Dos gotas - Victoria Romano - E-Book

Dos gotas E-Book

Victoria Romano

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Beschreibung

Lucía es artista; Cisca, una abogada exitosa. Lucía es perseguida por un exnovio violento que pone en peligro su vida. Cisca queda atrapada en un derrumbe y una sensación de angustia desconocida se apodera de ella. De la noche a la mañana, el rumbo de sus vidas se tuerce por completo y la tragedia será la que cruce sus caminos. Dos gotas es una novela atrapante, entretenida y contemporánea, que pone en la voz de sus propios personajes un rompecabezas que los lectores armaremos a través de una trama inteligente, intrigante y, a la vez, emotiva. Una historia donde cada situación pondrá en juego las relaciones personales, las diversas formas de amor, la maternidad, la fragilidad de la confianza, pero sobre todo la posibilidad de tomar el control de nuestra vida y nuestras propias decisiones, para ser felices.

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Índice

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Créditos

Dedicatoria

Dos gotas

Sobre la autora

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Dos gotas

Victoria Romano

Créditos

Dos Gotas

© de los textos: Victoria Romano

© de esta edición: Editorial Tequisté, 2022

Corrección: M. Fernanda Karageorgiu

Diseño gráfico y editorial: Alejandro G. Arrojo

1ª edición: mayo 2022

Producción editorial: Tequisté

[email protected]

www.tequiste.com

ISBN: 978-987-8958-03-3

Se ha hecho el depósito que marca la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su tratamiento informático, ni su distribución o transmisión de forma alguna, ya sea electrónica, mecánica, digital, por fotocopia u otros medios, sin el permiso previo por escrito de su autor o el titular de los derechos.

LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA

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Romano, Victoria

Dos gotas / Victoria Romano. - 1a ed. - Pilar : Tequisté. TXT, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8958-03-3

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Contemporánea. 3. Novelas. I. Título.

CDD A863

Dedicatoria

Este libro está dedicado a la memoria de mi adorado padre, porque su presencia vive.

A mi madre, por su amor incondicional.

A mi tía Patricia, porque el vínculo que formamos es único.

A mis primas y hermanas, Macarena y Trinidad, porque me abrazaron en el amor, y en tantas cosas más.

A mis queridos hermanos, por todo el camino recorrido, en la peor de las tempestades, tomados de la mano.

Y a mis sobrinos y sobrinas, porque su cariño me atraviesa el corazón.

Dos gotas

CISCA

Me levanté poco antes de las siete, seguía dormida. Me cambié y bajé a desayunar. Lalo, uno de mis perros, me miraba desde el piso de la cocina sin ánimos de levantarse y Mini no paraba de dar vueltas. Creo que a esa hora comparto el malhumor de Lalo. Igual me imagino que a un perro el fastidio puede durarle unos pocos segundos, nosotros, los humanos somos un poco más complejos.

Agarré la notebook, la cartera, las llaves del auto y salí de casa.

Vivo en un barrio tranquilo en las afueras de la ciudad. Lo que más me gusta de mi casa es el jardín. Tiene muchas plantas y flores de todos los colores. Hay algo del gran paisaje que no toco, la parrilla. Le cedo el uso a mis amigos y familia que hacen las mejores parrilladas del mundo.

Soy abogada y junto con Marcos y Lucas estoy al frente de un importante estudio jurídico en el centro de la ciudad. En la semana corro bastante contra reloj —reuniones, solución de conflictos, los clientes te cuentan sus problemas personales, los legales y nosotros tratamos de escuchar y solucionar todo lo que se pueda— por eso intento pasar mis fines de semana de un modo tranquilo alejada de los ruidos de la ciudad, ayuda al balance. Lo complicado es tener que afrontar el traslado diario, mis colegas no entendían como cambiaba horas de sueño por una casa lejos, pero son elecciones y, aunque algunos días de la semana llegaba medio tarde, otros, me los arreglaba para trabajar desde casa o escaparme más temprano. Cuando llegaba a mi hogar y salía a pasear con mis mascotas, todo cobraba sentido. Esa mañana el tránsito estaba fatal y tenía que pasar por la empresa de Alberto a revisar documentación, estaba demorada. Vaticinaba un día complicado, nunca me imaginé hasta qué punto.

Parte de lo que iba a chequear era material con el que íbamos a trabajar durante la semana y el fin de semana, digo debíamos, pero en realidad la única que iba a trabajar el sábado era yo, mis otros socios preferían quedarse hasta tarde en la semana. Formábamos un gran equipo, trabajábamos juntos desde hacía varios años y no nos podíamos quejar, nuestro estudio crecía, y con eso también las responsabilidades y el stress.

Le había avisado a Alberto que cuando llegara iría directamente al archivo de su empresa. Tenía mucho que analizar y, si bien era información que luego estudiaría en el trabajo, recolectarla era algo pesado y había salido “sorteada” para hacerlo.

En el lugar me esperaba Miguel, me había separado la mayoría de las cosas que necesitaba en cajas con distinta identificación, detalle no menor, porque me alivianaba bastante el trabajo. Ese día Miguel me dijo que se quedaría cerca por si se me ofrecía algo.

Había pasado casi dos horas leyendo y clasificando documentación y sentí que era momento de un descanso, me quedaban fácil dos horas más y necesitaba algo de aire, descansar, tomar un café y sacudir las ideas. Le dije a Miguel que dejara todo como estaba que en media hora volvería, y en ese momento un ruido como de explosión hizo que no pudiera escuchar lo que me respondió, empezó a temblar todo, los estantes se movían de un lado a otro, casi de manera histérica. O estaba en medio un derrumbe, o alguien había puesto una bomba o era el fin del mundo. Mi cerebro iba tan rápido que casi no podía moverme, fue un instante, con la poca lucidez que me quedaba atiné a correr lo más que pude hacia la salida, pero no llegué. A mitad de camino quedé atrapada entre dos estantes que formaron como una especie de triángulo. De pronto, todo se volvió negro.

MARCOS

Pedir un minuto de calma en plena mañana con tres hijos (dos aún chicos) es mucho. Emilio, Luz y Tomás son mi mundo, bueno debo decir que el fútbol también, junto con la profesión. Mis hijos son mi punto débil, por eso cada vez que quiero desayunar tranquilo opto por levantarme más temprano, eso implica que sean las 6.30 de la mañana, ok, calavera no chilla. Tenía que afrontar un martes de rutina, alguna que otra reunión, redacción de escritos, algunas llamadas, pero nada del otro mundo. Esos días de la semana trataba de dejarlos para mí, salía de la oficina y me iba a jugar al fútbol con mis ex compañeros del colegio. Teníamos un buen grupo con el que nunca nos dejamos de ver, la tradición de juntarnos no se cambiaba. Si era posible nos quedábamos con un par a cenar algo por ahí. La gente odia los martes (porque no son viernes) pero yo los disfrutaba.

El estudio quedaba en plena zona céntrica, cerca de una avenida principal, bancos y algunas oficinas públicas. En frente teníamos una plaza, a la que muchas veces recurrí cuando necesitaba pensar sin que nadie me molestara. El edificio era moderno. Tenía tres despachos principales, dos más pequeños para los asociados, un gran espacio con varios cubículos (solían estar ahí los pasantes), la sala de reuniones y una cocina grande con todo lo que se pudiera necesitar para preparar café y alguna comida rápida. Tengo que agradecerle a mi querido Andrés, amigo personal, confidente de toda la vida y padrino de uno de mis hijos. Esos que en las malas se ponen la camiseta y salen a acompañarte. Gracias a él hicimos un gran negocio cuando lo compramos.

Ya en la oficina, me recibió Pamela y me pidió por favor que fuera directamente al despacho de Lucas, estaba nerviosa, no me dio tiempo a preguntarle cuál era el motivo. Luc salió disparado a mi encuentro.

—Hola, ¿qué pasa? ¿Para qué me necesitas con tanta urgencia? —vi las caras de los dos, algo estaba mal, bah, pésimo—. Cisca tuvo un accidente. 

De pronto el mundo dejó de existir, se me vino a la cabeza Cisca y todo lo que tenía que ver con ella. Nuestro vínculo era algo incierto, siempre era un no sé, porque la quería mucho, pero no como una hermana, ni como una amiga, o quizás sí, pero uno con los amigos comparte cosas y con ella no las compartía, pero a su vez… la cantidad de charlas, risas, miradas, y esa noche, hacía muchísimos años, cuando festejamos que por fin éramos abogados. 

Durante la cursada, no había pasado más que de algunos besos sueltos cuando íbamos a festejar que aprobábamos un final. El día que por fin terminamos la carrera, tuvimos sexo, en realidad hicimos el amor, no me gusta decirlo así, pero referirme a esa noche solo con el acto sexual, distaría mucho de lo que ambos sentimos. Se podría decir que “fuimos amor”.

Fue una semana antes de navidad, la invité a cenar a un restaurante de mucha onda en esa época. Me acuerdo todavía lo que tenía puesto: una musculosa blanca, con un short de jean, simple pero hermosa, su pelo suelto, y ese perfume tan típico de ella que dejaba su fragancia flotando por horas. 

Después de comer fuimos a mi casa, sabía que no iba a haber nadie porque estaban todos en la quinta de mis abuelos. Como Cisca estaba nerviosa, estuvimos de acuerdo en cerrar la puerta de mi cuarto con llave. 

La adrenalina de estar a punto de tener sexo en mi casa me generó una sensación extra. Nos besamos, ella se acercó un poco más. 

—Te pido que vayamos despacio, no estuve con nadie y tengo un poco de miedo.

—Tranquila, yo te cuido.

Me puse un poco más nervioso porque no quería hacer las cosas mal. Volví a besarla muy despacio, con caricias, sin apuro, creo que no dejé un centímetro de su cuerpo sin acariciar. Sentía su perfume y quería quedarme viviendo en su olor. Traté de desabrocharle el corpiño y de los nervios se me patinaban los dedos. Nos reímos y seguimos besándonos. Lo difícil fue parar la excitación que tenía para ponerme protección. No lo dudé, con Cisca no había chances de no cuidarnos. Mis ganas junto con sus nervios no fueron la mejor combinación, pero estaba seguro de que íbamos a tener muchos más encuentros para mejorar nuestra intimidad.

—Sos tan linda, me quedaría así toda la vida. 

—Yo también, a pesar de los nervios esta noche fue lo más, pero sabés que papá se pone medio loco si no llego a la hora que arreglamos. 

—Obvio, unos besos más y te llevo.

Cuando la dejé en su casa no me imaginé que algo tan hermoso iba a durar tan poco. 

Volví de mis pensamientos sin poder creer lo que pasaba.

—¿Qué? ¿Cómo que un accidente? ¿Dónde? ¿Está bien? ¿Está internada? ¿A dónde vamos a buscarla? 

—Pará un poco con las preguntas, Marcos, cálmate por favor, déjame hablar. —Tenía razón, estaba histérico, no podía procesar lo que estaba pasando—. La persona que llamó por teléfono era Alberto, el edificio de su empresa sufrió un derrumbe, un escape de gas o algo así, parte del lugar se vino abajo, se enteró porque una de sus secretarias vio todo desde la calle, están haciendo tareas de rescate, por lo que se sabe Cisca llegó a la empresa y estuvo trabajando en el archivo, no estaba sola, un tal Miguel estaba ayudándola, están los bomberos trabajando en el lugar, no se sabe mucho más, hay que esperar. 

Me costaba mantenerme en eje, mi cabeza era un caos. Me saqué el saco, me aflojé la corbata y le dije a mi amigo:

—¡Lucas! Cisca está atrapada entre miles de escombros, quién mierda sabe en qué estado ¿y nosotros vamos a quedarnos acá sentados en la oficina esperando que alguien se digne a llamarnos? De ninguna manera, vos estás demente si pensás que voy a quedarme acá, como sea voy.

—Marcos, ni aunque fuéramos familia podríamos pasar, no somos médicos ni bomberos, somos simples seres humanos, de ninguna ayuda. 

Lucas tenía razón, no tenía ningún sentido irme de la oficina, ahí por lo menos iba a estar más contenido. En ese momento sonó el celular, era mi esposa Carolina, que no se había enterado de nada y me estaba haciendo un planteo ridículo por un evento familiar, no tenía la culpa. En otro momento también me hubiera jodido, pero no al punto de querer cortarle el teléfono y decirle que no entendía nada. Le contesté como pude lo que había pasado, recalculó el tono y el planteo, se mostró preocupada y me pidió que la mantuviera al tanto. Entre ellas no había casi vínculo, salvo algunos eventos familiares donde mi esposa consideraba que quedaba bien invitar a los socios de mi estudio, yo no le encontraba mucho sentido ni me interesaba, a Cisca menos. Figurar no estaba en sus características, algo que siempre me gustó de ella. En mi caso, vengo de una familia donde el tema de lo que queda bien y lo que se debe hacer pesa mucho, creo que por eso les gustó tanto que me pusiera de novio con una chica como Caro. 

Cuando corté fui a la sala de juntas, teníamos una tv, la prendí a ver si de casualidad había algo y sí, efectivamente dos canales centrales estaban con el tema.

CISCA

Me desperté tosiendo y con un dolor de cabeza muy fuerte, lo primero que pensé fue “estoy viva pero atrapada en un archivo”, un panorama trágico. El triángulo formado por los estantes me dejó moverme un poco, miré mi reloj y calculé que había estado unos quince minutos inconsciente, me toqué la cabeza y el resto del cuerpo, noté un pequeño corte en la rodilla, otro en la cabeza y un raspón en el brazo y bastante dolor, me alivió saber que no tenía nada grave. El archivo se encontraba completamente destruido, por lo menos yo estaba entera, y eso me daba la esperanza y la posibilidad de luchar para poder pedir ayuda, no tenía idea cómo. La cabeza no dejaba de dolerme, pero tenía que olvidarme un poco del dolor para mantener la calma. En esos momentos tan límites sentí que era donde uno se juega la permanencia en este mundo, pensé que tenía que hacer lo que fuera para subsistir, el famoso instinto de supervivencia por el que nunca había tenido que pasar, pero acá estaba, atrapada entre papeles, escombros y con muchísimo miedo de que todo terminara. Me empecé a preguntar, ¿qué pasaría si ese fuera el último momento de mi vida?, si nadie lograba rescatarme, cuántas cosas me habían quedado pendientes, viajes, cursos, conversaciones, miradas, verdades. Me angustié mucho, empecé a sentir falta de aire, pero algo raro, era como revivir a una situación del pasado en la que había estado encerrada. No tenía idea de qué era, pero había algo que se había disparado y estaba empezando a marearme. Volví a pensar en todas las cosas que había dejado atrás, el abandono repentino de mamá, papá hecho un trapo de piso, y Marcos, pensar en él fue lo que más me contrario. ¿Qué hacía en un momento límite de mi vida pensando en él? De pronto, no sabía si era mejor quedarme ahí encerrada o volver al mundo. Cuando me recuperé un poco me di cuenta de que algo me molestaba, era la cartera. Me acordé de que tenía una botella de agua, tomé un sorbo porque mi tos se volvía cada vez más constante. Los nervios y el polvo no eran buenos aliados, igualmente tenía que administrar el líquido que tenía porque realmente no sabía cuándo me iban a sacar de ahí.

Al poco tiempo, empecé a sentir unos ruidos lejanos, como una especie de gemido. Traté de agudizar el oído para escuchar bien, parecía que el sonido provenía desde atrás, tenía que ser Miguel, durante el tiempo que había estado trabajando en el lugar no me pareció haber visto a otra persona. Miguel estaba cerca porque podía escucharlo, y parecía herido, traté de aclarar la voz y le hablé para saber cómo estaba.

Volví a escuchar los gemidos, aparté los papeles que había atrás mío para tratar de encontrar un hueco y ver quién estaba. La pila de papeles junto con algunas cajas era muy grande, moví todo lo que pude y traté de respirar lo menos posible porque el movimiento ayudaba a que apareciera más polvo. Hice un hueco y vi que había un cuerpo tendido del otro lado, tenía que usar toda mi habilidad para poder llegar hasta donde estaba. Me moví muy despacio, primero traté de pasar mi cartera, para contar con el agua. Fui arrastrándome por el hueco para llegar del otro lado y ahí estaba Miguel, sí, era él, su pierna derecha estaba atrapada por un estante, se había cortado la frente y el brazo, eran cortes pequeños, pero lo preocupante era su pierna.

—¿Señorita Francisca es usted? ¿Dónde estamos? ¿Qué paso?

—Sí, Miguel, soy yo, hubo un derrumbe o algo así, estamos atrapados, tenemos que ver la manera de pedir ayuda. 

—No creo que haya forma de que nos rescaten, estamos en un subsuelo, lleno de escombros, rodeados de papeles y cajas, ¿quién va a escucharnos? Tengo una pierna trabada, no voy a aguantar mucho. 

Tenía que darle confianza a este hombre o realmente iba a perderlo en menos de un minuto.

—Miguel, necesito que me mires y que prestes atención a lo que voy a decirte: vamos a salir de acá, vamos a intentarlo, la cosa está difícil, pero necesito que confíes en mí y que estés lo más tranquilo posible, ya se nos va a ocurrir algo.

Noté que su mirada se enterneció, y que estaba haciendo un esfuerzo muy grande por devolverme una sonrisa. 

Saqué la botella de agua y le di de tomar un sorbo, me fijé que la pierna estaba completamente atrapada y no paraba de quejarse del dolor, no sabía si tenía algo clavado o simplemente era el peso de todo lo que le había caído encima. Mi cabeza seguía a mil revoluciones por minuto, el tiempo pasaba y cada vez me costaba más mantenerme entera.

CISCA

Habían pasado unas tres horas y ninguna señal de rescate, cada vez se hacía más complicado respirar, aguantar, se me ocurrió distraer a Miguel y preguntarle por su vida. Hablaba pausado, me contó que estaba casado hacía cuarenta años con Dora, el amor de su vida, que tenía dos hijos y tres nietos, le gustaba mucho la jardinería, a eso se dedicaba en sus ratos libres y que, si bien trabajar como mantenimiento en una empresa no era lo que había soñado para su vida, era una persona feliz. Su relato me dio ternura y tristeza a la vez, la manera en la que me habló de su esposa me hizo preguntar si algún día podría tener algo así. El vínculo de mis padres era nulo y el peor de los ejemplos. La charla lo animó un poco, me preguntó por mí, le conté de mi vida, del trabajo, y ahí me di cuenta de lo poco que tenía para decir de mi vida personal, todo se resumía a logros académicos, algunos viajes, pero no mucho más. Me quedé callada. Miguel me pidió disculpas porque me notó angustiada; le dije que no era él, pero que me había dado cuenta de que si nos quedábamos atrapados ahí no tenía tanto por lo que salir, que mi infancia había sido difícil. Era una locura contarle todo esto a un completo extraño, yo, la reina del hermetismo y la de la sonrisa dibujada, pero sentía la necesidad de abrirme frente a tanto encierro.

De repente, escuché ruidos, una voz a lo lejos, traté de respirar hondo y con la poca energía que me quedaba grité: “¡Ayuda, por favor, necesitamos ayuda!” La voz se presentó y nos dijo: “Soy Pedro, vamos a rescatarlos”.

La emoción había tomado todo mi cuerpo, creo que de la alegría y los nervios me había olvidado de cuánto me dolía la mano. Le expliqué a Pedro que estaba con alguien más que tenía una pierna atrapada. Cuando llegaron a nosotros una mujer me agarró y me empezó a llevar a la salida, miré para atrás, no quería dejarlo a Miguel, pero no tenía sentido que me quedara. Ya en la calle sentí que la presión me bajaba a cero, vi todo negro y me desmayé.

Me desperté en una habitación, no entendía nada, tardé unos segundos en recordar el accidente, a Miguel, y el rescate. Traté de incorporarme, pero una voz muy serena me dijo:

—Tranquila, hija, no te esfuerces, pasaste por mucho.

La voz que necesitaba oír, la de mi papá, esa voz que podía identificar a miles de kilómetros. Formábamos ese equipo invencible, nosotros y el mundo, porque era así de simple y de complejo a la vez. Mi padre y mi madre se habían divorciado cuando yo tenía seis años. Tengo el recuerdo de haberme levantado varias mañanas a desayunar y preguntarle a mi papá por ella. La misma respuesta: “se fue de viaje, Paquita, en unos días vuelve”. Quien cumplió el rol de madre fue mi adorada Carmela, hermana de papá y mucho más que eso.

—Papá, estoy en un hospital, ¿no? Me duele bastante la cabeza, y la mano. ¿Sabés cómo está Miguel?, el señor que quedó atrapado conmigo. 

—Paquita —los únicos que me llamaban así eran papá y Carmela—, mi amor, voy a avisarle a los médicos que ya estás despierta.

A los pocos minutos, entraron en la habitación una enfermera y una médica, se presentaron como la Dra. Rubiarte y creo que la enfermera dijo que se llamaba Rosa, yo seguía un poco atontada. 

—Hola, Francisca, ¿cómo te sentís?, ¿algún dolor en particular? 

—Me duele la cabeza y la mano, por lo demás me siento bien. 

—Por el dolor de cabeza no te preocupes, hicimos una tomografía cuando vimos el corte en tu frente, queríamos descartar cualquier cosa, el resultado salió bien; el dolor de tu mano responde a un esguince en la muñeca, nada grave. 

Presté atención a lo que me estaba explicando y eran buenas noticias, agradecí y pregunté por Miguel. 

—Francisca, lo lamento, el señor Ordoñez no sobrevivió. Llegó al hospital con su pierna muy comprometida, tuvo una hemorragia y falleció.

Mientras la doctora me hablaba noté que se me aceleraba el corazón, estaba nerviosa, sabía que Miguel no era parte de mi familia. Nos habíamos visto solo dos veces. Quizás la angustia era por el momento de intimidad compartido mientras esperábamos el rescate, su perdida me afectó mucho. Me temblaba el labio, papá se acercó para contenerme y Rosa me dio algo para calmarme. Quería estar un rato sola y dormir. 

LUCÍA

Creo que, en el fondo, siempre corremos, no sé a dónde o hacia qué, pero lo hacemos. La gente corre con la mente, con las palabras, con sus acciones. Necesito salir a correr para liberarme de todo. Por lo general si no estoy pintando, o de salida con amigas, estoy corriendo.

Hace tiempo que ya ni siquiera salgo con música, mi mente tiene que poder divagar tranquila. Me pasa que cuando escucho música inevitablemente me transporto a una situación del pasado, o estoy pensando en el futuro, me acuerdo de alguien que no está más en mi vida, alguna relación rota, en lo que me gustaría hacer con mi vida y no hago. Por eso, mejor, oxigenar, divagar y dejar pasar.

Ese día, el mundo era un lugar más hostil y oscuro, me habían avisado hacía unas horas que mi abuela había fallecido. Esa matriarca de acero con un corazón de algodón había dejado este mundo, y un poco me había dejado a mí, no concebía la vida sin Meme. Cuando mi papá se la pasaba viajando por trabajo y mamá pasaba horas en su habitación deprimida, ahí estaba ella, para cocinarnos, para ayudarme con alguna tarea, para elogiar mis primeros pasos como artista. Llegó a acompañarme al médico porque a Alicia, mi mamá, siempre le dolía mucho la cabeza, las famosas migrañas que se traducían en: “no puedo sola y tu papá no está nunca, lo siento, es mucho para mí”. Papá era capo de un laboratorio farmacéutico con sede en el país, la casa matriz estaba en USA, por eso los viajes todo el tiempo, y de paso escaparse un poco de la familia. Crecí así y medio que al principio no me daba cuenta y estaba re bueno tener el mejor regalo para mi cumple y vacaciones en Disney a cada rato, pero a medida que fui creciendo las ausencias cada vez duraban más, y Meme salía al rescate. Me acuerdo de que, cuando terminé quinto año, recibí un premio destacado en arte. Papá prometió que iba a llegar y apareció al otro día, echándole la culpa a Alicia de que le había pasado mal la fecha, discutieron tanto que pensé que se venía el divorcio, pero no. Había una especie de arreglo entre ellos que jamás entendí. No me importó su ausencia, mi abuela estaba ahí alentándome y curándome de todo, ella fue la que me inició en el mundo maravilloso de la Astrología y el Tarot. Era lo único en que mis padres y mi hermano coincidían: según ellos todo eso era una chorrada que solo le sacaba plata a la gente y no servía para nada. A veces teníamos que irnos a algún lugar alejado para que me tirara las cartas y así nadie nos molestara, después de las sesiones nos tomábamos un café con medialunas y nos reíamos de lo difícil que era conectarse con alguien en nuestra familia.

El aire fresco me rozaba las mejillas y me hacía feliz. A unas cuadras de donde vivía había un parque muy grande por el que me encantaba correr y hacer deporte. Amaba ese lugar, el día acompañaba no hacía ni mucho frío ni tanto calor, estaba ideal, había poca gente, no podía quejarme, aunque un poco sí. Meme de mi corazón, va a ser imposible vivir sin vos, qué cagada un mundo sin tu presencia física, te sentías responsable porque Horacio, tu hijo, no estaba nunca y tu nuera hacía lo que podía y a veces, ni eso. Eras enorme a pesar de tu metro cincuenta y cinco. 

Pensando en mi abuela, caí rodando por el piso, me vino bien porque vi sangre, un tajo en la pierda y me largué a llorar. Lloraba por la sangre, pero por la que no se veía. 

Se acercó una mujer y me ofreció ayuda, no me podía levantar del dolor, tenía tanta vergüenza y todo era tan incómodo que le agradecí y le dije que se fuera, que estaba perfecta. Me recuperé un poco. Sabía que por esa zona había un hospital y podía caminar hasta ahí, de última a la vuelta le pedía a mi hermano que me pasara a buscar y me llevara a casa, ya me veía venir el reclamo posterior, la mejor familia disfuncional la tenía yo.

Pasé a través de una reja de hierro muy alta y subí un par de escalones, no sé si era porque estaba medio renga por el corte o qué, pero me parecieron eternas. Atravesé una puerta de vidrio y una enfermera que pasaba caminando me vio. Tuve que usar la musculosa para envolverme la pierna, por lo tanto, estaba con un short y un top deportivo. Creo que eso le llamó más la atención. O quizás la foto completa. Me senté en una silla, de esas largas que tienen varios asientos en un pasillo y a los pocos minutos me llamaron. Me atendió un médico algo mayor, muy amable, que se dio cuenta de que había llorado, y notó que todo el tiempo hacía movimientos con mi brazo para ocultarlo. Mariano, mi ex, me había dejado un moretón. Me preguntó si estaba todo bien, le dije que sí, y con una sonrisa me dijo que el golpe era una gran excusa para llorar si no tenía ganas de contarle al mundo el motivo real.

Muy genio ese doctor, pensé en la cantidad de gente que debe llegar a las guardias llorando a mares por un simple corte y esconden cosas mucho más profundas. Tenía que volver en una semana para sacarme los puntos, le dije que tenía una buena cobertura, que podía atenderme en una clínica privada, pero insistió.

Cuando salí del consultorio llamé a mi hermano, Nicolás, porque estaba muy dolorida y no podía volver caminando. Había salido solamente con el celular y las llaves de casa. Lo tuve que esperar un rato porque estaba en una reunión importantísima, como siempre. Estábamos saliendo y me llevé por delante a un hombre de traje que iba aceleradísimo, tambaleé y me caí, no pasó nada. Nicolás casi lo agarra a trompadas, nos pidió perdón, nos dijo algo de una amiga y un derrumbe, pero no entendimos bien. Sonaba un poco estirado, tendría unos cuarenta años, muy bien llevados. Me miraba como si me conociera de algún lado. No quise generar más contacto. Estaba saliendo de una relación algo tóxica y con una ensalada de frutas en la cabeza, mejor, bye. 

En el lugar donde estaban velando a Meme todo era un espanto, desde la energía hasta los muebles. Obviamente mi familia se aseguró de conseguir el lugar más caro que no dejaba de ser una mierda. Una casa velatoria nunca va a tener buena vibra, pero me parecía que había algo más denso flotando en el aire. Nicolás me había dejado en casa para poder cambiarme y se fue a buscar a mi sobrino de seis años porque, decía, tenía que aprender desde chico el ciclo de la vida. Si Meme hubiese estado ahí le tiraba con una ojota por la cabeza, odiaba esas cosas, es más, siempre me repetía que el día que ella partiese de este mundo, no quería nada de lo que, justamente, su familia estaba siendo parte, con Alicia a la cabeza que, para cumplir mandatos sociales y hacerse la mártir, estaba mandada a hacer. Impecable ella con su melena extra lacia, su collar de perlas, y sus uñas color marfil, toda de negro. A veces me pregunto a quién salí, y después me acuerdo de mi abuela. Alicia se acercó a saludarme.

—Luchi, vení dame un abrazo, ¿cómo estás querida?

—Como puedo. ¿Dónde está papá?

—Charlando con unos amigos del club que vinieron a darle el pésame, ¿qué te pasó en la pierna? Tu hermano me dijo que tuviste un accidente, ¿por eso llegaste tarde?

Alicia me miraba con una cara que no podía descifrar, una mezcla de lástima con enojo. Clásico.

—Me caí cuando estaba corriendo y me corté la pierna, varios puntos.

—Te dije que prestaras más atención cuando corrieras, Lucía, te vas a matar un día.

Qué aburrida era cuando se hacía la preocupada.

—Voy a buscar a papá.

Me hice un poco de espacio entre la cantidad de gente desconocida para ir a saludar a papá. Lo vi a lo lejos charlando con mucha gente y me hizo una seña como para que lo esperara. Lo saludé con la mano y me fui a la entrada. No podía respirar, me quedé hablando con uno de mis primos, no lo veía mucho aunque nos llevábamos bien. Lo que fuera con tal de no volver al epicentro de la farsa.

MARCOS 

Cuando llegué al hospital pregunté por la habitación de Cisca Gómez Delgado, me dijeron que no había nadie con esos datos. Me corregí y dije su nombre completo, parecía mentira, tenía tan interiorizado el “Cisca” que Francisca me parecía un nombre que le pertenecía a otra persona. 

Con lo acelerado que estaba quise llegar al ascensor antes de que cerraran la puerta, me tropecé y me llevé por delante a una chica que caminaba con ayuda, parecía tener una pierna lastimada, su acompañante se puso algo violento, pero ella lo calmó. Les expliqué rápido mi situación, creo que no entendieron mucho, me quedé mirando a la chica, algo en ella me resultaba conocido, no me daba cuenta de qué era. Los dos siguieron caminando, apuré el paso, quería ver a Cisca. Toqué la puerta de la habitación y me abrió su papá, Eduardo, un muy buen hombre, con el que varias veces me quedé hablando de fútbol. En la época de la facultad íbamos seguido a la casa de Cisca, con Lucas y otra compañera. Su tía preparaba los mejores postres y Eduardo las mejores parrilladas. Teníamos un código de respeto, nada de molestar al equipo contrario. Me acuerdo y sonrío. 

—¡Marcos, querido!, tanto tiempo sin verte, ¿cómo estás? 

—Muy bien, Eduardo, gracias. Me enteré lo que pasó y quise venir a saludar.

—Claro que sí, pasá. 

Entré en la habitación y vi un hermoso ramo de flores, por un segundo quise pensar que la gente del estudio había tenido la mágica idea de mandárselas, después me enteré de que eran de su familia. En el momento en que cruzamos miradas me puse incómodo, no sabía qué me pasaba. Había estado con ella el día anterior, trabajando como siempre. Es como que de pronto tenía veintitrés años otra vez, me estaba enamorando de ella y le estaba pidiendo que no se fuera. 

—Cisca —dije algo torpe— qué alegría que estés bien, o bueno, lo mejor que se puede, ¿no? Me di cuenta de que vine con las manos vacías, perdón, cuando llamaron a la oficina para avisarnos dónde estabas me vine enseguida. 

—¡Pero, Marcos! ¡qué vas a traer!, ¡no seas ridículo! Si todo sigue así, mañana tengo el alta, quieren que me quede internada solo por control, me siento dolorida, pero bien. 

No quise preguntar nada del accidente, supuse que no quería hablar del tema. No sé, estaba como un poco perseguido, en un momento vi que Cisca le dijo a Eduardo que aprovechara para ir a tomar un café. 

Nos quedamos solos, seguía la incomodidad, no sabía qué tema sacar. Cisca lo notó, me hizo un comentario sobre algo de la oficina, le conté sobre un caso nuevo que estaba estudiando. Pasó un rato, y me preguntó:

—Marcos, ¿qué haces acá? 

—¿Como qué hago acá? Vengo a verte, tuviste un accidente. 

—Sí, te agradezco mucho, y me imagino que todos en la oficina estaban muy preocupados. Unos minutos antes de que llegaras le pedí a papá que llamara para avisar, me dijo que Lucas fue el que lo llamó. 

—Bueno, Francisca, no sé qué querés que te diga, somos socios, te conozco hace más de veinte años, fuimos muy amigos, ¿qué más?

—¿Francisca me decís?

—Te llamás así.

—Ok, Marcos. Sí, somos socios y fuimos amigos, con una llamada como la que hizo Lucas bastaba. 

—Bueno, para mí no.

—¿Por qué? Quiero que me lo expliques.

—No tengo una explicación, lo sentí, fue un impulso, pero ¡la puta madre! ¿Tanto te cuesta aceptar que me preocupe por vos?

—No es eso y lo sabés bien. Desde esa noche que pasamos juntos hace casi veinte años no hablamos más de nosotros. No sé, me fui casi un año y cuando llegué estabas a punto de casarte y esperando a tu primer hijo. A partir de ahí fuimos excelentes colegas, pero, chau amistad, amor, adiós a todo.

—Y sí, fue así porque vos lo quisiste de ese modo. Te pedí por favor que no te fueras tanto tiempo, que la vida puede dar mil giros, durante toda la carrera tuvimos una gran amistad, evidentemente era más que eso, pero no se daba, ninguno de los dos habló de empezar algo a la distancia. En ese momento no existían casi las redes sociales, te escuché decirle a Juana que si surgía una buena oportunidad te quedabas, ¿qué pretendías? Me quedé hecho mierda. Mi vida siguió, apareció Carolina y el resto lo sabemos. 

En ese momento entró una enfermera, y Eduardo atrás, la tensión era palpable. Saludé y dejé la habitación hecho una furia. Quién carajos me mandaba a remover sentimientos que habían quedado enterrados hacía tantos años. Le avisé a Pamela que no iba a volver, que cancelara las reuniones pendientes. Pasé por casa, por suerte no había nadie, no quería darle a mi esposa las explicaciones de mi pésimo humor. Tomé una medida de whisky, demasiado temprano, la situación lo requería. Perdí el tiempo con el celular y se hizo la hora para ir a fútbol, por fin a descargar todo el lío mental.

CISCA 

Marcos salió disparado, se ve que Rosa había notado mi cara de desencajada y me preguntó si necesitaba ir al baño, en qué me podía ayudar. Le dije que quería estar sola. Papá salió y ella me preguntó si estaba bien, si la persona que estaba ahí me había dicho algo; le expliqué cuál era mi vínculo con Marcos.

—Querida, soy vieja pero no tonta, vos y ese muchacho tienen algo más, se huele en el aire.

—No, para nada, Rosa, solo nos une una relación laboral de muchos años, pero en lo personal no hay nada.

—No estaría tan segura, pero si vos lo decís… Te dejo para que descanses.

Me quedé pensativa. Hasta el día anterior, Marcos era mi socio, habíamos tenido una gran amistad durante toda la carrera, pero después de esa famosa noche cambió todo, ya no podíamos volver a ser amigos, no había espacio para otra cosa más porque cuando volví él estaba formando una familia. Fue todo tan loco y tan rápido. Me acordé de estar sentada en el avión con una sensación rara en el estómago que no tenía que ver con el viaje. ¿Qué me estaba pasando con Marcos?

Carmela y mi prima Inés entraron en la habitación con ganas de charla, vino bien para cambiar la energía, se quedaron un rato largo. Ine se ofreció a pasar la noche conmigo, no la dejé, a Papá tampoco, me sentía perfecta.

El hospital al que me habían llevado no era de lo más agradable que digamos, de casualidad conseguí estar sola. Rosa me había comentado que unos minutos antes de ingresarme, le habían dado el alta al paciente que estaba en la cama de al lado y que iba a hacer todo lo posible para que pasara la noche sola. Un encanto. Es medio irónico porque destino una buena parte de mis ingresos al pago de mi seguro social y, una vez que me pasa algo, termino en un lugar al que no hubiera querido entrar ni en chiste.

Arreglé que a primera hora del otro día Papá estuviera ahí y que cuando me autorizaran el alta, me iría a su casa —ya que no podía hacer mucho esfuerzo con la mano—. Estaba contenta con la idea, me iban a venir bien unos días de mimos y compañía. Todavía me seguía dando vueltas lo que había sentido durante el encierro, esa sensación de haber estado en una situación parecida, pero seguía sin poder explicarlo, fuera lo que fuera no quería estar sola.

Mi prima se acercó porque me notó rara, y en voz baja le dije que Marcos había estado hacía un rato y que habíamos tenido una discusión. Le pareció todo una locura y quería detalles; le dije que mejor lo hablábamos cuando estuviésemos solas, en otra oportunidad.

Pasé la noche sin sobresaltos, me dormí automáticamente. El stress del accidente, sumado a la discusión con Marcos, fue el mejor de los combos para dormir toda la noche. 

A la mañana siguiente un enfermero me trajo el desayuno que consistía en una taza de té y unas galletitas de agua. No me imaginaba el desayuno de un hotel cinco estrellas, pero pensaba en algo un poco mejor. 

Me dieron el alta y sentí pena de no encontrar a Rosa, había sido tan amable conmigo, prometí volver, aunque fuera para saludarla.

Mi breve estadía en el hospital había terminado. Es increíble todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Lo peor es que tan solo era el principio de la locura en la que se iba a transformar mi vida. 

LUCÍA 

¡Qué día eterno!, entre el velorio de Meme y mi pierna estallada no podía aguantar nada más. Sonó el teléfono, vi la identificación, era Mariano, mi ex novio. Él todavía no sabía que habíamos cortado, pero después de la discusión violenta que habíamos tenido tres días atrás di la relación por terminada.

Tres años de un noviazgo que había tenido más momentos malos que buenos, no quería seguir metida en ese quilombo emocional. Una vez me gritó tanto que quedé aturdida y Meme se dio cuenta, tuvimos una charla al respecto y me dijo que algo no estaba bien adentro mío para soportar el maltrato de otro ser humano de un modo tan habitual. La última vez que me tiró las cartas me dijo que esa relación no iba a durar mucho más, veía cosas difusas, un hombre unos años más grande y una mujer, en realidad dos. En el caso de las mujeres no quedaba claro cómo aparecían, si como pareja o amigas; en el caso del hombre había una cuestión sentimental. Mi abuela sabía de mi bisexualidad, lo había intuido y con el paso de los años se lo confirmé. Con los demás integrantes de la familia era complejo, Alicia era muy conservadora, a papá capaz le hubiera dado lo mismo, aunque seguro prefería que fuera heterosexual, y Nicolás me hubiera hecho la vida imposible solo para molestar. El tema estaba más en mamá, como nunca estuve con una mujer de modo estable no había necesidad de blanquearlo con ellos. Tampoco es que tuve tantas parejas.

Cuando Meme conoció a Mariano no le cerró, y eso que todavía estaba todo bien. El sexto sentido de mi abuela veía cosas que yo no. Al principio de la relación, quizás tuvimos alguna discusión con el tono de voz un poco elevado, no me parecía nada raro. Horacio y Alicia tenían sus agarradas y levantaban mucho la voz, así que no lo veía como algo anormal, pero lo que me hizo ver una vez una de mis mejores amigas, Verónica, era que, en algún punto, me quedaba quieta sin decir nada, y el que me terminaba agrediendo verbalmente era él. Con el paso del tiempo cada vez era peor y ella se sorprendía mucho porque yo era una mujer que iba al frente y con él me ponía un escalón más abajo. Era hermoso, qué paradoja, morocho de ojos claros con cuerpo de modelo. Su actitud violenta y manipuladora era lo que lo hacía horrible. Además, era siempre lo mismo, después de las discusiones o las escenas me pedía perdón y me prometía que iba a cambiar, de manual, y le creía. Fui de esas mujeres que pensaban que no te podías enganchar con tipos así, que era una locura, pero basta estar en un momento vulnerable de tu vida y ahí aparecen, lo huelen.

Cuando nos conocimos estaba en un momento muy oscuro, había perdido “el” trabajo en una galería de arte afuera del país, me había separado hacía poco. Era una bolsa de tristeza y entonces apareció Mariano, fue como un terremoto de sexo, diversión y locura, lo que necesitaba para no pensar que cada día que pasaba no tenía el trabajo que quería, la pareja que necesitaba y la vida que supuestamente me merecía. 

A mí me gustaba el arte, a nadie en mi familia le interesaba, salvo a mi abuela, que lo hacía más que nada como un hobby. No hablo solo de ir a exposiciones o museos, hablo de las cosas simples que también son arte: la música, el buen cine, un libro, esas cosas. Desde que era chica decía que iba a ser artista, Meme me alentaba, Alicia ponía cara de espanto y papá, ni estaba. En el secundario les pedí por favor que me dejaran hacer los últimos dos años en un colegio medio lejos de mi barrio que tenía muchas materias relacionadas con pintura y dibujo, excelentes talleres extracurriculares y armado de escenografía. Ese lugar era un sueño, pero no, no solo que no iban a agarrar el auto para llevarme media hora más lejos, sino que Nicolás y yo íbamos a terminar en el mismo colegio al que habían ido ellos, y donde se habían conocido, el Saint Jean. Papá me decía que después iba a poder estudiar lo que quisiese y con mi nivel de inglés podría irme afuera, y Alicia estaba convencida de que se me iba a pasar. Creo que hasta en algún punto les molestaban mis ganas de estudiar Bellas Artes, por mí, se podían ir bien a la mierda.

Egresé con muy buenas notas y me propuse buscar un trabajo, así no tenía que pedirle plata a mi familia, tampoco iba a levantar bolsas en el puerto, pero sí algo de unas pocas horas, los estudios eran prioridad. En casa lo tomaban como un acto de rebeldía, porque sobrando la plata no tenía necesidad de salir a trabajar. Para mí, era un acto de madurez.

El teléfono seguía sonando, no quería atenderlo, pero iba a ser peor, a la cuarta llamada junté coraje atendí.