E-Pack Bianca octubre 2019 - Chantelle Shaw - E-Book

E-Pack Bianca octubre 2019 E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

El viaje del deseo Julia James Su romance era tórrido… ¡y tuvo consecuencias escandalosas! Un oasis de pasión Susan Stephens Una noche de pasión... ¡con inesperadas consecuencias! Inocencia y placer Rachael Thomas La condición impuesta por el griego… ¡era que ella llevase su anillo de diamantes! Celos desatados Chantelle Shaw Seducida por placer… Reclamada por su hijo

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Pack Bianca, n.º 173 - octubre 2019

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-764-5

Índice

Portada

 

Créditos

 

El viaje del deseo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Un oasis de pasión

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Inocencia y placer

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Celos desatados

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NIC FALCONE entró al casino por la puerta de servicio y miró a su alrededor. Sin duda, adquirir y reformar aquel hotel situado en el desierto del Oeste, suficientemente cerca de Las Vegas y de la Costa Oeste, había sido una buena idea. Otra prestigiosa mina de oro para Falcone, la cadena mundial de hoteles de lujo. Otra prueba de lo lejos que había llegado a sus treinta años, pasando de los suburbios de Roma a ser uno de los hombres más ricos de Italia.

El niño de los suburbios, y huérfano de padre, que había comenzado su primer trabajo con apenas dieciséis años en el sótano del famoso hotel Viscari Roma, había conseguido llegar tan alto como el playboy Vito Viscari, que había sido el heredero de la cadena hotelera de su familia.

La expresión de Nic se ensombreció al recordarlo. A base de esfuerzo había conseguido ascender en el Viscari Roma, hasta que por fin pudo dar el gran salto a un puesto de directivo para el que sabía que estaba completamente cualificado.

No obstante, el tío de Vito, presidente de la empresa, prefirió que su sobrino, un chico inexperto y recién salido de la universidad, empezara a relacionarse con su futura herencia.

Nic no fue tomado en cuenta y, desde ese momento, tomó la decisión de trabajar únicamente para sí mismo. La semilla de la cadena hotelera Falcone estaba plantada. Falcone sería el rival que absorbería a Viscari de una vez por todas.

Y mediante un gran esfuerzo que había absorbido todos los aspectos de su vida, Nic había alcanzado el éxito. Tanto que el año anterior había sido capaz de lanzarse como un halcón y aprovecharse de manera despiadada de la lucha de poder interna que tuvo lugar dentro de la familia Viscari y arrebatarles la mitad de la cartera de los Viscari mediante una adquisición hostil.

Sin embargo, resultó ser un triunfo convertido en ceniza. Una vez más, Nic había experimentado el efecto del favoritismo. La suegra de Vito había conseguido convencer a los inversores que habían hecho posible que Nic hiciera la adquisición, para que volvieran a venderle de nuevo los hoteles para que ella pudiera entregárselos a Vito, su yerno.

De nuevo, Vito había prosperado sin levantar un dedo, gracias a la ayuda de su familia.

No obstante, la determinación que había hecho que Nic saliera de los suburbios se apoderó nuevamente de él, y meses después de haber perdido la cartera del grupo Viscari, reaccionó creando una lista de potenciales propiedades para el grupo Falcone, incluyendo el lugar en el que se encontraba. El recién inaugurado Falcone Nevada, con su lucrativo casino.

Se fijó en que algunos de los jugadores acababan de llegar de la zona de conferencias del hotel, donde un grupo de astrofísicos estaban celebrando su encuentro anual, y también en un grupo de jóvenes que se alejaba del bar para dirigirse a la zona de juego. Una de las mujeres del grupo se separó de ellos y se despidió dándoles las buenas noches.

Una mujer que lo hizo detenerse. Era alta y elegante y tenía el cabello rubio.

Todo su cuerpo se puso en alerta al verla. Él había estado con muchas mujeres bellas, pero ninguna como aquella. Notó que se le tensaban los músculos del vientre y contuvo la respiración. La miró fijamente y un intenso deseo se apoderó de él…

 

 

Fran observó a los estudiantes de postgrado mientras compraban sus fichas. Era evidente que estaban disfrutando y aprovechando al máximo la última noche de la conferencia. Ella debía marcharse porque al día siguiente tenía que hacer una exposición antes de la sesión plenaria y necesitaba revisarla.

En cuanto se volvió para pedirle la cuenta al camarero, oyó que alguien le hablaba.

–¿No le apetece probar suerte en las mesas?

Era una voz grave, que tenía acento norteamericano, pero no parecía del oeste. Ella se volvió para mirarlo y no pudo contener su asombro.

«Guau», pensó.

Era un hombre alto y enormemente atractivo, de anchas espaldas, torso musculoso y cadera estrecha. Iba vestido con un esmoquin, pero todo indicaba que era un hombre duro.

«¿Será parte del equipo de seguridad?», se preguntó Fran, tratando de no pensar en el impacto que había causado en ella.

Durante un instante, se quedó paralizada. Una reacción que nunca había tenido con un hombre. Ni siquiera Cesare, el hombre con el que había estado a punto de casarse, había tenido el poderoso impacto que aquel hombre estaba teniendo sobre ella.

«¡No se parece en nada a los hombres que suelen resultarme atractivos!».

A excepción de Cesare, a ella solían gustarle los hombres con cara de estudiosos, y no los hombres musculados que siempre había considerado como un poco brutos. Sin embargo, aquel hombre no tenía nada de bruto. Y menos con unos ojos como esos, que portaban el brillo de la inteligencia.

«Son muy azules… Es extraño, porque el tono bronceado de su piel y el color de su cabello indican que podría ser de origen hispano…».

Mientras hacía esa reflexión se percató de que debía hacer algo aparte de mirarlo embobada. ¿Debía reparar en el comentario que él había hecho? Sabía que los hombres se sentían atraídos por las mujeres rubias y, normalmente, cuando alguien trataba de seducirla, solía mostrarse evasiva hasta que podía marcharse o el hombre decidía abandonar. Solo si era completamente necesario, los ignoraba.

Por el momento, se decidió por la primera opción, así que sonrió con timidez y negó con la cabeza.

–El juego no va conmigo –contestó ella, y escribió el número de habitación en la cuenta que le dio el camarero.

–¿Está participando en la conferencia?

–Sí –respondió ella.

Se movió para bajarse del taburete y él le ofreció su ayuda. Ella lo miró y murmuró para darle las gracias, deseando poder mostrarse indiferente ante él.

Era imposible, teniendo en cuenta el impacto que él estaba teniendo sobre su persona.

La sonrisa de aquel hombre era tremendamente atractiva.

Fran se quedó sin respiración durante unos instantes.

–Siento mi comentario, pero ¡no tiene aspecto de astrofísica para nada!

Él esbozó una sonrisa que indicaba que su comentario era un cliché, y que no le importaba. El brillo de sus ojos azules indicaba por qué había dicho lo que había dicho.

Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por mantener la conversación.

Fran arqueó una ceja. Fuera lo que fuera aquello, no tenía nada que ver con que aquel hombre fuese un miembro del equipo de seguridad del hotel, si eso era lo que era. Y si no, si simplemente era otro huésped, tampoco cambiaba nada. Él trataba de darle conversación, y quizá lo mejor era que ella se despidiera y se marchara.

Excepto que no quería hacerlo. El latido acelerado de su corazón indicaba que estaba reaccionando ante ese hombre como nunca había reaccionado ante nadie, que le estaba sucediendo algo que nunca había experimentado.

–Y ha conocido a muchos astrofísicos en su vida, ¿no? –preguntó arqueando una ceja.

Él sonrió de nuevo. Ella tenía la sensación de que era un hombre que se sentía muy cómodo consigo mismo.

–Bastantes –contestó él.

Fran lo miró con los ojos entornados.

–Mencióneme a tres.

Él se rio. El sonido de su risa resultaba atractivo, igual que la mirada de sus ojos azules, su rostro y el resto del cuerpo. Todo ello estaba provocando cosas increíbles en ella.

«¿Qué me ocurre? Un hombre se pone a hablarme en el bar del casino de un hotel y, de pronto, me siento como si tuviera dieciocho años otra vez y no como una mujer sensata de veinticinco años, que escribe artículos científicos ininteligibles sobre cosmología en una prestigiosa universidad de la Costa Oeste».

Las académicas no se volvían locas solo porque un hombre atractivo les dedicara una sonrisa. Y menos, una mujer llamada doctora Fran Ristori.

Donna Francesca di Ristori. La hija de dos familias que pertenecían a la nobleza desde hacía siglos, una italiana y otra inglesa. Era la hija de il marchese d’Arromento, y la nieta de un importante noble británico, el duque de Revinscourt.

Claro que en los Estados Unidos nadie lo sabía, y a nadie le importaba. En el mundo académico solo contaban las investigaciones, nada más. Era algo que su madre, nacida como lady Emma y convertida en marchesa d’Arromento, nunca había comprendido. Igual que no había comprendido por qué Fran había dejado la vida para la que había nacido para satisfacer su deseo de aprendizaje.

Fran sabía que aquello había generado un distanciamiento entre ellas, y que el hecho de que hubiera aceptado casarse con alguien de la aristocracia italiana era lo que había provocado que su madre aceptara su carrera de investigación.

No obstante, el año pasado Fran había roto su relación con Cesare, il conte di Mantegna, el hombre con el que iba a casarse. Desde entonces, su madre apenas le dirigía la palabra.

–¡Era perfecto para ti! –había protestado su madre–. Os conocéis de toda la vida y él te habría permitido continuar con el estudio de las estrellas que tanto te gusta.

–Tengo una oferta mejor –fue todo lo que Fran había sido capaz de decir.

Era una oferta que su madre nunca habría podido apreciar, la emocionante invitación para unirse a un equipo de investigación dirigido por un hombre galardonado con un Premio Nobel, en California.

Fran se sentía aliviada por haber aceptado la oferta, y no solo por ella. Cesare era un buen amigo, y siempre lo sería, pero resultaba que estaba enamorado de otra mujer y se había casado con ella.

Fran se alegraba por Cesare y Carla, su flamante esposa, y por el bebé que habían tenido, y les deseaba que fueran felices para siempre.

Ella se había mudado a la Costa Oeste, donde había alquilado un apartamento. Allí disfrutaba del ambiente de uno de los centros de investigación de Cosmología más importantes del mundo y estaba entusiasmada de ser una asistente del famoso premio Nobel.

Sin embargo, el último semestre, el ilustre profesor había sufrido un ataque al corazón y se había jubilado anticipadamente. Su sucesor no era tan bueno como él y Fran había decidido buscar otro destino en otra universidad. En cuanto terminara aquella conferencia, se pondría a buscar de manera activa.

–Está bien, me rindo –dijo el hombre levantando las manos.

Al ver su sonrisa, Fran notó que se le aceleraba el corazón. No pudo evitar soltar una carcajada. Aquel hombre se mostraba tan seguro de sí mismo que hacía que resultara todavía más atractivo.

–Esta noche hemos tenido la cena de cierre de la conferencia, así que todos vamos vestidos con nuestras mejores galas. ¡Ninguno tenemos aspecto de científicos empollones!

Él la miró de arriba abajo.

–Sicuramente no.

Al oír sus palabras, Fran lo miró sorprendida.

–Sei italiano? –la pregunta escapó de sus labios antes de que ella pudiera evitarlo.

El hombre puso cara de sorpresa y satisfacción.

Fran se percató de que acababa de darle otro tema de conversación, pero no le importaba.

–Muchos norteamericanos lo son –dijo él en inglés–. ¿Y usted?

–Italiana por parte de padre. Inglesa por parte de madre –contestó Fran.

¿Por qué seguía dedicándole tiempo a aquel hombre musculoso cuando debía regresar a su habitación y repasar la presentación que debía exponer al día siguiente?

Solo sabía que él había provocado que se sintiera muy diferente de la académica sensata que sabía que era. Muy diferente a donna Francesca.

–¿Inglesa? Pensaba que era de la Costa Este.

–Viví allí un tiempo –contestó ella–. Mientras estudiaba el doctorado.

Oyó que sus compañeros gritaban en una de las mesas de blackjack y los miró un instante.

–Espero que no intenten ganar haciendo trampas –dijo ella–. Todos son buenos matemáticos, así que probablemente pudieran si lo intentaran, pero sé que a los casinos no les gusta…

–No se preocupe, los crupieres no permitirán que pase.

–Parece que sabe de qué habla –dijo ella.

Él asintió.

–Lo sé.

Ella lo miró. Parecía que definitivamente formaba parte del equipo de seguridad del hotel, aunque ella no estaba del todo segura.

En realidad, le daba igual.

–Entonces, ¿ha disfrutado de la conferencia? –le preguntó él.

Fran asintió. Él seguía dándole conversación, y a ella no le importaba.

–Sí… Mentalmente ha sido muy estimulante. Intensa, pero bien. Y este hotel… –gesticuló con la mano–. Este hotel es fantástico. No conozco muy bien la cadena de los Falcone, pero en este se han esmerado. La pena es que no he tenido tiempo de usar las instalaciones, ni siquiera la piscina. Mañana lo haré sin falta, antes de que nos vayamos. También es una lástima que no pueda hacer ninguno de los tours que ofrecen… ¡Ni siquiera el del Gran Cañón!

Nada más decirlo, se arrepintió. ¿Pensaría que estaba sugiriendo una invitación?

Para su tranquilidad, él no comentó nada al respecto y dijo:

–Me alegra que le guste el hotel… Se ha invertido mucho trabajo en él.

Fran percibió orgullo en su voz. Sin duda era parte del equipo de seguridad del hotel.

–Me gustaría más si no tuviera casino, pero claro, en Nevada…

–Los casinos generan mucho dinero –contestó él.

Desde la mesa de blackjack se oyó otro grito de alegría.

Fran se rio.

–Quizá esta noche ganen un poco menos.

–Quizá –contestó él, y la miró divertido. No obstante, momentos después se mostró inseguro.

Y a ella le gustó todavía más.

–Y quizá… –la miró como si no supiera qué podía responder ella–. Quizá, si le pregunto si puedo invitarla a una copa para celebrar que sus compañeros astrofísicos han ganado, ¿me dirá que sí?

Fran lo miró un instante antes de mirar hacia la mesa de juego donde estaban sus compañeros. Después, volvió a mirarlo a él, el hombre que había tratado de darle conversación y que se había decidido a dar un paso más.

¿Le apetecía aceptar la invitación? ¿O debía decirle que no con educación y marcharse a su habitación para repasar su presentación?

No, no quería marcharse a su habitación. Deseaba continuar con aquella conversación y prolongar aquel encuentro.

Fran sonrió y se subió de nuevo al taburete. Él no hizo ademán de ayudarla. Ella lo miró fijamente y le gusto lo que vio.

–¿Por qué no? –respondió.

 

 

Nic la miró de arriba abajo mientras ella se sentaba. En todo momento había dudado de que ella fuera a aceptar la invitación. Y eso formaba parte de su atractivo. Él estaba cansado de que las mujeres le prestaran tanta atención, y quizá por eso se mostraba huidizo sobre quién era en realidad, Nicolo Falcone, el multimillonario, fundador y propietario de la cadena hotelera Falcone.

Por ese motivo, miró al camarero a modo de advertencia y, cuando el empleado asintió de forma tranquilizadora, él le pidió la bebida. Un Campari con soda para ella y un bourbon para él. Después, Nic se sentó en un taburete junto a ella.

–Entonces, ¿usted también interviene en la conferencia?

–Sí, hago una pequeña presentación acerca de los resultados de mi actual investigación. Es para mañana, antes del plenario final.

–¿De qué se trata? ¿Cree que al menos comprenderé el título? –añadió él con humor.

En esos momentos, él sintió que la belleza de Fran iluminaba el ambiente. Ella provenía de un mundo completamente diferente.

La observó mientras bebía un sorbo de su copa y admiró sus delicados dedos. Llevaba un vestido de cóctel de precio medio, el cabello recogido en un moño y muy poco maquillaje. Tenía aspecto de lo que era… Una académica vestida para aquella velada.

El deseo se apoderó de él.

Ella le estaba hablando y él le prestó atención, tratando de controlar su respuesta primitiva.

Fran hablaba con entusiasmo, lo que demostraba su pasión por lo que hacía.

–Mi campo de investigación es la cosmología, comprender los orígenes y el destino del universo. La presentación trata de un pequeño aspecto de eso. Estoy analizando datos mediante un modelo informático, y probando varias opciones sobre la geometría y la densidad del espacio, que nos indicarán si el universo es abierto o cerrado, por decirlo de la manera más sencilla.

Nic frunció el ceño.

–¿Y eso qué quiere decir?

–Bueno, si está abierto la expansión que comenzó con el Big Bang provocará que la materia del universo se disipe, así que no habrá estrellas, planetas, galaxias ni energía. Se llama muerte térmica del universo y sería muy aburrido. Así que yo estoy buscando datos acerca de un universo cerrado que pueda provocar que todo colapse y se produzca otro Big Bang, que haría que renaciera el universo. ¡Sería mucho más divertido!

Nic bebió un sorbo de bourbon, y notó el calor del líquido en su garganta.

–¿Y cuál es la teoría verdadera?

–Nadie lo sabe, aunque por el momento se tiende a pensar que es abierto. Hay que aceptarlo, aunque a mí no me guste.

Nic negó con la cabeza.

–No. Yo no me lo creo.

Ella lo miró con curiosidad.

–Nunca debemos aceptar lo que no nos gusta. Es derrotista –apretó los labios–. Está bien, quizá se pueda aplicar al universo, pero no a la humanidad. Podemos cambiar las cosas, y depende de nosotros. No tenemos que aceptar las cosas como son.

Fran lo miró con curiosidad.

–Parece que está muy convencido –lo miró un momento a los ojos.

Él se encogió de hombros, como si estuviera impaciente.

–No podemos aceptar las cosas sin más.

–A veces hay que hacerlo. Hay cosas que no podemos cambiar. Por ejemplo, quiénes somos. O dónde hemos nacido…

«Por ejemplo, yo nací siendo donna Francesca, me guste o no. Es parte de mi legado, una parte indeleble. A pesar de todos los cambios que haya hecho en mi vida, no puedo cambiar mi nacimiento».

–¡Eso es exactamente lo que podemos cambiar! –contestó él, y bebió otro sorbo de bourbon. Los malos recuerdos se estaban apoderando de él. Su madre, abandonada por el hombre que era el padre de su hijo, y abandonada también por todos los hombres con los que había mantenido una relación. O peor aún. Sus recuerdos se ensombrecieron al pensar en el violento hombre que estuvo golpeándola hasta que Nic fue lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a él y protegerla.

«¡Yo tuve que cambiar mi vida! Tuve que hacerlo solo. Por mí mismo. No había nadie para ayudarme. Y la cambié».

Ella lo estaba mirando y sus ojos de color gris claro mostraban curiosidad.

–Entonces, quizá deberíamos recordar esa vieja oración que pide que tengamos el valor para cambiar lo que podamos, pero la paciencia para aceptar lo que no podemos cambiar, y la sabiduría para saber la diferencia.

–No –dijo Nic–. Yo quiero cambiar todo aquello que no me gusta.

Ella soltó una carcajada.

–Bueno, no podría ser científico. Eso seguro –dijo ella.

Él soltó una carcajada y se sorprendió al pensar que había hablado con aquella mujer sobre sus sentimientos más profundos, más de lo que había hablado con cualquier otra persona. Le sorprendía haberlo hecho con una mujer que apenas había conocido veinte minutos antes.

«Yo nunca mantengo conversaciones así con las mujeres. Entonces, ¿por qué lo he hecho con esta?».

Debía de ser porque era científica. Nada más.

«Es una mujer muy bella, y quiero conocerla un poco más. No obstante, en mi vida ha habido muchas mujeres bellas. Ella es una más».

Aquella mujer era diferente porque era una talentosa astrofísica cuando él solía interesarse por mujeres que priorizaban pasar un buen rato divirtiéndose, y eso a él le permitía sacar adelante su obsesión por construir su imperio personal. Mujeres que no querían compromiso. Más de lo que él podía darles.

Aunque no estaba allí para pensar en las mujeres que habían pasado por su vida, sino para aprovechar al máximo el tiempo que estaba con aquella.

Ambos se habían terminado la copa y él sabía que había llegado el momento de despedirse, aunque no le apeteciera. Ella no era el tipo de mujer a la que le gustara que le presionaran. Él se había dejado llevar por el impulso que le había hecho cruzar el casino para acercarse a ella, y con eso era suficiente.

Le hizo un gesto al camarero para que le llevara la cuenta y se aseguró de que solo él viera que escribía Falcone en el ticket, antes de ponerse en pie.

Fran se levantó también. Estaba sorprendida por la mezcla de emociones que sentía, pero sonrió y dijo:

–Gracias por la copa.

Él pestañeó y contestó:

–Ha sido un placer. Y gracias por la clase de ciencias –añadió, con una tierna sonrisa.

–De nada –contestó Fran.

Ella se dirigió a los ascensores. Era consciente de que él la estaba mirando. ¿Se estaba arrepintiendo de que él hubiera finalizado el encuentro? Era imposible.

Sin embargo, aunque racionalmente sabía que debía ser así, otra parte de su cuerpo se arrepentía de que ella tuviera que regresar a su dormitorio.

La sensación de inquietud la invadió de nuevo. La relación con Cesare había terminado hacía mucho tiempo y, en cualquier caso, nunca había sido una relación física. Ella sabía que eso debía esperar a que estuvieran comprometidos de verdad, incluso hasta la noche de bodas, ya que Cesare era un hombre tradicional de origen italiano.

No muchas personas habrían entendido su relación y, teniendo en cuenta que se conocían de toda la vida, tenía sentido que se casaran algún día. Hasta entonces, los dos eran independientes y ella sabía que Cesare, un hombre muy atractivo, con una buena posición social y gran riqueza, había tenido varias aventuras románticas.

Él había aceptado que hasta que no estuvieran casados, ella también podría tener las aventuras amorosas que quisiera. Ella solo había tenido un par de relaciones en su vida. La primera con un estudiante de Cambridge y la segunda, con un académico mientras estaba estudiando en la Costa Este.

Siempre se habían citado para ir a conciertos, películas o teatros. La pasión no había formado parte de ellas, y eso a Fran no le había importado. Después de todo, pensaba que algún día se casaría con Cesare.

Aunque al final no hubiera sido así.

Era libre y no tenía ataduras. Podía buscar una aventura, y darse un respiro de las exigencias de la investigación.

Ser libre para conversar con aquel hombre atractivo y musculoso que tenía los ojos más azules que ella había visto nunca. Y menos en un hombre de origen italiano. Un hombre de sonrisa relajada, conversación lacónica, y cuya mirada le indicaba lo mucho que la apreciaba.

Ella presionó el botón del ascensor y notó que su nerviosismo aumentaba a medida que subía hasta la planta donde se encontraba su habitación.

Una vez dentro de ella, miró la carpeta con sus apuntes, pero no la abrió. Se quitó la ropa, se cepilló el pelo y se retiró el maquillaje, preguntándose por qué todavía no se le había calmado el latido del corazón.

Una vez dormida, sus sueños fueron intensos e inquietantes.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LA CONFERENCIA estaba a punto de concluir y los participantes se alababan unos a otros.

Fran flexionó los dedos, cansados después de haber estado tomando notas todo el tiempo. Se sentía confusa. Tenía el vuelo para regresar con sus colegas a la Costa Oeste esa misma tarde, pero no quería hacerlo. Le apetecía disfrutar de las instalaciones del hotel y ¿por qué no iba a hacerlo? No había tenido vacaciones desde hacía un año y necesitaba un descanso. ¿Por qué no tomárselo allí mismo?

No quería pensar en si el chico del equipo de seguridad con el que había estado hablando la noche anterior había influido en la decisión. Simplemente había sido un catalizador, eso era todo.

Una vez tomada la decisión, su nerviosismo disminuyó. Ya les había comentado a sus compañeros que iba a quedarse unos días más en el hotel.

Sonriendo, ellos le comentaron que se marchaban a Las Vegas para ver si seguían teniendo suerte en el juego. Fran les deseó buena suerte y se despidió de ellos. Las Vegas era un lugar que ella no quería conocer.

No, si iba a algún sitio sería al desierto, o incluso a una de las excursiones al Gran Cañón que organizaba el hotel, decidió mientras se dirigía a la recepción para reservar de nuevo su habitación.

Allí recogió los folletos de las excursiones y después se dirigió al restaurante que había junto a la piscina para comer algo mientras repasaba los apuntes de la conferencia.

Mientras se comía la ensalada, se preguntó si volvería a ver al chico del día anterior. Quizá, como había trabajado la noche anterior, no estuviera durante el día por allí. O a lo mejor no mostraba más interés en ella. O quizá…

–Hola, ¿ya se ha acabado la conferencia?

Fran oyó una voz grave y volvió la cabeza. Al ver al hombre musculoso de la noche anterior, se estremeció. Esa vez no iba de esmoquin, sino con un polo de color vino tinto con las palabras «Falcone, Nevada» escritas en él, y el dibujo de un halcón con las alas extendidas. Ella deseó acariciar el contorno del dibujo que mostraba sobre su pecho.

Notó que se le aceleraba el corazón.

–Ya terminó. Solo me falta repasar las notas –señaló el montón de papeles que tenía en la carpeta.

Él la miró un instante y dijo:

–¿Puedo…? –preguntó mirando la silla que quedaba libre junto a la mesa.

Fran sabía que era libre para responder algo como: «Lo siento, pero tengo que revisar mis apuntes ahora que los tengo recientes»,y que él aceptaría su negativa y se marcharía.

No obstante, ella respondió con una sonrisa:

–Por supuesto.

De nuevo, sintió que la excitación se apoderaba de su cuerpo al volver a verlo. Fuera lo que fuera, le estaba sucediendo algo que no le había sucedido nunca.

Y permitiría que pasara. Mentalmente ya había tomado la decisión, así que, mientras él se sentaba, ella supo que permitiría que él continuara con sus intenciones.

Aunque fuera más inexperta que muchas mujeres de su edad, sabía reconocer cuando un hombre trataba de ligar con ella. Y aquel hombre estaba decidido a hacerlo.

Por tanto, no se sorprendió al oír sus palabras.

–Me alegro de que haya decidido no marcharse todavía.

Ella lo miró un instante. Era evidente que él había hablado con la recepción y se había enterado de que había ampliado su reserva.

Nic la miró también. Se había puesto el polo con el logotipo del hotel para confirmar sus sospechas acerca de que él era uno de los empleados. Eso le venía bien.

–¿Se alegra? –preguntó ella.

–Me alegro de que pueda disfrutar de las actividades de ocio que se ofrecen… ¿Y quizá también pueda hacer una excursión?

Nic miró el folleto del hotel donde se ofrecían excursiones personalizadas a cualquier lugar del oeste de los Estados Unidos. Cerca o lejos de allí.

–¿Quizá le apetezca empezar con el paseo que se da a la puesta de sol esta tarde? –preguntó él, con un brillo en la mirada.

Fran frunció el ceño y notó que se le aceleraba el corazón. No había visto esa excursión en el folleto.

–Es una de nuestras excursiones personalizadas. Se sale de aquí al atardecer y se va a un sitio especial a ver la puesta de sol. Son solo un par de horas. Estará aquí para la cena.

Nic puso una amplia sonrisa y entornó sus ojos azules.

Fran se lo pensó un instante antes de dar la respuesta.

–Suena bien –dijo ella.

–Estupendo.

Su tono era de satisfacción. Aquel hombre no ocultaba sus intenciones, y ella no estaba segura de si aquel paseo era parte de las ofertas del hotel o si era una excursión que él había preparado solo para ella.

No tenía duda de que él iba a ser el guía de aquella excursión, y ella la única viajera, pero no le importaba.

Él se puso en pie y la miró con una sonrisa.

–Iré a organizarlo –dijo. Se despidió con la mano y se marchó.

Fran lo siguió con la mirada y sonrió. Se sentía inquieta, mentalmente agotada por la conferencia y por el hecho de haber estado un año centrada en su compromiso con Cesare, hasta que se dio cuenta de que eso no era lo que deseaba en su vida.

De pronto, sentía que el futuro la esperaba. Un futuro propio, que tenía que ver con otras cosas aparte de su carrera profesional. Un futuro lleno de aventuras…

Y si esas aventuras incluían a un hombre que dejaba claro que ella le agradaba, igual que a ella le agradaba él, apostaría por ellas.

Notó que se le aceleraba el pulso una vez más y no le importó.

 

 

–Espera, deja que te ayude.

Nic ayudó a Fran a subirse al vehículo que había aparcado frente al hotel y se sentó al volante. Se había cambiado de ropa y llevaba una camisa vaquera, pantalones vaqueros y botas, y se fijó en que ella también se había puesto una blusa, unos pantalones de algodón y un calzado cerrado.

–Marchando una de puesta de sol –dijo él con una amplia sonrisa.

Fran se alegró de llevar puestas las gafas de sol, y también de haber aceptado la invitación a la excursión.

Él arrancó el motor y condujo hasta la carretera principal.

–Entonces, ¿ha disfrutado de su tarde, doctora Ristori?

Era una pregunta educada, y ella contestó amablemente, suponiendo que él sabía su nombre por la hoja de registro del hotel.

–Sí, he revisado mis apuntes y me he dado un baño en la piscina. Una tarde muy relajada.

–¿Y por qué no? Está de vacaciones… Y es su elección.

Él la miró a través de las gafas de sol y sonrió. Era una sonrisa amistosa, pero que indicaba que detrás de la palabra «elección» se escondían más cosas aparte de si ella había elegido una tarde relajada o no.

Había muchas más cosas que podía elegir.

Ella contestó con una sonrisa y miró a otro lado, fijándose en cómo la carretera polvorienta se adentraba en un paisaje desértico.

Él no volvió a hablar y, más adelante, giró en un camino que rodeaba un acantilado y terminaba en un collado donde se veía todo el valle. Allí aparcó.

Al salir del coche, el silencio los envolvió. Nic se puso un sombrero de ala ancha, le entregó otro a ella y Fran se lo puso sin decir nada. Entonces, él agarró una mochila con dos botellas de agua y el kit de emergencia obligatorio.

–Hay que caminar como diez minutos –dijo Nic, y empezó a subir por un camino.

Fran lo siguió. A medida que ganaban altura vio cómo la luz del valle parecía dorada bajo el cielo azul. Parecía que estuvieran muy lejos de todos los sitios. Al cabo de unos minutos llegaron a un lugar plano con vistas al valle y se sentaron, apoyándose en una roca.

–Ahora tenemos que esperar –dijo Nic.

Le entregó una botella de agua y Fran bebió. Él hizo lo mismo. Ante sus ojos, el sol comenzaba a descender por el horizonte y Fran se quedó contemplándolo mientras el cielo se teñía de colores anaranjados antes de que el sol se ocultara del todo y empezara a oscurecer.

Se quitó las gafas de sol y vio que él hacía lo mismo antes de mirarla.

–¿Ha merecido la pena? –preguntó él.

–Oh, sí –contestó ella.

Fran lo miró unos instantes y ambos intercambiaron algo. Algo que parecía acompañar a aquel paisaje tranquilo y desolado, pero tremendamente bello y especial.

–No sé cómo se llama –dijo ella, sin pensar demasiado y frunciendo el ceño, como si le resultara sorprendente que hubiera compartido aquel momento con él sin saber su nombre.

Él sonrió y extendió su mano hacia ella.

–Nic –le dijo–. Nic Rossi.

Él le dijo su nombre de nacimiento a propósito. No quería complicaciones, quería que todo fuera muy sencillo.

Ella le estrechó la mano y percibió algo más, aparte de su fuerza y su calor.

–Fran –dijo ella, y sus miradas se encontraron. Ambos debían reconocer que, a partir de ese momento, ella ya no era una huésped del hotel y él no era parte del equipo de seguridad, o fuera cual fuera su cargo allí. Aquello era algo que sucedía solo entre ellos.

–Doctora Fran –murmuró Nic, y la miró de arriba abajo–. Le pega.

Sin soltarla de la mano, se puso en pie y la ayudó a hacer lo mismo

–Tenemos que bajar antes de que no haya luz –dijo él, y emprendieron el camino hacia el coche–. ¿Tiene hambre? –preguntó Nic–. Si no quiere regresar al hotel, conozco un lugar cerca de aquí…

Ella sonrió y tardó unos instantes en contestar.

–Algo diferente al hotel suena bien.

Nic arrancó el vehículo y, al cabo de un rato, lo detuvo de nuevo frente a un restaurante de carretera.

Era el típico restaurante del oeste, con un ambiente relajado. Cenaron en una mesa con vistas al desierto. Fran pidió un té con hielo y Nic una cerveza. Ambos carne para comer.

El filete de Fran era tan grande que ella cortó un pedazo y lo colocó en el plato de Nic.

–Tiene que alimentar sus músculos –le dijo con una sonrisa, negándose a pensar que era un gesto demasiado íntimo.

Nic se rio.

–Te lo cambio por mi ensalada –dijo él, y empujó el cuenco hacia ella.

–¡La ensalada es buena para ti! –protestó ella, y lo empujó de nuevo.

Él todavía tenía la mano sobre el cuenco. ¿Fran había rozado sus dedos con la mano? No estaba segura. Solo sabía que, al retirar la mano, notó una especie de corriente eléctrica.

Comenzó a comerse el filete. Hizo un comentario sobre su ternura. Cualquier comentario.

«¿Qué estoy haciendo?».

La pregunta era innecesaria. Sabía muy bien lo que estaba haciendo.

«Tengo una cita. No es oficial, ni planeada, pero es una cita. Hemos visto la puesta de sol juntos y, ahora, estamos cenando».

¿Y qué harían después?

Esa pregunta no se la contestó. No quería hacerlo todavía. No en ese momento.

Así que preguntó algo sobre el desierto. Después de todo, él trabajaba en aquella zona y debía de saber más que ella. Al margen de dónde fuera él originalmente, era más nativo que ella.

Nic contestó a sus preguntas sobre la zona, aunque a veces se encogía de hombros y decía que no sabía la respuesta. Entonces, se la preguntaban a algún cliente de otra mesa que pareciera local. Estos pensaban que eran turistas.

Y también que eran pareja.

Fran no les aclaró la situación.

«¿Y si lo fuéramos?».

La idea surgió en su cabeza e hizo que ella especulara sobre la situación. Era tentador. ¿Por eso estaba cenando con él? ¿Porque aceptaba que estaba dispuesta a llegar más lejos con él?

¿Y cómo de lejos?

¿Una relación? No, quizá ni siquiera eso. Una… una aventura. Algo fuera de lo habitual. Algo que solo pasaría una vez porque ambos provenían de mundos diferentes.

«Eso no es importante».

Ella lo miró de arriba abajo y volvió a notar una especie de corriente eléctrica. No sabía por qué, solo que era intensa y poderosa.

«¿Por qué no aprovechar la oportunidad si aparece? Necesito superar lo de Cesare. Necesito algo diferente. Sería bueno para mí hacer algo diferente en mi vida».

¿Y Nic Rossi la ayudaría a conseguirlo?

La pregunta permaneció en su cabeza mientras terminaron de cenar. Nic se acomodó en la silla para relajarse.

«Es muy sexy», pensó ella.

Era algo que nunca había dicho de ningún hombre. Ni siquiera de Cesare. Frunció los labios. Cesare hubiera odiado que una mujer lo llamara sexy. Nic, sin embargo, parecía acostumbrado.

«Él lo sabe. Se nota. Es parte de él. No es que sea arrogante, ni soberbio… Es solo… Bueno, es así. Y se alegrará de que yo piense de esta manera».

No era necesario que especulara sobre ello. Lo único que necesitaba era contestar a lo que él le preguntaba.

–¿Te apetece un helado?

Fran sonrió. Era una pregunta fácil.

–Sí. Por supuesto –contestó.

 

 

Regresaron al hotel cuando la luna salía por el este y las estrellas iluminaban el cielo. Nic había visto que Fran miraba hacia el cielo mientras se subían al coche y se le ocurrió una idea:

–¿Te gustaría ir mañana a ver la zona del sudoeste?

Ella lo miró.

–¿Podemos verla en un día? –preguntó, dándose cuenta más tarde de que había hablado en plural.

–Si salimos pronto, sí –dijo Nic–. ¿Qué te parece?

–¡Genial! –contestó Fran con entusiasmo–. Como física teórica utilizo los datos que me proporcionan los físicos observacionales para demostrar mis teorías. Es un privilegio ir a conocer de dónde consiguen esos datos. El South-West Array empieza a entrar en funcionamiento…

Fran sacó el teléfono del bolso y lo miró.

–Nic, ¿podemos ir? Puedo escribirles esta noche y ver si mañana puedo contactar con alguna de las personas que estén allí… Aunque quizá a ti te parezca aburrido.

De pronto, se preguntó si debía haber dicho tal cosa. ¿Quizá fuera otra excursión de las que organizaba el hotel? Aunque no lo creía. Y menos después de haber compartido una cena con él.

«Esto no tiene que ver con su trabajo, ni con el mío. Tiene que ver con nosotros».

Se percató de que Nic le estaba diciendo algo y lo miró.

–Puedes darme otra clase de física por el camino –dijo él–. Una versión elemental, claro está.

Ella sonrió.

–La física suele ser sencilla, ¡la matemática es lo que es difícil!

Él soltó una carcajada y ella se estremeció. Momentos después llegaron al aparcamiento del hotel y él la ayudó a bajarse del coche, manteniendo su mano agarrada un instante más de lo necesario.

Nic abrió una puerta lateral del hotel y llegaron a un pasillo que llevaba hasta el recibidor.

En ese momento, una persona salió de una oficina.

–Buenas noches, jefe.

Nic saludó con la cabeza al empleado y Fran murmuró:

–¿Jefe?

–Es de mi equipo –contestó Nic.

Llegaron a los ascensores y Nic se alegró de que no hubiera más empleados a su alrededor.

–Te acompañaré hasta tu habitación –dijo él, y entró con ella en el ascensor.

Fran no puso ninguna objeción, pero, de pronto, fue consciente del reducido espacio en el que se encontraban y de lo cerca que estaba de Nic. ¿Intentaría besarla? Se puso tensa al pensar en ello. No estaba segura de si era lo que deseaba o no.

Sin embargo, él no hizo nada aparte de esperar a que ella abriera la puerta de su habitación y se volviera para darle las buenas noches.

–Gracias por lo de esta noche –dijo él–. Ha sido muy agradable.

Nic habló con tono suave y la miró con una sonrisa. Pestañeó y, cuando ella lo miró, inclinó la cabeza y la besó en los labios.

Era un beso diferente a los que ella conocía. Un beso lento, deliberado y con un único propósito. Contarle lo que podría tener si ella quisiera.

Ella se entregó al beso, cerró los ojos y se apoyó en la puerta, dejándose llevar por la sensación.

Él se movía con suavidad sobre sus labios y, en un momento dado, se los separó y empezó a explorar el interior de su boca.

Fran notó que una intensa ola de calor se apoderaba de ella. Era más intensa y sensual de lo que ella había sentido nunca y provocó que ella empezara a besarlo también. Al cabo de unos instantes, él se separó y ella abrió los ojos y lo miró. Se sentía confusa y mareada. Él sonrió al ver cómo había reaccionado ante su beso.

–Buenas noches, doctora Fran –dijo él–. Que duermas bien.

Ella contestó y él comenzó a avanzar por el pasillo. Al verlo llegar al ascensor, Fran supo que fuera lo que fuera lo que él deseaba tener con ella, ella también lo deseaba.

 

 

Aquella noche, Nic no durmió bien en la suite que había reservado para él. Estaba mirando al techo con los brazos detrás de la cabeza. Se sentía inquieto, y con una mezcla de satisfacción y anticipación.

¡Cómo deseaba haberse quedado con ella! El beso había sido como meter el dedo en un tarro de miel para probar su dulzura, y sabía que a ella le había parecido tan placentero como a él. A pesar de que también le había indicado que ella era una mujer a la que le gustaba ir despacio. Era una mujer madura y muy inteligente, que tomaría sus propias decisiones acerca de mantener una aventura romántica con él en su preciso momento y a su manera.

Si decidía hacerlo, y él confiaba en que fuera así, no la tendrían en el hotel. A él le gustaba que ella no supiera que era Nicolo Falcone, y, si se quedaban allí, acabaría descubriéndolo en algún momento. El encuentro que había tenido con un empleado en el pasillo le había dejado claro que era inevitable que pasara. No, era mucho mejor que se marcharan a un lugar donde él no fuera conocido para que simplemente siguiera siendo Nic Rossi para ella.

Nic Rossi, su nombre de nacimiento, y el que abandonó hacía muchos años cuando se decidió a forjar su imperio. Le resultaba extraño usarlo otra vez. Tan extraño como recordar cómo había compartido sus sentimientos y creencias durante la primera conversación que tuvo con ella la noche anterior. Su idea de no aceptar las cosas malas de la vida y la posibilidad de convertirse en alguien nuevo a base de esfuerzo, decisión y dedicación.

Empezó a pensar en su deseo de inaugurar un hotel de lujo en Manhattan. No era un proyecto fácil ni barato, pero finalmente lo conseguiría. Siempre lo hacía. Siempre. La determinación de tener éxito en su negocio nunca lo dejaba.

Ni la de tener éxito en otros frentes más placenteros.

Volvió a pensar en la atractiva mujer rubia, la encantadora doctora Fran. Sola en su cama… sola, por una última noche.

Nic sonrió, y el deseo se apoderó de él una vez más.

 

 

–¡Oh, guau! –exclamó Fran al ver la vista desde el coche.

Era como algo sacado de una película de ciencia ficción, de otro mundo, con grandes antenas parabólicas para captar hasta el más mínimo sonido del espacio.

El lugar estaba vallado, pero ellos se dirigieron al centro de visitantes. Fran se presentó diciendo que trabajaba en su universidad y, enseguida, uno de los técnicos se ofreció a mostrarles el lugar.

Nic estaba impresionado con los logros que había conseguido la ingeniería, pero apenas comprendía una palabra de la conversación que mantenían los expertos en el tema. Se alegraba de ver que ella se mostraba realmente interesada y que su interés potenciaba su belleza.

Cuando por fin se marcharon del complejo ella estaba muy agradecida. Él sonrió.

–Esta mañana hemos disfrutado de tu capricho. Esta tarde, disfrutaremos del mío. Te gustará, te lo prometo.

Nic le mostró cuál era su capricho. Condujeron hasta un lago y comieron en un café que estaba junto a la orilla. Después, Nic se dirigió al muelle y alquiló una potente motora.

En cuanto aceleró, Fran se agarró a la barandilla y notó que su cabello volaba al viento. La motora atravesaba el lago a toda velocidad y la proa golpeaba contra el agua con fuerza, como si fuera cemento. De pronto, ella soltó unas palabras en italiano y, al oír que Nic se reía, supo que había entendido sus palabrotas y su comentario acerca de si era un loco que quería matarlos.

–¡De ninguna manera! ¡Estás tan segura como un bebé! –le gritó, en italiano también.

Él atravesó el lago a lo ancho y después hizo un viraje pronunciado, provocando que el sol se reflejara en las gotas de agua y salieran miles de arcoíris. Finalmente, regresó al muelle.

Justo antes de llegar disminuyó la velocidad y se volvió hacia Fran. Tenía el cabello enredado y los ojos brillantes de alegría. Nic la rodeó por los hombros y la estrechó contra su cuerpo.

–¿Ha sido divertido?

No hacía falta que se lo preguntara. Se notaba en su rostro. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro.

–Lo más divertido que he hecho nunca –dijo.

–Me alegro –repuso él, y la besó en la frente.

Era un gesto tan delicado, con su brazo alrededor de ella… Estaban sentados uno al lado del otro y él llevaba la otra mano en el timón, guiando el barco con suavidad, como si fuera Cesare en uno de sus caballos purasangre.

Fran pestañeó y se preguntó por qué estaba pensando en Cesare en esos momentos.

Nic se fijó en que le había cambiado la expresión de la cara.

–¿Qué pasa? –preguntó.

Ella lo miró y se separó un poco de él, pero no lo soltó.

–Estaba pensando en el hombre con el que estuve a punto de casarme –dijo ella.

Nic se quedó paralizado. Le resultaba imposible imaginársela casada o incluso comprometida con otro hombre. No, cuando él la deseaba tanto.

–¿Qué pasó? –preguntó sin pensar.

–Decidí dejarlo –dijo ella–. Me acababan de ofrecer una plaza de investigación en la Costa Oeste para trabajar con un premio Nobel y no pude resistirme. Y, además, estaba segura de que Cesare estaba liado con otra.

–Entonces, estaba loco –declaró Nic–. Loco por preferir a otra mujer.

Ella soltó una risita.

–Gracias –repuso–. Él y yo… nunca… Bueno, ya sabes. No teníamos una relación. Era más una expectativa… Nos conocíamos de toda la vida. Y lo nuestro, habría funcionado.

–¿Cesare? –dijo Nic, reparando en el nombre italiano–. ¿Esto era en el viejo mundo?

–Así es –contestó ella, pensando en cómo las fincas de Cesare formaban parte del viejo mundo.

Nic decidió que no quería saber nada más acerca del hombre con el que ella había estado a punto de casarse y aceleró de nuevo. En aquellos momentos, deseaba ser el único hombre de sus pensamientos.

Y de sus deseos.

Sin dejar de abrazar a Fran, dirigió el barco hacia otro rumbo y dijo:

–Vayamos a ver lo que hay al final del lago.

 

 

El sol se estaba poniendo cuando devolvieron el barco. Nic se volvió hacia ella. Tenía el cabello alborotado y la piel sonrosada por el sol. Su aspecto era encantador.

–¿Y ahora qué? –preguntó él.

La pregunta indicaba que dejaba la decisión en manos de Fran. La elección de lo que podía pasar, o no pasar, entre ellos

Fran dudó un instante.

–Estamos muy lejos del Falcone –comentó ella–. ¿Quizá demasiado lejos? –miró hacia el motel que había en un pequeño risco.

–No está a la altura del Falcone, pero puede pasar –dijo Nic.

Su tono era neutral. No quería demostrar que se alegraba por el hecho de que ella también quisiera pasar más rato con él.

–¡Lo dice un empleado fiel de la famosa cadena Falcone! –contestó ella sonriendo.

Después, asintió, como si estuviera tomando una decisión en silencio. Quizá al hablar de Cesare, había confirmado sus sentimientos. Y que fuera lo que fuera lo que estuviera pasando entre Nic y ella, deseaba que pasara.

–De acuerdo… –respiró hondo–. Vamos a por ello.

Aun así, una vez en la recepción, ella reservó dos habitaciones separadas. Y no solo porque de otra manera habría sido muy evidente. Sin duda, necesitaba un baño y una habitación para ella sola. Tenía el cabello enredado y la ropa mojada y sucia.

Por suerte, había una pequeña tienda en la recepción y ella entró a verla.

Una hora después, había llegado el momento de encontrarse con Nic en el bar del motel. Cuando él se levantó para saludarla, ella se rio.

–¡Qué casualidad!

Al parecer, ambos habían entrado en la tienda y, además de comprar útiles de aseo, se habían comprado una camiseta. Los dos llevaban la misma, con el nombre del lago. Fran en rosa y Nic en azul.

Aunque Nic llevaba los mismos pantalones que durante el día, Fran había encontrado una falda de algodón que le llegaba hasta media pierna. Su melena recién lavada caía sobre sus hombros, y de maquillaje solo llevaba un poco de rímel y brillo de labios.

Ella sabía que Nic la encontraba atractiva.

Igual que a ella le parecía atractivo él. Estaba recién afeitado y llevaba el cabello húmedo. Su camiseta azul hacía juego con sus ojos y resaltaba la musculatura de su torso.

–Tu aspecto es tan de hombre italiano… –dijo ella, mientras llevaban sus cócteles a una mesa con vistas al lago. Ella lo miró un instante–. Me pregunto de dónde has sacado esos ojos tan azules. ¿De algún antepasado normando que entró en la península para formar un nuevo reino?

A Nic le gustó la idea. Formaría su propio reino. El reino de los Falcone.

–¿Y qué me dices de tu cabello rubio y de tus ojos grises? –preguntó él–. ¿Son por parte de tu madre inglesa?

Ella asintió. No quería hablar de su familia porque no quería mezclar el tema con lo que estaba pasando en ese momento. Allí con Nic, era la doctora Fran y eso era todo lo que deseaba ser.

El hecho de que a su madre, lady Emma, le hubiera resultado incomprensible que su hija quisiera largarse con un hombre que trabajaba en el equipo de seguridad de un hotel le parecía irrelevante. Su otra identidad, como donna Francesca, también era irrelevante, como siempre que estaba en los Estados Unidos, ya fuera en la universidad, o allí con Nic.

Y Nic era eso, solo Nic. Y ella no quería que fuera de otra manera. Él tenía un carácter marcado, y era evidente que conocía su valor, pero que no necesitaba demostrarlo. Por eso, le gustaba todavía más.

Él le preguntó cómo se había convertido en astrofísica y ella le contestó:

–En el colegio me enamoré de la ciencia, porque explicaba todo acerca del mundo. Y la física y la astronomía me cautivaron. Mi familia no se mostró muy entusiasta –frunció los labios–. Mi padre aceptó porque siempre se mostró muy indulgente conmigo, pero mi madre…

Se calló al percatarse de que estaba hablando más de lo que quería. Nunca le había contado tanto a nadie.

–¿Quería que te casaras y te convirtieras en esposa y ama de casa? –Nic terminó la frase por ella. El nombre de su antiguo prometido apareció en su cabeza, pero no le prestó atención.

Fran asintió y bebió un sorbo de daiquiri.

–Sí –contestó.

Su casa se habría convertido en un castello medieval y ella habría sido una contessa. Nic había acertado.

Ella respiró hondo.

–Ahora se sienten orgullosos de mí, pero mi madre no me ha perdonado por haber dejado a Cesare…

Fran se calló y Nic no continuó. No quería que ella recordara al hombre con el que no se había casado.

Ella habló de nuevo y él se dio cuenta de que era demasiado tarde.

–¿Y tú, Nic? ¿Cómo te convertiste en lo que eres ahora?

–Bueno, no fue gracias al colegio –contestó él–. Lo que aprendí allí fue cómo no caer en las drogas o en las bandas callejeras. Me marché en cuanto pude y me puse a trabajar en un hotel elegante, ¡Yo estaba en el sótano!

Su expresión cambió de pronto y su mirada se aclaró un tanto.

–Eso cambió todo para mí –dijo él–. No ganaba mucho dinero, pero era mío, yo lo había ganado. Y por primera vez, vi un futuro para mí. Algo que podría hacer yo. Había nacido así, sin más, y mi destino era no tener nada.

–¿Y tus padres? –preguntó ella.

Nic hizo una mueca, agarró el tequila y bebió un sorbo.

–Mi padre… nunca lo conocí. Se marchó antes de que yo naciera. Y mi pobre madre…

Bebió otro trago.

–Bueno, digamos que había tenido mala suerte con los hombres. El último la llevó a estar ingresada en el hospital –su mirada se ensombreció–. Después, yo hice que él también tuviera que ingresar. ¡Y nunca me arrepentí! Aunque inválida, vivió lo suficiente para ver que me iba bien en la vida, y estoy agradecido por ello.

Se bebió el último trago y se puso en pie. El oscuro pasado se había apoderado de él cuando solo quería centrarse en el presente. Tendió la mano hacia Fran, la mujer que deseaba en ese mismo momento.

–Hora de cenar –anunció.

Ella le dio la mano y sonrió antes de ponerse en pie.

–Suena bien –dijo.

Lo acompañó hasta el restaurante sin soltarle la mano. Tenía la sensación de que habían hablado de muchas cosas personales durante el poco tiempo que habían estado juntos.

«¿Quizá podemos hablar así porque no nos conocemos de nada?», pensó Fran en la mesa del restaurante del motel, mientras Nic miraba la carta. «¿O es porque somos parecidos, a pesar de que tenemos pasados diferentes?».

Decidió centrarse en el presente. Y en lo que estaba por llegar.

Sintió que se le aceleraba el corazón y que una oleada de calor la invadía por dentro. La vida le deparaba una aventura… Algo diferente, pero bueno.

Gracias a que estaba allí con Nic.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

DE ACUERDO, doctora Fran, hábleme de las estrellas.

La invitación de Nic era tentadora, y Fran no podía resistirse. Después de cenar habían salido a dar un paseo por un camino que subía hasta lo alto del risco, donde no llegaban las luces del motel. A lo largo del recorrido había varios bancos y ellos se habían sentado en uno. Nic le rodeaba los hombros con un brazo y ella sentía que estaba en el lugar donde quería estar.

Él levantó el rostro hacia el cielo y ella lo imitó. Se le cortó la respiración. La luna todavía no había salido y las estrellas brillaban en el cielo.

Una placentera sensación la invadió por dentro, alimentada por la noche, las estrellas, el desierto y la lejanía de su vida diaria. El mundo en el que había nacido, lleno de castillos y palazzos, títulos y propiedades, y el mundo en el que vivía en esos momentos, el de la investigación, parecían muy distantes.

Y no era el daiquiri que se había tomado lo que hacía que se sintiera entusiasmada. Tenía que ver con el brazo cálido que rodeaba sus hombros, y el hecho de que Nic estuviera a su lado mientras ella se apoyaba en él y miraba el glorioso cielo estrellado.

–¿Por dónde empiezo? –suspiró, preguntándose cómo podía transmitirle a Nic todo lo que sabía, consciente de que era imposible.

Sabía que debía comenzar abriéndole los ojos ante el poder del universo.

–Las estrellas… –dijo, y los ojos se le iluminaron al pensar en compartir con él lo que más llenaba su vida–. Son bolas ardientes de gas. Cada una es una central eléctrica, de fusión nuclear, nacida en lo más profundo de la galaxia, que brillan durante un tiempo y acaban apagándose. Algunas estrellas son pequeñas, otras grandes, y según lo grandes que sean y lo calientes que estén, sabemos cuál será su destino. Algunas, las más grandes, explotarán en fantásticas supernovas que colapsarán en agujeros negros, mientras que las más pequeñas se convertirán en gigantes rojos, como hará el sol algún día…

Ella estaba en su mundo, y él la dejó hablar. Le obsequió con todos los detalles acerca de la Secuencia Principal y Hertzsprung-Russell y Chandrasekhar Limits y todas las variedades de estrellas enanas, y estrellas neutrón hasta que la cabeza empezó a darle vueltas. Y al final no era capaz de oír las palabras, sino solo la pasión que había en su voz. Pasión por algo que adoraba.

Él notaba el calor de su cuerpo, el aroma de su cabello recién lavado, y la suavidad de su melena contra el antebrazo. Todo ello, junto con la pasión que había en su voz, provocó que el deseo lo invadiera por dentro y, de pronto, no quisiera saber nada de las estrellas. Le acarició el rostro y cubrió sus labios con un dedo, para silenciarla.

Ella lo miró y vio un brillo en sus ojos que nada tenía que ver con el cielo estrellado.

–¿Has tenido bastante? –le preguntó en voz baja.

–Por ahora –contestó él, sujetándole el rostro con delicadeza–. Te encanta el tema…

–Sí, me fascina –susurró ella.

Levantó la mano hacia su rostro, explorando sus facciones con la yema de los dedos y rodeando el contorno de su boca.

–Las estrellas brillarán durante eones, un tiempo que no podemos ni imaginar… –lo miró a los ojos–, pero esta noche, la de ahora, es nuestra.

Despacio, acercó la boca a la de él con sensualidad, sintiendo su familiaridad, su aceptación. Exploró su boca tomándose el tiempo necesario. Le acarició el cabello y la nuca, y él comenzó a besarla también.

No sabía cuánto tiempo estuvieron besándose, solo que, en un momento dado, él la atrajo hacia sí y notó cómo sus senos se ponían turgentes contra su torso. Nic continuó besándola de forma apasionada, alimentando el intenso deseo que la invadía por dentro.

Al cabo de unos instantes, él se puso en pie con ella en brazos, como si fuera una pluma.

Fran soltó una carcajada.

–¡No puedes llevarme así todo el camino hasta el motel!

Nic se rio y la llevó hasta la puerta del motel. Allí la dejó en el suelo y la guio por el pasillo hasta su habitación.

Una vez dentro, la abrazó de nuevo y le demostró el deseo que sentía por ella. Fuera lo que fuera lo que hubiera entre ellos, ella se estaba entregando de lleno.

La habitación estaba iluminada únicamente por una lamparita de noche. Nic acompañó a Fran hasta la cama, como si fuera lo más adecuado. Aquella mujer, bella y sobrecogedora, pertenecía a su lado.

Y lo que él estaba haciendo, era lo correcto. Le acarició el rostro y el cabello, sintiendo la suavidad de su piel y de su pelo, mirándola con deseo y ternura, y algo más que eso.

Durante un largo momento, él miró aquellos ojos de color gris claro que indicaban que ella había decidido quedarse allí, con él.

Para eso.

Para recibir su boca y los besos apasionados que comenzarían aquella unión.

Fran respondió ante su beso y se entregó a él. Le acarició la espalda y al notar que se excitaba experimentó una mezcla de sorpresa y emoción. El deseo que sentía por ella era evidente, y ella lo agradecía. Notó que sus pezones se ponían turgentes y supo que él también lo había notado.