E-Pack Bianca y Deseo abril 2024 - Bella Mason - E-Book

E-Pack Bianca y Deseo abril 2024 E-Book

Bella Mason

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E-Pack Bianca y Deseo abril 2024

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titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca y Deseo, n.º 389 - abril 2024

 

I.S.B.N.: 978-84-1062-865-6

Índice

 

Créditos

Se busca prometida

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Nunca te olvidé

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

La habitación no había cambiado nada en veinte años. Desde los libros hasta los adornos, pasando por el mueble bar con forma de globo terráqueo, todo estaba exactamente como antes. A Lily Barnes-Shah le entraron ganas de salir corriendo, pero se quedó ahí de pie, frente a su hermano Devan.

De pequeños les había encantado el despacho de su padre. Aunque nunca les habían dejado jugar allí, de un modo u otro siempre habían acabado haciéndolo. Los muebles de madera oscura, el inmenso escritorio tallado y las gruesas cortinas les habían proporcionado infinidad de opciones cada vez que jugaban al escondite. Su padre siempre había acabado encontrándolos y sacándolos de allí con una severa advertencia y una sonrisa difícil de ocultar.

Ahora ese lugar parecía un monumento espeluznante, y recordar la sonrisa que le había hecho querer tanto a su estricto padre le producía rabia. Al igual que su hermano. Apenas reconocía al hombre calculador en que se había convertido el que una vez había sido su mejor amigo.

Su padre, Samar, a quien solían llamar Sam, había muerto de un infarto al corazón hacía apenas dos meses y a unas semanas de cumplir los sesenta y seis años. Aquel día todo había cambiado para Lily.

Shah International, dedicada a la importación, exportación y distribución para distintas cadenas de tiendas, había pasado de su abuelo a su padre y de este a Devan. Desde que su hermano se había unido al negocio, ella y él habían ido alejándose más. Su padre había conseguido lo que siempre había querido, que su heredero siguiera sus pasos, pero ella había perdido a su mejor amigo. A su hermano.

–Papá planeó esto hace años. En su momento te pareció bien, ¿por qué supone un problema ahora? –le preguntó Devan tras el escritorio.

Dios, ¡cuánto se parecía a su padre! Ahora él era el patriarca de la familia. Su palabra era ley.

–Nunca me pareció bien, pero ¿qué podía hacer? Tenía diecinueve años y estaba estudiando fuera. Obedecí a papá, pero, aun así, estuve suplicándole ¡cinco años!

Aunque Lily siempre había querido complacer a su padre, ese acuerdo era más de lo que podía soportar.

–Papá me prometió que encontraría una solución, pero ahora está muerto y tú eres el único que puede ponerle fin a esto.

No dejaba de darle vueltas a aquella conversación que había tenido con su padre. Sí, él la había puesto en esa situación, pero, después de ver lo controlador que era Lincoln, le había prometido que intentaría liberarla del acuerdo. Le había prometido que encontraría una solución, y él nunca había faltado a sus promesas. Bueno, al menos hasta que un infarto que nadie había visto venir lo había obligado a hacerlo.

–Tu compromiso…

¿Cómo podía Devan disfrazar semejante locura con la palabra «compromiso»? Ella ni siquiera había accedido, estaban imponiéndoselo.

–Un matrimonio concertado –dijo entre dientes.

–Tu compromiso nos protege a los dos.

La destrozaba que Devan, que la conocía mejor que nadie, no se preocupara por sus sentimientos. ¿Cómo habían podido ser tan buenos amigos y acabar así?

–Protege una inversión. Pensé que mi hermano querría protegerme a mí.

Había esperado que Devan quisiera ayudarla, pero ahora veía que el chico que la había idolatrado había desaparecido.

–Lily, es lo mejor para los dos. Sí, Shah International marcha bien y es nuestra, pero Arum… Papá solo tenía un treinta por ciento, y Arthur, un cincuenta, lo cual estaba bien cuando Arthur vivía y siguió estando bien cuando murió y Lincoln tomó el mando…

–¿Pero ahora que papá no está…?

Arthur Harrison había sido el mejor amigo de su padre. Los dos, de familias adineradas, habían socializado en los mismos círculos, ido a los mismos colegios y estudiado en las mismas prestigiosas universidades. Más que amigos, habían sido hermanos, y así habían seguido muchos años. Por eso, cuando Arthur le había propuesto a Sam que se asociaran en un negocio, su padre no lo había dudado.

Habían empezado con una pastelería y habían acabado convirtiéndola en un supermercado y luego en una cadena. Después, la empresa se había pasado a la producción.

Sam había accedido a tener una participación más pequeña de la empresa por una serie de razones, pero principalmente porque opinaba que a menos acciones, menos riesgos.

Para preservar su amistad, habían accedido a llevar a cabo una readquisición de acciones si la sociedad no funcionaba. Y con el fin de proteger el negocio que estaban levantando, una vez habían atraído a otros accionistas, habían decidido firmar una cláusula según la cual se expulsaría del consejo a cualquier accionista que desprestigiara al negocio y se readquirirían sus acciones.

Por eso, en un principio a Sam le había parecido bien tener un treinta por ciento. Después de todo, su prioridad siempre había sido Shah International, al menos hasta que Arum había crecido hasta ser el gigante en que se había convertido.

Lily había querido mucho a Arthur. Al igual que su padre, había sido un empresario astuto e inteligente. Formidable en la sala de juntas y adorable con su familia. Por eso su hijo Lincoln había resultado ser toda una sorpresa.

–Lincoln es el accionista mayoritario, Lil –dijo Devan–. Necesitamos que te cases con él y que lo tengas contento. No es como su padre y ya sabes que encontrará algún modo de ejecutar esa cláusula aunque tenga que inventarse una excusa.

–No quiero casarme con él, Dev.

Lily sentía náuseas. Estaba desesperada.

–Lo siento, Lily. Tú y yo sabemos mejor que nadie cómo es Linc.

¡Como para no saberlo!

Habían crecido juntos. Devan, el mayor de los tres, siempre había sido el responsable, el líder del grupo. Lily había sido una niña llena de energía y sociable, siempre dispuesta a jugar, pero Lincoln… Siempre había sido frío. Calculador. Malcriado. Y había empeorado según había ido creciendo.

Cuando Sam y Arthur habían bromeado con que Lily y Lincoln acabarían casándose, ella había sabido que Linc no la querría, sino que solo se casaría porque así tendría control absoluto una vez el negocio cayera en manos de Devan y de él. Ella se convertiría en un peón que él usaría para controlar a su hermano.

Tras la muerte de Arthur, Sam había hablado con Lincoln sobre la posibilidad de un matrimonio porque sabía que esa unión no solo beneficiaría a Linc, sino también a sus dos hijos. Devan ya había mostrado una mente estratégica y Sam sabía que, con Lily uniendo a las dos familias, su hijo podría llevarse las cosas a su terreno, ya que Lincoln se vería menos tentado a echar a un miembro de su propia familia.

Lily recordaba bien el día en que su padre le había hablado del matrimonio que quería concertar. Recordaba el escalofrío que la había recorrido al pensar en lo espantosa que sería la vida con Lincoln.

–Sí, fui una tonta por pensar que querrías liberar a tu hermana de algo así.

Incapaz de seguir mirando a su hermano, se giró hacia un estante repleto de libros. No podía soportar que Devan viera su dolor.

–No quiero obligarte, pero es lo que hay –dijo su hermano con voz suave.

Ella, aún sin mirarlo, le contestó con tono gélido.

–¿Y ya está? ¿La empresa importa más que yo?

–Lily…

¡A la mierda! Ya estaba harta de intentar ser educada, de intentar pedir ayuda. Sabía valerse por sí misma. No necesitaba a su hermano.

–No me vengas con «Lily esto, Lily lo otro». Shah International nos da más dinero del que sabemos manejar, pero tú quieres más y te da igual que sea yo la que tenga que pagar el pato.

–No sabes lo que dices. Nunca has querido tener nada que ver con la empresa.

Eso era verdad. Nunca había tenido ningún interés, y no había pasado nada, porque todas las expectativas habían recaído en Devan, que había estado encantado con ello.

Mientras, a ella su padre le había concedido su sueño: estudiar repostería en Francia. Además, Lily había hecho un grado en Empresariales y había aprovechado ambas formaciones para abrir su pastelería en Fisherman’s Wharf.

Ahora, con solo veinticuatro años, dirigía uno de los establecimientos más populares de San Francisco.

–¿Qué nos ha pasado, Dev? –preguntó acercándose al escritorio–. Tienes razón. No quería trabajar en la empresa. Viendo en lo que te has convertido, ¿cómo iba a querer? Estás tan obsesionado con ese treinta por ciento de Arum que no valoras la riqueza que tienes con Shah, ni siquiera aunque te cueste tu propia sangre.

–¿Estás amenazándome con romper todo lazo conmigo si no te sales con la tuya?

Lily respiró hondo. Pensar en apartarse de su hermano le rompía el alma; que su relación se hubiera vuelto tan conflictiva le producía un dolor constante. Solo se tenían el uno al otro. Después del funeral de su padre, su madre había dicho que no podía seguir viviendo en la casa de Presidio Heights con todos los recuerdos que guardaba, pero que tampoco podía alejarse de ella del todo. Así que había decidido viajar. Lo último que sabía de Victoria Barnes-Shah era que estaba en algún lugar de Italia. Los había dejado a Devan y a ella en esa gigantesca casa, rodeados de silencio.

Además, Lily había confiado en que su madre respetase que no quería casarse con Lincoln, pero Victoria le había dicho: «Tu padre te quería muchísimo y solo quería lo mejor para sus hijos. Deberías obedecer sus deseos».

Tal vez aquellas palabras habían sido fruto del dolor y de la pena, pero habían hecho que se sintiera más sola todavía.

–Ojalá pudieras ver lo injusto que es que me pidas hacerlo. Yo jamás te haría daño intencionadamente, pero, si no me ayudas, encontraré un modo de solucionar las cosas por mi cuenta.

–No cometas ninguna imprudencia, por favor –dijo Devan preocupado.

Lily no respondió. Haría lo que hiciera falta. Lo único que quería era vivir su vida con libertad. Casarse con quien ella eligiera, si es que elegía casarse.

–Y no olvides que esta noche tenemos ese evento –le recordó Devan.

–¿En serio? ¿Después de todo lo que te he dicho?

Devan suspiró.

–Mira, si no quieres ir con Lincoln, no tienes por qué hacerlo. Ve conmigo.

Lily observó a su hermano no muy segura de si podía confiar en la invitación. Por otro lado, tal vez fuera una oferta de paz, así que decidió aceptarla.

–Vale.

Pero eso no significaba que no fuera a ponerse a buscar una solución desde ya mismo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Sentada al lado de Devan, Lily jugueteaba con su pulsera de diamantes mientras miraba por la ventanilla de la limusina. No había vuelto a dirigirle la palabra a su hermano tras la conversación de antes, aunque, siendo sincera, agradecía que no la hubiera obligado a asistir al evento con Lincoln.

En el más absoluto silencio, cruzaron las calles arboladas hasta llegar a la bahía.

–Cuando entremos ahí, ¿podrás fingir que no me odias? –preguntó Devan.

Lily lo miró.

–No te odio, Dev. Odio lo que me estáis obligando a hacer –respondió con voz suave antes de volver a mirar por la ventanilla.

Sabía que era una noche importante. Era el primer gran evento empresarial desde que Devan había ocupado el puesto de su padre y quería ofrecerle su apoyo.

–Estás muy guapa, por cierto –dijo él tras una breve pausa.

Lily se miró el vestido; era un diseño largo, amarillo y ceñido a las muñecas con tiras de diamantes.

La velada se celebraría en The Royal, un hotel boutique de El Presidio. Siempre le había encantado ese sitio. De día era precioso, pero de noche, con el Golden Gate iluminado, resultaba aún más impresionante.

Era un evento dirigido a las familias de ilustre abolengo que lo habían iniciado muchos años atrás. De hecho, Lily conocía a muy pocas personas nuevas que hubieran entrado en el círculo, y, si lo habían hecho, había sido por tener unas cuentas bancarias imposibles de ignorar.

La limusina se detuvo debajo de un pórtico. Al instante, un joven con un uniforme impecable le abrió la puerta y la ayudó a bajar.

En cuanto entraron en la gran sala, Lily notó la mano de Devan en la espalda, como animándola a avanzar. El lugar estaba lleno de personas muy arregladas, sonrientes y con copas en la mano. Se oían los suaves acordes de la música clásica, aunque el constante murmullo de las voces los amortiguaba.

Allá donde miraba había grupos de personas y, entre ellas, camareros con chalecos negros circulando con bandejas de obras de arte comestibles.

Devan oteó unos cuantos rostros entre la multitud antes de indicarle que se dirigieran a un punto en particular. A Lily le dio un vuelco el estómago. A pesar de la discusión, había esperado poder pasar la noche acompañada de su hermano, pero ahora veía que sería imposible y que tendría que disimular la rabia que sentía con una sonrisa encantadora.

Miró a Devan y vio un brillo de inseguridad en su mirada que enseguida se transformó en uno de determinación mientras la conducía hacia Lincoln Harrison. Notó el amargo sabor de la traición. Si esa tarde no lo había tenido claro, ahora no había duda: su hermano no la ayudaría.

Miró a Lincoln, que la observaba como si fuera una baratija que le perteneciera. Y así era como se sentía. Aquello era una transacción empresarial y ella era la mercancía.

–Hola, Lincoln.

Él se agachó para darle un beso, pero ella giró la cara en el último momento obligándolo a besarla en la mejilla.

–Lily –dijo Lincoln rodeándola por la cintura y acercándola a sí.

Ese roce fue como sentir que le hubieran puesto un candado. Así de atrapada se sentía.

Miró a su hermano, pero entonces desvió la mirada. No podía mirarlos a ninguno de los dos.

Se le revolvió el estómago al notar la mano de Lincoln en la cadera. No podía respirar. Tenía que salir de ahí. Salir de su vida. Lincoln quería que se casaran en un año. ¿Cómo iba a hacerlo?

No podía. No podría sobrevivir a algo así, a estar con ese hombre.

La bilis se le acumuló en la garganta al pensar en lo que supondría para su hermano que ella se liberara. Y es que cuando su padre le había propuesto a Lincoln anular el compromiso, este le había respondido si «de verdad» estaba dispuesto a arriesgar el puesto de Devan en Arum. Además, disgustaría a su madre si actuaba en contra de los deseos de su padre por mucho que, antes de morir, él le hubiera prometido que encontraría una solución para ayudarla.

Respiró hondo intentando centrarse; intentando frenar el pánico y las ganas de salir corriendo. Necesitaba pensar, pero cuando abrió los ojos, una figura captó su atención. Un hombre con traje oscuro y pelo rojizo, y sin el más mínimo atisbo de sonrisa.

No era ni el más alto ni el más fornido de la sala, pero tenía una presencia que eclipsaba a los demás.

Era una belleza salvaje enjaulada en un traje de diseño. Y, aun así, no parecía sentirse atrapado en ese atuendo. No. El traje más bien parecía el brillante pelaje de un gato salvaje acechando a su presa.

Como si hubiera sentido que lo estaba mirando, él se giró hacia ella. Desde donde estaba, Lily no pudo distinguir el color de sus ojos, pero eso no impidió que la recorriera un escalofrío.

 

 

Julian Ford estaba en la barra, vaso en mano. Dio un sorbo al agua con gas y lima y saboreó su acidez. Odiaba esos eventos; prefería estar en casa o en el despacho, trabajando.

Pero esa noche era imposible.

La exclusividad de esa red de contactos era legendaria. Él estaba allí solo por su cuenta bancaria, porque nadie podía ignorar a un multimillonario durante demasiado tiempo.

Odiaba tener que darles conversación a un puñado de esnobs ricos, pero sabía lo importante que era tener esa clase de contactos.

Miró a su alrededor mientras seleccionaba a la gente con la que más le convendría trabajar y a la que se quería ganar. Pero Julian no se ganaba a las personas haciéndose el simpático y haciéndoles la pelota. No. Lo hacía demostrándoles cuánto ganarían asociándose y lo que se perderían si no firmaban un contrato con él.

Su asistencia allí solo era el primer paso. Lo que necesitaba era lograr estar en la cena Zenith que se celebraría en unas semanas. Aún no había recibido invitación y estar ahí esa noche tampoco le aseguraba que fuera a recibirla.

Dio otro trago y se giró hacia el hombre que tenía a su lado.

–Estar aquí puede favorecerte mucho –dijo sonriendo Henry Cross, el hombre al que Julian debía tanto. Su mentor. La única persona en el mundo en quien confiaba.

Julian había visto esa sonrisa en Henry muchas veces a lo largo de los años y, aun así, seguía sin poder devolvérsela. Por suerte, su amigo nunca esperaba que lo hiciera, y eso hacía que estar a su lado resultara mucho más sencillo.

Había terminado el instituto pronto, por eso había sido mucho más joven que los demás en la universidad. Mucho más joven y mucho más inteligente. Henry había detectado la genialidad de aquel chico tan pobre, tan serio y tan motivado, y lo había acogido bajo su ala.

Ahora Julian era el propietario de IRES, una empresa líder en tecnología de energías renovables que lo había convertido en millonario primero y multimillonario después. Sin embargo, el éxito de IRES había provenido principalmente de mercados internacionales. Aún seguía intentando posicionarse en los Estados Unidos; costaba convencer a las empresas nacionales cuando incluso las de San Francisco, donde había ubicado la sede, se negaban a trabajar con él.

Pero a él no le bastaba con el éxito internacional. Necesitaba replicar ese éxito en su país.

Convertir IRES en el gigante que era ahora había requerido inteligencia y saber dónde centrar sus esfuerzos. Por eso no se iría con cualquiera que tuviera dinero, que eran todos los allí presentes, sino con los pocos que fueran a generar un mayor impacto.

Después de todo, un depredador no iba detrás de una manada a ciegas, sino que primero elegía a su presa y después se lanzaba a por ella.

–El problema es que justo la gente que quiere hablar conmigo es la que me da igual –contestó Julian mirando a su alrededor.

–En ese grupo será complicado entrar –dijo Henry mirando al hombre que miraba Julian.

–Lincoln Harrison no me daría ni la hora. Ni siquiera aceptaría una llamada de IRES.

–Se rumorea que quiere invertir en energía verde para Arum… –dijo Henry apoyándose en la barra.

–Sí, pero seguro que espera que uno de sus socios con el pedigrí adecuado le ofrezca, como por arte de magia, la solución que está buscando.

Ese era el problema con el que Julian no dejaba de toparse. A la gente como Lincoln Harrison no le importaba quién podía ofrecerle la mejor solución, sino quién de su lista de aduladores de alta cuna podía ofrecerle la mejor solución. Y es que, en ese mundo, nacer en los barrios bajos era imperdonable.

De pronto una mujer entró en la sala. Piel dorada oscura. Pelo reluciente en un recogido alto que exponía un elegante cuello. Esbelta y refinada, con un vestido amarillo claro que lo hizo sentirse como si de pronto el sol estuviera bañándolo.

Era Lily Barnes-Shah.

Y Julian no pudo apartar la mirada mientras su hermano y ella se acercaban al mismísimo Lincoln Harrison.

Vio a Lily esquivar el beso y tensarse ante el roce de Lincoln.

«Interesante».

Con gran esfuerzo, porque lo único que quería era seguir mirándola, volvió a centrar la atención en su amigo.

–¿Por qué quiere ir ahora de ecologista? ¿Para dar buena imagen? –preguntó Henry.

–No, y tampoco es por una cuestión de responsabilidad moral. Ha descubierto todo el dinero que ganaría a la larga, así que ahora está dispuesto a hacer un desembolso de capital.

–Bueno, mientras sea una buena cantidad de dinero…

–Eso nos da igual si ni siquiera tengo la oportunidad de contactar con Arum.

–Y sabes por qué es, ¿verdad?

Claro que lo sabía, y no podía hacer nada al respecto.

–Por tu reputación y porque eres dinero nuevo. A esta gente le resultas demasiado implacable.

Esa fama lo seguía a todas partes. Por norma disfrutaba con ello, pero a veces le ponía muchos obstáculos. Él siempre buscaba la solución más eficiente, y la eficiencia no dejaba tiempo para las emociones. La eficiencia significaba hacerse con una empresa, limpiarla, reducirla a lo esencial y luego hacerla funcionar lo mejor posible.

En los negocios no tendría que haber cabida para los sentimientos. Y en cuanto al otro problema, no había mucho que pudiera hacer a parte de casarse con alguien que perteneciera a ese mundo. Sin embargo, el matrimonio no era una opción. Nunca.

Su empresa y su dinero tenían mucha valía, y con eso tendría que bastar.

–Tienes que mostrarles una faceta distinta, Julian.

–No pienso ablandarme para hacer sentir bien a un puñado de estúpidos elitistas. Soy el mejor en lo mío. Con mi trabajo debería bastarles –dijo sin alzar la voz porque él nunca se permitía mostrar rabia. Podía controlarse. Tenía que hacerlo.

–Debería bastarles, sí, pero atraparás muchas más moscas con miel que con vinagre. No lo olvides. Luego hablamos, tengo que ir a ver a alguien.

Al sentir que lo miraban, Julian se giró y vio a Lily Barnes-Shah. Incluso a la distancia que estaba, y aunque ella desvió la mirada enseguida, pudo ver algo en sus ojos, algo parecido a la rabia. Era una sensación que él conocía demasiado bien.

Desde la barra siguió observándola y vio que echó los hombros atrás y alzó la barbilla antes de apartarse de Lincoln, cuya mirada se endureció en respuesta, y de Devan, que se quedó con gesto de frustración.

«Muy interesante», se dijo Julian, absorto, mientras se terminaba la bebida.

Pero los dos hombres dejaron de resultarle interesantes una vez esa preciosa mujer, que eclipsaba al resto de la sala con su elegancia y garbo innatos, lo miró y fue hacia él.

–Nunca he visto a nadie parecerse tanto a un cordero que va directo al matadero –comentó Julian apoyado en la barra.

–Eso es porque no habrás asistido a muchas reuniones como estas –respondió ella con sonrisa educada y tono suave.

–Julian Ford –dijo él alargando la mano.

Ella se rio y Julian, ante ese musical sonido que le penetró la piel, no pudo más que mirarla.

–Sé quién eres. Y yo soy…

–Lily Barnes-Shah –respondió Julian mirando ese rostro con forma de diamante.

Los cálidos tonos de su piel relucían bajo la luz de la sala y sus ojos, color expreso, eran como unas profundidades insondables; unos espejos negros destelleantes.

Eran los ojos más preciosos que había visto, aunque estaban salpicados por un toque de tristeza que ella no lograba cubrir con su sonrisa.

Lily le estrechó la mano con sorprendente firmeza. Ante el roce, una chispa y una sacudida de puro deseo lo recorrieron. La miró a los ojos y en ellos vio sorpresa y calor. Seguro que los de él reflejaban lo mismo.

¿Pero qué le pasaba? Ninguna mujer lo había impresionado tanto, y eso que nunca andaba escaso de compañía femenina. Podía tener a quien quisiera cuando quisiera, aunque lo cierto era que esos encuentros habían empezado a resultarle tediosos y se habían vuelto cada vez menos frecuentes.

No se había esperado que Lily le encendiera el deseo con su mera presencia y un apretón de manos.

Y a juzgar por el rubor que le cubría la piel a ella, parecía que no era el único afectado. No le habría extrañado ver una descarga de corriente eléctrica entre los dos.

Con delicadeza, ella apartó su pequeña y fina mano y, entonces, como si alguien hubiera pulsado un interruptor, la gente que los rodeaba pareció volver a moverse y el murmullo de las voces llenó el aire.

Lily carraspeó y se giró hacia la barra.

–Un cabernet, por favor.

Julian ladeó su vaso vacío indicando que se lo rellenaran.

–No imaginaba que me conocieras –dijo Lily.

–¿Debería sentirme insultado? No me conoces y ya estás haciendo suposiciones.

Ella soltó una risita.

–Supongo que tienes razón.

Cuando les pusieron las bebidas en la barra y ella se llevó el vino a la boca, la cruel imaginación de Julian le hizo pensar en todas las cosas que le gustaría hacerles a esos carnosos labios.

«¡Céntrate!», se reprendió.

–¿Debería dar por hecho que conoces a toda la gente de esta sala? –preguntó ella con tono desafiante.

–Sí.

–Bueno, imagino que no podía esperar menos del niño prodigio de la zona de la bahía.

Lily dio otro trago. Estaba volviéndolo loco.

La genialidad de Julian había aparecido en todos los medios de comunicación. Cuando eras un innovador entre los líderes de la industria y además habías pasado de pobre a rico, te convertías en carne de prensa. Había aprendido a vivir con ello, pero no soportaba la idea de que alguien, algún día, contara toda la historia de su infancia. Se ponía enfermo solo de pensarlo.

–No solo en la zona de la bahía –señaló él.

–Vaya, está claro que no tienes problemas de autoestima.

La sonrisa burlona de Lily dejó a Julian con ganas de más.

–No le veo sentido a negar la verdad. ¿De qué me sirve la falsa humildad?

–¿Contigo todo es o negro o blanco?

–También tengo espacio para algunos tonos de gris.

–¿Pero no para un arcoíris?

–Rotundamente no. Me dedico a la tecnología. Me gusta la simpleza de lo binario.

–A lo mejor se puede encontrar diversión en lo complejo, ¿no? –preguntó Lily desafiante.

Julian dio un paso hacia ella y respondió con voz sensual:

–Estoy de acuerdo… en desarmar lo complejo, reducirlo a sus partes más simples y entender qué lo hace funcionar.

 

 

Lily se estremeció bajo su mirada. Nunca había estado con un hombre, pero sabía que Julian podría desarmarla por completo. Tenía que centrarse y desviar esa conversación hacia aguas menos peligrosas.

–Por lo que he oído, desarmar cosas es lo que mejor se te da.

–Entonces tus fuentes no deben de haberlo oído todo.

Él dio un trago y Lily se fijó en el movimiento de su nuez.

Dios, no podía dejar de mirarle los ojos. Eran entre verdes y azules y le recordaban a un mar indomable. Fiero. Precioso. Igual que todo lo demás en él.

Un diminuto aro dorado destelleó en el cartílago de su oreja izquierda. Desentonaba con el traje impecable, la perfecta postura, la seriedad… y apuntaba a algo oculto y misterioso. Algo peligroso. Algo que ella quería descubrir.

Se sentía atraída por él. Si cerraba los ojos, podía sentir la corriente que la recorría, el pulso acelerado. Eran reacciones que no había tenido nunca y que no podía controlar. Lo único que quería era pasarse toda la noche al lado de ese hombre…

–¿Entonces no lo haces? –preguntó Lily levantando la copa para tener las manos ocupadas y evitar cometer una imprudencia como volver a tocarlo.

–Sí, sí. Desarmo lo que sea que no funcione.

–Qué bruto.

A Lily le pareció verlo sonreír. Fue algo fugaz que le iluminó los ojos antes de desaparecer por completo.

–A veces hay que serlo.

Julian miró a otro lado, como decidiendo si quería decir más o no. Lily contuvo el aliento esperando que lo hiciera.

–Si tuvieras un árbol que sabes que te dará la mejor fruta, pero que ahora mismo no puede hacerlo, lo atenderías. Cortarías lo que estuviera podrido. Encontrarías la fuente del problema y la eliminarías. A lo mejor tendrías que cortar tanto que tardaría una estación entera en recuperarse, pero luego tendrías un árbol perfecto. ¿De qué sirve un negocio destinado al fracaso? ¿Cómo puede generar dinero? Aunque no sean agradables, a veces hay que hacer sacrificios. Y si eso me convierte en un bruto, llevaré el título con mucho gusto.

–Vaya, así que te preocupas… –dijo ella sonriendo y con tono acusatorio.

–La mayoría dirían que soy incapaz de preocuparme.

–A mí me parece que la mayoría de la gente no te conoce nada –dijo ella mirándolo a los ojos.

–Es muy atrevido decir algo así de alguien a quien no conoces.

–¿Me equivoco?

–En absoluto.

–Eres sorprendentemente sincero, ¿sabes?

Y después de las maquinaciones de Devan y Lincoln, eso resultaba de lo más refrescante.

–De nuevo, ¿debería tomármelo como un insulto?

–Desde luego que no. Además, no creo que pudiera insultarte.

–¿Y eso por qué?

–Porque, para sentirte insultado, tendría que importarte lo que piense la gente, y algo me dice que eso te da igual.

–Qué astuta.

Que Julian se lo confirmara le indicó que podía confiar en ese hombre. Porque si le daba igual lo que pensara la gente, no había motivos para que fuera deshonesto o mentiroso.

 

 

Julian estaba pasándolo bien con Lily además de esforzándose mucho por ignorar la atracción que sentía.

–Aun así, todo el mundo habla de Helios –dijo ella antes de dar un trago de vino sin dejar de mirarlo a los ojos.

Esa adquisición había sido una pesadilla. La empresa había tenido potencial, pero Julian había tenido que limpiarla de arriba abajo.

–Me lo imagino –respondió él mirando tras ella y fijándose en que Lincoln, que se había unido a otro grupo, estaba mirándola con furia.

–Parece que a tu novio no le hace ninguna gracia que estés hablando conmigo.

–No es mi novio –contestó ella con rotundidad y rabia.

–Lo siento. Creía que estabais juntos.

–Tú y todos los demás.

El tono de Lily, antes animado, se tiñó de desesperanza. Ahí pasaba algo.

Un instinto que Julian había creído enterrado hacía mucho tiempo salió a la superficie.

–Agarra tu copa y sígueme –dijo él dirigiéndose al balcón con vistas al espectacular puente.

Una vez los dos estuvieron apoyados en la barandilla, supo que, fuera cual fuera la situación en la que se encontraba Lily, ella no lo revelaría con facilidad. Por eso él tenía que ofrecerle algo con lo que ganarse su confianza…

 

 

Lily se había esperado que Julian le preguntara por lo que acababa de presenciar en el salón, pero él no dijo nada al respecto.

–Durante un tiempo todo el mundo pensaba que mi vida era todo lo buena que podía ser teniendo en cuenta dónde vivía –dijo Julian mirando al agua.

–¿Y no lo era?

–Ni por asomo.

–¿Qué hiciste? –preguntó Lily pensando que tal vez hubiera encontrado a alguien que entendiera por lo que estaba pasando. Lo que necesitaba.

–Todo lo que pude por salir de allí.

Se giró hacia ella y añadió:

–Para vivir según mis normas. Para tener libertad y paz.

Lily quería lo mismo. Desesperadamente.

No sabía lo que Julian había visto en su expresión cuando le había dicho que lo acompañara afuera, pero no se había esperado que le ofreciera esas palabras de fuerza. Que le ofreciera un pedacito de sí mismo. Amabilidad.

Antes de poder contenerse, de plantearse que solo hacía unos minutos que lo conocía, Lily se vio contándole su situación a ese hombre que la hacía sentirse tan inexplicablemente cómoda.

–Mi padre me concertó un matrimonio con Lincoln y tengo que casarme con él. Es lo que quiere mi hermano.

–Eres una moneda de cambio.

–Básicamente.

–¿Y tú qué quieres?

Nadie se lo había preguntado nunca. A ni una sola persona le había importado lo suficiente y, en cambio, ahí estaba Julian, preguntándole cómo se sentía. Se le hizo un nudo en la garganta.

–Quiero tener la oportunidad de vivir mi vida y de elegir. Todo el mundo debería tener ese derecho. ¿Por qué no puedo tenerlo yo?

Él la miraba tan fijamente que le puso la piel de gallina.

–Deberías tenerlo –contestó Julian desviando la mirada.

–¿Tú qué quieres sacar de esta noche? –le preguntó Lily al ver que miraba hacia un grupo de hombres entre los que estaban Lincoln y su hermano.

–Justo lo que no puedo tener.

Lily oyó la frustración en su voz y lo entendió. Sabía lo elitista y crítica que era esa comunidad.

–Me parece que va a costarte mucho convencerlos.

–Dime algo que no sepa. Bueno, creo que deberías volver adentro.

–Sí, debería. Se preguntarán de qué hemos estado hablando.

–Dile a Harrison que quiero comprar una tarta –dijo Julian con un brillo de diversión en la mirada a pesar de que no sonrió.

Lily soltó una carcajada.

–Volveremos a hablar, sol –dijo él.

–¡Julian! –gritó Lily antes de cruzar las puertas–. Tu secreto está a salvo conmigo.

–Lo mismo digo.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Julian frenó de golpe delante de un gran edificio de hormigón en Fisherman’s Wharf. Las calles estaban abarrotadas cuando bajó del coche.

No era una zona de San Francisco que soliera visitar, pero le gustó el lugar que Lily había elegido para su establecimiento.

Lily…

No había dejado de pensar en ella. Era preciosa, eso desde luego; sin embargo, no había sido hasta que se había enterado de que Devan quería casarla con Lincoln que su cabeza se había puesto a funcionar. Y así, guiándose por la intensa química que había sentido con ella, había empezado a urdir un plan. Un plan que le aseguraría éxito empresarial y que podría salvar también a Lily.

Pero primero tenía que convencerla. Y esa era la razón por la que ahora estaba delante de su tienda.

Pulsó el mando para cerrar su deportivo negro, se abrochó la chaqueta del traje y se dirigió a las puertas de cristal dobles con un pintoresco letrero que decía Crème.

Entró. La cafetería-pastelería de Lily era un caleidoscopio de pasteles de todos los colores imaginables. Todos los asientos estaban ocupados y había colas en cada mostrador.

Al verla allí tan feliz después de la tristeza que había visto en ella cuando se habían conocido, sintió una extraña sensación de orgullo. Y no lo entendía, teniendo en cuenta que la había conocido la noche anterior.

Lily llevaba un delantal y tenía su brillante melena color ébano recogida en una cola de caballo que él quiso apartar para descubrir a qué sabía su cuello…

Se sacó ese pensamiento de la cabeza, o al menos lo intentó. Llevaba fracasando desde la noche anterior. No podía sacársela de la cabeza. Lily se le había quedado grabada en la memoria.

Las ganas de abrazarla y besarla no eran la razón por la que había ido hasta allí, pero le gustó tener la oportunidad de contemplarla mientras ella, con una amplia sonrisa, le entregaba una caja a un cliente y saludaba al siguiente de la cola. A todos se les iluminaba la cara cuando Lily les hablaba.

Él, en cambio, solo generaba miedo, ceños fruncidos y mandíbulas apretadas. Lo mejor que podían devolverle eran sonrisas falsas.

Pero Lily no era como él. Ella no estaba hecha de oscuridad.

Decidió esperar. Lo que tenían que hablar requería de toda su atención.

Por eso esperó y observó.

 

 

Lily sintió un cosquilleo, una sensación que no había experimentado nunca hasta la noche anterior. No, Julian no podía estar allí. Serían imaginaciones suyas.

Sin embargo, una fugaz mirada a una esquina de la tienda le dijo que no se equivocaba.

Julian estaba en su pastelería, con ese aire de peligrosidad y sin el más mínimo atisbo de sonrisa.

¿Costaría mucho arrancarle una? ¿Estaría guapo sonriendo? ¿Por qué no sonreía?

Sin duda, tenía sentido del humor. Cuando Devan y Lincoln la habían interrogado la noche anterior, ella había respondido que Julian quería una tarta. Había tenido que aguantarse la risa al verlos con esa expresión de confusión y desconfianza, y había logrado contenerla hasta que, más tarde y ya en su dormitorio, se le había escapado una carcajada. Tendida en la cama, había empezado a pensar en él y había recordado el sonido de su voz llamándola «sol» hasta que se había quedado dormida.

Sirvió una caja de pasteles y le dijo a una de sus dependientas que volvería enseguida.

–Julian, qué sorpresa.

–¿Tienes un momento? Tenemos que hablar.

La miraba con la misma intensidad de la noche anterior, y el sol que entraba por las ventanas le iluminaba el rostro. Se le hizo la boca agua con solo verlo. Así no podía concentrarse. Quería tocarlo y descubrir cómo de musculoso era. Quería acariciar ese suave pelo rojizo cortado a la perfección.

–Eh… dame un momento. Tenemos mucho jaleo. Atiendo a unos clientes más y luego hablamos.

Él asintió, sin más. Sin decir ni una palabra.

Lily volvió a meterse tras el mostrador, se disculpó ante los clientes y los atendió. En cuestión de minutos la cola se había despejado y pudo volver con Julian.

–Vamos a mi despacho.

El estómago le dio un vuelco al pensar en quedarse a solas con él.

Lo condujo al fondo del local, pasando por delante de la ajetreada cocina, y abrió la puerta del despacho. Se sentaron.

–¿De qué querías hablar?

–Necesito que me escuches con la mente abierta. Lo que voy a decir podría interesarte.

–Haré lo que pueda –respondió intrigada y también algo temerosa.

–Tengo una propuesta que hacerte, una que nos beneficiará a los dos. Puedo librarte del problema con Lincoln Harrison. Y tú, a cambio, puedes ayudarme a acercarme a tu hermano y conseguir acceso a un grupo de personas con dinero e influencia en la ciudad.

¿Qué? ¿Cómo? Encantada escucharía lo que fuera que la ayudara a librarse de Lincoln.

–Lo único que tenemos que hacer es fingir que estamos prometidos.

En ese momento Lily tuvo claro que se le había parado el corazón y se había quedado sin aire. Por eso no supo cómo logró decir:

–¿Prometidos?

–Entiendo que puede parecer un poco extremo, pero has dicho que intentarías tener la mente abierta.

–Sí.

–Sabrás la clase de reputación que tengo, así que tenerte como prometida suavizará mi imagen. Además, hará que la gente acepte mejor mi entrada en su círculo. En Zenith. En cuanto a tu situación, que estés prometida complicará mucho que Lincoln pueda casarse contigo. Podrías tener tu libertad. Cuando pase el tiempo apropiado, anularemos el compromiso y para entonces ya habrás salido de la casa de tu hermano y serás libre para seguir el camino que desees. Me aseguraré de que seas libre. Tienes mi palabra.

–Julian… –dijo Lily con la voz entrecortada.

No sabía qué decir. ¿Cómo podía confiar en él si ni siquiera podía confiar en su propia familia?

–Haré correr la voz de que hemos estado viéndonos en secreto –continuó Julian– y que, tras la repentina muerte de tu padre, nos hemos dado cuenta de que ya es hora de hacer pública nuestra relación.

–No sé qué decir –dijo Lily levantándose–. La gente ya cree que estoy con Lincoln. Esto sería un escándalo.

–Te prometo que serás libre, y yo nunca falto a mi palabra.

Lily estaba dudosa. Pasar de un matrimonio concertado a un compromiso falso le parecía un plan peligroso. Además, Lincoln era muy vengativo.

–Esto es una locura –dijo con voz suave.

Pero entonces, al mirar a Julian, de pronto sintió que podía confiar en que la protegería; que él se ocuparía de Lincoln. Estaba segurísima. Aun así, era una solución extrema.

Se giró, cerró los ojos y sintió su presencia detrás. Sintió el peso de sus manos en los hombros, girándola. El roce la atravesó hasta lo más profundo. Se le aceleró la respiración al ver ese fuego en la mirada de Julian y, sin darse cuenta, empezó a acercarse a él…

–Tienes que alejarte de Lincoln y yo puedo ayudarte –dijo Julian agachando la cabeza hacia ella.

–¿Por qué quieres que lo haga?

–Porque he visto cómo te mira. Creo que sabes a lo que me refiero. ¿Es esa la vida que quieres?

–Tengo que alejarme de él. Solo quiero vivir mi vida, pero me da miedo caer en otra trampa.

–Sé que no tienes motivos para confiar en mí, pero dame una oportunidad de demostrarte que puedes hacerlo. Esto nos beneficiará a los dos. Tenemos la química necesaria para que resulte creíble. Sé que tú también la sientes.

Sí, la sentía. Su cuerpo vibraba con el deseo de acercarse más a él, de recorrer con los labios la fuerte columna de su cuello.

–Tendríamos que establecer unos términos antes de que me lo siga planteando –dijo ella obligándose a pensar y a ignorar el deseo que la invadía.

–Claro.

Julian apartó las manos y ella deseó que no lo hubiera hecho. Se sentaron de nuevo.

–Te propongo esto: Arum quiere pasarse a la energía verde y yo quiero ese contrato. Un contrato con ellos me abrirá muchas puertas que se me han cerrado en San Francisco y en el país. Una vez tenga el acuerdo cerrado, no tendremos que volver a vernos, pero seguirás llevando mi anillo. Tras un tiempo prudencial, podrás quitártelo y seguir con tu vida. No tendrás que volver a verme si no quieres.

–¿Anillo…?

–Claro. Estaremos prometidos –dijo él arrugando los labios como si, por un instante, hubiera estado a punto de escapársele una sonrisa–. Tendremos tres citas. Te pediré matrimonio en la primera. Después de la tercera, te mudarás a vivir conmigo.

–¿Mudarme contigo? ¡Pero si ni siquiera sé dónde vives!

Lily entró en pánico. ¿Cómo iba a poder vivir en la misma casa, con la atracción que sentía por él y sabiendo que todo lo que harían sería fingido?