Cuando se encuentra el amor - Susan Meier - E-Book
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Cuando se encuentra el amor E-Book

Susan Meier

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Beschreibung

No todo el mundo va en busca de amor… pero, ¿y si el amor los anda buscando a ellos? Bel Capriotti había decidido repentinamente casarse con Drew Wallace pero, según algunos rumores que circulaban por la ciudad, por culpa de su ex mujer, Drew no veía el matrimonio con demasiada ilusión. Aunque había otros rumores que afirmaban que había un bebé en camino. Pero lo que todo el mundo se preguntaba era: ¿por qué de pronto Drew se había fijado en Bel, que llevaba toda la vida enamorada de él? ¿Habría conseguido Bel finalmente que Drew se enamorara de ella? ¿O estaba ocurriendo algo más...?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Linda Susan Meier

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cuando se encuentra el amor, n.º 2113 - marzo 2018

Título original: Wishing and Hoping

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9170-772-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Estoy embarazada.

Bel Capriotti se quedó en el porche de la casa de Drew Wallace, una granja al estilo colonial francés, cara a cara con el padre de su hijo. El cabello despeinado de Drew, moreno y brillante, sin el sombrero que solía cubrirlo, le daba un aspecto desarreglado y sexy, igual que la forma en que brillaban sus ojos oscuros. Pero así era él. Atractivo. Sexy. Y, entonces Bel lo supo, fuera de su alcance.

Los ruidos de los dos peones que se disponían a marcharse, pues ya había terminado la jornada, alertaron a Bel de su presencia y de que podían haber oído su conversación. Drew también se percató de ello, la tomó por el brazo para conducirla dentro de la casa y cerró la puerta de cristal tras ellos.

–Repítelo.

Bel alzó sus ojos para mirarlo a los ojos:

–Estoy embarazada.

–¡Oh, Dios! –fue todo lo que Drew dijo, antes de dejarse caer para sentarse en las escaleras. Su trasero golpeó la alfombra y sus botas chocaron contra el suelo de madera.

Bel no dijo nada, dándole tiempo a atar cabos y a recordar, como probablemente estaba haciendo, la noche en que se habían encontrado en una fiesta en Pittsburg, Pensilvania. Aquella vez, habían estado tan lejos de su hogar en Calhoun Corners, Virginia, que Drew se había sorprendido de encontrarse con alguien de su mismo pueblo. Siempre la había conocido como Isabella. Cuando su anfitrión se la había presentado como Bel, el sobrenombre que ella misma había escogido en sus años de carrera, y sin nombrar su apellido, no la había asociado con la vecinita gordinflona de cabello largo a quien no había visto desde que ella se había ido a la universidad hacía seis años.

Sin embargo, Bel había creído que la había reconocido, pues Drew no le había preguntado su apellido y se había puesto a coquetear con ella como si fuera el amor de su vida, algo con lo que ella había soñado durante sus años de instituto, en los que había estado perdidamente enamorada de Drew. Por eso, se había emocionado cuando él había aceptado la invitación de ir a su casa.

No fue hasta después de que hubieran hecho el amor que el malentendido había salido a la luz. Al descubrir que se trataba de Isabella Capriotti y no de una chica cualquiera que trabajaba en una agencia de publicidad en Pittsburg, Drew se había puesto furioso. Había pensado que ella debió darse cuenta de que no la había reconocido, aunque sólo fuera porque él nunca tendría una aventura de una noche con la hija del hombre que lo había ayudado a levantar su negocio de cría de caballos. Y, por si aquello fuera poco, de haberlo sabido tampoco se habría acostado con una mujer doce años menor que él.

Bel lo había observado en silencio, pensando que aquel hombre no entendía nada de amor. No tenía problemas en irse a la cama con una extraña, pero se había enfadado por hacerlo con ella, porque la conocía.

Bel tenía su orgullo. Drew había hecho el amor con ella creyendo que era otra persona. No podía, ni siquiera remotamente, fantasear con que el hombre de sus sueños la amaba. Además, la forma en que la había reprendido la había hecho sentir furiosa. Era una adulta. Tenía una casa y un trabajo. El banco le había considerado lo bastante responsable como para concederle una hipoteca. No había merecido que la tratara como a una niña pequeña.

Eso había sido exactamente lo que le había dicho antes de pedirle que se fuera. Tras verlo salir por la puerta aquella noche, había creído que nunca más volvería a encontrárselo.

Sabía que no le iba a gustar que estuviera embarazada y estaba allí para asegurarle que no tenía por qué hacerse cargo. Aunque fuera doce años más joven, era una mujer trabajadora de veinticinco años y ganaba el salario suficiente para ocuparse de un niño. Estaba preparada para ser mamá. Él era libre para elegir hasta qué punto quería o no involucrarse con el bebé.

–No te preocupes. Lo tengo todo controlado.

–¿Y yo qué? ¿No pinto nada?

–Por supuesto, quiero que te involucres en la vida de nuestro bebé pero no quiero presionarte. Puedes hacer lo que tú quieras.

Drew la miró boquiabierto:

–¿Ésa es tu idea de tenerlo todo bajo control? ¿Darme la opción de hacer lo que yo quiera?

–¡No! –exclamó Bel, molesta por cómo él había tergiversado sus palabras–. Tengo un trabajo y casa propia…

–No estoy hablando de dinero sino de cosas más personales. Un bebé debe llevar el apellido de su padre.

Las palabras de Drew le recordaron a los comentarios que solía hacer su padre cuando se enteraba de que alguna mujer iba a tener un niño sola. Bel pensó que, tal vez, ésa era la razón por la que las mujeres no salían con hombres mucho mayores que ellas.

–Por lo que a mí respecta, lo primero que debemos hacer es casarnos.

Bel sintió que su corazón le daba un brinco, al imaginar la posibilidad de casarse con el hombre del que había estado enamorada desde los catorce años. Pero sabía que no quería casarse con ella. Y no creía querer casarse con él tampoco. No, después de la forma en que Drew había reaccionado la noche que habían hecho el amor. No, gracias.

–No he venido a obligarte a que te cases conmigo. El bebé puede llevar tu apellido sin más. No importa si estamos casados o no…

–Tal vez a ti no te importa pero a mí sí y apuesto lo que quieras a que a tu padre también –le espetó Drew y, tras una pausa, exclamó–: ¡Maldita sea! Hay una razón para casarnos de más peso que darle mi apellido al bebé.

Bel lo miró intrigada:

–¿Y esa razón es…?

–La campaña de reelección de tu padre se vería afectada.

–¿De veras? –preguntó Bel, dudándolo. Su padre había sido alcalde de Calhoun Corners desde que ella tenía seis años. Nunca nadie había votado en su contra.

–Por primera vez en casi veinte años, tu padre tiene un oponente: Auggie Malloy. Su campaña entera está basada en que tu padre tuvo un ataque al corazón el año pasado. Todo el mundo sabe que toma píldoras para evitar el estrés y Auggie dice que está demasiado enfermo como para ser alcalde. Y Mark Fegan está de acuerdo –explicó Drew, refiriéndose al editor del diario de Calhoun Corners–. En sus editoriales, apoya a Auggie.

–¿Bromeas? Seguro que él es el culpable del estrés que hace que a mi padre le duela el pecho.

–Y que parezca demasiado débil como para ser alcalde. Aun así, las elecciones no son asunto nuestro. Nuestro problema es que tu padre ya sufre bastante estrés y sólo Dios sabe cómo reaccionaría cuando le dijéramos que te quedaste embarazada porque nos acostamos una noche y que no vamos a casarnos porque no nos conocemos.

Bel se sentó un escalón más abajo que él. No había pensado en contarle a su padre las circunstancias en las que se había quedado embarazada pero entendía lo que Drew decía. Con toda la presión que sufría su padre, la noticia podía enojarlo, empujarlo al límite y… prefería no pensarlo.

–¿Y si no se lo contamos hasta después de las elecciones?

–Faltan seis meses para eso. ¿No vas a aparecer por aquí ni una vez en seis meses? ¿Y crees que el estrés de las elecciones cederá cuando llegue el mismo día de votar? ¿O después? Por lo menos, la situación será aún más estresante y sería más probable que le diera un ataque al corazón. Es mejor decírselo cuanto antes.

Mientras Bel trataba de pensarlo, Drew se levantó para recorrer el recibidor, provocando un estruendo sobre el suelo de madera con cada pisada de sus botas. De pronto, se volvió para mirarla. Era un caluroso día de junio y llevaba sólo sus vaqueros y una camiseta ajustada a su pecho y anchas espaldas. Sus penetrantes ojos marrones parecían capaces de atravesarla con la mirada. Era tan atractivo que casi dolía mirarlo. Ella tragó saliva.

–No tiene por qué ser complicado. Si le decimos a tu padre que hemos estado saliendo en secreto y que estás embarazada, por lo que vamos a casarnos, todos lo creerán. Y no tenemos que casarnos de veras. Tú trabajas en Pittsburg. Yo vivo en Virginia. No tenemos ni siquiera que vernos más que unos cuantos fines de semana, para que la situación sea creíble. Podemos divorciarnos cuando nazca el niño y seguro que a todos les parecerá normal. Todos dirán que, al vivir separados, el matrimonio estaba abocado al fracaso desde el principio.

Lo que decía tenía sentido. Podían simular estar casados, sin tener que vivir juntos a causa de su trabajo. Además, el hecho de verse poco sería una buena explicación para su divorcio. Era la mejor manera de ocultar las malas noticias y dar a conocer la parte buena. Sus padres no tenían nietos. Una boda y un bebé en aquellos momentos podían tener un efecto calmante sobre ellos. Al menos, seguro que los haría felices.

–Bien. Nos casaremos.

–Bien.

El recibidor se quedó en silencio. Durante unos segundos, permanecieron mirándose el uno al otro. Bel se dio cuenta de que iba a casarse con el chico del que había estado enamorada desde la primera vez que lo vio, cuando tenía catorce años. Por desgracia, la boda no se parecería en nada a como ella la había soñado. Y, aún peor, Drew Wallace no tenía nada que ver con el príncipe azul de sus fantasías adolescentes. De hecho, era más bien lo opuesto al caballero dulce y sincero que ella había imaginado.

Drew se giró y alcanzó su sombrero de un perchero en la pared:

–Vamos a decírselo a tus padres.

–¿Ahora?

–Si no lo hacemos ahora, ambos flaquearemos. O trataremos de desdecirnos. Confía en mí. Cuando se trata de situaciones feas como ésta, sé muy bien cómo salir de ellas.

Un escalofrío de sospecha recorrió a Bel. No era tan ingenua como para pensar que un hombre tan atractivo y sexy como Drew había llegado a los treinta y seis años sin tener relaciones con otras mujeres. Quizá, muchas. Pero nunca lo había imaginado en la necesidad de «salir de una situación». Además, ni siquiera se había parado a pensar hasta entonces que él podía estar saliendo con alguien en aquellos momentos. Se levantó.

–No me voy a tener que enfrentar a ninguna mujer furiosa por robarle a su hombre, ¿o sí?

Con la mano en el picaporte de la puerta, listo para salir, Drew resopló y se volvió para mirarla:

–No estás robándole el hombre a nadie.

–¿Porque no sales con nadie?

–Porque no nos vamos a casar de verdad.

–O sea que este matrimonio ni siquiera significará un bache en tu camino, ¿verdad?

–No te preocupes –contestó Drew, mirándola como si estuviera loca.

Bel salió, bajando a la carrera las escaleras del porche hasta la calle, sabiendo que durante los próximos meses estaría ligada al hombre más malhumorado del mundo.

–Esto será divertido.

–No tiene por qué ser ni divertido ni nada, ya que sólo pasaremos juntos el tiempo suficiente para que tus padres no sospechen que el matrimonio será falso.

–Como he dicho, suena divertidísimo.

Tras acercarse a su furgoneta negra, aparcada frente al garaje, Drew abrió la puerta del copiloto e hizo una seña a Bel para que subiera.

–Como he dicho, no tiene por qué ser divertido. Sólo creíble.

Bel pasó de largo. Estaba embarazada, había conspirado para fingir un falso matrimonio y, todavía, él le daba órdenes como si fuera una niña.

–Iré en mi coche, gracias. Así no tendré que volver aquí sólo para buscarlo.

–Tienes razón –replicó él y cerró de un portazo.

Bel se dirigió hacia su pequeño deportivo rojo. Una vez dentro, cerró la puerta con fuerza suficiente como para quebrar las ventanas y su motor rugió rumbo a la carretera antes de que Drew tuviera tiempo de llegar a la puerta del conductor.

 

 

Furioso, Drew descargó un par de patadas en las ruedas de su furgoneta mientras daba la vuelta para entrar en el asiento del conductor.

Su único consuelo fue que Bel no conducía demasiado rápido. Su deportivo tenía un motor grande que hacía mucho ruido, eso era todo. Enojarse por cómo Bel había salido, al menos, mantenía su mente ocupada para no pensar que iba a contarle a su mentor y amigo que su hija estaba embarazada de él. Un bebé suyo…

Drew se detuvo y, dejando caer la cabeza, se golpeó la frente con el volante. Un bebé suyo.

Dios santo. Iba a ser padre.

Aquel pensamiento llenaba su corazón de dulces sentimientos, a la vez que lo aterrorizaba. No porque pensara que no podía afrontar la paternidad, sino porque sabía que no podía afrontar el matrimonio. Tras un divorcio muy desagradable, había aprendido la lección. Su ex mujer lo había exprimido vivo. Pero eso no había sido lo peor. Lo peor había sido descubrir, tras vender todas las acciones de su primer negocio a su socio para poder pagarle la pensión a su ex mujer, que ella estaba viviendo una aventura con aquel mismo socio.

Drew apretó los párpados, enojado consigo mismo por revivir el pasado, pero no pudo contener los recuerdos. No es que hubiera sido un ingenuo. Sandy no había sido su primer amor. Había tenido novias, se había enamorado e, incluso, había vivido con alguien durante unos meses antes de conocerla. Pero Sandy había sido especial. Era divertida, interesante, inteligente y una de las mujeres más maravillosas que había conocido. Recordó las noches que había pasado mirando cómo ella dormía y sintiéndose agradecido porque fuera su mujer.

Su petición de divorcio lo había hecho bajar de las nubes. Al abrir el sobre del abogado, Drew había pensado que su socio y él habrían sido demandados por alguno de sus clientes. Lo que habría sido muy extraño. Pero ver el nombre de Sandy y el suyo impresos junto a la palabra «divorcio» lo había paralizado. No había tenido ni idea de que hubiera problemas en el paraíso de su matrimonio.

Creyendo que podría ser una broma o un error, se apresuró a casa para hablar con Sandy, quien le aseguró de manera fría que no se trataba ni de una broma ni de un malentendido. Él le había suplicado que le permitiera arreglar las cosas, a pesar de que no entendía qué había hecho mal. Ella le había dado una maleta, le había dicho que iba a cambiar las cerraduras y lo había escoltado hasta la puerta.

Y Drew se había quedado allí. Al otro lado de la puerta de la casa nueva que se suponía que iban a compartir. Tal vez durante media hora. Aturdido y confuso.

Después del divorcio, deseó haber permanecido aturdido. Porque, al descubrir que su esposa lo había echado para casarse con su socio, se había enojado tanto que le había dado un puñetazo a Mac Franklin. Aquello le había costado una noche en la cárcel.

Aun así, eso no fue lo peor. Lo peor había sido amar a alguien que no lo amaba. Lo peor había sido vivir en la misma ciudad donde la mujer que amaba y el socio que admiraba se comprometieron y se casaron. Lo peor había sido ver sus fotos felices en el periódico y preguntarse qué diablos había hecho mal. Preguntarse por qué ella había dejado de amarlo y cuándo. Tratar de adivinar qué era lo que no le gustaba de él. Repasar cada minuto de sus dos años juntos, sin llegar a ninguna conclusión. Sentir que no había hecho nada mal, rogando a Dios que hubiera al menos algo, aunque fuera muy pequeño, para que él no volviera a hacerlo de nuevo. Así, habría tenido alguna esperanza para el futuro.

Pero nunca dio con aquello que se suponía que había hecho mal. Había sido una víctima y lo había perdido todo. Tal vez, ésa era la razón por la que no había superado el trauma. No había lección que aprender, excepto que nunca más confiaría en alguien de nuevo.

E Isabella, Bel, ya lo había engañado.

No a propósito, se recordó Drew. Como ella le había contado después de que hubieran hecho el amor, había perdido peso y se había cortado el cabello tras graduarse. Había sido su primer paso para tratar de tener un aspecto más maduro ante los demás, pero Drew no lo sabía. Nunca habría sospechado que se trataba de su antigua vecina, porque no se parecía a la Isabella que había conocido y porque se la habían presentado como Bel. Y porque estaban tan lejos de casa que no pensó en encontrarse con nadie de Calhoun Corners, menos a alguien que no había visto desde hacía seis años.

La situación era muy confusa pero podía controlarla. Lo que no podía controlar, ni predecir, ni era algo que deseara, era comprometerse con una mujer. Que Bel y él fueran a ser padres no implicaba que tuvieran que involucrarse sentimentalmente. Si podía conseguir estar casado durante ocho meses, sólo tendría que preocuparse después por ir a buscar o dejar a su bebé. Además, Bel vivía en Pittsburg. Como mucho, en su matrimonio sólo se verían los fines de semana.

Todo saldría bien.

Condujo hasta la casa de los Capriotti. No se parecía a la suya, construida al estilo colonial francés como regalo a sí mismo por haber tenido éxito en los negocios. Los padres de Bel vivían en una granja de ladrillo rojo, que había sido remodelada y arreglada varias veces. Grande y sólida, era lo más parecido a un hogar que había visto jamás.

A pesar de que el lugar solía reconfortarlo, en aquel momento tenía el estómago en un puño. Ben Capriotti lo había salvado de la locura. Tras perder su parte en una empresa de arquitectura, había decidido no dedicarse más a esa profesión porque le traía mala suerte. Cuando se lo había explicado a Ben, éste se había reído y había estado de acuerdo en enseñarle cómo criar caballos. Involucrarse en algo tan complejo le había evitado tener tiempo para pensar en su ex mujer o en su ex socio. Ben había mantenido su promesa y lo había ayudado a cada paso del camino. Y él le pagaba dejando a su única hija embarazada.

Si pudiera cambiar una cosa de su pasado, sería no haber hecho el amor con Bel aquella noche de mayo. Ya que no era posible, lo menos que podía hacer era casarse con ella.

Tras salir de su furgoneta, se unió a Bel en el porche frontal. Parecía haber superado su enojo con él o, tal vez, sabía que debían resultar creíbles ante sus padres.

–¿Listo? –preguntó ella.

Sin pensarlo, Drew tomó su mano y la miró. Mal hecho. Sus preciosos ojos azules y su suave piel despertaron en él el deseo. Pero Bel no pareció tener el mismo problema. Ella no gimió ni tembló. Sus ojos no se oscurecieron por la pasión. En lugar de eso, su expresión fue de desconcierto.

«Gracias, un buen golpe a mi ego», pensó Drew.

–Si tenemos que seguir adelante con esta mentira, hay un par de cosas que tendremos que hacer –señaló él, tras dar un suspiro.

Trató de ignorar la electricidad que corría entre las dos manos entrelazadas pero no pudo. Aunque había pasado más de un mes desde la última vez que se habían visto, el fuego que habían despertado aquella noche estaba vivo y le recordó que había olvidado tener en cuenta algo. ¿Cómo diablos iba a poder estar casado con esa mujer sin dormir con ella?

Con mucha fuerza mental, se dijo. Bel era la única hija de su mentor, lo que significaba que debía concentrar sus preocupaciones en una cosa. En no llevar a Ben Capriotti al límite de su estrés. Para conseguirlo, sólo tenía que fingir que le gustaba Bel. No tenía por qué gustarle de verdad. Cuando se trataba de autocontrol y de sentido común, no tenía problemas.

–Si nos damos la mano, les daremos una buena pista de que somos algo más que amigos.

Bel se humedeció los labios con la lengua y lo miró por unos segundos, haciendo que Drew se sintiera muy mal. No porque aquel gesto sensual le recordara que iba a ser difícil ignorarla, sino porque demostraba que ella también sentía ciertos impulsos.

Bueno, daba igual. Siempre conseguía que las mujeres sintieran desagrado por él. Incluso Bel lo había echado de su casa la misma noche que habían hecho el amor. En sólo unas semanas, podría conseguir que ella lo odiara con todas sus fuerzas. Eso haría, después de convencer a sus padres de que se amaban e iban a casarse.

–No te tomes en serio nada de lo que voy a decir aquí dentro –dijo Drew y se giró para abrir la puerta, entrando con ella.

–¿Mamá? ¿Papá? –llamó Bel.

–En el despacho, cariño –replicó su madre–. Pasa.

–De acuerdo.

Drew sintió un sobresalto en el estómago. Consideró la posibilidad de tomarse un minuto para recuperar la calma pero sabía que las cosas no iban a mejorar con el paso del tiempo así que, tal vez, lo mejor que podían hacer era seguir adelante.

–Vamos.

Tirando ligeramente de la mano de Bel, la condujo hasta el despacho. Sus padres estaban sentados juntos en el viejo sofá de cuero, revisando facturas de la fábrica.

Su madre levantó la vista cuando entraron. Drew supo que Bel había heredado sus formas y su tamaño de su madre, una morena de estatura mediana con hermosos ojos verdes. Pero su cabello oscuro y sus ojos azules le venían de su padre.

–¿Drew? –inquirió Elizabeth Capriotti, mirando a Bel y a las manos entrelazadas de ambos–. ¿Bel?

–Hola, mamá –saludó Bel y, entonces, porque tal vez se sentía tan nerviosa como él, añadió–: Drew y yo vamos a casarnos.

Su padre dejó a un lado los papeles que sostenía en la mano y se levantó, con aspecto desconcertado:

–¿Qué has dicho?

–Vamos a casarnos –dijo Drew, apretando la mano de Bel y esperando que ella entendiera su señal y le dejara hablar a él–. No esperaba que Bel os soltara la noticia así, como una bomba.

Su padre dio dos pasos hacia ellos:

–¿Cómo puedes siquiera sugerir que mi hija… mi única hija… mi bebé… va a casarse con un hombre que tiene diez… no, doce años más que ella?

–Sé que suena mal –comenzó Bel pero se detuvo cuando Drew apretó su mano de nuevo, recordándole que le dejara encargarse a él. Su propósito era minimizar el problema y se suponía que Drew era un experto en esas cosas.

–Ben, las noticias que Bel y yo traemos van a ponerse peor antes de ponerse mejor. Puesto que ella hizo saltar la liebre soltando de repente que vamos a casarnos, yo terminaré de poner todas las cartas sobre la mesa, para deciros que está embarazada.

El padre de Bel dio un grito sofocado y se tambaleó, llevándose la mano al pecho.