Don Quijote de la Mancha. Primera parte - Miguel de Cervantes Saavedra - E-Book

Don Quijote de la Mancha. Primera parte E-Book

Miguel de Cervantes Saavedra

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Beschreibung

En la historia de la literatura universal hay unas pocas obras que prácticamente atesoran las estanterías de cualquier biblioteca occidental, por modesta que sea. Entre ellas se encuentra El Quijote, junto a la Biblia, La Divina Comedia, o algunas de las piezas más célebres de Shakespeare, como Hamlet u Otelo. De hecho, El Quijote es, después de La Biblia, la obra que más se ha editado y traducido a lo largo de la historia. Cervantes publicó la primera parte de El Quijote a comienzos de 1605, con el título El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y solo en 1615 aparecería la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Desde su publicación, la obra se percibió como una auténtica desmitificación del por entonces consagrado género de la novela de caballerías. Pero la mirada burlona y crítica de Miguel de Cervantes Saavedratrasciende las singularidades de su época: hoy su retrato de la condición humana, en todo su esplendor y miseria, puede conmovernos o hastiarnos, pero sin duda sigue representándonos. Edición ilustrada por Joaquín Heredia.

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Seitenzahl: 978

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Miguel de Cervantes Saavedra

Don Quijote de la Mancha Tomo IEdición con ilustraciones y notas

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Don Quijote de la Mancha.

© 2024, Red ediciones S. L.

© Introducción: Sergio Aguilar Giménez

Ilustraciones: Joaquín Heredia

Edición de referencia: Ignacio Cumplido

Notas: Sergio Aguilar Giménez

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard

ISBN ebook: 978-84-9953-057-4.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Prólogo 11

Vida de Cervantes 11

Cervantes y su universo literario 15

Don Quijote de la Mancha, la invención de un nuevo paradigma novelesco 18

[Preliminares] 25

Prólogo 28

Al libro de don Quijote de la Mancha, Urganda la desconocida 33

Primera parte del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha 40

Capítulo I. Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha 41

Capítulo II. Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote 45

Capítulo III. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero 50

Capítulo IV. De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta 55

Capítulo V. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero 61

Capítulo VI. Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo 65

Capítulo VII. De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha 72

Capítulo VIII. Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de feliz recordación 76

Segunda parte del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha 83

Capítulo IX. Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron 84

Capítulo X. De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno, y del peligro en que se vio con una turba de yangüeses 89

Capítulo XI. De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros 94

Capítulo XII. De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote 100

Capítulo XIII. Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos 105

Capítulo XIV. Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos 113

Tercera parte del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha 121

Capítulo XV. Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó don Quijote en topar con unos desalmados yangüeses 122

Capítulo XVI. De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él imaginaba ser castillo 128

Capítulo XVII. Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo don Quijote y su buen escudero Sancho Panza pasaron en la venta que, por su mal, pensó que era castillo 134

Capítulo XVIII. Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor don Quijote, con otras aventuras dignas de ser contadas 143

Capítulo XIX. De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos 151

Capítulo XX. De la jamás vista ni oída aventura que con más poco peligro fue acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó el valeroso don Quijote de la Mancha 157

Capítulo XXI. Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero 168

Capítulo XXII. De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir 177

Capítulo XXIII. De lo que le aconteció al famoso don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más raras aventuras que en esta verdadera historia se cuentan 186

Capítulo XXIV. Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena 195

Capítulo XXV. Que trata de las extrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo a la penitencia de Beltenebros 202

Capítulo XXVI. Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo don Quijote en Sierra Morena 215

Capítulo XXVII. De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia 222

Cuarta parte del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha 235

Capítulo XXVIII. Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y barbero sucedió en la misma sierra 236

Capítulo XXIX. Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo 247

Capítulo XXX. Que trata del gracioso artificio y orden que se tuvo en sacar a nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había puesto 257

Capítulo XXXI. De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos 265

Capítulo XXXII. Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote 273

Capítulo XXXIII. Donde se cuenta la Novela del curioso impertinente 279

Capítulo XXXIV. Donde se prosigue la Novela del curioso impertinente 294

Capítulo XXXV. Donde se da fin a la Novela del curioso impertinente 309

Capítulo XXXVI. Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto, con otros raros sucesos que en la venta le sucedieron 316

Capítulo XXXVII. Que prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras 324

Capítulo XXXVIII. Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras 332

Capítulo XXXIX. Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos 336

Capítulo XL. Donde se prosigue la historia del cautivo 343

Capítulo XLI. Donde todavía prosigue el cautivo su suceso 353

Capítulo XLII. Que trata de lo que más sucedió en la venta y de otras muchas cosas dignas de saberse 368

Capítulo XLIII. Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, con otros extraños acaecimientos en la venta sucedidos 374

Capítulo XLIV. Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta 382

Capítulo XLV. Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad 389

Capítulo XLVI. De la notable aventura de los cuadrilleros, y la gran ferocidad de nuestro buen caballero don Quijote 395

Capítulo XLVII. Del extraño modo con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos 402

Capítulo XLVIII. Donde prosigue el canónigo la materia de los libros de caballerías, con otras cosas dignas de su ingenio 410

Capítulo XLIX. Donde se trata del discreto coloquio que Sancho Panza tuvo con su señor don Quijote 416

Capítulo L. De las discretas altercaciones que don Quijote y el canónigo tuvieron, con otros sucesos 422

Capítulo LI. Que trata de lo que contó el cabrero a todos los que llevaban a don Quijote 427

Capítulo LII. De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los disciplinantes, a quien dio feliz fin a costa de su sudor 431

Libros a la carta 441

Prólogo

Vida de Cervantes

La vida de Cervantes es difícil rastrearla en sus obras, ya que poco hay de verdaderamente biográfico o pseudoautobiográfico en ellas, como sí sucede en otros autores anteriores tales como Mateo Alemán, que presenta su Guzmán de Alfarache como la crónica de sus andanzas pasadas. De hecho, en el Quijote,Cervantes se enmascara incluso tras supuestos narradores, principalmente Cide Hamete Benengeli, y tampoco debe inducirnos a engaño esa primera persona con que se inicia el Prólogo dirigiéndose al «Desocupado lector». Sin embargo es innegable que sus obras, y destacadamente el Quijote, suponen una manera nueva de destilar la propia vida en la obra literaria: al ocultarse más la identidad del autor cobra más relieve su libertad para dar rienda suelta al ingenio y la inventiva, así como para otorgar a sus personajes un grado de decisión en lo relatado y un libre albedrío tales que se erigen en protagonistas singulares y autónomos, algo nuevo por entonces. Pero vayamos ya con lo que de Cervantes conocemos por diferentes fuentes documentales.

Miguel de Cervantes Saavedra nació a mediados de 1547, en Alcalá de Henares, supuestamente como cuarto de los siete hijos del cirujano Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Después, entre 1551 y 1556, su familia se trasladaría sucesivamente a Valladolid, Córdoba, Sevilla y Madrid, donde llevaría siempre una vida modesta y no exenta de dificultades.

No se conocen referencias claras sobre la infancia y juventud de Cervantes, y tampoco sobre su formación. Es probable que estudiara en los colegios jesuitas de Córdoba y Sevilla, pero no en la universidad. Por documento de 1569, sí consta su contacto (quizá a partir ya de 1566) con el catedrático de gramática y retórica Juan López de Hoyos, en Madrid, quien probablemente lo inició en el arte de la poesía y en la cultura renacentista y humanista de la época.

Hacia 1569 o quizá 1570, tras algún lance callejero o de honor en el que debió herir a un tal Antonio de Sigura, Miguel de Cervantes hubo de marchar a Roma (1571) con la intención, sobre todo, de eludir a la justicia. Allí entró al servicio del cardenal Giulio Acquaviva y, poco después, trabajó como soldado a las órdenes de Diego de Urbina y en el tercio de Miguel de Moncada. Los motivos de este último cambio de ocupación son, todavía hoy, un enigma.

Los azares bélicos llevaron a Cervantes a la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), a bordo de la galera Marquesa, perteneciente a la escuadra mandada por don Juan de Austria. En esta batalla recibió una herida de arcabuz en la mano izquierda, la cual le quedó inútil. Después, tras unos meses de recuperación en Mesina, volvió a participar en las acciones militares de Corfú, Ambarino, Bizerta y La Goleta (Túnez). En el prólogo de la segunda parte del Quijote, el mismo Cervantes refiere con orgullo su participación en la batalla de Lepanto, así como su herida y la compensación que obtuvo por su valor.

En 1575, ya licenciado del Ejército y llevando en su poder unas cartas de recomendación de sus superiores (las cuales, sin duda, pensaba hacer valer para conseguir su perdón), Cervantes regresó desde Nápoles a España en la galera Sol; le acompañaba su hermano Rodrigo, tres años menor que él, quien también había servido en la Armada en Italia. Durante el trayecto, en algún punto entre Marsella y la actual costa Brava catalana, unas naves berberiscas entablaron batalla contra la galera y la abordaron, tomando, entre otros prisioneros, a Cervantes y su hermano Rodrigo. Paradójicamente, las cartas de recomendación que llevaba Cervantes quizá jugaron en su contra en aquella situación, ya que debieron hacer pensar a los berberiscos que se trataba de un personaje muy importante y que podrían pedir por él un cuantioso rescate.

La vida de Cervantes en este punto resulta en verdad novelesca, y también desafortunada. Permaneció como preso y esclavo en Argel durante cinco años (periodo aludido en varias de sus obras, incluso en el Quijote), e intentó su fuga y la de otros presos varias veces, pero sin éxito, debido, al parecer, a delaciones y traiciones de propios y extraños, con lo cual su cautiverio fue cada vez más severo. Mientras tanto, su hermano Rodrigo pudo ser liberado con el pago del rescate por parte de la familia, ya que su cuantía era mucho menor que la exigida por poner en libertad a Miguel.

De manera semejante al escritor portugués Camões (1524-1580), que tuvo que ser subvencionado por unos amigos para regresar de su atribulado viaje a la India en 1568, Cervantes solo recuperará la libertad gracias a las colectas realizadas por unos religiosos trinitarios entre los mercaderes cristianos de Argel, con las que consiguieron reunir el precio exigido para el rescate por el bey Hazán. Poco antes de su liberación, a Cervantes se le había asignado ya un nuevo destino como cautivo en Constantinopla, y es probable que, de haber sido trasladado allí, quizá no conoceríamos hoy su obra tal y como la conocemos, o tal vez de ninguna manera.

Liberado en septiembre de 1580, Cervantes se embarcó rumbo a Valencia y viajó después a Madrid y a Lisboa (entonces territorio del Imperio español), donde Felipe II le encomendó una misión en Orán. Cumplida ésta, y tras algunas peripecias, regresó a Madrid, donde debió intentar conseguir un destino en América, aunque sin conseguirlo. Y es entonces cuando comienza a escribir. Sus primeras piezas (comedias y tragedias) se representaron, pero están hoy perdidas (excepto El trato de Argel y La Numancia). Es en esa época cuando escribe La Galatea (que se publicaría en 1585),y también cuando mantuvo un romance con Ana Franca de Rojas (esposa de un tabernero), dama de la que él mismo reconoció haber tenido una hija, Isabel. Posteriormente, a finales de 1584, se casó con una muchacha joven (dieciocho años menor que él) y humilde, Catalina de Salazar Palacios. La boda se produjo en Esquivias, pueblo toledano próximo a Aranjuez.

Entre 1587 y 1600, probablemente con su matrimonio haciendo aguas, Cervantes, solo y a disgusto, marcha a Sevilla y recorre Andalucía, primero como comisionado de la recaudación de impuestos, grano y aceite para la Armada, la cual se estaba pertrechando para la guerra contra Inglaterra y creando la famosa Armada Invencible, y después como comisionado de Hacienda. Pero el infortunio volvió a visitar al escritor, ya que fue acusado de apropiación indebida de dinero, quizá, en parte, con motivos fundados o quizá debido a la quiebra de la banca donde depositaba los impuestos recaudados. Así, Cervantes hubo de sufrir prisión temporalmente (en dos ocasiones, hacia 1597) hasta que su recurso de inocencia fue admitido. Además, tampoco sus nuevas peticiones de traslado a las Indias, cursadas en 1590, le habían sido concedidas. (Realmente, Cervantes vive un periodo en que el inmenso Imperio español comienza a dar sus primeros síntomas de crisis militar, política y económica, tanto en Europa, como en América, África y Asia.)

Sevilla, Cádiz, los pueblos andaluces, las ventas y los caminos que tuvo que recorrer Cervantes en esa etapa de su vida, así como las gentes de toda condición con las que trató (campesinos, comerciantes, traficantes e incluso maleantes) quedaron, no obstante, como un inspirador poso en la mente creativa del escritor.

La escritura del Quijote debió iniciarla ya en Andalucía, y la proseguiría en Valladolid, ciudad a la que se mudó en 1603 (esta vez con Catalina), como adjunto a la Corte de Felipe III. Pero, ciertas cuitas referidas a las sospechas de asesinato de un hombre y a la actividad poco moral de algunas mujeres de su casa (no está claro si de su hija Isabel, sus hermanas Magdalena y Andrea o la hija de esta última, Constanza) le produjeron a Cervantes nuevos sinsabores.

En 1606, habiendo publicado ya el Quijote a inicios del año anterior, Cervantes y su familia se trasladan a Madrid, siguiendo de nuevo a la Corte y entrando en contacto con el séptimo conde de Lemos, hombre político y de letras que ejerció cierta protección sobre Cervantes, así como sobre Lope de Vega (con quien Cervantes mantuvo una sostenida disputa literaria de tintes variables). En Madrid vivió los últimos años de su vida, entre las satisfacciones por ir viendo publicada su obra (aunque tardíamente y siempre mal remunerada), el dolor por la muerte de sus hermanas, la decepción por ver denegadas sus nuevas peticiones de traslado y la austeridad de una vida de escritor pobre. El Quijote había tenido mucho éxito y, cuando su popularidad se extendió, Cervantes pudo ver publicadas, a partir de 1613, la mayor parte de sus obras, con el único inconveniente de que no percibía derechos por ellas, ya que los había vendido por un tanto alzado al impresor. (El Quijote tenía un precio aproximado equivalente a tres o cuatro euros de hoy en día.)

Sin descendencia legítima, Cervantes murió en su casa de la calle del León, en Madrid, el 22 de abril de 1616. Tenía sesenta y ocho años de edad, y fue enterrado en el convento de las trinitarias descalzas, sito en la actual calle madrileña que lleva el nombre de Lope de Vega, quien fue, a la sazón y paradójicamente, uno de los escritores coetáneos de Cervantes que más criticaron su obra.

Cervantes y su universo literario

Antes de La Galatea, escrita entre 1581 y 1583, y publicada en Alcalá de Henares en 1585, Cervantes solo había publicado breves comedias y poemas en libros de varios autores. La Galatea, quevenía presentada como «primera parte» (aunque nunca llegó Cervantes a escribir la segunda),1 es una novela pastoril con influencias italianas y de Garcilaso, y, aunque irregular (como toda la obra cervantina),2 ya apunta algunas señas del ingenio posterior del escritor.

La obra poética cervantina se plasmó en canciones, églogas, letrillas, romances, sonetos, y otros poemas menores. Su poesía, dispersa y eclipsada por la rica lírica del momento, no es lo más relevante de su producción literaria; sin embargo, las composiciones en verso insertas en sus piezas de teatro y en determinadas novelas, algunas de ellas jocosas, son quizá las más acertadas y singulares. Como poemas mayores suyos podemos considerar el «Canto de Calíope» (incluido en La Galatea) y el libro Viaje del Parnaso (1614).

Algunas de sus obras teatrales fueron representadas en la época, con una tibia aceptación por el público. El trato de Argel (con rasgos veladamente autobiográficos de su cautiverio) y El cerco de Numancia (o La Numancia, obra histórica) son sus primeras tragedias serias de tono épico. De 1615 son El gallardo español, Los baños de Argel3(alusiva también a su experiencia en Argel) y La gran sultana, las tres de resonancias autobiográficas (siempre veladas) y de ambiente morisco. La casa de los celos y El laberinto de amor son dos comedias menores inspiradas en las figuras del Orlando enamorado (de Boiardo) y el Orlando furioso (de Ariosto), personajes ambos que son una evolución del heroico protagonista del Cantar de Roldán. Más sugeridoras del genio de Cervantes, pero sin alcanzar el valor de sus entremeses, son la comedia de enredo La entretenida, la picaresca Pedro de Urdemalas y la comedia de santos El rufián dichoso (en la que destaca el uso de varios y modernos registros del lenguaje de la época, como en el Quijote).

El logro teatral mayor de Cervantes está en las piezas breves llamadas entremeses, donde, sin gran despliegue de trama o intención, logra reflejar de una manera viva y brillante a unos cuantos personajes arquetípicos (estafadores, vividores, mujeres ligeras de cascos, maridos abúlicos o celosos, sirvientes cizañeros, etc.), así como sus maneras de actuar y de hablar. De entre sus entremeses destacan El retablo de las maravillas, El vizcaíno fingido, El juez de los divorcios y El viejo celoso. Los entremeses de Cervantes aparecieron publicados, en 1615, en un volumen titulado Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados.

La narrativa cervantina iniciada con La Galatea mejora a ojos vistas en algunas de sus Novelas ejemplares, publicadas en un solo volumen en 1613. Se trata de doce relatos breves (o novelas, según el sentido italiano de novella que Cervantes da al término) de diferentes fechas de redacción. Una de ellas deja entrever sus propias experiencias como soldado y cautivo (El amante liberal), y otrasson más fruto de la invención pura (La española inglesa, Las dos doncellas, La señora Cornelia, La fuerza de la sangre).Hoy, las más valoradas y conocidas son La gitanilla, El celoso extremeño, La ilustre fregona, El licenciado vidriera, El casamiento engañoso y, sobre todo, Rinconete y Cortadillo y Coloquio de los perros, ambas de tono picaresco. En Rinconete y Cortadillo, Cervantesmuestra, con gran realismo, un carrusel de personajes marginales, sus alegrías y miserias. En Coloquio de los perros (continuación de El casamiento engañoso),dauna vuelta de tuerca a la ficción al dotar a dos perros (Cipión y Berganza) de la facultad del habla, gracias a la cual van contándose sus vidas. A través del diálogo y los diferentes registros del habla, uno de los grandes aciertos estilísticos de Cervantes, el autor logra plasmar, con gran capacidad de observación y sentido del humor, no solo un exquisito cuadro de las lacras y la condición de la sociedad y del individuo, sino también un genial y humano retrato de los caracteres opuestos (y complementarios) de los dos perros parlanchines.

Las Novelas ejemplares aparecieron entre la publicación de la primera parte del Quijote (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1905)y la segunda parte del mismo (El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, 1615). Póstumamente apareció su novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda (o el Persiles, 1617), en cuya dedicatoria (a su mecenas, el séptimo conde de Lemos) menciona las obras que tenía en mente abordar todavía: «Semanas en el jardín», «El famoso Bernardo» y la segunda parte de La Galatea.

El Persiles se parece mucho más a una antigua novela épica bizantina que a la «nueva novela» que hoy se considera el Quijote, pero es, sin duda, de más calidad que La Galatea, o al menos de mayor vuelo literario e intelectual, ya que encierra la voluntad de Cervantes de elaborar una gran narración al estilo de los clásicos (Heliodoro), basándose más en lecturas eruditas y en una intención ideológica y didáctica (contrarreformista) que en su pulso creador y su personal experiencia vital. El resultado es una novela extraña, no deficiente en su prosa (por momentos más pulcra y bella que ninguna otra de Cervantes), pero quizá anacrónica en su forma, lo cual constituye un ejemplo más de esa irregularidad que marca el conjunto de la obra cervantina.

Al hablar de la literatura de Cervantes se hace necesario acercarse a su verdadera dimensión como hombre y como escritor. Por un lado, su escasa formación inicial lo situaba en un nivel culto, pero no docto (como Góngora, Quevedo o Gracián); por otro, la perfección estilística de su prosa era, ciertamente, superada por la de escritores como Mateo Alemán (autor del Guzmán de Alfarache) o fray Luis de Granada. Sin embargo, lo que ha convertido a Cervantes en un escritor universal es el «ingenio» literario que plasmó en algunas de sus obras y, de manera sobresaliente, en el Quijote. Así, sus eventuales imprecisiones en el uso del lenguaje (faltas de concordancia, anacolutos, cambios repentinos de los tiempos verbales, variaciones de sujeto, etc.)4 o en la estructura narrativa (redundancias, repeticiones, enunciados sin antecedentes, etc.) no impidieron en su época, y tampoco hoy, saborear la esencia de su inventiva literaria. No obstante, para algunos estudiosos, muchos de estos supuestos errores «técnicos» pueden verse como un voluntario juego con el lenguaje y como un rasgo más de la humanidad del escritor y de su intento de reflejar el habla de la época, lo cual redundaba en esa mayor singularidad y libre albedrío de los personajes que, como decíamos antes, constituye un rasgo principal de la novela moderna. En definitiva, todo ello no oculta ni merma la grandeza del arte literario, la «gala y el artificio»5 que contiene el Quijote.

1 Incluso en la dedicatoria del Persiles, publicada póstumamente en 1617, se prometía la segunda parte de La Galatea.

2 Irregular en el sentido de discontinua y cambiante, si bien a fuerza quizá de contratiempos y adversidades, condiciones que a la postre tal vez guiaron su ejercicio de una inventiva arriesgada y genial para la época, especialmente en el Quijote.

3 «Baños» era el término con que los otomanos aludían a las prisiones argelinas.

4 El cervantista Diego Clemencín (1765-1834) destacó tales errores en una, por otra parte, generalmente elogiosa edición del Quijote en 6 volúmenes, cuya mayor parte se publicaría póstumamente (1833-1839). Este punto de vista fundó durante mucho tiempo el tópico de un Cervantes «ingenioso pero lego».

5 Términos usados por el mismo Cervantes en una velada o tal vez ambigua alusión a su propia obra en el capítulo XLIII de la segunda parte del Quijote.

Don Quijote de la Mancha, la invención de un nuevo paradigma novelesco

El Quijote tuvo en su momento un gran éxito entre todo tipo de lectores, e incluso fuera de España, con la única excepción, quizá, de un grupo de escritores españoles de renombre, encabezado por Lope de Vega, que siguieron viendo en Cervantes al escritor irregular que fue. (No obstante, en algunos momentos, Lope se mostró elogioso con Cervantes.)

Parece indudable que Cervantes no buscó plasmar referencias cultas o dejar rastros de erudición en el Quijote, sino más bien proponer una lúcida y divertida invención sobre la sociedad circundante utilizando los referentes literarios de quienes, en efecto, eran ya lectores, pero no necesariamente catedráticos. Por otro lado, hay cierto e innegable sabor humanista en el talante del Quijote. De hecho, Cervantes había sido influido ya en la juventud por el erasmista López de Hoyos, y probablemente tenía presentes algunas reflexiones incluidas en Elogio de la locura, donde Erasmo dice: «Todas las cosas humanas presentan dos aspectos [...]. Todo en la vida del ser humano es tan oscuro, tan diverso, tan opuesto, que no podemos estar seguros en ninguna verdad...».

Al Cervantes del Quijote lo mueve el hoy y el aquí, pero no para plasmar los sucesos políticos del momento, sino un cierto e involuntario desencanto melancólico teñido de ironía y humor, reflejo de la sociedad de su tiempo. Este aspecto, junto a su gran poder imaginativo, quizá ha contribuido a hacer del Quijote una obra universal; universal en el sentido de su versatilidad y capacidad de adaptación a todos los públicos y todas las épocas. Hoy, el Quijote sigue considerándose el arranque más acabado de lo que se llamará después «novela moderna», un género renovado cuya mayor virtud es, tal vez, el permitir al lector sentirse parte de lo narrado y, yendo más allá, constructor de lo narrado. A este respecto, la introducción de un lenguaje fiel a los diferentes registros del habla para describir una realidad cotidiana y reconocible es considerada hoy como un rasgo definidor fundamental de la novela moderna, de la que el Quijote es obra fundacional. Asimismo, como ha apuntado Fernando Lázaro Carreter, el Quijote recoge ya con plenitud otra característica esencial de la novela renacentista que ya se percibe de manera incipiente en el Guzmán de Alfarache, el Lazarillo e incluso en La Celestina: nos referimos al mayor libre albedrío del autor para crear personajes cuyo carácter independiente o autónomo permite poner en sus manos los giros o cambios de rumbo de los acontecimientos narrados.

Si el Quijote ha mantenido tan elevado interés literario a través de los siglos ha sido también por su gran capacidad para reflejar valores inmutables del ser humano. Ya en el periodo romántico, Schelling resaltó que don Quijote y Sancho Panza forman una ecuación en la que el primero representa la cabeza (lo ideal y la fantasía) y el segundo el corazón (lo real, visceral y práctico hasta la tosquedad), o bien las fuerzas del espíritu y de la naturaleza respectivamente. Los dos juntos dan cuerpo al eterno conflicto de la dualidad en las acciones del hombre, guiadas ora por la racionalidad de los sentidos, ora por las ideas sublimadas, amén de suponer una muestra del singular y arquetípico intercambio de roles morales entre las figuras del amo y el criado (o el esclavo). Además, ambos personajes habitan un espacio histórico crítico: el de la transición del viejo modo de vida feudal (ilustrado por don Quijote) al nuevo orden renacentista (representado por Sancho Panza), en el que las rígidas jerarquías sociales sucumbían ante la legítima ambición de prosperar en la vida que tenían las clases medias. Sin embargo, conforme avanza la novela, el hidalgo va ganando en sensatez al tiempo que el escudero adquiere tintes más quijotescos, es decir, adquiere un raciocinio de vuelos más altos. Finalmente, tanto esta matización de ambos personajes como su ambigüedad barroca son otros de los rasgos que argumentan la consideración del Quijote como la primera novela moderna.

Cervantes fue autor tardío. A excepción de La Galatea, casi toda su obra se publicó en los primeros años del siglo XVII. Tanto en teatro como en novela, Cervantes evolucionó desde el tono idealista hasta el sutil humorismo y la parodia sobre las costumbres de su época (a excepción de en el Persiles). En el Quijote,la parodia se descarga a través de la puesta en evidencia del anacronismo de los populares libros de caballerías,6 de los cuales Cervantes demuestra haber sido gran conocedor.

La primera parte del Quijote se publicó en 1605 con el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, y la segunda apareció en 1615 con un título ligeramente distinto (caballero por hidalgo); este cambio se debió a la aparición, en 1614, de un «falso» Quijote titulado Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, impreso en Tarragona y firmado por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, del que se duda aún hoy su verdadera identidad.

Según Menéndez Pidal y otros cervantistas, Cervantes debió inspirarse inicialmente en una obra anónima del siglo XVI titulada Entremés de los romances, en la que un labrador (Bartolo) pierde el juicio de tanto leer romances, abandona su casa y, en su demencia, vive algunos episodios más cercanos al despropósito que a otra cosa. Otros historiadores señalan el posible conocimiento que Cervantes pudiera tener del anónimo de inicios del siglo XIV titulado El caballero Zifar, en el que se narran las peripecias de este caballero y su escudero Ribaldo, el cual le auxilia habitualmente con sus consejos y su prudente actuar.

En cualquier caso, don Quijote era, en su tiempo, un chiste caricaturesco del héroe de las populares novelas de caballerías, así como un trasunto de los épicos paladines de los romances españoles (sobre todo en la primera salida del hidalgo), género este último que Cervantes debió tener en buena estima, aunque para la opinión general fuera más bien indiscernible del de caballerías. Nadie duda ya de las irónicas intenciones de Cervantes en el sentido de parodiar el género de caballerías, el cual debió conocer muy bien y del cual atacó sus aspectos más ramplones y elogió sus mejores trazas. El caballero andante representaba todo lo que era deseable en el hombre del agónico medievo: heroísmo, arrojo y valentía, destreza guerrera, espíritu noble y protector, devoción por su fiel enamorada (en el Quijote, la del Toboso) y un sinfín de virtudes menores que, todas juntas, formaban el ideal del caballero. Este rasgo paródico es llevado por Cervantes incluso a la manera en que se presenta el autor del Quijote, ya que no lo hace como tal, sino como alguien que encontró un manuscrito árabe de un tal Cide Hamete Benengeli (y otro autor a quien no nombra),7 del cual él encargó la traducción a un morisco, recurso harto similar al que habitualmente se presenta en multitud de libros de caballerías y otras obras anteriores.

Después de la parodia de los libros de caballerías que supuso el Quijote, pocos nuevos libros de este género serían ya impresos, aunque su difusión aún se prolongaría algunos decenios. Con su sutil ironía, Cervantes clausuraría, aun sin proponérselo, un género que había disfrutado de enorme éxito entre todas las clases sociales, desde el posadero más «sanchesco» hasta Isabel la Católica, el emperador Carlos V, Ignacio de Loyola y Teresa de Ávila. Si bien los libros de caballerías ya estaba en cierta decadencia antes del Quijote, este géneroiría siendo olvidado paulatinamente desde entonces, y solo siglos después se volverían a valorar académicamente sus mejores recursos, precisamente los que Cervantes apreció y hasta usó de manera magistral para construir su «libro sobre libros» con una estructura narrativa nunca antes pensada.

El Quijote, es decir, Alonso Quijano (apodado «el Bueno»), era, según la descripción de su autor, un hidalgo campesino (es decir, un aristócrata venido a menos) «de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor», «seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza». El de la triste figura imaginaba, además, los amores de una antigua novia de juventud, Dulcinea del Toboso, la musa necesaria de cualquier caballero que se precie. Sus antecedentes se encuentran en el rey Arturo, Lanzarote, Tirant lo Blanc, Amadís de Gaula y tantos otros caballeros inexistentes (salvo en lo biográfico de algunos de ellos). Pero don Quijote presenta un rasgo peculiarísimo: ha enloquecido debido a la lectura de «libros» de caballerías... El hidalgo solo dará signos de recuperar la razón cuando a su alrededor todos parecen volverse locos, o cuando le llega el momento de la muerte.

Sancho Panza, por su parte, tiene su origen en el representante más arquetípico del populacho: el lazarillo y escudero, un personaje vinculado también a la novela picaresca. Sancho es un hombre materialista y práctico; en él domina el sentido común y la astucia. Su saber surge de la sabiduría popular, poco dada a veleidades. A partir de su segunda salida (capítulo VII), don Quijote se hace acompañar por este escudero escéptico pero fiel hasta el punto de confiar en los sueños y desvaríos de su señor aun en los episodios más excéntricos. A partir de entonces, don Quijote y Sancho Panza son, al mismo tiempo, inseparables y opuestos, unidos por su humanidad pero separados por su rango social.

En la segunda parte del Quijote, los papeles de ambos personajes sufren una curiosa metamorfosis. En palabras de Madariaga, mientras don Quijote se va «sanchificando», Sancho Panza se «quijotiza». El materialismo del escudero y el idealismo del caballero se van matizando durante el viaje a Barcelona por tierras aragonesas. Ante la posibilidad de convertirse en gobernador de la ínsula Barataria (lo cual resultará ser solo una farsa para diversión de unos duques), Sancho llega a obnubilarse de la misma manera que don Quijote cuando se encomienda a su Dulcinea en alguna quimérica misión. Ambos dejan de tocar de pies a tierra cuando la ilusión los domina, pero, de todas formas, sus ambiciones siguen siendo radicalmente distintas.

Paulatinamente, don Quijote se torna cada vez más sensato, y deja de ver gigantes y yelmos donde solo hay molinos y bacías de barbero. Más tarde, ya en su pueblo y esperando la muerte, el hidalgo recobra la cordura, llegando incluso a dirigirse a Sancho con algunos refranes populares, cosa que extraña sobremanera al escudero, que siempre había recibido reprimendas por su hablar vulgar y sentencioso. Del mismo modo, ya en su lecho de muerte, don Quijote escucha cómo Sancho le recuerda apasionado sus caballerescos sueños.

En la primera parte, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Alonso Quijano enloquece y sale de su pueblo, convertido en don Quijote, en busca de aventuras y de alguien noble que lo nombre caballero. En una simple venta de un camino se produce la farsa de su nombramiento, y más tarde unos mercaderes lo apalean. De regreso en su casa, su familia y el cura deciden quemar los libros que se le han metido en la cabeza, de los que solo salvan unos pocos.En sus alucinaciones, don Quijote cree ser diferentes personajes, pero tras coger como escudero a Sancho, su personaje será ya siempre don Quijote.

Los episodios de la segunda salida de don Quijote son tan universales que basta recordarlos: la lucha contra los molinos, que él cree gigantes; la venta, que él imagina que es un castillo; los rebaños de ovejas, que son ejércitos enemigos; la bacía de barbero, que él cree el mágico yelmo de Mambrino...

En el prólogo de la segunda parte, El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, Cervantes desprecia al tal Avellaneda, plagiador de su Quijote (no sin mérito, ya que logró imprimir varias ediciones ante la demanda de los lectores). Aquí, y durante una gran parte del libro, don Quijote da un giro y parece no sufrir alucinaciones, pero solo cuando se le quieren presentar las cosas aviesamente o con la sola intención de darle la razón en su delirio. Se narra aquí su tercera y última salida, iniciada con el encargo a Sancho de buscar a su Dulcinea y la negativa de don Quijote a aceptar que la sencilla moza que Sancho le muestra sea su idolatrada dama. Luego viene otro fingimiento con el que Sancho quiere hacerle recapacitar para volver a casa: el bachiller Sansón Carrasco se hace pasar por caballero para afrentarlo, vencerlo y convencerlo de su regreso, pero fracasa al ser derrotado por don Quijote en la lid, de modo que todo continúa su curso. (Incluso Sancho comienza a creer en la caballerosidad de su señor.)

Otros episodios posteriores son los de los leones, el de la cueva de Montesinos y los de la llegada a Aragón, donde unos duques se divierten sobremanera fomentando las fantasías del hidalgo, y también de su escudero, a quien prometen el gobierno de la imaginaria ínsula Barataria. En este punto, los trayectos de don Quijote y Sancho se separan temporalmente, hasta que el escudero descubre la farsa y regresa a su encuentro. Después, de camino a Barcelona, se encuentran con el bandolero Roque Guinart (curiosa inserción de un personaje histórico real, el bandolero Perot Roca Guinarda), y las aventuras empiezan a cobrar realidad, ante lo cual, sorprendentemente, don Quijote no parece exacerbar sus delirios, sino que muestra una actitud más contemplativa y reflexiva. Y lo mismo ocurre una vez llegados a Barcelona, durante la aventura de la cabeza encantada (una suerte de máquina autómata, casi de ciencia ficción), en la visita a la imprenta donde están imprimiendo el falso Quijote de Avellaneda y en el capítulo en el que don Quijote recibe una invitación a viajar en una galera, navegación que acabará en un confuso enfrentamiento con una nave otomana cuya tripulación, finalmente, venía en son de paz.

Ya en tierra firme, en la playa de Barcelona, el bachiller Carrasco vuelve a disfrazarse (caballero de la Blanca Luna) para retar a don Quijote, al que vence esta vez; dicha derrota marca su regreso a la aldea manchega (no exento de otras peripecias), donde morirá al poco.

Numerosos relatos digresivos y otros episodios acontecen en el Quijote, uno de ellos, el del «curioso impertinente», fue muy cuestionado incluso en su momento por su mayor o menor pertinencia narrativa. Aunque este aspecto no ha de extrañar si consideramos la libertad con la que Cervantes va construyendo la novela y la acumulación de referencias que introduce: pastoriles, picarescas, humorísticas, históricas e incluso de autorreferencia a la misma obra que está escribiendo. En este sentido, otro aspecto curioso del Quijote es que el tema del amor, tan presente en gran parte de la narrativa anterior a Cervantes, aparece aquísolo como ineludible mención a este universal código de relación entre los sexos, pero nunca como motor de las varias peripecias que acontecen, ni del nudo (si se puede decir), ni de los asuntos; sorprende también la inexistencia de verdadera intención erótica en toda la obra, más allá de ciertas sentencias jocosas y procaces de Sancho.

Si el Quijote es en gran parte deudor de toda una tradición novelesca previa, la de caballerías, picaresca y pastoril, tradición a la cual parodia y ensalza al mismo tiempo, la huella de esta obra de Cervantes se ha plasmado en un sinnúmero de novelas posteriores hasta hoy. Una de las primeras influencias la encontramos en las grandes novelas inglesas del siglo XVIII (como en Moll Flanders, de Defoe, Los viajes de Gulliver, de Swift, Historia de Tom Jones, de Fielding o Vida y opiniones de Tristán Shandy, de Sterne), una de las cuales hace incluso referencia directa a la obra cervantina en su mismo título: Historia de las aventuras de Joseph Andrews y de su amigo el señor Abraham Adams, escrita a imitación de la manera de Cervantes, autor de Don Quijote, de Henry Fielding. Desde ahí, pasando por autores como Victor Hugo, Charles Dickens, Herman Melville, Flaubert, Dostoievski, Mark Twain o Franz Kafka, hasta escritores contemporáneos, el Quijote ha permanecido como una referencia inevitable en el quehacer de la novelística.

Para la presente edición hemos tomado las ilustraciones y notas editados por Ignacio Cumplido y las hemos actualizado teniendo en cuenta las más recientes ediciones críticas.

Sergio Aguilar Giménez

6 Al final de la Segunda Parte (Capítulo LXXIII), la novela acaba señalando: «…pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna. Vale.». Y del mismo tenor son otras alusiones referidas en el Prólogo.

7 Bajo estos dos alter ego se recogen además relatos de otros supuestos narradores menores, lo cual da una idea de la proliferación de voces (o pseudovoces) autorales que Cervantes aporta como novedad radical en la prosa novelesca.

[Preliminares]

Tasa

Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del rey nuestro señor, de los que residen en su Consejo, certifico y doy fe que, habiendo visto por los señores de él un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del dicho libro a 3 maravedíes y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta el dicho libro 290 maravedíes y medio, en que se ha de vender en papel; y dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del dicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y para que de ello conste, di la presente en Valladolid, a 20 días del mes de diciembre de 1604 años.

Juan Gallo de Andrada.

Testimonio de las erratas

Este libro no tiene cosa digna que no corresponda a su original; en testimonio de lo haber correcto, di esta FE. En el Colegio de la Madre de Dios de los Teólogos de la Universidad de Alcalá, en primero de diciembre de 1604 años.

El licenciado Francisco Murcia de la Llana.

El rey

Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue fecha relación que habíades compuesto un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, el cual os había costado mucho trabajo y era muy útil y provechoso, nos pediste y suplicaste os mandásemos dar licencia y facultad para le poder imprimir, y privilegio por el tiempo que fuésemos servidos, o como la nuestra merced fuese; lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hicieron las diligencias que la premática últimamente por nos hecha sobre la impresión de los libros dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos, en la dicha razón; y nos tuvímoslo por bien. Por la cual, por os hacer bien y merced, os damos licencia y facultad para que vos, o la persona que vuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir el dicho libro, intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, que desuso se hace mención, en todos estos nuestros reinos de Castilla, por tiempo y espacio de diez años, que corran y se cuenten desde el dicho día de la data de esta nuestra cédula; so pena que la persona o personas que, sin tener vuestro poder, lo imprimiere o vendiere, o hiciere imprimir o vender, por el mismo caso pierda la impresión que hiciere, con los moldes y aparejos de ella; y más, incurra en pena de 50.000 maravedíes cada vez que lo contrario hiciere. La cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare, y la otra tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. Con tanto que todas las veces que hubiéredes de hacer imprimir el dicho libro, durante el tiempo de los dichos diez años, le traigáis al nuestro Consejo, juntamente con el original que en él fue visto, que va rubricado cada plana y firmado al fin de él de Juan Gallo de Andrada, nuestro escribano de Cámara, de los que en él residen, para saber si la dicha impresión está conforme el original; o traigáis fe en pública forma de cómo por corrector nombrado por nuestro mandado, se vio y corrigió la dicha impresión por el original, y se imprimió conforme a él, y quedan impresas las erratas por él apuntadas, para cada un libro de los que así fueren impresos, para que se tase el precio que por cada volumen hubiéredes de haber. Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro, no imprima el principio ni el primer pliego de él, ni entregue más de un solo libro con el original al autor, o persona a cuya costa lo imprimiere, ni otro alguno, para efecto de la dicha corrección y tasa, hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo; y, estando hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, y sucesivamente ponga esta nuestra cédula y la aprobación, tasa y erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en las leyes y premáticas de estos nuestros reinos. Y mandamos a los del nuestro Consejo, y a otras cualesquier justicias de ellos, guarden y cumplan esta nuestra cédula y lo en ella contenido. Fecha en Valladolid, a veinte y seis días del mes de septiembre de mil y seiscientos y cuatro años.

YO, EL REY.

Por mandado del rey nuestro señor:

Juan de Amezqueta.

Al duque de Béjar,

marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de La Puebla de Alcocer, señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos

En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos que, conteniéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.

Miguel de Cervantes Saavedra.

Prólogo

Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te exenta y hace libre de todo respecto y obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella.

Solo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la innumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribirle y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.

—Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? Pues ¿qué, cuando citan la Divina Escritura? No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado distraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oírle o leerle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A B C, comenzando en Aristóteles y acabando en Jenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallaste; bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.

Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa, me dijo:

—Por Dios, hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones. Pero ahora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo, en un abrir y cerrar de ojos, confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.

—Decid —le repliqué yo, oyendo lo que me decía—: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?

A lo cual él dijo:

—Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mismo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren de esta verdad, no se os dé 2 maravedíes; porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribiste.

«En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscarle; como será poner, tratando de libertad y cautiverio:

Non bene pro toto libertas venditur auro.

Y luego, en el margen, citar a Horacio o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la muerte, acudir luego con:

Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas,

regumque turres.

Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios: Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico:

Donec eris felix, multos numerabis amicos,

tempora si fuerint nubila, solus eris.

Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy.

»En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer de esta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con solo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: «El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según se cuenta en el Libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe». Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: «El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de oro, etc.». Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mismo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro.

»Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A