Corazones traicionados - Carol Marinelli - E-Book

Corazones traicionados E-Book

Carol Marinelli

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Beschreibung

elit 357 Olivia Morrel empezó su nuevo trabajo un poco inquieta. Quería huir de todo y de todos, pero en Kirrijong, un pueblo aislado en el interior de Australia, solo había un médico. Y por lo que todos decían, el doctor Clemson era un jefe malhumorado y difícil. Clem empezó a sospechar que su nueva enfermera había ido a Kirrijong a curar las heridas de su corazón. Pero esto no impidió que se sintiera atraído por ella. A lo mejor, si Olivia tenía que aprender que sí se podía confiar en algunos hombres, él fuera el más indicado para enseñárselo...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2001 Carol Marinelli

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazones traicionados, n.º 357 - octubre 2022

Título original: The Outback Nurse

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-055-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

PERO tiene que haber algo… cualquier cosa —exclamó Olivia, intentando disimular su nerviosismo.

—Señorita Morrell, tenemos mucho trabajo para gente con su experiencia. Pero como solo le interesa un empleo con alojamiento incluido, la cosa es más difícil. Hasta los hospitales más importantes están restringiendo el alojamiento para enfermeras.

Olivia asintió. Había oído todo eso antes. Aquella era la quinta agencia que visitaba y la única que le había ofrecido un trabajo, un empleo de enfermera para cuidar a un joven discapacitado en Melbourne. El trabajo no la disgustaba, pero en su actual estado de ánimo, no creía poder servirle de nada al paciente.

—Gracias por atenderme —murmuró, estirándose la elegante falda gris—. Si hubiera algo, ¿le importaría llamarme?

La señorita Lever sentía compasión por aquella chica, a pesar de la ropa de diseño y la preciosa melena pelirroja. Evidentemente, las cosas no le iban tan bien como parecía.

—Espere un momento —dijo, pulsando una tecla de su ordenador—. No sé si esto podría interesarle, pero hay un puesto en Nueva Gales del Sur. Tienen problemas para encontrar una enfermera. Ofrecen alojamiento, pero no sé…

—Por favor, dígame lo que es —la interrumpió Olivia, sentándose de nuevo.

—Un puesto en una consulta de medicina general.

—¡Es perfecto!

—Antes de que se entusiasme, será mejor que le diga dónde está. ¿Ha oído hablar de Kirrijong?

—Creo que sí. Es un pueblo perdido en medio de ninguna parte, ¿no?

—Es muy bonito, pero completamente aislado. La clínica atiende no solo el pueblo, sino los alrededores. Y cuando digo alrededores, no me refiero a pueblos que estén cerca. Kirrijong no está cerca de nada. Están construyendo un hospital, pero las obras no terminarán hasta dentro de seis meses. Necesitan una enfermera hasta entonces, pero si le gusta… —la señorita Lever sonrió, irónica— podría quedarse.

Esperaba encontrar una mirada de horror en los ojos de Olivia Morrell, pero lo que encontró fue una sonrisa.

—Me interesa.

—En su currículum consta que hizo las prácticas de obstetricia en Inglaterra.

—Así es. Pero luego vine a vivir a Australia. Apenas he tenido oportunidad de ayudar en ninguna parte desde entonces.

La señorita Lever se encogió de hombros.

—En Kirrijong necesitan una enfermera con entrenamiento de comadrona. Y están tan desesperados como usted.

—¿Qué quiere decir?

—Pues… No conozco sus circunstancias, pero me da la impresión de que necesita un trabajo urgentemente —sonrió la mujer. Olivia se puso colorada. ¿Tan evidente era?—. Aunque, le advierto que este no es el tipo de trabajo al que está acostumbrada. Además del horario normal, querrán que ayude en cualquier emergencia, sea cuando sea. Es una clínica con muchos pacientes.

—¿Cuántas enfermeras hay? —preguntó Olivia.

—Usted sería la única. Si hay alguna emergencia, no habrá un equipo de enfermería. Solo usted y el médico hasta que llegue la ambulancia —le explicó la franca señorita Lever—. Además, debo decirle que el doctor Clemson no es precisamente el hombre más agradable del mundo.

—¿En qué sentido?

—Según las últimas dos chicas que mandé a Kirrijong, que solo estuvieron allí dos semanas por cierto, el doctor Clemson acaba de perder a su esposa y es un hombre amargado y muy exigente.

Olivia dejó escapar un suspiro de alivio. Había pensado que sería uno de los que se dedican a acosar enfermeras. Lo último que necesitaba en aquel momento era estar perdida en medio de ninguna parte con un viejo verde que no podía quitarle las manos de encima.

—No me importa que sea exigente.

—¿No la preocupa?

—He trabajado con muchos médicos amargados y exigentes. No voy a desmayarme si me ladra. Además, yo también sé ladrar. Si el doctor Clemson puede soportar eso, yo podré soportar sus rabietas.

La señorita Lever observó el gesto decidido de la joven. Sin duda, podría replicar a cualquiera como se merecía.

—No sé…

—¿No quiere que acepte el trabajo?

—Al contrario. Solo quiero asegurarme que sabe donde se mete. No me apetece tener una discusión con el antipático doctor Clemson si le envío a alguien que no le gusta. Pero creo que puede irle bien. Además, con su experiencia en el servicio de urgencias, supongo que está preparada para cualquier cosa.

—Eso espero —sonrió Olivia.

—Voy a hacer café. La dejo sola unos minutos para que se lo piense.

—Se lo agradezco mucho.

La señorita Lever se levantó y cuando iba a volverse para preguntar cómo le gustaba el café, se dio cuenta de que Olivia estaba sacando un pañuelo del bolso. Mejor no preguntar nada. Normalmente, no se preocupaba tanto por sus clientes, pero aquella joven pelirroja parecía tan vulnerable, tan frágil, que sentía compasión por ella.

Cuando se quedó sola, Olivia dejó escapar un suspiro. En circunstancias normales, se habría puesto histérica ante la idea de trabajar en medio del monte australiano, con un médico amargado. Pero, ¿quién habría pensado que estaría en aquella situación, prácticamente suplicando que le dieran un puesto de trabajo? Olivia Morrell, siempre tan inmaculada, siempre tan segura de sí misma. Qué feliz había sido como jefa de enfermeras en el servicio de urgencias del hospital de Melbourne. Con montones de amigos y siendo la prometida de Jeremy Foster, un guapísimo cirujano.

Cerrando los ojos, recordó el día que Jessica, su mejor amiga y compañera, le contó que Jeremy mantenía una aventura con una de sus enfermeras, Lydia Colletti.

Al principio, Olivia pensó que era una broma de mal gusto, pero al ver la angustia en los ojos de su amiga, supo que era verdad. Los cambios de humor de Jeremy, el repentino agotamiento, las críticas constantes… Había pensado que era debido a las presiones del trabajo. Estaba a punto de ser ascendido a jefe de cirugía y ella pensaba que, con el ascenso, llegaría la tranquilidad.

Lo peor era que, a pesar de saber las horas que Lydia y su prometido pasaban juntos, nunca había sentido celos de ella. Confiaba en Jeremy. Qué idiota, que ingenua había sido.

Olivia recordó entonces la última vez que se vieron. Jeremy tuvo la poca vergüenza de acusarla a ella por su infidelidad.

—¿Cómo has podido hacerlo? ¿Cómo podías acostarte con Lydia y conmigo a la vez? —le espetó, dolida.

—Por favor… ¿cuándo fue la última vez que hicimos el amor? Nuestra vida sexual es prácticamente inexistente —había replicado Jeremy.

—¿Y eso es culpa mía? Eres tú el que siempre está cansado. Y ahora sé por qué. ¡Estabas agotado después de acostarte con Lydia!

—Al menos, ella lo pasa bien. Contigo, es como acostarse con un esqueleto.

Olivia, asqueada, metió sus cosas en una maleta y salió del apartamento con toda la dignidad de la que era capaz.

Aparentemente, todo el mundo en el hospital conocía la historia. No podía volver allí. No podía enfrentarse con sus palabras piadosas.

La única solución era marcharse, lo cual, desafortunadamente, llevaba emparejado dejar el apartamento que le alquilaba el hospital. Irse a vivir con Jessica fue una solución temporal, pero las dos sabían que no podía estar allí mucho tiempo.

La puerta del despacho se abrió tras ella en ese momento.

—Siento haber tardado tanto —se disculpó la señorita Lever, dejando una taza de café sobre la mesa—. Me he tomado la libertad de llamar al doctor Clemson para hablarle de usted. ¿Sigue interesada?

—Sí.

—Me alegro. Él también parecía estarlo.

—¿Cuándo debo empezar? —preguntó Olivia.

—¿Cuándo puede ir a Kirrijong?

 

 

Después de bajar sus maletas del tren, se dio cuenta de que era la única pasajera que bajaba en Kirrijong. Y por allí solo pasaba un tren al día.

Era un sitio muy aislado. Las ciudades, incluso los pueblos grandes habían ido quedando atrás, cada vez más lejos, perdiéndose tras acres y acres de terreno seco.

Sabía que los granjeros estaban sufriendo mucho por la sequía, pero al ver los campos abrasados se percató de que la situación era desesperada.

—Buenas tardes. Usted debe de ser la enfermera Morrell —la saludó un hombre de aspecto simpático—. ¡Vaya! ¿Cuántas maletas ha traído?

La verdad, quizá llevaba demasiadas cosas. Pero había dejado la mayoría de su ropa en casa de Jessica. Soltándose el pelo, metafóricamente hablando, Olivia había vendido el coche que Jeremy le regaló el día que se comprometieron. Gastarse dinero en un guardarropa más adecuado para Kirrijong que la ropa de diseño que llevaba en Melbourne le había parecido una buena forma de olvidar la depresión.

Pero la sorprendía que aquel hombre fuera tan amable, cuando la señorita Lever le había advertido sobre el terrible carácter del doctor Clemson. De unos cincuenta años, con vaqueros gastados y una camisa de cuadros, no parecía un ogro.

—Encantada de conocerlo, doctor Clemson —lo saludó, ofreciendo su mano.

El hombre soltó una carcajada.

—¿Yo, el doctor Clemson? No, señorita. Yo soy Dougie Kendall. Mi mujer, Ruby, es el ama de llaves de Clem. Yo me encargo de arreglar las cosas que se estropean, hacer recados y todo eso.

—Ah, perdone. Encantada de todas formas.

Olivia hizo una mueca cuando Dougie tiró descuidadamente sus carísimas maletas en la parte trasera de la furgoneta. El hombre conducía a toda velocidad, con las ventanillas bajadas, y ella tenía que gritar cada vez que quería preguntarle algo.

—Esa es la casa de los Hunt. Acaban de tener un niño. Y a partir de aquí, las tierras son de los Ross —le explicó Dougie. Olivia observó la enorme casa de ladrillo, mucho más elegante que las casuchas que había visto hasta entonces—. Los Ross son dueños de muchas tierras, pero no tantas como el doctor Clemson. Su hija Charlotte es modelo, bueno, eso dice ella. Yo la llamaría de otra forma —rio su chófer. Olivia no comentó nada. No le gustaban los cotilleos—. Charlotte siempre anda de acá para allá. En Italia, en Londres… De vez en cuando, nos honra con su presencia y hoy está con el doctor Clemson. Por eso no ha podido venir a buscarla.

—¿Ah, sí?

Qué grosero, pensó ella. Podría haber cancelado su cita con una chica a la que seguramente doblaría la edad para ir a buscar a una colega.

—No es asunto mío, pero Charlotte está un poco loca. Clem quería venir a buscarla, pero ella lo llamó con una de sus «emergencias» y el pobre tuvo que ir a ver qué pasaba. Charlotte es muy dramática, no sé si me entiende.

Olivia entendía muy bien. Debía ser igual que Lydia, haciéndose la inocente y la pobrecita para que un hombre la rescatara. Lydia, a la que todo el mundo en el hospital tenía que consolar a causa de jaquecas, agotamientos físicos y otros problemas imaginarios.

Qué tonta había sido.

La noche cayó casi por sorpresa. En medio de la oscuridad, podía ver un edificio grande, con plantas en el porche.

—Esa es la clínica. El doctor Clemson vive en la parte de atrás… es una casa muy grande —le explicó Dougie. Dos minutos después, paraba la furgoneta—. Y esta es su casa.

Era una casa bastante grande que, además de plantas, tenía una bonita mecedora de mimbre en el porche.

—¿Toda esta casa para mí?

—Sí. Mi mujer vendrá todas las semanas para encargarse de la limpieza. Ella le dirá dónde está todo.

—No hace falta. Yo puedo encargarme…

—Usted tendrá suficiente trabajo en la clínica, se lo aseguro. Además, ¿no querrá dejar a mi mujer sin trabajo? —sonrió Dougie.

—Bueno, si se pone así —rio Olivia.

Mientras Dougie llevaba sus maletas a la habitación, ella inspeccionó su nuevo alojamiento. Los suelos eran de madera y en el salón, con chimenea, había dos sofás tapizados en color beige. Alguien se había molestado en colocar un florero con begonias sobre la mesa de café.

Era un sitio muy bonito. Mucho más de lo que había esperado.

—Ruby encenderá el fuego mañana porque estas viejas chimeneas hay que conocerlas. En Kirrijong no hace mucho frío, pero en el baño hay un calefactor, por si acaso.

—Es una casa preciosa.

—La decoró Kathy.

—¿Kathy?

—La esposa de Clem. La difunta esposa, en realidad. Le gustaba mucho la decoración —explicó el hombre, emocionado—. Bueno… hay comida en la nevera y Ruby vendrá por la mañana para acompañarla a la clínica.

—Gracias. Son ustedes muy amables.

Dougie hizo un gesto con la mano.

—De nada. La dejo para que deshaga las maletas. Si necesita algo, nuestro número de teléfono está en la cocina.

Dougie no cerró la puerta, seguramente porque en Kirrijong no hacía falta. Pero Olivia estaba acostumbrada a vivir en la ciudad y puso el cerrojo. Intentando no compadecerse de sí misma por estar en aquel sitio perdido en medio de ninguna parte, empezó a deshacer las maletas. Aquel sería su hogar a partir de entonces.

Más tarde, cuando miró en la nevera, tuvo que sonreír. Había comida suficiente para un mes: una docena de huevos, beicon, carne, fruta, queso, leche… Y la alacena también estaba bien surtida. Agotada, puso agua a calentar para prepararse un té y decidió que después se iría a la cama.

Pero un golpe en la puerta la sobresaltó. Olivia miró su reloj, eran más de las diez. Un poco temerosa, miró por la ventana antes de abrir. En el porche había una alta figura masculina.

—Buenas noches.

—¿Olivia?

—Sí. ¿Quién es usted?

—Jake Clemson.

—Ah, entre por favor.

—No quería asustarla —dijo el hombre, estrechando su mano—. Bienvenida a Kirrijong.

Olivia sonrió, sorprendida no solo por su simpatía sino por su aspecto. ¿Por qué había creído que era un hombre mayor? El doctor Clemson debía tener poco más de treinta años y con vaqueros y una camisa azul, no parecía en absoluto el viejo médico con traje de tweed que había imaginado. Debía medir más de un metro ochenta y tenía el pelo un poco largo. Más que un médico, parecía un estudiante de medicina.

—Pensaba ir a buscarla, pero he tenido que solucionar un asunto de última hora.

—No pasa nada. El señor Kendall es muy agradable.

—Dougie es un buen tipo. ¿Tiene un rato para charlar?

Olivia se percató de que no estaba siendo muy cordial.

—Sí, claro. Siéntese, por favor.

—Será mejor que nos tuteemos. Aquí todo el mundo lo hace. Y todo el mundo me llama Clem —sonrió él—. Supongo que Dougie y Ruby habrán llenado la nevera. ¿Te apetece una cerveza?

—Pues… sí.

Qué curioso. Se suponía que era ella quien debía ofrecerle la cerveza. Cuando iba a levantarse, Clem le hizo un gesto con la mano. Poco después, volvió de la cocina con dos cervezas. Desde luego, estaba como en su propia casa. Que lo era.

—¿Tienes ganas de empezar a trabajar?

—Muchas —contestó Olivia. No era cierto. En realidad, estaba empezando a preguntarse qué hacia allí—. La agencia me ha dado todos los detalles de la clínica.

Clem la observó durante unos segundos, sin decir nada. Era alta, esbelta y tenía una larga melena pelirroja. Sus ojos, verdes, la delataban; no estaba diciendo la verdad. Además, apretaba la cerveza con tal fuerza que parecía a punto de romper la botella. La señorita Morrell no estaba tan cómoda como quería aparentar.

—Me han dicho que tienes práctica en obstetricia.

—Menos de la que me gustaría.

—No te preocupes por eso. Yo te ayudaré durante las primeras semanas. Y si yo no estuviera por cualquier razón, puedes llamar a Iris Sawyer. Era mi enfermera hasta hace un par de años. Ahora está retirada, pero siempre acude cuando necesito ayuda.

—Muy bien —dijo Olivia, un poco más tranquila.

—Tu currículum es muy bueno. He visto que has trabajado con Tony Dean en el hospital de Melbourne. Tony es un buen amigo mío.

—¿Ah, sí?

Que el doctor Clemson fuera amigo de su querido doctor Dean hacía que se sintiera un poquito menos intimidada.

—Sí. Tony trabajaba en Sidney cuando yo estaba haciendo las prácticas. Es un médico estupendo y una persona maravillosa. Pero supongo que no tengo que decírtelo. Lo he llamado muchas veces al hospital, así que supongo que alguna vez habré hablado contigo.

El doctor Clemson sonrió. Tenía una bonita sonrisa. Era guapo, muy masculino… y tenía una voz preciosa.

—Supongo que sí —murmuró Olivia.

—¿Cuánto tiempo has trabajado en el hospital de Melbourne? Tengo tu currículum, pero no lo recuerdo.

—Cinco años, como jefa de enfermeras. Acababa de llegar de Inglaterra y el doctor Dean me ayudó mucho.

—¿Tu primera vez en Australia?

—Había venido antes, de vacaciones. Fue entonces cuando conocí a… mi ex prometido. Él es médico y por eso… bueno, da igual —dijo ella, cortada. De lo último que quería hablar era de Jeremy—. El doctor Dean llegó al hospital al mismo tiempo que yo y nos hicimos muy amigos.

—¿Por qué te has ido del hospital? —preguntó él entonces.

Olivia carraspeó.

—Razones personales.

El doctor Clemson no hizo más preguntas. En lugar de eso, empezó a explicarle cuál sería su trabajo en Kirrijong.

—Además de los típicos resfriados, reumas y artrosis, hay que atender cualquier caso. Desde un ataque al corazón a un accidente. Tendrás que tomártelo con calma. La gente de por aquí es dura y tiene su propia forma de hacer las cosas. Pero hay que estar atento porque una nadería podría convertirse en algo más serio. La mayoría de los pacientes acuden al médico a última hora y suelen quitarle importancia a lo que tienen… —Clem se interrumpió al ver que Olivia disimulaba un bostezo—. ¿Te estoy aburriendo?

Ella levantó la cabeza.

—No, claro que no.

Cuando se levantó, Olivia se fijó en su aspecto atlético. Para ser un médico, estaba en forma.

—Supongo que estarás cansada. Perdona, es casi medianoche. Siempre se me olvida que los demás se van a la cama antes que yo. Nos veremos mañana, Livvy.

—Olivia —corrigió ella, mientras lo acompañaba a la puerta—. Gracias por venir, doctor Clemson.

—Clem —la corrigió él—. Cuidado con Betty y Ruby. No creas una palabra de lo que te digan sobre mí —añadió, antes de desaparecer en medio de la oscuridad.

Cuando Olivia cerró la puerta, Clem levantó los ojos al cielo. No duraría allí ni cinco días. Era una enfermera cualificada e inteligente, pero estaba muy nerviosa. Además, era una chica muy guapa. Aunque probablemente era anoréxica. No se tiene un cuerpo así con tres comidas al día.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

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