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Diamante prohibido Susan Stephens Tyr Skavanga, soldado y heredero de una mina de diamantes, por fin ha vuelto al frío norte. Atormentado por las terribles escenas de la guerra, se ha hecho más duro y solitario, pero hay una persona que desafía sus defensas, la última persona a la que espera ver. ¡Y la única mujer a la que desea! La princesa Jasmina de Kareshi está completamente fuera de su alcance. Tal vez el mayor reto para ambos sea luchar contra la atracción que hay entre ellos… Era lo prohibido Dani Collins Rowan O'Brien siempre sería el asunto pendiente de Nic Marcussen. Fue la única mujer que había puesto en riesgo su férreo control… Años después, Nic solo vivía para el trabajo. Aquel niño que creció acomplejado tenía ahora el mundo a sus pies. Hasta que la tragedia hizo que Rowan volviera a aparecer en su vida y su fachada comenzara a resquebrajarse. En la mansión de los Marcussen, afloraron sus secretos y no tuvieron más remedio que encarar sus deseos más profundos.
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Seitenzahl: 372
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 71 - junio 2020
© 2014 Susan Stephens
Diamante prohibido
Título original: His Forbidden Diamond
© 2013 Dani Collins
Era lo prohibido
Título original: No Longer Forbidden?
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015 y 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-190-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Diamante prohibido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Era lo prohibido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
¡Tyr Skavanga ha vuelto!
El titular lo sorprendió. Su hermana Britt había dejado el periódico encima del escritorio, para que lo viese. Y para que se diese cuenta de lo mucho que sus tres hermanas lo habían echado de menos y de lo contentas que estaban de que hubiese vuelto. En la fotografía que había debajo del titular aparecían Britt, Eva y Leila abrazándose y sonriendo de felicidad.
Por él.
Tyr se giró y fue a mirar por la ventana del despacho de Britt, la nieve contrastaba con la oscuridad del cielo. En el exterior todo era de un blanco inmaculado mientras que en el interior, en el reflejo de la ventana, lo que había era el rostro de un asesino, su rostro. Y aquello era algo de lo que no se podía esconder.
Ni quería hacerlo. Había vuelto a Skavanga, la pequeña ciudad minera que llevaba el nombre de su familia, para volver a vivir con las personas a las que quería. Tras dejar el ejército, se había quedado lejos demasiado tiempo para proteger a sus hermanas y amigos de un hombre que había cambiado mucho. Britt, su hermana mayor, nunca había cesado en su intento de encontrarlo, respondiese a sus mensajes o no. Lo habitual había sido no hacerlo. Britt era una de las pocas personas que habían podido ponerse en contacto con él a través de su marido, el jeque Sharif, que a su vez era uno de los mejores amigos de Tyr y siempre le había sido leal; no había desvelado su paradero a nadie, ni siquiera a su esposa, Britt.
Al final, había sido una niña la que había hecho que le remordiera la conciencia y volviera. Había sacado a la pequeña de la zona de guerra para llevarla con su familia a un campo de refugiados, y cuando esta había dejado de llorar de la alegría de ver a los suyos, le había preguntado con la preocupación de una niña de siete años que había visto demasiadas miserias si él tenía una familia.
La pregunta le había hecho sentir vergüenza, lo había destrozado. Había roto su coraza y le había obligado a pensar en aquellas personas a las que había dejado atrás. Le había explicado a la niña que sí, que tenía una familia a la que quería mucho. Nadie había hecho ningún comentario al ver lágrimas en sus ojos. Estaban juntos y vivos, no podían pedir más. Él se había marchado del campo para volver al desierto, donde había trabajado hasta el agotamiento, sin poder olvidar la pregunta de la niña acerca de su familia, que le había hecho darse cuenta de lo afortunado que era por tener personas que lo querían. Y entonces había sabido que tenía que volver a casa, a pesar del miedo a encontrarse con sus hermanas, que se darían cuenta de lo mucho que había cambiado.
Había sido de un valor inestimable para las Fuerzas Especiales, se lo habían dicho al ponerle una medalla en el pecho, pero Tyr no había querido que grabasen aquello en su tumba. Quería que lo recordasen por lo que había construido, no por lo que había destruido. En la batalla, se había encontrado con tres tipos de soldados: los que disfrutaban de su trabajo, los que iban a cumplir con su obligación con valentía y lealtad hacia sus camaradas y su país, y los que jamás se recuperarían de lo que habían visto, ya fuese física, mentalmente, o ambas. Él no tenía excusas. Era fuerte. Tenía el amor de una buena familia y no solo había conseguido mantenerse vivo, sino prácticamente indemne, al menos, por fuera. Y en esos momentos dependía de él terminar con el proceso de curación y ser de utilidad para otras personas menos afortunadas que él.
–¡Tyr!
–Hola, Britt.
Se giró justo en el momento en el que su bella hermana le daba un abrazo. Era evidente que estaba feliz de verlo, pero su mirada estaba llena de preguntas.
–Estás estupendo, Tyr.
–Mentirosa.
Su hermana mayor retrocedió para mirarlo de arriba abajo.
–Está bien, en ese caso te diré que llevas una ropa estupenda.
–Eso está mejor –respondió él mientras ambos reían al unísono–. Hice escala en Milán, ya que sabía que mis glamurosas hermanas organizarían una fiesta. Tenía que estar a la altura.
Britt lo miró con preocupación.
–No tienes por qué hacer nada que no quieras hacer, Tyr.
–Pero quiero estar aquí. Quería venir a casa y veros.
–Entonces, ¿estás preparado? –le preguntó Britt, mirando hacia el otro lado de la calle, donde estaba el hotel más lujoso de la ciudad, en el que habían organizado una fiesta para darle la bienvenida.
–Cuando quieras.
–Ojalá tuviésemos más tiempo para hablar, pero sé que nunca te ha gustado hacer las cosas poco a poco, ¿verdad, Tyr?
–Inmersión total –le confirmó él, decidido a mantener el tono de voz alegre–. No sé hacerlo de otra manera.
–Si tú lo dices.
–Por supuesto –dijo Tyr, señalando el hotel, al que estaban llegando coches–. Y muchas gracias por organizarlo.
Britt se echó a reír.
–Me alegro de haber tenido la oportunidad. Había que darle la bienvenida al héroe de la ciudad…
–Solo tienes que darle la bienvenida a tu hermano. No quiero más.
–Iría hasta el fin del mundo por ti, Tyr… Y casi he tenido que hacerlo –le recordó su hermana.
–No dejaste de enviarme correos electrónicos.
–Y tú no me respondiste.
–Pero al final te he ahorrado el viaje.
–No vas a cambiar nunca –dijo ella en tono de broma, pero su mirada era triste porque ambos sabían que había cambiado.
Había cambiado mucho.
–Este rato en mi despacho, tranquilo, te habrá venido bien, ¿no?
–Ha sido perfecto, gracias, Britt.
Salvo en los momentos en los que había ido de compras para poder deshacerse de las botas y las camisas de safari y ponerse ropa de ciudad, Tyr no había tenido ningún contacto con otras personas desde que se había marchado del desierto. Después de tanto silencio, incluso los ruidos de la calle le resultaban ensordecedores, pero su hermana se merecía aquello y mucho más. Tyr la habría puesto en un pedestal.
–Bueno, pues ya has disfrutado bastante de la paz y la tranquilidad. Necesito hablar contigo y, luego, nos iremos.
–Parece serio.
–Tengo muchas cosas que contarte, Tyr. Has estado fuera mucho tiempo. Leila ha tenido gemelos…
–Eso lo sé, ya me lo habías contado.
–Te avisé cuando nacieron, pero ya casi tienen edad para ir al colegio y todavía no los conoces.
Él asintió.
–Y ahora está otra vez embarazada.
–Veo que Rafa no pierde el tiempo.
–Hablas como un dinosaurio. Leila y Rafa se adoran y, según tu hermana, quieren un equipo de fútbol. Y quiero que sepas que el mundo ha seguido girando aunque tú hayas desconectado de todo.
Donde Tyr había estado no había habido comunicación con el mundo exterior, hasta que él había llegado y la había instalado para que los demás pudiesen comunicarse con sus seres queridos. Durante mucho tiempo, él se había sentido demasiado mal para poder hablar con sus hermanas.
–No vas a contarme dónde has estado, ¿verdad, Tyr?
–No necesitas saberlo –respondió él en tono de broma, encogiéndose de hombros.
No quería hablar con nadie de su trabajo, ni siquiera con Britt. No quería que lo alabasen por las cosas malas que había hecho. Solo quería seguir adelante.
Su hermana sacudió la cabeza.
–De acuerdo, desisto. Ya verás cuando veas a Leila, está…
–¿Enorme? –sugirió él.
Su hermana intentó golpearlo.
Y así volvieron atrás, a los días felices.
–¿Y qué más ha pasado?
–Jazz está aquí.
Tyr sintió un escalofrío.
–Jazz. Hace muchos años que no la veo.
Solo con oír el nombre de la hermana pequeña de Sharif recordó las vacaciones escolares, cuando lo único que le había importado había sido divertirse con sus dos amigos de Kareshi, pero, a juzgar por el tono tenso de su hermana, había algo más.
–¿Y? –le preguntó–. ¿Qué pasa con Jazz?
Estaba seguro de que Sharif se lo habría contado si le hubiese ocurrido algo a Jazz, que en realidad era la princesa Jasmina de Kareshi.
–Jazz está bien, ¿verdad?
–Por supuesto.
–¿Pero?
Fingió indiferencia, pero el corazón se le había detenido al pensar que le había podido ocurrir algo a Jazz. Se conocían desde que Sharif lo había invitado a pasar sus primeras vacaciones en Kareshi y, desde entonces, siempre se había alegrado de verla. Por eso, la idea de que pudiese estar enferma, o herida… Se le encogió el estómago. Estaba cansado de calamidades.
–Pero nada, Tyr –insistió su hermana–. Si le hubiese ocurrido algo malo, te lo contaría.
Él la miró fijamente a los ojos, sabiendo que había algo más.
–Va a venir esta noche.
–Estupendo.
Tyr se alegraba de poder volver a ver a Jazz a pesar de que era una persona capaz de ver siempre en el interior de las personas y él no sabía qué le parecía eso.
–Ha cambiado, Tyr –añadió Britt en voz baja–. Al igual que el resto de nosotras, ha crecido.
¿Qué estaba intentando decirle su hermana? Se encogió de hombros y se imaginó a Jazz con coletas y aparato en los dientes. ¿Cuánto podía cambiar una persona? Miró su reflejo en la ventana y obtuvo la respuesta a su pregunta.
–¿Qué pasa, Tyr?
Él esbozó una sonrisa.
–Nada. Nada en absoluto.
–Todos hemos cambiado –dijo Britt, leyéndole el pensamiento–, pero al menos estás sonriendo. ¿Ha sido al pensar en Jazz?
Él se encogió de hombros, aunque lo cierto era que sí que estaba pensando en Jazz, que siempre se había referido a él como el chico del frío norte que tenía un nombre gracioso. Sharif, Jazz y él habían formado un trío extraño. Al principio no habían querido incluir a Jazz, pero esta se había empeñado y había conseguido montar a caballo mejor que Sharif y que él. Además, conocía el desierto como la palma de su mano. Así que, como no habían podido deshacerse de ella, habían desistido en el intento.
–No te preocupes, Britt. Yo me ocuparé de Jazz –le aseguró.
–Pero no le tomes el pelo.
–¿Que no le tome el pelo? –repitió Tyr frunciendo el ceño.
–Jazz ha accedido a venir esta noche porque es una celebración familiar muy importante, y yo la voy a acompañar en todo momento, Sharif y yo, quiero decir.
Él frunció más el ceño.
–Todo parece demasiado formal, Jazz no era así.
–Ya te he dicho que Jazz ha crecido, y las hermanas solteras del jeque de Kareshi no tienen tantas libertades como nosotras.
–¿Sharif la tiene encerrada?
–No seas tonto. Sabes que Sharif es un gran defensor del progreso. Ha sido decisión de Jazz, y tenemos que respetar sus creencias. Ha apoyado a Sharif mientras este hacía avanzar a Kareshi hasta el siglo XXI y en estos momentos no quiere hacer nada que ponga en peligro la estabilidad, mucho menos dar a los ciudadanos más conservadores del país la oportunidad de criticar a Sharif por implementar el progreso con demasiada rapidez.
–¿Así que prefiere sacrificarse ella? –inquirió Tyr, indignado–. ¿Encerrándose?
–No exactamente, pero lo cierto es que Jazz se ha vuelto bastante conservadora. Así que, por favor, Tyr, por su bien, intenta ser prudente cuando la veas.
–¿Qué piensas que voy a hacer? Hemos sido amigos casi toda la vida, Britt. No voy a intentar ligármela.
–Enfría esa amistad y mantente alejado de Jazz, limítate a saludarla con indiferencia. ¿De acuerdo?
Él se pasó una mano por el pelo.
–No puedes estar hablando en serio. ¿Es que nadie se puede acercar a Su Majestad?
–No te burles de ella, Tyr –le advirtió Britt, fulminándolo con la mirada–. Jazz lleva una vida completamente normal en Kareshi. De hecho, Sharif rompió todas las reglas al darle un trabajo en el picadero, donde realiza una labor de gestión excelente, pero lo importante es que ha abierto las puertas del mercado laboral a todas las mujeres de Kareshi.
–¿Y?
–Que eso ha hecho que Jazz esté más decidida que nunca a defender la tradición en otros aspectos de su vida, para que nadie pueda criticar la decisión de Sharif de permitirle trabajar.
–¿Defender la tradición, qué quieres decir?
–Que Jazz piensa que Kareshi tiene que ir evolucionando poco a poco, y si para que el resto de mujeres puedan trabajar es necesario que ella permanezca en la sombra, está dispuesta a hacerlo. Deberíamos admirarla por hacer el sacrificio.
–No lo entiendo.
–La libertad de la mujer para trabajar es un gran paso para Kareshi y Jazz lo sabe. Lo siguiente será que las mujeres solteras puedan relacionarse libremente con los hombres sin que la sociedad las condene. Y se conseguirá. Jazz está entregada a su pueblo y podemos confiar en que hará lo que es mejor en estas circunstancias.
–¿Lo que es mejor para ella o para Kareshi?
–No te enfades, Tyr. Para ambos, por supuesto. Y no me mires así.
–Tienes razón, lo siento. Es que no me imagino a Jazz, que era tan guerrera, convertida en una ermitaña.
–¿Acaso no te encerraste tú en ti mismo y te alejaste de todas las personas que te querían?
Su hermana también tenía razón en aquello. Tyr se obligó a sonreír a pesar de que estaba preocupado por Jazz.
–Es cierto.
–Alégrate por ella, Tyr. Jazz es una joven maravillosa, con un enorme sentido del deber, cualidad que estoy segura de que comprendes. Es normal que no quiera dar de qué hablar.
–Tal vez para ti tenga sentido –concedió Tyr–, pero Jazz es mi amiga, y esta noche voy a encontrarme con muchos amigos y voy a tratarlos a todos por igual.
–En ese caso, supongo que no tengo de qué preocuparme –respondió Britt, tomando su rostro con ambas manos y besándolo en sendas mejillas–. Ahora, al otro lado de la puerta hay varias personas deseando darte la bienvenida en privado.
Aquello lo emocionó.
–¿Están aquí Eva y Leila?
–Con sus maridos, he pensado que no te importaría ver también a Roman y a Rafa, teniendo en cuenta que son tus mejores amigos.
–Por supuesto que no.
De hecho, estaba deseando verlos, y se aseguró a sí mismo que conseguiría que estos no viesen en sus ojos nada más que la felicidad del reencuentro.
Su hermana mediana, Eva, fue la primera en entrar en la habitación, cambiando por completo el ambiente que se respiraba en la misma. Eva era pelirroja y lenguaraz, y no había cambiado nada en el tiempo que no se habían visto. Lo miró de arriba abajo y le dijo:
–Sigues siendo tan impresionante como recordaba, mi chico guerrero.
–Podría aplastarte con un solo dedo, mequetrefe.
Ambos levantaron los puños y pelearon de broma, luego Eva rompió a llorar y se lanzó a sus brazos, donde siguió golpeándolo en el pecho.
–No vuelvas a hacerme algo así, ¿me oyes, Tyr? No vuelvas a desaparecer de mi vida sin tan siquiera haberme dejado las llaves de tu estupendo coche.
Él se echó a reír y la abrazó.
–Te prometo que no volveré a hacerlo –le dijo, dándole un beso en la cabeza.
Más tranquila, Eva se echó hacia atrás para volver a mirarlo.
–No tienes ni idea de cuánto te he echado de menos, Tyr.
–Yo también te he echado de menos. No sé cómo he podido sobrevivir tanto tiempo sin las tres fastidiándome.
Eva fingió volver a enfadarse y Britt se acercó a la puerta para abrirla de par en par.
–¡Leila! –gritó Tyr, dispuesto a tomar en volandas a su hermana pequeña, pero se detuvo a tiempo–. Vaya. Estás embarazada.
–Muy embarazada –le confirmó esta riendo y llorando al mismo tiempo mientras lo abrazaba.
–Pero estás tan guapa como Britt me había dicho.
–Si te gustan los andares de hipopótamo, soy tu tipo –añadió, mirándolo fijamente, con cariño y preocupación–. No puedo creer que hayas vuelto. Te veo más delgado.
–Un poco –admitió él, estirándose la chaqueta–. ¿Vamos a la fiesta?
–Es mejor que no hagamos esperar más a los invitados –dijo Britt, mirándolo a los ojos antes de salir por la puerta.
Tyr entrelazó los brazos con los de sus hermanas y salió de la habitación.
Por primera vez desde que Jazz recordaba, Sharif no se había mostrado impaciente al darse cuenta de que no estaba preparada para salir hacia la fiesta a la misma hora que Britt y él.
–No hay prisa –le había dicho sonriendo–. Avísame cuando estés lista y pasaré a recogerte.
Le había costado mucho decidir qué ponerse, ya que había tomado la decisión de no socializar y no sabía cómo se esperaba que vistiese una princesa muy conservadora.
–Sonríe –le había aconsejado Jazz–, no hace falta que exageres con el tema de las tradiciones mientras estás con nosotros en el norte.
–Pero si me fotografían…
–El pueblo de Kareshi solo puede estar orgulloso de su princesa. ¿Cómo no va a estar orgulloso de ti cuando te vea con tu hermano, acompañados de una familia que os quiere tanto, Jazz?
Siempre era difícil discutir con Britt y en aquella ocasión había sido imposible, aunque Jazz había tenido que luchar contra sus demonios internos para mostrar su rostro en público. Sus padres habían abusado de sus privilegios y habían descuidado al pueblo, los habían dejado a Sharif y a ella al cuidado de niñeras mientras su madre se dedicaba a alardear de su belleza por todo el mundo. Y Sharif y Jazz habían crecido siendo conscientes del descontento del pueblo. Por ese motivo, cuando Sharif había heredado el trono, había intentado calmar los ánimos lo más rápidamente posible. Sharif era un hombre bueno y fuerte, amable y sabio, pero su agitada niñez en un país con unos gobernantes ausentes y en el que imperaba la corrupción había hecho que Jazz decidiese evitar más disgustos e intentar no volver a ofender a nadie.
–Deberías salir más de Kareshi –había insistido Britt cuando habían hablado de la ropa que Jazz vestiría para la fiesta–. Sería bueno para tu pueblo, y para ti.
Jazz estaba de acuerdo, pero Kareshi era un país impregnado de tradición. Sharif le había dado un trabajo en el picadero, lo que había abierto las puertas del mercado laboral a todas las mujeres de Kareshi, pero Jazz no quería poner en peligro su libertad enfadando a las facciones más tradicionalistas del país. Y era mucho más sencillo esconderse tras un velo que enfrentarse a una noche así. Se miró al espejo y deseó poder calmar su corazón. Su hermano y Britt ya se habían marchado para encontrarse con Tyr en la sede de Skavanga Mining antes de la fiesta.
Tyr.
A Jazz se le secó la garganta. Siempre se había puesto nerviosa antes de ver al gran vikingo, pero se dijo que las cosas habían cambiado. Era una mujer adulta, con responsabilidades, no una niña que se dedicaba a incordiar al mejor amigo de su hermano. Tenía que proteger sus sentimientos.
Aunque sabía que siempre podría contar con Tyr.
Al menos, había podido hacerlo hasta que este había desaparecido.
Se había preocupado mucho por él, y había rezado porque estuviese bien.
Tyr había vuelto.
¿Qué pensaría de ella? Había cambiado mucho, se había vuelto seria y silenciosa. Esa noche no le gastaría ninguna broma.
Pero no podría ir a la fiesta si no se tranquilizaba.
Respiró hondo varias veces, cerró los ojos e intentó no pensar en Tyr Skavanga. Después de unos segundos, desistió.
Una vez en el hotel, Tyr se detuvo a la entrada del salón y sonrió.
–Qué bonito, Britt.
–No hay carteles de bienvenida –protestó Eva.
–No. Todo está como le gusta a Britt –comentó Leila con aprobación–. Muy elegante.
–Para celebrar el regreso de un guerrero –comentó Eva orgullosa, apoyando la mano en su brazo.
–Para celebrar la vuelta a casa –dijo él en tono amable.
No le cabía la menor duda de que Britt se había esforzado mucho. Las flores que había en los altos jarrones que flanqueaban la puerta doble de entrada eran blancas, elegantes. En la fotografía que Britt había elegido de él para colocar en el caballete aparecía riendo y relajado, antes de irse a la guerra, donde su vida había cambiado completamente.
–En carne y hueso pareces veinte años mayor –comentó Eva.
Sus otras dos hermanas la reprendieron.
–Ten cuidado con lo que dices, enana –le advirtió Tyr en tono de broma.
De repente, estaba tan animado que pensó que iba a ser posible que disfrutase de la velada.
–No tienes a Roman al lado –añadió–, así que podrías terminar bañándote en la fuente de chocolate.
Eva suspiró exageradamente.
–No me importaría morir bañada en chocolate.
–Callaos los dos –insistió Britt, haciendo uso de la autoridad que le otorgaba ser la mayor.
Tyr entró en el salón delante de sus hermanas y lo primero que vio fue a Jazz.
SANTO cielo!».
A Tyr se le aceleró el corazón cuando Jazz se giró a mirarlo. Era como si hubiese una conexión eléctrica entre ambos. ¿Qué era lo que le había dicho a Britt tan solo unos minutos antes? ¿Que iba a tratar a todos sus amigos por igual?
¿De verdad?
Nadie más tenía la oportunidad de acercarse a la princesa Jasmina de Kareshi en aquel salón. Britt había sido escueta en su descripción de Jazz, que no solo había crecido, sino que había florecido como una flor exótica y se había convertido en la mujer más bella que había visto nunca. Su nuevo aire de serenidad lo intrigó. Era como si hubiese creado un papel y estuviese decidida a desempeñarlo hasta el final.
Tyr suspiró, Jazz solo quería evitar la verdad.
«¿Un poco como tú?».
No, no tenía nada que ver con él.
Se echó el pelo hacia atrás y pensó en el fuego que había visto en la mirada de Jazz nada más entrar en el salón. Le recordó a la época en la que Su Descarada Real lo había fastidiado siempre que había podido. En esos momentos, concentrada en las mujeres que tenía alrededor, la calma había vuelto a sus ojos.
–¿Tyr?
Este se giró a mirar a Britt.
–Está guapa, ¿verdad?
Las preguntas de su hermana siempre tenían un trasfondo, así que respondió con cautela:
–Supongo que sí.
Había vivido solo demasiado tiempo como para compartir sus sentimientos con nadie, ni siquiera con Britt. Aunque tenía que haber imaginado que su hermana ni siquiera iba a necesitar hablar con él para saber lo que pensaba.
–No la disgustes, Tyr –le rogó–. Sé educado con ella y no te comportes como un vikingo. Jazz está intentando hacer todo lo posible por mantener una actitud conservadora para que los tradicionalistas no se revuelvan cuando Sharif siga haciendo cambios en Kareshi.
Britt sacudió la cabeza antes de continuar:
–Esta noche es muy difícil para ella, Tyr. Me refiero al hecho de estar en un ambiente con hombres, pero Jazz lo necesita. Su espíritu es libre… aunque eso ya lo sabes. Ha sacrificado más de lo que podemos imaginar por Kareshi.
–¿Su libertad?
–Tyr, por favor. No se lo pongas más difícil –le pidió Britt, apoyando la mano en su brazo–. Tú, mejor que nadie, sabes apreciar el valor del sacrificio. Así que salúdala, sé educado y después aléjate. ¿De acuerdo?
–Gracias por darme un guion, hermanita –comentó él en tono divertido.
–Solo te digo que no te metas con ella. Ya tiene bastante con lo que tiene.
–No tengo la intención de meterme con Jazz, pero tendría que ser de piedra para no reaccionar ante una mujer así.
–Mantén tus sentimientos ocultos, Tyr. No hagas sufrir a Jazz. Siempre ha estado medio enamorada de ti. Y recuerda que llevas demasiado tiempo solo.
–Relájate, Britt, no estoy tan desesperado. No he sido un santo mientras estaba fuera.
–Es cierto que se puede encontrar el amor en cualquier parte, pero no pienso que Jazz esté buscando el amor que tú le puedes ofrecer.
–Espero que no esté buscando ningún tipo de amor –bromeó él.
–¿Por qué, Tyr? –le preguntó Britt–. ¿Te pondrías celoso?
–¿De los pretendientes de Jazz? –dijo él riendo.
Luego le ofreció el brazo a su hermana y se adentraron en el salón.
–Hay demasiados hombres en este lugar –comentó ella mientras los maridos de sus hermanas, Rafa y Roman, abrazaban a otro hombre–. Temo ahogarme con tanta testosterona.
–No te preocupes, yo te salvaré –le dijo Tyr.
–Eso es precisamente lo que me preocupa –murmuró Britt.
Se acercaron más a Jazz y Britt le lanzó una mirada de advertencia. Tyr le apretó cariñosamente el brazo para tranquilizarla.
–Me acuerdo de todo lo que me has dicho. Y respeto a Jazz. Siempre lo he hecho y siempre lo haré.
No oyó la respuesta de su hermana, acallada por los ruidos que lo rodeaban. Tenía la vista clavada en Jazz, a la que bañaba la luz de una enorme lámpara de araña. Estaba charlando de manera animada con un grupo de mujeres.
–No, Tyr.
Él se detuvo.
–¿No te acuerdas de lo que te he dicho? Jazz va a estar acompañada en todo momento, espero que no te entrometas.
Tyr sonrió de medio lado.
–¿Todavía piensas que me voy a abalanzar sobre ella?
–Conozco esa mirada. Jazz tiene la intención de llegar pura al matrimonio.
Él frunció el ceño.
–¿Qué estás sugiriendo?
–No la pongas en una situación comprometedora. Sé bueno con ella, Tyr. Jazz casi no ha salido de Kareshi desde que nació. Venir a Skavanga ha sido toda una aventura para ella.
–No tengo ninguna intención de molestar a Jazz. Si ha decidido vivir de acuerdo con las tradiciones de Kareshi, lo respeto.
–Me alegro, porque tal vez seas mi hermano al que adoro, pero si le haces daño a Jazz…
–No hace falta que lo digas, Britt.
–¿No?
Britt siguió su mirada, que estaba clavada en la mujer delgada y erguida vestida con un vestido largo y recatado, típico de Kareshi.
¡Y ella que había pretendido vivir de manera casta y pura! Su intención seguía siendo la misma, pero su cuerpo estaba reaccionando de manera inusitada. Nada más ver a Tyr Skavanga, se había excitado. Todos sus músculos se habían puesto tensos, tenía el corazón acelerado, lo mismo que la respiración, y todas sus terminaciones nerviosas estaban alerta. En situación de amenaza, todos los seres humanos, ya fuesen jeques, guerreros escandinavos como Tyr o la ultraprotegida hermana del jeque Sharif de Kareshi, reaccionaban de la misma manera.
Pero ella se obligó a controlarse y miró a su hermano para asegurarse de que Sharif no se había dado cuenta de su reacción al ver a Tyr.
No era el miedo a Tyr Skavanga lo que había hecho que se le acelerase el corazón mientras continuaba charlando con el grupo de mujeres que la rodeaba, sino la emoción de retomar una amistad de toda la vida que era lo más parecido al amor que jamás podrían tener. Pero ya no eran niños, y ella era la princesa soltera de Kareshi, lo que significaba que amar a un hombre que no perteneciese a su familia, por muy inocente que fuese aquel amor, estaba completamente prohibido. Sharif era un gobernante progresista, pero ella pensaba que las cosas tenían que ir despacio en un país atrapado en las tradiciones, y si esa noche estaba allí era solo porque era un acontecimiento familiar que no podía perderse.
Se había pasado tantos años pensando en Tyr que en esos momentos, en los que lo tenía tan cerca, no podía sacárselo de la cabeza. Nadie sabía dónde había estado Tyr durante todos aquellos años, salvo, tal vez, Sharif, que había sido su mejor amigo desde la niñez y que había guardado absoluto silencio acerca del paradero de Tyr Skavanga. Ambos habían asistido a una escuela militar de élite y habían formado parte de las Fuerzas Especiales, en las que habían condecorado a Tyr por su valentía, pero después este había desaparecido.
–En el desierto –había dicho Sharif sin más.
Y a pesar de no querer traicionar a su amigo, había explicado que estaba trabajando para reparar una infraestructura que se había visto dañada durante los años de conflicto anteriores a su ascenso al trono.
Al mirar a Tyr, Jazz se dio cuenta de que sus experiencias vitales lo habían cambiado. Tenía ojeras y líneas de expresión en el fuerte rostro. Y a pesar de que Jazz se había prometido no tener amigos que fuesen hombres fuera de la familia, no pudo evitar sufrir por él.
Y tambalearse cuando Tyr la había mirado.
La había mirado casi como si hubiese podido sentir su interés.
Le ardieron las mejillas y apartó la vista. Era probable que Sharif le hubiese contado a Tyr que, a pesar de estar trabajando y de parecer una mujer independiente, tenía unas obligaciones con Kareshi y solo estaba haciendo tiempo hasta que su hermano le organizase un buen matrimonio, un matrimonio ventajoso para Kareshi, por supuesto.
–Skavanga es un lugar muy glamuroso últimamente, ¿verdad?
Agradeció la distracción y se giró a sonreír a la señora que tenía al lado.
–Es la primera vez que vengo –admitió–, así que solo sabía lo que mi hermano me había contado de un lugar al que ama.
–Antes de que se encontrasen los diamantes en la mina familiar –continuó la misma señora–, Skavanga era solo un pueblo minero situado más allá del Círculo Polar Ártico en el que todos vivíamos como podíamos, pero ahora el pueblo brilla como las piedras preciosas de las minas de tu hermano. Tenemos que dar las gracias al jeque Sharif por haber desempeñado un papel tan importante en la empresa que nos salvó.
–Es usted muy amable, pero ha sido mi cuñada, Britt, la esposa de Sharif, quien siempre ha estado al frente de la empresa minera de Skavanga.
La señora miró a Jazz con aprobación y después se puso de puntillas para susurrar:
–Me sorprende que esos tres hombres tan poderosos no echasen a Britt Skavanga del pueblo.
Jazz se echó a reír, lo mismo que el resto de las mujeres, al oír cómo hablaba la otra mujer de los tres ambiciosos hombres que habían creado la empresa que había salvado la mina.
–No pienso que mi hermano pudiese echar a su esposa del pueblo. Adora a Britt. Y si bien la empresa puso el dinero para extraer los diamantes, no sé si habrían podido hacerlo sin Britt –admitió Jazz.
–Britt Skavanga siempre ha sido una mujer de negocios brillante –confirmó otra mujer sonriendo.
–Y ahora la marca Skavanga Diamonds es conocida a nivel internacional –añadió la primera con admiración.
–¿Qué hacéis todas hablando de negocios cuando Tyr Skavanga ha vuelto a casa?
Jazz miró a la joven que acababa de intervenir y que, a su vez, tenía la mirada clavada en él.
–Seguro que estáis tan emocionadas como yo –continuó la chica mirando al grupo–. El mercado matrimonial vuelve a estar abierto, ¿no le parece, princesa Jasmina? ¿Ha tenido la oportunidad de hablar con Tyr Skavanga ya? Sé que su hermano, Su Majestad, y Tyr, eran muy amigos.
–Y siguen siéndolo –le confirmó Jazz en tono amable a pesar de que le molestaba que hablasen de Tyr, que era un hombre tan reservado.
¿Por qué no podía aceptar el interés de aquellas mujeres ni estar de acuerdo con ellas?
–¿Es él, el que está junto a la puerta? –preguntó otra mujer joven que acababa de acercarse.
–¿Cómo puedes dudar? –exclamó la primera con indignación–. Tyr Skavanga es con diferencia el hombre más guapo de este salón.
La recién llegada frunció el ceño.
–Pensé que había estado trabajando duro en el desierto.
–Pero supongo que se habrá dado una ducha después –dijo la señora mayor, haciéndolas reír.
Jazz comprendió que las demás mujeres se sintiesen atraídas por Tyr. Era moreno y alto, y parecía intocable, pero dominante al mismo tiempo. ¿Quién no querría conocer los secretos de un hombre así?
–Tiene buen aspecto, para haber estado viviendo como un nómada durante tanto tiempo –añadió otra mujer.
–Tyr ha estado trabajando en el desierto con los nómadas –se sintió obligada a explicar Jazz–, pero es un pueblo que tiene una sociedad muy sofisticada.
La misma mujer fingió un bostezo.
–Qué romántico… tiendas beduinas ondeando al viento, largas noches en el desierto con un guerrero vikingo…
A esas alturas Jazz ya tenía un nudo en el estómago.
–Tyr estuvo en el desierto construyendo escuelas y buscando fuentes de agua limpias.
Cuando todo el mundo se quedó en silencio ella se dio cuenta de que se tenía que haber mordido la lengua. No había pretendido ser una aguafiestas, pero no soportaba oír hablar así de Tyr a personas que ni siquiera lo conocían, que no sabían el valioso trabajo que había estado realizando.
Tyr la miró y todo su mundo se vino abajo. Habría odiado saber que estaban hablando de él. Y ella también había participado en la conversación.
A Sharif no se le escapó nada, era tan agudo como el khanjar, la espada curvada que pendía de la vaina llena de joyas que llevaba en su cinturón durante las ceremonias. Y no tardó en estar a su lado.
–¿No te encuentras bien, Jasmina?
Ella se llevó las puntas de los dedos a la frente y aprovechó la situación.
–Hay mucho ruido, ¿no crees? Tal vez me retire pronto.
Tenía tantas ganas de marcharse como de quedarse. En realidad, no sabía qué quería hacer.
Así que haría lo que debía hacer, quedarse el tiempo necesario por educación y después retirarse sin llamar la atención.
–Avísame cuando quieras irte, Jasmina –le dijo Sharif.
–Lo haré. Gracias –respondió ella, tocándole la manga.
A pesar de parecer frío, Sharif era el hombre más bueno y considerado que conocía.
–Y si te incomoda encontrarte con Tyr, házmelo saber también.
–No me incomoda. Somos amigos de la niñez.
Odiaba engañar a su hermano y tuvo que respirar hondo varias veces. No había pensado que se pondría tan nerviosa.
La vista de águila de Sharif se clavó primero en Tyr y después en ella.
–¿Seguro que estás bien?
–Por supuesto que sí –respondió, sintiendo sus labios muy tensos.
–Tyr viene hacia aquí.
Britt no habría necesitado la advertencia, porque podía sentir la cercanía de Tyr sin girarse a mirarlo. Y entonces lo vio ponerse delante de ellos.
Jazz se quedó inmóvil mientras los dos hombres se saludaban, entonces su hermano retrocedió y ella se encontró cara a cara con Tyr Skavanga. Por un momento solo pudo estudiar su rostro y registrar todos los terribles cambios que había en él, y entonces se acordó de volver a respirar.
ES MARAVILLOSO volver a verte, Tyr.
–Igualmente, Jasmina.
¿Maravilloso? Qué palabras tan inadecuadas. Su mundo había estado vacío y en esos momentos estaba lleno. El robusto vikingo seguía siendo tan cautivador como lo recordaba, pero era doloroso ver cómo había cambiado. Tyr había vivido muchas cosas. Jazz tenía la sensación de que demasiadas, y eso se reflejaba en sus ojos. Su mirada parecía más dura y cínica, aunque la estaba mirando de forma casi burlona.
–Has cambiado, Jazz.
–Tú también –respondió ella jovialmente, a pesar de que los cambios en él la asustaban.
Los días de bromear con él habían quedado atrás.
–¿Qué tal estás, Jazz? –añadió, traspasándola con la mirada, como si le estuviese pidiendo que fuese sincera con él.
–Muy bien, gracias. ¿Y tú?
La tensión de su tono hizo que él volviese a mirarla como si aquello le pareciese divertido.
–Tienes buen aspecto.
Jazz sintió calor bajo su mirada y pensó que su decisión de mantener las distancias con los hombres era una tontería. ¿Cómo podía haber olvidado el efecto que tenía en ella la voz profunda y ronca de Tyr?
–Tenemos que encontrar tiempo para ponernos al día, Jazz.
A ella se le cortó la respiración al oír aquello. Tyr no tenía ni idea de lo que estaba sugiriendo. Ponerse al día implicaba tener una conversación íntima, los dos solos, algo que le estaba completamente prohibido. Con el único hombre con el que podía hablar a solas era con su hermano Sharif, pero este se alejó para saludar a otros invitados y ella se quedó sola con Tyr. Le ardieron las mejillas de vergüenza. Seguía habiendo la misma conexión entre ambos. El paso del tiempo no había hecho más que intensificarla.
Britt la salvó. Era la que había organizado la fiesta y, por lo tanto, la que más ocupada estaba aquella noche, pero aun así acudió en su ayuda al verla a solas con Tyr.
–Jazz, quiero presentarte a algunas personas. Discúlpanos, Tyr –le dijo sonriendo a su hermano antes de llevársela.
Jazz exhaló temblorosa mientras atravesaban el salón.
–Gracias por haberme rescatado.
–¿De esos dos dinosaurios? –dijo Britt riendo–. He sentido la tensión de Sharif desde la otra punta y cuando he visto que Tyr se acercaba he sabido que tenía que actuar.
Jazz se giró y vio que Tyr seguía observándola.
–Ven –le dijo Britt, agarrándola del brazo–. Quiero presentarte a mucha gente estupenda.
Jazz pensó que tenía mucha suerte de tener una cuñada como Britt y valoraba la creciente amistad con las tres hermanas Skavanga, aunque dudaba que pudiesen comprenderla en relación al modo de vida que había escogido, ya que procedían de un mundo muy distinto al suyo.
–Te voy a presentar a un grupo de amigas muy agradables –añadió–. Dejemos que los hombres se preocupen.
Jazz se ruborizó. Todavía podía sentir la mirada de Tyr clavada en su espalda.
–¿Estás bien? –le preguntó Britt unos minutos después–. He visto cómo mirabas a Tyr.
La mirada de Britt era compasiva. ¿Se habría dado cuenta todo el mundo?
–Estoy bien –le aseguró ella.
Britt sonrió.
–A Tyr le importas –añadió en voz baja–. Nos importas a todos.
En un impulso, Jazz abrazó a Britt. Era lo más parecido que tenía a una hermana, pero, no obstante, su decisión de vivir de manera intachable para servir a su país seguía siendo férrea.
Jazz Kareshi estaba hecha toda una mujer. Tyr apretó los labios un instante, estaba haciendo todo lo posible por que la hermana de su mejor amigo no le resultase atractiva, pero no podía evitarlo. Jazz se había convertido en una mujer muy bella. Por suerte, su hermana Britt se la había llevado antes de que su interés hubiese sido demasiado obvio. Le había molestado que Sharif se hubiese interpuesto entre ambos cuando se había acercado a ella. Conocía a Jazz desde que era una niña, ¿por qué no podían hablar?
–Veo a Jazz feliz –comentó cuando Sharif se acercó a él.
Estaba decidido a averiguarlo todo de ella.
–Mi hermana siempre está feliz. ¿Por qué no iba a estarlo?
–Supongo que no hay ningún motivo –respondió Tyr–. Si estás intentando mantenerla alejada de mí, relájate. Es tu hermana y lo respeto. No haría nada que pudiese avergonzaros a ninguno de los dos.
–Jasmina ha decidido distanciarse del mundo moderno y es una decisión que ha tomado sola, yo jamás haría nada para intentar aislarla.
Tyr miró a los ojos a su amigo y supo que le decía la verdad.
–Piensa que es la mejor manera de tranquilizar a la parte más conservadora del país mientras yo voy haciendo cambios. Ambos queremos evitar el caos que reinó durante la época en la que gobernaron nuestros padres.
–Lo comprendo y lo respeto –le aseguró Tyr, siguiendo la mirada de Sharif hasta la otra punta del salón, donde estaba su hermana.
Tanto Sharif como Jazz estaban decididos a hacer todo lo posible por su pueblo, aunque eso significase sacrificar su propia felicidad.
–Debe de ser difícil, estar esta noche con hombres, quiero decir.
Ambos sonrieron al recordar que, de niña, había sido como un chico más, siempre dispuesta a vivir aventuras.
–¿Y tú, Tyr? –le preguntó Sharif mirándolo con preocupación–. ¿Estás disfrutando de la fiesta?
–Me ocurre como a Jazz. No estoy acostumbrado a estar con tantas personas al mismo tiempo –admitió muy a su pesar.
Tanto Jazz como él habían escogido vivir en soledad, pero por motivos diferentes.
–Pero le agradezco a Britt que haya organizado esta fiesta –añadió–. Tiene razón, necesito volver con las personas a las que quiero.
Aquello era cierto, pero allí había demasiada gente y demasiado ruido. Cinco minutos con Jazz, a la que no tenía que darle explicaciones porque eran amigos desde hacía mucho tiempo, le habrían bastado, pero no podía compartir aquella opinión con Sharif.
–Tyr…
–Ven…
Otro amigo. Otra fotografía.
Se dijo que tenía que ser más atento. Todo el mundo quería saber dónde había estado, qué había hecho, qué había visto. Y la única que brillaba como un faro en medio de la multitud era Jazz. Era un oasis en el desierto de su vida y la buscó ansioso con la mirada.
–Tengo la sensación de que en estos momentos preferirías estar en el desierto, Tyr.
Este salió de sus pensamientos para mirar a Sharif.
–Tienes razón.
Lo primero que se había grabado en su corazón había sido el silencio del desierto, y Sharif y Jazz eran una parte esencial de la tierra a la que amaba. Adoraba su país, un país duro, un terreno hostil. Y los quería a ellos. Trabajar en el desierto lo había tranquilizado, había hecho que no pensase en otras cosas, momentos feos de su pasado. Hasta aquella noche no había deseado reavivar los buenos sentimientos que parecían haber muerto en su interior, pero en esos momentos…
–Te deseo la mejor de las veladas, Tyr.
Volvió a mirar a Sharif.
–Pero mantente alejado de mi hermana.
Tyr tardó un instante en darse cuenta de que, todo el tiempo que habían estado hablando, había tenido la mirada clavada en Jazz.
–No haría nada que pudiese perjudicar a ninguno de los dos –le aseguró a su amigo.
Mientras hablaba, un grupo de invitados se llevó a Sharif de su lado, y Tyr pudo volver a mirar a Jazz sin interrupciones. Le costaba creer que la muchacha feliz y despreocupada a la que recordaba jamás pudiese volver a ser libre, y que lo mejor que podía hacer por ella fuese salir de su vida.
Intentó hacer como si no estuviese allí. Charló con otros invitados, pero no pudo concentrarse sabiendo que Jazz estaba en la misma habitación que él. ¿Se suponía que debían evitarse durante el resto de la noche? Tyr estaba tan tenso que se giró bruscamente cuando alguien le tocó el brazo. Se sorprendió al ver a una señora mayor.
–Disculpe –le dijo, suavizando la expresión–. Lo siento.