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Casada por venganza, seducida por placer Gabriella St Clair estaba desesperada: su familia estaba a punto de declararse en quiebra. Sólo un hombre podía ayudarla. Pero era un hombre que estaba deseando verla suplicar…. El millonario sin escrúpulos Vinn Venadicci había tenido un corazón tiempo atrás. Pero, después de conocer a Gabriella, una joven malcriada y heredera de una gran fortuna, enterró sus sentimientos para siempre. Ahora ella había regresado en busca de ayuda. Podía rechazarla o, al fin, vengarse convirtiéndola en su esposa.
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Seitenzahl: 179
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2009 Melanie Milburne
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Boda con el enemigo, N.º 1960 - diciembre 2024
Título original: The Venadicci Marriage Vengeance
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410742369
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
El señor Venadicci ha conseguido hacerle un hueco entre dos reuniones y la recibirá ahora –le informó a Gabby con una corrección cortante la secretaria–. Sólo podrá dedicarle diez minutos.
Gabby asintió educadamente, sin exteriorizar el enfado que había ido acumulando durante la hora que llevaba allí esperando a que Vinn Venadicci se dignara a hablar con ella.
–Gracias –dijo ella–. Intentaré no hacerle perder demasiado tiempo –ironizó.
Por muy difícil que fuera a ser ver de nuevo a Vinn, pasara lo que pasase, tenía que permanecer tranquila y mantener el control. Había demasiadas cosas en juego como para echarlo todo a perder por una de las furiosas reacciones que tantas veces había tenido siete años antes. Había pasado mucho tiempo desde entonces y, aunque no estaba dispuesta a contarle todas las cosas por las que había tenido que pasar, tampoco iba a humillarse delante de él.
Su torre de oficinas en pleno centro financiero de Sidney era todo un símbolo de su meteórica ascensión. Desde sus humildes orígenes en el seno de una familia italiana comandada por su madre, Rose, había sorprendido a propios y extraños con su capacidad, a todos menos al padre de Gabby, que siempre había sabido reconocer el talento que tenía y había hecho todo lo posible para echarle una mano y allanarle el camino.
Pero pensar en su padre era lo último que debía hacer en aquel momento. Henry St Clair estaba muy débil de salud después del agresivo ataque al corazón que había sufrido. Gabby había tenido que hacerse cargo de todo mientras su padre se recuperaba del triple by-pass que le había sido practicado. Su madre se había apostado al pie de la cama de su marido, dejando a Gabby la entera responsabilidad de sacar las cosas adelante.
Todo había sucedido de repente, y Gabby se había puesto a la cabeza de los negocios de la familia para evitarle a su padre más complicaciones. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para que estuviera tranquilo y se recuperara, aunque significara ver de nuevo a Vinn Venadicci.
Gabby golpeó con los nudillos la puerta que tenía grabado el nombre de Vinn en grandes letras y sintió una ligera náusea en el estómago, la misma sensación que le asaltaba siempre cuando estaba cerca de él.
–Adelante.
Gabby echó los hombros hacia atrás, levantó la barbilla con altivez y abrió la puerta. Vinn estaba sentado ante su escritorio y no hizo el menor ademán de levantarse, una grosería que Gabby ya estaba preparada para encajar. Siempre había tenido un aire de insolencia, de mirar a los demás por encima del hombro, incluso cuando vivía con su madre en la casa de empleados de la mansión St Clair.
A pesar del esfuerzo que había hecho para estar tranquila y no perder la compostura, Gabby sintió que su corazón, contra su voluntad, se aceleraba dentro de su pecho. Incluso sentado, Vinn tenía una estatura intimidatoria. Un mechón de su cabello moreno caía ligeramente sobre su frente mientras los rayos del sol iluminaban su rostro. Tenía la nariz marcada por todas las peleas en las que se había metido en su juventud. Al contrario que otros hombres de negocios de éxito, que recurrían a la cirugía estética para arreglar los defectos de su rostro, Vinn los llevaba como una medalla. Lo mismo ocurría con la cicatriz que partía en dos su ceja izquierda, una marca que le daba un aspecto peligroso y, al mismo tiempo, muy atractivo.
–Vaya, ¿cómo está la viuda alegre? –preguntó él mirándola de arriba abajo–. ¿Cuánto tiempo hace que no nos vemos? ¿Un año? ¿Dos? El duelo parece sentarte muy bien, Gabriella. Nunca te había visto tan guapa.
Gabby acusó el golpe mirándole fijamente, sin pestañear, pero con una incómoda corriente eléctrica recorriendo su espalda. Tristan Glendenning había muerto dos años antes y, las pocas veces que había vuelto a ver a Vinn, él no había dejado de recordárselo con su típico tono sarcástico. Cada vez que le decía algo sobre su difunto marido, era como si le estuviera arrojando un insulto a la cara.
–¿Puedo sentarme? –preguntó amablemente ocultando todo lo que estaba pensando.
–Por supuesto –respondió Vinn señalándole con la mano la silla situada enfrente de él–. Ese trasero se merece descansar. Pero no te pongas muy cómoda, en diez minutos tengo una reunión importante.
Gabby se sentó en el borde de la silla odiándose a sí misma por el rubor que las palabras de él habían provocado en sus mejillas. Vinn siempre había tenido la extraña e incómoda virtud de hacerle ser plenamente consciente de su cuerpo a través de las frases que utilizaba para hablar con ella. Nadie tenía esa capacidad más que él.
–Bueno –dijo apoyando la espalda en el respaldo de su asiento–. ¿Qué puedo hacer por ti, Gabriella?
Ella guardó silencio unos instantes. Nadie más que él utilizaba su nombre completo para dirigirse a ella. Había empezado a hacerlo cuando ella acababa de cumplir catorce años, cuando la madre de él había sido contratada para limpiar en la mansión y había llegado allí con su hijo de dieciocho años. La forma en que pronunciaba su nombre también tenía algo especial. Aunque había nacido en Australia, la constante presencia del italiano en su casa le había dado un toque exótico a su acento. Cuando decía su nombre, Gabby se quedaba como paralizada.
–He venido porque ha surgido un pequeño problema –dijo frotándose las manos por debajo de la mesa intentando controlar los nervios–. Como mi padre ahora mismo está descansando y no puede hacerse cargo de nada, he pensado que podrías aconsejarme.
Vinn la observó detenidamente con su aire enigmático mientras pulsaba una y otra vez el resorte de su estilográfica.
–¿Cómo está tu padre esta mañana? –preguntó él–. Le vi ayer por la noche en la unidad de cuidados intensivos. Parecía un poco desmejorado, pero supongo que es normal.
Gabby sabía que Vinn visitaba regularmente a su padre, aunque siempre se las arreglaba para no coincidir con él en el hospital.
–Lo está haciendo muy bien –respondió–. La cirugía está programada para la próxima semana. Creo que están esperando a que se estabilice un poco.
–Sí, es mejor –dijo él dejando la estilográfica sobre la mesa–. Los médicos estiman que se recuperará del todo ¿verdad?
Gabby intentaba no mirar sus manos, pero tenían algo que le atrapaba. Eran grandes y poderosas, con dedos estilizados y un tupido vello moreno que les daba un aspecto masculino difícil de resistir.
Ya no era el chico que había conocido una vez. Su piel morena estaba brillante y bien cuidada, sus músculos, tonificados y muy marcados, signo del estricto programa de entrenamiento físico al que se sometía. A su lado, los ejercicios de gimnasia que hacía ella parecían un mero pasatiempo.
–¿Gabriella?
Intentó recuperar la compostura y le miró a los ojos, unos profundos y penetrantes ojos grises. Nunca había sabido nada acerca del padre de Vinn. Por algunos comentarios había deducido que no había sido italiano como su madre, pero nunca le había preguntado sobre ello directamente. Algo le había hecho intuir desde muy pronto que para su madre y para él no era un tema agradable de conversación.
–Bueno… No estoy segura –respondió finalmente a la pregunta que le había hecho sobre la recuperación de su padre–. No he hablado con los médicos.
En cuanto terminó de hablar, se dio cuenta de lo indiferentes que habían sonado sus palabras, como si la salud de su padre no le importara. La realidad era muy distinta. No había nada en el mundo que le preocupara más. De no haber sido por el ataque al corazón de su padre, ella nunca habría tenido que ir hasta allí a hablar con Vinn.
–Supongo que esta visita tiene que ver con la oferta que se ha hecho por el complejo residencial St Clair Island, ¿me equivoco?
Gabby intentó ocultar su sorpresa. ¿Cómo se había enterado?
–Sí, en realidad… Como seguramente sabrás, mi padre pidió hace un año y medio un préstamo para modernizar el lugar. Ayer por la tarde recibí una llamada. Me dijeron que, si no pagábamos el importe total del préstamo, podíamos tener problemas, y todo el complejo saldría a la venta.
–¿Has hablado del asunto con vuestros contables?
–Dicen que no hay forma humana de reunir tal cantidad de dinero en veinticuatro horas –dijo ella bajando un poco la mirada.
Vinn tomó de nuevo la estilográfica y empezó a accionar una y otra vez el botón, como si fuera un ritual que le ayudara a pensar.
–No le has dicho nada a tu padre, ¿verdad?
–No, por supuesto que no –respondió ella con dificultad para mantener su mirada–. No quiero preocuparle. Si le digo lo que está pasando, puede que le provoque otro ataque.
–¿Qué hay de los que llevan la gestión del complejo? ¿Saben lo que está pasando?
–He hablado con Judy y Garry Foster –respondió ella–. Como es lógico, están preocupados por sus empleos, pero les aseguré que me ocuparía personalmente de solucionarlo todo.
–¿Has traído la documentación? –preguntó tras una pausa.
–No, pensé que sería mejor discutir primero el tema contigo.
Estaba incómoda. Se sentía incompetente, intentando manejar asuntos que se le escapaban. Desde que sus padres le habían pedido que se hiciera cargo de todo, había tenido dudas sobre su capacidad para sacarlo adelante, pero no había querido decirles nada para no defraudarles. Ambos tenían muchas esperanzas puestas en ella después de la trágica muerte de su hermano mayor, Blair. Gabby había intentado hacer todo lo posible para llenar el terrible vacío que había dejado, pero seguía teniendo la sensación de estar abarcando más de lo que podía manejar.
–De modo que tienes un día para reunir los fondos necesarios, ¿no es así? –preguntó él.
–Efectivamente –respondió ella ocultando lo difícil que le resultaba hablar de todo aquello–. Si no lo logramos, mi familia tendrá que sacarlo a la venta y sólo tendremos el treinta y cinco por ciento de las acciones. No sé exactamente si puedes ayudarme en algo. Sé perfectamente que si mi padre no estuviera en el hospital, hubiera venido a verte antes que a nadie para tratar contigo todo esto.
–¿Tienes alguna idea de quién está detrás de todo esto? –le preguntó Vinn.
–No –respondió–. He preguntado a todas las personas que conozco, pero nadie parece tener la más ligera idea.
–¿De cuánto dinero estamos hablando?
Gabby respiró profundamente antes de responder.
–Dos millones cuatrocientos mil dólares.
–Vaya –dijo él enarcando una ceja–. No es precisamente calderilla.
–No, no es algo que te puedas encontrar por la calle –comentó ella–. Estoy segura de que mi padre nunca pensó que esto podría llegar a ocurrir. El mercado ha estado muy inestable estos últimos meses. Parece que no hemos sido los únicos en pedir un préstamo en el peor momento.
–Desde luego.
–Bien… Me estaba preguntando… ¿Qué crees que podríamos hacer? –preguntó tímidamente, aunque la desesperación crecía en su interior por momentos–. No quisiera ponerte en un compromiso, pero mi padre respeta mucho tus opiniones, por eso he venido.
–Sí, ya me imagino que no habrás venido hasta aquí sólo para hablar del tiempo –dijo Vinn–. Por cierto, te quedan cinco minutos.
–Ya sabes lo que te estoy pidiendo –dijo Gabby luchando consigo misma–. No me hagas decirlo sólo para alimentar tu ego.
Los ojos de él parecían llenarse de energía mientras se inclinaba sobre el escritorio.
–Quieres que pague yo ese dinero, ¿verdad?
–Mi padre ha hecho mucho por ti –respondió ella empezando con el discurso que había ensayado una y otra vez la noche anterior–. Pagó la fianza cuando robaste aquel coche con dieciocho años nada más empezar a vivir con nosotros. Te dio un aval para que pudieras ir a la universidad… No habrías conseguido todo lo que hoy tienes de no haber sido por él.
Vinn se recostó de nuevo en su asiento jugando con la estilográfica.
–Dos millones cuatrocientos mil dólares es mucho dinero, Gabriella –dijo–. Para poder hacer ese desembolso de dinero necesitaría algo a cambio, alguna garantía que me cubra las espaldas en caso de que las cosas salgan mal.
–¿Una garantía? –repitió ella alarmada–. Podemos hablarlo con nuestros abogados y llegar a un acuerdo. Podríamos firmar un plan de reembolso a cinco años, por ejemplo. Con intereses, por supuesto. ¿Qué te parece?
–Demasiado arriesgado –respondió él con una sonrisa enigmática–. Preferiría algo más seguro, algo que sea más que un simple trozo de papel.
–No estoy muy segura de entenderte –dijo ella dubitativa–. ¿Te refieres a algo más concreto? Lo único que podría adaptarse a tus requerimientos es la casa de mis padres, pero necesitarán algún sitio donde…
–No quiero su casa –la interrumpió clavándole la mirada.
–Entonces… ¿Qué es lo que quieres? –preguntó casi desesperada, llevándose la mano al estómago para intentar acallar las náuseas que sentía.
Se hizo el silencio. Un silencio incómodo y lleno de algo muy intenso que Gabby no fue capaz de precisar. El aire se había vuelto súbitamente denso, tan denso que le costaba respirar sin sentir una sensación de ahogo en lo más profundo de su pecho.
–¿Qué te parecería ser la garantía tú misma? –preguntó entonces Vinn.
–No poseo nada cuyo valor ascienda a esa cantidad –respondió ella frunciendo el ceño–. Sólo obtengo algunos pequeños ingresos de la sociedad para mis necesidades y poco más.
–Deduzco por lo que dices que tu difunto marido no te dejó en la posición desahogada que has disfrutado durante toda tu plácida vida, ¿me equivoco?
Gabby bajó la mirada para no tener que enfrentarse a los ojos de él, unos ojos que parecían estar llenos de reproche.
–Las finanzas de Tristan eran un desastre cuando murió de repente. Había deudas, cosas que no estaban claras… Demasiadas cosas que solucionar.
«Y demasiados secretos que ocultar», pensó Gabby.
–Te daré el dinero –afirmó Vinn finalmente–. Puedo hacerle llegar el dinero a la sociedad de tu padre con sólo encender mi ordenador y pulsar un par de veces el ratón. Tu pequeño problema estará solucionado antes de que llegues al ascensor.
Pero había una condición, podía presentirlo. Gabby le miró expectante para escucharla. Le conocía de sobra como para saber que jamás regalaría tal cantidad de dinero a cambio de nada. Vinn sentía un profundo respeto por su padre, incluso toleraba bastante bien a su madre, pero, en lo que tenía que ver con ella, sentía un profundo resentimiento. Aquel favor le estaba dando la oportunidad de resarcirse. Gabby estaba segura de que Vinn no iba a desaprovecharla.
–Por supuesto, habrá ciertas condiciones –empezó él.
Gabby se estremeció al ver la determinación en sus ojos.
–¿Qué tipo de condiciones?
–Me sorprende que no se te haya ocurrido ya –dijo él haciendo una mueca irónica, como si estuviera jugando al ratón y al gato con ella, como si estuviera disfrutando con todo aquello.
–Yo no… No tengo ni idea de a qué te refieres –tartamudeó ella frotándose las manos llenas de sudor.
–Pues yo creo que sí –dijo él–. ¿Recuerdas aquella noche justo antes de tu boda?
Gabby se obligó a sí misma a mirarle a los ojos, aunque notaba cómo la culpabilidad ascendía por su piel hasta teñirle las mejillas con un rubor difícil de ocultar. Recordaba perfectamente la noche a la que se refería Vinn. Durante el tiempo que había durado su matrimonio la había rememorado cientos de veces, preguntándose una y otra vez cómo habría sido su vida de haber hecho caso a Vinn.
La tarde anterior a su boda, Gabby se encontraba en la iglesia realizando el ensayo final a pesar de que Tristan había llamado por teléfono diciendo que le habían programado una reunión de última hora y no iba a poder llegar. Vinn había llegado a toda prisa desde el aeropuerto después de haber estado seis meses en Italia, donde su madre se estaba muriendo. Se había apoyado en una de las columnas del fondo de la nave con su típica pose desenfadada y no había dicho nada.
Una vez terminado el ensayo, la madre de Gabby había invitado a todos los presentes a unos aperitivos en la casa familiar. Gabby le había pedido al cielo que Vinn declinara la oferta, pero cuando hora y media después salió del cuarto de baño de la planta superior, le encontró frente a ella.
–Tengo que hablar contigo en privado, Gabriella –le había dicho.
–No se me ocurre qué tienes que decirme –había replicado ella fríamente intentando ignorarle y pasar de largo, sintiendo las manos de él sujetándola con fuerza, deteniéndola, provocando una corriente eléctrica en todo su cuerpo–. Deja que me vaya, Vinn –le había pedido.
–No sigas con esto, Gabriella –le había pedido él en un tono que nunca antes le había oído utilizar–. Ese hombre no es para ti.
–He dicho que me sueltes –había insistido ella orgullosa intentando zafarse.
Pero Vinn la había tomado de la cintura y la había atraído hacia él hasta tenerla muy cerca, hasta tenerla más cerca de lo que nunca habían estado. Gabby se había quedado sorprendida por la fortaleza de su pecho, por la determinación con que las manos de él la estaban sujetando, por las emociones que estaba experimentando.
–Cancélalo –le había ordenado Vinn–. Tus padres lo entenderán. Todavía estás a tiempo.
–Como no me sueltes ahora mismo, empezaré a gritar –le había amenazado ella–. Le diré a todo el mundo que has intentado abusar de mí. Irás a la cárcel.
Vinn había acusado el golpe con un gesto amargo.
–Ese hombre se quiere casar contigo sólo por tu dinero –le había advertido Vinn.
Gabby había reaccionado con furia, aunque una ligera duda se había abierto camino en su interior, una duda que había empezado a sentir en las últimas semanas.
–No tienes ni idea de lo que estás hablando –le había espetado ella–. Tristan me quiere de verdad. Sé que me quiere.
–Si lo que quieres es casarte, entonces cásate conmigo –le había dicho él–. Al menos, estarás segura de con quién te comprometes.
–¿Casarme contigo? –le había preguntado ella en tono sarcástico–. ¿Y pasarme el resto de mi vida fregando escaleras como tu madre? Gracias, pero no.
–No puedo permitir que lo hagas, Gabriella –había insistido él–. Si no lo cancelas esta misma noche, mañana durante la ceremonia me levantaré delante de todo el mundo y diré claramente por qué no debes casarte.
–¡No te atreverás!
–¿Te apuestas algo, rubia? –preguntó él retándola–. ¿Quieres que todo Sidney sepa la clase de hombre que es tu futuro marido?
–Maldito seas… –había dicho ella–. Me aseguraré de que no puedas entrar. Hablaré con la empresa de seguridad que ha contratado mi padre y te prohibirán la entrada. Me voy a casar con Tristan mañana, digas tú lo que digas.
–Ahora mismo, no tienes ni idea de lo que quieres o a quién quieres –dijo él con firmeza–. Maldita sea, Gabriella. Sólo vas a tener veintiún años una vez. El suicidio de tu hermano te destrozó, nos destrozó a todos. Tu enlace con ese hombre ha sido una especie de reacción. Por Dios santo, hasta un ciego ser daría cuenta.
La sola mención de su hermano, del trágico final que había tenido, había provocado una reacción en Gabby que hasta entonces no se había permitido tener por respeto a sus padres. Fue como una explosión, como la erupción de un volcán. Sacando fuerzas de algún recóndito lugar, le había dado un puñetazo en la barbilla con todas sus fuerzas.
Vinn había acusado el golpe. Pero, entonces, mientras ella todavía se tocaba la mano, dolorida por el impacto, él la había sujetado con fuerza y la había besado con furia, con pasión, con una intensa desesperación y deseo…
Gabby intentó volver al mundo real. No le gustaba pensar en aquel beso. Le daba vergüenza recordar cómo ella se lo había devuelto, recordar cómo a la mañana siguiente había acudido a la boda con una marca roja en la mano, una marca que le hacía imposible olvidar lo que había sucedido la noche anterior. Había sido como si Vinn hubiera estado presente en la ceremonia, como si hubiera podido burlar la vigilancia que ella le había pedido a su padre que apostara en la puerta.
–Ve al grano y dime lo que quieres –dijo Gabby molesta.
–Quiero que seas mi mujer.
Gabby no estaba segura de qué era más aterrador, la propuesta de Vinn o el darse cuenta de que no tenía más opción que aceptar.
–Parece una mala idea, teniendo en cuenta que nos odiamos y siempre nos hemos odiado –dijo ella sin amilanarse.