El amante perfecto - Penny Jordan - E-Book

El amante perfecto E-Book

Penny Jordan

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Beschreibung

Julia 1034 Louise Crighton, que se estaba recuperando del rechazo de su primo, había caído ciegamente en los brazos de Gareth Simmonds. Él la había llevado a un mundo de pasión que casi le había hecho olvidar que pudiera existir cualquier otro hombre. Avergonzada por su respuesta, Louise había evitado desde entonces a Gareth, pero ahora que sus caminos estaban a punto de cruzarse… ¿sería capaz de enfrentarse al hombre que seguía sospechando que para ella, él no había sido más que un sustituto de su amante perfecto?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1998 Penny Jordan

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El amante perfecto, JULIA 1034 - noviembre 2023

Título original:The perfect lover

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805278

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CIELO Santo, qué honor! No es muy habitual en estos días que te apartes de las burocráticas delicias de Bruselas.

Louise se tensó cuando oyó la sarcástica voz de su hermano mayor, Max. Nunca se habían llevado particularmente bien, incluso de niños. Y la madurez no había logrado mejorar sus relaciones.

—Se comentó cuando no viniste por navidades —continuó Max—. Pero por supuesto, todos sabíamos que realmente, la razón de eso fue Saul, ¿no es así?

Louise lo miró enfadada.

—Tal vez si pasaras más tiempo pensando en tus propias relaciones y menos hablando de las de los demás, podrías aprender algo que valiera la pena, pero lo cierto es que nunca fuiste muy bueno apreciando lo que realmente tiene valor en esta vida, ¿no es así, Max?

Sin darle la oportunidad de responder, Louise giró sobre sus talones y se alejó de él.

Se había prometido a sí misma que, en esa su primera visita a casa desde que había empezado a trabajar en Bruselas hacía un año, le mostraría a su familia lo mucho que había cambiado, que había madurado. Y lo muy distante que estaba ahora de la chica que…

Vio por el rabillo del ojo a Saul, el primo de su padre, que estaba con su esposa, Tullah y los tres hijos de su primer matrimonio. Tullah tenía un brazo alrededor de Megan, la hija de Saul, mientras que él tenía en brazos al hijo que habían tenido juntos.

El gran salón de la casa de su abuelo parecía estar lleno de familiares, muy orgullosos de sus crecientes familias.

Junto a la chimenea estaba su prima Olivia, con su marido y dos hijos, charlando animadamente con Luke, de la rama de Chester de la familia, junto con su esposa americana, Bobbie y su hija pequeña, mientras que Maddy, la esposa de su hermano Max, vigilaba discretamente al abuelo, que cada día que pasaba se estaba haciendo más irascible.

Por lo que le decía su madre, Maddy estaba siendo una santa por soportarlo como lo soportaba. Cuando Jenny Crighton había hecho ese comentario esa mañana, durante el desayuno, Louise le había respondido inmediatamente que si Maddy podía soportar estar casada con Max, aguantar al abuelo debía ser un alivio para ella.

No era un secreto en la familia que Max no era precisamente un buen marido con Maddy y Louise no podía entender cómo seguía con él.

—Pareces muy enfadada.

Louise sonrió cuando vio a su hermana gemela. Lo de los gemelos era un rasgo típico de la familia Crighton, solían darse habitualmente, pero no había sucedido, todavía, en la nueva generación.

—Es que acabo de recibir los beneficios de la fraternal charla de Max —le dijo Louise amargamente—. No ha cambiado nada.

—No —respondió Katie—. ¿Sabes? La verdad es que siento lástima por él. Él…

—¿Lástima por Max? —explotó Louise—. ¿Por qué? Siempre ha tenido todo lo que ha querido.

—Sí, ya sé que lo tiene todo materialmente, Lou. ¿Pero es feliz? Creo que siente lo que pasó con tío David mucho más de lo que nunca ha demostrado. Después de todo, ellos…

—Los dos estaban hechos del mismo molde. Sí, lo sé. Si quieres mi opinión, sería una buena cosa para esta familia si el tío David no volviera a aparecer. Olivia me ha dicho que encontraron culpable a su padre de un buen desfalco cuando él y papá eran socios y que si no hubiera desaparecido cuando lo hizo…

Las dos quedaron en silencio cuando recordaron a David Crighton, el hermano gemelo de su padre, padre a su vez de Olivia y el casi desastre en que había sumido a la familia antes de desaparecer hacía ya algunos años.

—Ahora todo eso es pasado —le recordó Katie—. Olivia y papá se las han arreglado para solucionar todos los problemas que tuvieron con el bufete y, de hecho, han prosperado tanto que han decidido que tienen que pensar en meter a un abogado más. Pero el abuelo aún echa de menos a David, ya sabes. Él siempre fue…

—Su favorito. Sí, lo sé. Pobre abuelo. Nunca tuvo muy buen juicio, ¿verdad? Primero hace de David su favorito, por delante de papá, y ahora Max.

—Mamá se ha alegrado mucho de que hayas podido venir a casa para el cumpleaños del abuelo —le dijo Katie—. Se molestó en navidades, cuando no viniste.

—Cuando no pude venir —la corrigió Louise—. Ya te lo dije en su momento que mi jefa me obligó a trabajar estudiando los aspectos legales de una nueva ley comunitaria y no tuve más remedio que hacerlo. No habría merecido la pena que viniera, ya que no me podría haber quedado más de un par de días, aún cuando hubiera podido encontrar enlace para los vuelos.

Tres meses después de dejar la universidad y, no queriendo continuar los estudios de doctorado o ponerse a trabajar inmediatamente como abogada, Louise había aceptado un puesto temporal como secretaria de una eurodiputada que quería a alguien que trabajara para ella como asesora legal.

Hacía seis meses que ese trabajo se había hecho permanente y, a pesar de que era un trabajo duro, Louise disfrutaba con él y sabía que los contactos que estaba haciendo en Bruselas le servirían para más adelante.

La elección de carreras de las dos gemelas no podía ser más diferente. Mientras Louise, fiel a sí misma, había decidido meterse en el torbellino de la política y las intrigas de la capital burocrática europea, Katie había elegido ponerse a trabajar en una nueva organización de caridad para ayudar a los niños del mundo, huérfanos y refugiados de guerra.

—¿Has hablado ya con Saul y Tullah? —le preguntó Katie.

Louise reaccionó vivamente y respondió airada:

—No, no lo he hecho. ¿Por qué debería hacerlo? Por Dios, ¿cuándo va a dejar de comportarse todo el mundo en esta familia como si…?

Se interrumpió y respiró profundamente antes de añadir:

—Mira, por última vez. Saul no significa nada para mí ahora. Es cierto que tuve un enamoramiento estúpido con él, sí. Hice la tonta con él, sí. Pero…

Se interrumpió de nuevo, agitó la cabeza y añadió de nuevo:

—Se acabó, Katie. Se acabó.

—Mamá pensó cuando no viniste en Navidad…

—¿Qué pensó? ¿Que no podría soportar volver a ver a Saul? O peor, ¿que yo podría…?

—Pensó que, tal vez, habrías conocido a alguien en Bruselas y que no venías porque querías estar con él.

—No. No hay nadie… Por lo menos no como eso. Yo…

Aquello no era completamente cierto, ya que había alguien, pero ella sabía muy bien que la relación que Jean Claude quería con ella estaba basada sólo en el sexo.

Jean Claude era doce años mayor que ella y se movía en los altos círculos diplomáticos de Bruselas. Era, como él mismo le había dicho, un diplomático de carrera, y estaba en un puesto que tenía algo que ver con la industria pesquera francesa.

Louise no estaba muy segura de lo que sentía por él. Tenía un sentido del humor suave y era muy atractivo. La política y las leyes, como él le había dicho, podían ser unos muy excitantes compañeros de cama.

Pero ella sabía muy bien que no tenía que buscar un compromiso con él, ya que su reputación decía que a él le gustaba la variedad.

Pero ella tampoco quería ningún compromiso sentimental en esos momentos, y no lo querría durante mucho tiempo. Pudiera ser que ya hubiera superado lo de Saul porque ya no sufría, pero no había superado todavía la sensación de humillación y disgusto consigo misma.

Nunca volvería a cometer ese error. Nunca se permitiría a sí misma ser tan esclava de sus emociones. Además, no entendía cómo había sucedido. Desde la adolescencia había decidido firmemente dedicarse al trabajo. El matrimonio, los hijos, las emociones, eran más cosa de Katie que de ella. Pero la fuerza aterradora de sus sentimientos hacia Saul había sido una locura y el comportamiento de ambos resultó completamente aberrante y repugnante para ella que, incluso ahora, casi tres años más tarde, apenas podía soportar pensar en ello.

Sí, ahora le resultaba posible mirar a Saul y Tullah con sus hijos sin sentir ninguna de las emociones que habían trastornado su vida durante todos esos meses. Pero lo que no creía que le fuera a resultar posible sería olvidar lo traumático que había sido ese tiempo y esos sentimientos.

Louise frunció el ceño y volvió al presente cuando vio a su hermano pequeño, Joss y su primo Jack, que se dirigían hacia la terraza.

Los siguió discretamente y esperó hasta que Joss fue a abrir la puerta para decirles:

—¿Y a dónde se supone que vais vosotros dos?

—Lou…

Su hermano, sorprendido, soltó el picaporte y se volvió hacia ella.

—Nos dirigíamos al invernadero —le dijo Jack lleno de inocencia—. Tía Ruth está cultivando una planta especial allí y…

—¿Al invernadero? Y no pasaréis por casualidad por el salón de la televisión, ¿verdad?

La mirada de inocencia ofendida que le dedicó su hermano hizo que sonriera, pero Jack no era tan buen actor y se ruborizó. Los dos chicos eran muy aficionados al rugby y ella sabía que ese día había un buen partido.

—Juegan los All Blacks —dijo Joss suplicante.

—Los que vais a terminar todo negros sois vosotros si mamá os pilla.

—Si nos vamos ahora podremos ver la última mitad —le dijo Joss—. Y mamá ni lo notará. Estaremos de vuelta antes de que se dé cuenta de que nos hemos ido.

—No creo que…

Pero Joss ya la estaba abrazando con fuerza.

—Gracias Lou, eres la mejor. Y si mamá pregunta…

Louise agitó la cabeza firmemente.

—Oh, no, no me metáis en esto. Si os descubren, arregláoslas solos —dijo ella sonriendo.

Después de todo, ella siempre había encontrado esas reuniones familiares muy aburridas y, como Joss y Jack, había escapado siempre de ellas lo más rápidamente que podía.

—Seguro que preferirías venir con nosotros —le dijo Joss antes de salir.

—¿Para ver a los All Blacks? No, gracias.

Luego Louise cerró la puerta de la terraza mientras seguía sonriendo.

Al otro lado del salón, Tullah, que había estado observando la escena, tocó a Saul en el brazo.

Cuando él se volvió, ella le quitó a su hijo de los brazos y le dijo:

—Voy a charlar un momento con Louise.

Saul frunció el ceño y la observó. Ella había transformado su vida por completo, y las vidas de sus tres hijos del primer matrimonio.

Louise se tensó cuando la vio acercarse. Miró por encima del hombro, pero la puerta estaba bloqueada por su padre y su tía Ruth, que estaban charlando. Katie, de quien se habría esperado que fuera su aliada, se había esfumado y ahora ella no tenía escapatoria. Tullah ya estaba a su lado.

—Hola, Louise.

—Tullah…

—Te has cortado el cabello. Me gusta. Te favorece.

—Gracias.

Louise se tocó automáticamente uno de sus rizos recién cortados. Se lo había cortado el día anterior siguiendo un impulso y, ciertamente, destacaba sus rasgos y el color de sus ojos oscuros.

Cuando el silencio cayó entre ellas, Louise fue consciente de que, tal vez, todos los demás presentes las estarían observando y recordando.

Cuando fue a apartarse de Tullah, Scott, el hijo que ella llevaba en brazos, extendió los brazos y le sonrió y dijo:

—Bonita.

Las miradas de las dos mujeres se encontraron entonces.

—Oh, creo que voy a estornudar —dijo Tullah—. ¿Podrías sujetármelo?

Antes de que Louise pudiera decir nada, le pasó al niño y se sacó un pañuelo del bolsillo.

—No. Ya no —dijo cuando no estornudó, pero no hizo ningún intento de tomar de nuevo a su hijo—. Me alegro de ver a casi toda la familia aquí. Sé que tu abuelo no siempre es la persona más fácil de soportar…

—Eso es cierto —respondió Louise mirando al niño—. Tiene el mismo color de cabello que tú, pero los ojos son los de Saul. ¿Cómo se han tomado los otros…?

—De momento muy bien —respondió Tullah cruzando los dedos—. Probablemente ha sido más fácil para ellos y para nosotros de alguna manera, ya que viven siempre con nosotros. Así que no se sienten como si Scott viera más a su padre que ellos.

A Scott, por alguna razón, parecía haberle gustado Louise inmediatamente y, para su sorpresa y la de Tullah, empezó a darle besos en las mejillas.

Louise, a pesar de su decisión de enfocar su vida en su trabajo, siempre había tenido debilidad por los niños. Cuando era adolescente, había hecho de niñera a menudo para Saul y se había hecho muy amiga de sus tres hijos y ahora se sentía muy emocionada con los besos de Scott.

Se lo devolvió rápidamente a Tullah y le dijo:

—Tullah, lo siento…

Las dos sabían que no se estaba disculpando por lo que estaba sucediendo en ese momento.

Tullah le tocó el brazo.

—Se acabó, Lou —le dijo suavemente—. Olvídalo. Nosotros ya lo hemos hecho. Todos te echamos de menos en Navidad.

Luego se alejó después de darle un beso en la mejilla.

Louise cerró los ojos y deseó poder olvidar. Tal vez Tullah y Saul la hubieran perdonado, pero no estaba segura de que ella se pudiera perdonar alguna vez.

—¿Va todo bien, querida?

Louise se obligó a sonreír a su madre.

—Sí.

Una mirada rápida a su alrededor le indicó que ya no era el centro de atención, así que respiró profundamente y dijo todo lo tranquilamente que pudo:

—Sólo le estaba diciendo a Tullah que Scott tiene su mismo cabello, pero los ojos de Saul.

—Sí, ¿no es cierto? —dijo Jenny, su madre, aliviada.

Por una parte, había sido un alivio el que Louise hubiera accedido a volver a casa para el cumpleaños de su abuelo, pero por otra…

Louise era su hija y la amaba y se preocupaba por ella, pero tenía que admitir que se había sentido ansiosa…

Louise tenía un fuerte carácter y un orgullo que era muy fácil de lastimar. Verla hablar con Max anteriormente había hecho rogar a Jenny porque él no le dijera o hiciera nada que pusiera a la defensiva a su hermana.

Tullah y Olivia, sobrina de Jenny y prima de Louise, habían tratado de asegurarle que todo iría bien, que los amoríos adolescentes eran algo que le pasaba a todo el mundo y que había sido sólo mala suerte que el de Louise hubiera sucedido tan en público y que su pasión se viera dirigida a un miembro de la familia.

—Se comportó muy mal —les había dicho.

—Las cosas se escaparon un poco de las manos —afirmó Tullah—. Pero dado que ese comportamiento suyo terminó haciendo que Saul y yo nos juntáramos y reconociéramos lo que realmente sentíamos el uno por el otro, he de admitir que me siento más inclinada a sentir gratitud hacia ella más que otra cosa.

—Louise cometió un error —había añadido Olivia—. Y eso es algo que todos cometemos. Y creo que eso le ha venido bien, ahora parece como si pensara que es como los demás. Antes me parecía como si se sintiera por encima. Tal vez sea una combinación de los genes de la familia con un cerebro muy efectivo. Lo que sucedió la ha suavizado, ha hecho que se dé cuenta de que es un ser humano y que hay algunas cosas que no se puede programar para conseguir…

—¿Has comido algo ya? —le preguntó Jenny a Louise.

Jon, su marido, no paraba de decirle que Louise era ya adulta, pero para ella seguía siendo su hija pequeña y le parecía que estaba demasiado delgada.

—Iba a hacerlo después de desearle feliz cumpleaños al abuelo.

Con un poco de suerte, después de hacerlo, podría escapar de allí sin que los demás pensaran que… ¿qué? ¿Que estaba huyendo?

No, no estaba haciendo eso, nunca lo había hecho, a pesar de lo que pudieran pensar algunas personas.

—El Parlamento Europeo es una pandilla de burócratas que no tienen ni idea de lo que sucede en el mundo real.

Louise apretó los dientes cuando oyó decir eso a su abuelo, Ben Crighton, el patriarca de la familia. Para él la única forma de practicar la ley era en un bufete.

Se alejó de allí antes de que se pusieran a discutir. No podía dejar de sentir lástima por Maddy, que se había mudado a la casa de campo del viejo desde que lo operaron de la cadera el año anterior.

Esa mudanza, que al principio iba a ser sólo temporal y sólo para asegurarse de que alguien pudiera cuidar del abuelo, se había transformado en algo permanente, con ella y sus hijos viviendo allí, en el campo con el abuelo, mientras que Max se pasaba casi todo el tiempo viviendo y trabajando en Londres.

Louise no podía entender cómo o por qué Maddy soportaba al egoísta de su hermano y sus famosas infidelidades. Ella nunca lo habría aguantado, pero claro que tampoco se habría casado con un hombre como su hermano. Sabía lo mucho que le disgustaba a sus padres que hubiera salido así. Max era un tipo sin principios y un egoísta en otras cosas de la vida, además de como marido.

Al contrario que su tío David, el padre de Olivia y el hermano gemelo de su padre, podía ser que Max nunca se hubiera saltado la ley, pero Louise sospechaba que era perfectamente capaz de torcerla para sus propios intereses.

—No cambia, ¿verdad? —dijo la familiar voz de Saul desde detrás suya.

Louise se volvió apresuradamente.

La última vez que ellos dos habían hablado fue cuando él la dejó a cargo de Olivia y le había dejado muy claro de que, no sólo no sentía lo mismo que ella por él, sino que preferiría no volver a verla en la vida.

Tal vez ésas fueran palabras dichas con el calor del momento, pero le habían dejado cicatriz. Tal vez porque fuera muy consciente de que se las había merecido.

Era ridículo por su parte sentirse tan incómoda y culpable como una niña, pero así era como se sentía.

Seguramente el hombre que había sido el destinatario de sus ardores juveniles no hubiera cambiado, pero ella sí lo había hecho. Por suerte para ella, Saul no era ahora más que otro miembro de su familia.

—Tu madre dice que, esta vez, sólo nos haces una breve visita.

—Sí, es cierto. Mi jefa, Pam Carlisle, ha sido elegida para un nuevo comité que se ocupará de los problemas de la sobreexplotación de los caladeros de pesca en el Ártico. Evidentemente, desde el punto de vista legal, va a haber que trabajar mucho y, eso es cosa mía.

—Mmmm. Suena como un buen campo de cultivo para un futuro potencial como política.

Pero Louise agitó la cabeza.

—No. Definitivamente no. La política no es para mí. Para empezar, me temo que digo las cosas demasiado claras. Y la política requiere mucha más sutileza de la que nunca podré tener.

—Eres demasiado dura contigo misma. Y de muchas maneras —dijo él mirándola—. Ya es hora de que tengamos un nuevo principio, Lou. Lo que pasó, pasó, pero ahora es cosa del pasado. Mira, Tullah y yo vamos a ir a Bruselas en algún momento en viaje de negocios. Estaría bien que nos viéramos… que fuéramos a cenar juntos, por ejemplo.

Louise se vio incapaz de hacer otra cosa que no fuera agitar la cabeza. Se sorprendió cuando, de repente, Saul la abrazó.

—¿Amigos de nuevo, Lou?

—Amigos —logró decir ella mientras luchaba contra las lágrimas.

 

 

—Y no te olvides, escribe.

Louise sonrió a su hermana.

—¿Por qué has tenido que meterte en esa organización de caridad que no se puede permitir siquiera tener un fax?

—No sé… pero me gusta mi trabajo.

Se estaban despidiendo en el aeropuerto, donde las había dejado su madre.

—Ya sabes que podrías venir a verme a Bruselas. Yo te pagaría el billete, si eso te ayuda.