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¿Podría seguir siendo su relación solo de conveniencia? Desgraciadamente, el único modo por el que Rafael Mendoza-Casillas podía convertirse en presidente del grupo Casillas era casándose. El famoso playboy español no era de los que se comprometían… hasta que Juliet Lacey, madre soltera y totalmente arruinada, le confesó que estaba a punto de perderlo todo. Rafael se ofreció a rescatarla económicamente si se casaba con él. Pero la intensidad de la atracción que surgió entre ambos fue profundizándose irremediablemente…
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Seitenzahl: 208
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Chantelle Shaw
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Casados sin amor, n.º 2903 - enero 2022
Título original: Wed for the Spaniard’s Redemption
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-370-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
¡Macho español se lía con la esposa del ministro!
Rafael Mendoza-Casillas miró con desaprobación el montón de periódicos que tenía sobre su escritorio. Todos los tabloides llevaban titulares muy similares e incluso los periódicos más serios habían considerado que su aventura con Michelle Urquhart era de interés público.
La noticia no se había publicado solo en el Reino Unido. A lo largo y ancho de toda Europa, la gente estaba desayunando mientras miraban la fotografía que ocupaba las portadas de toda la prensa. En dicha fotografía aparecía el heredero de la mayor empresa textil de España entrando en un lujoso hotel de Londres a altas horas de la madrugada acompañado por la voluptuosa señora Urquhart. Una segunda foto los mostraba a ambos abandonando el hotel a la mañana siguiente por una puerta trasera.
No hace falta especular mucho para saber cómo pasaron aquellas horas el playboy más prolífico de toda Europa y la esposa del ministro.
Así había descrito el encuentro un periodista de un periódico especialmente sensacionalista.
–Esto ya es demasiado, Rafael.
La estridente voz de Héctor Casillas temblaba de ira. Rafael tuvo que apartarse el teléfono de la oreja.
–Precisamente el mismo día que Rozita, la línea de moda líder en ventas de la empresa, lanza su colección nupcial, tú tienes una aventura con una mujer casada que aparece en los titulares de todos los periódicos. Has convertido al grupo Casillas en el hazmerreír del mundo empresarial.
En realidad, a Rafael no le importaba el estado civil de la mujer con la que había estado. No era responsable de la moralidad de otras personas, sobre todo porque la suya propia era cuestionable. Sin embargo, si hubiera sabido que el esposo de Michelle era una figura pública, no se habría acostado con ella por mucho que se le hubiera insinuado. Él nunca había tenido problemas para encontrar mujeres que ocuparan su cama y, francamente, Michelle no había merecido la pena por aquel escándalo.
Se reclinó sobre su butaca y observó cómo la lluvia azotaba las ventanas de su despacho en las oficinas centrales del Grupo Casillas en el Reino Unido, sitas en el Canary Wharf de Londres. El Grupo Casillas era una de las mayores empresas del mundo dedicadas a la venta de ropa y, aparte de Rozita, la compañía poseía muchas otras marcas muy importantes.
Rafael se imaginó a su abuelo sentado a su escritorio en el despacho de la mansión que la familia Casillas tenía en Valencia. En el pasado, había habido muchas ocasiones en las que él había tenido que acudir a aquel despacho para que Héctor pudiera sermonearle sobre sus meteduras de pata y recordarle, como si Rafael lo necesitara, que era en parte gitano. Un intruso.
–Una vez más, has traído la vergüenza a la familia y, peor aún, a la empresa –le dijo Héctor fríamente–. Tu madre me advirtió que habías heredado muchos de los defectos de tu padre. Cuando te saqué de aquella chabola y te traje a la familia, tenía la intención de que me sucedieras como presidente del Grupo Casillas. Tú eres mi nieto, después de todo. Sin embargo, hay en ti demasiado de la sangre de tu padre y unir el apellido Casillas al tuyo no cambia quien eres.
Rafael apretó la mandíbula y se dijo que tenía que haberse esperado aquellas palabras. Su padre había sido un traficante de drogas y la relación de su madre con él había sido un acto de rebeldía contra el linaje aristocrático de la familia Casillas, que terminó cuando ella huyó de Iván Mendoza, dejando a Rafael y a su hermana pequeña en un infame barrio de chabolas en las afueras de Madrid.
–Esta situación no puede continuar. He decidido que debes casarte. Y pronto.
Durante un instante, Rafael asumió que había entendido mal a Héctor.
–Abuelo –dijo en un tono tranquilizador.
–La junta quiere que nombre a Francisco como mi sucesor.
Rafael sintió un peso en la boca del estómago.
–¿Serías capaz de poner al frente a un niño? El Grupo Casillas es una empresa internacional, con unos ingresos anuales multimillonarios. Fran no sabría ni por dónde empezar.
–Tu hermanastro tiene veinte años y el próximo curso habrá terminado sus estudios en la universidad. Y, lo más importante, es que siempre tiene los pantalones en su sitio.
Rafael sintió cómo el amargor de la bilis le ardía en la garganta.
–¿Es esto idea de mi madre? Ella nunca ha ocultado que cree que su segundo hijo es un verdadero Casillas y que debería ser el heredero de la empresa.
–Esto no es idea de nadie. Yo tomo mis propias decisiones –le espetó Héctor–. Sin embargo, estoy compartiendo contigo las preocupaciones de los miembros de la junta y de los inversores. Tu notoriedad y tus frecuentes apariciones en la prensa amarilla no dan buena imagen de nuestra empresa. Nuestro presidente debe ser un hombre de principios y un defensor de los valores familiares. Estoy dispuesto a darte una oportunidad más, Rafael. Si llevas a tu esposa a la fiesta que celebraré a principios de mayo para celebrar que cumplo ochenta años, yo abandonaré mi puesto de presidente y director ejecutivo de la empresa para nombrarte mi sucesor.
–No tengo deseo alguno de casarme –replicó Rafael. Casi no podía contener su ira.
–En ese caso, nombraré heredero a tu hermanastro ese mismo día.
–¡Dios! Faltan seis semanas para tu cumpleaños. Me será imposible encontrar novia y casarme en tan breve espacio de tiempo.
–Nada es imposible –replicó Héctor–. A lo largo de los últimos dieciocho meses, se te han presentado varias mujeres de alta cuna y cualquiera de ellas sería adecuada para ti. Si deseas tanto ser mi heredero, me presentarás a tu prometida ese día y tendremos una celebración doble: mi cumpleaños y tu matrimonio.
Héctor dio por terminada la llamada. Rafael lanzó una maldición y arrojó el teléfono sobre el escritorio. Resultaba tentador pensar que su abuelo había perdido la cabeza, pero Rafael sabía que Héctor Casillas era un astuto hombre de negocios. La presidencia de la empresa se había pasado de una generación a otra, al primogénito, desde que el tatarabuelo de Rafael la creó la hacía ya ciento cincuenta años.
Héctor Casillas solo había tenido una hija, por lo que Rafael, que era el nieto mayor, era el siguiente. Sin embargo, sabía que muchos de los miembros de la junta e incluso muchos de sus parientes no estaban a favor de que un intruso, que era tal y como lo consideraban, llevara las riendas del poder.
Las palabras de Héctor seguían resonándole en el pensamiento. «Si deseas tanto ser mi heredero…». Rafael esbozó una fría sonrisa. No había nada que deseara más que convertirse en el presidente de la empresa familiar. Ser nombrado sucesor de su abuelo era su sueño, su obsesión desde que era un delgaducho niño de doce años que acababa de abandonar la calle para vivir en medio de la inimaginable riqueza que constituía el estilo de vida de su aristocrática familia.
Estaba decidido a demostrar que era merecedor de aquel nombramiento. Sus detractores eran muchos y entre ellos se encontraban su propia madre y su segundo esposo. Alberto Casillas era primo segundo de Delfina, lo que significaba que su hijo Francisco era un Casillas por los cuatro costados. Como ocurría en muchas familias aristocráticas, la sangre de los Casillas era muy pura y la mayoría de los parientes de Rafael querían que siguiera siendo así.
Sin embargo, la industria textil estaba sufriendo cambios muy importantes. Las ventas se realizaban cada vez más por Internet y Rafael comprendía mucho mejor que la mayoría de los miembros de la junta que el grupo Casillas debía innovar y utilizar las nuevas tecnologías para seguir siendo líder del mercado. Su abuelo había sido un estupendo presidente, pero se necesitaba sangre nueva para realizar el cambio.
«Pero no la sangre de un gitano», le susurró una voz. En el pasado, él había suplicado comida como si fuera un perro abandonado en las calles de su barrio y, como un perro también, había aprendido muy pronto a evitar los puños de su padre.
Decidió apartar los oscuros recuerdos de su infancia y centró su pensamiento en las posibles candidatas que su abuelo le había mencionado.
Un psicólogo probablemente sugeriría que los problemas que Rafael tenía para confiar en las personas tenían su origen en el hecho de que él hubiera sido abandonado por su madre cuando solo tenía siete años. La verdad era que podría perdonarla por haberlo abandonado, pero no por haber dejado atrás a su hermana Sofía, que ni siquiera había cumplido los dos años por aquel entonces. El dolor de Sofía había sido más difícil de soportar para él que la indiferencia de su padre o los golpes que él le propinaba con el cinturón.
Su determinación para que la familia Casillas lo aceptara tenía que ver tanto con él como con su hermana. Por ello, decidió que él sería el presidente del Grupo Casillas y, para ello, ofrecería algún incentivo económico a cualquier mujer que estuviera de acuerdo en convertirse en su esposa durante un breve periodo de tiempo. Cuando hubiera conseguido su objetivo no habría razón para seguir con un matrimonio que no deseaba
Recogió su maletín y las llaves de su coche y salió del despacho. Su asistente personal levantó la mirada cuando Rafael se detuvo junto a su escritorio.
–Voy a la reunión que tengo a las diez. Volveré sobre mediodía –le dijo–. Si mi abuelo me vuelve a llamar, dile que no estaré disponible en todo el día –añadió mientras se dirigía hacia la puerta–. Ah, Philippa, y deshazte de esos malditos periódicos que hay en mi despacho.
Ciertamente, el día no podía empeorar.
Juliet arrojó su teléfono sobre el asiento del copiloto de su furgoneta y metió la llave en el contacto. Se dijo que no iba a llorar. Después de perder a sus padres en un accidente de automóvil, que también había terminado con su carrera como bailarina, Juliet había decidido que nada podía ser tan terrible como para merecer sus lágrimas.
Sin embargo, aquel día había empezado desastrosamente, cuando recibió una carta de un bufete australiano que le informaba que Bryan tenía la intención de pedir la custodia de Poppy. Se le había hecho un nudo de miedo en el estómago. No podía perder a su hija. Poppy era la razón de su vida y, aunque ser madre soltera era una lucha constante, pelearía hasta la extenuación para que su hija siguiera a su lado en vez de marcharse con su padre, un padre que, por cierto, nunca había mostrado interés alguno por ella.
Por si esto fuera poco, una conversación telefónica con Mel, su socia, había sido la gota que le había colmado el vaso en aquel día infernal. Su vida parecía estar desmoronándose.
Observó cómo la lluvia caía por el parabrisas y parpadeó para contener las lágrimas. No había razón para seguir sentada allí, en el aparcamiento de las elegantes oficinas del Grupo Casillas en Canary Wharf. Aún tenía que entregar bocadillos en otras oficinas de la zona. Su negocio, Lunch to go,podría estar enfrentándose a la ruina, pero los clientes habían pagado sus bocadillos y estaban esperando que ella apareciera.
Sorbió por la nariz y arrancó el motor. Se puso el cinturón de seguridad y pisó el acelerador de la furgoneta. Sin embargo, en vez de moverse hacia delante lo hizo hacia atrás. Se escuchó un fuerte golpe, seguido por el delicado tintineo del cristal roto cayendo al suelo.
Durante un segundo, Juliet no pudo comprender lo que había pasado. Sin embargo, cuando miró por el retrovisor, se dio cuenta de que se había equivocado de marcha y se había chocado contra el coche que se encontraba estacionado detrás de ella.
No se trataba de un coche cualquiera. Horrorizada, observó el elegante Lamborghini color gris metalizado, uno de los coches más caros. Eso le había dicho Danny, el encargado del aparcamiento, cuando le permitió aparcar su furgoneta en aquel aparcamiento, que estaba reservado exclusivamente para los ejecutivos del Grupo Casillas.
Su día acababa de empeorar.
Vio cómo el conductor del Lamborghini descendía del vehículo y se inclinaba sobre el coche para inspeccionar los daños. Rafael Mendoza-Casillas, director gerente del Grupo Casillas en el Reino Unido, playboy internacional y dios del sexo… Al menos si una se creía las historias sobre su vida amorosa que aparecían con regularidad en la prensa amarilla.
Juliet sintió que el corazón le golpeaba con fuerza contra las costillas cuando él se irguió y se dirigió hacia ella. Tenía una expresión de furia en su hermoso rostro que hizo que Juliet se pusiera en acción. Se desabrochó el cinturón y abrió la puerta.
–¡Idiota! ¿Por qué ha tenido que dar marcha atrás para salir de la plaza de aparcamiento? Si hubiera tenido el sentido común suficiente para mirar por el retrovisor, habría visto que yo estaba estacionado detrás.
La voz de él tenía un marcado acento mediterráneo y un tono enfadado. Sin embargo, a Juliet le pareció la voz más sexy que había escuchado nunca. La piel pareció hacerse mucho más receptiva al acercarse al hombre, que era mucho más alto que ella.
Juliet medía un metro sesenta y dos, casi la altura mínima para las bailarinas de ballet, y tuvo que levantar la cabeza para poder mirarlo. Él tenía los ojos de un color verde oliva poco frecuente, que brillaban con fuerza sobre su bronceado rostro. Y qué rostro. Juliet lo había visto de vez en cuando en las oficinas del Grupo Casillas cuando entregaba los bocadillos, pero él ni siquiera la había mirado.
–No soy ninguna idiota –musitó ella, herida por el tono de superioridad con el que él había hablado y también abatida por la reacción de su cuerpo ante aquella demostración de potente masculinidad.
La lluvia estaba aplastándole el negro cabello contra la cabeza, pero nada podía borrar su físico de estrella de cine. Rasgos esculpidos, mejillas afiladas y una fuerte mandíbula hacían que fuera muy guapo. Juliet sintió que los pezones se le erguían por debajo del delantal que formaba parte de su uniforme.
Él levantó las oscuras cejas, como si se hubiera sorprendido de que ella le hubiera contestado.
–Pues las pruebas sugieren todo lo contrario –le espetó–. Espero que el seguro de su vehículo tenga cobertura para un accidente que se ha producido en un aparcamiento privado. Hay un cartel que afirma sin lugar a dudas que este aparcamiento es para uso exclusivo de los ejecutivos del Grupo Casillas. Usted no debería estar aquí y, si su seguro no es válido, puede estar segura de que le enviaré una jugosa factura por el pago de las reparaciones de los daños que le ha causado a mi coche.
Aquellas palabras hicieron que Juliet dudara. ¿Y si no le cubría el seguro?
–Lo siento. Como usted ha dicho, ha sido un accidente. No tenía intención de chocarme con su coche –dijo mientras el pánico se apoderaba de ella–. No tengo dinero para pagar los daños.
La lluvia le había empapado totalmente la camisa y el agua le caía por la visera de la gorra. Las dos malas noticias que había recibido aquel día habían sido un mazazo terrible, pero, para empeorar aún más las cosas, el hombre más guapo que había visto en toda su vida la estaba observando como si ella fuera algo desagradable que se le hubiera pegado en la suela del zapato.
Una profunda tristeza se apoderó de ella. Las lágrimas que había logrado contener hasta entonces comenzaron a caerle por las mejillas, mezclándose con la lluvia.
–La verdad es que ni siquiera tengo suficiente dinero para comprarle a mi hija un par de zapatos nuevos –susurró entre sollozos.
El día anterior se había sentido muy mal cuando Poppy le había dicho que los zapatos le hacían daño en los dedos. Al recordarlo, sintió un fuerte dolor en el pecho. No podía respirar. Sintió como si la presa que había estado conteniendo sus sentimientos hasta aquel momento hubiera estallado y los hubiera dejado escapar después de tanto tiempo.
–Ciertamente no me puedo permitir pagar las reparaciones de su elegante coche. ¿Qué ocurrirá si mi compañía de seguros se niega a correr con los gastos? No puedo pedir un crédito porque ya tengo muchas deudas…
Se encontraba cerca de la histeria.
–¿Me podrían enviar a la cárcel? ¿Y quién cuidaría de mi hija? Si demuestran que soy una mala madre, dejarán que Bryan se lleve a Poppy a Australia y seguramente no volveré a verla.
Aquel era el mayor de los miedos de Juliet. Se cubrió el rostro con las manos.
–Tranquilícese –le ordenó Rafael Mendoza-Casillas–. Por supuesto que no irá a la cárcel –añadió con impaciencia–. Estoy seguro de que su compañía de seguros correrá con los gastos. Si no fuera así, yo no le pediré dinero.
El alivio que Juliet sintió ante aquella aseveración fue temporal. El resto de sus problemas parecían no tener solución y eso hizo que no pudiera parar de llorar.
Rafael lanzó una maldición.
–Tenemos que resguardarnos de esta maldita lluvia –musitó mientras le agarraba el brazo y la llevaba hasta su coche. Abrió la puerta del copiloto–. Entre y tómese unos minutos para tranquilizarse.
Instantes después, él se sentó tras el volante y se mesó el cabello con la mano. Entonces, abrió la guantera y le dejó unos cuantos pañuelos de papel en el regazo.
–Ahí tiene. Séquese las lágrimas.
–Gracias.
Juliet se secó los ojos y respiró profundamente. Dentro del coche, era muy consciente de la cercanía de Rafael Mendoza-Casillas.
–Voy a mojarle la tapicería –musitó–. Siento mucho haberle dañado el coche, señor Mendoza-Casillas.
–Puede llamarme Rafael. Mi apellido es algo complicado, ¿no le parece? –añadió con una cierta nota de amargura en la voz–. ¿Cuál es su nombre?
–Juliet Lacey.
Observó el perfil de Rafael y sintió que una oleada de calor le recorría todo el cuerpo, contrarrestando el frío que le estaban produciendo las ropas mojadas. Cuando él la miró, apartó rápidamente los ojos. Estaba tan húmeda y desharrapada, con el rostro empapado y los ojos rojos de tanto llorar, que debía de tener un aspecto horrible.
–Siento haberme enfadado tanto. No quería asustarte ni disgustarte. ¿Y has dicho que tienes una hija?
–Sí. Tiene tres años.
–Dios mío, pero si tú solo debes de tener unos diecinueve años… –susurró escandalizado–. Y deduzco que, dado que no llevas alianza, no estás casada.
–Tengo veinticinco años –le corrigió ella rápidamente–. Y no, no estoy casada. El padre de Poppy no quiso tener nada que ver con nosotras cuando ella nació.
–¿Quién es ese Bryan al que mencionaste antes?
–Es el padre de Poppy. Ahora ha decidido que quiere tener su custodia. Según las leyes australianas, los dos progenitores son responsables de sus hijos, aunque nunca se casaran ni siquiera fueran pareja. Bryan se puede permitir los mejores abogados y, si gana el caso, tiene la intención de llevarse a Poppy a Australia.
Los ojos de Juliet volvieron a llenarse de lágrimas.
–Es muy injusto –murmuró–. Bryan solo ha visto a Poppy en una ocasión, cuando ella solo era un bebé. Sin embargo, es mi palabra contra la suya. Sus abogados los están tergiversando todo y están haciendo parecer que yo me negué a que la viera. Yo me traje a Poppy de vuelta a Inglaterra porque Bryan insistió que no quería tener nada que ver con ella.
Juliet no entendía por qué le estaba contando a Rafael todo aquello cuando no lo conocía. Estaba segura de que a él no le interesarían sus problemas. Sin embargo, había algo tranquilizador en su tamaño, en su fuerza y en el aire de poder que lo rodeaba. Las palabras le salían de los labios sin que pudiera contenerse.
–Mi prima, que vive en Sídney, me ha contado que Bryan está saliendo con la hija de un multimillonario y quiere casarse con ella. Aparentemente, su novia no puede tener hijos por un problema médico, pero quiere desesperadamente ser madre. Supongo que Bryan espera que podrá convencerla para que se case con él si tiene a Poppy a su lado. Hace ocho meses –añadió tras morderse el labio–, Poppy tuvo que estar unas cuantas semanas en una casa de acogida porque yo tuve que ir al hospital. Estaba muy contenta con la familia que la acogió, pero, de algún modo, Bryan se ha enterado y está utilizando ese hecho como prueba de que yo no puedo darle una infancia segura y para afirmar que la niña estaría mucho mejor viviendo con él.
–¿Y no podría haberla cuidado alguien de tu familia?
La ira había desaparecido de la voz de Rafael. Aquel acento tan sensual hizo que Juliet temblara.
–Mis padres están muertos y mis únicos otros parientes viven en Australia. Mis tíos fueron muy amables conmigo cuando mis padres murieron y me dejaron que me alojara con ellos, pero tienen unas vidas muy ajetreadas. Yo trato de arreglármelas sola.
–¿Por qué andas corta de dinero? –le preguntó Rafael mientras se volvía para mirarla–. Por lo que veo tienes trabajo. ¿Qué significan las iniciales LTG?
–Lunch to Go. Es mi negocio de bocadillos, del que soy dueña junto a mi socia. Solo llevamos un año funcionando y nuestros márgenes de beneficios han sido muy bajos de momento –dijo. Sorbió por la nariz y apretó con fuerza el pañuelo empapado que tenía en la mano–. Parecía que las cosas iban mejorando, pero hoy me ha llamado tu jefe de Recursos Humanos y me ha dicho que el contrato que tenemos con el Grupo Casillas va a terminar a finales de semana porque se va a abrir un café para los empleados.
Rafael asintió.
–Cuando establecí las oficinas de Londres, siempre fue mi plan abrir un restaurante y un gimnasio en el sótano para que los empleados pudieran utilizarlo durante su hora del almuerzo. Las obras tardaron más de lo que yo había anticipado, por lo que pedí a Recursos Humanos que buscara algo alternativo.
–Yo no sabía nada de eso… –admitió Juliet apesadumbrada.
–¿Tendrá un impacto en tu negocio la pérdida del contrato?
–Nos quedaremos con la mitad de beneficios –admitió ella–. Además, hoy he hablado con mi socia y me ha dicho que va a vender la panadería en la que trabajamos. Su marido y ella quieren marcharse de Londres. Mel es la dueña de la tienda y yo no me puedo permitir ni comprar ni alquilar otro local.
–Si tienes que cerrar el negocio, ¿qué vas a hacer?
Juliet se encogió de hombros.
–Tendré que buscar otro trabajo, pero no tengo titulación alguna ni ningún tipo de especialización. Me será casi imposible ganar lo suficiente para poder mantener a Poppy.
Juliet se quedó en silencio. Vio que Rafael estaba tamborileando los dedos sobre el volante y parecía estar sumido en sus pensamientos. Tenía unas manos muy bonitas. Juliet se imaginó aquellas bronceadas manos deslizándose por su cuerpo desnudo, los largos dedos curvándose sobre sus senos y acariciándole los pezones. Una fuerte oleada de calor se apoderó de ella. Se sintió totalmente atónita por aquellos pensamientos.
Bryan le había roto el corazón cuando la abandonó la mañana después de que ella le entregara su virginidad. Un mes más tarde, cuando ella, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo que se había quedado embarazada, el cruel rechazo al que él la sometió la obligó a crecer muy deprisa. Se sintió una estúpida por caer en sus redes y se juró que nunca más volvería a ser tan confiada.
Al ser madre soltera, no había tenido mucho tiempo para conocer a otros hombres, por lo que la sorprendió mucho descubrir que aún podía sentir atracción y deseo sexual. Tal vez se sentía atraída por Rafael porque él estaba tan lejos de su alcance que no había posibilidad alguna de que pudiera surgir algo entre ellos. Era algo parecido a una adolescente que se sentía atraída por una estrella del pop y que sabía que nunca podría conocerlo en la vida real.
–Tal vez yo pueda ayudarte –