4,49 €
eBook Interactivo. Egipto es una estrecha franja de terreno fertilizado por el Nilo, en el que se desarrollaron gran cantidad de estilos y periodos absolutamente deslumbrantes. Aquí tenemos una breve colección de obras de todo tipo que puede acercarnos a contemplar sus resultados y reflexionar sobre una de las primeras culturas humanas de la historia.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
ÍNDICE
ACONTECIMIENTOS POLÍTICOS MÁS IMPORTANTES
ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y SOCIAL
CULTURA Y CIVILIZACIÓN
LA RELIGIÓN EGIPCIA
EL ARTE EN EGIPTO
OTRAS PUBLICACIONES
Egipto es un “don del Nilo”, decía Heródoto. Quien haya visitado este país alguna vez, comprende que esta afirmación es sólo una metáfora desafortunada. Y la cambia rápidamente por esta otra: “Egipto es un don de los egipcios”.
El valle del Nilo es un espacio alargado (FIG. 1), encajado entre ásperas montañas, que en los comienzos del Neolítico estaba cubierto de pantanos insalubres y animales peligrosos: cocodrilos, hipopótamos, etc... Los mesolíticos que habitaban los terrenos circundantes habían evitado siempre las márgenes del Nilo, poco propicias para la vida. Sólo la tenaz desertización del Sáhara les obligó a poblar las cenagosas riberas. No toda la población circundante se estableció en las márgenes del Nilo. Otros prefirieron refugiarse en los abundantes oasis o emigrar hacia el Norte o el Sur. Pero los que decidieron bajar a las encharcadas riberas, tuvieron que acometer una ardua empresa de acondicionamiento del terreno. Desecación, cultivos, riegos, previsión de las inundaciones, dosificación del agua en época de sequía. No era precisamente una existencia cómoda. Pocos agricultores pueden quejarse de una vida más penosa y sacrificada que los habitantes del Nilo.
Heródoto, sin embargo tuvo parte de razón en su famosa frase. El valle era un vergel cuando lo visitó en el siglo VII a.J.C. Pero olvidaba el apasionado viajero el enorme esfuerzo que aquello había supuesto: generaciones y generaciones en lucha contra el río, intentando dominarlo. El egipcio no podía dejar de trabajar un solo día, porque todo se perdería rápidamente. El valle del Nilo, como vamos a ver, no es un don del río, sino el producto del trabajo milenario de sus habitantes.
El Nilo recorre sus últimos mil kilómetros en territorio egipcio, hasta desembocar en un amplísimo delta donde se concentra la riqueza del país. Es un río tropical, de régimen pluvionival, muy irregular. Su caudal, siempre importante, experimenta un tremendo ascenso en Junio a causa de las lluvias tropicales que le envían sus afluentes: Nilo Azul, Atbara y Bahr-el-Gazel. Son aguas de lluvia procedentes de los macizos volcánicos de Etiopía, que llegan al Nilo cargadas de detritus volcánico, un limo rojo muy fértil que inunda el territorio y carga de fecundidad orgánica sus riberas. En noviembre comienzan a descender las aguas nuevamente y todo vuelve a su cauce. Pero estas inundaciones periódicas que fertilizan el suelo, pueden ser desastrosas si se desbordan sobre las cosechas o sobre los poblados. El egipcio ha ideado desde antiguo, mil artimañas técnicas para evitarlo. Por ejemplo los llamados “nilómetros”, que son escalas de comprobación de la subida de las aguas, situadas en varios puntos del recorrido, para saber con anticipación la época del desbordamiento. Pero sobre todo, la lucha contra el Nilo se hizo a base de presas de contención (hoy diríamos embalses) y canales de desviación. Obras como el Lago Moeris, del Fayum, han sido motivo de admiración por su maravillosa técnica.
Desde la época más remota se ha distinguido entre Bajo Egipto (Delta del Nilo), y Alto Egipto (Sur de Egipto). Algunas veces se habla también de un Egipto Medio en la zona de transición. Son muchas las razas que han intervenido en la población de Egipto, pero las más importantes son de procedencia asiática, de la familia de las lenguas “hamitas”, a las que se han unido en diferente grado de mestizaje tribus negroides procedentes del sur. En esta unión siempre han predominado los “hamitas”, tanto física como culturalmente.
Egipto tiene una historia tan dilatada en el tiempo que motiva una normal falta de curiosidad por su prehistoria. El temprano descubrimiento de la escritura parece acortar la prehistoria egipcia. Se trata sin embargo de un período muy interesante que explica, al menos parcialmente, el desarrollo posterior. En especial el acercamiento de la población al Nilo, empujada por las arenas del desierto, y la composición étnica de los pobladores, ya que la dominante población negroide inicial se retiró, huyendo de la desertización del suelo hacia las fértiles tierras del Sudán.
Flinders Petrie distingue hasta ochenta etapas o períodos en la prehistoria de Egipto. De ellas son particularmente interesantes las que corresponden a los períodos primero y segundo de la cultura de Nagada (amratiense y gerzeano). Pero desembocan muy rápidamente en el llamado Predinástico, que podemos considerar protohistórico.
De estas épocas se han recogido cerámicas en El-Amrah, con motivos geométricos (en blanco o crema), dibujados sobre el fondo rojo de la arcilla; esmaltes, que darán más tarde origen a las pastas vítreas; jarros de diorita y de piedra calcárea; objetos en marfil de elefante y de dientes de hipopótamo, como peines y cucharas con decorados estilizados.
Los egipcios prehistóricos vivían en poblados independientes que comprendían cierta cantidad de territorio. Estos pequeños estados, se llamaban “nomos”. Vivieron largos años en estado independiente, hasta que fueron sometidos a una común autoridad por faraones del Bajo Egipto, concretamente de Tinis. Siempre se ha considerado el influjo de la geografía en el régimen político absolutista de los egipcios. Era necesario reunir el esfuerzo colectivo de los habitantes a la hora de hacer las presas, recoger las cosechas o defenderse de las inundaciones que borraban continuamente los lindes de las tierras y hacia necesario buscar un acuerdo entre los afectados, un código y una autoridad.
Un rey del Bajo Egipto, Menes, fundador de la ciudad de Menfis, la de los muros blancos, une bajo su autoridad las dos Coronas. Esto ocurría hacia el 2900 a.J.C. y con él comienza la historia de las treinta dinastías egipcias, que tan cuidadosamente nos ha conservado el sacerdote del siglo III a.J.C. Manethon.