total ejercido sobre otro ser humano.

El asesino disfruta todo el proceso de atrapar y reducir a la víctima hasta tenerla bajo su total control. Jeffrey Dahmer declaró que sentía placer durante el momento de matar, pero su verdadera gratificación surgía en la extracción post mortem de órganos y el posterior canibalismo.

La galería de asesinos que presentamos más adelante evidencia diferencias en la motivación real de sus actos; muchos violadores seriales no se sienten atraídos por el asesinato; eliminan a sus víctimas para evitar ser descubiertos. Otros atacan con violencia usando cuchillos para obtener placer por medio del asalto frenético; aunque su intención más explícita no es la de matar, por supuesto provocan el deceso con el brutal ataque. Para Dennis Nilsen resultaba más importante la conservación e incluso la transformación del cadáver que el acto de asesinar.

El asesino en serie mata para sentirse poderoso, para experimentar el control total sobre una vida humana.

4. Relación entre el asesino y su víctima en el proceso de escogencia y eliminación: despersonalización

Los asesinos en serie no ven a las víctimas como personas, como seres humanos. De hecho, todos sus actos tienden a restarles identidad, a convertirlas en objetos de los cuales pueden extraer placer; las despersonalizan, es decir, no las reconocen como seres con una existencia y una identidad propias. El asesino puede evocar perfectamente cómo atrapó a la víctima y describir con detalle todos los actos terribles que cometió, pero rara vez recuerda su nombre.

El asesino se puede sentir atraído por su futura víctima debido a una característica especial de su físico (Ted Bundy prefería mujeres bellas de pelo castaño), de ahí en adelante su relación con ella tendrá la intención de restarle identidad psicológica y emocional: desde la captura hasta el asesinato, incluidos los actos de necrofilia, serán procesos de cosificación de la víctima.

Encontramos un ejemplo claro de este proceso de despersonalización en el uso de fotografías por parte de muchos asesinos. Harvey Murray Glatman tomaba fotografías de todo el proceso de asesinato: estas imágenes le permitían objetualizar a las víctimas, verlas como simples cosas sobre las que podía tener el control.

Las cartas de Jack el Destripador evidencian que el asesino no reconocía a las mujeres asesinadas como personas, las veía como simple «basura, desechos», que no le importaba eliminar. Ted Bundy hablaba en tercera persona de sus crímenes, es decir que incluso se despersonalizaba a sí mismo en relación con sus actos de violencia. Dennis Nilsen se maquillaba como cadáver y se acostaba junto a un espejo, para convertir su reflejo en un ser extraño diferente de él; una vez empezó a matar, llenó su casa de cadáveres como si fueran objetos de decoración.

John George Haigh despersonalizaba a sus víctimas sometiendo los cuerpos a baños de ácido; Luis Alfredo Garavito representaba a cada nueva víctima con una fecha y una cruz marcada en una libreta, no usaba nombres; para Robert Hansen, las personas capturadas eran simples presas de cacería, trofeos para su colección de animales muertos.

Existe el término desfeminización (usado por investigadores de crimen sexual y perfiladores de asesinos en serie, como el estadounidense Robert Roy Hazelwood), que hace referencia a la despersonalización de las víctimas mujeres, la cual se reconoce en las formas de ataque brutal del criminal contra el rostro, los senos y en especial la genitalidad, tal como ocurrió en el caso sin resolver de Elizabeth Short, llamada la Dalia Negra; su cadáver resultaba irreconocible, el asesino cortó su boca y sus mejillas para trazar una especie de sonrisa macabra.

5. El modus operandi (mo) y la firma del asesino

Cada asesino tiene su propio modus operandi: se trata de los procedimientos usados para actuar sobre sus blancos y que se van definiendo a lo largo de su vida criminal. Si bien presentan elementos en común (por ejemplo, el típico uso de armas blancas), es difícil, como en el caso de la grafología, encontrar dos asesinos con la misma «letra». Presentan matices especiales sobre su forma de atrapar y tratar a las víctimas. Resulta claro que el asesino a lo largo de su vida va refinando tales rituales introduciendo nuevos elementos, hasta el punto de crear un estilo que lo hace diferente de otros.

Jack el Destripador escogía a mujeres vulnerables a las que atacaba en un callejón, para luego cortarles el cuello y finalmente extraerles órganos como el útero y el riñón. Albert DeSalvo escogía mujeres mayores, a las que abordaba en sus propias viviendas para estrangularlas con sogas; Angelo Buono y Keneth Bianchi solicitaban telefónicamente el servicio de prostitutas, a las que torturaban, violaban y finalmente estrangulaban. Charles Ng y Leonard Lake grababan en video los crímenes y mantenían cautivas a las víctimas (hombres y mujeres) durante largos periodos antes de eliminarlas. Muchos conservan partes específicas del cuerpo, otros se masturban con los cadáveres. Gary Heidnik usaba descargas de electricidad para torturar a las mujeres cautivas en el sótano de su casa.

Para someter a las víctimas, algunos usan armas de fuego (como Richard Ramírez), otros se valen de drogas (como Marcel Petiot, el Doctor), y algunos, de su propia fuerza (como Edmund Kemper).

John Wayne Gacy se sentía atraído por hombres jóvenes de rostro muy hermoso a los que estrangulaba, el médico Harold Shipman asesinaba ancianas adineradas usando medicamentos e inyecciones letales de morfina, Armin Meiwes usó internet para contactar con alguien que quisiera ser devorado.

El ritualismo, la repetición, la introducción de nuevos elementos de crueldad, el tipo de víctimas y la manera de atraparlas definen el estilo de cada asesino.

Investigadores como Vicente Garrido señalan la importancia de separar el mo de la «firma» del asesino: mientras que el primero se relaciona más con la forma de atrapar a sus víctimas, la segunda representa la perversión del asesino, su ritualismo. El modus operandi puede cambiar (tipo de víctimas, armas usadas, etc.), mientras que la firma siempre se expresa en cada nuevo crimen. El ejemplo más claro sería el del destripamiento (extracción de órganos) que se reconoce en todas las víctimas de los asesinatos de Whitechapel; dicho ataque denota la perversión y se reitera en todos los asesinatos, incluso acentuándose con mayor violencia con la evolución de los crímenes.

6. Etapas del asesino

Como anotamos en el segundo punto, el asesino puede tener épocas prolíficas y otras en las que no actúa. Sus periodos homicidas (el tiempo transcurrido entre los asesinatos) pueden alargarse o reducirse. Días, meses, incluso años pueden pasar entre cada crimen.

Podemos trazar una serie de etapas para comprender la evolución del deseo homicida del asesino en serie:

a) Etapa de tranquilidad

El asesino mantiene su vida normal, incluso puede desempeñar actividades sociales aparentes y pacíficas (escuela, matrimonio, trabajo, etc.). Por ejemplo, Andrei Chikatilo trabajó como maestro de escuela, se casó y tuvo un hijo.

Esta etapa entra en crisis con fantasías de muerte y perversión que rondan la cabeza del asesino; fantasías que pueden desembocar en torturas a animales, actos de necrofilia (robo de cadáveres en cementerios) o prácticas masturbatorias compulsivas que brindan al sujeto algo de tranquilidad que no durará mucho tiempo.

Es difícil trazar un promedio de edad en la cual el sujeto empieza a experimentar la necesidad de atacar o matar; algunos criminales actuaron antes de los 18 años, otros lo hicieron pasados los 30. Los perfiladores del fbi han trazado una media que va de los 20 a los 25 años, aceptada como la etapa estadística donde la mayoría inicia su vida criminal.

A medida que las fantasías sádicas se tornan más vívidas y fuertes, el sujeto que las sufre tendrá la irrefrenable necesidad de llevarlas a la realidad.

b) Etapa inicial crítica (asalto relámpago)

Las fantasías de muerte y destrucción se hacen incontrolables, la mente del asesino está invadida por episodios donde somete a sus víctimas; el estado de angustia amenaza con desbordarse. Es entonces cuando sucede el asalto relámpago, en el cual el asesino escoge una víctima al azar —de hecho, no ha planeado el asesinato—, el estrés mental lo lleva a descargar su ansiedad por medio de la agresión (se ha comparado la ansiedad por matar o asaltar sexualmente con un apetito incontrolable que causa malestar, irritabilidad, etc.).

En la mayoría de las biografías abordadas se reconoce que el asesino en serie tiene clara su intención de matar; de hecho, su motivación más típica es la de someter y degradar sexualmente a una persona.

Generalmente esta etapa se caracteriza por una extrema violencia sobre las víctimas y un descuido total por parte del asesino. En vista de que el crimen se cometió de manera intempestiva —por ejemplo con las armas encontradas en la casa de la víctima—, el asesino deja huellas. El desorden en la escena —el descuido del asesino— es el mejor signo para entender que se está ante un homicida primerizo, aún sin experiencia.

Una vez cometida la agresión sexual o el homicidio, la fantasía ha sido puesta en escena real y suele resultar decepcionante, de tal manera que en el futuro el nuevo asesino buscará refinar y perfeccionar el crimen hasta que se corresponda de forma precisa con su perversa imaginación.

c) Etapa prolífico-episódica

El asesino empieza a matar de manera serial y en periodos cada vez más cortos. En el caso de Jack el Destripador tenemos un récord considerable: un periodo de dos meses y medio durante el cual asesinó a cinco mujeres.

La etapa prolífica puede durar mucho tiempo (meses, incluso años); de hecho, puede mantenerse de manera continua, periodo en el cual el asesino refina su modus operandi y donde sus acciones se tornan cada vez más violentas y perversamente creativas.

Esta etapa a su vez podría dividirse en pequeños periodos determinados por el aumento de brutalidad hacia las víctimas; en el caso de Jack el Destripador, cada nuevo crimen resultaba más grotesco que el anterior. Muchos asesinos, como Daniel Camargo Barbosa, se inician como violadores en serie y con el tiempo pasan al homicidio, ya sea por conveniencia para no ser identificados o para prolongar los actos de sadismo.

El ciclo episódico, si no es interrumpido por la detención del asesino u otros factores que le impidan seguir atacando, se estanca en esta tercera etapa, alcanzando una suerte de equilibrio. Incluso puede retornar a la primera etapa y olvidar por un tiempo la necesidad de matar. El alemán Joachim Kroll asesinó sin detenerse durante más de veinte años.

Los episodios homicidas a veces se determinan por ciertos elementos que interesan al asesino o por simple conveniencia: John Wayne Gacy aprovechaba sus constantes viajes de negocios para cometer nuevos crímenes. Al respecto el cine ha especulado en exceso y es así como nos ha ofrecido relatos de asesinos que matan con un patrón definido: jugadas de ajedrez, fases de la luna, signos zodiacales o números específicos. Realmente son muy pocos los que tienen un organigrama tan cuidadoso. En el caso de Jack el Destripador, tenemos una preferencia por la primera y última semana del mes.

d) Etapa de tedio

El asesino en serie en realidad no se deprime; sencillamente entra en un estado de letargo, de vacío e inactividad. Tras llevar sus perversas fantasías a la realidad, puede terminar decepcionado y presa del aburrimiento. En ese momento deja de matar o puede pasar a otras actividades delictivas o también integrarse a la sociedad y enmascararse simulando ser un buen ciudadano; no obstante, en el futuro puede reiniciar todo el ciclo descrito, de seguro con mayor violencia.

7. El asesino puede ser tu amigo: las máscaras del mal

Es común pensar en el asesino en serie como un monstruo incluso en relación con su aspecto físico.

Las teorías criminales de los albores del siglo xx, abanderadas por el italiano Cesare Lombroso (el atavismo, la regresión, el criminal como una involución humana), nos presentaban al asesino como un sujeto de aspecto descuidado con claras señales de desprecio por la etiqueta y el aspecto. La galería fotográfica de los asesinos en serie nos ha enseñado que tales monstruos podrían pasar por modelos de belleza, como fue el caso de Paul John Knowles, apodado el Casanova, o el carismático Ted Bundy. Por lo general pueden ser sujetos comunes y corrientes, incluso atractivos o tan solo sujetos promedio que de no ser por sus actos violentos pasarían desapercibidos.

Ante el asombro sobre la posibilidad de la existencia de un ser capaz de asesinar y violar de manera tan salvaje como lo hizo Ted Bundy, las personas se negaban a reconocer que podía tratarse de uno de los suyos, un igual, uno cercano. Ante la perspectiva de un asesino, se piensa comúnmente en la figura de un extraño ser caracterizado incluso por una deformidad.

Los asesinos en serie contemporáneos más famosos han sorprendido al mundo justamente por poseer un impecable aspecto e incluso un aparente encanto social. La peligrosidad, la maldad, la distorsión del asesino en serie suelen reconocerse a través de sus actos homicidas. En el resto de sus días pasa inadvertido. Nadie en Hannover sospechaba que el amable tendero Fritz Haarmann les estaba vendiendo carne de sus propias víctimas; Renée Hartelvelt jamás sospechó que el sensible, inteligente y tierno Issei Sagawa planeaba asesinarla para comerse su cuerpo.

8. ¿Inteligentes, genios o ignorantes?

Desde ya anunciemos que estamos ante individuos cuya mente funciona de manera diferente, por lo cual su inteligencia, entendida como desarrollo cognitivo, perceptivo y capacidad para responder creativamente frente a la transformación de su entorno, es sin duda especial.

En la larga lista de monstruos humanos tenemos todo tipo de coeficientes intelectuales (ci), puntuación que es el resultado de pruebas para medir la inteligencia y estimar las capacidades generales de un individuo para razonar y adaptarse eficazmente en todas las situaciones; la media normal de ci se establece en cien puntos. Sujetos como Ted Bundy y Edmund Kemper evidenciaron estar muy por encima de la media, lo que se supone los catalogó como personas muy inteligentes. Otros asesinos puestos a prueba registraron pruebas promedio e incluso muy bajas (Manuel Delgado Villegas, por ejemplo).

Puntajes altos y bajos, profesiones y estudios de todo tipo, incluso analfabetas (Issei Sagawa era experto en literatura clásica, Teet Haerm era psiquiatra forense, Armin Meiwes se graduó como técnico en sistemas, Daniel Camargo Barbosa era un lector consumado, Manuel Delgado Villegas nunca aprendió a leer, Henry Lee Lucas era un completo ignorante), nos desconciertan sobre la certeza de que todos los asesinos en serie son inteligentes o competentes intelectualmente.

El asunto de la formación intelectual no es relevante para definir el grado de inteligencia de un ser humano y menos la de un asesino en serie. Su tipo de inteligencia se centra en la capacidad para aprovechar recursos en su propio beneficio: manipulación, seducción y todo tipo de simulacro que le permita cazar a sus víctimas. En síntesis, estamos frente un tipo especial de inteligencia, una similar a la astucia de un animal depredador. El instinto de ataque y depredación parece haberse mantenido intacto en este tipo de seres humanos.

Robert Ressler insiste en que la inteligencia del asesino en serie está sobrevalorada, ya que no han hecho nada provechoso ni positivo con sus vidas; los califica de astutos, mas no de inteligentes.

Robert Hare, en una entrevista con Eduard Punset, explica que, si a un psicópata se le muestra la palabra «violación» en la pantalla de un computador, la trata como una palabra neutra, como las palabras mesa, silla o árbol. Parece ser que hay muy poca diferencia en la forma como responden o en las partes del cerebro que se activa. En varios experimentos, Hare les enseñó a los psicópatas imágenes muy desagradables, como escenas de crimen, frente a las que respondieron, en cuanto al funcionamiento del cerebro, como si estuvieran mirando algo normal y corriente, como un perro o un árbol. Los psicópatas analizan lingüísticamente las escenas y las palabras violentas, pero no emocionalmente. Carecen de inteligencia afectiva.