Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Una marquesa viuda y adinerada cambia el testamento de su difunto, que especificaba repartir todas sus riquezas entre sus seres queridos, para donar todo el dinero a la iglesia. Solo Rogelio, el hijo ilegítimo de su esposo, recibirá una parte, a condición de que abandone a Casandra, la mujer con la que comparte su vida y a la que le ha dado dos hijos.-
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 114
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Benito Pérez Galdós
Drama en cuatro actos
Saga
CasandraCopyright © 1905, 2020 Benito Pérez Galdós and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726495249
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Arreglo de la novela del mismo título.
—1156→
Representose en el TEATRO ESPAÑOL de Madrid, el 28 de febrero de 1910.
PERSONAJES
ACTORES1
CASANDRA, veinticinco años.
SEÑORA COBEÑA.
DOÑA JUANA, setenta ídem.
SEÑORA CIRERA.
CLEMENTINA, treinta y cinco ídem.
SEÑORA LASHERAS.
ROSAURA, treinta y siete ídem.
SEÑORA BADILLO.
MARÍA JUANA, diecisiete ídem.
SEÑORITA GARCÍA PEÑARANDA.
BEATRIZ, dieciséis ídem.
SEÑORITA SAMPEDRO.
PEPA, criada joven (servicio de DOÑA JUANA)
SEÑORITA CAÑETE
MARTINA, criada madura (ídem id).
SEÑORA ÁLVAREZ.
SEVERIANA, criada de ROSAURA.
SEÑORITA GONZÁLEZ.
LA INSTITUTRIZ
SEÑORITA BARAL.
ALFONSO DE LA CERDA, cuarenta años.
SEÑOR RUIZ TATAY.
ISMAEL, cuarenta ídem.
SEÑOR COMES.
ZENÓN DE GUILLARTE, cuarenta ídem.
SEÑOR RAMÍREZ.
ROGELIO, veintiséis ídem.
SEÑOR CALVO.
INSÚA, sesenta ídem.
SEÑOR MANSO.
CEBRIÁN, sesenta ídem.
SEÑOR COBENA.
Dos niños pequeños, hijos de ROSAURA.
Época contemporánea.
Sala baja en el palacio de DOÑA JUANA. En el fondo, ventanal y puerta de cristales que dan al jardín. Dos puertas a cada lado: la segunda de la derecha es la de la capilla; la primera es puerta de servicio. La segunda de la izquierda conduce al salón: la primera, a las estancias interiores. En los paramentos de ambos lados, entre las puertas, cuelgan dos retratos grandes de medio cuerpo y tamaño natural. El de la derecha es de DOÑA JUANA; el de la izquierda, de DON HILARIO, y ambos ostentan moda y elegancia de 1870. Los muebles son de un lujo anticuado. Es de día. Derecha e izquierda se entienden las del espectador.
DOÑA JUANA, señora tan respetable como adusta, vejancona y fláccida, cargadita de hombros, el rostro amarillo rugoso, la mirada oblicua; al andar se gobierna con un palo; viste de —1157→ estameña parda o negra; está sentada junto a una mesita donde tiene apuntes de cuentas y libros de devoción; PEPA, criada joven y linda; MARTINA, madura, opulenta de carnes.
(Entrando.)
MARTINA.- No se descuide la señora... Ya llegan.
DOÑA JUANA- (Disciplente.) ¿Quién?
MARTINA.- Los parientes de la señora.
DOÑA JUANA.- Que esperen... No hay prisa.
PEPA.- Vienen a felicitar a la señora por su mejoría.
DOÑA JUANA.- Traerán la máscara de alegría... Pero yo, tras el cartón de las caretas, veo la tristeza de las almas desconsoladas... que lloran porque vivo.
PEPA.- No piense mal la señora.
MARTINA.- Vamos, que bien la quieren algunos.
DOÑA JUANA.- Sí... Cierto que algunos me quieren. No puedo dudar del amor de Clementina, hija de mi querida hermana María. Pero su marido, el estirado prócer Alfonso de la Cerda, desea y aguarda mi muerte como agua de mayo, para derrochar mi dinero en máquinas de agricultura, que no sirven más que para hacer ricos a los ricos y más pobres a los pobres... (A MARTINA.) ¿Viste si con Clementina y Alfonso vienen sus dos niñas?
MARTINA.- Sí, señora; ahí están Juanita y Beatriz... lindas, elegantitas... (Por adulación.) y tan religiosas que da gozo verlas.
DOÑA JUANA.- Sí, sí: frecuentan el culto y rezan de carretilla, para que Dios les dé buenas dotes con que enganchar a marqueses o duques tronados. Decidme: ¿ha venido también mi sobrino Ismael?
MARTINA.- El primerito que llegó.
DOÑA JUANA.- El pobre Ismael es de los más desesperados en el plantón que mi vida les da. Pero ¿quién tiene la culpa de que Rosaura le haya salido tan paridora? En diez años de matrimonio, diez alumbramientos y ocho crías vivas... y lo que venga. ¿Qué beneficio trae al mundo ese nacer, nacer y nacer de criaturas?
PEPA- (Sin poder contenerse.) Señora, es el amor que...
DOÑA JUANA.- (Vivamente.) ¿Tú que sabes, mozuela sin juicio? Aprende primero la virtud, y luego entenderás del amor honesto.
PEPA.- No nos riña, señora, que somos buenas.
DOÑA JUANA.- (Severa.) Medianas y tolerables no más; gracias a mí, que os tengo bien sujetas y no os permito hablar con ningún hombre...
PEPA.- Así es, señora, y estamos muy agradecidas.
MARTINA.- Muy agradecidas.
DOÑA JUANA- (A PEPA, displicente.) Retírate ya.
PEPA.- (Con hastío retirándose.) Vieja ñoña, quien te herede que te aguante. (Dirígese a la puerta de la derecha inmediata al foro; y antes de salir entra INSÚA, y permanecen ambos un rato en la puerta secreteándose expresivamente.)
DOÑA JUANA- (A MARTINA creyendo que ha salido PEPA.) Vigílame a esa loca... Me ha dicho Paca la lavandera que le hace cucamonas un tipejo llamado «Apolo», no sé si por mal nombre... (MARTINA se asusta: disimula su turbación.) ¿Has visto tú algo?
MARTINA.- Nada, señora. Creo que Paca ve visiones.
DOÑA JUANA.- Un carpinterillo fantasioso, que viste ropa muy ajustada... ¡qué indecencia!... como los toreros. ¿Dices que es cuento?
MARTINA- Así lo creo.
DOÑA JUANA.- No la pierdas de vista...
MARTINA.- Así lo haré. Descuide la señora.
DOÑA JUANA- (Advirtiendo el cuchicheo de INSÚA.) ¿Quién es?
INSÚA- (Avanzando.) Soy yo, señora. (Desaparece PEPA; se va tras ella MARTINA.)
DOÑA JUANA e INSÚA.
DOÑA JUANA.- (Sorprendida.) ¡Insúa!... No le he sentido entrar. ¿Hablaba usted con Pepa?
INSÚA.- Le daba un recado para mi escribiente. Que no me espere en el despacho, y que puede marcharse. (Se sienta junto a DOÑA JUANA.) ¿Y qué tal? Bravamente... mejorando cada día. (Con lisonjero optimismo.) Un desvanecimiento sin importancia... Pero ya pasó... muy bien... ya pasó.
DOÑA JUANA.- Es tarde: despachemos.
INSÚA.- (Saca lentes de oro y papeles.) La liquidación de las cuentas —1158→ del año anterior da un sobrante de pesetas dos millones trescientas doce mil, después de cubiertos todos los gastos de casa y entretenimiento...
DOÑA JUANA.- Y el sinfín de pensiones, socorros y alivios que destino a mis parientes...
INSÚA.- Atendido todo, gasta usted menos de la cuarta parte de sus rentas... ¡Ah señora!... otros años, por este tiempo, cuando yo presentaba a usted la liquidación total, con un sobrante de millón y medio o dos millones de pesetas, disponíamos la compra de una dehesa más, para agregarla a ese inmenso grupo de propiedad que don Hilario y usted han formado en una veintena de años, y que llaman por ahí «el latifundio de doña Juana».
DOÑA JUANA.- Ya no más. Pongo punto a la consolidación de propiedad rústica... que es un estorbo... bien lo sabe usted... para mi magno plan... Y a propósito: ¿ha pensado usted en la forma de transmisión...?
INSÚA.- Es facilísimo. Ayer, como usted me indicó, vi al amigo Cebrián, que ya tiene estudiados los aspectos jurídicos de la cuestión. Me ha dicho que hablará con usted...
DOÑA JUANA.- Esta tarde le espero. Tengo en mi capilla rosario, plática y salve, y Cebrián es de los que no me faltan.
INSÚA.- Cebrián opina, como yo, que antes de ocho días puede quedar todo despachado y concluso.
DOÑA JUANA.- Así lo espero. Sigamos.
INSÚA.- (Apunta. Saca otro papel.) «Lista de socorros». Conforme a las órdenes que usted me dio, entregaré a su sobrino Ismael los cinco mil duros que pidió para construir los nuevos modelos de ascensor hidráulico.
DOÑA JUANA.- ¿Cinco mil duros... a ese loco?
INSÚA.- La señora, delante de mí, si no estoy trascordado, dijo a Ismael que contara con...
DOÑA JUANA.- Quizá ofrecí los cinco mil duros hallándome en los albores del ataque... Mi cabeza ya no estaba firme... mi razón se desvanecía entre celajes... No vale, no vale lo que dije... Borre usted, Insúa.
INSÚA.- Borro... Clementina espera... Entiendo que habló con usted.
DOÑA JUANA.- Sí; daré a Clementina el auxilio de treinta mil reales que me ha pedido para equipar decorosamente a sus niñas y llevarlas a Biarritz...
INSÚA.- (Apunta.) Siete mil quinientas pesetas a Clementina... ¿Y al sobrino de su esposo de usted, Zenón de Guillarte?
DOÑA JUANA.- ¿A ese figurón extravagante y cínico? Su mensualidad, y gracias.
INSÚA.- No he contestado a la petición de Rogelio, porque usted me dijo que le llamaría, que hablaría con él...
DOÑA JUANA- (Asaltada de inquietudes.) ¡Rogelio!... Ese es el punto delicado, la llaga, la herida... El hijo natural de mi esposo, el fruto maldito de la infidelidad, me trae estos días muy cavilosa...
INSÚA- (Mirándola por encima de los lentes.) El testamento de Hilario es bien explícito... En una sola cláusula legó a su hijo medios materiales de vida, y le impuso un freno moral.
DOÑA JUANA.- A uno y otro fin debo atender.
INSÚA.- Ya sabe usted que vive con una moza guapísima, llamada Casandra...
DOÑA JUANA.- Sí... hija de un famoso escultor... He tomado informes...
INSÚA.- ¿Y sabe usted que Casandra es madre de dos niños?
DOÑA JUANA.- Lo sé... ¡Qué pena! ¡Infelices hijos criados entre un padre loco y una madre aventurera!
INSÚA.- (Denegando con respeto.) Debo indicar a usted que nunca oí nada malo de la hermosa Casandra.
DOÑA JUANA.- Buena será quizá... Hay casos.
INSÚA- (Curioso, tratando de penetrar en el pensamiento de la señora.) Me
dijo usted que su plan magno se relaciona en cierto modo con Rogelio...
DOÑA JUANA.- No, Insúa. En su conjunto y fines altos, mi plan está muy por cima de esas miserias; mas para poder efectuarlo con desahogo es forzoso que liquide ciertas obligaciones de conciencia...
INSÚA.- Ya... ¿Quiere usted que llame a Rogelio?
DOÑA JUANA.- Ayer le vi... hablamos... Le dije que, sin ver y tratar a esa Casandra, no puedo determinar la forma y calidad de la protección que debo dar al hijo de mi esposo... Dígale usted que esta tarde, después de mi fiesta religiosa, —1159→ me traiga esa preciosidad... Hay que verlo todo, hasta las hermosuras de carne.
INSÚA.- Muy bien. (Se levanta.) Y ya es hora de que empiece el besamanos.
DOÑA JUANA.- Sí... Pero que no entre toda la caterva de una vez. No está mi cabeza para tanto barullo.
INSÚA.- (Dirígese a la puerta. Aparece SATURNO, criado viejo, al cual da órdenes.) Que pasen los señores marqueses del Castañar. (Se despide afectuosamente. Saluda a los marqueses. Retírase.)
DOÑA JUANA, CLEMENTINA, DON ALFONSO, MARÍA JUANA y BEATRIZ.
CLEMENTINA- (Corriendo hacia DOÑA JUANA.) ¡Tía del alma!
DOÑA JUANA.- (Abrazándola.) ¡Clementina... hija!
ALFONSO.- ¿Qué tal, señora?
DOÑA JUANA.- Querido Alfonso, ya estoy bien: ya pasó el arrechucho. (A las niñas.) Venid a mis brazos, María Juana y Beatriz.
MARÍA JUANA- ¡Qué alegría! (Ambas la besan.)
BEATRIZ.- Buen susto nos hemos llevado.
CLEMENTINA.- Muy enojada, pero muy enojada con usted... ¡Estar tan malita y no decir una palabra!
BEATRIZ.- ¡No mandarnos un recadito!
ALFONSO.- Nada supimos.
MARÍA JUANA.- La primera noticia que llegó a casa fue que ya estaba mejor.
DOÑA JUANA.- Más vale así. Os evité un disgusto.
CLEMENTINA.- Pero nos privó del consuelo de asistirla.
ALFONSO.- Y ¿qué ha sido al fin?
DOÑA JUANA.- Un imprevisto achaque, distinto de los que ordinariamente padezco... o quizá el que viene como avisador de un fin próximo.
CLEMENTINA.- Por la Virgen, no diga esas cosas.
DOÑA JUANA.- A mí no me asusta la muerte, pues para ella estoy, gracias a Dios, bien preparada. Demasiado sé que nuestra vida es un castigo, la muerte un indulto. ¿Qué hacemos en este presidio? El único solaz que en él hallamos es pedir a Dios que nos dé libertad y nos lleve consigo.
BEATRIZ.- Tiíta, no nos hables de cosas tristes.
DOÑA JUANA.- Hablaré de lo que queráis. (Les indica que se sienten.) Vosotras a mi lado. (Las niñas se sientan a un lado y otro de DOÑA JUANA; DON
ALFONSO permanece en pie.) Dime, Alfonso: ¿qué tal, qué tal esas campañas agrícolas? ¿Van bien?
ALFONSO.- A un soldado que pelea sin armas no le pregunte usted por sus victorias.
DOÑA JUANA.- Ciego estás, Alfonso, si no ves que en tierra de Castilla serán siempre perdidos tus esfuerzos. El suelo rapado y seco, los ríos sin agua y los montes desnudos, han dado de sí santos y guerreros; nunca darán labradores primorosos.
ALFONSO.- Guerreros y santos da también ahora la tierra campa de Castilla; pero los santos son de los que acaban en el infierno: los guerreros, de los que concluyen apaleados, como el generoso Don Quijote... Eso es hoy el agricultor castellano: santo condenado y guerrero sin gloria.
DOÑA JUANA.- No te canses; no porfíes con la Naturaleza, con Dios, que creó los países pobres para fundar en ellos las escuelas de la humildad y la paciencia. (ALFONSO y CLEMENTINA se miran de soslayo, refrenando su enojo.)
ALFONSO.- Yo, señora, creo que Dios nos ha dado los países yermos y huraños para que los hagamos hospitalarios, risueños. Se educan las tierras como las personas, y se doman los campos como las fieras.
DOÑA JUANA- (Con frase cortante y seca.) Eso será muy bonito; pero es un disparate.
CLEMENTINA- (Acudiendo en apoyo de ALFONSO.) Sus empresas, tía, no le parecerían a usted desatinadas si las conociera bien. Trabaja con fe y ahínco, y usted debe ayudarle para que veamos el fruto de tantos afanes.
DOÑA JUANA.- Yo le ayudo... como puedo. Y no voy más allá, porque los tiempos están malos.
ALFONSO.- (Desabrido, irónico.)