E-Pack Bianca marzo 2024 - Kate Hewitt - E-Book

E-Pack Bianca marzo 2024 E-Book

Kate Hewitt

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Beschreibung

Escándalo a medianoche Kate Hewitt Aquel príncipe azul moderno se prendó de la hermana equivocada… Su acuerdo con el millonario La propuesta que estaba sobre la mesa… ¡iba acompañada de un anillo de millones! Pasión por el griego Millie Adams ¡Su futuro de cuento de hadas no incluía un marido!

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 385 - marzo 2024

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-836-1

Índice

 

Créditos

 

Escándalo a medianoche

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

 

Su acuerdo con el millonario

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

 

Pasión por el griego

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

No te parece lo más increíble que hayas visto nunca?

Mientras que Ella giraba sobre sí misma, Liane Blanchard dejó escapar una carcajada. Los rizos rubios de la primera volaban a su alrededor mientras las alegres risotadas resonaban por el salón, cuyas ventanas abiertas dejaban entrar la veraniega brisa que provenía de Central Park.

–Eso se podría decir, sí –replicó ella con una sonrisa.

Las plataformas de ocho centímetros, incrustadas de diamantes y fabricadas por completo de cristal les daban a aquellos zapatos una apariencia increíble. Liane suponía que no eran muy cómodos, pero estaba segura de que aquel pequeño detalle no desanimaría a Ella ni por un segundo.

–Supongo que te los vas a poner para ir al baile.

–Por supuesto. Da la casualidad de que tengo un plan para estos zapatos –replicó ella guiñando el ojo mientras se quitaba los zapatos y los volvía a colocar en la caja plateada.

Aquella caja provenía de uno de los modistos más prometedores de Manhattan y Ella, como influencer autodidacta y hecha a sí misma, recibía con asiduidad muestras de diseñadores que anhelaban convertirse en su próximo descubrimiento.

–Deberías ver el vestido que me voy a poner. Va perfectamente con los zapatos.

–Espero que no esté hecho también de cristal –bromeó Liane.

–¡No, pero la tela lo imita! Pero no te preocupes, no te preocupes –comentó mientras sacudía la larga melena rubia–. Es totalmente decente. Nada de transparencias –añadió entre risas.

Liane la observó y sacudió la cabeza mientras sonreía. Ella tenía veintidós maravillosos años y era tan feliz y despreocupada como una mariposa. Liane, a sus veintisiete, era callada y cautelosa y, en ocasiones, se sentía como si fuera lo único que impedía que su hermanastra cayera de cabeza al desastre una y otra vez.

–¡Qué zapatos más ridículos!

Liane asintió en silencio al escuchar el comentario de su madre. Amelie Ash estaba en la puerta del salón. Era alta, de cabello gris y observaba con gesto serio los zapatos que Ella acababa de meter en la caja.

–Son ridículos, ¿verdad? –afirmó Ella alegremente mientras ponía la tapa de caja–. De eso se trata.

Liane siempre había admirado el modo en el que Ella se negaba a permitir que su madrastra ejerciera influencia alguna sobre ella. Las dos familias se habían unido cuando Ella solo tenía seis años. Amelie, que en aquellos momentos era madre de dos difíciles preadolescentes, no le había tomado mucho cariño.

Tampoco había ayudado que, a su flamante nuevo esposo y padre de Ella, Robert Ash, le encantara cubrirla de regalos y de atención, dado que la madre de la pequeña había muerto cuando la niña era solo un bebé. Sin embargo, a pesar de la mucha atención que Ella había recibido de su padre, Liane siempre había tenido que admitir que no había sido una niña mimada. Al menos no demasiado. Era simplemente una joven con mucha energía y llena de alegría, todo lo contrario de su madrastra, y también de Liane, en todos los sentidos.

–¿A dónde demonios vas a llevar eso puesto? –le preguntó Amelie con desprecio.

–¡Al baile, por supuesto!

Liane se tensó al observar el rostro de su madre. Había entornado peligrosamente los ojos grises y había fruncido los labios como si se acabara de tomar una fruta especialmente agria. Liane conocía muy bien aquel gesto. Lo había visto en muchas ocasiones cuando la vida, y sus hijas, la habían desilusionado una y otra vez.

–¿El baile? –repitió Amelie con voz gélida–. Ella, querida. Tú no vas a ir al baile. No te han invitado.

Durante una milésima de segundo, la expresión alegre de Ella pareció desvanecerse. Abrió los ojos de par en par antes de girarse hacia Liane para interrogarla con la mirada.

–No. No estaba invitada –dijo Liane rápidamente–, pero va a venir como mi acompañante. Llamé a la persona que se ocupa de recibir las confirmaciones y se permite que cada invitado lleve uno.

Liane no podría asistir sabiendo que Ella se iba a tener que quedar en casa. De hecho, le había ofrecido a Ella su invitación, dado que no le gustaban mucho las fiestas. Sin embargo, Ella había insistido en que fueran juntas.

Amelie apretó los labios. Liane sabía que su madre preferiría que Ella no asistiera a la fiesta que estaba etiquetada como el evento del año. Se trataba de un baile organizado por el famoso magnate hotelero Alessandro Rossi para celebrar los cien años de la lujosa cadena hotelera de la familia e iba a asistir la crème de la crème de la sociedad neoyorkina. En realidad, ellas no se podían considerar como tales, pero Michel Blanchard, el padre de Liane, había sido amigo del padre de Alessandro Rossi hacía mucho tiempo. Liane se había sorprendido mucho cuando llegó la invitación, pero su madre se había mostrado exultante.

–Ya sabía yo que nos iban a invitar –le había comentado muy orgullosa–. Tu padre era muy amigo de Leonardo Rossi. Ya sabes que le prestó dinero cuando más lo necesitaba.

El préstamo en cuestión habían sido cien francos en un casino, nada que ver con la cantidad que su madre quería aparentar. Por supuesto, Liane guardó silencio. Había aprendido hacía mucho tiempo a morderse la lengua con su madre. Todo era mucho más fácil si, en vez de verter combustible sobre las llamas de la ira de Amelie, hacía todo lo posible por aplacarlas.

En cualquier caso, Liane tenía muchas ganas de ir al baile, aunque con cierta aprensión. Trabajaba como profesora de francés en un colegio de niñas en el Upper East Side y había preferido llevar una vida tranquila con su madre y sus hermanas en vez de colocarse bajo los focos y conseguir fama y fortuna, tal y como Ella había preferido. Liane no tenía interés por ninguna de las dos cosas. Las pérdidas que había sufrido a lo largo de su vida le habían enseñado a ser cautelosa. Así, no corría el riesgo de sufrir daño alguno. Lo había visto con su padre y lo había sentido con su madre. Esa clase de exposición podría provocar daños y hacía mucho tiempo que Liane había decidido que prefería no intentarlo.

Sin embargo, decidió que asistir al baile sería una agradable novedad, aunque estaba segura de que permanecería entre las sombras, tal y como siempre hacía.

–Dudo que tengas algo apropiado que ponerte –afirmó Amelie con más desdén cuando su hijastra regresó al salón.

Ella era la dueña de la casa en la que todas vivían. Su padre se la había dejado con la condición de que su madrastra y sus hermanastras pudieran vivir en ella durante toda su vida, pero eso no significaba que la joven tuviera dinero. Desgraciadamente, dependía de la generosidad, siempre a regañadientes, de su madrastra.

–Claro que sí –replicó Ella dulcemente–. Un diseñador de moda que es amigo mío me ha confeccionado el vestido más maravilloso del mundo… No te preocupes, madre. Te prometo que no te avergonzaré yendo vestida con harapos.

Liane sabía que aquello no le preocupaba a su madre en lo más mínimo. No. La preocupación de Amelie era más bien todo lo contrario: que la hermosa y sonriente Ella dejara en evidencia a Liane y a su hermana Manon, algo que sin duda conseguiría sin ni siquiera esforzarse. Liane estaba acostumbrada y a Manon no le importaba, lo que enfurecía profundamente a su madre. Amelie aspiraba a que sus hijas se casaran con hombres ricos y bien relacionados, la clase de hombres que figuraban como invitados en el Baile Rossi. Liane no creía que aquello fuera a ocurrir nunca. A ella le aterrorizaba saludar siquiera a un hombre así mientras que Ella flirteaba con total naturalidad.

–Qué suerte tienes –le dijo Amelie fríamente–. Liane, ¿has ido ya a recoger el vestido a la modista?

–Sí, lo recogí esta mañana –respondió Liane mientras forzaba una sonrisa. En realidad, temía ponerse aquel viejo vestido azul. Había sido de su madre y no resultaba muy favorecedor, pero era lo único que se podían permitir.

–Justo a tiempo, considerando que el baile es mañana por la noche –replicó su madre. Entonces, tras mirar de nuevo con desprecio a su hijastra, Amelie abandonó el salón. Liane miró compasivamente a su hermana.

–No le hagas caso…

–Nunca se lo hago –le aseguró Ella alegremente–. No me has enseñado el vestido. Vamos a verlo.

–En realidad, no tiene nada de especial –se apresuró a decir Liane. Sabía que sus palabras eran un verdadero eufemismo

–¡Venga, Liane! Seguro que estás guapísima con él. ¿Me lo enseñas?

–De acuerdo –dijo Liane. Nunca había podido negarle nada a su hermana–, pero te advierto que no es nada del otro mundo.

Con un suspiro, empezó a subir la escalera con Ella pisándole los talones. Llegaron a su dormitorio, que estaba en la primera planta, y entraron.

–Venga, enséñame ese vestido –le insistió mientras Liane lo descolgaba de la puerta del armario–. Seguro que es sensacional.

–Te aseguro que no se parecerá nada al tuyo –comentó Liane mientras retiraba el plástico. Tal vez Amelie tenía aspiraciones a que Manon y ella captaran la atención de algún soltero de oro como Alessandro Rossi, pero el limitado presupuesto del que disponían no servía para alcanzar ese propósito.

El vestido había sido de Amelie. Una modista le había hecho unos arreglos para actualizarlo un poco. Amelie había insistido en que aún estaba a la moda, pero Liane tenía muchas dudas. Y parecía que Ella también.

–Gracias a Dios que le ha quitado los volantes –dijo mientras lo observaba con ojo crítico–. Si no, habría sido ochentero al cien por cien y, desgraciadamente, no en un buen sentido.

–Ya lo sé –suspiró Liane. Estaba acostumbrada a ejercer de florero con su aspecto pálido y poco llamativo, pero un vestido que tenía cuarenta años no la ayudaba en lo más mínimo–. En realidad, no me importa. No me van mucho las fiestas, Ella, ya lo sabes. De todos modos, no me va a mirar nadie. De eso estoy segura.

–Pero si es la fiesta el año –protestó Ella –. No te puedes poner algo que podrías haber encontrado en una tienda de segunda mano.

Liane sabía que había demasiada verdad en las palabras de su hermana. Incluso con los retoques que le había hecho la modista, el vestido seguía siendo demasiado anticuado.

–Mira, no te puedes poner esto –afirmó Ella mientras se sacaba el teléfono móvil del bolsillo. A esta fiesta no. Tal vez valdría para Manon, dado que a ella no le importan los vestidos.

–Ella va a ir de negro, como siempre.

A Manon le encantaba su trabajo como asistente administrativo de un bufete de abogados y le importaba un comino la moda o encontrar marido. Solo iba a asistir a la fiesta porque su madre había insistido y sabía tan bien como Liane que, en lo que se refería a las maquinaciones de su madre, era más fácil dejarse llevar que resistirse. Era más fácil guardar silencio que protestar contra las constantes críticas, porque parecía que a Amelie sus hijas la desilusionaban tanto como lo habían hecho sus maridos.

–Ya me lo imagino. Deja que envíe un mensaje a mi amigo el diseñador. Creo que estaba trabajando en otro vestido y sería perfecto para ti. Violeta, que hace juego con tus ojos.

–Ay, no sé… –protestó Liane. No quería que Ella se tomara tantas molestias.

–Te digo que sería perfecto…

–Y yo te aseguro que no me pienso poner nada transparente –le advirtió Liane.

–Por supuesto que no –respondió Ella con una carcajada mientras sus dedos volaban sobre la pantalla del teléfono–. Ese es para mí. Confía en mí, Liane. Será perfecto. ¡Serás la beldad del baile!

–No lo creo –replicó Liane–. Ese título queda reservado para ti.

Ella siempre era el centro de atención, pero lo hacía con naturalidad, algo que molestaba profundamente a Amelie. Liane sabía que su madre siempre había querido que Manon y ella fueran más como Ella, que fueran brillantes, sociables y carismáticas, por mucho que desdeñara a su hijastra por tener precisamente todas aquellas cualidades. En realidad, Liane se sentía mucho más cómoda pasando totalmente desapercibida mientras observaba cómo Ella se ponía el mundo por montera. Sin embargo, podría por supuesto admirar a su hermana llevando ella también un bonito vestido. Era lo suficientemente femenina para querer que así fuera.

 

 

La fiesta estaba en todo su apogeo cuando Alessandro Rossi salió del ascensor en la planta del ático del hotel Rossi, el buque insignia del imperio hotelero de su familia, situado en el centro de Manhattan. Oyó el tintineo de las copas y las risas y los acordes de la música clásica que tocaba la orquesta. El Baile Rossi, el primero de su clase, había sido calificado como el evento del año. Nadie tenía que saber que la publicidad era la única razón por la que estaba celebrando aquella tediosa fiesta.

Se estiró la corbata negra y entornó la mirada mientras observaba la sala. Entonces, echó el pie para entrar… y se quedó totalmente inmóvil al escuchar un ligero gritito ahogado. ¿Qué diablos había sido eso?

–Lo siento… –dijo una mujer. Tenía una voz suave, con un ligero acento francés–. No quería interponerme en su camino. Le ruego que me perdone.

Considerando que había sido él quien la había pisado a ella, a Alessandro le parecía que era él quien debía disculparse. Ni siquiera la había visto. Entornó la mirada y observó a la mujer en cuestión. Casi no le llegaba ni al hombro. Tenía el cabello rubio platino recogido en lo alto de la cabeza y una pequeña y esbelta figura ceñida por un vaporoso vestido violeta. Estaba de pie, detrás de una maceta junto a la puerta, razón por la cual él no la había visto. Eso y porque era también muy menuda. La mujer inclinó la cabeza para mirarlo y él vio que sus ojos eran del mismo color del vestido. Estaba tratando de disimular un gesto de dolor mientras levantaba ligeramente el pie que Alessandro le había pisado.

–Le ruego que me disculpe. Espero no haberle roto ningún dedo…

–No se preocupe. Sobreviviré. Evidentemente, este es un castigo por mi orgullo. No debería haber permitido que mi hermana me convenciera para ponerme estos zapatos tan ridículos.

Alessandro frunció ligeramente los labios.

–En mi experiencia, la mayoría de las mujeres llevan zapatos ridículos.

–¡Qué generalización más insultante! –exclamó ella. No estaba riendo, pero el tono de su voz animaba a Alessandro a reír a carcajadas–. Le aseguro que soy la dueña orgullosa de varios pares de zapatos sensatos. No tengo ni un par que sea ni siquiera ligeramente ridículo.

–Menos este –comentó él señalando los que la mujer llevaba puestos.

–Estos son de mi hermana –repuso ella. Se levantó ligeramente el vestido para mostrarle los zapatos… y un par de tobillos muy delicados. Los zapatos tenían tacón de aguja y eran violetas a juego con el vestido–. Verdaderamente ridículos –anunció, con una sonrisa que, en aquella ocasión, sí les llegó a los ojos.

Alessandro había visto zapatos mucho más ridículos, pero decidió guardar silencio. Además, por mucho que se hubiera quedado encantado con aquella menuda y divertida mujer y deseara prolongar la conversación, tenía que empezar el tedioso deber de ir a saludar a sus invitados para hacerse las fotos publicitarias y luego poder marcharse. Tenía que centrarse en la tarea que tenía entre manos y lo haría como siempre, con resolución y determinación. Nada de distracciones.

–Muy bonitos –le dijo. El tono de su voz era varios grados más frío de lo que había sido previamente.

Al ver su reacción, la mujer pareció quedarse algo desconcertada.

–Muchas gracias. Evidentemente, ya le he robado demasiado tiempo. Le ruego que me perdone.

Antes de que Alessandro pudiera responder, ella dio un paso atrás. Luego otro. Entonces, la multitud pareció engullirla de repente, como si nunca hubiera estado allí. Qué mujer tan extraña. Atractiva. No, en realidad, no. Solo extraña. Y bastante del montón, con aquel rostro tan pálido y el cabello tan rubio. Parecía transparente, aunque tenía unos ojos extraordinarios. Como si fueran amatistas…

Parpadeó ligeramente para centrarse de nuevo en su tarea. Debía dejar de pensar en una desconocida que no iba a beneficiar en nada su causa. El único motivo por el que estaba allí era para generar publicidad positiva para la marca Rossi, una perspectiva que lo llenaba de determinación y de ira a la vez.

El año anterior, cuando aceptó el puesto de director gerente del imperio familiar y sustituyó a su padre, no sabía los problemas que la parte hotelera del negocio estaba empezando a sufrir. Leonardo Rossi había enviado a su hijo a Roma durante diez años para que se ocupara de los establecimientos que el imperio familiar tenía en Europa y que eran la principal fuente de riqueza de la familia. Mientras Alessandro cumplía con su deber y consolidaba la importancia de la firma, su padre, sin duda demasiado ocupado con su última conquista, había dejado que el buque insignia de la empresa en Estados Unidos se hundiera a causa de una gestión errónea y de la indiferencia. Según el gestor que Alessandro había contratado, con eventos como aquel conseguiría salvarlo. Había llegado el momento de la reinvención para convertir a los hoteles Rossi en lugares excitantes, novedosos, en los que los clientes más jóvenes quisieran alojarse.

Al principio, Alessandro se había mostrado totalmente contrario a la idea. Los hoteles Rossi eran los mejores del mundo, ejemplo de elegancia, lujo y clase. Lo último que quería era perseguir una idea nueva. El apellido Rossi significaba eso precisamente. El mundo podría cambiar, pero la elegancia y el lujo de sus hoteles eran atemporales.

Sin embargo, mientras recorría el hotel de Nueva York, comprendió que había que renovarse. Las habitaciones estaban vacías y los huéspedes eran principalmente octogenarios. Comprendió que no quería cambiar los hoteles, pero sí el modo en el que estos se percibían por los potenciales huéspedes. Por eso había organizado aquella fiesta. Quería demostrar que todos y cada uno de los hoteles Rossi eran lugares divertidos, diferentes. También, quería mostrar lo divertido que era él, aunque esto distaba mucho de ser realidad. No quería ser divertido. Eso era para los seductores y holgazanes, gente que pasaba por la vida beneficiándose del trabajo de otros, enamorándose y desenamorándose porque eran personas caprichosas, gobernadas por sus sentimientos y que, a su paso, solo dejaban dolor y sufrimiento. Personas como su padre. Alessandro no se parecía en nada a él. Había elegido ser totalmente diferente, pero, por aquella noche, por aquella fiesta, la cámara podría mentir.

Fue avanzando entre los invitados, ofreciendo sonrisas y saludando a todos los presentes. Se percató de que estaban allí varias de las revistas más importantes, tomando buena nota de todo lo que ocurría. Alessandro se aseguró de pararse y posar para ellos. Su relajada sonrisa ocultaba la tensión que recorría todo su cuerpo.

Odiaba las fiestas. Siempre las había despreciado, desde que tenía tres años y había tenido que asistir a ellas para demostrar que el matrimonio de sus padres no era el desastre que todo el mundo sabía que era. Recordar aquellos momentos le provocaba un sudor frío y un nudo en el estómago.

Tomó un sorbo de champán y miró discretamente el reloj. ¿Cuánto tiempo tendría que seguir allí para mostrarles a todo el mundo lo evidente, que los hoteles Rossi eran los mejores del mundo? Y muy divertidos también.

–Por supuesto, lo que necesitas es alguien que represente el hotel, alguien joven y moderno, que asista a todas esas fiestas –le había sugerido su gestora.

–No se me ocurre nadie en concreto –le había contestado–. Creo que, por el momento, empezaremos con unas cuantas fotografías publicitarias.

¿Cuántas se habían tomado ya a lo largo de la fiesta? Seguramente muchas más de las necesarias. Alessandro volvió a consultar el reloj. Solo llevaba allí quince minutos. Increíble. En tan breve espacio de tiempo, se sentía absolutamente nervioso y agotado por la atención, las conversaciones vacías y la especulación. Y los recuerdos.

–«Este es nuestro querido hijo. Ven aquí, Alessandro y demuéstrale a todo el mundo lo mucho que nos quieres».

Por muchos besos y abrazos que él diera, jamás parecía suficiente. Su madre solía beber hasta perder el control y su padre solo prestaba atención a su siguiente conquista. Después, se gritaban y se peleaban delante de él. Alessandro se sentía utilizado.

Por ello, siempre se había jurado que jamás volvería a consentir que nadie lo utilizara.

Apartó los recuerdos y miró a su alrededor. Hasta que no hubo recorrido los rostros de la mitad de los invitados, no comprendió cuál era el que estaba buscando. Allí estaba. La menuda y divertida mujer de los ojos color violeta y la sonrisa que no terminaba de serlo. Estaba muy cerca, justo en el centro de la sala. Se preguntó cómo había podido tardar tanto en localizarla.

En realidad, era muy hermosa. Tenía una larga melena rubia, una figura esbelta, pero con curvas e iba ataviada con aquel vaporoso vestido que le daba apariencia de sirena, una sirena casi desnuda a juzgar por la delicada transparencia de la gasa del vestido. Sin embargo, más allá de la belleza, había algo más en ella, algo que lo hipnotizaba, que le impedía apartar la mirada. Casi sin darse cuenta, sintió que daba un paso hacia delante, luego otro, intrigado por lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

Estaba rodeada por una corte de admiradores, hombres y mujeres. Los hombres, discretamente, observaban su figura. Las mujeres, simplemente, parecían desear reflejarse en su luminosidad. Ella se echó el cabello por encima de un hombro. En aquel momento, la mirada se cruzó con la de Alessandro e hizo que él se detuviera en seco. Ella abrió los ojos un poco más y sonrió ligeramente. Entonces, aleteó ligeramente las pestañas, pero de un modo que hacía que todo pareciera una broma, como si se estuviera burlando de sí misma… o de él. Alessandro echó de nuevo a andar.

Entonces, de soslayo, vio otra figura violeta, pequeña y esbelta, apartarse rápidamente de él y empezar a deslizarse por la pared. Alessandro dudó y estuvo a punto de darse la vuelta, empujado un profundo deseo de encontrar a aquella otra mujer, por muy diferente que fuera a la primera. Quería volver a ver cómo sonreía.

De repente, algo le empujó a volver a mirar a la princesa que tenía a todo el mundo absorto en el centro del salón de baile. Algo en su interior le ordenó que se centrase, como siempre hacía. Decidió que, como siempre, no se dejaría llevar por los sentimientos sino por la razón dado que allí, con toda seguridad, estaba la nueva imagen de los hoteles Rossi.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Liane observó cómo Alessandro Rossi se dirigía hacia su hermana como si estuviera atraído por un imán. No sería el primero, dado que la mitad de los hombres que había en la sala ya habían quedado engullidos por su órbita, pero sí el más interesante en opinión de Liane.

Trató de reprimir una ligera envidia al ver cómo Alessandro se colocaba frente a Ella y le sonreía.

Desde el lugar en el que se encontraba, detrás de una maceta, podía estudiarle a placer. Admiró su altura, seguramente de más de un metro ochenta. Ella no pasaba del metro y medio y, cuando estuvo a su lado se había sentido pequeña, pero de un modo positivo. Delicada. Cuando él la miró, había sentido un agradable calor por todo el cuerpo, como si proviniera del sol, como si de hecho, ella se hubiera tragado al sol. Por supuesto, aquello no era más que una tontería. Alessandro Rossi simplemente la había visto como una diversión, tal vez incluso como una irritación. Tal vez por eso no había tardado en zafarse de ella.

Además, hacía mejor pareja con Ella. Su cabello corto, del color de la medianoche, los ojos grises como el acero y unos rasgos clásicos, que parecían haber sido esculpidos en mármol, complementaban perfectamente los de una diosa de la belleza como Ella. Los dos juntos, eran como Venus y Apolo. O tal vez Venus y Ares, porque, en su opinión, Alessandro Rossi tenía algo de guerrero. Las duras líneas de sus pómulos, la fuerte mandíbula… Ella, por el contrario, era todo suavidad y delicadeza. Sin embargo, juntos, como dos semidioses de la alta sociedad, los dos encajaban perfectamente. Resultaba tan evidente que todo el mundo los observaba atentamente. Las cámaras no dejaban de fotografiarlos y la orquesta se preparó para tocar una nueva pieza cuando Alessandro tomó a Ella entre sus brazos.

Liane decidió que no iba a sentirse celosa. Sería completamente absurdo y, francamente, también vergonzoso. Solo había tenido una breve conversación con Alessandro Rossi sobre zapatos. El hecho de que él le acelerara los latidos del corazón y le sonrojara las mejillas no significaba nada. Nada en absoluto excepto que ella era totalmente inexperta en asuntos del amor, algo que sabía perfectamente.

–Ella es el centro de atención, como siempre –comentó Manon amargamente cuando llegó junto a Liane–. ¿Cómo lo consigue?

–Es muy hermosa, divertida y agradable. ¿Por qué no? –replicó Liane sonriendo mientras se encogía de hombros–. No te pongas celosa.

–No estoy celosa –replicó Manon con un bufido–. Solo estoy aburrida. No quería venir a este maldito baile y mamá no hace más que presentarme a todos los hombres que tengan menos de sesenta años. Es humillante. ¿Por qué se muestra tan desesperada por vernos casadas? Cualquiera diría que vivimos todavía en el siglo XIX.

–Quiere vernos establecidas y esa es la única manera que se le ocurre.

A pesar de la manera de ser de su madre y de sus constantes críticas, Liane no podía evitar sentir una cierta compasión por ella. Había tenido dos esposos, ambos habían fallecido y la habían dejado prácticamente en la ruina. A pesar de todo, había conseguido llevar una existencia más o menos digna gracias a unas pequeñas inversiones y a su reputación, pero no era mucho. El hecho de que Ella heredara la casa fue un trago muy amargo para ella. Por supuesto, quería ver establecidas a sus hijas y, tal y como les recordaba en muchas ocasiones, trabajar como profesora y como secretaría no era la manera de conseguirlo, al menos desde su punto de vista.

–¿Por qué estáis ahí las dos medio escondidas?

Liane se tensó al escuchar la voz de su madre. Como siempre, Amelie iba vestida de negro.

–No creo que el morado te vaya bien –le dijo a Liane mirándola con desprecio–. El azul hubiera sido mucho mejor.

Manon hizo un gesto de desaprobación con los ojos.

–Ese vestido azul era terrible, mamá.

Amelie sorbió por la nariz.

–Supongo que ese vestido te lo ha dado Ella.

–Solo lo he tomado prestado –dijo Liane. Como siempre, sintió la necesidad de apaciguar la situación–. Me pondré el azul la próxima vez, mamá.

Seguramente no habría próxima vez. No iban a bailes de aquellas características todos los días.

Amelie se dio la vuelta y observó a Ella y a Alessandro Rossi.

–Ya veo que, como siempre, ya está dando la nota. ¿Por qué no vas y le dices algo? –le espetó a Liane mientras la empujaba hacia la pista de baile–. Te vi antes hablando con Rossi, así que ya lo conoces.

–Solo porque me pisó…

–Bueno, pues vas y le vuelves a saludar –insistió Amelie empujándola de nuevo. En aquella ocasión, lo hizo con la suficiente fuerza como para que Liane diera unos pasos al frente.

–Mamá… –susurró Liane horrorizada mientras Manon trataba de ahogar una carcajada.

–Sí, ve Liane –comentó su hermana–. Estoy segura de que los dos te lo van a agradecer mucho.

Amelie volvió a empujarla, con lo que Liane se encontró prácticamente en el borde de la pista de baile. Se sentía totalmente avergonzada. Todo el mundo la estaba mirando, presintiendo que ocurría algo y esperando a ver lo que ella hacía.

–¡Venga, Liane! –exclamó Amelie. Lo dijo lo suficientemente alto como para que pudieran escucharla las personas que estaban más cerca.

Liane cerró los ojos. ¿Por qué tenía que ser su madre tan insistente? ¿Y por qué tenía ella que dejar que la insistiera?

–¿Es que quieres bailar?

Liane se quedó atónita al ver a Ella y a Alessandro justamente a su lado.

–Yo…

Alessandro la observaba totalmente atónito mientras Ella, como siempre, lo hacía con gesto compasivo.

–No veas lo que te lo agradezco, Liane. Me encantaría sentarme un ratito.

Con la misma facilidad con la que lo solucionaba todo, Ella se apartó y la empujó hacia Alessandro. Antes de que Liane supiera lo que estaba ocurriendo, Alessandro la había tomado entre sus brazos y Ella había desaparecido. «Va a bailar conmigo por pena», pensó apesadumbrada. Horrible. A pesar de todo, no pudo evitar que le afectara profundamente el aroma cítrico del aftershaveque él llevaba puesto. Colocó una mano sobre el brazo de Alessandro y sintió sus poderosos músculos a través de la tela del traje. La otra sobre el hombro. Sintió que él le rodeaba la cintura.

–¿Conoce a Ella? –le preguntó Alessandro mientras empezaban a evolucionar sobre la pista de baile.

–Sí, es mi hermana.

–Sorprendente. No se parecen en nada.

Liane se sonrojó al escuchar la implícita crítica que había en aquellas palabras. Por supuesto que ya sabía que no se parecía en nada a Ella.

–En realidad, somos hermanastras.

–Ah, entiendo.

El tono de su voz molestó e hirió a Liane. ¿Por qué tenía que verla todo el mundo como si fuera inferior? No le tenía envidia a Ella, pero estaba cansada de que no la apreciaran por sí misma, como alguien a quien no le gustaba ser el centro de atención. ¿Qué tenía eso de malo?

–Los dos hacían muy buena pareja –afirmó Liane con un tono ácido en la voz–. Los guapos del baile.

–¿Eso cree? –le preguntó Alessandro. Tenía un gesto divertido en el rostro–. Entonces, ¿por qué nos ha interrumpido?

–¡Yo no he hecho nada de eso! –exclamó ella, sonrojándose.

–Pues parecía que esa era su intención.

Liane no estaba dispuesta a admitir que su madre la había obligado a hacerlo.

–Solo estaba tratando de llamar la atención de Ella –improvisó–. Mi madre quería hablar con ella.

–Ah, bueno, entonces si era eso, ¿por qué no lo dijo?

–No tuve oportunidad –le espetó ella. ¿Por qué se mostraba tan… pagado de sí mismo?

–No me tiene que clavar puñales con la mirada –comentó él suavemente–. Solo estaba bromeando.

Liane no supo cómo reaccionar ante aquellas palabras. ¿Estaba bromeando de verdad?

–De verdad es usted una mujer para tener en cuenta –afirmó mientras hacía que ella girara sobre sí misma antes de que acabara la pieza–. No sé muy bien si es un ratón o una virago.

–Un ratón, ya se lo digo yo –repuso Liane, algo dolida por aquel veredicto. En realidad, no sabía cuál de las dos cosas era peor–. Mire, allí está Ella, esperándole. Perfecto.

Se dio la vuelta para no tener que mirarlo mientras se apresuraba a salir de la pista de baile.

–Liane… –dijo Ella. Liane sacudió la cabeza.

–Por favor, ve a bailar.

No esperó para comprobar si Ella hacía lo que le había sugerido. No quiso mirar atrás.

 

 

El resto de la velada resultó interminable. Alessandro volvió a bailar con Ella y luego se quedó charlando con ella mientras recorrían juntos los grupos de invitados que había en la fiesta. Liane se aseguró de no estar nunca más cerca de ellos. No quería volver a ser el blanco de los comentarios incisivos de Alessandro.

¿Se enamoraría Ella de Alessandro? Sabía que a Ella le encantaba enamorarse, algo que Liane nunca había podido comprender.

–No te preocupes. A mí nadie me puede romper el corazón –le había dicho Ella en más de una ocasión–. Está hecho de goma. ¡Prácticamente todo le rebota! Me gusta enamorarme, Liane. Es el mejor sentimiento del mundo. ¡Es como danzar entre las estrellas! Deberías probarlo.

Siempre que hablaban del tema, Liane se limitaba a sonreír, pero no contestaba. No tenía intención alguna de hacer algo tan arriesgado y peligroso. El corazón era algo muy valioso y lo protegía con mucho mimo hasta que llegara el momento adecuado. El hombre perfecto, si es que existía. Esperaba que sí, pero, en los días malos, había ocasiones que lo dudaba.

Tenía veintisiete años y solo había tenido un puñado de citas, ninguna de las cuales había llevado a ninguna parte. Aún no había encontrado a la persona que pudiera hacerle desear más o que la empujara a anhelar los sueños por los que se dejaba llevar en sus momentos de soledad. Un mundo maravilloso, con niños y perros, con amor y risas, con alegría y comodidad. El hogar que había tenido en el pasado y que había perdido con la muerte de su padre. La vida que anhelaba tener, pero que temía esforzarse por encontrar.

Volvió a mirar a Alessandro y a Ella. Estaban de pie, muy juntos, en el centro de la sala. Alessandro murmuraba algo al oído de Ella. La joven sonreía de la manera que Liane sabía que practicaba tanto frente al espejo. Sintió que se le hacía un nudo en el estómago y se dio la vuelta. Se alegraba por su hermana, mucho, pero eso no significaba que tuviera que contemplar desde primera fila cómo se desarrollaba el cuento de hadas.

Liane salió a la terraza del ático y disfrutó con la cálida brisa. La terraza recorría los cuatro lados del impresionante salón y proporcionaba una vista panorámica de la ciudad. Se apartó de algunas parejas que charlaban en la intimidad. No quería que nada le recordara su estatus de mujer soltera.

Tenía que reconocer que nunca le había importado tanto. Normalmente, se contentaba con su trabajo, con ser feliz consigo misma. Se contentaba, sí. A pesar de que le gustara dejarse llevar por la ensoñación.

Contempló la ciudad y no pudo evitar pensar en Alessandro. El brillo burlón de sus ojos, el modo en el que fruncía la expresiva boca. Era una persona enojosa y tenía la capacidad de enfurecer a los demás, pero, a pesar de haberse sentido furiosa cuando él la tomó entre sus brazos, Liane se había sentido viva. Le había hecho sentirse vista de un modo que no había experimentado antes.

Las campanadas de un reloj en algún punto remoto de la ciudad la sorprendieron. ¿Ya era medianoche? En ese caso, había llegado el momento de marcharse a casa. Primero, tendría que encontrar a Ella y luego…

Contuvo el aliento al ver una figura muy familiar, vestida de seda y gasa, muchos metros más abajo, en la calle. El vestido flotaba en el aire mientras ella bajaba corriendo la escalera de entrada al hotel. Era Ella. ¿Por qué se marchaba del baile con tanta celeridad? Liane sintió que se le hacía un nudo en el estómago. ¿Qué había ocurrido?

Se dio la vuelta y volvió a entrar en el salón de baile para ir a buscar a su hermana. Tuvo que abrirse paso entre los invitados. Al tiempo que lo hacía, captó algunos cotilleos que se estaban comentando en los corrillos de los asistentes al baile.

–¿Quién es ella? Sea quien sea, resulta evidente que le ha llamado la atención…

–Sí, parece que por fin el príncipe de Manhattan ha encontrado a su princesa… Él siempre parecía tan distante…

–Pero ella ha desaparecido. Ha salido corriendo como si hubiera fuego en el hotel.

Por fin, Liane llegó al ascensor y apretó con fuerza el botón de bajada. Mientras el ascensor llegaba, buscó el teléfono móvil en el bolso, pero, cuando tecleó el número de Ella, no obtuvo respuesta. Su hermana casi nunca contestaba el teléfono, lo que resultaba absurdo considerando lo enganchada que estaba a las redes sociales.

–Los teléfonos no son para llamar a la gente –le había dicho a Liane en una ocasión.

Las puertas del ascensor se abrieron por fin. Liane entró rápidamente y contó una por una las veinticuatro plantas que tuvo que bajar hasta llegar al magnífico vestíbulo del hotel. En aquellos momentos, estaba prácticamente vacío, dado que todo el mundo seguía en el baile. Lo atravesó rápidamente y salió del edificio. Estaba a punto de bajar las escaleras cuando se detuvo en seco. Alessandro Rossi, tan apuesto como siempre, estaba de pie frente a ella.

 

 

–Usted otra vez.

Alessandro entornó la mirada y observó a la hermanastra de Ella, que acababa de detenerse abruptamente frente a él. La joven tenía la respiración acelerada y él se dio cuenta de que le estaba gustando bastante lo que veía. El recogido se le había soltado y el cabello le rozaba los hombros, creando caóticas ondas platino. Tenía las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes. En aquellos momentos, tenía un aspecto vibrante, vivo, como si fuera una pequeña y perfecta joya.

–¿Dónde está Ella? –le preguntó Liane.

–No tengo ni idea –replicó él mientras le mostraba el zapato de cristal que había encontrado sobre uno de los escalones–. Pero se dejó esto.

Liane pareció reconocer inmediatamente el zapato.

–¿Que se lo ha dejado?

–Eso parece. Estaba perfectamente colocado sobre los escalones, como el del cuento de hadas.

Liane apretó los labios y asintió, tal vez comprendiendo lo que había ocurrido. Alessandro la miró fijamente. Había sentido el vínculo que unía a Ella con su hermanastra. Ella había hablado sobre Liane con mucho afecto y Liane parecía haberse erigido como cuidadora de Ella.

–¿Sabe de qué va esto? –le preguntó él con voz seca.

–¿Qué quiere decir?

–Me da la sensación de que está ocurriendo algo que estaba planeado.

Si había algo que Alessandro odiara más que nada era que alguien lo utilizara para sus propósitos. No volvería a ser el muchacho al que exhibían como si fuera un trofeo como había ocurrido años atrás.

–No hay nada planeado –dijo Liane, pero parecía no estar del todo segura.

Alessandro no sabía cómo ni por qué, pero había algo en todo lo que estaba ocurriendo que lo llevaba a pensar en una trampa. ¿Por qué había salido Ella corriendo de aquella manera, prácticamente sin decir palabra? Había montado una verdadera escena, corriendo despavorida con el cabello y el vestido flotando como si fueran una estela tras de ella. En realidad, todo le parecía demasiado exagerado. ¿Qué era lo que estaba pasando en realidad?

–¿Sabe dónde ha ido Ella? –le preguntó.

–No.

Liane apretó los labios con fuerza y, una vez más, a Alessandro le pareció que había algo que ella le estaba ocultando. Había algo en todo aquello que le olía mal y tenía la intención de descubrir de qué se trataba. No iba a permitir que jugaran con él, ni Ella ni su hermanita. Nadie en realidad.

–¿Está segura?

Liane volvió a asentir. Alessandro la miró atentamente. ¿Eran imaginaciones suyas o acaso era verdad que había algo emotivo y vulnerable en el modo en el que ella levantaba la barbilla? Fuera como fuera, tenía que llegar al fondo de aquel absurdo drama… y acabar con él.

–¿Por qué no seguimos charlando de esto en un lugar algo más privado?

–¿Dónde? –replicó ella.

–Tengo una suite privada en el hotel, pero si le preocupa su virtud, por lo que a mí respecta el bar del hotel también vale.

Liane se sonrojó.

–No sé qué más puedo decirle, de verdad –contestó algo secamente–. Sin embargo, dado que estoy preocupada por mi hermana, me gustaría que me contara lo que ha ocurrido durante el baile.

Alessandro estuvo a punto de esbozar una sonrisa. Liane acababa de ponerle la pelota en su terreno. Lo más extraño de todo era que le estaba gustando aquella demostración de agallas. Entonces, era un virago más que un ratón.

–Muy bien –dijo, con una pequeña inclinación de cabeza–. Usted primero.

Con la cabeza muy alta, Liane echó a andar hacia el interior del hotel. Alessandro se metió el zapato en un bolsillo y la siguió.

 

 

El bar del hotel estaba situado al fondo del vestíbulo y era un cómodo bastión de cuero y caoba. El camarero era la única persona presente y, en cuanto vio que entraba Alessandro, dejó los vasos que estaba secando. Alessandro levantó dos dedos y señaló una botella de whisky que relucía en una vitrina. Entonces, indicó a Liane que tomara asiento en una de las mesas más discretas.

–Me acabo de dar cuenta de que, en realidad, no conozco su nombre completo.

–Liane Blanchard.

–¿Es francesa? –le preguntó Alessandro. Ella asintió. Entonces, había estado en lo cierto sobre el acento. Por alguna razón, aquello le agradó–. ¿Y qué está haciendo en Nueva York?

–Pensaba que quería hablar de mi hermana.

–Le aseguro que todo es relevante.

–¿Usted cree? –replicó ella levantando de nuevo la barbilla. Un frío fiero se reflejó en sus ojos violeta. Tal vez era menuda y pálida, pero tenía genio y fuerza. Se preguntó si ella lo sabía–. Tal vez debería ser yo quien hiciera las preguntas.

–¿De verdad? ¿Y por qué lo cree?

–Porque mi hermana salió huyendo, evidentemente preocupada por algo.

–Al contrario. Le aseguro que no estaba preocupada en absoluto. Estábamos hablando y, de repente, se marchó sin avisarme ni comentar nada al respecto.

Liane lo miró sorprendida. El escepticismo era evidente en sus ojos.

–¿Así sin más?

–Sí. Así sin más. Y se dejó este zapato –comentó. Con gesto deliberadamente burlón, lo dejó sobre la mesa–. Vaya zapato más ridículo.

Liane no pudo contener una sonrisa, que iluminó su rostro como un rayo de sol antes de desaparecer. Alessandro se dio cuenta de que él también había sonreído solo un instante.

–En realidad, todos los zapatos de Ella son ridículos –admitió Liane–, pero es cierto que estos lo son más que la mayoría.

A Alessandro no se le pasó por alto el profundo afecto que había en la voz de Liane. Evidentemente, a pesar de que las dos hermanas eran muy diferentes, estaban también muy unidas. Ella era alegre y sociable, de conversación divertida y fácil, aunque también algo insípida.

Por el contrario, Liane era callada y contenida. Sin embargo, el fuerte genio, los increíbles ojos… Alessandro suponía que había mucho más oculto de lo que Liane mostraba en la superficie.

El camarero llegó con la botella de whisky y dos vasos. Alessandro quitó el zapato y lo colocó sobre una de las butacas para dejar sitio sobre la mesa

–Yo no bebo whisky –le informó ella fríamente cuando el camarero se hubo marchado.

Impertérrito, Alessandro sirvió un dedo de whisky en cada vaso.

–Siempre hay una primera vez.

Liane se cruzó de brazos y lo miró fijamente.

–Es bastante controlador, ¿verdad?

–Prefiero decir que soy hospitalario –repuso él ofreciéndole uno de los vasos. Después de un instante, ella lo aceptó–, pero, por supuesto, no lo beba si no quiere. Me pareció grosero no ofrecerle un whisky cuando yo me voy a tomar uno.

Entonces, como para apostillar sus palabras, tomó un largo trago, agradeciendo el calor que le envolvía la garganta.

Liane volvió a dejar el vaso sobre la mesa sin ni siquiera oler el licor.

–Estoy muy preocupada por mi hermana –afirmó en un tono casi desafiante.

–Ya le he dicho que no estaba preocupada en absoluto cuando se marchó –dijo él muy tranquilamente.

–Sé lo que me ha dicho y, sinceramente, me siento inclinada a creerle –admitió Liane–, pero mi hermana puede ser algo… impetuosa en algunas ocasiones. Marcharse del baile así…. –añadió en tono pensativo. De repente, dejó escapar una exclamación que parecía indicar que se había dado cuenta de algo–. Por supuesto…

Liane dejó escapar una suave risa que, sin saber por qué, a Alessandro le recordó las burbujas del champán. Él sintió la necesidad de volver a escucharla, hasta que se percató de que aquello significaba que, efectivamente, había ocurrido algo y Liane sabía de qué se trataba.

–¿De qué se ríe? ¿Qué es lo que ha recordado que le ha hecho tanta gracia?

–En realidad, no tiene nada de gracia, pero es típico de Ella –dijo Liane. Se reclinó sobre su butaca. Ya no parecía tan tensa ni ansiosa–. No sé si se lo ha dicho, pero es una especie de influencer en las redes sociales. Esos zapatos se los prestó un diseñador y debió de marcharse justo por eso. El reloj da las doce, Cenicienta se marcha del baile, etc, etc, etc. Por eso se ha marchado con un solo zapato. Ahora, probablemente va a publicarlo en su videoblog como una adaptación moderna del cuento de hadas.

–Entonces, esto no es nada más que una manera de hacerse publicidad –comentó él. Liane asintió.

–Sí, algo así. Al menos, eso creo. Es el estilo de Ella.

A Alessandro no le sorprendió, pero se sintió algo irritado porque no le gustaba que lo utilizaran de aquella manera. Sin embargo, decidió que él básicamente había estado utilizando a Ella para hacerse publicidad, asegurándose de que los fotografiaran juntos para promocionar el hotel y hacer que pareciera moderno y divertido. Si Ella también lo había estado utilizando a él, había una cierta justicia poética en todo aquel asunto, a pesar de que todo ello fuera en contra de lo que le dictaba su instinto. Nunca había permitido que nadie lo utilizara, al menos desde que era un niño indefenso.

No. No podía consentirlo. Sin embargo, considerando todo lo que había averiguado sobre Ella Ash, había llegado a la conclusión de que la joven encajaba perfectamente con lo que estaba buscando. La asociación entre ambos no terminaría allí, sino que seguiría para beneficiarlos a ambos. Y si aquella mujer tan fascinante formaba parte del trato… mucho mejor.

–Muy bien –le dijo a Liane justo después de terminarse su whisky–. En ese caso, puede ayudarme a encontrarla.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Que Alessandro Rossi quiere verme?

Ella levantó las cejas muy sorprendida. Estaba aún en pijama, tumbada sobre el sofá. Una pequeña sonrisa curvó sus labios.

–Deben de haber sido los zapatos.

–Seguro, sí –afirmó Liane–. O el precioso vestido o tu belleza sin parangón o tu vibrante personalidad. Tal vez las tres cosas. Cuatro, más bien.

Ella se echó a reír.

–Para, me vas a sonrojar.

No tanto como Liane se había sonrojado la noche anterior, cuando había estado sentada junto a Alessandro, sintiendo cómo él la miraba

–Quiere verte en su despacho a primera hora de la tarde –le dijo a su hermanastra–, así que deberías empezar a vestirte.

–Pero si es sábado y estoy agotada… Estuve por ahí hasta las cinco de la mañana, ¿sabes? Alonso estaba celebrando una fiesta en el SoHo y…

–Entonces, supongo que no te convertiste en una calabaza.

–Es la carroza la que se convierte en calabaza, Liane. A ver si te aprendes bien los cuentos de hadas –comentó entre carcajadas–. ¿A que estuvo muy bien pensado? Subí el vídeo a las dos de la mañana y ya tiene cincuenta mil reproducciones –añadió encantada. Tomó su teléfono y empezó a buscar en la pantalla–. ¡Ahora ya son sesenta mil! Liane, prácticamente es viral.

–Es increíble que un término así sea un cumplido.

–Ya sabes lo que significa.

–Sí. ¿De qué vídeo estamos hablando?

–Del vídeo en el que Alessandro encuentra mi zapato –comentó Ella mientras volvía a reclinarse en el sofá con una sonrisa en los labios.

–¿Lo grabaste? –le preguntó Liane, intranquila por lo que acababa de escuchar.

–Claro.

A juzgar por lo poco que sabía de él, Liane dudaba que Alessandro Rossi se pusiera igual de contento cuando se enterara. Se había comportado de un modo algo sospechoso la noche anterior cuando exigió saber por qué Ella se había marchado… y no porque estuviera preocupado por ella. Le había parecido una persona tranquila, controlada, que valoraba la contención por encima de la expresión de sentimientos. Todo lo contrario a Ella. Liane suspiró y miró el reloj. Era ya más de mediodía. La noche anterior, Alessandro Rossi le había pedido, exigido más bien, que Ella se presentara en su despacho a las dos en punto. En un primer momento, Liane había sentido la tentación de negarse. Alessandro Rossi la alarmaba y la fascinaba a partes iguales y Liane no estaba del todo segura de lo que él buscaba en su hermana. Entonces, comprendió que la reunión podría ser muy beneficiosa para la carrera de Ella y sus aspiraciones en el mundo de las redes sociales. A pesar de que solo había llegado hacía unos meses, Alessandro Rossi era ya uno de los hombres más famosos de la ciudad de Nueva York. Era guapo, rico, poderoso y posiblemente pertenecía a la nobleza italiana. Saber lo que quería de Ella sería lo primero y más aconsejable.

«Y, por supuesto, no tiene nada que ver con que tú quieras volverlo a ver».

–¿Quieres hacer el favor de empezar a prepararte? Esto podría ser una oportunidad de oro para ti.

Ella estiró un pie para mirar la laca de uñas plateada con la que se había pintado las uñas.

–¿Qué crees que quiere?

–Sin darme muchos detalles, me comentó algo sobre una propuesta de negocios –contestó–. Pero no tengo ni idea de qué puede tratarse. No obstante, me parece que merece la pena escuchar lo que tiene que proponerte.

Normalmente, le habría aconsejado a su hermanastra cautela. Sin embargo, si era totalmente sincera consigo misma, sabía que estaba animando a su hermanastra a acudir a aquella reunión no solo por la oportunidad que podría proporcionarle a Ella, sino también porque quería volver a ver a Alessandro Rossi. No estaba segura de si confiaba en él o le gustaba, pero cuando estaba en su presencia, se sentía… electrificada. Más viva de lo que se había sentido nunca. Era como si todos los nervios de su cuerpo cobraran vida. Todo aquello era, por supuesto, ridículo y, sin embargo…

Cierto.

–Entonces, ¿vas a ir? –le preguntó a Ella mientras le tiraba del pie.

–Supongo que sí –contestó Ella con un bostezo enorme–. Es decir, más por curiosidad que por otra cosa.

–¿De qué hablaste con él anoche? –quiso saber Liane.

–En realidad no me acuerdo. De esto y de aquello. De lo más básico y aburrido. Puede resultar bastante encantador, pero me pareció que estaba actuando. Era casi como si, en realidad, no quisiera estar allí.

–Se sabe que es un poco ermitaño –comentó Liane. Al menos eso era lo que decía la prensa rosa. A Alessandro Rossi no le gustaba socializar ni aparecer en público, a no ser que fuera por temas de trabajo. Eso lo convertía en un enigma y le añadía aún más atractivo.

–En otras palabras, es un aburrido –repuso Ella bostezando de nuevo. Entonces, cerró los ojos.

Liane no se podía creer que su hermana fuera a dejar pasar aquella oportunidad. Típico de Ella. Era ambiciosa solo cuando le apetecía.

–¡Ella! –exclamó Liane volviendo a tirarle del pie–. Si vas a ir, deberías haber empezado a arreglarte hace ya diez minutos.

Ella abrió un ojo y la miró con especulación.

–¿Por qué insistes tanto en que vaya?

–Bueno, creo que es una buena oportunidad para ti –susurró, rezando para no sonrojarse–. O, al menos, podría serlo.

–Supongo que tienes razón…

Ella dejó escapar otro enorme bostezo y se estiró sobre el sofá lánguidamente. Entonces, por fin, se levantó.

–Está bien. Iré, aunque solo sea para satisfacer tu curiosidad.

–Yo no… –empezó a comentar Liane, pero Ella se echó a reír y comenzó a subir la escalera.

 

 

Cuando faltaban dos minutos para las dos, llegaron a la puerta principal del imponente rascacielos.

–Vaya –comentó Ella tras bajarse las gafas para examinar el edificio con apreciación–. ¿Y es dueño del edificio entero?

Liane asintió y le indicó la placa dorada que había a un lado de la puerta

–Eso parece, o, al menos, le pertenece a su familia –comentó indicando las letras grabadas sobre la placa. Rossi Enterprises.

Había investigado un poco a Alessandro Rossi en Internet antes de salir, tratando de mantenerse al margen de la información que parecía en los tabloides y en los sitios web de rumorología y cotilleos. Había descubierto que Alessandro Rossi era el único hijo de Leonardo Rossi. Su padre le había entregado las riendas de la empresa familiar el año anterior y se había retirado a Ibiza. No había encontrado mención alguna de su madre. Se le conocía por ser un hombre discreto, que no dejaba entrever al público detalles de su vida privada. Además, había descubierto que Rossi Enterprises valía muchísimo dinero.

–En ese caso, tal vez esto merezca la pena, aunque solo sea para satisfacer tu curiosidad –proclamó Ella. Entonces, con una resplandeciente sonrisa, entró en el edificio. El portero le informó que el señor Rossi la estaba esperando.

Liane sintió que se le hacía un nudo en el estómago por los nervios. Mientras subían en el ascensor, decidió que no le ponía nerviosa volverlo a ver, sino más precisamente por que él viera cómo ella reaccionaba ante él. Tenía que detener aquella estúpida atracción por un desconocido, en especial si se le notaba en el rostro. No podía soportar verse expuesta de aquella manera, sobre todo porque temía que Alessandro podría adivinar exactamente lo que estaba pensando, y sintiendo. Aquel pensamiento la horrorizaba.

¿Por qué tenía que reaccionar así cuando estaba cerca de él? Incluso en aquellos momentos su cuerpo vibraba de anticipación, de excitación ante la perspectiva de volver a verlo.

Un solemne asistente las recibió a la puerta del ascensor y las acompañó a las imponentes puertas del despacho. Ella entró primero, con la cabeza bien alta, tan fabulosa como siempre con un vestido amarillo y sandalias a juego. Liane la siguió y permaneció junto a la pared mientras Ella se acercaba con decisión al escritorio de Alessandro Rossi.

–He oído que tiene una proposición para mí –dijo, de una manera que sonó prácticamente como si se tratara de algo sucio.

Alessandro se levantó. Llevaba puesto un traje gris que hacía resaltar aún más el color de sus ojos. Tenía un aspecto poderoso y distante. Liane notó que el corazón se le aceleraba. Se sintió totalmente absurda y decidió que tenía que hacer todo lo posible por refrenar aquellas reacciones. Por suerte, o no, y tal y como ella había esperado, Alessandro ni siquiera se dignó a mirarla.

–Señorita Ash, me alegro mucho de que haya podido venir a reunirse conmigo. Le ruego tome asiento –le dijo mientras le indicaba a Ella una de las butacas de cuero que había frente al inmenso escritorio.

Alessandro miró a Liane brevemente, pero sin revelar nada. A pesar de todo, ella se sintió como si hubiera sufrido una descarga eléctrica.

–Y usted, señorita Blanchard, también, por supuesto –añadió.

Liane creyó notar una cierta nota de humor en su voz. No estaba segura, pero se sonrojó de todas maneras.

–Gracias –susurró mientras daba un paso al frente. Se sentó al borde de la butaca, mientras los observaba a ambos.

–Creo que esto le pertenece –le dijo Alessandro a Ella mientras se agachaba ligeramente para tomar algo del suelo. Entonces, colocó el zapato de cristal sobre el escritorio con un cierto gesto burlón.

Ella se echó a reír y levantó una pierna.

–Primero, debería ver si me sirve –comentó Ella aleteando brevemente las pestañas.

–Muy bien –replicó él sin expresión alguna en el rostro. Se levantó y miró brevemente a Liane antes de retirar la sandalia de ella y colocarle el zapato de cristal–. Encaja a la perfección.

–¿Y ahora es cuando me va a pedir que me case con usted? –repuso ella sonriendo–. Y después, viviremos felices para siempre. Sin embargo, no creo que sea esa la proposición que tiene intención de hacerme –añadió. Se quitó el zapato de cristal y miró a Alessandro fijamente a los ojos mientras dejaba el zapato colgando de uno de sus perfectos dedos–. Usted dirá, señor Rossi. ¿Qué es lo que quiere proponerme?

 

 

Resultaba evidente que Ella Ash era explosiva. Alessandro mantuvo el gesto y la mirada totalmente inexpresivos mientras trataba de controlar tanto la gracia como el enojo que le producían la descarada teatralidad de Ella. Aquella reunión confirmó las sospechas del día anterior. Era la clase de persona que estaba actuando constantemente y que necesitaba de una audiencia invisible por donde quiera que fuera. En realidad, se parecía mucho a su madre y representaba la clase de exhibicionismo que él tanto odiaba. Sin embargo, tenía que reconocer que, en aquel caso, Ella podría ser exactamente lo que necesitaba al menos durante un breve periodo de tiempo. Todo por el bien de Rossi Enterprises.

Miró brevemente a Liane. Una vez más. Había descubierto que no podía pasar sin mirarla para tratar de comprender los sentimientos que bullían tras aquellos ojos color violeta. Llevaba un sencillo vestido camisero azul, un atuendo poco seductor, y, a pesar de todo, él era consciente de las esbeltas curvas y del modo en el que el cinturón enfatizaba la estrecha cintura. Era perfecta, menuda, delicada en todos los sentidos y Alessandro la encontraba más fascinante que la descarada y evidente belleza de Ella.

Se centró de nuevo en Ella.

–Mi propuesta es sencilla. Hoteles Rossi necesita una joven embajadora. Nuestra marca de lujo, confort e intimidad no se ha comunicado demasiado bien con la generación de las redes sociales.

A Alessandro no le gustaba en absoluto el concepto de buscar publicidad, pero odiaba aún más el del fracaso. Se había pasado los últimos diez años levantando Rossi Enterprises de las cenizas en las que su padre había dejado que se convirtiera hasta casi arder por completo. No iba a consentir que todo desapareciera simplemente porque a la generación de los milenials le hiciera falta ver algo en Instagram antes de gastarse el dinero. Al menos así, podría controlar la atención y la narrativa de cómo se publicitara.

–¿De verdad? Pues he de decir que el hotel me pareció algo pasado de moda.

Alessandro forzó una tensa sonrisa.

–Entonces, como estoy seguro de que se habrá imaginado ya, ahí es donde entra usted.

–¿Quiere que su hotel salga en mi blog? El vídeo en el que usted encuentra mi zapato de cristal ha alcanzado… –se interrumpió un instante para sacar el teléfono móvil y consultarlo con la velocidad del rayo–… ¡Doscientas mil reproducciones! ¿A que es increíble?

–¿Cómo ha dicho? –le preguntó Alessandro mientras la miraba atentamente–. ¿De qué vídeo está hablando?

–Entonces, ¿me ha pedido que venga aquí sin verlo siquiera? –exclamó Ella con una risotada–. Mire.

Le entregó el teléfono y Alessandro frunció el ceño mientras contemplaba el vídeo en el que él mismo, bajaba las escaleras del hotel, recogía el zapato de cristal y lo miraba atentamente. Ella había puesto una frase sobre la última imagen. ¡Dios mío! ¡El príncipe ha encontrado mi zapato! ¿Qué pasará a continuación?