Corazones de cristal - Nini Ríos - E-Book

Corazones de cristal E-Book

Nini Ríos

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"Hay varias cosas que Mellie no esperaba de su primer año de universidad, pero comenzar a recibir cartas y regalos de su padre muerto no estaba en la lista. Ese fantasma del pasado no es el único que ha vuelto para poner su vida de cabeza, también lo ha hecho su mejor amigo de la infancia: Mason Carter. Quien se distanció cuándo él le confesó su amor. Mason, el que desapareció un día y nunca regresó. Ahora, mientras se debate entre su verdadera pasión -la danza-, y una carrera práctica que no ama, Mason vuelve a brindarle su amistad, sin rencores y con todo su encanto. Pero Mellie está cada vez más confundida. No sabe quién es. No sabe qué quiere ni a dónde va. Solo sabe que ya no es capaz de entregarle su corazón a nada ni nadie. Porque después de tanta pérdida y abandono, es imposible reparar un corazón de cristal."

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EL FUTURO ES EL MAYOR REGALO QUE EL PASADO PUEDE HACERTE…

Hay varias cosas que Mellie no esperaba en su primer año de universidad, pero comenzar a recibir cartas y regalos de su padre muerto, no estaba en la lista. Aunque ese fantasma del pasado no es el único que ha vuelto para poner su vida de cabeza, también lo ha hecho su mejor amigo de la infancia: Mason Carter.

De quien se distanció cuando él le confesó su amor.

El que desapareció un día y nunca regresó.

Ahora, mientras se debate entre su verdadera pasión −la danza−, y una carrera práctica que no ama, Mason vuelve a brindarle su amistad, sin rencores y con todo su encanto.

Pero Mellie está cada vez más confundida.

No sabe quién es. No sabe qué quiere ni a dónde va. Solo sabe que ya no es capaz de entregarle su corazón a nada ni nadie.

Porque después de tanta pérdida y abandono, es imposible reparar un corazón de cristal.

NINI RÍOS

Nació en Buenos Aires en 2004. Desde muy pequeña ama el arte en todas sus formas: la danza, el teatro, los musicales, la lectura, hasta esta nueva cara de sí misma que encontró en la escritura. Le encanta recorrer ciudades sin rumbo para apreciar detalles únicos, incluso dentro de la suya propia. Si algún animalito se cruza en su camino, no duda en acercarse a acariciarlo. Su sueño es vivir en una casa rodeada de mascotas. Es estudiante de Ciencias de la Comunicación y la pueden encontrar en sus redes (@readingwithnini) hablando de libros, películas y cualquier cosa que cruce su mente, siempre cargando con orgullo aquel apodo que le regaló su abuelo hace años.

Para todas las personas que tienen una estrella en el cielo. Para la mía, que brilla más que nunca. Para mi abuelito, tu Nini.

Para mis papás, mi refugio, mi más grande apoyo y contención. Por enseñarme que el límite no existe, transmitirme seguridad en mí misma y brindarme el cariño más grande del universo.

Aunque el abuelito no sigue físicamente a nuestro lado, para mí siempre seremos cuatro. Gracias por siempre iluminar mi camino.

Esta historia y las que vengan, todas serán para ustedes.

Even when the dark comes crashing through

When you need a friend to carry you

And when you’re broken on the ground

You will be found.

—Dear Evan Hansen

Playlist M&M:

Ver aquí

Prólogo: Everything Has Changed (Taylor’s Version) - Taylor Swift ft. Ed Sheeran

1: A Little Too Much - Shawn Mendes

2: Party In The U.S.A. - Miley Cyrus

3: In My Blood - Shawn Mendes

4: Don’t You (Forget About Me) - Simple Minds

5: So What Now - Renee Rapp

6: … Ready For It? - Taylor Swift

7: All These Years - Camila Cabello

8: Physical - Dua Lipa

9: Kids in America - The Muffs

10: Everything I Didn’t Say - 5 Seconds Of Summer

11: No importa la distancia - Ricky Martin (Hercules SoundTrack)

12: hope ur ok - Olivia Rodrigo

13: Bad Idea - Leah Kate

14: Alice - Avril Lavigne

15: Sparks - Coldplay

16: Stuck With U - Ariana Grande ft. Justin Bieber

17: Two Ghosts - Harry Styles

18: What A Time - Julia Michaels ft. Niall Horan

19: This Is Me Trying // Electric Touch (feat. Fall Out Boy) - Taylor Swift

20: End Game - Taylor Swift

21: Get’cha Head In The Game - High School Musical Cast

22: Our Song - Taylor Swift

23: The Story Of Us (Taylor’s Version) - Taylor Swift

24: You Can’t Stop The Beat - Hairspray

25: Labyrinth - Taylor Swift

26: Super Trouper - ‘Mamma Mia!’

27: Don’t Stop Believing - Glee Cast

28: Since We’re Alone - Niall Horan

29: BIRTHDAY - The Lumineers

30: The Best Day (Taylor’s Version) - Taylor Swift

31: Veo en ti la luz - Danna Paola, Chayanne

32: Scars To Your Beautiful - Alessia Cara

33: Crazier - Taylor Swift

34: Taking Chances - Glee Cast

35: Fix You - Coldplay

36: Daydreamin’ - Ariana Grande

37: Heart Like Yours - Willamette Stone

38: Seven - Taylor Swift

39: Another Day Of Sun - La La Land Cast // Take A Chance On Me ‘Mamma Mia!’

40: Now Or Never - High School Musical Cast

41: How Does A Moment Last Forever - Celine Dion // Easy - Camila Cabello

42: If I Could Fly - One Direction

43: Why Am I Like This? – Orla Gartland

44: Never Enough - Loren Allred

45: I Have Questions - Camila Cabello

46: Big Girls Cry - Sia

47: Bad Habit - Ben Platt

48: Traitor - Olivia Rodrigo

49: Broken Home - 5 Seconds Of Summer

50: Mirrorball - Taylor Swift

51: How To Disappear - Lana Del Rey

52: A Million Dreams - The Greatest Showman

53: Warrior - Demi Lovato

54: En mi corazón vivirás - Eros Ramazzotti

55: Wish You The Best - Lewis Capaldi

56: Gonna Be Okay - Brent Morgan

57: Stop Crying Your Heart Out - Oasis

58: Enchanted (Taylor’s Version) - Taylor Swift

59: I Hear a Symphony - Cody Fry

Epílogo: For You - Liam Payne, Rita Ora.

 

 

MELANIE & MASON: NUEVE AÑOS

–¡Mason, espérame! ¡Todavía no me dieron mis galletas y no me quiero quedar solita con la señora rara de la cafetería! –La niña se da vuelta al recordar que la mujer está detrás de ella–. Ups… lo siento.

–¡Miel, no te puedo esperar tanto tiempo! ¡El recreo terminó y Mr. Turner ya me puso tres caritas tristes esta semana por llegar tarde! ¡Dile a la señora esa que se apure!

Finalmente, la señora le da sus preciadas galletas a la niña de ojos verdes y, con Mason a la par, salen corriendo en dirección al aula.

–Melanie y Mason, ¿por qué no me sorprende su tardanza? ¡Ah sí! Porque todas las santas clases hacen lo mismo.

–Pero… ¡esta vez tenemos una excusa! –salta la niña en defensa de los dos.

–¿En serio? ¿Qué les sucedió esta vez? ¿Encontraron un pichón y tenían que devolverlo con su familia? ¿Había una rata en el baño y Mason tuvo que salir en rescate de Melanie?

–¡No! ¡Es muchísimo más importante! ¡Doris no le quería dar a Mellie sus galletas! –defiende el niño de cabello color caramelo a su mejor amiga.

–¡Y usted siempre nos dice que el desayuno es superimportante para poder crecer como Hulk!

–¡Ella tiene razón! ¡Sino podríamos terminar siendo una persona común y corriente como usted!

El profesor Turner revolea los ojos contando los años que le faltan para retirarse, seguro de que le deberían pagar más por su trabajo. Finalmente accede y deja que los niños se incorporen a sus lugares.

La niña se da la vuelta en su asiento para hablar con Mason, quien está sentado detrás de ella.

–¡Te dije que no teníamos que preocuparnos! ¡Las galletas siempre son la excusa perfecta! –susurra de manera muy poco disimulada.

–¡Tienes razón! Por eso me encanta pasar el tiempo contigo.

–Pues claro, soy tu mejor amiga por siempre. –Melanie le enseña el brazalete que comparten, que ella misma hizo para los dos con gomitas de cabello de colores.

–Sí, pero no es solo eso… –el niño duda. Ella nunca lo había visto así. Distraído y asustado miles de veces, pero nunca así de pensativo.

–Cookie, ¿qué sucede? –Melanie le había puesto ese apodo luego de una apuesta donde ambos tenían que meterse varias galletas en la boca y, el que más aguantara, ganaría una paleta. Mason terminó atragantándose y Mellie riendo, señalándolo con una mano y en la otra la paleta de fresa que pensaba comer por su victoria.

–Es que… me gustas Miel. Creo que todos lo saben menos tú.

Mellie se queda atónita, sin saber cómo responder. La tomó por sorpresa. A ella siempre le gustó Mason, pero creía que él la veía como una amiga. Además, le da miedo. Se siente muy pequeña, piensa que las relaciones son para gente mayor y no quiere arruinar su gran amistad. Tienen tiempo para preocuparse por eso en el futuro.

–Oh… pero seguimos siendo amigos, ¿no? Somos muy pequeños para ser novios y ¡puaj! ¿No te dan asco los besos?

–¡Es verdad! Mejor sigamos siendo amigos.

–¡Los mejores!

–La dupla M & M, ¿¡me puede prestar atención!? ¡Los estoy llamando hace quince minutos! ¿¡Alguno me puede decir cuánto es dieciséis por dos!?

 

 

MELANIE & MASON: ONCE AÑOS

Una tarde de verano, Melanie decide excusarse del aula para refrescar su cara en el lavabo. Es uno de los días más calurosos del año.

Antes de salir del baño, lo ve. Está muchísimo más delgado que la última vez que lo ha visto. No se parece en nada al niño que una vez fue su mejor amigo. Parece estar al teléfono. Generalmente, cuando te pasan una llamada desde la oficina del director suelen ser malas noticias. Mellie ha visto cómo varios compañeros de clase recibían llamadas de dirección y volvían a clase con lágrimas en los ojos para juntar sus mochilas y retirarse de la escuela.

Pero, en este caso, Mason no se ve deprimido ni asustado. Sino cansado, como si estuviera aguantando el peso de millones de piedras sobre sus hombros y una persona decidiera agregar una piedrita más. Quizás, a simple vista nadie notaría la diferencia, pero él sí lo haría. Porque no puede aguantar más, su cara pide a gritos que alguien le extienda una mano, alguien que lo ayude a cargar con semejante peso.

Al ver que corta la llamada, la chica que lo espía desde el baño decide acercársele. No habla con él hace más de dos años y miles de preguntas azotan su cabeza: ¿tendrá el mismo tono de voz o habrá madurado? –muchos chicos de su clase se están desarrollando y cada día aparecen con un tono de voz más grave–, ¿me responderá o me ignorará? ¿Qué le puedo preguntar sin herirlo más de lo que lo parece?

Uno, dos pasos y encuentra al chico sentado, apoyado en una pared con la cabeza entre sus rodillas. No aguanta la presión. Ella se agacha y se miran a los ojos.

Melanie una vez había escuchado que una mirada dice más que mil palabras y al ver a Mason a los ojos lo comprueba: puede ver tantos sentimientos a través de él que siente que su propio corazón se parte en mil pedazos. ¿Qué sucedió para que este chico que irradiaba luz se convirtiera en un tornado sin poder detenerse?

Quizás no fue tan de repente, piensa. Hacía mucho tiempo que no lo miraba verdaderamente. Lo observaba en los pasillos y en alguna que otra clase que compartían, pero ahora ve su interior y no le gusta lo que transmite.

–¿Estás bien?

Dos palabras. Solo dos palabras puede hacer salir de su boca. Dos palabras tan ordinarias, pero a la vez tan importantes.

Estúpida, piensa. ¿No se le podía ocurrir algo más original que decir a alguien con quien no habla hace tanto?

El chico abre la boca y…

–Mason, ¿finalizó tu llamada? Tu madre me había dicho que cuando terminaras te llevara a la oficina conmigo así te puede retirar más fácilmente –interrumpe la vicedirectora Brown.

Él cruza mirada con la chica de ojos verdes a la que alguna vez llamó Miel porque de pequeño no podía pronunciar su apodo y, a lo largo de los años, su dulzura le hizo recordar a esa sustancia, y se levanta sin decir una sola palabra.

De lo que esa chica, que tanto se tortura la cabeza por su “estúpida” pregunta, no se entera es que esa “estupidez” mejora en cierta medida el día del chico, porque después de tanto tiempo alguien lo ha mirado verdaderamente y entendió que no estaba atravesando un buen momento. Por fin, alguien se había preocupado por él y él no tuvo que actuar para ocultarlo.

 

 

MELANIE & MASON: DOCE AÑOS

–¡Por fin vacaciones! –exclama Anna en el oído de su mejor amiga.

Están saliendo de la escuela. Suena el timbre de salida de fondo y todos los alumnos están emocionados por el comienzo de las vacaciones de verano, tirando sus hojas por los pasillos y saltando de felicidad. Otros incluso lloran por tener que despedirse de sus amigos por un tiempo “eterno” para niños de tan solo doce años.

–¡Sí! ¡Este verano pienso hacer una maratón de musicales con mi papá! ¡Vamos a empezar desde los sesenta hasta la actualidad! –exclama Melanie con entusiasmo.

–¡Qué divertido! Yo creo que voy a Nueva Orleans a visitar a la familia de mi mamá… ¡Mira! Qué raro… –La pequeña niña pelirroja señala a un punto.

–¿Qué sucede?

–¡Ahí! –Annie se esconde detrás de una columna y señala a un chico que Mellie conoce perfectamente–. Qué extraño… Su madre se ve muy pálida, como si algo sucediera. Hasta el chico parece triste.

La mujer arranca el vehículo demasiado rápido para la velocidad normal en que conduciría una madre tradicional y toda señal de esa situación se esfuma con su rastro.

–Algo ahí no me cierra… ¡Espera! ¿Tú no eras amiga de ese chico? ¿Cómo era que se llamaba? Max, Martin, Marlon…

–Mason –corrige Melanie.

–¡Exacto! ¡Mason! ¿Ustedes no eran amigos de pequeños?

–Eso fue hace mucho tiempo, Annie. Fuimos amigos hasta los nueve, después algo cambió.

–Pero ¿qué fue?

–No sé, prefiero no pensar en eso. –Mellie da por terminado el tema, pero cree saber perfectamente lo que pasó.

1 MELANIE: DIECIOCHO AÑOS

A veces la mente puede ser tu peor enemiga y soy la prueba viviente de ello.

No puedo más. Mi cabeza no puede más. Mi cuerpo me pide descansar y no lo puedo dejar. Corrección: mi mente no lo quiere dejar. Pensamientos, dudas, escenarios que nunca sucedieron ni van a suceder, me atormentan una y otra vez a lo largo de la noche. El insomnio quiere ser mi mejor amigo y, por más que intento para que no suceda, me termina venciendo.

El reloj a mi lado marca las diez de la mañana y creo que solo conseguí conciliar el sueño durante una hora. Si alguien llega a cruzarme, pensará que soy un zombie. Y le daré la razón.

Más escenas, momentos ficticios, productos únicos de los lugares más recónditos de mi mente recorren mi cabeza una, dos, tres, mil veces. Y cuando me doy cuenta de que no soporto más, de que no voy a volver a dormir por el resto del día, es cuando decido levantarme de la cama.

–¡Ellie, prepárate que Annie está por llegar! –Los gritos de mamá me devuelven a la realidad. Creo que el escalofrío que produce en mi columna cada vez que pronuncia ese apodo, nunca se me va a borrar…

Le prometí a mi mejor amiga que la acompañaría a comprar algo que ponerse para la fiesta “Back To Prison”, como los estudiantes universitarios llaman a la típica fiesta que se organiza todos los años antes del comienzo de clases. Nunca fuimos a una, pero esta vez sí porque algo cambió: el lunes comenzamos la universidad.

No voy a negar que me tiene un poco nerviosa el asunto, pero no es por los estudiantes, sé que van a ser exactamente los mismos que vi a lo largo de mi adolescencia por los pasillos de la escuela secundaria. Lo que me asusta es la exigencia, no ser capaz de adaptarme al nivel universitario. Darme cuenta de que era una alumna sobresaliente en una escuela promedio pero que mi capacidad no es suficiente para la universidad. Me intimida sentirme estúpida, inservible.

–¡MELANIE! ¡Annie ya llegó y agarró los Pop-Tarts! ¡Si no bajas ya, no quedará ninguno para ti! –Mamá sabe cómo apurarme, esas tartitas son mi perdición.

Bajo las escaleras lo más rápido que puedo y me encuentro con la típica escena de la gran mayoría de mis mañanas: Annie junto a la tostadora esperando que se cocine nuestro no-tan-nutritivo desayuno y mamá chismeando con ella sobre las novedades de la ciudad. Tienen los mejores oídos y saben todo lo que le sucede a cada uno de nuestros vecinos. Cuando están juntas, nunca pero nunca se quedan sin tema de conversación.

Annie ya está lista para ir al centro comercial. Tiene una cabellera roja envidiable que llega hasta su cintura, pecas que cubren toda su piel y unos preciosos ojos marrones detrás de sus lentes. Creo que no conozco persona en el mundo que sepa lucir lentes con tanto estilo, solo alguien como ella puede lograrlo. Está impecable con un vestido de jean y zapatillas, mientras yo sigo en pijama con mis pantuflas de conejito. Sabemos perfectamente quién es una persona mañanera y quién no.

–¿Lista para ir de compras, Watson? –pregunta.

–Desayuno primero y compras segundo, Sherlock.

Amo compartir mis mañanas con ellas, pero me molesta muchísimo hablar antes de desayunar. Necesito una buena dosis de café para ser una persona racional y ellas lo entienden perfectamente, por lo que mamá me cede una taza y me siento lista para entablar una conversación.

–¿Ya tienes en mente algo que quieras comprar hoy? –le pregunto a mi mejor amiga.

–Un vestido rojo fuego. Hay que introducirse correctamente a la vida universitaria.

–Coincido con Annie –opina mamá–. En esta fiesta pueden conocer a muchos chicos universitarios y recuerden: no se parecen a nada que hayan visto en la secundaria.

–Mamá, primero, Annie tiene novio, recuerdas al chico alto que se llama Ben, ¿cierto? Y, segundo, vamos a ver a las mismas personas que vimos toda la vida. Ya conocemos a la gran mayoría de la ciudad. Si hubiera alguien nuevo, ya nos hubiéramos enterado.

–Sí, lo recuerdo perfectamente. Un chico encantador. Pero conocer chicos no solo significa involucrarse sentimentalmente con ellos, a veces también pueden ser buenos amigos y nunca sabes a quién puedes conocer en fiestas como estas…

–Bueno… es verdad. Podría ser… ¿Creo que ya es hora de irnos, no Annie?

–¡Sí, quiero ir antes de que las tiendas se llenen!

–Perfecto, me visto y nos vamos.

***

Luego de más de dos horas en el centro comercial, todavía no encontramos el vestido de Annie. Un millón le quedaron genial, pero insiste en que debe ser “perfecto”, “el indicado”. Está nerviosa porque es la primera vez que va a una fiesta universitaria y quiere lucir increíble ante los amigos de su novio, Ben. Él es un año más grande que nosotras por lo que ya tiene experiencia en estas fiestas y le dijo a Annie que ya era momento de presentarle a sus amigos. Los conocemos de vista, como al resto de la ciudad, pero es la primera vez que va a hablar con ellos y quiere que su novio se sienta orgulloso de ella, más de lo que ya lo está.

Ben es un chico increíble, muy dulce y la trata como una princesa. Está superenamorado, la mira como si fuera un cachorrito. No hay dudas de que, haga lo que haga, va a estar orgulloso de Annie. Sin embargo, ella muchas veces no se da cuenta de cuánto él la ama y cree que tiene que hacerlo sentir orgullo. No es consciente de que lo tiene comiendo de la palma de su mano. Hacen una pareja adorable.

Pasamos por ciento cincuenta mil locales más hasta que me detengo en uno. La vitrina expone un vestido negro hermoso. Es de un corte clásico pero delicado, corto hasta un poco más arriba de las rodillas, con un leve escote, pero nada muy profundo, y con brillos que decoran toda la tela en forma de constelaciones. Parece una galaxia. Annie se detiene y me mira:

–Es perfecto para ti, ¿por qué no te lo pruebas?

–¿Dices que lo haga? Tengo otros vestidos en casa y…

–¡Shh! –me calla–. Esta es una ocasión especial y nunca te das tus gustos. Este vestido pide que te lo pruebes, te quedará increíble.

–Bueno, sí… Tienes razón. Pero si me queda horrible, lo aceptarás y lo dejaremos, ¿bien?

–No creo que suceda, pero acepto.

Una vez dentro de la tienda nos envuelve un aroma a flores muy dulce. El local no es muy grande ni muy pequeño, lo suficiente para la cantidad de vestidos que tiene. Saludamos a la vendedora, le pedimos el vestido y me indica un probador. Cuando me lo pruebo, no puedo negar que se ajusta a mi cuerpo perfectamente. No me queda corto, cosa que rara vez sucede con mis largas extremidades, y tampoco me aprieta. No soy muy pequeña, mido un poco más que el promedio, pero tampoco soy demasiado alta. Muchas veces me cuesta encontrar vestidos que me hagan sentir delicada como las demás chicas y no demasiado apretada o que no me hagan parecer una señora del triple de mi edad.

Una vez fuera del vestidor, Annie me observa con su boca abierta.

–Te lo tienes que llevar –me dice–. Y no es una sugerencia, es una obligación.

–Me queda bien, ¿no? –le respondo sintiéndome un poco más segura con su apoyo.

–¿Estás de broma? ¡Luces increíble! Pareces una modelo con esas piernas y resalta tu cintura. Te lo llevas o te lo llevas, no hay otra opción.

Antes de ir a pagar, Annie decide ver vestidos en el local por si encuentra uno para ella. Mientras, me siento en una silla junto al escaparate a esperar. Chequeo mis redes sociales, pero nada muy interesante aparece: una pareja celebrando su aniversario, una compañera de la secundaria adoptó un cachorrito adorable, algunas noticias sobre el aniversario de la ciudad dentro de unas semanas… lo típico.

De repente, siento un movimiento por el rabillo del ojo. Un chico del otro lado de la ventana se agacha para atarse los cordones. Levanta la cabeza y lo veo. Es alto, muy alto. Tiene un gorro de lana negro, unos ojos azules preciosos y una cicatriz atraviesa un lado de su cara, desde un poco más arriba de la ceja izquierda hasta cerca de la oreja del mismo lado. Me detengo en la marca demasiado tiempo, siento que alguna vez lo vi, pero no estoy segura. Se levanta demasiado rápido para que lo pueda asociar con alguna cara conocida. Sé que él también me vio, pero no sé si me reconoció. Me hubiera saludado si me conociera, ¿no?

–¿Qué te parece? –Annie se para frente a mí con un vestido rojo precioso. Es corto, de una tela brillante, con un escote en V y la espalda descubierta, bien ajustado en la cintura y más suelto al final. Luce como una estrella de Hollywood a punto de ir a alguna alfombra roja.

–Es un sí definitivo. Vas a ser la reina de la noche, te lo aseguro.

–Corrección: seremos las reinas de la noche. –Se acerca hacia mí y me abraza.

Lo dudo seriamente, pero no la corrijo. Algo me dice que esta fiesta va a ser completamente distinta a lo que esperamos.

2

Mi reflejo no transmite lo que siento.

Muchas personas dicen que mis ojos son hermosos, escuché la palabra “únicos” tantas veces que me cansé de oírla. A mí me parecen tristes, pero soy la única persona que lo percibe. Los demás ven a una chica alegre con piel pálida, un cabello castaño tan oscuro que se camufla con la noche y unos ojos verdes que resaltan entre tanta monocromía. En cambio, cuando me veo, solo observo la viva imagen de algo que ya no está a mi lado hace tanto tiempo que siento que los recuerdos van perdiendo color.

Finjo una sonrisa porque alguna vez escuché que sonreír frente al espejo te alegra. Realmente lo intento. Espero que alguna vez me funcione de verdad.

Cuando reviso que todo mi exterior esté bien, el vestido y las zapatillas combinen y no le falte nada a mi maquillaje, me pongo esa chaqueta de cuero rosa que sé que Annie odia pero que siento que le suma a mi cara los colores alegres que le faltan.

Cuando bajo las escaleras, veo a mamá. Está en la mesa de la cocina con los recibos de la florería y de la casa, como todas las noches de sábado, tratando de acomodar los números para que todo le cierre. Sé que no estamos tan bien económicamente como me hace creer y me duele verla así.

Me siento a su lado y sus ojos ámbar me transmiten todo lo que no puede decir. Su cabello castaño está atado en una coleta. Después de todo lo que atravesó, sigue siendo una de las mujeres más hermosas que vi en mi vida. Pero su fortaleza supera a su belleza, la resiliencia es su mayor atributo.

–¿Cuentas? –le pregunto.

–Sí, ¿fiesta?

–Sí…

–Luces hermosa.

–Si tú lo dices…

–Algún día vas a ver lo hermosa que verdaderamente eres. Te lo aseguro.

Esta situación me pone muy incómoda. Mamá siempre insiste sobre mi belleza, que tengo que valorarme más… Pero siento que lo hace porque me mira con los ojos de amor de una madre hacia su hija. Sé que no soy un monstruo, ¿sí? Pero a veces me gustaría lucir un poco más como las demás chicas, ser esbelta y delicada, pequeña, irradiar ternura y simpatía. Sin embargo, ya sé que eso es algo que no soy.

Suena mi teléfono, la excusa perfecta.

Annie :

Estamos afuera

Mellie:

Ya salgo

–Annie y Ben están afuera, vuelvo en unas horas –le aviso a mi mamá.

–Okey, disfruta la fiesta. Distráete un poco, ¿sí? Últimamente te veo muy estresada…

–Bueno, mamá. ¡Adiós!

Huyo lo más rápido que puedo de una conversación que sé que se podría haber alargado bastante.

***

–¡Diosa! ¡Reina! ¡Belle…

–Hola –interrumpo a Annie antes de que siga haciendo un escándalo y se entere todo el vecindario de que nos vamos de fiesta.

Ben está al volante y Annie en el asiento del acompañante de la camioneta. Abro la puerta y me siento en la parte trasera. Soy la hija de esta relación, confirmado.

–¿Cómo estás, Mel? –me saluda Ben. Es un chico alto, deportista. Tiene un cabello castaño casi dorado y ojos miel. Es educado, siempre supo que yo iba a ser la tercera ruedita de esta relación y nunca se quejó –al menos, no junto a mí–. Sin dudas, es el novio perfecto para mi amiga.

–Bien, Woods. Mientras que pasen al menos alguna canción decente, voy a estar feliz. No creo contar la voluntad para soportar tantas canciones despectivas y sexistas sobre las mujeres.

–Me encargaré de que eso suceda.

–Mis oídos te lo agradecen.

Pasamos todo el recorrido escuchando a Annie cantar las nuevas canciones de los artistas del momento, no afina mucho, pero se nota que canta con pasión. Eso es lo que le digo para no romper su delicado corazoncito. La fiesta queda a unos veinte minutos de distancia, la organizan en una casa a las afueras de la ciudad que pertenece a una familia cuyos integrantes, según nos contó Ben, pasaron todos por la universidad de generación en generación. Tienen un gran prestigio.

Ben estaciona la camioneta en una especie de aparcamiento que armaron en el terreno y, cuando bajamos, se escucha música a la distancia. La casa es inmensa, no hay palabras para describir lo que veo. Tiene tres pisos y unos ventanales gigantescos, de piso a techo. Está toda iluminada, parece que la hubiesen construido ayer.

La gran mayoría de la gente se encuentra en el patio trasero. Hay un sector inmenso que hace de pista y una piscina gigante que estoy segura de que debe tener el tamaño de mi casa.

Hay universitarios por todas partes, reconozco a la mayor parte de las caras que pasan frente a mí. Muchos chicos están en bañador y chicas en shorts con la parte superior del bikini. Parecen modelos.

–¡Es increíble! –Annie chilla en mi oído y me saca de mis pensamientos.

–Sí… se ve muy divertido…

–¡Vamos, Mel! ¡Emociónate un poco, olvida tus preocupaciones por un rato!

–Sí, creo que estás en lo cierto. Supongo…

–Siempre lo estoy. Vi que algunos están jugando Beer Pong, ¿vamos?

–Sabes que no puedo pasar de ver un juego donde un par de borrachos se pelean por unos vasos de cerveza…

–¡Entonces vamos! –Me agarra del brazo y arrastra hacia una mesa.

Noto que el lugar es mucho más grande de lo que parece porque la fiesta no termina en el patio. Muchas parejas se van hacia la oscuridad, unas áreas que parecen campo solamente. Da la suficiente privacidad para que cualquiera pueda hacer algo allí y que nadie se entere.

Dos chicos están jugando. El de una punta es de piel morena, estatura mediana y ojos café; el otro tiene rizos rubios por toda la cabeza y ojos verdes. Ambos están sin camiseta, es evidente que se han metido a la piscina porque sus shorts están mojados y su cabello húmedo. La victoria del primero hacia el último es clara porque al rubio solo le quedaban dos vasos y está tomando uno, en cambio, el moreno tiene como siete en la mesa. El rubio intenta apuntar una pelota, pero erra. Está claro que el alcohol le está haciendo efecto y no de buena manera. Su contrincante lanza su última pelota y gana. El perdedor simula enojarse, pero toma el último vaso sin queja alguna.

–¡¿Quién sigue?! ¡Sigo sobriooo! ¡Este cuerpo pide más cerveza! –grita el moreno.

–Tú podrías ir… –Annie me susurra.

–No sé, prefiero observar un rato más…

–¡Ella quiere!

Voy a matar a Annie, la voy a hacer pedacitos…

–Si quiere probar jugar contra el gran Taylor, que se acerque entonces.

Tiene un poquito de ego en su personalidad…

Mi espíritu competitivo sale a la luz y eso no es bueno para dar una buena primera impresión universitaria.

–¿Taylor como Taylor Swift? –Frunce su mirada, herí su instinto varonil con tan solo cuatro palabras.

–No, como Taylor Lautner –intenta defenderse.

–Bueno, lobito –digo haciendo referencia a su papel en Crepúsculo–. Vamos a ver quién gana.

Dos chicos que tampoco conozco preparan la mesa. Colocan diez vasos rojos en cada lado, los llenan con tres cuartos de cerveza, nos alcanzan las pelotitas y nos ponemos en nuestras posiciones.

Hacemos piedra, papel y tijera para definir quién empieza y gana él. Emboca en su primer tiro y tomo el vaso. Tiro en mi turno y la pelota roza el borde. El chico emboca su segundo tiro y tomo de nuevo. Cuando estoy por tirar otra vez, veo entre la gente a unos ojos que llaman mi atención. Es el chico del centro comercial. Ahora está sin gorro y su cabello está descubierto. No es ni largo ni corto, es castaño claro, aseguraría que es de ese tipo envidiable que se aclara con el sol, está corto por los costados y más largo al frente con unos pequeños rizos en las puntas. Apostaría mi vida a que conozco a ese chico de algún lado. Se me queda mirando y yo lo observo también.

–¡Ey, swiftie! ¿Vas a tirar o no? –Taylor me llama. No me di cuenta de que me había congelado.

–Sí. –Lanzo la pelota hacia cualquier lado. Quiero volver a ver al chico, quiero saber más de él.

Levanto la cabeza y todo rastro de él se ha esfumado.

Seguimos jugando y, efectivamente, mi puntería no estuvo de mi lado. Si nunca lo estuvo en los deportes, era obvio que ahora no iba a ser diferente.

–Suerte la próxima –me dice Taylor.

–No te imaginas que triste estoy –respondo sarcásticamente–. Mientras tanto, voy a seguir esperando que saques nuevos álbumes –me despido del chico.

–¡Que también es nombre de hombre! ¡Es muy varonil!

–Sí, Taylor. Lo sé…–Me alejo de la mesa.

Mientras jugaba, Annie me susurró algo, pero estaba pensando tanto en el chico misterioso que no le presté atención. De todas maneras, estoy segura de que se fue con Ben para conocer a sus amigos.

Paseo por la casa y entro a la cocina a buscar otra cerveza. Sinceramente, los tragos del juego ya me están haciendo efecto, pero estoy aburrida y quizás beber algo me alegre un poco. Me encuentro con una pareja besándose en el medio de la cocina, como si lo necesitaran para respirar.

Que lindo… el amor…

Me dan asco y me hacen sentir tan sola a la vez.

–¡Disculpen! –los sorprendo–. Están frente a la heladera y de verdad necesitaría sacar algo de alcohol.

La pareja se despega rápidamente y la chica se disculpa.

–¡Ay! ¡Lo siento tanto! Sí, claro. Agarra lo que quieras… –Es bellísima. Tiene unos rizos castaños delicados, es morena y sus ojos ámbar resaltan increíblemente. Si me dijera que es modelo, le creería.

Tomo la cerveza y me alejo un poco.

–Gracias.

–Me llamo Camille –se presenta y echa al chico. Pareciera no ser su pareja–. ¿Eres nueva?

–Melanie, pero puedes llamarme Mel o Mellie. Como prefieras. –Nos damos las manos como si fuéramos viejos agentes de negocios–. Vivo en la ciudad desde que nací, pero soy nueva en la universidad. Comienzo el lunes.

–¡Qué lindo! Yo también soy nueva pero siempre formo parte de las fiestas porque mi hermano las organiza, es dos años mayor.

–¡¿Tú eres parte de la familia que organiza siempre las fiestas, la que es dueña de todo esto?! –le pregunto sorprendida. Creo que la cerveza ya me está sacando el filtro de decencia que suelo llevar.

–Sí… –responde tímida–. No nos gusta hablar mucho al respecto porque queremos pasar desapercibidos. Como si fuésemos estudiantes cualquiera que van a fiestas y no tienen que encargarse de la limpieza más tarde.

–¡¿Tu hermano y tú limpian todo este desastre?! –Que alguien me calle, por favor, antes de que pregunte más tonterías.

–En realidad, contratamos personas que se encargan, pero alguien tiene que quedarse vigilando. Uno tampoco puede dormir mientras otras personas pasan la aspiradora… Y cuéntame, ¿viniste con alguien?

–Sí, con mi mejor amiga y su novio. Deben estar por algún lado.

–Ah, sí, ¿problemas de tercera ruedita?

–Digamos… Amo su relación, pero ahora mismo estoy sola en la fiesta.

–Voy a solucionar tu problema: agarra un par de botellas y vamos a la pista. Lograré que te diviertas un rato.

3

Es un error, lo sé. Pero es una oferta tan tentadora...

Tomamos una cantidad importante de botellas y con Cami –así me dijo que la llamara–, vamos al centro de la pista. Me presenta a varios amigos de los que no recordaré su nombre mañana, pero por lo menos estoy pasando un buen rato.

Ella es una persona muy viva, feliz, radiante. Baila y me hace bailar. ¡Hasta le pidió al DJ que reproduzca Lavender Haze! Definitivamente me cae bien. Sé que no es un perrito, pero me la quiero quedar.

Nos movemos demasiado rápido al ritmo de la música y, de repente, olvido todo a mi alrededor. Me envuelve una oleada de recuerdos y preocupaciones que no puedo parar. No sé a dónde se fue mi mente, pero quiero dejar de pensar en esto. Le prometí a mamá y Annie disfrutar la noche y mi cerebro no me lo estaría permitiendo.

–¡Vamos al barril de cerveza! –me grita Cami y la sigo. Lo que sea para distraer mi mente de semejantes pensamientos.

–¿Quién va primero? –pregunta un chico pelirrojo que me parece haber cruzado alguna vez en los pasillos de la escuela.

–¡Ella! –Cami me señala. ¿Qué problema tiene la gente con que yo sea primera siempre?

–Bueno, acércate. –Me señala el chico.

Me explica que el juego consiste en beber de la manguera y que dure lo más que pueda sin despegarme. Quien más toma, gana. Me cede la manguera y empiezo a beber. Pero luego de ver que estoy durando bastante, alguien grita:

–¡Que se pare de manos!

¡¿Qué piensan que soy?! ¡¿La mujer maravilla?!

El chico se me acerca y me explica que, si decido pararme de manos, que le haga una seña. Pausarían el temporizador para que me acomode y luego lo reanudarían.

Como se nota que mi cabeza no está en sus cabales y se le dio por recordar que soy bailarina, no tengo mejor decisión que aceptar. Hago la vertical, me paro de manos y me dan la bendita manguera.

Mala decisión. Muy. Mala. Decisión.

Empiezo tomando tranquila hasta que una asquerosa sensación amenaza mi estómago y garganta. Comienza la serie de hechos catastróficos…

Bajo de la posición en que estaba, me pongo en cuclillas y expulso todo lo que consumí esta noche. Hasta me parece ver un pedazo de pizza congelada que comí ayer a medianoche. La gente se aleja y me abuchea. Cuando levanto la cabeza, Cami se ha ido. Estoy sola de nuevo. Excelente.

Mi cabeza da vueltas y la vergüenza me abruma. Quiero escapar y esconderme en algún lado. Intenté salir de fiesta para divertirme y, aunque la disfruté en parte, la tristeza me envuelve de nuevo. Doy asco, estoy empapada de vómito y cada vez me siento menos lúcida y más estúpida. Veo borroso y eso es una mala señal cuando las ganas de vomitar comienzan de nuevo. Empiezo a escuchar gritos a mi alrededor, pero mi cabeza da vueltas y me siento cubierta por una burbuja donde solo se escuchan ecos.

–¡Idiotas! ¿No notaban que ya estaba mal? –Siento una voz grave acercándose a mi lado. Unos brazos me agarran y sostienen mi cabello mientras sigo vomitando.

–Carter, solo estábamos jugando. Todos se emborrachan así en las fiestas, no te preocupes por la chica. Va a estar bien. –Me parece oír que le responde el chico pelirrojo.

–Cuando una persona bebió suficiente, se debe parar. No seguir insistiendo a que beba. Siempre se debe parar para evitar situaciones como estas.

–Chico, yo no soy ninguna niñera. Ella sabía perfectamente lo que hacía.

–Ese es el problema, no lo sabía. Apuesto a que apenas estaba consciente cuando la hicieron pararse de manos –escucho al tal Carter susurrarle algo al chico, pero las arcadas no me permiten comprender. El pelirrojo finalmente se aleja y la persona que me sostiene me guía al baño más cercano sin dirigirme palabra alguna.

No podría ni contar con los dedos de la mano a la cantidad de personas que choco en camino al retrete. Una vez ahí, cierro la puerta y expulso todo el contenido que quedaba en mi estómago. No sabía que un órgano podía contener tanto.

Cuando termino, me levanto y el espejo refleja la peor versión de mí: más pálida que de costumbre, sudor en la frente y el frente del vestido increíblemente sucio. La angustia envuelve mis pensamientos cada vez más, aguanto las lágrimas mientras me aseo. Debes ser fuerte, me repito una y otra vez.

No sé cuánto tiempo habré estado encerrada aquí. Recojo mi cabello en una coleta y salgo del cuarto de baño decidida a largarme de esta fiesta, pero choco la mirada con unos ojos azules que me miran fijamente. Pensé que ya se había ido. Noto que el chico observa cada centímetro de mi rostro y cuerpo, pareciera que se está cerciorando de que esté todo en orden.

Es el chico de la cicatriz. No puedo ver bien sus facciones porque mi vista sigue bastante borrosa, pero estoy segura. Su silueta lo delata. Tiene sus manos guardadas en los bolsillos y la cabeza levemente inclinada hacia el costado.

–¿Estás bien? –Su voz grave y dulce me saca de mis peores pensamientos. No respondo. Me observa pacientemente esperando una respuesta que no sé dar.

Fisiológicamente se podría considerar que estoy relativamente bien, soy una persona sana. Es una borrachera, en un par de horas con la ayuda de algunas aspirinas estaré bien de nuevo. Pero ¿emocional o psicológicamente? Imposible. No recuerdo la última vez que mi mente tuvo un mísero día de paz. Cuando duermo son los únicos momentos en que no pienso, aunque conciliar el sueño me cueste horrores y las pesadillas no ayuden mucho.

El chico sigue parado y no sé qué responderle. Si le digo que estoy bien, le estaría mintiendo y siempre fui una persona sincera. Pero, por otra parte, seguro lo está preguntando por compromiso, hay grandes posibilidades de que verdaderamente no quiera saber sobre mis problemas personales.

–¿Y tú qué crees? –son las únicas palabras que mi cerebro logra ingeniar. Mi lengua no está funcionando del todo y la última palabra no la termino de pronunciar correctamente. Quizás suene brusca o antipática, pero, sinceramente, ya no me interesa en lo más mínimo lo que piensen los demás de mí por el resto de la noche.

–Siendo honesto… pareciera como si veinte camiones te hubieran pasado por encima y, sorpresivamente, sobreviviste de alguna manera. –No puedo distinguir si lo dice preocupado o divertido. Si se está divirtiendo de mi deplorable situación, tendré que echarlo a patadas y no quisiera que eso suceda porque dudo de mis capacidades para moverme en este momento.

–Qué inteligente… Has adivinado –respondo como si mi aspecto no demostrara que todo mi mundo se está viniendo abajo.

–No hace falta ser demasiado inteligente para darse cuenta cuando una persona está sufriendo.

–Y entonces, ¿por qué te has acercado a preguntar en primer lugar?

–Porque sé que todos necesitamos a alguien que se preocupe por nosotros. Una vez que pensé que no iba poder soportar el dolor que me abrumaba, alguien me preguntó cómo estaba y alivió mi sufrimiento.

Sus palabras me tocan, tienen un efecto en mí que me hace dar cuenta de que el alcohol me sigue afectando cuando una ira repentina me cubre y no la puedo controlar. Decido acercarme hasta que quedamos a centímetros uno del otro. Lo miro fijamente y apunto hacia su pecho.

–No necesito que nadie se preocupe por mí. Aprendí a estar sola con mis problemas hace muchísimo tiempo… –Sé que estoy arrastrando las palabras, pero sigo hablando igual. La furia me controla–. Aunque esté rodeada de millones de personas me siento sola. Siempre estoy sola, sola, sola…

Las lágrimas comienzan a cegarme. Siento un nudo en el pecho que no puedo deshacer. Trato de inspirar bocanadas de aire y las expulso al mismo tiempo. Alguna vez leí que tenía que contar, pero en medio de esta situación olvido completamente cómo y hasta cuánto. Siento que me voy a desplomar en cualquier momento, pero el chico me sostiene y me ayuda a mantenerme en pie.

–¿Ahora sigues creyendo que estás sola? –Fija su mirada en la mía y suspira–. Ven, vamos afuera. En el exterior podrás respirar mejor. –Afirma su agarre en mi cintura y me guía hacia afuera mientras me mantengo agarrada a su cuello.

Salimos por una puerta trasera que deduzco que es la del servicio y caminamos hasta un punto en el medio de la nada. Le pido sentarme y me ayuda a apoyarme en un árbol.

Siento mi corazón palpitar en los oídos, las lágrimas corren a lo largo de mi cara, la garganta me arde. Cubro mi rostro con las manos y trato de respirar.

No sé si es que estoy demasiado borracha o porque la vergüenza de esta situación me entristece aún más, quizás es una mezcla de las dos, pero lo único que hago es convertirme en un pequeño ovillo y llorar hasta quedarme seca. Me cuesta horrores respirar, siento mi pecho subir y bajar demasiado rápido. Intento controlarme, pero es imposible.

Carter separa mis manos de mi cara y me observa.

–Mírame –llama mi atención–. No soy ningún médico, pero podría creer que estás teniendo un tipo de ataque de pánico, tal vez es ansiedad. Te quiero ayudar a respirar, ¿me permites? –No le puedo responder, lo único que hago es asentir con la cabeza–. Okey, primero siéntate derecha. Apoya la espalda en el tronco del árbol. –Lo hago y me sigue guiando–. Ahora, respira por la nariz lentamente contando hasta tres. Te ayudo: uno… dos… tres… Muy bien. Lo siguiente que debes hacer es retener ese aire durante tres segundos más. –Hago todo lo que me dice–. Perfecto, lo estás haciendo genial. Ahora solo te queda expulsar ese aire por la boca contando hasta tres de nuevo.

Repetimos esa secuencia dos o tres veces más hasta que logro respirar correctamente. Me siento débil, el alcohol no le suma nada bueno a esta situación.

El chico intenta ayudarme cuando quiero levantarme, pero pierdo el equilibrio. Me sostiene y sus ojos me observan detalladamente, tienen un brillo único, casi como si fuera conocido.

–¿Cuánto has bebido? –pregunta de repente. Habla demasiado bajo, suave, casi susurrando. Pareciera que soy un animalito indefenso al que no quiere asustar.

–¿En la última hora o en toda la noche? –empiezo a recuperar el habla. Esa técnica de respiración me ayudó a recomponerme de a poco.

–Toda la noche. –Está serio. Parece preocupado. Me sostiene con un costado de su cuerpo para que no me caiga. No le puedo prestar atención correctamente porque algo me distrae. Es demasiado alto, me siento diminuta a su lado. Es fuerte, apuesto a que hace algún deporte, ¿qué jugará?

Melanie borracha y babosa concéntrate, por favor…

–No lo podría calcular. Contando varios vasos del Beer Pong, litros del barril de cerveza, más botellas que fui compartiendo… No, imposible medirlo.

Está molesto, se nota. Puedo distinguir cómo una vena sobresale de su cuello. Debe pensar que soy la típica chica estúpida que se emborracha en todas las fiestas. Ahora no quiero que piense eso de mí, pero tampoco puedo hacer nada para demostrar lo contrario…

–¿Estás sola? ¿No has venido con amigos o pareja?

–Vine con mi mejor amiga y su novio. Hacen una pareja adorable, ¿sabes? –Creo que he llegado a la etapa estúpida de la borrachera de nuevo, que alguien me detenga, por favor–. Pero ya los molesto bastante, seguro se están besuqueando en algún lado y no los quiero interrumpir. Es suficiente con que me permitan ser la tercera ruedita. Yo no tengo pareja, Annie y mamá opinan que debería salir más porque supuestamente “soy hermosa” pero yo no les creo, para mí que me quieren demasiado para ver la realidad. –Hago una pausa para respirar–. Ups… ¿hablé demasiado?

–Tengo una respuesta para cada uno de los pensamientos que expresaste, pero como estás borracha me voy a limitar a decir que no, no hablaste mucho. Es interesante escucharte hablar.

–Si te parezco interesante con mi vida tan aburri… –intento separarme lo más rápido posible pero no puedo evitar que lo poco que había quedado en mi estómago lo expulse sobre su espalda.

Uno pensaría que después de tan asqueroso accidente, recibiría algún insulto desagradable pero, para mi sorpresa, el chico se mantiene quieto, suspira y dice:

–Vamos, te llevaré a tu casa. Necesito ir a mi auto a limpiarme.

–Pero… no te conozco.

–¿Tienes una mejor opción para volver a tu casa? Si quieres buscamos a tus amigos, pero me dijiste que estaban…

–Ocupados –lo interrumpo–. Tienes razón, pero ¿cómo sé que no vas a llevarme al medio de la nada y asesinarme como en esas películas malas de terror?

–Eres consciente de que ya estamos en el medio de la nada y que, si quisiera asesinarte, ya lo hubiera hecho, ¿no? Te podría haber matado mientras estabas llorando y ni cuenta te dabas.

–Pero quizás esa es tu intención, hacer que confíe en ti para luego disfrutar mientras me asesinas. Quizás eres un psicópata.

Acerca su cara muy lentamente hacia la mía y me responde:

–Necesito sacar esta sustancia olorosa de mi espalda. Tienes dos opciones: te quedas en la fiesta y esperas con fe a que tus amigos se acuerden de ti y te lleven a tu casa o decides confiar en esta persona, que lo único que hizo desde el primer momento es ayudarte, y te vienes conmigo. Es tu decisión, no te forzaré a nada que no quieras hacer.

¿Qué más da? De todas formas, si me asesina, me haría un favor.

–Solo por esta vez, confiaré en un extraño. No me defraudes.

–Nunca lo haré. Ahora, vamos.

Intento caminar apoyada en el chico, pero nos damos cuenta de que es imposible. No puedo mantener el equilibrio, mis extremidades parecen hechas de gomita. Detiene su marcha y cuando pienso en que me va a abandonar, se agacha y me agarra en brazos. Si estuviera completamente consciente, forcejearía y me quejaría de semejante acción con la excusa de que no soy una delicada princesa que necesita de alguien que la cargue. Pero, ahora mismo que el alcohol tomó el control de mis sentidos y que mis neuronas no funcionan en su totalidad, tomo la sabia decisión de mantenerme en mi posición y apreciar la vista. Es decir, observar al chico que me carga y que luce como si fuera un mismísimo modelo extraído de los anuncios de Calvin Klein.

Cuando llegamos al aparcamiento, busco con la mirada el auto de Ben y no me sorprende ver que ya no está. Carter me lleva hasta una camioneta negra, abre la puerta del acompañante y me deja ahí.

–Voy a buscar una sudadera que tengo en el baúl –me explica y se dirige a buscarla. No puedo evitar ver por el rabillo del ojo como se retira la camisa que tenía puesta y se coloca la sudadera. Definitivamente, es deportista. No hay duda alguna. Intento mirar hacia el costado, pero es imposible ignorar cómo sus músculos se contraen al cambiar de prenda. Bajo la luz de los faroles, puedo apreciar mejor cómo luce.

El chico cierra el baúl y se coloca en el asiento del conductor. Me mira de reojo, debe de estar comprobando que me encuentre bien. Empieza a conducir y el cansancio empieza a invadir mis sentidos, pero mi mente no deja de pensar.

–¿Te llamas Carter? –Una pregunta tan obvia… ¿Cómo no se la pregunté antes?

–Me dicen Carter –contesta mirando hacia la carretera. Aprieta su mandíbula, está pensando en algo, pero no puedo descifrar en qué.

–¿Cuántos años tienes?

–Dieciocho.

–¿Eres de aquí?

–¿Por qué no descansas un rato? –decide cortar la conversación.

Mi mente se hace miles de preguntas más acerca de este chico misterioso, pero mi borrachera no me permite responderlas. Finalmente, me doy por vencida.

Lo observo mientras conduce, cómo coloca una mano en el volante y la otra en su pierna sin dejar de moverse. Pareciera que está siguiendo el ritmo de una canción que recuerda. El sueño va tomando el control de mi cuerpo y, cuando menos me doy cuenta, me dejo llevar.

***

–Llegamos –Carter me despierta de mi ensoñación.

Intento abrir la puerta del vehículo, pero mi cuerpo sigue atontado, mis ojos se cierran nuevamente. Pareciera como si el sueño me estuviese pasando factura por todas las noches que no dormí debido al insomnio.

No sé cómo estamos en la entrada de mi casa. Se decide por cargarme nuevamente y me pregunta si tengo las llaves a mano. Se las entrego sin dudar, abre la puerta y me coloca en el sofá con una manta que encuentra doblada. El cansancio me quiere vencer, pero termino abriendo los ojos para encontrarlo a punto de salir por la puerta.

–¿Cómo sabías donde vivo?

Baja la mirada y suspira. La levanta, se acerca y fija sus ojos en los míos mientras me acomoda la manta.

–Nunca podría olvidar el brillo de tus ojos –susurra–. Por más que tu interior crea lo contrario, tu mirada te delata. Sé que sigues siendo la misma que algún día conocí, Miel.

4

Miel, Miel, Miel…

La luz se cuela entre las cortinas y me obliga a abrir los ojos.

¿Qué hora es?

¿Cómo acabé en el sofá con una manta?

–Son las ocho, mierda. –Maldigo mirando la pantalla de mi celular. Agradezco al universo que mi madre todavía esté dormida. Si me viera aquí tendría que dar explicaciones que ni yo misma le podría brindar.