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¿Quién de nosotros vive con veinticuatro horas al día? Y, cuando digo «vive», no digo «existe» ni digo «pasa por ahí». ¿Quién está libre del presentimiento de que las grandes tragaderas de tiempo de nuestras vidas están descontroladas? ¿Quién puede estar seguro de que su magnífico traje no se ve deslucido por un sombrero vergonzoso; o de que, preocupado por la cubertería, no ha olvidado la calidad de la comida? ¿Quién de nosotros no se dice a sí mismo, se pasa la vida diciéndose, «cuando tenga tiempo cambiaré esto y lo otro»? Nunca tendremos más tiempo. Tenemos, siempre hemos tenido, todo el tiempo que hay. La intuición de esta profunda y poco conocida verdad (cuyo descubrimiento, por cierto, no me atribuyo) me ha llevado a emprender un minucioso examen de los dispendios diarios del tiempo. (El placer de la Lectura)
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Arnold Bennett
Cómo vivir
con veinticuatro horas al día
ISBN 978-88-3295-165-3
Edición digital enero 2019
GREENBOOKS EDITORE
www.greenbooks-editore.com
PREFACIO A ESTA EDICIÓN
I EL MILAGRO DE CADA DÍA
II EL DESEO DE SUPERACIÓN
III PRECAUCIONES ANTES DE EMPEZAR
IV LA CAUSA DE LOS PROBLEMAS
V EL TENIS Y EL ALMA INMORTAL
VI NO SE OLVIDE DE LA NATURALEZA HUMANA
VII EL CONTROL DE LA MENTE
VIII LA ACTITUD MEDITATIVA
IX EL INTERÉS POR LAS ARTES
X NADA EN ESTA VIDA ES TEDIOSO
XI LAS LECTURAS SERIAS
XII PELIGROS QUE DEBERÁ SORTEAR
«Es uno de esos hombres incapaces de arreglárselas por su cuenta, ya le digo. Buena posición social. Ingresos regulares, de sobra para algún que otro capricho además de para cubrir sus necesidades. No especialmente manirroto, e incluso así siempre en apuros; por alguna razón, no acaba de conseguir que el dinero le rinda. Un piso excelente… ¡medio vacío! Siempre da la impresión de que se lo han desvalijado hace nada. Traje nuevo… ¡con un sombrero ajado! Una magnífica corbata… ¡y unos pantalones que le quedan como un par de sacos! Un buen día le invita a cenar y ¿qué se encuentra usted en la mesa? Cristalería tallada… ¡junto a un cordero correoso!, o café turco… ¡en una taza desportillada! Y él no logra entender qué es lo que pasa, cuando la explicación es bien simple: este hombre desperdicia cuanto gana. ¡Ojalá tuviese yo siquiera la mitad! Ya vería entonces…».
En una u otra ocasión casi todos hemos criticado a alguien de esta guisa, con ese aire de superioridad. Llevados por el orgullo del momento, nos sentimos poco menos que ministros de Economía.