De los viñedos de la eternidad - José María Vargas Vilas - E-Book

De los viñedos de la eternidad E-Book

José María Vargas Vilas

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"De los viñedos de la eternidad" (1916) es un libro de máximas y aforismos de José María Vargas Vila sobre cuestiones vitales, sentimentales y literarias. Todas las reflexiones, expuestas brevemente sin interrupción en esta recopilación, son fieles a la visión pesimista de la realidad y al pensamiento crítico de su autor. -

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José María Vargas Vilas

De los viñedos de la eternidad

(OBRA INEDITA)

Saga

De los viñedos de la eternidad

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1916, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680829

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

VARGAS VILA

Diversa y multiforme, como la de Voltaire, Víctor Hugo y D’ Annunzio, la obra de Vargas Vila, comprende: novelas, cuentos, ensayos históricos y políticos, filosofía y versos. Pensador robusto y profundamente original, es, ante todo, poeta en el sentido verdadero y pleno de la palabra, temperamento esencialmente romántico, cultor ferviente del ritmo; no se hace mal, juzgándolo bajo este doble aspecto. Hay tanto contenido poético en muchos de sus pensamientos y en algunas de sus sugestivas fantasías del Ritmo de la Vida, y más aún en los de El Huerto Agnóstico, como en su único volumen de versos, y muchas entre las consideraciones morales o sociales que abundan en sus novelas, estarían muy bien—y casi siempre lo están—bajo forma más o menos varia en sus volúmenes de pensamientos.

Continuador feliz de Leopardi, de Nietzsche, de Schopenhauer y de Vigny—y de los dos primeros, más que de los otros—, Vargas Vila va en cierto sentido mucho más allá que ellos, y su pesimismo casi deja aterrorizado a quien tiene el sereno valor de seguirlo hasta sus últimas conclusiones. Porque verdaderamente ante una concepción de tal manera negativa y desconsolada de la Vida, ningún lector, por muy propenso que sea—y el caso no es frecuente—a dar su asentimiento a ciertas teorías, podrá nunca abstenerse de pedir para sí algún consuelo, después del sacrificio de tantas creencias, después del estrago de tantas ilusiones, sin las cuales nuestra vida aparece privada de todo valor y de toda significación. Ahora la filosofía toda budística de Schopenhauer aconseja como ideal supremo y único medio de escapar al dolor, la contemplación y el desprecio de los bienes terrestres; es decir, el ascetismo y, en definitiva, una transformación completa de la naturaleza corrompida del hombre. Semejante filosofía no se puede ciertamente llamar la filosofía de la desesperación absoluta. Además, quien a Schopenhauer metafísico, prefiera el moralista, encontrará en sus Aforismos sobre la Sabiduría una serie y casi una colección de consideraciones y de máximas que si no constituyen—ni podrían hacerlo—un manual de eudaimología, deja, por lo menos, entrever la posibilidad de adaptarse a la vida, y de soportar los hombres, sin sufrir demasiado; conclusión esta que contradice abiertamente, como el autor mismo se apresura a advertirlo, los principios fundamentales de su sistema. Muy semejante es el caso de Leopardi, del cual muchos de sus pensamientos más notables, muchas páginas de sus Escritos inéditos y mucho del Zibaldoni están en sus cantos, como los Aforismos en el Opus Magnum del filósofo tudesco. No más imágenes poéticas, no más arrebatos de pasión o de desesperación, no más imprecaciones, nada, en suma, que recuerde ni aun lejanamente La Ginestra, o Bruto el Menor, antes bien, un frío y tranquilo razonar, una serie de observaciones minuciosas o profundas, alternando con exhortaciones y consejos prácticos, acaso demasiado prácticos algunas veces, y de los cuales no parece haber hecho uso para su propia ventaja el hombre cuya vida fué toda nobleza y toda orgullo.

Nada de todo eso hay en la obra de Vargas Vila. Dada la índole de su crítica exclusiva y despiadadamente demoledora, que en toda cosa humana descubre y apercibe inmediatamente el ridículo y la miseria, ¿cómo maravillarse si el único pensamiento dulce y capaz de reconciliar al autor con el destino, es el pensamiento de la muerte, la muerte su aspiración más sincera y su única religión? No le basta, como a Leopardi, a Baudelaire, a Leconte de l’ Isle, el hacerla aceptable y amable con belleza de frases, con oportunidad y gracia de similitudes, logrando, por lo menos, despojarla en gran parte de aquel horror, del cual nuestra imaginación continúa en circundarla: «Bello es ver caer las hojas en otoño, y pensar que podrán servirnos de sudario... Yo las he oído murmurar, pero no he comprendido aún su divino lenguaje... llegará, llegará para mí la hora de interpretarlo y su secreto llenará mi corazón.» Y, en otra parte: «Nuestra tumba está tal vez allí, a pocos pasos, detrás de aquel rosal que da sus últimas rosas...; bello y consolador es pensar serenamente en la muerte, y verla venir hacia nosotros como una novia afectuosa ofreciéndonos el lirio mágico del Reposo, cortado en los jardines de la Eternidad.» Imágenes dignas de un poeta lleno de melancolía y abandono. Estamos aún lejos del tono trágico y taciturno que el cansancio de la vida asume en otros libros suyos, y que se resuelve en violentas insinuaciones al suicidio, como cuando dice: «Suponeos tener cerca a vosotros una arma pequeña y gentil como un dije de mujer; si estáis dispuestos a morir, esa arma está pronta a matar el mundo, porque el mundo no existe sino en vosotros y, como una refracción de vuestro yo, pronto a desvanecerse y a desaparecer; la Vida, la terrible Vida que os amenazaba y os atormentaba hasta hace un momento, tiembla ahora cerca de vosotros, porque sabe que estáis dispuestos a destruirla. Delante de vosotros el infinito, virgen de todo vuelo, está abierto a la fantasía de las alas. El infinito sin Dios, porque cuando hayáis reducido a cenizas vuestro cerebro, habréis matado a Dios; Dios no vive sino allí, y es una creación de vuestro cerebro. Vencedores de la vida, vencedores de Dios, ¡qué oculta fuerza se apodera entonces de vosotros!»

Es de notarse que para cohonestar el suicidio el autor, no sólo se abandona a su estro, sino que echa también mano de la filosofía y razona no sin originalidad y sin agudeza. Pero no a todos es dado saber examinar ciertas argumentaciones, parangonarlas con otras, descubrir su lado débil o, por lo menos, discutible, y, al contrario, son muchos los lectores, y especialmente si son jóvenes poco expertos de la vida y poco familiarizados con el dolor, a quienes la magia del estilo seduce irresistiblemente, y la novedad de una exposición de tal género basta a deslumbrarlos y a hacerles perder todo dominio de sí mismo. Así no es de extrañar el caso de aquellos dos agentes de Policía de la República del Panamá, sobre cuyos cadáveres fueron encontrados dos billetes conteniendo las siguientes palabras: «Búsquense las causas de nuestro suicidio en la página 229 de «Ibis», de Vargas Vila.»

Este hecho no permaneció ignorado del autor; pero él, que en muchas páginas de sus libros se muestra tan sensible a las miserias humanas, parece no haberse impresionado mucho de ello, y sólo dijo: «La vida es terrible, pero la muerte, en cualquiera forma que sea, no debe inspirar miedo a nadie»; y poco después, respondiendo a las extrañas observaciones que le hacían a ese respecto, concluyó diciendo: «Destruir, es más glorioso que crear.»

Aquel círculo de suicidas que desde hace más de once años funciona activamente en Petroburgo, y sobre el cual los diarios han dado más de una vez curiosas informaciones; que ha electo por decir así como patronos suyos a Schopenhahuer y a Hartmann, las obras de los cuales están de continuo entre las manos de sus miembros y cuyos retratos penden de las paredes de la fúnebre morada, aquel círculo, decíamos, ignora indudablemente hasta el nombre del insigne escritor colombiano. Si no lo ignorase y si de sus libros tuviese alguna noticia, en él, y no en otros, habría encontrado aguijón y ánimo para perserverar en su obra; en Vargas Vila, y no en los dos filósofos tudescos, saludaría al apóstol y al maestro.

Nadie en ningún caso podrá acusar a este último de poca coherencia. Las conclusiones de su filosofía no podrían para quien bien mire sus premisas, ser diversas de lo que son. Quien, como él, admite que el hombre no tiene deberes, sino sólo derechos, y aquél, ante todo, que absorbe todos los otros, el de gozar y ser feliz, y reconoce, deplorándolo, que la vida no ofrece nada capaz de asegurar, no ya la alegría y la felicidad, sino un estado tolerable de ella; que las religiones no han cumplido una sola de sus promesas, ni aliviado uno solo de los dolores del mundo, y no son por eso sino una cruel ironía y un estorbo del cual debemos libertarnos; que no ve en la filosofía sino un ameno juego de palabras o, para decirlo con Byron, la más fútil de nuestras vanidades, y haría buena cara al epicureísmo, si los dictámenes de Epicuro pudiesen tener algún significado para la inmensa mayoría de los hombres, y ser seguidos por éstos; que juzga una vulgaridad la celebridad, y la gloria una quimera, y afirma que el amor sentimental, el ascetismo, el misticismo, no son sino formas diversas de la sensualidad; que sabe bien cuántas amarguras inútiles trae al hombre el consagrarse a un ideal cualquiera—patria, ciencia, familia, etc.—y de cuántos lamentos son seguidas semejantes inmolaciones; ¿quien así piensa y argumenta de tal manera, a qué conclusiones puede lógicamente llegar, que no sea la ya indicada? No es necesario profundizar tan graves cuestiones para sentir cuanto de absoluto y excesivo hay en la doctrina expuesta. Volúmenes se han escrito y aun bibliotecas para confutarla, y otros se podrían escribir para ilustrar aquella parte, no pequeña por cierto, que se puede sostener sin el menor temor de caer en el absurdo. Nos limitamos aquí a una simple observación. A diferencia de Nietzsche—y recordaríamos a Flaubert, si se tratase en este momento de literatura—, Vargas Vila no es, afortunadamente, un impasible. Y si para nuestras angustias él tiene palabras de sincera y profunda piedad, la hipocresía, la mentira, la intriga, la violencia, en suma, todas las degradaciones morales, le inspiran, como a todo espíritu selecto, un disgusto que no trata de ocultar, impulsándolo a huir lo más que puede del contacto de sus semejantes. ¿Pero el embeberse poco a poco de todas aquellas doctrinas y obrar en el sentido que ellas indican, no haría a éstos peores de lo que son? Si el acogerlas puede parecer y es de hecho perfectamente compatible con la superioridad de la inteligencia y las más nobles cualidades del carácter, si puede quien lo profesa resignarse melancólicamente a la vida, buscando y encontrando consuelo en la contemplación de lo bello y en la dulce embriaguez de la creación, ¿cuántos se encontrarán en este caso?, ¿cuántos lo querrán y lo podrán? No puede disimularse quien reflexiona bien, que el hombre es generalmente mucho más necio y maléfico que infeliz, y que no es de incentivos al egoísmo y a la lujuria, que tiene necesidad, ni de estímulos a la protervia y a la maldad, sino de freno, de corrección y de mortificación.

Por último, si es verdad, como dice Vinet, que «toda filosofía seria es y no puede ser sino pesimista», si como tal debe tenerse la de Vargas Vila, ¿cómo conciliar esta tendencia con el concepto todo materialista y todo optimista de la felicidad terrestre? Para nosotros, que persistimos en juzgar el budismo como la única conclusión lógica y aceptable del pesimismo, es muy grave esta contradicción, en la cual no ha reflexionado Vargas Vila, y menos aún reflexionó Leopardi.

* * *

Estas observaciones nada o muy poco quitan al mérito del insigne escritor, ya que no hay sistema filosófico exento de contradicción. La mayor originalidad de Vargas Vila no está de resto en el conjunto, sino en los particulares, en la expresión verdaderamente admirable de infinita verdad, en la cual, a la frescura de las imágenes, a las cuales siempre une la exactitud y la robustez del concepto. Desgraciadamente, dada la forma que él prefiere y su aversión por los largos tratados y largos razonamientos, no hay tal vez escritor del cual sea menos fácil dar en un breve artículo una idea verdaderamente exacta. Sólo un largo estudio enriquecido de frecuentes citas, respondería verdaderamente a ese fin. Y la idea de un volumen de páginas escogidas—no sabemos si por el autor mismo o por algún otro—, fué ciertamente muy oportuna, y deseamos que de él haya pronto una versión italiana.

Muy sensible sería que en ella no hubiesen encontrado puesto las elocuentes páginas que el autor dedica a Italia, y especialmente a Roma, de la cual es ardentísimo admirador, donde ha vivido muchos años, y donde vuelve siempre que puede. Muy de lamentarse sería que allí no figurasen aquellas en que tan sobriamente recuerda su madre, glorificando el amor materno, el solo sentimiento que alcanza a desarmar su espíritu crítico, al cual da desahogo, como repetidamente lo hace en Alba Roja, el Ritmo de la Vida y el Huerto Agnóstico, a su dolor siempre renasciente de hijo afectuoso e inconsolable. ¿Y cómo olvidar en un florilegio de tal género, el pequeño capítulo en que narra el regreso del joven atrevido y lleno de vida, acudiendo a la cabecera del padre afligido y enfermo, a quien este no esperado consuelo hace más dulce la muerte tan invocada?, ¿o el patético recuerdo que consagra en dos páginas de fúlgida prosa rimada, a las hermanas lejanas, suplicantes en un claustro remoto y por siempre perdidas para él? O, en otro género y otro orden de ideas, sus pensamientos tan originales sobre las bellas artes, sobre la filosofía, sobre la historia, sobre la gramática y sobre la civilización latina y la anglosajona. La verdadera versatilidad y el mérito eminente de Vargas Vila no consiste sólo en haberse cimentado y dominar casi todos los géneros literarios, sino en comprender y reunir en sí las tendencias más diversas y aun las más contradictorias: una profusión de imágenes que hace pensar en Víctor Hugo, una sensibilidad profunda, alternando en sus escritos con el humour cáustico de Lesage, de Swift o de Voltaire.

De todos modos, debemos confesarlo, nos parece muy difícil que un escritor así, se haga nunca verdaderamente popular, ni llegue a conquistar, siquiera sea por un día, las simpatías del gran público. De demasiadas verdades están llenas sus obras, demasiado valerosamente las enuncia, ya sea que dispare sus saetas contra el sexo gentil, y se exponga así a una irreconciliable animosidad—de la cual es prueba más que convincente la liga contra sus libros proclamada y anunciada al toque de trompetas en diarios y revistas por una escritora de Buenos Aires—, ya sea que defina la política, o se burle de la Academia, o pinche esta o aquella celebridad contemporánea; demasiadas veces ha dado en el blanco, a pesar de algunas exageraciones, para poder esperar una generosa y completa amnistía de tan gran culpa. Encontrará, sí—y no será nuevo el caso ni nueva la observación—, en un círculo de iniciados y de desencantados, fatigados, como él, de la mentira perpetua, de la cual vive la civilización moderna, una admiración mucho más ferviente y sincera que la que se tributa en general a escritores cuotidianamente incensados y aclamados. Son de reelerse a este respecto en el bello diálogo póstumo de Settembrini, Manzoni y Leopardi, las razones a las cuales se debió que por tantos años fuese tan inferior la fama del inmortal recanatese, a la del autor de Promenssi Sposi. Ni aquellos argumentos, ni aquellas conclusiones difieren mucho de cuanto ahora decíamos a ese respecto. «Los hombres, observa Vargas Vila, tratando de ese mismo asunto, no se embriagan sino del licor azul de la ilusión; del vino generoso de la verdad deben abstenerse. Una sola gota de aquel líquido ardería su cerebro, los haría casi locos bajo la presión del dolor absoluto, y su corazón calcinado se haría cenizas.» Esta fuerte imagen, que otros son libres de juzgar hiperbólica y seicentista, no es a su vez sino la expresión de otra gran verdad.

A la verdad en general, siempre tan molesta, deberían mostrarse menos esquivos los hombres en este momento que en ninguno otro, y nunca como hoy, de dos años a esta parte, deberían encontrar eco en su corazón las voces de aquellos que desesperan de nuestros destinos futuros y de nuestro perfeccionamiento moral. «¿Dónde está el progreso?, ¿dónde la fraternidad?, ¿dónde la libertad?», exclamaba en un arrebato de ingenua indignación León Tolstoi, cuando hace doce años le llegaron las primeras noticias de la guerra rusojaponesa. ¿Desde aquel día, en el cual se hizo risible el sueño generoso e infantil del gran Iluso, cuántas veces aún la sangre ha corrido a torrentes, y qué prueba formidable y sin precedentes no dan los hombres de cuánto puede aún en ellos la intensidad del odio y la violencia de la ambición?

Mario Turriello.

 

Tomado de la «Vela Latina» de Nápoies N.° 7.—Año Cuarto—del 4 de Marzo de 1916.

DE LOS VIÑEDOS DE LA ETERNIDAD

En los ojos de ciertas mujeres, hay tanta tristeza, tal bruma de tragedia, que se dirían estanques donde flotara un cadáver;

hoy he visto unos ojos así;

y, yo podría nombrar el muerto que allí flota...

siempre es la más bella tumba, un corazón que no sabe olvidar...

***

El atractivo que se escapa de un hombre que tiene leyenda, es más poderoso que la fascinación que se desprende de un hombre que no tiene sino Historia...

***

Asegurar que el alma es inmortal, es el orgullo de los pobres mortales que no tienen alma.

***

La Religión, es la música de los instintos empeñados en formarse un sentimiento.

***

Las desgracias, como las olas, pierden la mitad de su horror cuando llegan a nosotros, y, la otra mitad después que han pasado;

no son verdaderamente horribles sino en perspectiva.

***

Una de las cosas más raras de la Felicidad, es, tener conciencia de ella;

casi siempre, es, después que ha muerto, que sabemos que ha vivido en nosotros.

***

«Conócete a ti mismo»;

máxima imposible a los hombres superiores cuya complejidad escapa a todo análisis.

***

Las buenas intenciones, no son buenas, sino porque nos vienen siempre demasiado tarde.

***

La elegancia hiere tanto como el talento; no hay manera de hacérsela perdonar.

***

Las preocupaciones morales llenan toda la Vida de aquellos que están privados de preocupaciones intelectuales, y, son incapaces de ellas.

***

La Gloria de un Hombre no es ya la Gloria, si todo el mundo consiente en ella; son los rebeldes contra nuestra grandeza, los que se encargan de imponerla a los demás.

***

Producir una Obra Maestra, nos crea muchos enemigos;

ser en Sí, una Obra Maestra, nos priva en absoluto de tener amigos.

***

El estilo claro, puede ser la claridad, pero, no es nunca el Estilo.

***

Todos los hombres nacen con ambiciones; sólo a los grandes hombres, les es dado morir sin ellas.

***

Cuando un argumento es convincente, pierde todo su encanto;

sólo el sofisma tiene vitalidad, porque os hace creer en la Verdad, pero, no os la revela.

***

Cuando un hombre se rebela a crearse deberes domésticos, la gente llega a creer que no es un Hombre, porque no ha querido ser un doméstico.

***

Todo Solitario es una Tentación.

***

La característica de un hombre de principios, es que no tiene nunca un fin.

***

Las gentes morales, pueden perdonar a un amoral; los inmorales no lo perdonan nunca.

***

El Altruismo, es el homenaje que hacemos al Egoísmo de los otros.

***

Vuestras desgracias podrán desarmar a vuestros enemigos;

vuestros triunfos, no desarmarán jamás a vuestros amigos.

***

No vencer, es un triste drama;

pero, vencer, es la peor de las tragedias.

***

Es necesario ser, prematuro o arcaico;

ser moderno, es, ser mediocre.

***

Estar dentro de la Sociedad es un martirio;

estar fuera de ella es un peligro.

***

Nos empeñamos en dar Virtud a las mujeres, para hacernos la ilusión de vencer algo;

ese es uno de los tantos espejismos de nuestra Vanidad.

***

Poner el Arte en la Vida, es una gran cosa; a condición de no vivir la Vida del Arte.

***

El Arte, es aristocrático; los artistas no lo son casi nunca.

***

Yo he encontrado muchas poesías tolerables, pero no he encontrado nunca un Poeta, que lo sea.

***

La mar violeta ríe en colores;

¿qué misteriosa paleta ha hecho el cielo reventar en flores?

la luz espiritualizada, presta alas a todos los paisajes; alas que se plegan, o alas desplegadas;

la colina malva-rosa; una torcaz en su nido;

el monte azul taciturno, parece un buitre dormido... bajo el cielo ámbar y oro;

los pinos parasoles con sus cabezas blondas, auroleadas de un amarillo de arenas;

el Sol ha muerto...

la Noche vino...

sobre el camino, se ve como la sombra de un fantasma;

avanza;

se alcanza a ver la blancura de una rosa que temblorosa se deshoja en el Misterio;

la Noche es un Salterio;

todo en la calma y el dolor reposa;

¡silencio, corazón!

***

¡Cómo es de fácil encontrar razones para consolar a los otros!

lo que es difícil, es hallar la razón para consolarnos a nosotros mismos;

es de otros labios que puede venirnos la Esperanza; porque ellos no dirán nunca la Verdad a nuestro corazón...

***

El público ama los autores que le hablan su propio lenguaje, y, el lenguaje del público no ha sido nunca el Sublime.

***

El público tiene la pretensión de creerse superior; de ahí, que odie toda superioridad.

***

Ningún público ha tenido genio;

de ahí la razón por la cual ningún genio ha tenido público.

***

Para hablar de los otros, no necesitamos mucho talento; es para hablar de nosotros, que lo necesitamos todo.

***

Una de las cosas más tristes en la Vida, es, tener razón... y, la más peligrosa...

***

Leer cosas apasionadas; he ahí lo que disgusta enormemente a las gentes sin pasión...

imaginaos la angustia de un eunuco viendo la escena de un desfloramiento.

***

La superioridad de la Música sobre la Poesía, viene de que tiene formas menos precisas, hace sentir más, y expresa menos; sugiere más de lo que dice; es incompleta; todo lo que explica es monótono; toda demostración es una autopsia; la música no demuestra nada, no prueba nada, no explica nada; de ahí su belleza, hecha toda de Ensueños y de alas...

***

Son los pecados que no hemos cometido, los que nos hacen llorar más; como son los dolores que no hemos sufrido, los que nos hacen sufrir más;

¿paradoja?

la impotencia de hundirse dentro de Sí Mismo, es la que hace creer en la Paradoja...

la Paradoja, es la rosa marina que los escafandros arrancan del fondo de nuestra alma, y, la traen a la superficie;

la ¿Verdad? la Verdad es la espuma que flota sobre los mares de nuestro corazón...

la creamos nosotros mismos.

***

¿Cómo es posible que un hombre que cree en el público o piensa que éste existe, pueda crear algo alto, algo durable, algo fuera de las contingencias de la vulgaridad?

***