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En el momento en que se impone la idea de que la realidad natural, social y humana pueden y deben ser materia novelable, aparecen nuevas ideas acerca de cómo puede ser este género artístico. A partir de entonces se abre un amplio debate que no cesa. La obra de don Juan Valera aparece en medio de este contexto literario proclamando el arte por el arte, y rechazando todo criterio moral. La novela como género fue el debate ideológico y literario del momento. Nace así una fuerte contraposición entre realismo e idealismo, y la consecuente crisis a raíz de la controversia sobre la secularización de la cultura y la autonomía del arte. En su trabajo de 1860, La naturaleza y carácter de la novela, Valera afirmó que si ésta: «se limitase a narrar lo que comúnmente sucede, no sería poesía, ni nos ofrecería un ideal, ni sería siquiera una historia digna». Se opuso a introducir en el arte todo aquello que no lo fuera. Ello explica su rechazo hacia los autores realistas y naturalistas, que escribían menoscabando la verosimilitud fantástica. Según Valera es la elevación de la realidad al más alto nivel, mediante el sentimiento y la imaginación sin límites, la que lleva a esa imagen ideal que el artista traduce en belleza. Para el autor no es lo real sino la imaginación, lo que permite la redención artística de la realidad. «El arte –escribe Valera– y singularmente el arte de la palabra imita la naturaleza y representa lo real como medio. Su fin es la creación de la belleza.»
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Seitenzahl: 52
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Juan Valera
De la naturaleza y carácter de la novela
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Créditos
Título original: De la naturaleza y carácter de la novela.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard
ISBN rústica: 978-84-9953-934-8.
ISBN ebook: 978-84-9953-935-5.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Capítulo I 9
Capítulo II 19
Capítulo III 27
Libros a la carta 35
Brevísima presentación
La vida
Juan Valera (18 de octubre de 1824, Cabra). España.
Era hijo de José Valera y Viaña, oficial de la Marina, y de Dolores Alcalá-Galiano y Pareja, marquesa de la Paniega. Tuvo dos hermanas, Sofía y Ramona y un hermanastro: José Freuller y Alcalá-Galiano.
Su padre vivió de joven en Calcuta y adoptó posiciones liberales. Por ello fue removido de su puesto. Tras la muerte de Fernando VII en 1834, el nuevo gobierno liberal fue rehabilitado y se le nombró comandante de armas de Cabra y después gobernador de Córdoba.
La madre se opuso a que Juan Valera siguiera la carrera militar. Este estudió Lengua y Filosofía en el seminario de Málaga entre 1837 y 1840 y en el colegio Sacromonte de Granada, en 1841. Luego estudió Filosofía y Derecho en la Universidad de Granada, donde se graduó en 1846.
En 1844 publicó primer libro de poemas. Leyó mucha poesía, y en particular a José de Espronceda, y a los clásicos latinos: Catulo, Propercio y Horacio. Hacia 1847 empezó a ejercer la carrera diplomática en Nápoles junto al embajador Ángel de Saavedra, duque de Rivas. Vuelto a Madrid, frecuentó las tertulias y los círculos diplomáticos a fin de conseguir un puesto como funcionario del Estado.
Así viajó por Europa y América. En Lisboa empezó su amor por la cultura portuguesa y el iberismo político. De regreso a España, empezó a escribir y publicar ensayos en 1853 en la Revista Española de Ambos Mundos; en 1854 fracasó en un intento de ser diputado, y por entonces estuvo en los consulados de España en Frankfurt y Dresde con el cargo de secretario de embajada.
Hacia 1857 se fue seis meses con el duque de Osuna a San Petersburgo; polemizó con Emilio Castelar en La Discusión, y escribió su ensayo De la doctrina del progreso con relación a la doctrina cristiana. Asimismo, tras ser elegido diputado por Archidona en 1858, escribió en numerosas revistas como redactor, colaborador o director.
El 5 de diciembre de 1867 se casó en París con Dolores Delavat, veinte años más joven y natural de Río de Janeiro, y tuvo tres hijos: Carlos Valera, Luis Valera y Carmen Valera, nacidos en 1869, 1870 y 1872.
Durante la Revolución española de 1868 fue un cronista de los hechos y escribió los artículos «De la revolución y la libertad religiosa» y «Sobre el concepto que hoy se forma de España».
Juan Valera fue elegido senador por Córdoba en 1872 y en ese mismo año fue director general de Instrucción pública; en 1874 publicó su obra más célebre, Pepita Jiménez y, en esa época, conoció a Marcelino Menéndez Pelayo, con quien hizo gran amistad.
En 1895 perdió casi por completo la vista, se jubiló y volvió a Madrid; allí publicó Juanita la Larga (1895), y Morsamor (1899); frecuentó diversas tertulias y tuvo una en su propia casa.
Valera fue elegido miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1904. Murió en Madrid el 18 de abril de 1905 y fue enterrado en la sacramental de San Justo.
Sus restos fueron exhumados en 1975 y llevados al cementerio de Cabra.
Capítulo I
No seré yo quien ponga en duda el justo título con que el señor Nocedal pudo pretender y alcanzar la honra de sentarse entre los dignos individuos de la Academia Española. Bástanle los que nadie puede negarle, de escritor elegante y de orador elocuentísimo. Si el ser además un docto jurisconsulto, un diestro abogado, y uno de los hombres políticos más importantes de nuestra patria, no es precisamente lo que se requiere para entrar en la mencionada Academia, no ha de negarse, con todo, que estas envidiables y honrosas cualidades, dan grande autoridad a quien las posee, y le hacen merecedor de cualquier distinción por extraña que parezca.
El discurso que pronunció el señor Nocedal en su recepción vino a confirmarme en mi pensamiento. Este discurso, por lo bien escrito y aún por lo bien leído, justificó la elección de la Academia. A los que nos dejamos seducir por la tersura y belleza del estilo, nos deslumbró el señor Nocedal hasta el punto de que aplaudiésemos las ideas que expone; pero estas ideas, por desgracia, no resisten al detenido examen que se hace de ellas en la lectura, y condenadas más que por falsas, por vulgares, dejan reducido el discurso a una mera, aunque brillante declamación.
Escrito ya aunque no publicado este artículo, han aparecido otros sobre el mismo asunto en varios periódicos de la corte. Uno de ellos acusa de plagiario al señor Nocedal; pero mi intento no es acusarle ni defenderle. Yo trato de impugnar las teorías de su discurso; poco me importa que esas teorías sean propias del nuevo académico, o estén tomadas de una obra francesa, que confieso no haber leído.