Baile privado - Cami Dalton - E-Book

Baile privado E-Book

Cami Dalton

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Beschreibung

Él seguía sabiendo qué era lo que más la excitaba... Phoebe Deveraux jamás podría olvidar a Trace McGraw. En la universidad había utilizado toda su habilidad para hacerle pasar una noche que jamás se borraría de su memoria. Ahora estaba utilizando el mismo talento, pero como bailarín de striptease en el crucero en el que trabajaba ella. La habían contratado para ayudar a la policía en una investigación contra unos gángsters. El periodista de incógnito no podía creer que Phoebe se dedicara a bailar en un barco cubierta únicamente por unas cuantas plumas. Claro que tampoco podía creer que él estuviera haciendo lo mismo ataviado con un tanga. Necesitaba aquella exclusiva sobre la mafia, pero lo que más deseaba era bailar con Phoebe... en privado.

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Seitenzahl: 201

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Camille Fuller. Todos los derechos reservados.

BAILE PRIVADO, Nº 1364 - agosto 2012

Título original: Her Private Dancer

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,

total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de

Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido

con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas

registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y

sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están

registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros

países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0776-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Trace McGraw hizo un esfuerzo y esbozó una sonrisa mientras arrimaba sus caderas a las de la anciana con la que bailaba, una señora que guardaba un parecido asombroso con la abuela de ochenta y nueve años de un amigo suyo. Vaya por Dios. Era su segunda noche en aquel trabajo y estaba siendo tan embarazoso como el primero. Aquella mujer le miraba el paquete relamiéndose de gusto.

–¡Vaya! Échale un vistazo a éste, Marge –dijo gritando por encima de la música a una amiga–. ¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme? –añadió dirigiéndose a Trace dándole un codazo a la amiga.

Las luces de la sala de baile parpadeaban y el humo envolvía al público exclusivamente femenino. Sus silbidos y vítores ahogaban casi por completo la música que salía de los altavoces.

–No sé, Dolores. Vamos a mirarlo más de cerca –dijo Marge sacando un billete de cinco dólares del bolso.

Desde que actuara por primera vez la noche anterior en el casino del Mirage, un barco de cruceros que zarpaba del puerto de Miami dos veces a la semana cargado de mujeres dispuestas a todo, Trace ya sabía qué podía esperar.

Pero aun así, le pilló desprevenido la agilidad con la que Dolores agarró el dinero y le agarró del traje.

Trace se mordió la lengua y mantuvo su pose como si nada hubiera pasado. No era fácil, considerando cómo lo miraba Dolores. Pero Trace no podía perder los papeles, por mucho que le hubiera gustado cubrirse sus partes y salir corriendo hacia los camerinos. O saltar por la borda. Sólo tenía que nadar cinco kilómetros hasta la costa.

El Mirage zarpaba hacia aguas internacionales cinco noches a la semana y abría un casino mientras vagaba por el Atlántico durante unas horas de juego, alcohol y espectáculos estilo Las Vegas. Producciones llenas de lentejuelas con showgirls incluidas. Pero también se celebraban noches «sólo para damas». Y esos días trabajaba Trace McGraw, recién incorporado al grupo de strippers del barco.

Maldita sea. ¡Cómo odiaba ese personaje! Y aquella historia. Y a su editor, Manny...

Trace echó un vistazo a los otros bailarines de strip tease que había en la pista sin perder la sonrisa forzada. Se preguntó si para ellos la situación sería tan humillante como para él. Parecía evidente que no, a juzgar por cómo bailaba el que iba vestido de vaquero con una mujer que le estaba metiendo la mano por debajo del tanga. Sintió asco por cómo su carrera había caído tan bajo.

Al menos, no estaba completamente desnudo. Aunque aquel tanga diminuto ya era castigo suficiente. Claro que el chaleco de terciopelo, que llevaba abierto y sin camisa debajo era suficiente para hacerle sentirse más violento que una virgen en un burdel, por seguir con el tema del Oeste.

Dolores terminó de meterle el billete en la tira de la cintura del tanga cuando Marge intervino.

–Me toca a mí. No tendrás prisa, ¿verdad vaquero?

–Claro que no, señora –contestó Trace ocultando su disgusto con una mueca, mientras Marge buscaba más dinero en el bolso.

No podía precisar qué acontecimiento exactamente lo había llevado a aquella situación, pero si tenía que elegir uno, culparía a la Navidad de quinto de primaria. Su hermana Gwen le regaló la banda sonora de Fiebre del sábado noche. Aquel mismo año, Pittsburg sufrió la peor ventisca de su historia; la nieve era tan dura que ni siquiera pudo hacer un muñeco. El año que le entró la fiebre por la música disco.

El tedio lo llevó a imaginarse poniéndose colonia y bailando por su habitación imitando a John Travolta. Si Gwen le hubiera regalado una suscripción a una revista deportiva como él le había pedido, no se hubiera encontrado en esos momentos metido en semejante lío. Porque si nunca hubiera aprendido a bailar, Trace hubiera sido el típico chico blanco sin ritmo al que lo paralizaba la sola idea de bailar.

La cinturilla del tanga le golpeó como una cinta de goma al volver a su lugar.

–Eres muy grandote. ¿Te has fijado, Marge?

–Soy vieja pero no ciega. ¿Cómo te llaman, muchachote?

–Probablemente, Muchachote –contestó Dolores.

Las dos mujeres se echaron a reír con escándalo.

Trace negó con la cabeza y no pudo evitar una sonrisa. Aquellas dos mujeres le recordaban a los dos viejos de los Teleñecos.

Si cualquiera de sus amigos del Herald lo viera en esos momentos, nunca podría superarlo. Trace estaba muy cerca de convertirse en uno de los principales reporteros de investigación del periódico cuando lo despidieron injustamente después de haber sido acosado por la insaciable hija de su editor. Por culpa de ese vengativo editor, Trace tenía que considerarse afortunado de haber conseguido un trabajo en el Daily Intruder, algo que en cualquier otra circunstancia le hubiera parecido un infierno para un periodista.

Infiltrado entre los otros bailarines, Trace estaba investigando casos de prostitución masculina a bordo del Mirage, siguiendo un soplo que había recibido de Manny. Al parecer se trataba de un problema creciente, y Manny creía que destaparlo podía hacer subir las ventas del Daily Intruder. Evidentemente, Manny era un idiota. Un idiota que conocía a su público y que había amenazado con despedir a Trace si rechazaba la historia.

Aunque Trace detestaba aquel encargo, necesitaba trabajar. Además, después de su primera noche a bordo, se había dado cuenta de que allí había material para un reportaje mucho más sonado.

Era cosa sabida que el dueño del Mirage era un ex capo de la mafia llamado Angelo Venzara, Mr. V, como lo conocían sus empleados. La noche anterior, husmeando por el barco, había visto lo suficiente como para dudar de que Venzara hubiera cambiado en realidad: dos de sus matones habían llevado un contenedor sin marcar al área privada de Venzara.

Un par de llamadas a sus fuentes le habían confirmado que pasaban más cosas a bordo de lo que parecía. En los meses anteriores, el Mirage había hecho salidas a la mar fuera de su horario habitual y había sido visto depositando cargas diversas en las islas de Las Bahamas en las que hacía escala. No hacía falta tener un gran instinto periodístico para darse cuenta de que algo pasaba. Y aprovechando que había logrado infiltrarse en la plantilla del barco, aunque fuera con aquel papel que odiaba, iba a aprovechar la oportunidad que se le brindaba para recuperar su carrera. Aunque eso significara tener que contonearse en calzoncillos.

Un grupo de jovencitas trataba de llamar su atención golpeando con fuerza sus vasos en la mesa mientras agitaban billetes en alto como si fueran banderillas. Trace sonrió. A lo mejor todo era cuestión de actitud. Tenía que admitir que aunque aquella tapadera le costara el orgullo, ver a tanta mujer cachonda podía ser una compensación. Después de todo, cualquier hombre con sangre en las venas disfrutaría viendo a tantas mujeres gritando, ansiosas por verlo desnudo.

Saludó a las dos ancianas llevándose la mano al sombrero.

–Muchas gracias, señora. Ha sido un placer –dijo esbozando esta vez una sonrisa sincera.

–Seguro que sí –dijo Dolores guiñándole un ojo.

Con una carcajada, Trace se volvió pero antes de haber dado ni medio paso sintió una palmada en su trasero semidesnudo.

–¡Qué muchachos tan estupendos! –oyó decir.

–¡Y sus traseros, aún más estupendos! –dijo otra voz entre risas.

Trace suspiró. Quizás su actitud de comedimiento inicial había sido la más acertada.

Capítulo Uno

–¿Qué quieres decir con que no sabes cuándo vuelves? –decía Phoebe Devereaux en el teléfono–. ¿Cuánto tiempo crees que puedes andar por el Caribe sin dinero?

Phoebe trataba de no gritar. Si perdía los estribos, nunca conseguiría sacarle a su hermana pequeña toda la verdad.

–Quiero decir, que no sé cuándo será conveniente que regrese. Ya te dije que a ese policía, Álvarez, no le va a gustar nada que me haya ido así de la ciudad. Yo le insisto en que Mr.V es legal, pero él no se calma –explicó Tiffany–. Y el dinero no es ningún problema. Mi novio, Tony, viene conmigo.

Phoebe apoyó el teléfono en el hombro y se masajeó las sienes. Desde que eran pequeñas, Tiffany siempre se estaba metiendo en líos. Y ella, la responsable hermana mayor, era la encargada de rescatarla cada vez. Desde su adolescencia, la mayor parte de esos apuros tenían algo que ver con un hombre. Y su tipo favorito de hombre eran los chicos malos.

Phoebe miró por la ventana con gesto contrariado. Se oía el cortacésped de los vecinos. Una suave brisa movía las cortinas. En pocos segundos, Tiffany había conseguido estropear lo que prometía ser un día perfecto de estar en casa sin hacer nada.

–Está bien –dijo por fin Phoebe dejando su vaso en la encimera de la cocina.

Sintió una gran tentación de agarrar cualquier botella de alcohol de la casa y bebérsela entera.

–Quiero que empieces por el principio sin dejarte nada.

–De acuerdo, pero esta vez, prestarme atención, porque tengo que irme.

Phoebe no contestó. Apretó los dientes con rabia.

–Ya te he dicho que iba a haber una reunión muy importante en el Mirage el próximo sábado. Unos tipos que solían trabajar con el tío de Tony, Mr. V, vienen de Las Vegas y de Nueva York y van a cerrar el barco a los clientes. Estoy segura de que no hay nada ilegal, diga lo que diga Álvarez, pero desde luego hay mucho secretismo. Unas chicas y yo nos enteramos de lo del crucero privado porque el mismo Mr.V nos pidió que trabajáramos ese día. Y... bueno, la policía quiere que haga de espía en esa reunión. Han intentado infiltrar a uno de los suyos, pero Mr. V odia a los policía y sus guardaespaldas pueden detectarlos a kilómetros.

–¿Y por qué tienes que ser tú, una de las showgirls?

–Bueno –titubeó Tiffany–. La policía tiene cosas contra mí. Si acepto lo que me proponen no presentarán cargos. Pero si no acepto, podría ir a la cárcel.

–¡A la cárcel!

Phoebe no era ninguna ingenua. Tiffany siempre se había movido en los límites de la legalidad, se había juntado siempre con hombres de dudosa reputación. Además, parecía disfrutar especialmente escandalizando a sus poco ejemplares progenitores. Phoebe entendía en cierto modo por qué su hermana se comportaba así, y se sentía en parte responsable. Pero Tiffany no era ninguna delincuente.

–Es una tontería, porque no van a conseguir demostrar nada. Tony dice que Mr.V no ha hecho nada ilegal desde que se retiró...

–¡Ah, bueno! Si lo dice Tony –interrumpió Phoebe–. Sólo una cosa. ¿Qué es exactamente lo que tiene la policía contra ti?

Se hizo un breve silencio.

–Está bien, pero no te pongas histérica. Un par de veces he ido con Tony a hacer algún encargo para su tío. Nada serio. Algún pasaporte falso... y una vez, un par de pistolas, creo. Pero sólo una vez, te lo juro.

–¡Pistolas! ¡Sales con un traficante de armas!

–No es un traficante de armas, ¡Dios mío! ¡Cómo lo exageras todo! Sólo le estaba haciendo un favor a su tío. Haces que suene tan serio...

–¡Porque lo es! Al parecer, la familia de Tony es estupenda, parecen sacados de un capítulo de Los Sopranos.

Una vez más, Phoebe se veía obligada a hacer el papel de salvadora de Tiffany. Algo que había jurado no volver a ser. Pero aunque sabía que Tiffany no debía de ir por ahí llevando armas de un lado a otro con ese mafioso novio suyo, tampoco soportaba imaginarla en la celda de una prisión. Tendría que ir a Miami para evitar que su hermana cometiera el error más grave de su vida.

Phoebe agarró la agenda y empezó a pasar páginas.

–Está bien, Tiffany. Escúchame y haz lo que te digo. Primero de todo, corta con ese gánster...

–No es un gánster.

–Claro que no. Simplemente comete delitos y la gente de la familia tiene nombres como Cara Marcada o Luigi el Estrangulador.

Phoebe reconoció el destructor sarcasmo de su madre en sus palabras y trató de suavizar su tono.

–Cuando hayas roto con él, ve a la policía y cuéntales todo lo que sepas. Voy a intentar conseguir un vuelo para esta noche. Sólo hay unas seis horas entre San Francisco y Miami, así que estaré allí por la mañana. Pero prepárate, porque cuando hayamos terminado, te vuelves a casa conmigo.

–¿Te has vuelto loca? Prefiero ir a la cárcel que volver a vivir bajo el mismo techo que papá y mamá. Además mi casa está aquí en Miami, no allí. Maldita sea, nosotras nos criamos aquí. Que a mamá le diera por cambiarse de costa, no convierte aquello en mi casa. No creo que ni ellos quieran que yo esté allí.

La verdad era que a Phoebe también le daban escalofríos sólo de pensar en volver a vivir con sus padres. Vivir a media hora en coche de ellos ya era bastante malo. Pero no era ella la que había arruinado la vida de Tiffany. Todo lo que le pasaba era culpa de ella, y ya era hora de que sus padres compartieran la carga de cuidar a su descontrolada hija pequeña, ya que nunca lo habían hecho antes.

–Y no pienso romper con Tony. Aunque la policía no tenga nada contra Mr. V, él mismo admite que algunos de sus socios pueden andar en asuntos turbios, y Tony no quiere que yo tenga nada que ver con nada de eso. Y menos ahora que... bueno, ya te lo contaré, pero el caso es que él va a dejar el negocio familiar de momento. Y yo me voy de Miami. Sólo una persona con ganas de morir espiaría a Mr.V y yo no soy tan tonta. Si tanto quieres ayudar a la policía, trabaja tú en el Mirage. ¡Eh! Espera... se me acaba de ocurrir una idea.

Phoebe reconoció la excitación en la voz de su hermana y se le puso el vello de punta.

–Creo que puede funcionar. Escúchame, las dos somos bailarinas, ¿no?

–Yo soy profesora de ballet. Tú eres showgirl. Creo que hay una gran diferencia.

–¿Quieres decir que yo lo paso mejor y tengo sexo más de una vez al año?

–Seguro que podrías hacerlo cada hora bailando en ese estúpido lugar.

La verdad era que a Phoebe no le parecía tan mal el trabajo de Tiffany como aquellas palabras parecían dar a entender. Había muchas bailarinas serias que trabajaban en barcos o casinos. Pero era muy distinto bailar con tutú que bailar en tanga.

Se mordió el labio y cerró los ojos con fuerza. En secreto, siempre había deseado parecerse un poco más a su hermana pequeña. Ser más desinhibida, tener más seguridad para enfrentarse a la vida. Ver un hombre atractivo e ir a por él... Un momento. Esa última parte le trajo recuerdos de su época universitaria. En aquel entonces había aprendido por las malas que había que andarse con cuidado en la vida. ¿Qué demonios le pasaba entonces? La única vez que Phoebe había olvidado su sentido común y se había dejado llevar por su libido había terminado sufriendo, y había cerrado su corazón para siempre. No quería volver a pasar por algo así. Seguro que Tiffany lo pasaba mejor que ella. Demasiado. Sin pensar en las consecuencias.

–Deja de sermonear. Estás celosa porque soy feliz y me gusta lo que hago. Escúchame. Si consiguieras un trabajo a bordo del Mirage, podrías asistir a la reunión de Mr.V y escucharlo todo. Es perfecto –dijo Tiffany entusiasmada–. Al detective Álvarez no le importa quién consiga la información.

–Creía que sólo una persona con ganas de morir espiaría a ese Mr.V.

–Estaba exagerando. Es cierto que Mr.V no atiende a razones cuando se trata de su intimidad, pero por lo demás, es muy agradable. Su guardaespaldas, Sonny, puede ser un poco siniestro a veces, pero mientras no te pillen, no tendrás problema. Vamos, Phoebe, ayúdame. Tampoco tienes otra cosa que hacer. Ni siquiera tienes trabajo.

Phoebe le sacó la lengua al teléfono. No era las palabras lo que le dolían más, sino el tono. Como si el único sentido de su existencia fuera hacerle a Tiffany la vida más fácil.

–Olvídalo, Tiffany. No pienso hacerlo. Y para tu información, todavía tengo mi trabajo. Ya estoy bien de la rodilla, cualquier día de estos regreso al estudio.

Phoebe no estaba preparada para admitir que había pospuesto su regreso a la prestigiosa academia de baile para la que trabajaba. Incluso antes de lesionarse la rodilla por segunda vez, Phoebe había empezado a perder interés en sus clases.

Según se acercaba sin remedio a la treintena, Phoebe se había dado cuenta de que se había cansado de enseñar a bailar a adolescentes malcriados.

Si no hubiera padecido aquella primera lesión de rodilla hacía siete años, Phoebe hubiera tenido una vida mucho más interesante. Maldita pierna. El New York City Ballet había tenido que prescindir de sus servicios. Una primera bailarina con una lesión de rodilla no es una inversión.

–Vamos, Phoebe. Piensa en lo mal que le sentaría a mamá si se enterara de que has bailado de showgirl.

–Tiffany, ya soy mayorcita para que quieras hacer picar con ese truco.

–No, no lo eres. Además, vas a sustituirme en el Mirage ese día porque me quieres y quieres ayudarme. Lo de sacar a mamá de quicio es sólo un extra.

Phoebe sonrió. No sabía ni por qué se molestaba. Ganar una discusión con Tiffany era imposible. Por un instante, consideró lo que su hermana le proponía. Aunque ella no podía bailar cualquier cosa. Sólo sabía bailar ballet clásico, su madre, Madeline Devereaux nunca había consentido que aprendiera otra forma.

Phoebe frunció el ceño. A lo mejor Tiffany tenía razón y molestar a su madre era razón suficiente.

Mientras Tiffany seguía hablando al otro lado de la línea, Phoebe se imaginó a sí misma llevando alguno de los escandalosos modelos de baile de su hermana, y, para su sorpresa, sintió un escalofrío de placer. Se llevó la mano al vientre. Dejó volar su imaginación y por un momento visualizó su cuerpo contoneándose bajo las luces del escenario. Se lamió los labios y se imaginó entre el público a un hombre guapísimo que no apartaba la vista de ella... ¿Cómo había conseguido Tiffany meterle semejantes ideas en la cabeza?

Phoebe cerró la agenda. Una cosa era fantasear sobre ser una showgirl y otra muy distinta era convertirse en una. Sólo de pensar en subir a un escenario medio desnuda...

Tiffany pareció presentir una respuesta negativa.

–Sé que el Mirage no es exactamente tu ambiente, pero no tienes nada que perder. Estás hundida en la rutina y ésta es tu oportunidad de hacer algo diferente. Hay muchas cosas en la vida, está en tu mano salir a buscarlas. La vida es como el sexo: puedes estar abajo y esperar a que te lo hagan todo o estar encima y galopar en busca del placer tú misma. Ése es mi lema.

Phoebe estuvo a punto de dejar caer el teléfono de la impresión.

–Muy bonito. Voy a bordar esas palabras en un cojín. Desgraciadamente, infiltrarme en la mafia no es mi idea de buscarle el placer a la vida. Mira, Tiffany, creo que deberías «desmontar» y aprender a arreglar tú sola los líos en los que te metes. Iré a Miami para estar a tu lado, pero de ninguna manera voy a bailar en ese barco con un bikini de lentejuelas mientras tú disfrutas del sol en la playa. Y ahórrate las palabras. No hay nada que me pueda hacer cambiar de opinión.

Tiffany se quedó un momento en silencio antes de contestar.

–Phoebe, sé que crees que soy una estúpida, pero no es a mí a quien quiero proteger.

Phoebe se apoyó en la pared y se frotó el cuello.

–¿Qué estás intentando decirme?

–Estoy embarazada.

Phoebe se tambaleaba sobre unos tacones de ocho centímetros de altura y maldecía su suerte. No era fácil correr con aquellos zapatos tan sexys sosteniendo un regalo, pero había tardado más de lo previsto en cruzar Miami y no podía estropearlo todo llegando tarde.

Una de las showgirls, Candy, se iba a casar, y Phoebe estaba invitada a la despedida de soltera. Curiosamente, después de sólo tres días, parecía encajar mejor entre aquellas chicas de lo que nunca había encajado en otros trabajos. Probablemente porque era la hermana de Tiffany. O quizás, porque por primera vez en su vida, era la peor bailarina del grupo.

–Soy una showgirl.

Había veces que la sola idea le parecía tan absurda que le daban ganas de reír en alto. De momento, lo estaba pasando bien. Gracias a las referencias exageradas que Tiffany había dado de ella, la contrataron en el acto. Su primera actuación iba a ser dentro de dos días y Phoebe sabía que Mr.V y su mano derecha, Sonny, la estarían observando.

Había hablado también con el oficial de policía, Carlos Álvarez. Aunque éste se había enfadado lógicamente por la repentina luna de miel de Tiffany, había accedido a presentar la oferta de Phoebe a su capitán. De hecho, tenía una reunión con Álvarez a la mañana siguiente para hablar de los detalles. Habían quedado en el apartamento de Tiffany, que era donde Phoebe se había instalado. Como precaución, Álvarez le pidió que no volviera a aparecer por la comisaría de policía. Aunque no creía que nadie la estuviera vigilando, no había que subestimar a Sonny Martorelli.

Phoebe sintió un escalofrío ante la idea de sentirse vigilada y pensó en agarrar el primer avión de vuelta a San Francisco. Pero había llegado demasiado lejos para echarse atrás. Además, no había razón para tener miedo. Era una mujer inteligente, podía hacerlo. Quería hacerlo. Y no sólo por Tiffany.

Phoebe había ido a Miami por sí misma y por proteger a su futuro sobrino de un peligro potencial. Además la repentina boda de Tiffany y su decisión de formar una familia la habían pillado fuera de juego. Toda su vida, había hecho las cosas ordenadamente, y, sin embargo, la que estaba casada y esperando un hijo era su hermana. Phoebe iba a cumplir treinta años y no había llegado a ninguna parte. Salía con hombres aburridos. Su trabajo era aburrido. Su vida era aburrida. Tiffany tenía razón. Tenía que hacer algo.

Había tomado una decisión. Por una vez, iba a tomar las riendas de su futuro. Siempre había querido parecerse más a su hermana y ahora iba a poder. Actuar en el Mirage era su oportunidad de salir del nido. Probar una nueva forma de bailar. Experimentar sensaciones nuevas, tocar el peligro.

Quizás comparar los contoneos y contorsiones que se ejecutaban en el escenario del Mirage con el baile era exagerado pero ya estaba harta de ser siempre la niña buena, la responsable. Tiffany nunca se había pensado tanto las cosas y todo le iba mejor. Bueno, lo de estar emparentada con la mafia era un inconveniente, pero a lo mejor Tony y Tiffany tenían razón y la policía se equivocaba.

Phoebe conoció a Mr.V nada más llegar y no se parecía nada al Padrino. En cierto modo, conocer al tío de Tony había sido decepcionante. Era un hombre menudo y regordete que parecía más interesado en hablar de los tomates que cultivaba que en hablar del trabajo de Phoebe en el Mirage. Le preguntó si le gustaba la comida italiana y se ofreció a invitarla a degustar unos espagueti con salsa de tomate hecha por él. ¡Vaya! Resultaba un poco difícil sentir miedo de un tipo que era capaz de hablar de su salsa de tomate diez minutos seguidos y que quería saber si prefería el laurel o el cilantro. Phoebe sonrió al recordar la conversación.

Su principal razón para asistir a la despedida de soltera de Candy era integrarse con las otras bailarinas, pero no podía permitir perder de vista su objetivo fundamental: exprimir la vida hasta la última gota. ¿Por qué iba a ser Tiffany la única que tuviera un lema gracioso?