Boda con el jeque - Clare Connelly - E-Book

Boda con el jeque E-Book

Clare Connelly

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Beschreibung

Su única opción: ¡una boda real con el jeque! Para convertirse en rey, el jeque Khalil debía casarse antes de cumplir treinta años. ¡Pero antes pasó una apasionada y tórrida noche con India McCarthy! Cuando India le anunció que estaba embarazada de gemelos, Khalil supo que solo poniéndole una alianza en el dedo se aseguraría la corona y la inclusión de sus hijos en la línea sucesoria. A pesar de que anhelaba mucho más, India estaba dispuesta a aceptar un matrimonio de conveniencia con tal de que sus hijos contaran con una figura paterna. Sin embargo, cuando su mutuo deseo, lejos de aplacarse, amenazó con consumirlos, la unión entre ellos dejó de tener nada de conveniente…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Clare Connelly

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Boda con el jeque, n.º 2901 - enero 2022

Título original: Crowned for His Desert Twins

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-368-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

EL SALÓN de baile del lujoso hotel de Manhattan estaba repleto del tipo de personas que solían acudir a aquellos eventos, a las que Khalil se refería mentalmente como «sospechosos habituales», la élite de la sociedad, mujeres vestidas de largo y hombres de traje oscuro que parloteaban sin cesar.

–¿Alteza?

Un camarero le acercó con gesto nervioso una bandeja con un whisky y Khalil esbozó una sonrisa al comprobar que su reputación, que le había ganado el apodo de Príncipe Implacable, lo precedía. Tomó el vaso con expresión condescendiente y el camarero se escabulló aliviado.

Khalil bebió mientras recorría la sala con el aburrimiento que siempre le provocaban aquellas fiestas. A él le interesaban los aspectos relevantes de gobernar, la economía, la educación, las políticas de desarrollo, y acudir a aquel tipo de reuniones sociales le robaba un tiempo del que no disponía.

Irguiéndose, miró hacia la puerta, planeando irse en cuanto pasara el tiempo suficiente como para no provocar un conflicto diplomático.

Y, entonces, la vio.

Aguzó la mirada al tiempo que la adrenalina le recorría la sangre mientras observaba a la mujer más guapa que había visto en toda su vida. Alta y esbelta, con el cabello rubio recogido en la nuca, llevaba un vestido azul que llamaba la atención, no por la prenda en sí, sino por lo que delataba de su figura. Unos senos y unas caderas redondeadas, la cintura estrecha y piernas largas encapsuladas en un vestido elegante, pero sin los excesos de los que llevaban las demás mujeres. Su sonrisa era súbita y transformaba su rostro, dejando ver un par de hoyuelos en sus mejillas y haciendo que sus ojos parecieran llenarse de purpurina.

Khalil terminó la copa con la determinación de acercarse a ella, pero de pronto, y aunque le resultara irrelevante, buscó con la mirada a su acompañante. Él, el jeque Khalil el Abdul, gobernante de uno de los países más prósperos de Oriente Medio, jamás había sido rechazado por ninguna mujer, y no se le pasaba por la cabeza que aquella pudiera ser la primera.

La rubia volvió a sonreír y Khalil enfocó la mirada en el hombre que recibía aquel regalo. Como le daba la espalda, solo veía que era rubio y de la misma altura que la mujer. Llevaba esmoquin y zapatos brillantes. Pero cuando giró la cabeza hacia un lado, Khalil sintió un puñal atravesarle el pecho.

Jamás olvidaba un rostro y menos el de un enemigo. Ethan Graves, el antiguo amigo que había presentado a la prima que consideraba su hermana, Astrid, cuya vida había destrozado. Y como siempre que pensaba en Astrid, se sintió culpable por no haberse dado cuenta a tiempo de lo que estaba pasando hasta que fue demasiado tarde…

Khalil apretó el vaso con fuerza y lo dejó en una mesa para no romperlo mientras seguía observando a la pareja con renovado interés.

El corazón le latía con fuerza. Ethan Graves era la persona a la que más odiaba en el mundo, el ser más mezquino sobre la tierra. Estaría haciendo un favor a aquella mujer si la seducía y la alejaba de él.

Sí, ella saldría beneficiada de su plan, pero por encima de todo, Khalil quería humillar a Ethan. Había confiado en encontrar la ocasión de vengar a su prima y el destino se la ponía en bandeja. La adrenalina estalló en su interior a la vez que la decisión de actuar borraba de su mente cualquier otra consideración.

Odiaba a Ethan Graves, y no había nada que no estuviera dispuesto hacer para hacerle pagar, incluido seducir a su preciosa amante…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN UNA sala llena de pavos reales, tú eres el único pájaro exótico.

La voz masculina le llegó desde detrás, acariciándole la mejilla con un leve acento. Aun antes de volverse, a India se le puso la carne de gallina. Cuando se giró para ver de quién se trataba se quedó muda.

Era imposible describir la belleza de aquel hombre. Alto y de anchos hombros, con la piel cetrina y el cabello negro que le rozaba el cuello de la camisa, tenía cejas densas, facciones simétricas y una barbilla cuadrada cubierta por una corta barba; unos labios voluptuosos y la nariz larga y recta. Sus ojos eran como dos túneles interminables, profundos y fascinantes, moteados de marrón, negro y dorado, y bordeados de unas pestañas tan pobladas que daban la impresión de que los llevara pintados. India lo observó en estado de shock, olvidando dónde estaba y lo que hacía allí.

Pero la amnesia fue pasajera.

Estaba haciendo un trabajo que no podía arriesgarse a perder, así que parpadeó, compuso una sonrisa educada y dijo:

–Gracias –al volverse de nuevo hacia la barra, una mujer se le había adelantado y masculló–. ¡Vaya!

–¿Qué quieres beber?

La voz del hombre era como terciopelo. India tuvo que reprimir el impulso de comentarle que tenía la voz sensual de un locutor de radio.

–No pasa nada. Me toca enseguida.

–También antes te tocaba –apuntó él.

Ella lo miró de soslayo y replicó:

–Sí, y si no me hubieras distraído, ya habría pedido.

Él le dedicó una sonrisa divertida.

–Permíteme –dijo.

Colocándole la mano en la parte baja de la espalda, la atrajo hacia sí. El cuerpo de India se movió sin permiso de su cerebro hasta que sus costados quedaron en contacto y sintió una explosión de chispas bajo la piel. Él encontró un hueco en la barra y se desplazó con ella a ocuparlo al tiempo que alzaba la mano.

Para sorpresa de India, una camarera lo vio al instante.

–Buenas noches, señor –la joven inclinó la cabeza respetuosamente, de manera que India desvió la mirada hacia el rostro del desconocido–. ¿Qué desea?

–La señorita quiere pedir –dijo él, deslizando suavemente los dedos por la espalda de India.

–Un agua mineral en copa de champán y un pinot noir –dijo ella, distraída y alarmada por la caricia del hombre

–¿Y para usted, Alteza? –preguntó la camarera mirándolo a él.

India se sobresaltó. ¿Alteza? El hombre la miró, obviamente divertido con su expresión de sorpresa. Mientras que era evidente que estaba acostumbrado a moverse en aquel ambiente, ella solo estaba allí porque la agencia de acompañantes en la que trabajaba le había asignado el tipo de cita que solían cubrir las chicas que llevaban más tiempo en la agencia. Ella se había incorporado solo hacía doce meses, cuando su mundo había colapsado y había tenido que hacer lo que fuera para sobrevivir y para mantener a su adorado hermano menor en la universidad.

–Agua mineral también, pero en un vaso normal –dijo él.

–¿Alteza? –le preguntó ella directamente mientras esperaban las bebidas–. ¿Eres de la realeza?

–Eso parece.

–¿Estás siendo deliberadamente esquivo?

–Nunca me habían acusado de eso.

–Tal vez no a tu cara.

 

 

Él entonces rio con un sonido profundo que hizo que varias cabezas se volvieran y que a India se le acelerara el pulso.

–¿Quién eres? –preguntó, devorada por la curiosidad.

–Me llamo Khalil.

–¿Debo dirigirme a ti como «Alteza»?

–Preferiría que no.

Ella frunció el ceño.

–Pero si eres rey…

–Todavía no lo soy –dijo él. Inclinando la cabeza le susurró al oído–: Y prefiero oír en tus labios mi nombre que un título oficial.

Fue un comentario intrascendente, pero el tono en el que lo hizo provocó que India sintiera un golpe de calor al tiempo que sus pezones se endurecían contra la seda de su vestido. Él deslizó la mirada a sus labios y estos se abrieron como por arte de magia. India tuvo sensaciones que no había experimentado nunca, cada nervio de su cuerpo estaba activado y, a pesar de que apenas a unos pasos estaba el hombre que había pagado generosamente por su compañía, ella solo podía pensar en el que tenía ante sí.

–Khalil –dijo como si con ello pudiera salir del estado de ensoñación en el que estaba cayendo.

Los ojos de él brillaron con un deseo inequívoco.

–¿Y tu nombre? –preguntó en un tono que indicaba que estaba acostumbrado a ser obedecido.

–I-India –dijo ella, tartamudeando por primera vez en años, después de que un logopeda corrigiera su impedimento de infancia.

–India –él deslizó la mano a su cadera, acercándola más, prometiendo algo que ella quería experimentar desesperadamente–. Es un placer conocerte.

–Aquí tienen sus bebidas, señora, señor.

India agradeció que la camarera los interrumpiera. Abrió los ojos como platos y habría retrocedido de no haber estado prácticamente atrapada entre la gente, así que se quedó donde estaba… que era donde, si era sincera, quería permanecer.

–Déjelos en la barra –dijo él sin apartar sus ojos de India, logrando que se sintiera excitada y deseable–. Háblame de ti.

India parpadeó. Era la primera vez que le preguntaban por ella en una de las citas concertadas por la agencia.

–Estoy segura de que sería mucho más interesante que tú me hablaras de ti –dijo con sinceridad, olvidando la copa de vino que Ethan estaba esperando.

–¿Por qué crees eso?

–Eres el primer miembro de la realeza que conozco –dijo ella, alzando un hombro.

Eso atrajo la mirada de Khalil a su piel blanca, y de ahí a su escote y al valle entre sus senos. India contuvo el aliento al tiempo que sentía mariposas aletear en su estómago. El interés que él manifestaba era palpable, pero lo que la desconcertaba más era la forma en que su propio cuerpo reaccionaba.

–Y tú eres la primera mujer que conozco que se llama India. ¿Qué tiene una cosa que ver con la otra?

Ella se sonrojó. La atracción que sentía por él era tan abrumadora como inconveniente, puesto que estaba allí con un cliente y no la pagaban por flirtear con otro hombre. Podía imaginarse el tipo de quejas que Ethan presentaría, y más cuando era evidente que era un imbécil. Además, y aunque no supiera por qué, intuía que le irritaría especialmente que se tratara de aquel hombre en concreto, tal vez por lo extremadamente masculino que resultaba. O quizá porque probablemente tenía la habilidad de resultar intimidante para cualquier hombre.

Y probablemente «Su Alteza» lo sabía.

–Tiene que ver… –India consiguió a duras penas separarse mínimamente de él y tomar una copa en cada mano–, con que tu vida debe de ser mucho más interesante que la mía –sonrió brevemente y concluyó–: Desafortunadamente, no puedo quedarme a oírla. Estoy acompañada.

Los ojos de él brillaron con… ¿irritación? ¿Impaciencia?

India lo entendía, pero no podía poner en riesgo su trabajo. El cheque de aquella noche cubriría algunos gastos, y bastaba que recordara la solicitud del pago de la universidad que colgaba en la nevera, para que la recorriera un sudor frío.

–¿Alguien con quien prefieres estar en lugar de conmigo? –preguntó él con una aplastante seguridad en sí mismo.

Y tenía razón. Ella habría hecho lo que fuera por cambiar una cita por otra, pero no podía permitírselo. No era una pregunta justa.

–He venido con otra persona.

–Eso no significa que tengas que marcharte con él, azeezi.

–Desde luego que sí.

India bajó la vista, lamentando no poder hacer lo que quisiera precisamente aquella noche en la que cumplía veinticuatro años. Se había sentido tan sola… Claro que Jackson la había llamado y su felicidad había sido contagiosa. Pero el resto del tiempo lo había pasado en la gran casa familiar, sola, pensando en el pasado. Coquetear con aquel fascinante desconocido era el mejor regalo que podría hacerse; pero más aún necesitaba el ingreso que suponía aquel trabajo. Y puesto que no podía arriesgarse a perderlo, sonrió y dijo:

–Me alegro de haberte conocido, Alteza.

–Te he dicho que me llames Khalil –dijo él, alzándole la barbilla con el índice y mirándola fijamente.

–No puedo llamarte nada –contestó ella sin conseguir imprimir la suficiente determinación a su voz–. Tengo que irme.

–¿Es lo que quieres?

–Deja de preguntármelo.

–¿Ya lo he hecho antes?

–Más o menos –India suspiró y desvió la mirada–. Mi cita me está esperando.

Él esbozó una sonrisa desdeñosa.

–¿Te refieres al hombre que te ha mandado al bar por su copa? ¿Crees que te merece?

–Me he ofrecido yo. Estaba en medio de una conversación de negocios importante.

–Ninguna conversación puede ser más importante que tu tiempo. Si estuvieras conmigo, te lo demostraría.

India no supo qué contestar. Él añadió con voz susurrante:

–Un hombre lo bastante afortunado como para quedar contigo debería dedicarse a hacerte feliz.

El aliento escapó de los labios de India bruscamente.

–No-es… No es ese tipo de cita –dijo con el pulso acelerado.

–¿Quieres saber cómo sería una cita conmigo?

–Tengo que irme –gimió ella, aunque sin hacer ademán de separarse de él.

–Primero, te mandaría la dirección de una boutique de la Quinta Avenida para que te compraras lo que quisieras; lencería, ropa, joyas. Luego mi chófer te llevaría a la suite presidencial del hotel Carlisle, donde pasarías la tarde mimándote y descansando para poder disfrutar de la velada conmigo.

Una corriente de deseo recorrió la espalda de India ante la imagen que él evocaba.

–Te recogería sobre las ocho e iríamos a cenar, pero en un restaurante que habría cerrado para nosotros dos en exclusiva. Bailaríamos y, antes de la medianoche, volveríamos al hotel, donde yo disfrutaría de oírte pronunciar mi nombre una y otra vez.

India cerró los ojos para contener las imágenes de sus cuerpos enredados, desnudos. Sonaba a la noche perfecta, y de no haber tenido experiencia en lo pasajeros que eran los caprichos de los hombres, no habría hecho la siguiente pregunta:

–¿Y por la mañana? –musitó.

Un brillo de sorpresa destelló en los ojos de Khalil.

–Traería un nuevo día.

–En el que tú desaparecerías.

Él inclinó la cabeza.

–Nunca pasó mucho tiempo en América. Mi vida transcurre en Khatrain.

India identificó el país al instante. Situado en el Golfo Pérsico, era económica y políticamente importante, con una de las capitales más modernas del mundo.

–Suena muy tentador –dijo–, pero no acostumbro a tener relaciones de una noche.

–¿Incluso cuando es lo que deseas? –pregunto él con voz aterciopelada.

El corazón de India se aceleró al tiempo que se perdía en los ojos de Khalil y se le acortaba la respiración.

–¿Cómo sabes lo que quiero?

–No lo sé. Lo intuyo. ¿Estoy equivocado?

«Di que sí».

Pero India era sincera hasta el exceso. Aunque negó con la cabeza, su cuerpo se inclinó por sí mismo hacia Khalil.

–Lo suponía –dijo él. E inclinó la cabeza lentamente, mirándola con expresión provocadora

Iba a besarla y, aunque India sabía que debía retroceder, no pudo hacerlo. Sus pies se elevaron sobre las puntas para ofrecer sus labios a los de Khalil. Él le acarició la cadera y acercó una pierna para atrapar a India contra su cuerpo.

–Sería solo una noche, pero haría arder tu alma en llamas, azeezi. Te lo prometo –dijo él, rozando con sus labios los de ella.

India reaccionó súbitamente, como si le echaran agua helada por encima y miró alrededor. Comprobó aliviada que Ethan le daba la espalda. Sentía un hormigueo en los dedos por el anhelo y la ansiedad que le provocó lo que acababa de suceder. Si Ethan lo contaba, la echarían de la agencia. Y si la despedían ¿qué iba a hacer con su vida?

Warm Engagements era una agencia de acompañantes especial, en la que no se incluía el sexo. Era una regla que no se podía infringir, y que a ella le daba la tranquilidad de aceptar reservas sin temer que, al final de la noche, el cliente en cuestión pidiera un «servicio extra».

–No puedo –dijo con la mirada velada, porque nunca había deseado tanto hacer algo–. Por favor, olvida que nos hayamos conocido.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LA VOZ de Ethan era un murmullo continuo desde hacía varios minutos. India asentía y sonreía, consciente de que era todo lo que se esperaba de ella. De hecho, el par de ocasiones en las que había emitido algo parecido a una opinión, él la había mirado con condescendencia y ni se había molestado en contestar. A quienes los acompañaban no parecía molestarles, lo que le permitió deducir que Ethan debía de ser extremadamente rico o muy importante. Era la única explicación al interés que ponían en sus palabras. Era guapo como una estrella de cine, eso sí; pero tan egocéntrico que resultaba insoportablemente aburrido.

Eso hacía que su mente vagara hacia otros asuntos, particularmente hacia su encuentro con Khalil y cómo, por un instante, había sentido que eran los dos únicos habitantes sobre la tierra; pero también recordó la conversación con Jackson aquella mañana, en la que había sonado exultante por haber conseguido plaza en la universidad, en un momento en el que, como ella, estaba destrozado por el dolor de la súbita pérdida de sus padres.

Desde entonces, ella había dedicado todas sus energías a que Jackson pudiera seguir con su vida. Sentía que se lo debía a su madre y a su padrastro, que tanto se habían sacrificado para que sus hijos pudieran progresar. En el caso de Jackson, eso significaba que pudiera concluir sus estudios en la prestigiosa institución en la que había sido admitido.

Sin embargo, a veces le asaltaba la duda. ¿Podría seguir haciendo aquel trabajo tres años más? Como siempre que pensaba en las dificultades económicas a las que se enfrentaba sintió una opresión en el pecho. Porque una mujer de veinticuatro años sin cualificaciones no tenía muchas maneras de ganar dinero, y la cantidad que ella necesitaba le había obligado a aceptar un trabajo como aquel. Acompañar a hombres de negocios adinerados a eventos sociales no era precisamente su sueño, pero pagaban bien. Y Jackson lo merecía.

Habría dado cualquier cosa por estar en aquel momento con él. Era el primer cumpleaños sin sus padres, que habían fallecido tres días más tarde que cumpliera los veintitrés. Aquella mañana, al pensar en ello, se había sentido ahogada por el dolor y la pena. Durante las Navidades había sentido lo mismo, pero al menos las había pasado con Jackson y habían podido compartir su tristeza.

Ethan dijo algo que despertó una carcajada y ella rio mecánicamente al tiempo que bebía de su copa. Por propia volición, su mirada se desvió y, en segundos, sintió una descarga eléctrica.

Khalil estaba al otro lado de la sala, manteniendo una conversación a la que claramente no prestaba atención. Sus ojos se clavaban en ella con una intensidad que le aceleró el pulso. Aunque lo intentó, no pudo desviar la mirada y entonces él, esbozando una sonrisa cómplice, deslizó su mirada por su cuerpo. Este reaccionó al instante: sintió un escalofrío y se le endurecieron los pezones. Consciente de que él lo notaba, se sonrojó y bebió compulsivamente, apartando la mirada y volviéndola a Ethan.

Era evidente que, aunque creyera lo contrario, no tenía ni idea de economía. Ella había hecho dos años de carrera y el tema siempre la había apasionado, así que se daba cuenta de que Ethan confundía las cifras y del limitado conocimiento que tenía sobre comercio internacional. Aun así, siguió hablando otros veinte minutos antes de volverse hacia ella.

–Cariño, ¿te importaría traerme otra copa?

India sintió que le ardían las mejillas, y le bastó una mirada para confirmar que Khalil la observaba atentamente con una expresión que la dejó sin aliento.

–Claro que no –dijo, avergonzada pero consciente de que la pagaban por ser la perfecta acompañante.

–¿Alguien más quiere algo? –preguntó Ethan.

–Una cerveza –dijo uno de los hombres.

–Otra para mí –dijo otro.

India sonrió apretando los dientes y fue hacia el bar.

–Sabes que hay camareros que harían esto en tu lugar –le llegó la voz acariciadora de Khalil desde detrás–. ¿Por qué te trata como si fueras una sirvienta?

En cuanto lo oyó, India se dio cuenta de que había confiado en que la siguiera.

–No me importa hacerlo.

–¿Es esta tu idea de una cita? –dijo Khalil, chasqueando la lengua con desaprobación–. Con menudos idiotas has debido perder el tiempo.

–Ni te lo imaginas –dijo ella sin poder contenerse.

–Pues haz que esta noche acabe tu mala suerte con los hombres –dijo él, alzando una ceja.

–Ya te he dicho que no me voy a ir contigo a tu casa.

–¿Porque prefieres ir a la de él o porque he sido sincero respecto a mañana por la mañana?

India sintió que el corazón le daba un vuelco.

–Un poco por las dos cosas.

–La primera posibilidad no la creo porque te he observado toda la noche y no hay chispa entre vosotros. Al contrario que cuando yo te toco, por cierto.

India tragó saliva. Jamás había sentido nada parecido a lo que Khalil le había hecho sentir con solo rozarla y acercar sus labios a los de ella.

–Preferiría que dejaras de observarme –musitó, pero mentía.

–No puedo. Mientras sigas aquí seguiré observándote y deseándote.