De todo corazón - Lindsay Mckenna - E-Book

De todo corazón E-Book

Lindsay McKenna

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Beschreibung

En mitad de la lucha contra el tiempo para salvar a cuanta gente fuera posible de un terrible incendio que estaba asolando la ciudad, el teniente Wes James encontró a un verdadero ángel: la teniente del servicio de rescate Callie Evans, que desafiaba a la muerte mientras intentaba desenterrar supervivientes de entre los escombros. En aquel infierno sus ojos azules brillaban llenos de esperanza. La inocencia y el valor de Callie consiguieron conmover al duro Wes y, bajo su atenta mirada, ella floreció en todo su esplendor. Sin embargo, los golpes del pasado no le permitían a Wes entregarle su corazón por completo, aunque al mismo tiempo se moría de ganas por hacer de ella algo más que su compañera de trabajo...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Lindsay McKenna

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De todo corazón, n.º 210 - agosto 2018

Título original: The Heart Beneath

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-9188-884-0

Prólogo

31 de diciembre

16:00

OH, MORGAN! ¡Es un regalo de Año Nuevo tan hermoso e inesperado!

Laura Trayhern empezó a dar vueltas de alegría en la suntuosa suite del hotel Hoyt. Dedicó una sonrisa a su marido, quien, a su vez, sonreía orgulloso.

—¡Nunca hubiera esperado esto! —exclamó, mientras se lanzaba a sus brazos.

Acababan de llegar al hotel desde el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. La lujosa suite era una sorpresa, al igual que el plan de Morgan para pasar la Nochevieja allí, ellos dos solos.

Morgan tomó a su preciosa esposa entre sus brazos, empequeñeciendo más aún su menuda figura. La alegría que se reflejaba en el rostro de Laura hizo que su corazón casi cantara de alegría. Mientras ella le daba rápidos y húmedos besos en el cuello, en la mejilla y finalmente en los labios, Morgan la levantó y dio vueltas con ella. Entonces, cuando estuvo a punto de marearse, la posó sobre la espesa alfombra blanca y murmuró:

—Feliz Año Nuevo, cariño. Quería que esto fuera una sorpresa para ti.

—El Hoyt... —dijo ella, mientras se estiraba la ropa—. ¡Un hotel de cinco estrellas! Es tan elegante, Morgan. Siempre he querido venir aquí. Aquí era donde la élite de estrellas de Hollywood de los años treinta y cuarenta solía venir a celebrar sus fiestas y a ser vista por la prensa. Hay un precioso bar decorado con caoba y latón al que actores como Clark Gable solían venir a tomar una copa. ¡Y también acudían escritores! Esto es un sueño hecho realidad, Morgan —añadió, mientras se separaba de su marido para recorrer la suite, que era la mejor del hotel.

Laura sabía perfectamente que la suite del rey Sun, situada en lo alto del antiguo hotel, era muy cara. Decoradas con elegantes muebles blancos de estilo Luis XIV, las habitaciones parecían un palacio. Tras recorrer todos los rincones, se asomó a la ventana. La suite tenía vistas al centro de Los Ángeles. La nube de contaminación que colgaba permanentemente sobre la zona se veía claramente desde allí. Sin embargo, las cortinas de damasco burdeos con flores doradas hacía que, para Laura, la escena fuera como una postal.

Catorce pisos más abajo, vio cómo las altas palmeras de delante del Hoyt se movían con la brisa. Los árboles alineaban la ancha avenida como guardianes en posición de firmes. La temperatura de California era muy cálida comparada con el gélido tiempo que hacía en Philipsburg, Montana, de donde habían llegado.

Sintió que Morgan se acercaba a su lado y le deslizaba el brazo por los hombros.

—Felices días de después de Navidad —murmuró él, depositando un beso en el rubio cabello de su esposa. Ella levantó la cara y le dedicó otra excitada sonrisa, que hizo que el corazón de Morgan se hinchiera de felicidad.

—¡No podía creerlo, Morgan! Cuando me entregaste el sobre rojo, en la fiesta que dimos cinco días después de Navidad, no tenía ni idea de que contendría dos billetes de avión y una reserva en el Hoyt. ¡Menudo regalo! Ya sabes el tiempo que hace que llevo deseando venir aquí y husmear por esta histórica mansión para hacer un poco de investigación en profundidad.

—Sé que hemos estado muy ocupados. «Perseus» me ha quitado más tiempo del que había imaginado en un principio —dijo, refiriéndose al equipo de mercenarios que Morgan dirigía.

En aquellos momentos, mientras se miraba en los ojos de su esposa, sintió que podría ahogarse en la alegría que mostraban. Después de todos aquellos años, de tener y de criar cuatro hijos, había logrado mantener un corazón alegre y el entusiasmo propio de una niña. Esa habilidad siempre lo había sorprendido y, a lo largo de los años, lo había ayudado a curarse de las numerosas heridas que había recibido en el servicio activo en los Marines, durante los últimos días de la guerra de Vietnam.

Cuando se conocieron, Laura estaba trabajando como escritora de investigación e historiadora. Vivía en Washington y era muy conocida por sus artículos sobre el ejército.

Morgan estaba en el aeropuerto y vio cómo Laura era atropellada por un coche. Aquel accidente los unió y cambió sus vidas para siempre. A lo largo de los años, habían tenido periodos muy difíciles, pero el amor que sentían el uno por el otro había salido fortalecido. Incluso después de aquel aterrador momento, en el que Laura y él, junto con su hijo mayor, Jason, fueron secuestrados por venganza de unos narcotraficantes, el espíritu de Laura había seguido intacto, lo que había sido un milagro, ya que había sufrido horriblemente en manos de sus captores. Aquel secuestro le había robado un trozo de su alma, pero había logrado sobreponerse a todo con la ayuda del apoyo y del infinito amor de su marido.

Morgan conocía bien el profundo interés que sentía su esposa por la investigación y la historia. Dado que el Hoyt era uno de los últimos hoteles de estilo gótico que se construyeron en Hollywood durante los años veinte, sabía lo mucho que le gustaría alojarse allí. Durante mucho tiempo, llevaba queriéndose apartar de los artículos militares que todavía escribía de vez en cuando para realizar una investigación en profundidad sobre algunos de los restos más importantes de una era que había desaparecido hacía mucho tiempo.

—Bueno, vamos a tener que mezclar los negocios con el placer —le advirtió—. Aunque más placer que negocios —añadió, al ver el gesto de desánimo que se le dibujaba a su esposa en el rostro.

—Déjame adivinar —dijo ella, rodeándole la cintura con los brazos—. Camp Reed, la base más importante de los Marines en el sur de California, solo está a un tiro de piedra de aquí; así que, probablemente, vas a pasarte por allí, ¿me equivoco? Quieres hablar con el general de la base porque se te han asignado algunos de sus marines a las misiones de «Perseus», ¿no?

—Sí. Tengo dos reuniones. La más importante es la del uno de enero, en la que veré al general Jeb Wilson.

—¿Es él el oficial al frente de Camp Reed?

—Sí. En realidad, se trata más de una visita de cortesía que de otra cosa, querida. Quiero darle las gracias por su ayuda al prestarnos gente durante el año pasado.

—¿Y no vas a preparar ninguna nueva misión con él? —preguntó Laura, levantando una ceja.

Sabía que Morgan nunca perdía el tiempo. Siempre sacaba todo lo posible de cada uno de sus viajes. Estaba volando constantemente para comprobar cómo les iba a sus mercenarios, que estaban por todo el mundo, implicados en misiones de vida o muerte y ayudando a otros.

—No. Por una vez simplemente vamos a tomar una copa en el club de oficiales para recordar los viejos tiempos. Solo quiero desearle felices fiestas.

—De acuerdo. ¿Y qué más? Sé que hay una fiesta de Año Nuevo esta noche en el hotel y no quiero asistir sola. Mientras tanto, creo que voy a mantenerme ocupada charlando con el director de este maravilloso hotel, husmeando aquí y allí y tomando fotos. Tal vez pueda empezar a recopilar información sobre este hotel. Tengo una revista muy importante que quiere uno de mis artículos. O tal vez solo me relaje un poco, me dé un baño caliente...

—Haces que sea muy difícil pensar que me tengo que marchar...

—Eso espero, Morgan Trayhern, porque, después de tener que atender a cincuenta invitados en nuestra fiesta, creo que nos merecemos un poco de intimidad, ¿no te parece?

—Por supuesto —susurró Morgan, deslizando los dedos entre el cabello de su esposa. Laura sabía que era lo único que podía hacer para que dejara de pensar en su trabajo. Los años de matrimonio no habían disminuido su amor o la necesidad que sentía por ella. Solo habían incrementado su deseo.

—Bien. Esta noche tendremos una fiesta y celebraremos juntos el Año Nuevo. Dijiste que tenías dos citas; así que, por lo que has dicho, deduzco que la otra es esta noche. Espero que no estés planeando nada más mientras estemos aquí durante los próximos cinco días...

—No te puedo ocultar nada, ¿verdad? Tengo una reunión muy breve a la que asistir aquí en el hotel.

Laura lanzó una carcajada y se soltó de su marido. Sabía que Morgan tenía otros deberes y quería saber sus planes.

—No, querido, no puedes —replicó, acercándose a la ventana—. ¿Qué más tienes que hacer?

—Voy a ir a ver a Jeb a la una del mediodía. Va a enviarme un helicóptero al helipuerto del hotel para recogerme. Vamos a pasar como una hora juntos y luego me volverá a traer aquí.

—Vaya, tratamiento de VIP, alfombra roja —bromeó ella—. ¿Y lo de esta noche?

Sabía que su marido tenía contacto con las más altas esferas militares, incluso con el presidente; por el éxito de «Perseus» para resolver problemas globalmente se había convertido en un peso pesado en los círculos políticos y militares. Sin embargo, él siempre se mostraba humilde por ello, a pesar de que lo conocían presidentes y cabezas de estado de muchos países del mundo. No obstante, pasaba desapercibido para el público en general y para los medios de comunicación. De hecho, muy pocas personas sabían que existía «Perseus».

—Bueno —dijo Morgan—. Conseguí entablar contacto con uno de mis viejos amigos de los días de Vietnam, Darrell Cummings, un compañero de la academia. Ahora es el presidente de una compañía de informática de Silicon Valley que realiza software para el Pentágono y el ejército. Lo llamé antes de que nos marcháramos y voy a tomarme algo con él en el bar, aproximadamente a las nueve de esta noche. Después de que lleve a mi bellísima esposa a cenar al restaurante de este hotel para invitarla a una carísima e íntima cena. Cuando haya terminado con Darrell, volveré a buscarte e iremos a esa fiesta, que empieza a las diez de la noche. ¿Te parece bien?

—Perfecto —asintió Laura, riendo suavemente.

Morgan le dedicó una íntima mirada, que ella devolvió. Entonces, le agarró suavemente el brazo y la acompañó al dormitorio. Sobre la mesa, había un enorme ramo de flores tropicales que constituían espectáculo de color para los ojos. Mientras Laura observaba las flores, Morgan se acercó a la cubitera y sacó una botella de champán de entre el hielo.

Había dos copas de cristal sobre la mesa. Laura se acercó a él mientras Morgan servía el dorado líquido en cada una de ellas.

—Toma. Para celebrar tu aventura en el Hoyt y nuestro Año Nuevo juntos —murmuró, mientras le entregaba una de las copas a Laura—. Bebamos por el estupendo artículo que vas a escribir sobre este hotel. Estoy seguro de que cuando el director te deje entrar en los archivos, lo husmearás todo sobre las estrellas de Hollywood que vinieron aquí —añadió, mientras levantaba su copa y golpeaba suavemente la de su esposa.

—Yo no husmeo, querido. Solo estoy interesada en los más maravillosos mitos y leyendas que se han alojado alguna vez en este hotel. Quiero ver si eran verdad o no.

Laura levantó la copa y dio un sorbo. El dorado líquido era dulce y delicioso. Sabía más a zumo de frutas que a vino.

Morgan había conseguido su champán favorito. Procedía de una bodega muy pequeña. Conocían a su dueño, John Logan, un abogado que había trabajado para el gobierno federal. Morgan le había comprado algunas botellas de vino hacía un año y a Laura le habían encantado. Sin embargo, su favorito era el champán.

—Este tiene que ser el mejor año de John —murmuró—. Me parece que su champán se hace mejor cada año.

—Eso creo —replicó Morgan. En realidad, él no tenía un paladar muy sensible para el vino o el champán—. John me dijo que esta es su mejor cosecha desde que abrió la bodega hace diez años. Nos ha enviado dos botellas aquí, como regalo de Año Nuevo.

—Maravilloso —dijo Laura, tomando otro sorbo—. Cada botella de champán de John llega a valer cientos de dólares. ¡Me siento tan afortunada!

Al oír aquellas palabras, Morgan sintió que el corazón casi le estallaba de felicidad. Su esposa se merecía algo especial como aquello, y él no se lo daba con frecuencia. Su trabajo lo mantenía en estado de alerta veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Aunque su despacho estaba muy cerca de su casa, a menudo estaba tan inmerso en su trabajo que no la veía demasiado durante el día. Como resultado, había sido ella la que había llevado la carga de la educación de sus cuatro hijos.

El mayor, Jason, estaba en la Academia Naval de Annapolis. Katy tenía diecisiete años y estaba preparándose para entrar en la universidad. Los gemelos, Peter y Kelly, tenían solo doce años, por lo que Morgan trataba de estar todo lo posible en casa.

Sin embargo, sabía que había estado trabajando demasiado. Se había perdido las infancias de Jason y Katy. Por eso, no pensaba repetir el mismo error con los gemelos. Laura estaba encantada de que estuviera tratando de no trabajar los fines de semana. Morgan enviaba a su segundo, Mike Houston, a las misiones que tuvieran entre manos. Los gemelos, por lo menos, estaban teniendo una infancia más normal. Nada le importaba más que su familia y quería estar presente, ayudando a Laura en todo lo necesario.

Laura se quitó los zapatos y avanzó sobre la gruesa alfombra en dirección a la ventana. El sol se estaba poniendo.

—Mira qué color tan raro tiene esta puesta de sol, Morgan. ¿Has visto alguna vez algo semejante?

Morgan se acercó a la ventana y miró a través del cristal.

—Mmm, no. Es de un color amarillo verdoso o amarillo sucio. Nunca lo había visto.

—Eso de amarillo sucio es una buena descripción. Realmente es un color extraño y verdaderamente feo. Hemos venido a California muchas veces en el pasado y no recuerdo un color de cielo tan extraño —añadió. Sin poder evitarlo, sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—¿Tienes frío? —preguntó Morgan, mientras la rodeaba con el brazo.

—No. Solo que... Bueno, he sentido un escalofrío muy extraño. ¿No te parece extraño? —le preguntó, volviéndose para mirar a su esposo—. Estamos aquí, en lo más alto del mundo, casi hablando literalmente, bebiendo uno de los mejores champanes de la tierra y he tenido un terrible presentimiento...

—¿Sobre qué? —preguntó él, alarmado. Sabía que su esposa había tenido algunas veces premoniciones sobre los niños y siempre había estado en lo cierto. Morgan no se tomaba las intuiciones de su esposa a la ligera.

—Yo... No sé, Morgan. Es muy raro, ¿sabes? Tal vez deberíamos llamar a casa y hablar con la canguro para asegurarnos de que los niños están bien.

—Claro. Adelante —dijo, haciéndose a un lado para que ella pudiera ir al sofá y sentarse al lado del teléfono.

Morgan, por su parte, se volvió hacia la extraña puesta de sol y escuchó mientras Laura llamaba a casa. La nube de contaminación colgaba como una cinta marrón a través del cielo. Los Ángeles era una de las ciudades más contaminadas y con más población de Estados Unidos a causa del sol y del buen tiempo, sin frío ni nieve. Morgan no podía culpar a nadie por querer mudarse allí.

Mientras escuchaba a Laura hablar con la canguro, tomó un sorbo de champán y se relajó. No escuchaba ningún síntoma de preocupación en la voz de su esposa. Contempló cómo el color del cielo se iba poniendo de un amarillo cada vez más profundo, uno de los colores más extraños que había visto nunca.

—Bueno —suspiró Laura—. Todo el mundo está bien, gracias a Dios. Según Julie, los gemelos están perfectamente.

—Estupendo —murmuró Morgan—, porque quiero que disfrutes de estas vacaciones —añadió, rodeando los hombros de Laura con un brazo, para estrecharla contra su pecho.

—Oh, ya me conoces, Morgan. Me preocupo mucho en lo que se refiere a los chicos. Forma parte de ser padres. Tú y yo lo sabemos.

—Lo sé —susurró él, mientras depositaba un beso sobre la cabeza de Laura—. Tal vez cuando vayamos a cenar esta noche, el camarero nos pueda decir a qué se debe ese cielo tan amarillo.

—¡Creo que será mejor que no preguntemos! —exclamó ella, riendo—. Seguramente creerá que somos paletos de Montana y se mofará de nosotros. No hagamos el ridículo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, cariño —dijo Morgan, sonriendo también—. Ahora creo que es mejor que vayamos a disfrutar el resto de esta botella, que descansemos un poco y que vivamos estos momentos que estamos pasando juntos.

Los ojos de Laura se iluminaron con un brillo pícaro en los ojos. Entonces sonrió sugerentemente.

—Me encantaría llevarme esta botella de champán a esa enorme cama con el dosel más increíble que he visto en toda mi vida... y disfrutarla contigo.

—Mmm... Me gusta su idea, señora Trayhern —comentó Morgan—. Siempre eres tan creativa para este tipo de cosas...

Laura se echó a reír y dejó que la extraña sensación que la había embargado antes se marchara de su lado. Entonces, se soltó de Morgan y sacó la botella de champán de la cubitera de plata. Con la botella en la mano, se acercó a la cama y saltó encima como una niña traviesa.

—Tengo unas cuantas ideas más, también muy creativas, que podemos explorar juntos, Morgan... —murmuró, con voz muy sugerente.

Capítulo 1

31 de diciembre

21:50

HA HABIDO una puesta de sol muy fea, ¿verdad, Dusty? Siempre me pregunto lo que va a ocurrir cuando es de ese color. Resulta tan extraño...

La teniente Callie Evans estaba agachada delante de la perrera que albergaba a su perro, un golden retriever especialmente entrenado para misiones de rescate. En total, había veintidós animales en aquellas instalaciones.

La Unidad de Rescate de los Marines de Estados Unidos estaba a poca distancia de un pequeño lago en el que a los Marines les gustaba pescar en sus ratos de ocio. El edificio principal de la unidad estaba en lo alto de un montículo, rodeado de rocas y cactus. La zona de las perreras estaba a un lado; Callie se pasaba allí tres cuartos de su vida y disfrutaba cada segundo. Los cuidadores eran como parte de la familia para ella.

Aunque era la encargada principal de la unidad, consideraba que los soldados eran también como su familia. En aquel tipo de trabajo, era fundamental que las barreras entre oficiales y personal alistado se disolvieran hasta cierto punto y a Callie le gustaba que así fuera. A pesar de ser una oficial de Marines, los soldados rasos le merecían un total respeto. A menudo, había descubierto que, cuando se producía un desastre, las distinciones de rango desaparecían completamente. En aquellos momentos, encontrar supervivientes era lo único importante. Callie adoraba su trabajo.

Dusty, el perro, gimoteó y la miró con sus enormes ojos castaños, con infinita adoración, mientras Callie introducía los dedos a través de la verja y le acariciaba la fría nariz. El perro empezó a menear la cola y volvió a gimotear.

Callie frunció el ceño. Los perros llevaban muy inquietos desde hacía tres días. Unos gemían, otros ladraban de un modo que indicaba peligro. ¿Peligro? ¿De qué tipo? ¿De dónde vendría? Volvió a mirar a su preocupado amigo y sonrió.

—Ojalá pudiera comprender mejor el lenguaje de los perros. Bueno, ahora me tengo que marchar, Dusty, pero quería volver a verte antes de marcharme para hacer mis rondas. Parecías tan preocupado. ¿Qué es lo que te pasa, muchacho? ¿Qué es lo que os tiene a ti y a todos los demás tan asustados?

La frialdad del desierto siempre sorprendía a Callie. Camp Reed estaba situado en una de las zonas más caras del sur de California. Estaba muy cerca de Los Ángeles y, como estaba ubicado en medio de una zona desértica, hacía mucho frío por las noches. Era una pena que no estuviera más cerca de la costa para beneficiarse de unas temperaturas más cálidas.

—¿Qué podemos esperar? Estamos a últimos de diciembre e incluso en la soleada California hace fresco —musitó, mientras sonreía afectuosamente al animal y se incorporaba.

Entonces, se arrebujó un poco más su chaqueta de camuflaje y miró a su alrededor. Todos los perros estaban muy alborotados. Callie, una vez más, se preguntó por qué.

Acababa de regresar de Turquía hacía una semana. Dusty y ella todavía se estaban recuperando de dos semanas agotadoras, examinando los escombros producidos por un devastador terremoto en aquel país.

—Mira, tengo esto para ti —le dijo, mientras se sacaba una galleta de perro del bolsillo y se la daba a Dusty.

El animal la engulló rápidamente. Tras lamerse la boca, le dedicó a Callie una mirada de súplica para que le diera otra.

—No me mires así —exclamó ella, riendo, mientras volvía a meterse las manos en los bolsillos—. Hablas con los ojos, muchacho.

Miró a su alrededor y vio que la sargento Irene Anson estaba de guardia. Irene estaba casada y tenía una niña pequeña, Annie, a la que Callie adoraba. Con sus cinco años, a la pequeña le encantaba ir a las perreras y ver a todos «sus» perros. El marido de Irene, Brad, pertenecía a un cuerpo de élite de los Marines.

Los equipos de rescate de Camp Reed eran requeridos para trabajar en todos los lugares del mundo. Callie había estado en muchos países durante los dos años que llevaba en la unidad. Afortunadamente, sabía hablar español, además de un poco de griego y turco. Aquello le facilitaba su trabajo con las autoridades locales y con los propios supervivientes que se encontraban entre los escombros.

Dusty volvió a gimotear y la sacó de sus pensamientos.

—Eres un glotón. Además, no se puede decir que este no haya sido un día estupendo para ti. Hemos ido a la playa y hemos celebrado con anterioridad el día de Año Nuevo. Has podido nadar en el mar y rebozarte en la arena mientras yo cocinaba perritos calientes sobre un fuego. Después, te sacudiste la arena sobre los perritos y así te aseguraste de conseguir una parte de ellos. No eres ningún tonto, ¿verdad, amigo?

Callie sonrió. Había sido un buen día, justamente el que los dos necesitaban. Sin embargo, no tenía a nadie con quien compartir aquella velada, con el que recibir el Año Nuevo. Incluso mientras miraba a su perro, la soledad la corroía.

—No, no te hagas esto, Callie... —se advirtió.

Dusty gimió.

—Lo sé, lo sé —le dijo al perro—. ¿Por qué me hago esto, Dusty? ¿Por qué no me puedo contentar con el aspecto que tengo? Tú sí lo estás. Tú eres muy guapo. Es decir, ¿qué perra no se pararía a mirarte?

La boca de Callie se curvó en una mueca de dolor. El dolor se había apoderado de ella. Tenía veinticinco años, estaba soltera y sabía perfectamente por qué.

Dusty se echó en el suelo y empezó a agitar la cola sobre el cemento. Callie le había comprado una manta para que se tumbara y estuviera más cómodo. El perro la miraba lleno de felicidad.

—¿Por qué no me puedo contentar con los simples placeres de la vida, como tu mantra? —le preguntó Callie—. ¿Por qué tengo siempre que torturarme, Dusty? Soy del montón. Fea como un diablo, como le oí decir a un idiota la semana pasada. Un idiota, sí, pero me dolió, ¿sabes?

El perro gimió, como si comprendiera.

—Maldita sea —susurró Callie—. Ojalá no fuera tan sentimental, Dusty. Tendría que tener la piel de un elefante. Ojalá pudiera dejar que esas palabras me resbalaran como la lluvia sobre un impermeable, pero no puedo...

Tal vez si dejara que su cabello rubio creciera un poco más, tendría un aspecto más femenino. Callie había pensado en aquella posibilidad a menudo, pero en su trabajo, el cabello largo no resultaba muy práctico. No, el cabello largo estaba descartado. ¿Y si se maquillara un poco más? Tenía el rostro muy cuadrado, los ojos algo separados, una nariz demasiado grande y una boca mayor aún. Tenía un aspecto... del montón. Tal vez incluso fuera fea... Ningún hombre la había mirado nunca del modo en que lo hacían con otras mujeres. Deseaba que un hombre mostrara aquella clase de interés hacia ella, como les ocurría a algunas de sus compañeras, pero nunca era así. Suspiró. Sabía perfectamente que nunca sería así.

El cabello le colgaba, liso y sin forma a ambos lados de la cara. Marcarlo para darle un aspecto decente o usar laca estaba descartado. El suyo era un trabajo completamente al aire libre. Con gente atrapada y muriendo, como solía ser el caso, no importaba que llevara maquillaje o que su cabello tuviera un aspecto más o menos femenino. Las víctimas solo querían saber que Dusty las había encontrado y que Callie estaba allí para ayudar. Para ellos, era un ángel.