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Toda la sabiduría de El arte de la guerra en un texto ameno y actual gracias a los comentarios del teniente general Francisco Gan Pampols, que aportan una visión que, mucho más allá de sus conocimientos sobre estrategia, dirección y liderazgo, incluye también referencias fascinantes al cine, la literatura, la mitología y la filosofía que nos harán acercarnos a este tratado clásico sobre la política, el conflicto y el poder con una nueva mirada acorde a nuestro tiempo.
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Seitenzahl: 347
Veröffentlichungsjahr: 2025
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El arte de la guerra
Sun Tzu
Edición comentada por el teniente generalFrancisco Gan Pampols
Título original: 孫子兵法 (Sūn Zǐ Bīng Fǎ), de Sun Tzu
Primera edición en esta colección: febrero de 2025
© Francisco Gan Pampols, 2025
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2025
Plataforma Editorial
c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona
Tel.: (+34) 93 494 79 99
www.plataformaeditorial.com
ISBN: 979-13-87568-24-5
Diseño de cubierta: Isabel González (@muchacha_pinta)
Adaptación de cubierta y fotocomposición: Grafime, S.L.
Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
Prólogo. Lecciones para el siglo
xxi
Artículo I. Sobre la evaluación
Artículo II. Sobre la iniciación de las acciones
Artículo III. Sobre las proposiciones de la victoria y la derrota
Artículo IV. Sobre la medida en la disposición de los medios
Artículo V. Sobre la firmeza
Artículo VI. Sobre lo lleno y lo vacío
Artículo VII. Sobre el enfrentamiento directo e indirecto
Artículo VIII. Sobre los nueve cambios
Artículo IX. Sobre la distribución de los medios
Artículo X. Sobre la topología
Artículo XI. Sobre las nueve clases de terreno
Artículo XII. Sobre el arte de atacar por el fuego
Artículo XIII. Sobre la concordia y la discordia
Epílogo
Agradecimientos
Cubierta
Portada
Créditos
Índice
Comenzar a leer
Agradecimientos
Notas
Colofón
Puede parecer pretencioso prologar un libro que lleva una innumerable cantidad de reproducciones, que ha sido traducido a la mayoría de los idiomas conocidos —incluso algunos ya desaparecidos— y que tiene más de dos mil quinientos años de antigüedad. De hecho, no se trata de un prólogo al uso sino, más bien, de un conjunto de claves para poder comprender mejor un pensamiento formulado en un entorno definido, un período histórico concreto y con una finalidad esencialmente didáctica, de parecido propósito y contenido a los llamados espejos de príncipes —speculum principium— de la Edad Media.
No deja de ser paradójico que la guerra, su preparación, desencadenamiento, dirección y resultado, siga siendo veinticinco siglos después el motor geopolítico que impulsa cambios vertiginosos en una realidad que se antoja inaprensible. Alianzas, posicionamientos, seducción y amenazas continúan estando a la orden del día en este primer cuarto del siglo xxi, de la misma forma que lo estaban en el siglo vi a. C. De Sun Tzu a Carl von Clausewitz y su definición de la guerra como la continuación de la política por otros medios. La violencia —cuya máxima expresión es la guerra— fue y sigue siendo «la partera de la Historia», la reconfiguración cruel y traumática de una realidad que se forja a golpes de determinación para hacer cierta una visión utilizando todos los medios disponibles. La guerra ahora es total, es permanente, y se desarrolla a lo largo del conocido como espectro del conflicto, que se inicia en la llamada zona gris —donde existe violencia e intimidación, pero no se puede atribuir su origen de forma incontestable— y acaba en el conflicto de alta intensidad, donde el enfrentamiento se produce empleando todos los medios y recursos de los actores en liza.
En esta tercera década del siglo xxi, las guerras están más presentes que en los últimos cincuenta años. Son más letales, implican a actores estatales y no estatales, y se libran en todos los dominios: terrestre, marítimo, aéreo, espacial, ciberespacial y cognitivo. No se declaran, no comienzan y terminan de forma inteligible; incluso cuando se detienen, sobreviven en estado latente y afectan a todos los ámbitos de la vida. La guerra, a pesar de los esfuerzos por evitarla de todos los organismos y organizaciones internacionales diseñados para contener los conflictos en el ámbito diplomático, sigue siendo la «última ratio» para imponer la voluntad al adversario. Tenemos en el primer cuarto del siglo xxi un elevado número de conflictos en curso que corroboran lo dicho: Ucrania, Gaza, Líbano, Mali, Níger, Burkina-Faso, Somalia, República Democrática del Congo, Sudán, Taiwán, Corea del Norte... ejemplos de cómo cada uno de ellos se localiza en una parte de ese espectro del conflicto con posibilidades de escalada y desescalada en función de factores endógenos y exógenos, las más de las veces fuera del control de los propios contendientes.
La primera vez que leí El arte de la guerra tenía veintiséis años, hace de eso ya más de cuarenta. Reconozco que leía con impaciencia sus trece artículos esperando desentrañar toda la sabiduría que encerraban unas frases difíciles de entender por estar escritas con un estilo alambicado y con continuas referencias a aspectos inaprensibles como el cielo y el viento divino, y figuras retóricas que obligaban a traducir un pensamiento arcano a una realidad tangible. He de reconocer que de aquella primera lectura me quedé con lo obvio. Como siempre subrayo los libros y tomo anotaciones, las sucesivas relecturas me iban revelando la diferente perspectiva que me daba el paso del tiempo y la experiencia en el oficio de las armas. Cada vez me sentía más identificado con algunas recomendaciones y consejos que interpretaba como nuevos. Cada vez analizaba desde diferente perspectiva los consejos y recomendaciones encontrando sentido a lo que antes se me antojaba superfluo y enrevesado.
El arte de la guerra es un libro de lectura obligatoria en todos los centros docentes militares del mundo, en las escuelas del Estado Mayor, en los centros de estudios superiores de la Defensa y en la mayoría de las escuelas de negocios. Ha sido libro de cabecera de los principales gobernantes y generales del mundo occidental desde que hizo su aparición en Europa a mediados del siglo xviii de la mano de un jesuita que realizó su primera traducción al francés.
El lector se preguntará: ¿por qué es así?, ¿qué tiene que ofrecer un libro de más de dos mil quinientos años al pensamiento estratégico moderno, desde la Ilustración hasta el actual basado en el big data, los generadores automáticos de escenarios y la inteligencia artificial aplicada a la decisión? La respuesta no es simple, pero es, creo, la correcta: siguiendo a Oscar Wilde, el ser humano es contradictorio y paradójico, es a esas «ineficiencias» a las que hay que atender y entender para afrontarlas adecuadamente. Y eso, precisamente, es lo que hace Sun Tzu con sus reflexiones y máximas intemporales, precisamente porque están producidas por lo no susceptible de ser emulado ni mecanizado.
El arte de la guerra es un compendio de reflexiones acerca de la naturaleza humana, las pasiones, los conflictos y la capacidad necesaria para alcanzar los fines que uno se propone. Centrado en el ámbito de la guerra, la preparación de las batallas y la conducción de los combates, los trece artículos de este libro van desgranando las cualidades necesarias de un general, léase aquí del mando responsable de cualquiera que sea la actividad humana que se considere, para imponer su voluntad al adversario/competidor. El general/CEO (consejero delegado de una empresa) debe obrar con sabiduría, nobleza, astucia, determinación...; debe ser flexible en lo posible, adaptativo en lo necesario y siempre, siempre, debe prever escenarios futuros, elegir el que más le conviene y alterar el presente para alcanzar ese futuro, sin perder de vista el resultado final deseado.
El general ve lo que todo el mundo ve y deduce lo que nadie más es capaz de entrever, se anticipa al adversario, le conduce dónde y cómo quiere, es concienzudo en la preparación y meticuloso en los detalles. Es paciente, permitiendo que las situaciones se desenvuelvan tal y como tiene planeado, ayudando al desarrollo del proceso cuando es necesario. Elige el terreno —el escenario de juego—, lo modifica en función de sus intereses, en ocasiones de forma perceptible, pero, casi siempre, de forma discreta y no apreciable. Su principal herramienta es la introspección «profunda», no se engaña jamás sobre quién es y qué quiere, y es un generador de ilusión y esperanza que explota en beneficio del conjunto y de lo que persigue. Es un comunicador excepcional que transmite propósito y proporciona guía y referencia para la toma de acciones. Es un profundo conocedor de la naturaleza humana, y combina sabiamente las distintas capacidades de aquellos sobre los que ejerce el poder y que le reconocen la autoridad por su prestigio, competencia y ejemplo.
El general/CEO, el verdadero estratega, utiliza la fuerza únicamente cuando no hay otro remedio, prefiere la disuasión al enfrentamiento, la acción indirecta a la directa, el choque menor al mayor, y la pacificación a la destrucción. Sus actitudes se combinan sabiamente en función de la situación, no adopta posturas rígidas como si de un reglamento se tratara y va adaptándose a una realidad que se construye a medida que la acción se desenvuelve. Sabe leer el presente, pero, sobre todo, sabe diseñar caminos que conducen a uno de los múltiples escenarios que ha concebido como caso de éxito. Es un verdadero artista en el modelado del factor humano, gana lealtades, aúna voluntades, corrige con mesura y contundencia cuando hace falta, guía sin agobiar y es referente para el comportamiento y la acción. Está donde es necesario, acude donde es más útil, guarda las distancias y, sin embargo, es próximo y asequible. El general del Maestro Sun es un humanista, apasionado del conocimiento, reflexivo y estudioso del comportamiento individual y su agregado colectivo; es un observador agudo del entorno que sabe leer en la naturaleza de las cosas, de los actos y de las intenciones de los principales actores.
Termino este prólogo con una paradoja: es llamativo que a lo largo de todo el libro no aparecerá ni una sola ocasión la figura del general entablando combate directo, y, sin embargo, cita el heroísmo en más de una ocasión como un atributo suyo. ¿Cómo es posible? Es así porque el heroísmo al que se refiere tiene que ver con el resultado, no con la acción, el héroe es aquel que conduce a la victoria a su ejército de la forma más virtuosa, menos dañina y más apropiada para acabar consiguiendo el objetivo fijado y la rendición del adversario. No es el mejor detodos sus guerreros, es el mejor paratodos los suyos, y, por ello, obedecido y admirado. El general no compite jamás con sus subordinados, los dirige, los impulsa y los recompensa o sanciona, pero jamás se compara con ellos.
Una última recomendación: El arte de la guerra hay que leerlo despacio y debemos aprovechar las sugerencias que nos hace en cada artículo. Es un libro para reflexionar sobre nuestra forma de ver la realidad y cómo reaccionamos ante las situaciones que se nos presentan.
Decía Aristóteles que la excelencia no es una meta, es un hábito, el hábito del general del Maestro Sun.
Sun Tzu dice: la guerra es de vital importancia para el Estado. Es el dominio de la vida y de la muerte: de ella depende la conservación o la pérdida del Imperio; es forzoso manejarla bien. No reflexionar seriamente sobre todo lo que le concierne es dar prueba de una culpable indiferencia en lo que respecta a la conservación o la pérdida de lo que nos es más querido, y ello no debe ocurrir entre nosotros.
Cinco cosas principales deben constituir el objeto de nuestras continuas meditaciones y de todos nuestros cuidados, como hacen los grandes artistas que al emprender alguna obra maestra tienen siempre presente en su espíritu el fin que se proponen, aprovechan todo lo que ven, todo lo que oyen, no descuidan nada que les permita adquirir nuevos conocimientos y aceptan todas las ayudas que pueden conducirlos felizmente a su fin. Si deseamos que la gloria y el éxito acompañen a nuestras armas, no debemos perder jamás de vista: La Doctrina, el Tiempo, el Espacio, el Mando y la Disciplina.
La Doctrina hace nacer la unidad de pensamiento, nos inspira una misma manera de vivir y de morir y nos hace intrépidos e inconmovibles en las desdichas y en la muerte.
Si conocemos bien el Tiempo no ignoraremos esos dos grandes principios Ying y Yang que constituyen todas las cosas naturales y por obra de los cuales los elementos reciben sus diferentes modificaciones; conoceremos el tiempo de su unión y de su mutuo concurso para la producción del frío, el calor, la serenidad o la intemperie del aire.
El Espacio no es menos digno de nuestra atención que el Tiempo, estudiémoslo bien y tendremos el conocimiento de lo alto y de lo bajo, de lo lejano así como de lo cercano, de lo ancho y lo estrecho, de lo que permanece y de lo que es solo transitorio.
Entiendo por Mando la equidad, el amor en particular hacia aquellos que nos están sometidos y hacia todos los hombres en general; la ciencia de los recursos, el coraje y el valor, el rigor, tales son las cualidades que deben caracterizar al que está investido de la dignidad del general; virtudes necesarias para cuya adquisición no debemos descuidad nada: solo ellas pueden ponernos en condiciones de marchar dignamente a la cabeza de los demás.
A los conocimientos de los que acabo de hablar hay que agregar el de la Disciplina. Dominar el arte de ordenar a las tropas; no ignorar ninguna de las leyes de la subordinación y hacerlas observar con rigor; estar instruido en los deberes particulares de cada uno de nuestros subalternos; conocer los diferentes caminos por los cuales se puede llegar a un mismo fin: no desdeñar la enumeración detallada y exacta de todas las cosas que puedan servir, y ponerse al tanto de cada una de ellas en particular. Todo este conjunto forma un cuerpo de disciplina cuyo conocimiento práctico no debe escapar a la sagacidad ni a la atención de un general.
Tú, que fuiste elegido por el príncipe para estar al frente de sus ejércitos, debes fundamentar tu ciencia militar sobre los cinco principios que acabo de establecer; la victoria seguirá siempre tus pasos; en cambio solo experimentarás las más vergonzosas derrotas si, por ignorancia o presunción, llegas a omitirlos o rechazarlos.
Los conocimientos que acabo de indicar te permitirán discernir, entre los príncipes que gobiernan el mundo, el que tiene más doctrina y virtudes; conocerás a los grandes generales que puede haber en los distintos reinos, de modo que podrás conjeturar con bastante seguridad cuál de los dos antagonistas debe lograr la victoria; y si te ves obligado a entrar en la lucha, podrás jactarte razonablemente de salir victorioso.
Estos mismos conocimientos te harán prever los momentos más favorables —ya que el Tiempo y el Espacio se hallan conjugados— para ordenar el movimiento e itinerarios de las tropas, cuyas marchas debes disponer adecuadamente; no comenzarás ni terminarás nunca la campaña fuera de estación; conocerás el lado fuerte y el débil tanto de aquellos que están confiados a tu cuidado como de los enemigos que tienes que combatir; sabrás en qué cantidad y estado se encuentran las municiones de guerra y provisiones de los dos ejércitos, distribuirás las recompensas con largueza, pero eligiendo, y no ahorrarás los castigos cuando sean necesarios.
Los oficiales generales sometidos a tu autoridad, admiradores de tus virtudes y capacidades, te servirán tanto por placer como por deber. Entrarán en todos tus enfoques, y su ejemplo arrastrará infaliblemente a los subalternos, e incluso los simples soldados contribuirán con todas sus fuerzas a asegurarte el más glorioso éxito.
Al verte estimado, respetado, querido por los tuyos, los pueblos vecinos vendrán con alegría a alistarse bajo los estandartes del príncipe al que sirvas, o para vivir según sus leyes u obtener simplemente su protección.
Como sabrás igualmente lo que puedes y lo que no puedes, no concebirás ninguna empresa no susceptible de ser llevada a buen fin. Verás con la misma penetración tanto lo que está lejos de ti como lo que ocurre ante tus ojos, y tanto lo que ocurre ante tus ojos como lo que está más alejado de ellos.
Aprovecharás la discordia que surja entre tus enemigos para atraer a tu partido a los descontentos, no escatimándoles promesas, dones o recompensas.
Si tus enemigos son más poderosos y fuertes que tú, no los ataques, sino que debes evitar con gran cuidado lo que pueda llevarte a un enfrentamiento total; ocultarás siempre, con extremo cuidado, el estado en que te encuentras.
Habrá ocasiones en que te rebajarás, y otras en que fingirás tener miedo. Harás creer a veces que eres débil para que tus enemigos, abriendo la puerta a la presunción y al orgullo, se precipiten a atacarte en el momento más inoportuno para ellos o se dejen sorprender y diezmar vergonzosamente. Harás de suerte que quienes son inferiores a ti no puedan penetrar nunca tus designios. Tendrás a tus tropas siempre alerta, siempre en movimiento y ocupación, para impedir que se dejen ablandar en un vergonzoso reposo.
Si atribuyes algún interés a las ventajas de mis planes actúa de tal forma que provoques situaciones que contribuyan a su realización.
Entiendo por situación que el general actúe con plena conciencia, en armonía con lo que es ventajoso, y por eso mismo disponga del dominio del equilibrio.
Toda campaña guerrera debe regularse por la apariencia; finge el desorden, no dejes nunca de ofrecer una carnada al enemigo para engolosinarlo, simula la inferioridad para alentar su arrogancia, estudia la manera de provocar su cólera para hundirlo mejor en la confusión: su avidez lo lanzará sobre ti y lo precipitará en el descalabro.
Apresura tus preparativos cuando tus adversarios se concentren; evítalos donde sean poderosos.
Hunde a tu adversario en inextricables pruebas y prolonga su agotamiento manteniéndote a distancia; cuida de fortalecer tus alianzas en el exterior y de afirmar tus posiciones en lo interno mediante una política de soldados-campesinos.
¡Qué lástima arriesgarlo todo en un solo combate descuidando la estrategia victoriosa, y hacer depender la suerte de tus armas de una única batalla!
Cuando el enemigo esté unido, divídelo; y ataca donde él no esté preparado, apareciendo cuando no te espere. Tales son las claves estratégicas de la victoria, pero ten cuidado de no comprometerlas de antemano.
Que cada uno tome como medidas las evaluaciones hechas en el templo antes de las hostilidades: anuncian la victoria cuando demuestran que tu fuerza es superior a la del enemigo; indican la derrota cuando demuestran que este es superior en fuerza.
Considera que con muchos cálculos se puede lograr la victoria, teme no haberlos hecho en cantidad suficiente. ¡Qué pocas probabilidades de ganar tiene quien no los ha hecho!
Gracias a este método examino yo la situación, y el resultado aparecerá claramente.
Es inevitable que, tratándose del arte de la guerra, su autor haga en primer lugar una valoración suprema de su significado y trascendencia. Distintos tratadistas de todos los tiempos han asignado a la guerra un significado que trasciende lo puramente bélico y se incardina en el ser profundo de la voluntad puesta en acción. La guerra es violencia, destrucción, ruptura y también creación. Las guerras producen consecuencias completamente inesperadas para los contendientes que las inician. Recordemos a Karl von Clausewitz y su obra De la guerra, donde la define como la continuación de la política por otros medios. Hay que tener en cuenta que esa política a la que alude es la consecuencia de las guerras napoleónicas que asolaron Europa a principios del xix y la reconfiguraron de una manera muy diferente a la que inicialmente pretendía Napoleón. Karl Marx decía que la violencia es «la partera de la historia», y la máxima expresión de la violencia es la guerra.
Si trascendemos el ámbito puramente bélico y nos centramos en el concepto «conflicto» y somos capaces de ampliar el foco, encontraremos multitud de sugerencias intemporales para hacer frente a los desafíos que nos presenta la realidad en la que vivimos. Donde leamos «general», entendamos que puede interpretarse el cometido que cada uno desempeñe en la vida: autónomo, empresario, líder, gobernante o jubilado con ganas de reflexionar y resolver los problemas a los que se enfrenta.
Pasemos ahora a analizar esos cinco factores que cita el maestro filósofo-guerrero y que se deben de ponderar siempre para saber qué somos y cómo estamos.
«La Doctrina hace nacer la unidad de pensamiento, nos inspira una misma manera de vivir y de morir y nos hace intrépidos e inconmovibles en las desdichas y en la muerte». Hablamos del buen juicio y la ejemplaridad, el vehículo más adecuado para transmitir la competencia en el ejercicio de las responsabilidades que cada uno tiene, y del compromiso que se demuestra para con los demás y con el empeño común. Competencia y compromiso generan confianza, que es la base de esa cohesión que nos lleva a actuar de forma coordinada y hacer frente a los contratiempos que aparecen en el camino.
En otras traducciones de la obra de Sun Tzu, se utiliza, para el concepto de Doctrina, una palabra tal vez más sonora, la Virtud. Trazando un paralelismo separado casi dos milenios y siguiendo al profesor José Abad de la Universidad de Granada, la virtù la recoge Maquiavelo en su obra El Príncipe, donde se aleja de la moral al llevarse el concepto de virtù al dominio de la técnica y de la utilidad política. Para Maquiavelo es un conjunto de cualidades que permiten al caudillo vencer los obstáculos del presente y las adversidades que pueda depararle el futuro. La virtù está directamente asociada con la voluntad y la inteligencia, está orientada a la acción y requiere destreza. Es conocimiento y astucia, pero no presunción, y es valor y competencia, pero no temeridad.
«Si conocemos bien el Tiempo no ignoraremos esos dos grandes principios Ying y Yang que constituyen todas las cosas naturales y por obra de los cuales los elementos reciben sus diferentes modificaciones; conoceremos el tiempo de su unión y de su mutuo concurso para la producción del frío, el calor, la serenidad o la intemperie del aire». Se hace referencia aquí, además de a los períodos estacionales y fenómenos climatológicos, a nuestras condiciones ambientales, a todo aquello que hay que tener en cuenta cuando se realiza un planeamiento para alcanzar un objetivo. Pensando en nuestro tiempo, el clima laboral, las condiciones de contratación, la disponibilidad o no de personas adecuadas, materiales... que resultan críticos en un momento determinado.
«El Espacio no es menos digno de nuestra atención que el Tiempo, estudiémoslo bien y tendremos el conocimiento de lo alto y de lo bajo, de lo lejano así como de lo cercano, de lo ancho y lo estrecho, de lo que permanece y de lo que es solo transitorio». Aquí debemos entender que se refiere al entorno concreto donde se desarrolla la acción: la orografía y la hidrografía de una zona, pero también el mercado, la sociedad, la empresa, su cultura e idiosincrasia, las facilidades y dificultades para desenvolvernos sobre aquel. También se refiere a las hojas de ruta que diseñamos para ir completando hitos sucesivos y la facilidad o complejidad para definirlos y alcanzarlos.
Un novedoso concepto importado del ámbito anglosajón es el llamado «factor humano» (human terrain), que hace referencia directa a las condiciones socioculturales que impregnan una sociedad sobre la que actuamos y que es distinta a la nuestra de origen. Se desarrollan conceptos como la conciencia intercultural que nos permite relacionarnos con otras personas de culturas, lenguas y entornos diferentes. Es mucho más que una guía de viaje para aventureros; se trata de conocer los aspectos esenciales de una cultura y respetarlos, relacionándonos con ellos sin ningún apriorismo de superioridad. Hablaremos en los ejemplos de algunos de estos conceptos aplicados.
«Entiendo por Mando la equidad, el amor en particular hacia aquellos que nos están sometidos y hacia todos los hombres en general; la ciencia de los recursos, el coraje y el valor, el rigor». Esto es completamente extrapolable a nuestro día a día. Conocer es saber; ser creíble es saber hacer y hacer bien lo que se tiene que hacer. Ser humano es ser accesible, comprender la situación y condiciones de aquellos sobre los que se manda y actuar en consecuencia. Ser resolutivo es ser decidido y perseverante, es poner todo lo necesario para conseguir lo que se quiere. Y comportarse de forma severa hay que entenderlo como justo y firme en las decisiones que se toman y en los juicios que se emiten para transmitir solidez y confianza. Es, en definitiva, ser previsible siempre en la exigencia.
Aprovecha el maestro para incidir en la trascendencia del mérito y la capacidad para elegir al mando. Exige que quien ejerce el mando sea consciente de los principios que describe, que los estudie profundizando en su trascendencia, que los pondere y los aplique. Si es así, será el elegido, caso contrario, procede desprenderse de él. Es una concepción meritocrática alejada de intrigas cortesanas precisamente por la trascendencia que tiene para el futuro de la nación la calidad de aquel llamado a tomar decisiones a vida o muerte sobre su país y sus conciudadanos.
«La disciplina. Dominar el arte de ordenar a las tropas; no ignorar ninguna de las leyes de la subordinación y hacerlas observar con rigor; estar instruido en los deberes particulares de cada uno de nuestros subalternos; conocer los diferentes caminos por los cuales se puede llegar a un mismo fin: no desdeñar la enumeración detallada y exacta de todas las cosas que puedan servir, y ponerse al tanto de cada una de ellas en particular». Se emplea aquí una palabra que para nosotros tiene un significado muy importante: me refiero al rigor entendido como efectividad. Cuando algo es aplicado con rigor es efectivo, y es a la vez eficaz, eficiente y referenciado a un sistema de valores definido y compartido. Se logra lo que se pretende (eficacia), se hace al menor coste (temporal y material) y se hace de acuerdo con unos principios morales definidos y compartidos (efectividad). La disciplina requiere de la claridad, prontitud y orden de las instrucciones, de la organización, y de las relaciones entre personas.
Emplea Sun Tzu una expresión, «provoca situaciones que contribuyan a su realización», o, dicho de otro modo, «actúa con plena conciencia, en armonía con lo que es ventajoso», que alude al potencial estratégico, lo que supone una acción clara de mando: ponderar y decidir en función del beneficio. Es decir, la decisión se subordina al desenvolvimiento del potencial que contiene cada uno de los cinco factores ya comentados. Potencial significa posibilidad, existencia de condiciones que pueden ser desarrolladas para materializar un propósito, es decir, pasar de la potencia al acto, ese concepto tan «confuciano» de permitir que algo se desarrolle y madure desde dentro en lugar de sucesivamente.
«Toda campaña guerrera debe regularse por la apariencia» o, como se ha afirmado en otras traducciones de esta misma frase, mucho más contundente: «La guerra es el arte de engañar». Es innegable la carga peyorativa de esta afirmación, pero vayamos algo más allá. Leamos, en vez de engaño, simulación, decepción y manipulación y nos daremos cuenta de que forman parte del entorno actual de la comunicación. El sentido último de la frase es qué capacidad debemos tener para discriminar esa información que nos bombardea para poder formarnos un criterio que nos sirva para discernir lo verdadero de lo falso y tomar las decisiones más adecuadas y oportunas. Es no quedarse en la superficie de las cosas permitiendo que la realidad, el día a día, se nos coma. Es reflexión, análisis y síntesis y referido a personas y situaciones concretas; es conocer en profundidad su forma de pensar, sus intereses, sus miedos y sus anhelos para saber interpretar adecuadamente lo que nos dice y, sobre todo, lo que no nos dice.
Por supuesto, en el mundo real no se trata de ir fingiendo, mintiendo y simulando continuamente; se trata, más bien, de guardar la debida reserva sobre los temas esenciales que nos afectan y ejercer la astucia respecto a la cantidad de información que permitimos sea de dominio público. Tenemos ejemplos por doquier del peligro que supone la difusión incontrolada de nuestra información en redes y las vulnerabilidades de todo tipo que genera ese descontrol. Hay que ser sensible con lo que se comparte para no ser en exceso vulnerable.
Pensando en el ámbito bélico.
La doctrina o virtud —en el sentido descrito por Sun Tzu y matizado en Maquiavelo— se ha predicado siempre en los modelos de liderazgo heroico y carismático. Es el efecto atractivo de unas personalidades fuertes con capacidad de arrastrar, de galvanizar a sus tropas para que respondan a ese impulso en ocasiones irracional de arriesgarlo todo en un momento determinado porque alguien nos lo pide y nos guía con su ejemplo. Paradigmática era la actuación de Alejandro Magno siempre liderando en vanguardia a los hetairoi (ἑταῖροι, compañeros) que constituían la caballería de élite del ejército de Alejandro Magno. Además de arma ofensiva, hacían las veces de guardia personal del macedonio. Es legendaria la carga de caballería de la batalla de Gaugamela que, encabezada por Alejandro, decidió su resultado poniendo en fuga a Darío III y provocó una derrota sin paliativos al ejército persa que lo quintuplicaba en efectivos.
Otro ejemplo, este más próximo a nosotros, es Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, soldado aguerrido y forjado en la batalla en la conquista de Granada y que jamás fue derrotado en ninguna de las campañas en las que participó, siendo sus victorias más celebradas las batallas de Ceriñola y Garellano durante la guerra de Italia en el siglo xvi. Era proverbial su temple, su buen juicio y su valor, que contagiaba a la mejor infantería del mundo en su tiempo, los Tercios, que se encargó de organizar, equipar y adiestrar y que dominó los campos de batalla de Europa durante siglo y medio. Era igualmente querido y respetado por su generosidad para con los soldados y su humanidad y clemencia con los vencidos.
Ya en nuestros días, acciones como la del presidente de Ucrania Volodimir Zelenski, quien, durante los primeros compases de la invasión rusa en febrero de 2022, declinó la oferta de un avión para evacuarlo de Kiev camino a los Estados Unidos con un «no necesito aviones para irme, necesito armas para defender mi país».
El tiempo o clima. Son innumerables los ejemplos de la influencia del clima y los fenómenos meteorológicos que han contribuido decisivamente al resultado de los conflictos. Veamos algunos ejemplos: la batalla de Azincourt, donde, ignorando el efecto de una persistente lluvia de días pasados sobre un terreno arado, la caballería pesada francesa cargó contra la línea inglesa con un resultado desastroso que supuso una humillante derrota en medio de un cenagal ensangrentado; o el desastre de la Felicísima Armada, que no pudo soportar el temporal del norte que la alcanzó en el canal de la Mancha y supuso su completa pérdida. O en el frente ruso, tanto en otoño como en invierno, cuando el barro primero y el hielo y el frío después sorprendieron a un ejército expedicionario alemán mal equipado e insuficientemente preparado, resultando en unas terribles pérdidas, una retirada bajo presión y el fin de la Wehrmacht en Rusia; o el Día D, en junio de 1944, cuando el desembarco en las playas de Normandía preparado para el día anterior, 5 de junio, fue pospuesto en función de una predicción meteorológica adversa, tanto para el desembarco anfibio como para el lanzamiento de veinte mil paracaidistas detrás de la primera línea defensiva alemana. Ese retraso fue providencial, porque el día 5 la meteorología fue terrible; no se podría haber efectuado el desembarco aéreo y el anfibio habría terminado en un completo desastre. O en la guerra de Corea, donde el número de bajas por congelación excedió a los caídos en combate.
Pensando en nuestros días, hay que tener en cuenta los efectos directos del cambio climático sobre el estallido y desenlace de las guerras del siglo xxi. Las sequías, las inundaciones, los fenómenos meteorológicos adversos, son cada vez más destructivos y siempre impredecibles, desde tormentas de arena en la guerra del Golfo a vientos huracanados que impiden el vuelo de aeronaves. El clima es una variable independiente en la ecuación que jamás se puede obviar. Frío, calor, humedad o sequedad son datos que influyen decisivamente en el planeamiento y conducción de la batalla. Ignorarlos es verse expuestos a la derrota antes siquiera de iniciar la lucha.
La topografía. Pero ¿qué es la topografía o, en otra palabra más común, el terreno? La misma palabra sugiere tierra, la dimensión horizontal sobre la que vivimos y nos desplazamos, y que necesitamos conocer para poder operar sobre él. No hay academia militar en el mundo que no tenga la topografía como asignatura principal que se va perfeccionando a lo largo de la carrera. El terreno se interpreta a través de mapas o representaciones gráficas diversas en dos o tres dimensiones, que tienen en común un grafismo, un léxico y unas referencias que hay que saber interpretar. Hablamos de altimetría, tintas isométricas, escalas, curvas de nivel, referencias de la hoja, sistema de proyección, convergencia de meridianos, declinación magnética... términos que al lego le resultan ininteligibles, pero cuya interpretación es esencial para sacar el mayor partido de los medios con los que contamos. Hay que recordar que las salas de mapas eran consideradas secretas en la Edad Moderna y la Contemporánea, y que su acceso estaba reservado a muy pocas personas. El conocimiento de la tierra y de la mar era y sigue siendo fuente de poder.
Reza un viejo dicho que existen dos clases de personas: las que se han perdido y las que se perderán. Como es natural, pertenezco a las dos clases, me he perdido, me he encontrado y no dudo de que en algún momento me volveré a perder. Perderse es importante pero no determinante, lo vital es saber orientarse y volver a recuperar la dirección que se quiere seguir. Por eso es tan importante conocer la naturaleza, la bóveda celeste, los astros y todos aquellos elementos que en un momento dado nos pueden proporcionar referencias. Cualquier viajero avezado del hemisferio norte es capaz de localizar la estrella polar en una noche clara, identificar la vía láctea o el lucero del alba. De la misma forma, alguien que se mueve habitualmente por zonas boscosas es capaz de identificar el norte por los anillos de los troncos, las zonas donde el musgo es más abundante o por el tipo de vegetación.
Para saber emplear el terreno, sea el que sea, lo primero y principal es saberse ubicar sobre él, dónde estamos, dónde queremos ir, qué itinerario es el más ventajoso, protegido, difícil o peligroso. La película Pathfinder. El guía del desfiladero (2007) describe a la perfección la importancia de conocer el terreno que se pisa y el desamparo que se siente cuando se desconocen el entorno y sus circunstancias.
Sun Tzu dice: supongo que comienzas la campaña con un ejército de cien mil hombres, que está suficientemente provisto de municiones de guerra y provisiones, que tienes dos mil carros, mil de ellos para la carrera y los otros únicamente para el transporte; que hasta cien leguas de ti habrá por todas partes víveres para la manutención de tu ejército; que haces transportar con cuidado todo lo que pueda servir para la reparación de las arcas y carros; que los artesanos y las demás personas que no forman parte del cuerpo de soldados te han precedido ya o marchan separadamente detrás de ti; que tanto las cosas que sirven para usos ajenos a la guerra, como las que se emplean exclusivamente en ella, están siempre a cubierto de la acción atmosférica y protegidas de los inoportunos accidentes que puedan ocurrir.
Supongo además que tienes mil onzas de plata para distribuir cada día a las tropas, y que se les paga siempre su soldada a tiempo y con la más rigurosa exactitud; en ese caso, puedes avanzar directamente contra el enemigo; atacarlo y vencerlo serán para ti la misma cosa.
Y digo más: no difieras el entablar combate, no esperes a que tus armas se cubran de orín ni que se embote el filo de tus espadas. La victoria es el principal objetivo de la guerra.
Si se trata de tomar una ciudad, apresúrate a sitiarla; piensa solo en eso, orienta a tal fin todas tus fuerzas; en esto hay que ser expeditivo; si no lo eres, tus tropas corren el riesgo de soportar una larga campaña, que será fuente de funestas desdichas.
Las arcas del príncipe al que tú sirves se agotarán, tus armas corroídas por el óxido ya no te servirán, disminuirá el ardor de tus soldados, se desvanecerán su coraje y sus fuerzas, se consumirán las provisiones e incluso quizás te veas llevado a los extremos más embarazosos.
Cuando los enemigos conozcan el lamentable estado en que te encontrarás entonces, saldrán frescos, caerán sobre ti y te descalabrarán. Aunque hayas gozado hasta ese momento de una gran reputación, perderás para siempre tu prestigio. Es inútil que en otras ocasiones hayas dado muestras extraordinarias de tu valor, pues toda la gloria que hayas adquirido quedará borrada por este último fracaso.
Lo repito: no se puede tener largo tiempo a las tropas en campaña sin producir un perjuicio muy grande al Estado y sin afectar mortalmente la propia reputación.
Quienes poseen los verdaderos principios del arte militar no repiten dos veces la misma cosa. Desde la primera campaña todo queda terminado; no consumen inútilmente víveres durante tres años seguidos. Encuentran la manera de hacer subsistir a sus ejércitos a expensas del enemigo, y ahorran al Estado enormes gastos que este se ve obligado a hacer cuando es necesario transportar muy lejos todas las provisiones.
Esos generales no ignoran, y tú debes saberlo bien, que nada agota tanto a un reino como los gastos de esta naturaleza, pues esté el ejército en las fronteras o en regiones alejadas, el pueblo sufre siempre por ello; todas las cosas necesarias para la vida aumentan de precio, se hacen difíciles de encontrar e incluso quienes disfrutan, en tiempos de paz, de una posición desahogada, llegan pronto a carecer de medios para comprarlas.
El príncipe se apresura a percibir el tributo en especie que cada familia le debe; y al extenderse la miseria en el seno de las ciudades y llegar hasta los campos, de diez partes de lo necesario uno se ve obligado a prescindir de siete. Ni siquiera el soberano deja de padecer su parte de las desdichas comunes. Sus corazas, cascos, flechas, arcos, escudos, carros, lanzas, dardos, todo se destruirá. Los caballos, incluso los bueyes que trabajan las tierras del dominio, perecerán, y de diez partes de sus expensas ordinarias el rey se verá obligado a prescindir de seis.
Para prevenir todos estos desastres un general hábil no debe olvidar nada que le permite abreviar las campañas y vivir a expensas del enemigo, o por lo menos consumir mercaderías extranjeras, a precio de plata, si es necesario.
Si el ejército enemigo tiene una medida de grano en su campo, ten veinte en el tuyo; si tu enemigo tiene veinte libras de forraje para sus caballos, ten dos mil cuatrocientas para los tuyos. No dejes escapar ninguna ocasión de hostigarlo, cánsale pequeñas bajas, busca los medios para irritarlo y hacerlo caer en alguna trampa; disminuye sus fuerzas todo lo que puedas haciéndole realizar movimientos diversivos, matándole de vez en cuando algún destacamento, saqueando sus convoyes, sus equipajes y otras cosas que puedan serte de alguna utilidad.
Cuando tu gente haya tomado al enemigo más de diez carros, comienza por recompensar liberalmente tanto a quienes guíen la empresa como a los que la ejecuten. Emplea esos carros para los mismos usos que das a los otros, pero antes quítales las marcas distintivas que puedan tener. Trata bien a los prisioneros, alimentándolos como a tus propios soldados; si es posible, haz que se encuentren mejor contigo que en su propio campo, o incluso en el seno de su patria. No los dejes nunca ociosos, saca partido de sus servicios con la desconfianza conveniente y, para decirlo en dos palabras, condúcete respecto a ellos como si fueran tropas enroladas libremente bajo tus estandartes. He aquí lo que llamo ganar una batalla y llegar a ser más fuerte.
Si haces exactamente lo que te acabo de indicar, los éxitos acompañarán todos tus pasos, serás vencedor en todas partes, ahorrarás la vida de tus soldados, afirmarás la posición de tu país en sus antiguas posesiones, le procurarás otras nuevas, aumentarás el esplendor y la gloria del Estado, y tanto el príncipe como los súbditos te serán deudores de la dulce tranquilidad en que se deslizarán sus días en el futuro.
Lo esencial está en la victoria y no en las operaciones prolongadas.
El general que conoce bien el arte de la guerra es el ministro del destino del pueblo y el que arbitra la suerte de la victoria.
¡Qué objetos podrían ser más dignos de tu atención y de todos tus esfuerzos!
El Maestro Sun Tzu utiliza este capítulo para poner de relieve la importancia extrema del aspecto logístico de cualquier planeamiento que pretenda alcanzar un objetivo. Hace especial énfasis en la logística de los materiales y la recuperación de recursos del campo de batalla, tanto personales —prisioneros— como material de guerra e incluso alimentos.