Café con aroma a calabaza - Laurie Gilmore - E-Book

Café con aroma a calabaza E-Book

Laurie Gilmore

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Beschreibung

Cuando Jeanie recibe el encargo de su querida tía Dot de llevar el Pumpkin Spice Café en el pequeño pueblo de Dream Harbor, decide aprovechar la oportunidad para empezar una nueva vida lejos de su estresante trabajo de oficina. Todos en el pueblo parecen conquistados por el buen humor de Jeanie y sus increíbles cafés de especialidad; todos excepto Logan, un granjero cascarrabias que odia los chismes y prefiere estar solo. Pero la simpatía de Jeanie y el misterio que se cierne sobre el Pumpkin Spice Café obligarán a Logan a pasar mucho tiempo con la extravagante chica de ciudad. ¿Podrá resistirse a ella y a su increíble pumpkin-spiced latte? «Te da el mismo nivel de endorfinas que un sorbo de pumpkin-spiced latte». PEOPLE Los lectores se han enamorado de Café con aroma a calabaza: «Maravillosa historia con lágrimas, risas, misterio, dudas y felicidad». «Una comedia romántica encantadora en un pequeño pueblo, donde saltan chispas…, y muy spicy». «¡Tiene todo lo que me gusta! Un cosy romance en un pueblo pequeño, buenas vibraciones, un café de especialidad y una historia perfectamente tejida entre el chico cascarrabias y la chica optimista». «Un libro precioso, perfecto para leer con una taza enorme de café especiado con canela y un jersey calentito». «ME ENCANTÓ. Las vibraciones del pueblo son geniales, el elenco de personajes que rodean a Jeanie y Logan es increíble y la historia muy conmovedora».

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Seitenzahl: 355

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harpercollins.es

 

Café con aroma a calabaza

Título original: The Pumpkin Spice Café

© Laurie Gilmore 2023

© 2025, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Publicado por HarperCollins Publishers Limited, UK

© De la traducción del inglés, HarperCollins Ibérica, S. A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers Limited, UK.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

 

Diseño de cubierta: Lucy Bennett/HarperCollinsPublishers Ltd

Ilustración de cubierta: © Kelley McMorris / Shannon Associates

 

ISBN: 9788410641495

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Epílogo

Agradecimientos

 

 

 

 

 

 

Al tipo más barbudo y que más viste con camisas de franela que conozco.

Gracias por brindarme siempre tanta inspiración.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Jeanie Ellis nunca había matado a un hombre, pero esta noche podría ser la noche. Tiempos desesperados y eso. Apretó con más fuerza el bate de béisbol que llevaba en la mano y bajó sigilosamente por la desvencijada escalera trasera.

Llevaba tres noches sin dormir. Desde que se había mudado al apartamento encima del café de su tía. Bueno, en teoría el café era de Jeanie. Ella era oficialmente la nueva propietaria del Pumpkin Spice Café, el orgullo y la alegría de su tía Dot hasta hacía justo dos semanas, cuando la mujer anunció que se jubilaba y se marchaba unas semanas al Caribe para broncearse. Al parecer, a Dot no se le ocurrió nadie mejor para hacerse cargo de su querido café que su sobrina favorita, su única sobrina, como había señalado Jeanie. Una idea que ahora, mientras Jeanie bajaba de puntillas el último escalón preparada para la batalla, le parecía completamente absurda.

Todas las noches oía ruidos raros. Como de arañazos y crujidos, con algún que otro sonido como de estruendo. Al principio, había tratado de atribuirlo al viento, o tal vez a un animal que correteara por el callejón trasero. Se negó en redondo a ponerse en lo peor, como solía hacer. No iba a permitirse imaginar a un asesino en serie que se hubiera escapado de la cárcel subiendo sigilosamente por su escalera trasera. Estaba claro que aquel ruido no lo hacía un ladrón armado que venía a llevarse las escasas monedas que su tía guardaba en la caja registradora.

Jeanie empezaba de cero.

Era una mujer nueva.

El pintoresco pueblo costero de Dream Harbor y sus habitantes no sabían nada de ella, y ella pensaba aprovecharse de ello al máximo.

Un golpe en la puerta trasera llamó su atención. Aprovecharía al máximo su plan Nueva Vida, Nueva Jeanie en cuanto averiguara qué era lo que le quitaba el sueño. Nadie podía llevar una vida relajada, pintoresca y rural con un asesino en la puerta trasera. Eso era lógico.

Sostuvo más alto el bate y cruzó el pequeño pasillo que había entre las escaleras y la puerta que daba al callejón de la parte de atrás del café. Aunque «callejón» no era la palabra adecuada. Callejón evocaba imágenes de cubos rebosantes de basura y ratas correteando. Pero Jeanie ya no estaba en Boston. Se encontraba en Dream Harbor, un pueblo que estaba convencida de que alguien debía de haber diseñado. Era demasiado idílico para haber surgido de forma natural. No, lo que había detrás del café y los demás negocios de la calle principal parecía más bien una calle normal, con espacio para camiones de reparto y contenedores de basura ordenados. Incluso había visto a algunos de los propietarios de otras tiendas descansando y charlando allí durante el día. Pero aún no había hablado con nadie. No estaba preparada para eso, para ser la nueva.

Jeanie negó con la cabeza. Sus pensamientos descarrilaban, y ella estaba a punto de ser asesinada. Callejón o no, lo que fuera que hubiera allí no la dejaba dormir, y, después de tres noches de insomnio, apenas se mantenía en pie. Apoyó el bate en el hombro y buscó el pomo de la puerta. Estaba a punto de amanecer y una débil luz gris se filtraba por la vidriera que había por encima de la puerta.

«Oh, perfecto, —pensó Jeanie—. Al menos podré ver a mi agresor antes de morir». Con esa idea tan poco agradable en la cabeza, que no se correspondía en absoluto con su nueva imagen de persona positiva, abrió la puerta de un tirón…

Y se encontró cara a cara con una caja de calabazas pequeñas. ¿Calabazas? Daba igual, porque, antes de que Jeanie pudiera pensar en el nombre de la mercancía, el hombre gigante que sostenía la caja de calabazas pequeñas habló.

O al menos emitió un sonido ronco que recordó a Jeanie que en ese momento estaba sujetando un bate de béisbol de forma muy agresiva. Estuvo a punto de dejarlo caer a su lado, pero entonces pensó que seguía tratándose de un hombre grande y desconocido. Con calabazas o sin ellas, probablemente no debería bajar la guardia todavía.

—¿Quién es usted? —preguntó, con una mano en la puerta por si tenía que cerrársela en las narices a aquel misterioso hombre calabaza.

Las oscuras cejas de él se alzaron un milímetro, como si le sorprendiera la pregunta.

—Logan Anders —respondió, como si eso fuera a aclararle a ella las cosas. No fue así.

—Y ¿qué haces en mi callejón, Logan Anders? —preguntó Jeanie.

Él exhaló un suspiro frustrado y se recolocó la caja en los brazos. Probablemente pesara bastante; sin embargo, Jeanie no iba a poner en peligro su seguridad solo porque aquel hombre fuera la viva imagen de la exuberancia otoñal, con su caja de verduras, su camisa de franela desgastada y su poblada barba. Detuvo la mirada en su rostro un instante más. Pensó que así podría reconocerlo en una rueda de reconocimiento. Quizá necesitara saber que, aparte de tener barba, tenía la nariz larga y recta, y las mejillas, sonrosadas. El agente de policía podría preguntarle a Jeanie si el atacante tenía pestañas largas, y la respuesta sería afirmativa. Para la investigación podría ser de suma importancia saber que, incluso a la tenue luz de la mañana, ella podía ver que sus ojos eran de un azul devastador.

—Es jueves.

Jeanie parpadeó. ¿Tenía algo que ver el día de la semana con que aquel hombre estuviera allí quitándole el sueño?

—Y no me has dejado dormir desde el lunes —dijo ella.

Ahora era a Logan a quien le tocaba parecer confundido.

—Aquí estoy. —Volvió a mover la caja, con los antebrazos flexionados por el esfuerzo.

Debía de pesar mucho, pero no había hecho ningún movimiento para entrar o dejarla.

—Bueno, he estado oyendo ruidos extraños toda la semana y he intentado fingir que era solo el viento, un mapache o algo así. Aunque luego empecé a pensar que eso es probablemente lo que la gente se dice a sí misma justo antes de que el asesino irrumpa por la puerta.

Logan tragó saliva y abrió mucho los ojos.

—¿Asesino?

Jeanie sintió que se le encendían las mejillas. Quizá se había dejado llevar por la imaginación.

—O algo por el estilo… —La voz se le entrecortó. No sabía muy bien qué decirle a aquel hombre tan extraño, y él parecía igual de perdido—. ¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—Ah, reparto productos todos los jueves. —Señaló la caja con la cabeza.

Jeanie se avergonzó. La entrega de productos. Por supuesto. La tía Dot le había contado tantas cosas el día antes de marcharse que Jeanie no había podido anotar nada. El café había estado cerrado desde que ella llegó, y aún no se había hecho a la idea de todo lo que había que hacer. Por suerte, Norman, el antiguo encargado, estaba para ayudarla. Le aseguró que tendrían el café listo para abrir el fin de semana.

Logan volvió a recolocarse la caja. La pesada caja que aún sostenía.

—¡Lo siento mucho! —Jeanie dio un paso atrás y extendió el brazo hacia el café—. Entra. Encontraremos un sitio donde poner esas…, eh…, ¿calabazas?

Logan vaciló en la puerta y su mirada se movió entre Jeanie y el bate que seguía apoyado sobre su hombro.

—¡Ah! Perdona. No te voy a golpear en la cabeza. Te lo prometo. —Intentó dedicarle una sonrisa tranquilizadora, pero no sirvió de nada. Él seguía sin moverse de la puerta—. Lo siento mucho, supuse que eras un asesino. No es nada personal. Es solo que llevo tres noches sin dormir, y algo ha estado haciendo ruido aquí abajo, lo juro. Todavía estoy tratando de asumir todo este asunto de la herencia del café.

Logan la miró fijamente, con duda aún en los ojos. Mierda. Probablemente ya le había asustado. A Jeanie la habían llamado «intensa» en más de una ocasión a lo largo de su vida. Estaba bastante segura de que esa palabra incluso aparecía en uno o dos boletines de notas del colegio. Era algo en lo que estaba intentando trabajar; formaba parte de su nueva Jeanie. Hablar menos. Pensar menos. No ser tan intensa.

Respiró hondo y expulsó el aire lentamente. La Jeanie del café era tranquila, relajada. La simpática dueña del café de tu barrio, dispuesta a ofrecerte una sonrisa y tu bebida favorita. No sus teorías sobre quién o qué intentaba matarla un día cualquiera, ni las últimas noticias sobre el deshielo de los casquetes polares, ni las dieciocho cosas que tenía que hacer hoy.

Intentó canalizar las vibraciones del espíritu libre de la tía Dot, aunque deseaba que la mujer hubiera sido un poco menos relajada y le hubiera dejado indicaciones más explícitas. Intentó esbozar una sonrisa más suave y dulce. Le resultó extraño sonreír así.

—Pasa, por favor. Debe de pesar un montón.

Logan asintió levemente con la cabeza.

—Suelo dejarla aquí.

—Oh. —Así que no era su monólogo lo que ahuyentaba al hombre; simplemente había interrumpido el habitual procedimiento operativo.

Ella entendía muy bien cómo eso podía desconcertar a una persona. Cuando su café favorito de la esquina estuvo cerrado durante una semana, ella casi no se ubicó. Y no era por falta de cafeína. No faltaban cafés en la ciudad, pero ninguno de ellos era el suyo. Se había pasado toda la semana de mal humor.

Esta vez sonrió de verdad.

—Bueno, ya que estás aquí y yo estoy despierta, ¿qué tal una taza de café?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

A Logan le cayó mejor la nueva dueña del café ahora que no estaba a punto de romperle la cabeza con un bate de béisbol. Aunque eso no significaba mucho. Tenía trabajo que hacer, entregas pendientes y gente bienintencionada a la que evitar. De verdad que no tenía tiempo para estar sentado aquí tomando un café antes del amanecer con ella, pero no se veía capaz de escapar. Ni de decir nada. La sobrina de Dot no había dejado de hablar desde que insistió en que entrara.

Todos los jueves de los últimos cinco años, desde que él empezó a llevar la granja, había dejado las cuatro cajas de productos de Dot junto a la puerta trasera. Le gustaba ir por el pueblo antes de que saliera el sol y de que hubiera gente en la calle. Le gustaba hacer los recados antes de que los demás abrieran.

A Logan no le gustaban las conversaciones triviales. Odiaba especular sobre el tiempo. No tenía ningún interés en enterarse del último chisme del pueblo. Menos aún le gustaba formar parte del último chisme. Así que, cuanto antes terminara con sus entregas, antes podría volver a la tranquilidad de la granja. O a la tranquilidad relativa, dentro de lo tranquila que puede ser una granja con media docena de gallinas, dos viejas cabras, una alpaca adoptada y una abuela a la que le encantaba parlotear. Por suerte, su abuelo era tan tranquilo como él. Su abuela ya hablaba bastante por los dos. Casi tanto como la tal Jeanie.

—Entonces, ¿qué crees que pretendía hacer mi tía con esas… calabacitas? —preguntó, y miró la caja que él había dejado a sus pies.

Ella se encontraba de pie detrás del mostrador, con una mano en la cadera y la otra colocándose los mechones de pelo que se le habían salido del moño desordenado.

—Cucurbitas maximas —la corrigió Logan desde el otro lado del mostrador.

—Vale. Cucurbitas. Me lo imaginaba. —Jeanie aún parecía confusa—. Pero… se comen, ¿verdad?

Logan casi se echa a reír. Casi. Todavía estaba demasiado incómodo para reír.

—No, no se comen.

Jeanie miró las otras tres cajas que él había metido dentro en vez de dejarlas donde les correspondía, cerca de la puerta. El lugar donde siempre las dejaba. El lugar donde le gustaría haberlas dejado esta mañana.

—Supongo que el resto será para los smoothies que se han añadido a la carta.

Logan asintió con la cabeza. A este pueblo le encantaban los smoothies. Él no iba a quejarse. Ello significaba que el café necesitaba mucha fruta y verdura fresca de su granja. Los smoothies eran buenos para el negocio.

—Las calabazas son solo decorativas —explicó él, ahorrándoles a ambos más conjeturas.

Los ojos de Jeanie se iluminaron como si hubiera resuelto los problemas del mundo. Logan ignoró el orgullo que se le encendió en el pecho al ver su cara de satisfacción. Hacía tiempo que no resolvía los problemas de nadie.

—¡Por supuesto! Debería habérseme ocurrido. ¡Es por la falta de sueño! —Ella apoyó los codos en la barra y la barbilla en las manos.

Llevaba una rebeca vieja y grande, con las mangas tan largas que le tapaban las manos, sobre una camiseta raída y unos pantalones de pijama. Estaba seguro de que los pantalones tenían un estampado de erizos, pero se había esforzado por no fijarse.

Intentaba por todos los medios no fijarse en muchas cosas de Jeanie. Como lo expresivas que eran sus cejas oscuras y cómo no había dejado de moverse, al prepararle el café con rápidos y eficaces movimientos. Era una contradicción en sí misma. Competente, pero perdida al mismo tiempo. Rápida para sonreír, pero también para fruncir el ceño, cada emoción clara en sus ojos. Ojos castaño oscuro, casi negros, igual que su café.

Jeanie se restregó la cara, y con ello rompió el hechizo. ¿Cuánto tiempo llevaba mirándola? Ella bostezó y estiró los brazos por encima de la cabeza. La camiseta se le levantó y Logan apartó la mirada del trozo de piel por encima de la cintura que quedó al descubierto. Por supuesto que no iba a fijarse en eso.

Cuando se atrevió a mirarla de nuevo, ella había vuelto a apoyarse sobre los codos en el mostrador. Tenía ojeras y el pelo negro desordenado sobre la cabeza. Su postura desplomada y de derrota sacudió algo dentro de él. Algo inconveniente. Algo para lo que no tenía tiempo ahora.

Abrió la boca para decirle que tenía que seguir con sus entregas, pero ella ya estaba hablando de nuevo.

—Es de lo más extraño. Sigo escuchando esos ruidos. Cada noche. ¿Crees que tal vez este lugar está embrujado?

Logan casi se atraganta con el café.

—¿Embrujado?

—Sí. —Ella se enderezó y los ojos se le iluminaron con su nueva teoría—. Embrujado. Como si los espíritus que viven aquí no estuvieran contentos con la nueva dueña.

—¿Los espíritus? —Era demasiado temprano para tanta locura.

—Fantasmas, espíritus, lo que sea. —Jeanie agitó la mano como si la semántica del embrujo no importara—. Algo está molesto de que yo esté aquí.

—Realmente no creo…

—No hay otra explicación lógica. —Cruzó los brazos sobre el pecho. Caso cerrado—. Este lugar definitivamente está embrujado.

—¿No hay otra explicación? —Logan dejó con un golpe la taza en el mostrador. Ya había aguantado demasiado—. Mapaches, tuberías viejas, ventanas con corrientes de aire, tu propia imaginación. —Enumeró las demás explicaciones con los dedos. Jeanie entrecerró los ojos ante la última, pero él continuó—: Podrían ser los chavales del pueblo haciendo el tonto. Hay infinitas explicaciones que tienen más sentido que los fantasmas. Ahora, tengo que irme…

—¿Qué quieres decir con chavales haciendo el tonto?

Logan suspiró y se resistió a tirarse del pelo.

—No lo sé. Tal vez hubiera unos chicos jugando en el callejón.

Jeanie asintió lentamente con la cabeza, asimilando esta nueva teoría.

Logan deslizó su taza por el mostrador, con un gracias y un adiós en la punta de la lengua.

Sin embargo, Jeanie fue más rápida.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer al respecto? En serio, necesito dormir.

—¿«Qué vamos…»? —Él se apartó del mostrador.

Quizá podría darse la vuelta y salir corriendo. Lo último que necesitaba era enredarse más con la nueva dueña del café. Prácticamente podía oír a las señoras del club de lectura cacareando al respecto. Desayunaban cotilleos.

Jeanie asintió con la cabeza.

—Eres mi único amigo en el pueblo. No puedo enfrentarme a una banda de adolescentes yo sola.

—«Banda» quizá sea decir demasiado —murmuró él, todavía retrocediendo hacia la puerta, pero ahora Jeanie le seguía. Definitivamente el pijama era de erizos. Se negaba a encontrarlo entrañable.

—¿Por favor? Soy nueva aquí y siento que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo… —Meneó la cabeza y sus palabras se interrumpieron—. Lo siento. No es problema tuyo. —Sonrió—. Ya lo resolveré yo.

La sonrisa que ella forzó en su cara tiró de algo dentro de él otra vez. Parecía tan… tan perdida. Incluso mientras sonreía y se apartaba el pelo de la cara, intentando asegurarle que estaba bien. Claramente no lo estaba. Y eso lo perturbó aún más que el que hablara sin parar.

Maldita sea.

—Ven a la reunión municipal esta noche —dijo.

—¿Reunión municipal?

—Sí. —Se pasó una mano por la barba y ya se arrepentía de lo que iba a decir—. Son los jueves alternos. Puedes plantear tu…, mmm…, problema. Pedir ayuda.

La sonrisa de ella se convirtió en algo brillante y real. Oh, no. La sonrisa real de Jeanie era aún más adorable que la de los malditos erizos. ¿Cómo habían dado un giro tan drástico sus habituales entregas matutinas?

—¡Gracias! Es una gran idea. —Jeanie juntó las manos delante de sí, como si se estuviera frenando de darle un abrazo.

Logan no sabía si eso le aliviaba o le decepcionaba.

Tenía que irse. Tenía una mano en el pomo de la puerta, casi había llegado. Casi volvía a su mañana normal, a su bendita tranquilidad.

—¿Tú vas a ir? —La pregunta de Jeanie lo detuvo antes de que pudiera escapar.

Logan solía ir a las reuniones del pueblo solo si se veía obligado por algún problema de la granja y solo si su abuela estaba demasiado ocupada con su club de punto para ir al pueblo. Su abuelo prefería que le sacaran una muela, sin anestesia, a asistir a una reunión del pueblo —palabras suyas—.

Logan no tenía ninguna necesidad de aparecer esta semana; sin embargo, por alguna razón se encontró diciendo:

—Sí, allí estaré.

El gritito encantado de Jeanie le siguió a la luz del amanecer.

El club de lectura iba a tener material fresco.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

«Hola, soy Jeanie Ellis, sobrina de Dorothy, y la nueva dueña del Pumpkin Spice Café. He estado teniendo un pequeño problema con una molestia nocturna…».

¿Molestia nocturna? Eso la hacía parecer aún más loca de lo que estaba esta mañana. La rodilla de Jeanie rebotó arriba y abajo a pesar de sus intentos de parar. Estaba nerviosa. Quería causar una buena primera impresión en la reunión y había repasado su pequeño discurso mentalmente al menos una docena de veces desde que había llegado. Veinte minutos antes de lo previsto.

Se sentó al fondo de la sala; el viejo suelo y la silla, posiblemente aún más vieja, crujían bajo su peso. Solo había un puñado de personas deambulando por la estancia y se saludaban con una familiaridad que no había visto desde que era niña. Lo había echado de menos. La sensación de pertenencia, de hogar. No se había dado cuenta de que lo echaba de menos. De hecho, había huido del pequeño pueblo donde había crecido en cuanto terminó el instituto, ansiosa de liberarse de sus restricciones. Pero en algún momento la emoción de la ciudad, las multitudes y el cemento habían perdido su encanto.

Al revolverse en el asiento, la silla emitió un gemido lúgubre. Un señor mayor le dedicó una sonrisa amistosa y la saludó al pasar para unirse a un grupo que estaba reunido junto al estrado. Jeanie levantó una mano para devolverle el saludo, pero él ya se había ido. Metiendo las manos bajo los muslos para calentárselas y no inquietarse, observó cómo el grupo saludaba al hombre burlándose de su corbata verde brillante. Ella no recordaba la última vez que había bromeado así. La última vez que había tenido gente así con la que bromear. Al menos, no en persona. De alguna manera, en los últimos años, su hermano se había convertido en su mejor amigo. Y su relación consistía en mensajes aleatorios, memes y alguna que otra charla por FaceTime.

Jeanie se echó el abrigo sobre los hombros. Hacía mucho frío, a pesar del traqueteo de los radiadores que cubrían las paredes.

Las reuniones municipales se celebraban en el edificio original del Ayuntamiento, que, según la inscripción grabada en la fachada, se construyó en 1870. Jeanie no podía imaginarse cómo sería en 1870, pero esta noche parecía un pequeño auditorio con varias filas de sillas plegables de metal y un podio delante. El escenario de detrás del podio estaba decorado para lo que Jeanie imaginaba que sería una actuación otoñal. El fondo del escenario estaba pintado a mano con calabazas y manzanos, también había balas de heno esparcidas por delante. Jeanie se imaginó a niños disfrazados bailando y saludando a sus padres en el público. Estaba segura de que sería adorable. Aunque se preguntaba si sería seguro subir a los niños a un escenario tan viejo. ¿Los antiguos tablones de madera los soportarían?

Alejó ese pensamiento de su cabeza y volvió a mirar hacia las puertas dobles que daban acceso a la sala de reuniones. Logan seguía sin aparecer. Tal vez solo había accedido a asistir para que ella dejara de hablar. No sería la primera vez que alguien le daba la razón solo para que se callara. Había sido demasiado intensa, como siempre. Al exponer todos sus problemas y sus teorías sobre la falta de sueño a los pies del tranquilo granjero. Un granjero muy guapo y muy callado.

Jeanie se pasó las manos por los muslos, tratando de dominar la rodilla que le rebotaba. No importaba que Logan fuera guapo. Muy muy guapo. Si hubiera una revista de Granjero Sexi, él estaría en la portada.

No importaba, porque involucrarse con granjeros guapos no formaba parte de su plan de la nueva Jeanie. Había aceptado la loca idea de su tía de hacerse cargo del café para empezar de cero.

Había pasado los últimos siete años como asistente ejecutiva del consejero delegado de Franklin, Mercer & Young Financial. Hasta que una noche él sufrió un infarto y murió en su despacho. Jeanie fue quien lo encontró a la mañana siguiente, con la mirada perdida, cuando entró con un café en la mano. La mancha de café en la alfombra, donde se le había caído la taza del susto, seguía allí cuando se marchó.

El médico dijo que el infarto se había debido al estrés. A eso y a la atroz dieta de Marvin, a base de beicon y comida para llevar. Sin embargo, fue la parte del estrés la que le dejó huella a Jeanie. ¿Era eso lo que le esperaba a ella? ¿Trabajar y trabajar hasta que el corazón le fallara? ¿Hasta que se rindiera?

Jeanie tenía tendencia a pensar demasiado. A hablar demasiado. A trabajar demasiado. No se le daban bien el descanso y la relajación. No se le daban bien la calma ni la tranquilidad. Pero estaba decidida a intentarlo. Por su salud, estaba decidida a intentarlo. De repente, el hecho de que su vida consistiera únicamente en el trabajo, unos pocos conocidos de la oficina con quienes se tomaba unas copas los viernes —cuando no estaba demasiado agotada para unirse a ellos—, y sus lamentables y esporádicos intentos de salir con alguien, le pareció un problema muy grave. Un problema mortal.

Cuando, solo unas semanas después de la muerte de Marvin, su tía Dot había ideado el plan para que Jeanie se trasladara a Dream Harbor y se hiciera cargo del café, le había parecido la escapatoria perfecta. Solo que ahora Jeanie estaba segura de que había fracasado. Sobre todo, después de como se había comportado con el apuesto granjero esa misma mañana. Había estado a punto de arrancarle la cabeza con el bate de béisbol, luego le había hablado a mil por hora. Había visto su cara de horror. Él había estado a punto de salir corriendo.

Volvió a mirar la puerta. En aquel momento entraba un grupo de mujeres mayores, que le sonrieron mientras tomaban asiento.

En realidad, era lo mejor. A Jeanie tampoco se le daban bien las relaciones que duraban más de unas semanas, y una aventura en un pueblo tan pequeño como este parecía una idea terrible. No es que Logan quisiera tener una aventura con ella. Ni siquiera había querido tomarse un café con Jeanie esa mañana, antes de que ella lo obligara…

—Hola. —El brusco saludo la sacó de sus pensamientos cuando se sentó a su lado.

Olía a aire libre, a hojas de otoño y a humo de leña. Jeanie resistió el impulso de acurrucarse más cerca de su calor en la habitación con corrientes de aire.

—Hola. —«Tranquila, sin presionar». Lo miró mientras se acomodaba. Seguía siendo guapo. «Maldita sea»—. ¿Qué tal el día? —le preguntó. Una pregunta informal para una persona a la que uno acaba de conocer. Nada de locas teorías fantasmales.

—Mmm, bien. —Se aclaró la garganta—. Normal.

Jeanie sonrió.

—Normal está bien.

Logan asintió con la cabeza.

—Si te gusta lo normal, vas a odiar esta reunión.

Jeanie sonrió más. ¿Era una pequeña broma del serio granjero? ¿Las cosas se desmadraban en las reuniones quincenales de Dream Harbor?

—Espera. —Se inclinó hacia ella y su voz grave retumbó en el interior de Jeanie.

Pero no había tiempo para pensar en esa sensación, porque la sala de reuniones se estaba llenando y Jeanie se dedicó a disfrutar de las vistas.

La gente empezaba a tomar asiento, el espacio se calentaba considerablemente con la afluencia de cuerpos. Una sonora carcajada atrajo la atención de Jeanie hacia unas filas por delante de donde se encontraban ellos. La responsable de la carcajada era una mujer, quizá de unos cuarenta años; aunque, si lo era, tenía un aspecto estupendo para su edad, lo que justificaba aún más el plan de Jeanie de vivir en un pueblecito. ¡La gente de aquí envejecía tan bien! La mujer volvió a reírse y su elegante melena negra le rozó la redonda cara. Se colocó entre una señora mayor de pelo corto y canoso y un joven de veintitantos que hablaba en voz alta, marcando cada palabra con gestos de las manos.

—El club de lectura —le murmuró Logan al oído.

—El club de lectura —repitió Jeanie débilmente, y observó cómo otras dos mujeres, una de ellas con un bebé atado al pecho, se unían a la conversación desde la fila contigua—. Parecen agradables.

—Agradables. Ja. Dirigen este pueblo. —El tono inquietante de Logan desentonaba por completo con el risueño grupo que tenían delante. Especialmente cuando la mujer de melena negra se giró y le saludó con la mano.

Logan gimió y le devolvió el saludo.

El resto del grupo se volvió y Jeanie prácticamente pudo ver cómo se les iluminaban los ojos a todos ellos, claramente contentos de verle.

—¡Logan! Qué cosa más rara —llamó la mayor de las mujeres.

—Hola, Nancy.

—Te echamos de menos en nuestras reuniones —dijo el hombre más joven con un guiño. ¿Un guiño?

Logan refunfuñó.

—Nunca he ido a vuestras reuniones.

El hombre se rio.

—Bueno, quizá no conscientemente, pero hemos aprendido bastante sobre granjeros. Sobre todo, cuando leímos Pasión en los campos. El granjero y la lechera. —El hombre hablaba tan alto que toda la sala podía oírlo.

Varias personas soltaron una risita y se volvieron para mirar a Logan.

—Oh, ese estuvo muy bien. —La mujer del bebé se llevó una mano al pecho e hizo un gesto de desmayarse en la silla.

La cara de Logan, cuando Jeanie echó un vistazo furtivamente, estaba de un rojo brillante por encima de la barba. Ella contuvo una sonrisa.

—¿Eres la nueva dueña del café? —le preguntó la mujer de pelo negro—. Soy Kaori.

—Jeanie. Y, sí, soy la nueva dueña.

—¡Vuelve a abrir ese sitio! —regañó entre risas la mujer del bebé—. Estoy harta de quedar en casa de Kaori. Está demasiado desordenada. Jarrones bonitos y cachivaches raros por todas partes. Me da urticaria.

Kaori golpeó juguetonamente el hombro de la mujer.

—Ignora a Isabel. Y bienvenida a Dream Harbor.

Las señoras del club de lectura volvieron a hablar entre ellas.

—Pasión en los campos, ¿eh? —preguntó Jeanie, incapaz de resistirse.

Logan carraspeó y se removió en el asiento, que crujió en señal de protesta.

—No lo he leído.

—Lástima. Parece un buen libro. —Jeanie ahogó una carcajada al pensar en Logan leyendo un libro sobre un granjero y una lechera, y tuvo que obligarse a dejar de ponerse en el papel de dicha lechera—. Supongo que necesito abrir de nuevo. No quiero enfadar al club de lectura. —Lo dijo en broma, pero incluso ella notó la incertidumbre en su voz, el estrés de no estar preparada para abrir.

—No te preocupes por ellos. Solo buscan un lugar para difundir su pornografía.

Jeanie levantó la vista justo a tiempo para captar la pequeña sonrisa en su rostro. Otra broma.

—No nos gustaría eso. Y desde luego no querríamos cosificar a los granjeros.

La sonrisa de Logan se agrandó. Maldita sea, quizá tuviera que ir a echar un vistazo a ese libro más tarde. Para satisfacer su nuevo aprecio por los granjeros de una forma segura.

—¿Me he perdido algo? —Una mujer de rizado pelo castaño se dejó caer en el asiento que había al otro lado de Logan.

—No.

—En realidad, te has perdido una conversación literaria bastante interesante —intervino Jeanie, lo que le recordó a Logan su presencia.

—No era interesante. Jeanie, ella es Hazel. Hazel, Jeanie.

Hazel extendió la mano por encima del regazo de Logan y Jeanie la cogió. Los dedos de Hazel sobresalían de sus mitones y estaban fríos. Jeanie notó el frío en su mano.

—Encantada de conocerte.

La mirada de Hazel pasó de Jeanie a Logan y de vuelta a Jeanie.

—Encantada de conocerte. Llevo la librería que hay al lado de tu café.

La sonrisa de Jeanie creció.

—¡Oh, es tan mona!

Las mejillas de Hazel se colorearon.

—Gracias.

Jeanie empezó a preguntarse si Hazel tendría novelas románticas de granjeros y casi se perdió la siguiente pregunta de la mujer.

—¿Y de qué os conocéis? —preguntó.

—Oh, de lo de siempre —dijo Jeanie—. Casi le arranco la cabeza con un bate de béisbol porque pensé que era un intruso que iba a matarme, pero en realidad solo había ido a dejar unas adorables calabazas. Y luego le dije que el café podría estar embrujado, así que me sugirió que viniera a buscar…, eh…, ayuda.

Los ojos de Hazel se abrieron de par en par detrás de sus gafas.

—Ah…, guau.

Jeanie intentó esbozar una sonrisa que la hiciera parecer un poco menos desquiciada, pero no lo consiguió. Hazel se echó hacia atrás en el asiento, con una pequeña sonrisa. Le susurró algo a Logan, a lo que este negó con la cabeza. Jeanie no tuvo tiempo de pensar demasiado antes de que otra mujer se sentara en una silla de la fila de delante.

—¿Lo ves ahí? Está tramando algo —dijo ella, y entabló una conversación que Jeanie no sabía que estaban manteniendo.

—Parece que solo está hablando —murmuró Logan, y la nueva mujer entrecerró los ojos.

—Sí, hablando con el alcalde. Probablemente tenga más planes locos para arruinar este pueblo.

—Es solo una velada de Trivial, Annie.

—¡Una velada de Trivial la misma noche que mi clase de repostería para principiantes! Lo ha planeado aposta. —Ella tenía la vista fija en el hombre que había al otro lado de la sala, y Jeanie miró hacia él.

El hombre que planeaba lo del Trivial y arruinaba el pueblo era alto y guapo. No tan guapo como un granjero, pero sin duda atractivo. Pelo oscuro, piel bronceada. Su sonrisa era más bien una mueca arrogante. ¿Qué echaban en el agua? ¿Es que todos los hombres del pueblo eran sexis? ¿Era ese el sueño al que hacía referencia el nombre del pueblo, el de Dream Harbor? Jeanie no podía decir que estuviera enfadada por ello.

—Actúas como si no conociéramos a Mac desde que íbamos a la guardería —dijo Logan.

Annie frunció el ceño.

—Ese es exactamente el problema. ¿Recuerdas lo malo que era? Te robaba tu batido de chocolate todos los días en segundo curso. Tú más que nadie deberías entenderlo.

Logan soltó una risita, una suave bocanada de aire.

—Ya lo he superado.

Annie se cruzó los brazos sobre el pecho.

—Bueno, yo no. —Finalmente miró en dirección a Jeanie, que sonrió y saludó con la mano—. ¡Oh, Dios mío! ¡Tú debes de ser la misteriosa nueva dueña del café! Soy Annie, la dueña del Sugar Plum Bakery. Encantada de conocerte por fin.

—¿Soy misteriosa? —preguntó Jeanie, mirando furtivamente a Logan. Su rostro estaba sombrío, pero no respondió—. Encantada de conocerte. Tu panadería huele de maravilla cada mañana.

—¡Entonces, pásate! Ah, y también reparto bollos en el café los fines de semana por la mañana. Ahórrame el saludo que le diste a Logan.

A Jeanie se le encendieron las mejillas de vergüenza, pero Annie se reía como si todo fuera divertido.

—No era nada personal… —empezó a explicar, aunque Annie la interrumpió con un gesto de la mano.

—Si yo viera a ese zoquete escondiéndose por el callejón y no lo conociera desde que nació, probablemente también intentaría golpearle en la cabeza.

—Yo no me escondo.

—Ibas un poco como a escondidas —añadió Jeanie.

Annie señaló a Logan con el dedo.

—¿Ves?, sí que te escondes. Me cae bien —dijo ella , señalando a Jeanie.

—¿Cuándo va a empezar esta maldita reunión? —La voz de Logan era una adorable mezcla de exasperación y desesperación.

Hazel le dio unas palmaditas en la rodilla con la mano aún enmitonada.

—Sabes que el alcalde Kelly nunca empieza a la hora.

—¿Por qué le llamas así? Llámale papá.

Hazel se encogió de hombros.

—Está trabajando. Trato de ser respetuosa.

Logan puso los ojos en blanco, pero Jeanie no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa en la cara. Esta gente ya le caía bien. Le gustaba este pueblo. Le gustaba este granjero gruñón. ¿Era mucho pedir encajar aquí, caerle bien a Annie, que el club de lectura le pidiera que se uniera, que Hazel le presentara a su padre, el alcalde?

La presión para que el café abriera iba en aumento. Pero, si Jeanie se había encargado de preparar a Marvin para que estuviera listo para sus reuniones semanales con inversores multimillonarios, seguro que era capaz de llevar un pequeño café, ¿no?

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Logan siempre había pensado que en el infierno habría fuego y azufre, pero resultó que el infierno era una reunión del ayuntamiento sentado entre la mujer que llevaba intentando olvidar desde aquella mañana y una de sus mejores amigas entrometidas. Cada vez que miraba a Hazel, ella le enarcaba las cejas de un modo que le hacía sentirse muy incómodo, y cada vez que miraba a Jeanie, esta le sonreía como si se lo estuviera pasando en grande. ¿En qué se había metido?

No sabía por qué le había hablado a Jeanie de esta maldita reunión, o, lo que era más importante, por qué ella había aceptado asistir. Parecía tan nerviosa esta mañana, tan confundida. También cansada. Estaba sobrepasada y, en realidad, él le estaba haciendo un favor al pueblo. El Pumpkin Spice Café era la única cafetería decente. Si no lo ponía en marcha pronto, la gente podría tener que recurrir a beber el café aguado y quemado que servían en la gasolinera de la autopista. O podrían convertirse en zombis y empezar a comerse los sesos unos a otros para desayunar. Si lo pensabas así, era un héroe.

Annie se había encargado de indicarle cuáles eran todas las autoridades locales mientras se desenrollaba del cuello el pañuelo más largo del mundo, con su melena rubia volando alborotada alrededor de su cabeza.

—Entonces, el tipo de delante, el que lleva esa horrible corbata verde, es obviamente el alcalde.

—¡Oye! Yo le compré esa corbata.

—Lo siento, Haze, pero ese color es horrible. —Annie se encogió de hombros—. Da igual, la mujer que está a su lado es la teniente de alcalde y nuestra antigua directora. Se llama Mindy, pero nunca dejaré de pensar en ella como la directora Walsh. —Annie bajó la voz y se inclinó hacia Jeanie—: Da miedo.

Jeanie soltó una risita. Logan ignoró cómo el sonido se enroscaba en su interior y se acomodaba.

—Y allí está mi archienemigo, Macaulay Sullivan.

—¿El tipo del Trivial?

—No te dejes engañar por el Trivial, Jeanie. Es el dueño del pub que está al lado de tu café. Ten cuidado con él.

Logan frunció el ceño. El único problema entre Annie y Mac era que se gustaban y ninguno de los dos lo admitía. Pero él no iba a entrar en eso ahora.

—Eso no importa, está con Greg y Shawn, los dueños de la tienda de mascotas de la esquina.

Jeanie asintió, asimilándolo todo; a Logan no le hubiera extrañado que sacara un cuaderno y empezara a hacer una chuleta. Parecía de las que tomaban notas. No era que le importara de qué tipo era. Él estaba aquí por el café, para ayudar al pueblo y evitar un apocalipsis zombi. No para pensar en cómo sería la letra de Jeanie, o si haría pequeños garabatos en los márgenes.

Probablemente los haría.

—Y allí están los Sharma, que acaban de abrir un nuevo restaurante más abajo, en la calle principal. Tienen el mejor pollo tandoori —informó Annie a Jeanie.

Hazel pinchó a Logan en el costado, desviando su atención del recorrido de Annie.

—¿Vas a contarme cómo se las ha arreglado para traerte aquí? Nunca vienes a estas cosas —le susurró ella al oído.

—Solo quería ser amable. Ya sabes, cercano.

—¿Amable? —La voz de Annie se alzó incrédula, como si él no hubiera hecho nada amable en su vida.

—Sí. Sé ser amable.

Hazel resopló.

—Amable, claro. Pero ¿venir a una asamblea municipal? Eso es mucho más que ser amable para ti. —Se subió las gafas por la nariz y le dedicó una sonrisa odiosa—. Creo que te gusta.

—No me gusta —siseó él con los dientes apretados, ridículamente preocupado por si Jeanie lo oía—. No soy una niña de doce años. Solo quiero una taza de café decente.

Su molesta amiga se encogió de hombros.

—De acuerdo, por supuesto. Solo un vecino amable que quiere café. Entendido.

Él la fulminó con la mirada, pero Annie se limitó a sonreír con inocencia. No tenía muchos amigos, probablemente no debería matar a esta.

Volvió a acomodarse en la vieja silla desvencijada, con los brazos cruzados. Un flechazo. Absurdo. Apenas conocía a esa mujer. Aparte del hecho de que llevaba unos pantalones de pijama muy monos, tenía la sonrisa más brillante que jamás había visto y sujetaba un bate de béisbol como un jugador de las grandes ligas. Aparte de eso, no sabía nada de ella. Y así quería que siguiera siendo.

Apenas se había disipado el humo de la última vez que se había estrellado y quemado delante de todo el pueblo. No volvería a cometer los mismos errores. La próxima vez que saliera con alguien, se lo ocultaría a todo Dream Harbor. Podría ser una de esas bonitas relaciones a distancia de las que todo el mundo hablaba.

No es que quisiera salir con Jeanie.

Él solo quería café.

El alcalde Kelly subió al estrado y se aclaró la garganta. Logan gimió internamente.

—Bienvenidos, vecinos —saludó el alcalde con su característica sonrisa bobalicona.

«Mátame».

—Lo primero es lo primero. —Se subió las gafas por la nariz de una forma tan parecida a la de Hazel que Logan sintió una involuntaria ternura por aquel hombre—. El pub de Sullivan organizará una velada de Trivial los martes, a partir de las ocho.

Logan podía sentir la ira que irradiaba Annie. O quizá era deseo sexual reprimido. Imposible distinguir la diferencia. Su clase de repostería empezaba a las seis. La gente podía asistir tanto a la repostería como al Trivial, pero él sabía que Annie no aceptaría ese razonamiento. Mac se había entrometido en su noche.

El alcalde Kelly esperó a que se calmaran los murmullos de la multitud. La gente ya estaba escogiendo a los miembros del equipo. Mac tuvo el valor de darse la vuelta y guiñarle un ojo a Annie. Esta empezó a levantarse, con los puños apretados a los lados. Logan la sujetó por los hombros y la empujó contra su asiento. Aguantó un minuto más para asegurarse de que no se levantara de un salto y se lanzara al otro lado de la estancia para estrangular a Mac. O para quitarle la sonrisa de la cara. Cualquiera de las dos cosas retrasaría toda la reunión.