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eBook Interactivo. Aunque los Países Bajos, como Inglaterra, tenían suficiente con ocuparse de su extraordinario desarrollo comercial a lo largo y ancho de este mundo, también tuvieron oportunidad de destacar con grandes monumentos y geniales autores barrocos que han quedado inscritos para siempre en la memoria universal, como el incomparable Rembrandt van Ryn.
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ÍNDICE
ARQUITECTURA
ESCULTURA
PINTURA
OTRAS PUBLICACIONES
En temas anteriores vimos la difusión del estilo barroco en Flandes y Francia. En el presente vamos a estudiar el barroco en Países Bajos y Europa Central principalmente. Con ello hemos querido señalar la profunda diferencia que existe en este estilo entre los países católicos (Italia, Flandes, España, Francia) y los protestantes (Holanda, gran parte de Alemania, países nórdicos). La frontera Rin-Danubio, el antiguo «limes» del Imperio romano, sirve todavía para explicar los distintos movimientos culturales europeos, por su grado distinto de romanización, que es como si dijéramos por su interpretación diversa de la herencia grecorromana.
En el capitulo anterior dimos las características más sobresalientes del barroco católico, tal como han sido estudiadas por hombres como Weisbach, Hauser, Wolfflin, etc. No había un solo barroco, sino varios. El barroco eran, al menos, dos comportamientos artísticos completamente diversos: el católico y el protestante, como han demostrado posteriormente Weisbach y Hauser. La homogeneidad formal del barroco se desmorona cuando tratamos de perforar la dura coraza de la forma y enterarnos del significado que esa forma tenia para los hombres que la vivieron, que la crearon. Los estudios formalistas no pueden explicar totalmente la realidad artística. Eso lo sabemos muy bien hoy, aunque el formalismo desempeñó un papel muy importante en la Historia del Arte a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Por eso no basta con decir que las formas barrocas se caracterizan por la composición en diagonal, la forma abierta, etc., sino que es preciso penetrar en los supuestos sociológicos y económicos de la época para tener una idea más aproximada del significado de aquellas formas para los hombres que las vivieron.
Si en Flandes se unieron perfectamente la Iglesia católica y el Estado monárquico de los archiduques, en los Países Bajos (Holanda) se experimentó una unión paralela entre la República y el protestantismo reformista. El catolicismo mantenía la idea de monarquía por derecho divino, mientras que los protestantes, que rechazan el autoritarismo religioso en todos los aspectos, tratan de relacionar a los fieles directamente con Dios. No hay intermediarios, como en el caso de la Iglesia católica, y por tanto, cada conciencia es responsable ante Dios, no sólo de los actos religiosos, sino también de los éticos y políticos. Era muy frecuente comprobar que cada uno escogía la religión -catolicismo o protestantismo- que mejor se adaptaba a su sentido político, es decir, según admitiera la monarquía de derecho divino o creyera que el gobernante debía ser elegido por los ciudadanos. Prueba de ello es que después de la escisión oficial todavía superaban los católicos a los protestantes en Holanda, y unos años después, a medida que el problema político se fue acentuando y los habitantes de Holanda se tuvieron que enfrentar más categóricamente contra la monarquía hispano-flamenca, el número de protestantes aumentó rápidamente hasta invertir la proporción en pocos años.
Dice Hauser que este momento histórico es el más apropiado para comprender la influencia de las características socioeconómicas en la actividad humana integral. Estos dos pueblos -Flandes y Países Bajos- son de base racial similar y tienen una historia muy parecida hasta este momento. Lo que les diferencia, fundamentalmente, son sus condiciones económicas y sociales. Y precisamente estas condiciones determinan la escisión política primero, religiosa después y, finalmente, histórica integral entre Flandes y Países Bajos a partir de este siglo. Anteriormente se puede establecer una diferencia entre los pintores flamencos y los holandeses, pero esta diferencia no es muy marcada, aunque posteriormente queramos nosotros verla excesivamente clara. La diferencia entre la manera de pintar de David o Brueghel con la de Van Eyck o Memling no es tanto territorial como personal. Y ello tiene una fácil explicación. Flandes y Países Bajos forman un mundo unido, o, al menos, fácilmente relacionable. Los pintores holandeses descienden a Brujas en busca de oficio, temática e inspiración. A partir de la escisión políticoreligiosa del siglo XVII. Flandes y Holanda se desenvuelven en dos mundos separados, dos compartimentos estancos prácticamente sin relación. Por eso la pintura flamenca y la holandesa comienzan a tener un estilo peculiar y diferente a partir de entonces.
Dice concretamente Hauser en su “Historia Social de la Literatura y el Arte”: «En ningún capítulo de la Historia del Arte es más concluyente el análisis sociológico que en éste, precisamente donde dos direcciones artísticas tan esencialmente diferentes como el barroco flamenco y holandés surgen, en coincidencia temporal casi perfecta, en estrecho contacto geográfico y excepto por lo que hace a la situación económica y social, en condiciones completamente análogas. Esta separación de estilos, cuyo análisis permite descartar todos los factores de realidad no sociológicos, puede precisamente considerarse como ejemplo típico de la sociología en el arte». La sublevación de Holanda contra España fue por motivos religiosos y, al mismo tiempo, sociales y económicos. No fue una revolución de progresistas contra un rey anticuado, sino todo lo contrario: la sublevación de una burguesía medieval, amante de sus prerrogativas, sus privilegios, sus ciudades autónomas, sus gremios y su estilo de vida, contra un rey que pretendía -como Luis XIV en Francia- imponerles un sistema estatal centralizado, racionalista y moderno. La revolución de los Países Bajos es una revolución conservadora, con ingredientes religiosos, sociales, políticos y económicos igualmente importantes.
La burguesía de las provincias del Norte (lo que hoy compone el país holandés) salió victoriosa, mientras que la burguesía de Flandes y Brabante, es decir, la de las provincias del Sur, fue aplastada por la reacción monárquica española. En Holanda se formó un Estado descentralizado, de tipo federal, mientras que en toda Europa predominaba el moderno Estado centralizado que Felipe II había tratado de imponer. A partir de este momento, la burguesía flamenca perdió importancia y fue sustituida por la aristocracia, mientras que en las provincias del Norte (Holanda) la burguesía empuñaba enérgicamente las riendas del Estado y desplazaba casi totalmente a la aristocracia de la faena del mando. Si en algún caso los aristócratas holandeses desempeñaron una función dominante en Holanda fue porque asimilaron las funciones burguesas, es decir, se dedicaron a las mismas faenas que los burgueses.
Holanda se aprovechó, a partir de entonces, de su emplazamiento y de la debilidad económica del Estado español, embarcado en la aventura americana y en la aventura imperial europea al mismo tiempo. Demasiada ambición para un Estado que tenía una burguesía pobre y una hacienda resquebrajada e hipotecada. La suerte que corrió el Imperio español en el siglo XVII es de todos sabida: se derrumbó en un siglo de agonía, desde Felipe II a Carlos II. Los holandeses, estratégicamente situados en el mar del Norte, sólo tuvieron que aprovechar la catástrofe imperial hispana. El hecho más notable fue la caída económica de Amberes, arruinada por la quiebra de Felipe II en 1956. A partir de entonces, el esplendor económico de Amberes, demasiado intervenido por la monarquía de los Austria, lo recoge Amsterdam, donde se refugian muchos capitalistas y comerciantes que huyen del «crack» hispano-flamenco. La alta burguesía holandesa no fue liberal, como cabía esperar dentro de una lógica estricta pero no histórica. Sometió duramente tanto al obrero manual como a la pequeña burguesía, que vivía difícilmente en el marco económico holandés. Esa alta burguesía dominadora nombró unos representantes o «regentes» que administraban el país de forma liberal, tan mercantilista como en los países de monarquía autoritaria. Y los puestos regentes de Holanda fueron poco a poco haciéndose hereditarios, porque, aunque en teoría eran electivos, en la práctica se transmitían dentro del seno familiar, con lo que llegó a formarse una auténtica casta aristocrática cerrada, en la que el acceso de los demás miembros sociales era prácticamente imposible. Los hijos de estos burgueses se preparaban en las mejores Universidades en todos los asuntos de Derecho que iban a capacitarlos posteriormente para desempeñar los puestos directivos del Estado.