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Summer Preston lleva años trabajando sin descanso para convertirse en psicóloga deportiva, pero todos sus sueños se tambalean cuando, para entrar en el programa más prestigioso de posgrado, se verá obligada a trabajar con Aiden Crawford, el engreído capitán del equipo de hockey, deporte del que lleva huyendo toda su vida. Aiden Crawford se ha ganado su puesto con esfuerzo, pero una serie de errores amenazan con poner en peligro esta posición. Ahora, si quiere salvar la temporada y, muy posiblemente, su futuro profesional, deberá hacer de conejillo de indias en el proyecto de Summer, y no será fácil. La vida meticulosa de Summer choca con la naturaleza impulsiva de Aiden, las provocaciones estarán a la orden del día, y el problema: ninguno está dispuesto a aceptar la derrota. ¿Puede haber un ganador?
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Dos mundos totalmente opuestos colisionan para sobrepasar los límites de la rivalidad y de la atracción.
Summer Preston lleva años trabajando sin descanso para convertirse en psicóloga deportiva, pero todos sus sueños se tambalean cuando, para entrar en el programa más prestigioso de posgrado, se verá obligada a trabajar con Aiden Crawford, el engreído capitán del equipo de hockey, deporte del que lleva huyendo toda su vida.
Aiden Crawford se ha ganado su puesto con esfuerzo, pero una serie de errores amenazan con poner en peligro esta posición. Ahora, si quiere salvar la temporada y, muy posiblemente, su futuro profesional, deberá hacer de conejillo de indias en el proyecto de Summer, y no será fácil.
La vida meticulosa de Summer choca con la naturaleza impulsiva de Aiden, las provocaciones estarán a la orden del día, y el problema: ninguno está dispuesto a aceptar la derrota. ¿Puede haber un ganador?
«¡Encantadora y brillante! Collide de Bal Khabra brilla por encima del resto. Khabra entrelaza a la perfección sus ingeniosas bromas, su cautivador elenco de personajes y su humor único en una historia de amor entrañable y atemporal. Los lectores amarán a Aiden y Summer desde la primera página y pensarán en ellos mucho después del final». —Peyton Corinne, autora de Unsteady
BAL KHABRA
Bal es una escritora canadiense, entusiasta del romance y amante de los libros. Antes de decidir lanzarse a la piscina de la narrativa, pasó un tiempo hablando efusivamente de libros en redes sociales. Le encanta leer y ver películas sobre el amor y, ahora, escribir estas mismas historias.
A las chicas que aman el hockey, en especial escrito en tinta.
Está apuntándome con un arma a la cabeza.
Bueno, al menos en sentido figurado.
El arma: hockey. Y la mujer que la sostiene es la doctora Laura Langston.
–¿Hockey? –repito–. ¿Quiere que yo haga mi proyecto para ingresar al posgrado... sobre hockey?
Langston es mi consejera de posgrado hace un año, pero estuve bajo sus alas desde que ingresé a la Universidad Dalton. Ella es todo lo que quiero ser y estuve obsesionada con cada trabajo académico que ha escrito hasta ahora. Es mi especie de crush con una celebridad de la manera más nerd posible. Su doctorado en Psicología Deportiva, sus incontables estudios académicos y su experiencia con atletas olímpicos son inspiradores.
Eso hasta que llegas a conocerla.
Cuando las personas dicen «No conozcas a tu héroe», se refieren a Laura Langston. Es el equivalente humano a un enjambre de abejas irritadas. Existen muchos profesores que tratan a sus estudiantes como basura, pero ella está a otro nivel. Aunque es innegable que es brillante, también es intransigente, despectiva y especialmente difícil cuando sabe que necesitas su ayuda.
Entonces, ¿por qué la elegí como consejera? Porque su tasa de éxito para lograr que sus estudiantes ingresen al programa de posgrado de Dalton es demasiado cautivadora como para ignorarla. Es el programa más prestigioso de Estados Unidos y los estudiantes que ella patrocina tienen la entrada garantizada. Además, es quien decide qué candidato puede hacer el co-op, un programa educativo competitivo que permite que un estudiante de nuestra cohorte trabaje con la selección nacional de baloncesto. Ese es mi sueño desde que tenía ocho, así que padeceré bajo su dictadura del terror con tal de tener mi maestría en Psicología Deportiva.
–Debes empezar a usar tus recursos a tu favor, Summer –dice, analizándome por encima de sus gafas–. Sé que odias el hockey, pero es tu última oportunidad de entregar una solicitud fuerte.
Desliza la palabra «odio» como si mi aversión a ese deporte fuera un invento y, teniendo en cuenta que es de las pocas personas que saben por qué me mantengo lejos de la pista de hielo y de los hombres de hielo que patinan en ella, es difícil mantener la compostura. Echar sal en esa herida usando el trabajo de investigación que determinará mi futuro es malicioso. Una maldad de la que solo la doctora Langston con su corazón de piedra es capaz.
–Pero ¿por qué hockey? Puedo elegir fútbol, baloncesto, hasta curlin, me da igual. –¿Dalton tiene equipo de curlin?
–Ese es el problema: que te da igual. Tiene que ser algo que te importe, algo que te inspire sentimientos fuertes, por eso el hockey.
Odio que tenga razón. Más allá de su naturaleza siniestra, es una mujer inteligente, no obtuvo su doctorado por arte de magia. Sin embargo, ser su estudiante es un arma de doble filo.
–Pero…
–No aprobaré ningún otro deporte –interrumpe con una mano en alto–. Hockey o pierdes el lugar. –Es como si el universo me hubiera enviado un fuck you en forma de profesora. Pasé muchos años deslomándome como estudiante de grado para que me digan que el hockey es mi única salvación, qué fastidio. Aprieto los puños para resistir el impulso de gritar.
–No me está dejando otra opción, doctora Langston.
–Si no puedes hacerlo, sobreestimé tu potencial –sentencia–. Hay cuatro estudiantes que matarían por estar en tu lugar, pero te elegí a ti. No hagas que lo lamente.
En realidad, no es que haya elegido tenerme bajo su ala; yo tenía un promedio de 4,2 y cartas de recomendación espectaculares, sin mencionar que aprobé el examen que implementó el año pasado para seleccionar a los mejores estudiantes para su consejería. Esa semana, me había intoxicado en la cafetería, pero me presenté de todas formas y aplasté a todos mis compañeros; no dejaré que ocupen mi lugar ahora.
–Entiendo, pero no soy muy adepta al hockey. Y tengo buenas razones, debo decir. Dudo que mi investigación sea acertada en esas circunstancias.
–O superas la aprensión o pierdes todo por lo que has trabajado.
¿Aprensión?
Ignorar la puñalada es como intentar ignorar una bala en el pecho.
–No hay razón para que no pueda elegir baloncesto. El entrenador Walker con gusto me dejaría trabajar con uno de sus jugadores.
–El entrenador Kilner ya accedió a dejar que uno de mis estudiantes trabaje con uno de sus jugadores. O me entregas tu propuesta para el viernes o te olvides de tu lugar, señorita Preston. –Cuando gira en su silla para darme la espalda, es claro que la reunión ha terminado.
Si pudiera cometer un crimen y que no me descubrieran, tengo el presentimiento de que ella estaría involucrada.
–De acuerdo. Gracias –balbuceo mientras la observo tipear en su computadora de forma agresiva, seguro para planear cómo convertir la vida de otro estudiante en un infierno. Imagino que llega a casa y tacha los nombres de quienes ha logrado atormentar ese día; el mío y el muñeco vudú en el que pincha alfileres encabezan la lista de hoy.
He logrado evitar todo lo que tuviera que ver con el hockey los últimos tres años, y ahora será el centro de mi vida durante los próximos meses. Estoy arruinada y tengo que tragarme el disgusto por el deporte de mis ancestros canadienses.
No dar un portazo al salir requiere de toda mi fuerza de voluntad.
–Te ves molesta –dice una voz desde la sala de consejeros. Donny está parado contra la pared, con un abrigo de cachemira y los ojos fijos en mí.
Cometí algunos errores desde que he empezado la universidad, y Donny Rai es uno de ellos. Después de una relación de dos años, no nos queda más remedio que vernos todos los días porque estudiamos lo mismo y nos hemos postulado para el mismo programa de posgrado. Aunque no siento que estemos compitiendo, sé que quiere el puesto en el co-op tanto como yo.
–¿Te dio un ultimátum? –me pregunta mientras camina conmigo.
–Sí. ¿Cómo lo supiste? –Lo miro intrigada.
–Hizo lo mismo con Shannon Lee hace un rato, y ahora está pensando en abandonar.
Mis ojos se desorbitan. Shannon es una de las estudiantes más inteligentes del campus. Su trabajo sobre psicología clínica pasó a revisión, eso significa que es la estudiante más joven con posibilidad de ser publicada.
–No puede ser. –Niego con la cabeza, consciente de lo jodida que estoy–. Tienes suerte de haber enviado tu solicitud antes. Los demás estamos estancados con este nuevo requisito.
–La admisión es condicional.
–Claro, como si fueras a perder el promedio de 4.
–4,3 –me corrige.
Donny encabeza la lista de honor académico todos los años, participa de todos los clubes y comités posibles y es la imagen de la Ivy League, así que no es sorprendente que haya entrado a este programa. Me gusta pensar que también soy inteligente, pero, comparada con él, bien podría tener orejas de burro.
–Ahora tengo una reunión, pero te ayudaré con tu solicitud, sabemos que lo necesitarás.
Es insultante, pero solo sonríe y se dirige a su reunión en Dalton Royal Press. Sí, también trabaja para el periódico de la universidad.
Cuando por fin llego a mi dormitorio, me desplomo en el sofá de la sala.
–Si te doy una pala, ¿me golpearías en la cabeza? –le pregunto a Amara.
–Depende, ¿me pagarás? –responde. Yo resoplo contra el almohadón, pero ella me lo saca–. ¿Qué te hizo ahora?
Amara Evans y yo somos compañeras de dormitorio desde primer año y, por suerte para mí, ser mejor amiga de un genio tecnológico implica gozar de sus privilegios en la universidad. El más importante fue conseguir lugar en Casa Iona, el único complejo con unidades de dos habitaciones y dos baños. Aunque el lugar también es pequeño, cualquier cosa es mejor que los baños comunitarios con pie de atleta en cada rincón.
–Quiere que haga mi ensayo sobre hockey.
–Dime que es una broma –dice y deja caer el almohadón–. Pensé que conocía la historia.
–¡La conoce! Esto consigo por haberle compartido mis secretos.
–¿No puedes buscar a otro consejero? No puede ser la única que consigue que sus estudiantes sean aceptados en el programa.
–Ninguno tiene una tasa de éxito tan alta. Es como si manipulara el proceso de admisión o algo. Pero quizá tenga razón, debería dejar atrás mi aprensión.
–¡No puede haber dicho eso!
–Ahh, sí lo hizo. –Suspiro y me siento–. ¿Y cómo es que estás aquí tan temprano?
–No quiero pasar mi primer día de clases sentada en ese auditorio lleno de hombres sudados.
Que se especialice en informática implica que el noventa por ciento de sus compañeros sean hombres, algo a lo que Amara no está acostumbrada, dado que creció con cuatro hermanas. Es la del medio y afirma que nunca tuvo un momento de paz porque vivió siendo la mayor y la menor al mismo tiempo y lidiando con hormonas y caprichos adolescentes. Al haber tenido hermanas gemelas con unos cuantos años de diferencia, la entiendo.
–¿Vas a la fiesta?
–Tengo mucho que hacer. –Estar rodeada de un montón de chicos de fraternidad ebrios me parece una pesadilla.
Su mirada exasperada anticipa que me dará un sermón:
–El semestre pasado dijiste que te relajarías y disfrutarías del último año. Dijiste que saldrías más. Si tengo que arrastrarte, lo haré. –Es verdad, eso dije. Pero, para ser justas, fue después de haber llorado por un trabajo demasiado difícil y de que la calificación perfecta de Donny me hiciera colapsar. En ese momento, juré que me relajaría porque concentrarme solo en los estudios no estaba mejorando mis calificaciones.
–Pero tengo que empezar la propuesta y leer algunas cosas –digo con mirada inocente.
–Bien –responde después de resoplar–. Voy con Cassie, pero prométeme que te tomarás descansos.
–Te lo prometo. Saldré a correr más tarde –concedo, y ella inclina la cabeza con desaprobación.
–No me refería a esa clase de descanso, pero aceptaré cualquier cosa que te haga salir de aquí.
Está viéndome dormir.
Terminar de despertarme implica volverme superconsciente de mi entorno. O está disfrutando de la vista, algo por lo que no la culparía, o está planeando arrancarme la piel y hacerse un traje con ella.
La segunda opción es la más probable, teniendo en cuenta que anoche me quedé dormido.
La fiesta de bienvenida que hicimos en nuestra casa se salió un poco de control. Y por «un poco» me refiero a que se descontroló por completo. Las fiestas están destinadas a convertirse en un escándalo cuando las organiza Dylan Donovan, ala izquierda de Dalton y mi mejor amigo. Esta vez, decidí no oficiar de policía; acabamos de volver de las vacaciones y es el único momento en el que me permito beber, antes de que empiece la temporada. Nunca estoy seguro de cuánto lo voy a lamentar... hasta que veo las consecuencias.
Ahora, abrir los ojos significa que tengo que enfrentar las consecuencias.
Cuando Aleena, una pelirroja ardiente, me eligió entre la multitud para tomarme fotografías, era de esperarse que termináramos en mi habitación, desnudos y uno sobre el otro. Pero no duró mucho porque tenía cuentas pendientes con el sueño, y anoche se las quiso cobrar. Entreno a diario, tengo el cronograma de clases completo y, cuando no entreno o estudio, me ocupo de alejar a los muchachos de los problemas. Así que, cuando recosté a Aleena en mi cama y descendí con besos hasta su estómago, perdí el conocimiento. Consciente, hubiera sido vergonzoso, pero dormí tan bien que no puedo quejarme.
–Buenos días. –Extiendo los brazos y los llevo debajo de la cabeza antes de abrir los ojos y ver justo lo que esperaba: un mar de cabello rojizo sobre mi pecho y un par de labios carnosos apretados entre sus dientes blancos.
–¿Dormiste bien? Espero que no seas perezoso en la mañana.
Cualquiera se hubiera sentido cohibido por el comentario, pero no es mi caso. Casi todas las chicas del campus saben que «Aiden Crawford» y «pereza» nunca se usaron en la misma oración. Esta fue una situación única y, a juzgar por cómo se oscurecen sus ojos azules, ella sabe que lo remediaré.
–De hecho, dormí muy bien –afirmo con una risita.
–Bueno, ya que estás despierto –me desliza una uña por el pecho–, podemos empezar bien el día.
¿Qué clase de anfitrión sería si rechazara su oferta? Cuando baja las manos un poco más, la hago girar y compenso lo de anoche.
Ya estoy abajo preparando el desayuno cuando Aleena termina de ducharse. Resulta que las chicas son muy fanáticas de los baños de vapor y yo soy el propietario orgulloso del único de la casa. Y es mi derecho, ya que mis abuelos la compraron cuando me aceptaron en Dalton, aunque eso no evitó que Kian Ishida, ala derecha del equipo y mi compañero de casa, luchara con uñas y dientes para conseguirlo. La banda de capitán nunca falla para ganar una discusión, pero, ahora, él está del otro lado del corredor con su música escandalosa y llama a mi puerta todo el tiempo.
Le ofrezco el desayuno a Aleena, pero ella niega con la cabeza y sale por la puerta. Yo sonrío para mí mismo porque no hay nada mejor que un encuentro casual con una chica que no intenta ser tu novia al otro día.
–Esto es inédito –comenta Eli, que observó el intercambio con las cejas en alto.
–¿Qué?
–Son más de las diez. Ninguna chica se había quedado tanto tiempo. ¿Encontraste a la indicada? –Abre los ojos y exhibe una sonrisa que me da ganas de golpearlo.
–Anoche me quedé dormido antes de que pudiéramos hacer algo. Era lo mínimo que podía hacer.
–Qué caballeroso... Has estado muy cansado este último tiempo. ¿No crees que deberías descansar?
Ahora soy yo el que se ríe. Elias Westbrook, Eli, como todos lo conocen, y yo nos conocemos desde que usábamos pañales. Su preocupación no me irrita como la de los demás porque sé que lo dice con consideración y para que él diga algo, en verdad debo estar exigiéndome demasiado con el entrenamiento y las clases.
–Estoy bien. Logré manejarlo hasta ahora, ¿qué son unos meses más?
Aunque no parece gustarle mi respuesta, se limita a asentir y servirse sus huevos.
–Increíble fiesta, amigos –dice un rezagado, y se va de la casa en ropa interior y con el resto de las prendas colgando del hombro. El prendedor en su chaqueta indica que es uno de los compañeros de fraternidad de Dylan. Él es el único de nosotros que forma parte de una. Kappa Sigma Zeta lo trata como si fuera de la realeza y, aunque vive con nosotros, si quisiera podría tener la habitación principal de la casa en el sector Greek. Pero, según dice, vivir con los «lameculos» de primer año es lo último que quiere.
–¿Dónde están los demás? –pregunto con la boca llena de avena.
Eli me muestra la pantalla de su móvil: se ve una fotografía de Kian desmayado en el césped en la entrada del campus y, tras él, el monumento a sir Davis Dalton arruinado. Cierro los ojos con esperanzas de que haya una buena explicación, quizá que es un buen trabajo de Photoshop.
–¿Quién tomó esa foto?
–Benny Tang.
–¿El de Yale? –digo en medio de un bocado–. ¿Qué hace aquí? –Que Yale viniera aquí después de que los destrozamos en el último partido antes del receso sería lo peor. Lo último que recuerdo de anoche es decirle a Dylan que le pusiera fin a la fiesta enseguida. Está claro que no me escuchó.
–Deberías preguntárselo a Dylan, yo no estuve aquí.
Por supuesto que él no estuvo en la fiesta. Y si el único responsable además de mí no estuvo presente, eso significa que los dos grandulones, Dylan y Kian, estuvieron a cargo. Todo empezó porque perdieron una apuesta el último semestre por la que tenemos que dar todas las fiestas del campus. Si no somos los anfitriones, tenemos que proveer el alcohol. Cuando lo descubrí, los envié a la banca durante dos partidos.
A pesar de todo, quisiera que fuera una pesadilla y seguir en la cama con Aleena.
–¿Y quiero saber dónde está ahora? –pregunto con cuidado. Él vuelve a tomar el teléfono, yo resoplo.
–Es una broma, amigo. Se quedó dormido en la sala.
***
–Fui yo.
Todas las miradas se fijan en mí y lamento haber aprendido a hablar. Mi cabeza todavía retumba porque el entrenador quiso torturarnos con una práctica antes de que nos encontráramos en la sala de medios para una reunión obligatoria. Y el brillo de la pista redobló la jaqueca. No suelo beber y, cuando lo hago, mi cuerpo no deja que lo olvide; hoy no es la excepción. Todo se intensificó, incluso la voz estruendosa de Kian que expresaba su paranoia respecto a los motivos de la reunión. Se había despertado con manchas de césped en el cuerpo y aun así se preguntaba qué estaba pasando.
El entrenador Kilner llegó echando humo y con el rostro pálido en llamas. Incluso derribó los gorros de las cabezas de los jugadores de tercero, que retrocedieron acobardados, y yo comencé a lamentar haberme sentado al frente. Kian y Dylan estaban atrás, escondiéndose detrás de los porteros.
–¿¡Una maldita fiesta que puso el campus de cabeza!? –grita el entrenador y, de pronto, todo cobró sentido–. ¿¡Esto es una broma para ustedes!? ¡En mis veinticinco años de carrera, jamás he tenido que lidiar con un desprecio tan descarado hacia el código de conducta de la universidad!
Eso no es del todo cierto. Sé que Brady Winston, el capitán anterior, organizó una fiesta que resultó en un castigo de un año para el sector Greek: el automóvil del decano desapareció, la piscina quedó arruinada y todas las actividades extracurriculares fueron canceladas. Así que estoy seguro de que desmadrar el campus y vandalizar el monumento a sir Davis Dalton no es lo peor que ha pasado en esta universidad.
–Cuando me convertí en entrenador después de estar en la Liga –continúa Kilmer al tiempo que Devon murmura «Aquí vamos» a mi lado–, nunca pensé que tendría que sermonear a mis jugadores de último año sobre las fiestas.
–Entrenador, la fiesta…
–Silencio, Donovan. Estamos en las malditas eliminatorias para el campeonato Frozen Four y ustedes están perdiendo el tiempo con otras universidades. ¿Les parece a estas alturas?
–Los de Yale vinieron aquí, ¿no deberían llevarse ellos la peor parte? –pregunta Tyler Sampson, el capitán suplente y el más listo del equipo. En lugar de seguir los pasos de su padre superestrella del hockey, estudiará Derecho.
–Ellos no son mi problema, ¡ustedes lo son, grandísimos idiotas! Debería suspenderlos a todos. –La rabia le emanaba como el sudor de la frente.
–Si lo hace, no podremos jugar en el Frozen Four –comenta Kian, lo que no ha ayudado en nada, sino todo lo contrario: ahora tiene que hacer tareas de lavandería durante un mes. En principio, era una semana, pero no dejó de quejarse, y todos saben que, si el entrenador pone un castigo, es mejor cerrar la boca y aceptarlo.
Nadie lo ha vuelto a interrumpir después de eso, excepto yo cuando abrí mi bocota para autoincriminarme.
–¿Qué dices? –Me fulmina con una mirada que he visto las suficientes veces como para saber que debería asustarme, pero no me echo atrás.
–Yo organicé la fiesta.
Eli maldice detrás de mí, pero no dice nada porque sabe que, una vez que he tomado una decisión, nadie puede hacerme cambiar de parecer. El entrenador se pasa una mano por la cara mientras masculla por lo bajo, probablemente algo sobre lo idiota que soy. Y estoy de acuerdo.
–¿Así lo quieres, Crawford? ¿Estás seguro de que no ha sido un error colectivo?
Está ofreciéndome una salida, más por desesperación que por otra cosa, porque cuando la universidad sepa de esto, me castigarán. Mi única esperanza es que vean mi historial académico y mi carrera en el hockey y no sean muy duros. Me irá mejor que a cualquier otro miembro del equipo.
–Fue mi idea, yo dejé que vinieran los de Yale.
Kilner asiente y no puedo evitar notar la mínima chispa de respeto que le atraviesa los ojos antes de que vuelva su rabia habitual.
–Se lo informaré al decano. Si alguien tiene una historia diferente, hable ahora. –El ánimo de la habitación muta; sé que mis compañeros quieren apoyarme, pero mi expresión debe transmitirles lo que pienso, porque se quedan en silencio–. Entonces, ¿¡por qué siguen aquí!? –grita, con lo que nos obliga a salir de la sala–. A mi oficina después de que te duches –me dice cuando paso junto a él.
El vestuario está en absoluto silencio por primera vez y lo que veo en cuanto salgo de la ducha es el rostro enjuto de Kian.
–No tenías que hacer eso, capitán –dice con culpa.
–Sí –afirmo mientras me seco el cabello con la toalla–. Anoche lo he arruinado todo, no tendría que haber bajado la guardia.
–Si esa es tu conclusión, lo estás viendo todo al revés. Todos somos culpables, yo también –señala Eli a mi lado.
Todos alrededor murmuran su aprobación.
–Sé que quieren apoyarme, pero tengo que ser un buen ejemplo y anoche no lo he sido. Esto no se trata de un frente unido. El decano está involucrado, así que se asegurará de que todos seamos castigados. No podemos permitir eso en medio de la temporada. Si me castigan a mí solo, las consecuencias no serán tan malas –afirmo confiado.
Sin embargo, esa confianza flaquea cuando entro a la oficina del entrenador. Nunca es emocionante estar aquí, pero hoy es más sombrío que nunca. Está sentado detrás del escritorio, moviendo el mouse con su mano pesada, hasta que decide mirarme y decirme que me siente. Sigue torturando el mouse un poco más y termina por arrojarlo contra la pared.
El dispositivo cae al suelo en dos partes. Yo trago con fuerza.
Kilner se reclina en su asiento y aprieta su pelota antiestrés tan fuerte que podría estallar.
–¿Dónde estuviste el último viernes del semestre pasado?
La pregunta me saca de onda. Acabo de confesar un hecho de irresponsabilidad sin precedentes, ¿y le preocupa el último semestre? Apenas recuerdo lo que cené anoche, mucho menos me voy a acordar de lo que estaba haciendo hace dos semanas. Pero la memoria vuelve a mí y disipa la niebla de la resaca.
–Después de la práctica, me fui a casa.
–¿Y los muchachos?
–También.
–¿Dieron una fiesta?
Mierda. ¿Por qué parece tan molesto? Lo único que recuerdo de esa fiesta es a una rubia muy bonita. Había empezado a descontrolarse, pero confié en que los chicos lo iban a manejar. Solo por eso pude relajarme anoche. Pero nunca le he mentido al entrenador y no empezaré ahora.
–Sí.
–¿Así que dices que por una fiesta, que dan varias veces a la semana, no fuiste a la recaudación de fondos?
Maldición. El juego de caridad.
Para apaciguar a Kilner, comprometí a todos a entrenar a los niños para su juego de caridad. Pasar dos días a la semana con niños descontrolados hace mella, y que fuera época de finales no ayudó. Así que, cuando yo dejé de ir, todos hicieron lo mismo.
–Los niños estaban esperando en la pista y no apareciste. ¿Y el fin de semana anterior a ese? ¿Lo mismo? –exige saber. Asiento. Siempre hay una fiesta en Dalton. Si no la encuentras, es porque estás buscando en el lugar equivocado. Kilner suelta una risa burlona antes de seguir–. Faltaste a la campaña de salud mental para deportistas que organizó el departamento de Psicología. No se presentó el equipo de hockey, tampoco los de fútbol ni los de baloncesto.
–¿Y qué culpa tengo yo? –Para ser justos, nunca presto atención a los eventos del campus.
–Porque en lugar de saber a dónde debían estar, ¡todos ustedes, idiotas, estaban en una fiesta! ¿Sabes qué hago cuando mis atletas no cumplen con sus compromisos, Aiden?
–Los mandas a la banca –balbuceo.
–Bien, estás prestando atención. –Está furioso–. ¿Y sabes por qué te dije que vinieras?
–Porque di la fiesta de anoche y soy el capitán.
–¿Así que sabes que eres el capitán? ¡Creí que tenías demasiada resaca como para recordarlo!
–Lo lamento, entrenador. La próxima vez…
–No habrá próxima vez. No me importa si eres mi jugador estrella o el maldito Wayne Gretzky; debes ser jugador, antes que nada. –Exhala agitado–. Tu deber es guiar al equipo, no ser parte de sus estupideces. Esos chicos te respetan. Si tú estás en una fiesta pensando con la cabeza equivocada, ellos harán lo mismo. Espabílate o tendré que ponerte a prueba.
–¿Qué? –El rostro se me desfigura por la confusión–. No pueden ponerme a prueba académica.
–No hablamos solo de tus clases. Están investigando la fiesta.
Ay, mierda. ¿Vieron cuando dije que no sabría si me arrepentiría de beber hasta no ver las consecuencias? Ahora me arrepiento. Estar a prueba es malo, tan malo como romperse los ligamentos. Si las noticias llegan a la Liga, enviarán a agentes para que evalúen si puedo jugar. Acabo de firmar con Toronto, porque la convocatoria no significa nada hasta que no está en papeles. Cometer errores ahora sería fatal.
–No puedo estar a prueba.
–Tienes suerte, porque antes de tomarse licencia, el decano le informó al comité que cualquier involucrado en el desastre debe ser investigado. Y como asumiste la estúpida responsabilidad, tu nombre es el primero en la lista.
–¿Y eso qué significa? –Mataré a mis malditos compañeros.
–Que me dieron a elegir entre ponerte a prueba o que hagas servicio comunitario.
–Es genial. –Eso me llena de alivio–. Haré trabajo comunitario. Fregaré cada centímetro de sir Davis Dalton con una sola mano.
–Aunque la imagen suene bien, no es tan simple. –Me dedica una mirada inquieta–. Las horas de servicio comunitario dependen de muchos factores y, dado que no tenemos precedentes, será paso a paso.
–¿Como si pudiera salir de prisión por buen comportamiento?
–No estás en condiciones de hacerte el listo –me advierte–. Me habrían obligado a ponerte a prueba de no haber sido por ella.
–¿Por quién?
La desesperación apesta, o tal vez sea el vestuario de hockey después de una práctica. Duchas abiertas y voces estruendosas resuenan por los pasillos mientras busco la oficina del entrenador Kilner. Mantenerme alejada de la pista como si fuera una enfermedad contagiosa está resultando difícil, en especial cuando el corredor lleno de puertas azules parece un laberinto.
Suena un teléfono detrás de mí y, al girar, me encuentro a un chico sin camiseta con una toalla enroscada en la cadera.
–¿Summer?
–Hola, Kian –saludo incómoda. Mierda.
Kian Ishida estaba en todas las clases de psicología que tomé en tercero. Nos hicimos amigos después de trabajar juntos en un seminario sobre disfuncionalidad cerebral que nos iba a dar créditos extra; estaba feliz de conocer a alguien que se interesara por la psicología deportiva tanto como yo... hasta que supe que es jugador de hockey. Para mi sorpresa, el ala derecha de un metro noventa jugaba para el equipo de Dalton desde primer año. Después de descubrirlo, nuestra amistad se congeló porque si no, no podría alejarme del hockey tanto como quería. Tan solo escuchar hablar de ese deporte me revolvía las entrañas con una lentitud agónica.
–Te envié un mensaje con mis clases –dice mientras se acerca–. ¿Tienes a Chang en Estadística avanzada?
Vi su mensaje y sí, compartiremos dos clases este semestre. Esperaba poder sentarme al fondo para evitarlo.
–Sí, y a Kristian en Filosofía.
–Genial. Te veo en clases, entonces –responde. Mi sonrisa falsa no es rival para su sonrisa radiante–. ¿Qué haces aquí? No creí que fueras fanática del hockey.
–No lo soy, vine a ver al entrenador Kilner. ¿Sabes dónde está su oficina? –le pregunto. Su mirada avanza confundida por el corredor, luego reprime una sonrisa–. ¿Qué es tan gracioso?
–Nada. –Se aclara la garganta–. Es la última puerta a la derecha. Te veo en clases, Sunny. –Desaparece antes de que pueda analizar su expresión o el apodo extraño que usó.
Al encontrar la oficina, golpeo el vidrio opaco y responde una voz hosca.
–Pase. –La puerta emite un crujido presagioso que me dice que huya antes de que me meta en un lío. Dentro, encuentro al entrenador sonriente y a alguien sentado frente a él. Tiene el cabello húmedo y el logo de Dalton en la espalda de su camiseta. Me detengo porque creo que estoy interrumpiendo algo, pero el entrenador me invita a pasar–. Siéntese, señorita Preston. –El chico ni siquiera se inmuta por mi presencia cuando me siento junto a él, y yo tampoco me molesto–. Laura me contactó por su trabajo. Entiendo que quiere hacer su proyecto sobre hockey.
–Así es. –Preferiría hacerlo sobre la goma de mascar pegada en su zapato, pero no puedo decirle eso–. Es una investigación sobre el desgaste profesional en atletas universitarios para mi solicitud de posgrado.
–Bien. Eso encaja con Aiden Crawford, el capitán de nuestro equipo de hockey.
¿El capitán? Los ojos casi se me salen de las órbitas. ¿Harán que haga la investigación sobre el capitán?
–Ah, ehh, sería genial, pero puedo trabajar con alguien de tercera o cuarta línea. No quiero interferir con el equipo.
–No lo harás. Y Aiden lo necesita –responde, ahogado por la tensión. Es evidente que acaban de tener una conversación difícil, eso explicaría por qué el capitán está echando humo a mi lado–. ¿No, Aiden?
Esta vez, giro hacia el chico y me encuentro con un cabello castaño rizado y una piel inmaculada. Su perfil podría ser el de un modelo del calendario de bomberos de Amara. A pesar de todo, parece un idiota.
–Entrenador, esto es una pérdida de tiempo. –No logra contener la irritación en su voz–. Tiene que haber otra opción.
Qué sorpresa. Con eso se acaba de probar que mis predicciones eran acertadas.
–Mi solicitud de posgrado no es una pérdida de tiempo.
–Tal vez no para ti –dice sin mirarme. Ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos para insultarme. Esta ya era mi peor pesadilla, ¿y ahora encima también tengo que lidiar con él?
–Escucha, no tengo por qué sentarme aquí y soportar que seas un cretino. –No logro reprimir la rabia.
Ahora sí se voltea y me mira con sus ojos verdes entornados, pero el entrenador interrumpe la mirada fulminante.
–Bien, suficiente. Aiden, no tienes otra opción.
–No lo haré. Recaudaré fondos y entrenaré a los niños, pero no esto.
Actúa como si yo no estuviera aquí, y su berrinche está avivando la llama de la rabia que encendió Langston. La bronca asciende por mi columna.
–No creas que yo me muero por hacer esto con un jugador de hockey, Clifford.
–Crawford –me corrige.
–No estoy aquí para ser niñero de ninguno de los dos –dice el entrenador después de suspirar–. Ya les he dicho lo que deben hacer, ahora pueden resolverlo como adultos.
–Pero, entrenador…
–Conoces las consecuencias, Aiden. –Le lanza una mirada seria y Aiden aprieta los dientes–. Y, señorita Preston, puede hablar con su profesora para arreglar un cambio, pero usted sabe que no conseguirá a alguien mejor que el capitán.
Cuando Kilner abandona la oficina, Aiden maldice por lo bajo, se pasa una mano por el cabello con frustración y luego se gira hacia mí:
–Escucha, lo siento, pero no puedo ayudarte. Tendrás que encontrar a alguien más. –No parece lamentarlo en absoluto.
–Sin duda. No eres exactamente el rey del baile.
–Soy el capitán del equipo –dice. La forma en la que levanta la cabeza me provoca una chispa de satisfacción–. Soy literalmente el rey del baile.
–También eres el idiota del baile, y esos dos no se combinan.
–Me alegra que lo sepas, porque no trabajaremos juntos –ruge–. No soy tu experimento de investigación.
–¡Bien! Tampoco quiero que lo seas. –Empujo la silla hacia atrás–. Malditos jugadores de hockey. –Salgo y doy un portazo. Ni un incendio me habría hecho irme tan rápido. Y, a juzgar por cómo llameaban los ojos de Aiden, podría haber ocurrido.
El aire frío de enero no me enfría la piel mientras me dirijo a los tumbos hacia el edificio de Psicología. A mitad de camino, alguien me envuelve en un abrazo de oso.
–Sampson –jadeo.
–Ah, así que me recuerdas –dice al liberarme.
–Cállate, nos vimos antes del receso –respondo, empujándolo.
Tyler Sampson es el único jugador de hockey que no me genera urticaria. Crecimos juntos porque nuestros padres son mejores amigos y estuvimos juntos en todos los extenuantes eventos familiares.
–¿Por qué pareces tan enojada con ese edificio?
–No estoy enojada con el edificio, sino con el demonio en su interior. –Respiro hondo y lo miro de reojo–. Te reirás de mí. –Me indica que continúe con la mirada–. ¿Recuerdas ese proyecto que tengo que entregar en mi solicitud de posgrado para que me tengan en cuenta para el programa co-op? –Él asiente con la cabeza–. Langston me asignó hockey.
Tyler conoce mi relación truculenta con mi padre, así que es de esperarse que se quede con la boca abierta.
–¿Y piensas ir a confrontarla? ¿Estás segura?
–Voy a defender mi posición –digo con la frente en alto.
–Summer, piénsalo un segundo. Te dio un trabajo, ¿y le dirás que no? ¿A la mujer que rechazó la tesis de un estudiante porque puso dos veces una referencia? –Me mira con intensidad–. ¿Crees que ella aceptará que rechaces un trabajo que te asignó?
Recuerdo la historia de ese estudiante, pero no sé la verdad completa. Langston es estricta, pero no irracional. Aunque sí amenazó con quitarme mi lugar.
–Me siento mal. –Tengo el estómago revuelto y estoy al borde del llanto.
–Estarás bien. –Me toma de los brazos–. Son unos meses nada más. Pero si en verdad no puedes hacerlo, al menos llévale una propuesta alternativa.
–¿Otro deporte? Ya dijo que no.
–Inténtalo otra vez.
Los chismes llegaron a la casa más rápido de lo que tardo en darle una vuelta a la pista.
Ayer, el sermón de Kilner me puso de pésimo humor, así que pasé el resto del día encerrado en mi habitación, lejos de mis chismosos compañeros. Vivir con dos estudiantes de tercero y dos de cuarto hace que sea imposible guardar secretos. Los de tercero, Sebastian Hayes y Cole Carter, son nuestros propios columnistas de chimentos. Pero ahora, que estoy volviendo del gimnasio, veo que Kian me espera en la puerta con las manos en las caderas como una mamá gallina. Mi clase de Literatura Inglesa empieza en veinte minutos, no tengo tiempo para lo que Kian Ishida haya escuchado por ahí. Así que lo ignoro y subo a buscar mis cosas. Y cuando vuelvo a bajar rumbo a la puerta, me detiene.
–¿Tienes algo para decirme, Aiden?
–Depende de lo que quieras saber.
–Ayer estuviste en la oficina de Kilner un buen rato. –Entorna los ojos–. Y también vi entrar a Summer Preston.
La irritación asciende otra vez. Preferiría no pensar en ella, aunque me siento un poco mal por haber sido grosero. No es su culpa que haya asumido la responsabilidad, pero tampoco parecía muy entusiasmada de trabajar conmigo. Quería a alguien que no jugara mucho, por el amor de Dios.
–Nada por lo que debas preocuparte.
–Sí debo preocuparme –insiste–. Porque estamos todos juntos en esto. Sea lo que sea, ayudaremos.
Es obvio que se siente culpable y que no se detendrá hasta enmendarlo. Y si descubre que hice enojar a la chica que podría salvarme el trasero, sin duda me va a decir algo.
–Voy tarde a clases –respondo y cierro la puerta antes de que pueda pronunciar una palabra más.
Al llegar al Pabellón Carver, me guardo el móvil en el bolsillo y me concentro en la clase en lugar de pensar en todo lo que está saliendo mal. Pero no dura mucho, porque recibo un e-mail del entrenador que dispara mi estrés por las nubes.
Es un correo corto, enviado desde su móvil, que dice: «Ven a verme».
Estoy arruinado.
Después de eso, intentar concentrarme es muy difícil y, cuando mi móvil comienza a vibrar sin parar, se vuelve imposible. Es el grupo del equipo.
Patrulla conejo
Eli Westbrook
Kilner está furioso.
Sebastian Hayes
En una escala de Kian corriendo en pelotas a Cole cortando un neumático, ¿por dónde se encuentra?
Eli Westbrook
Por el corte del neumático.
Cole Carter
Eh, faltaré a la próxima práctica. Me duele el estómago.
Sebastian Hayes
Ok. Le aviso a Kilner.
Dylan Donovan
Creí que todos sabíamos que siempre tiene un palo en el trasero.
Kian Ishida
Shhh. Juro que puede leer esto de algún modo. Entrenador, si estás leyendo esto, te quiero <3
Dylan Donovan
¿Cómo sabes que está molesto?
Eli Westbrook
Escuché que rompió el palo de uno de tercero.
Kian Ishida
Y qué con eso? A mí me rompió 6.
Eli Westbrook
Sobre su propia cabeza.
Kian Ishida
Ah, sí, está furioso.
Dylan Donovan
¿Qué mierda pasó?
Eli Westbrook
@Aiden, ¿podrías explicarlo?
Kian Ishida
¿Capitán? ¿Qué hiciste?
¿Ya mencioné que estoy arruinado?
Como eso de ponerme a prueba no me asustó lo suficiente como para aceptar ese maldito experimento cerebral, parece que ahora quiere arruinarles la vida a todos. Envío una captura de pantalla de su e-mail al grupo y les digo:
Me romperá un palo nuevo.
Dylan Donovan
¿Quieres que vayamos a darte apoyo emocional?
Kian Ishida
Al diablo. Se enojará más de solo verme la cara. Buena suerte, amigo.
Dos horas después, llego a la pista al tiempo que el entrenador sale con los niños.
–Ayúdame con el equipo. –A juzgar por su rostro, cualquiera diría que es el gruñón de siempre, pero para el ojo entrenado, está furioso. Totalmente rabioso. Sé que está imaginándose formas de arrancarme la cabeza.
–Aiden, prometiste ir a nuestro juego. ¿Dónde estabas? –pregunta la vocecita de Matthew LaHue mientras junto los conos.
–Perdón, Matty, estaba muy ocupado con mis estudios. –Es la explicación más apta para su edad que puedo darle. Me siento terrible cuando se aleja con tristeza. Luego sigo al entrenador a su oficina por segunda vez en la semana.
–Siéntate –me ordena en un tono más duro de lo normal–. ¿Estás orgulloso por la decepción que les has provocado a esos niños?
–No, señor.
–Eres su modelo a seguir. ¿Qué dice del equipo que su capitán no se interese por las personas de su comunidad?
–Entrenador, si esto es por el proyecto de esa chica…
–No se trata de eso. Te he estado observando, y los hábitos que estás generando no son saludables. Tu rendimiento es fantástico en la pista, pero ¿crees que no veo que estás exhausto? Estás dando demasiado, niño.
Primero Eli, ahora el entrenador, supongo que no lo estoy ocultando muy bien.
–¿Eso importa si estoy jugando bien?
–El hockey no puede ser toda tu vida. –Exhala irritado–. Tienes que pensar en el futuro.
–¿El futuro? Recuerdo que me dijo que estaba jugando bien porque solo estaba enfocado en el presente.
–Por ahora, pero no puede ser siempre así. Una vez que vayas a la Liga Nacional de Hockey, un mal juego y estarás fuera. No quiero que sufras de desgaste profesional.
Me hace reír. No puede ser que esté recibiendo un sermón sobre desgaste profesional. Mis marcas son buenas y al equipo le va bien porque todos nos estamos esforzando.
–¿Cree que me pasa eso? Yo me siento muy bien.
–¿Estás seguro? Porque estuviste faltando a tus compromisos y perdiendo el control de tus compañeros. No eres el capitán que elegí en tercer año.
–Estoy haciendo lo mejor posible. –Sus palabras me pegan fuerte, pero no dejaré que lo note.
–No necesito que hagas lo mejor posible, necesito que aguantes. Llevo veinticinco años como entrenador, Crawford. Todo lo que veo son patrones. Eres uno de mis mejores jugadores, no dejaré que esto te pase. Debes aprender a encontrar el equilibrio. Las fiestas no deberían ser una prioridad, en especial en tu último año.
–Solo fueron algunas fiestas. Por primera vez me permití relajarme. ¿Eso no debería ayudar a prevenir el desgaste?
–Es la lógica equivocada –asegura, negando con la cabeza–. Encuentra el equilibrio, Aiden.
–Entonces, ¿quiere que equilibre mis clases, el hockey, el entrenamiento y, además de todo, un proyecto de investigación? ¿No es contraproducente?
–Es probable, pero solo si haces lugar para las cosas equivocadas. No nos olvidemos de que tú aceptaste este castigo por voluntad propia. Preferiría no castigarte, pero estas son las consecuencias. Ocúpate o lo haré yo.
***
La última vez que le compré flores a una mujer fue, bueno, nunca.
No soy experto en botánica, pero esta situación requiere control de daños extremo. El entrenador está a un segundo de ponerme a prueba, así que no me queda más que ocuparme. Una vez en la florería, me impacta la enorme cantidad de plantas. Un chico sostiene una corona que quedaría muy bien en la puerta de un dormitorio. La Navidad pasó hace un mes, pero a las chicas les gustan estas cosas, ¿no?
–Oye, tengo que disculparme con alguien, ¿crees que esas flores servirán?
El chico parece confundido y con evidente tristeza; debe haberla cagado en grande. Pero solo se encoge de hombros y se aleja. Como no quiero perder el tiempo revisando los corredores, elijo las mismas flores. Mientras espero para pagar, Kian vuelve a llenar el grupo de mensajes.
Patrulla conejo
Kian Ishida
Acaban de salir dos chicas del cuarto de Dylan.
Eli Westbrook
Sucio hijo de perra.
¿Eso hacías anoche? Se suponía que fueras al gimnasio, D.
Sebastian Hayes
Al menos hizo ejercicio.
Eli Westbrook
Doble ejercicio, al parecer.
Kian Ishida
Los jueves estoy en casa, preferiría no cruzarme con nadie de camino a la cocina.
Dylan Donovan
No seas desagradecido, Ishida. Deben ser las primeras chicas desnudas que ves en el año.
–Mis condolencias –dice el cajero, con lo que hace que levante la vista del teléfono–. ¿Efectivo o tarjeta?
Con mis flores en la mano y el espíritu en alto, estaciono frente a Casa Iona. Como nada de lo que hago resulta en rechazo, doy cada paso hacia su dormitorio con confianza. Por suerte, Kian sabía dónde vive y no tuve que dejar que el entrenador me arrancara una oreja por preguntarle. Al golpear, se escuchan voces apagadas al otro lado de la puerta.
–Juro por Dios que si invitaste a algún idiota… –Summer cierra la boca en cuanto me ve–. Supongo que la parte del idiota era cierta –masculla.
–¿Podemos hablar? –pregunto sonriente.
–Estoy ocupada. –Pone los ojos en blanco–. No tengo tiempo para esto, sea lo que sea. –Señala las flores y me cierra la puerta en la cara.
¿Qué mierda fue eso?
Me quedo mirando con incredulidad la puerta color café.
Vuelvo a tocar. Sin respuesta.
–¿Ni siquiera me dejarás explicarme? –Con cada minuto que pasa, golpeo más fuerte. Los golpes se interrumpen cuando una rubia muy irritada abre la puerta.
–Tengo una resaca terrible, ¿puedes dejar de hacer ruido? –Baja la mano de su sien y levanta la vista hacia mí–. ¿Aiden?
–Hola, Cassie.
Cassidy Carter es la hermana melliza de Cole, defensor de tercero en nuestro equipo que vive con nosotros, recluido en el sótano. Ella a veces aparece en nuestra casa para gritarle por haberse acostado con alguna de sus amigas. No tenía idea de que viviera en Casa Iona ni de que fuera amiga de Summer Preston.
–¿Qué quieres de ella? –pregunta.
–Quiero que tu compañera me perdone.
–¿Este es el chico que arruinó tu proyecto? –le pregunta a Summer después de un jadeo dramático.
Aunque no escucho lo que responde Summer, estoy seguro de que incluye «idiota» y «maldito».
–Cassie, ¿puedo pasar?
–No sé, Aiden, no le diste la mejor impresión –susurra.
–Lo sé y quiero cambiarlo. Y eso solo puede ocurrir si me dejas pasar. ¿Por favor? –La sonrisa ya me falló una vez, pero igual lo intento. Cuando Cassie abre más la puerta, saboreo la victoria.
Summer está sentada en el sofá con la computadora sobre las piernas. Me mira y después fulmina a la pobre Cassie arrepentida, que, en lugar de ayudar a aliviar la tensión, sale corriendo por la puerta.
–¿Tu compañera de dormitorio? –le pregunto a Summer. Ella no solo no responde, sino que no me mira. Cada segundo que pasa debilita mi confianza–. ¿Al menos dejas que me disculpe? –Silencio–. Por favor, rayo de sol.
Levanta la cabeza tan de repente que doy un paso atrás. No debí decirle eso.
–No me llames así. –Sus ojos cafés en llamas penetran los míos y es un tanto aterrador. Hace a un lado su computadora y se para a pocos centímetros de mí–. Sé que eres el capitán y que crees que las personas deberían inclinarse a tus pies cuando pides algo, pero no lo conseguirás conmigo. No me importa si te sientes mal o si decidiste cambiar tu comportamiento de idiota y pasar la página. Tomaste tu decisión y yo la mía. Eres libre de irte. –Me abre la puerta–. No desperdicies palabras en mí.
Me quedo mirándola en estado de trance. Ha hablado con tanto fuego que es como ver un espectáculo atrapante. Por un momento, la camiseta delgada que le llega hasta los muslos me distrae y, mientras estoy ocupado leyendo lo que dice, ella chasquea los dedos para recuperar mi atención. Su rostro está teñido de impaciencia, pero no retrocedo. La necesito, y si tengo que lidiar con su comportamiento, lo haré.
–Fui grosero –concedo; ella levanta una ceja–. Está bien, fui un idiota de mierda y mereces una disculpa. Perdón por mi comportamiento en la oficina de Kilner, me acababa de lanzar la noticia y no la habíamos discutido antes. No es nada en tu contra ni de tu investigación.
Summer permanece junto a la puerta con cara de piedra. A riesgo de que me golpee en las pelotas, me acerco y cierro la puerta. Sigue el movimiento con la mirada, pero como ninguna rodilla se mueve hacia mí, continúo:
–¿Me das otra oportunidad? Déjame probarte que no soy el idiota que tú crees.
Baja la vista a las flores en mis manos, así que las extiendo hacia ella, pero no las acepta.
–¿Me trajiste una corona fúnebre?
¿Qué? Miro las flores y levanto la vista hacia ella otra vez, pero el crujido de una puerta nos distrae a los dos.
–¿Necesitan privacidad? –pregunta la chica, sorprendida.
¿Cuántas compañeras tiene?
–No –sentencia Summer y me empuja para volver al sofá.
–Te conozco de algún lado, ¿no? –inquiere su compañera.
–No estoy seguro, pero soy Aiden. –Le extiendo la mano y ella me mira anonadada antes de estrecharla.
–¡Mierda! Eres famoso en estos dormitorios, capitán.
–Espero que por buenas razones.
–Algo así –responde sonriente, luego se gira hacia Summer y balbucea algo que no escucho. Su compañera la ignora.
–Puedes irte –repite como si yo fuera un niño molesto.
–Una oportunidad –insisto.
–No.
¿Qué tengo que hacer? Nunca tuve que esforzarme tanto para ganarme la atención de una chica. La mayoría de las veces, ni siquiera tengo que intentarlo.
–¿Qué le hiciste? –me pregunta su amiga.
–Amara –le advierte Summer, y las dos tienen una conversación con los ojos. Amara presiona los labios, me mira de arriba abajo y me abre la puerta con una mirada empática. Como no me muevo, exhibe una sonrisa débil.
–Dijo que no, niño bonito.
–Ayúdame, Amara. ¿No crees que me merezco otra oportunidad?
Ella retuerce la trenza de su cabello en un dedo y se enfoca en las flores que tengo en la mano.
–¿De quién es el funeral?
–¿Qué? –pregunto extrañado.
–Traes una corona fúnebre –me explica.
Ahora que la miro mejor, recuerdo que una vez vi una corona como esta. Y eso explica las miradas y las condolencias que me dieron de camino aquí.
–Es para demostrar lo mucho que lo siento.
Amara se ríe y me mira contemplativa.
–Necesitarás una de esas cuando ella acabe contigo. –La amenaza debería hacerme dar media vuelta y salir, pero cuando cierra la puerta, la victoria me hace sonreír–. Buena suerte. No me meteré en esto –anuncia y se retira a su habitación.
Ahí quedó mi plan.
Giro hacia la chica enfurecida que tipea intencionalmente fuerte en su computadora. Con las flores fúnebres en mano, me acerco despacio como si fuera una leona. Ella se queda dura y observa cómo levanto la computadora de sus piernas y la apoyo suavemente en la mesa de café.
–Déjame ayudarte con tu trabajo.
–No necesito tu ayuda. Podría ir con el equipo de baloncesto y conseguir a su capitán.
Eso no lo dudo. Si ella lo quisiera, tendría al chico encima en un minuto. Mi estrategia de control de daños está fracasando.
–Haré lo que tú quieras. ¿Quieres asientos en primera fila? O puedo conseguirte una cita con alguno de los chicos. ¿Qué tal Eli? Todas las chicas lo aman.
Ella se cruza de brazos, no está impresionada.
–¿Crees que el equivalente a participar en mi trabajo es conseguirme asientos o una cita con uno de tus compañeros? –replica, y yo me encojo de hombros con inocencia–. Nunca fui a un partido de hockey de Dalton y no planeo hacerlo.
Mi mente frena de golpe por la sorpresa, todos en Dalton aman el hockey. En especial las mujeres. La mitad de nuestras tribunas están llenas de sororidades.
–¿No eres fanática?
–No hiciste nada que lo amerite.
–Quizá porque no me viste jugar… o sin camiseta. –La broma no tiene el efecto esperado, por el contrario, su mirada se agudiza–. De acuerdo. ¿Puedo hacer alguna otra cosa?
–Pierdes el tiempo. Estoy segura de que puedes hacer que Kilner te perdone lo que sea que hayas hecho.
–No lo hago por él –afirmo. Y es verdad, se trata de encontrar equilibrio y de defender a mi equipo más allá de lo que hayan hecho–. ¿Puedes pensarlo, al menos?
–Bien, lo pensaré –concede con el mentón en alto.
–No te arrepentirás. –Para no darle más razones para arrepentirse, me dirijo a la puerta.
–No he dicho que sí.
–Pero lo harás –afirmo y le sonrío.
A los doce años, elegí natación solo para molestar a mi padre, pero por alguna clase de milagro, me enamoré de ese deporte.
Mientras que mi madre me llevaba a las competencias, él intentaba convencerme con un par de patines nuevos. Aunque nunca funcionó, me quedaba horas mirando los patines. Ahora, cuando se intensifica el sabor amargo en mi boca, el agua fría me devuelve al presente.
Mehar Chopra, una miembro del equipo de natación de Dalton, me prestó la llave de la piscina para que pueda venir después de hora, algo que no está permitido a menos que formes parte de la Asociación Nacional de Atletas Universitarios. Sin embargo, por suerte para mí, el año pasado la ayudé a aprobar su examen final de Estadística y somos amigas desde entonces.
Con los brazos en llamas y las pantorrillas acalambradas, salgo del agua antes de que llegue la hora pico de la tarde. Después de quitarme el traje de baño mojado y cambiarme, reviso mi móvil. Dos llamadas perdidas de papá.
Sus llamadas siempre hacen que me pregunte si soy una pésima hija que le guarda rencor o si mi silencio es válido. La primera llamada es de esta mañana, pero no la vi hasta ahora, que veo el mensaje:
Llama a tu papá, rayo de sol.
No me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que me sentí mareada. Hablar con él arruinaría un día perfecto, así que también ignoro su mensaje. Termino de secarme el cabello y mi móvil empieza a sonar sin parar. Ya sé quién es; solo hay una persona que no entiende lo que es una llamada perdida.
–A veces creo que no tengo una hija en la universidad, porque estoy segura de que ella al menos me llamaría.
–Hablamos ayer, mamá. –Divya Preston es propensa a exagerar. De camino a la cafetería, resisto el impulso de fingir que se desconectó la llamada.
–Ya ha pasado mucho tiempo –insiste–. Tu padre dice que no le devuelves las llamadas. Hace meses que no escucha tu voz. –También es propensa a hacerme sangrar los oídos.
–Puede escucharla en mi buzón de voz.
–No nos gusta tu silencio, hija.
–No puedes culparme por no querer hablar con él –respondo con un suspiro pesado. Desde que me fui de casa a los dieciocho, volvía para las visitas ocasionales en días festivos y vacaciones. Pero, con el tiempo, dejé de hacerlo, porque ver a mi padre fingiendo que éramos una familia feliz me dejaba un sabor amargo.
–No, pero se está esforzando por tener una relación contigo. Tus hermanas notan su cambio. Podrías intentarlo, al menos. –A él le tomó diez años querer intentarlo–. Te quiere, Summer.
Sus palabras son como leche cuajada en mi estómago. Mi padre no puede decir la palabra «querer» ni sentirlo, mucho menos por mí. Sí, ama a mi madre en todos los sentidos; crecí con su amor desbordando la habitación, mientras que yo anhelaba un poco para mí. Hasta que me di cuenta de que no había amor para la bebé que tuvieron a los dieciocho y que casi le arruina la carrera en el hockey. Y menos para la hija mayor que tiene mucho que decir y no teme desear algo mejor para sus hermanas.
–Sí, seguro –balbuceo mientras pago la comida.
–¿Qué tal si cenamos? Podemos ir a Bridgeport. Haré tu postre preferido. –Conoce mi debilidad por su gulab jamun.
–Es mi último semestre, no puedo tomarme un descanso en medio de las clases.
–Bueno. ¿Y en el receso de primavera?
–Claro –respondo para dejarla conforme–. Te llamo más tarde, mamá.
–¡Llama a tu padre!
Cuando llego a clases, solo queda un lugar vacío al frente. Recorrer el campus y ahora caminar hasta el frente del aula resultó en que llegue jadeando con la lengua afuera. Las cuatro horas de sueño y la falta de té hacen que mi humor esté peor de lo normal y apenas puedo mantenerme en pie cuando llega el descanso antes de las dos últimas horas. Estoy a punto de partir mi lápiz a la mitad hasta que alguien mueve la silla a mi lado.
–Hola, Summer –me saluda Kian Ishida con mucha alegría y demasiado cerca.
–Hola –respondo, mirándolo de reojo.
–Te ves demasiado sombría para tener ese nombre.
–Nunca me habían dicho eso. –Aparto la vista, pero aún siento el calor de su mirada.
–¿Podemos hablar?
–Claro. –Al ver su expresión sincera, regulo la irritación.
–Supe de tu trabajo. Si Aiden no te ayuda, lo pondrán a prueba y, teniendo en cuenta que estudias deportes, sabrás que apestaría que sacaran al capitán.
–¿Qué eres, su lacayo? –Lo miro con una ceja en alto. Ese chico no se rinde; primero, fue al dormitorio; y ahora, ¿envía a su amigo?
–Su compañero de equipo y mejor amigo –responde sonriente sin rastro de ofensa–. Hablando en serio, sé que es un idiota, pero ojalá lo reconsideres.
–Acabas de insultarlo ¿por qué lo querría en mi proyecto?
–Porque es tu única oportunidad de entrar al programa. –¿Cómo demonios sabe que mi plan de llevar una propuesta alternativa fracasó? Lo supe cuando Shannon Lee salió enfurecida de la oficina de Langston después de intentar que reconsiderara su ultimátum. Entonces, arrojé mi propuesta a la basura y salí de ahí–. ¿Cómo lo sé? Tengo mis métodos, rayo de sol.
–No me digas así.
–Lo siento. Escucha, sé que tú eres superinteligente y puedes pensar en cualquier otra cosa, pero nosotros necesitamos esto. Todo el equipo está dispuesto a ayudar en lo que sea.
–¿Todo el equipo? –pregunto atenta.
–Sí, si aceptas a Aiden. Es un buen tipo, lo verás tarde o temprano.
–¿Estamos hablando de la misma persona? Porque el chico que conocí insultó mi carrera y me dijo que no era mi experimento de investigación.
–Si lo dices así, suena mucho peor –concede sobresaltado–. Pero tiene buenas intenciones.
–Puedes guardarte los halagos para cuando seas su padrino.
–Es genuino.
–¿Sí? Déjame adivinar, ¿rescata gatitos de edificios en llamas en su tiempo libre?
–Mira, sé que al principio puede ser intenso, pero es el hombre más bueno que podrías conocer. El entrenador está molesto con él por las fiestas, pero no son culpa de él. Como es el capitán, él se asegura de que no nos pasemos de la raya. Solo se relajó porque los chicos en casa estaban pasando por una mala racha y no quería arruinarles el único momento en el que podían olvidarse de todo. –Debe notar que mi mirada se suaviza, porque sigue hablando–. Me matará por decirte esto, pero cuando mi padre murió, se consiguió un trabajo para pagar mi matrícula. Pensé que perdería mi lugar aquí cuando viajé a Japón, pero él dijo que me dieron apoyo económico.
Los murmullos de alrededor se detienen, así que giramos hacia el profesor Chung, que reinicia la clase.
–¿Lo pensarás?
Vuelvo a mirar a Kian y asiento sin pensarlo. Ya perdí la concentración, así que paso el resto de la clase completando mi propuesta, y unos minutos después de haber salido, estoy estacionando en la entrada de la casa del hockey.
Mientras subo los escalones, veo salir a Eli Westbrook. A pesar de mi decisión de no conocer a ningún deportista universitario, sé su nombre porque, después de una de las fiestas del año pasado, se aseguró de que todos llegáramos a casa a salvo. Para eso, él mismo llevó al menos a treinta estudiantes, entre ellos a una versión muy ebria de Amara, quien juró haberse enamorado de él esa noche.
–Hola, ¿Aiden está en casa? –le pregunto. Él inclina la cabeza con curiosidad al verme.
–Debería, pasa –indica al abrirme la puerta–. Arriba, primera puerta a la izquierda.
La casa ostenta una limpieza inesperada, teniendo en cuenta que dan fiestas con frecuencia. Aún se percibe un ligero aroma a sudor y alcohol, pero supongo que está impregnado en las paredes.