El Cucú De Andropov - Owen Jones - E-Book

El Cucú De Andropov E-Book

Owen Jones

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Beschreibung

La historia comienza con William, viudo octogenario, quien extraña terriblemente a su esposa, en una casa de descanso al sur de España. Él no solo espera a morir, sino lo desea, con el fin de reunirse con su mujer, Youriko. No le queda mucho tiempo, pero decide que la vida de su valiente esposa debe ser contada, a pesar de que ella no lo permitía en vida.
Primero, conoceremos a una familia japonesa atrapada en medio de la onda expansiva de la bomba nuclear en Hiroshima. Más tarde, sabremos de su hija, Yui, quien habría sido educada de manera radical en contra de la ocupación estadounidense.
Luego, aparece una familia sovética de origen kazajo, la que también estuvo involucrada en la guerra. La esposa es una agente de gobierno que agita a los trabajadores de la región para producir más, y es entonces cuando conocemos a su hija.
A través de visitas del Partido Comunista Japonés hacia el área, los rusos y japoneses se conocen y continúan en contacto frecuente, en especial las hijas, quienes, de hecho, son muy parecidas físicamente.
Ellas crean un plan para intercambiar sus vidas, a pesar de que la chica de origen japonés no ve futuro en la URSS. Ella desea migrar a EUA.
Se realiza el intercambio, y la muchacha rusa, ahora conocida como  Youriko, acepta un trabajo en la Oficina del Exterior en Japón. Posteriormente, cambia de empleo en el Departamento de Cuerpo Diplomático, todo mientras espía para su jefe Andropov, líder de la KGB.
Desilusionada de su trabajo, intenta escapar para ver a su doble, quien para este momento se encuentra en Canadá. Debido a este intento, la capturan y encierran en la húmeda prisión de Lubyanka, previo juicio aparente, y la llevan a los campos correccionales.
Cuando sale, Andropov se apiada de ella y la prepara como espía, con categoría de 'trampa de miel'. Mientras realiza sus tareas, se enamora de un estudiante de intercambio británico, y pasa el resto de la historia huyendo del país, incluso a caballo, a través del Cáucaso y hasta Turquía, donde se entrega a la Embajada Británica.
Después de una declaratoria por demás detallada, autorizan su estancia en el Reino Unido, de manera que va a sorprender al amor de su vida durante una de sus clases.
Youriko y William tienen una larga vida juntos en  Andalucía, hasta que ella muere.
En el último capítulo del libro, William agoniza y nombra a su esposa, mientras ella lo recibe de vuelta en sus brazos.
Su médico es quien encuentra el manuscrito y lo publica.

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Contenido

EL CUCÚ DE ANDROPOV

Derechos de autor

Dedicatoria

Citas inspiracionales

1 WILLIAM DAVIES

2 YUI MIZUKI

3 NATALIA PETROVNA MYRSKII

4 VERANO 1967

5 YURI VLADIMIROVITCH ANDROPOV

6 OPERACIÓN YOURIKO

7 EL PLAN SIGUE EN PIE

8 LA KGB

9 LA MOLIENDA DIARIA

10 LAS VACACIONES

11 LUBYANKA

12 ARCHIPIÉLAGO GULAG

13 UN NUEVO TRABAJO

14 LENINGRADO 1978

15 EL CEREBRO DERRETIDO Y LOS OJOS ENTORNADOS

16 SOCHI, KRAI DE KRASNODARSKAYA

17 BOTELLA LLENA

18 LA CARAVANA DE MULAS

19 LA ÚLTIMA ETAPA

20 CHELTENHAM

21 EPÍLOGO

22. POSFACIO

CENTRO DE MUERTE

Acerca del autor

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EL CUCÚ DE ANDROPOV

Una Historia de Amor, Intriga y la KGB

por

Owen Jones

Derechos de autor

Derechos de autor © Owen Jones 2024

Fuengirola, España.

El Cucú de Andropov

Una Historia de Amor, Intriga y la KGB

por Owen Jones

Publicada por

Megan Publishing Services

http://meganpublishingservices.com/

Portada de GetCovers

El derecho de Owen Jones a ser identificado como el autor de esta obra ha sido establecido de acuerdo con las secciones 77 y 78 de los Derechos de Autor y Patentes de 1988. El derecho moral del autor ha sido establecido.

En esta obra de ficción, los personajes, lugares y eventos son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia. Algunos lugares podrían existir, sin embargo, los eventos son completamente ficticios.

Edición Notas de Licencia

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Reservados todos los derechos

Dedicatoria

Esta edición está dedicada a mi esposa, Pranom Jones, por hacerme la vida tan fácil como es posible. Es grandiosa en eso.

El Karma regresará a todos en su justa medida.

Citas inspiracionales

No creas cualquier cosa simplemente porque lo oíste,

No creas cualquier cosa simplemente porque fue dicho o se ha rumorado por muchos,

No creas cualquier cosa simplemente porque lo encontraron escrito en textos religiosos,

No creas cualquier cosa solo por la autoridad de maestros y ancianos,

No creas en tradiciones porque han sido transmitidas de generación en generación,

Solo después de observar y analizar, si cualquier cosa coincide con la razón y conduce al bien y beneficio de uno o de todos, acéptalo y vive a la altura de ello.

Gautama Buddha

––

Gran Espíritu, cuya voz se halla en el aire, escúchame.

Permíteme crecer en fuerza y conocimiento.

Hazme contemplar por siempre el rojo y violáceo atardecer.

Que mis manos respeten las cosas que me has dado.

Instrúyeme en los secretos escondidos bajo cada Hoja y Piedra, así como has instruido a los pueblos de eras pasadas.

Déjame usar mi fuerza, no para ser más grande que mi hermano, sino para pelear contra mi mayor enemigo – yo mismo.

Permíteme siempre llegar ante ti con las manos limpias y el corazón abierto, y que, así como mi lapso de vida Terrenal se desvanezca cual puesta del sol, mi Espíritu regrese a ti sin vergüenza alguna.

(Basado en una oración tradicional Sioux)

1 WILLIAM DAVIES

-“¡Está reaccionando, Peter!”-

-“¡Manténgalo ahí!”- ordenó el cirujano cardiovascular, al tiempo que escaneaba las máquinas y monitores de arriba, al lado opuesto de la cama, con ojos bien entrenados. -“No lo dejen quedar inconsciente otra vez, podría ser la última, si lo permitimos”-.

Todas las luces emitidas, parpadeantes y elevadas en todos los monitores, se fueron normalizando, así como los pitidos y sonidos vibrantes.

-“Vamos, William, no te nos duermas ahora”-, urgió al paciente.

-“Lo intento-“, escuché decir en mi cabeza, pero no pude controlar los labios para dar voz al pensamiento. De hecho, por algunos momentos creí haber muerto diez minutos antes de haber oído hablar a la primera voz. La única razón para dudar de mi deceso era que soy Espiritualista, y siempre he creído que amigos y familiares esperan del otro lado para dar la bienvenida a quien está muriendo. No había nadie aguardándome… tampoco es que tenga muchos amigos o familiares -muertos o vivos-, aunque había uno con quien sí podía contar.

Tuve que ponerme en manos del médico y enfermeras, quienes obviamente rodeaban mi cama, intentando ayudarme.

-“Sus ojos tiemblan, creo que intenta abrirlos”-, observó emocionalmente una voz femenina. Alentado por tal motivación, me esforcé aún más, y, tras más o menos un minuto, pude ver un amable rostro masculino sonriéndome a través de una rendija entre mis párpados.

- “Bienvenido de vuelta, William”- dijo, aparentando sinceridad, - “creímos que te perderíamos esta vez. Bienvenido de vuelta a la tierra de los vivos. En verdad lo siento muchísimo, viejo, pero tengo que correr ahora que vas a estar bien, aunque estas señoritas y caballeros son sumamente competentes y te cuidarán tan bien como yo. Te veré después”-.

Susurró instrucciones a los otros y se fue.

Es extraño, pero cuando ya te queda poca fuerza, puedes sentir claramente cómo decae o regresa con facilidad. En mi caso, me fortalecía a cada segundo. No sé qué medicamento me hayan dado, pero ellos y la voluntad de vivir han hecho maravillas.

- “Te vamos a mantener aquí esta noche, William, pero si los signos están bien para mañana, podrás regresar a tu propia cama. Eso sería agradable, ¿no?”-

Intenté asentir y sonreír, pero en vez de ello, sentí una lágrima correr desde mi ojo izquierdo, sobre la sieny hasta adentro de la oreja. No he dormido en mi propia cama en casi tres años, pero sabía a lo que se refería, por supuesto. Ella sólo intentaba ser amable… animarme, y estaba agradecido. Es solo que resulta curioso lo que piensas cuando te das cuenta de que podrías estar exhalando tu último aliento.

No me considero religioso, aunque supongo que otros sí. Creo simplemente en la vida después de la muerte, la reencarnación y el Karma. Por lo tanto, la muerte jamás me ha producido terror, y la vida es solo poco preferible porque permite un mayor rango de experiencias, o más de ellas.

Mis últimos pensamientos no habían sido sobre la vida o la muerte, o siquiera sobre conocer a mi Creador; fueron acerca de la gente a quien he amado, especialmente mujeres, porque siempre preferí su compañía a la masculina. Podrías argumentar que esas fueron imágenes instantáneas de mi vida pasando ante mis ojos, pero fue más bien un espacio, una versión editada que en nada se parecía a las instantáneas. Permaneció en un modo lánguido, fastuoso, seductor.

De hecho, no creo que esta película de mi vida hubiese terminado si hubiera muerto del ataque al corazón, incluso aunque así lo hubiera creído. Habría continuado y yo me hubiese quedado sin un cuerpo; es lo único que habría cambiado.

He sido un hombre grande y fuerte durante toda mi vida adulta: más de seis pies y cien kilos, aunque fornido y saludable. He estado enfermo, y me he roto algunos huesos, pero nada me ha tirado por demasiado tiempo. Sin embargo, siento que esos días se están terminando, porque ese, era el segundo ataque al corazón del que me has visto recuperarme, y soy suficientemente realista para saber que probablemente no seré capaz de ignorar la tercera llamada para abandonar este cuerpo mortal.

Para ser honesto, no estoy del todo seguro de que así lo querría, de cualquier forma. Ahora tengo setenta y uno, vivo en un hogar para ancianos en el Sur de España y mi esposa y mis amigos todos han partido antes que yo. No me malentiendas, el hospicio es un lugar bastante cómodo, operado especialmente para viejos angloparlantes como yo. En verdad es muy agradable, pero no es mi hogar, como seguramente habrás apreciado cuando mencionaron aquella cama mía, y no es la que compartí con mi esposa hasta que falleció hace dos años, tres meses y diecisiete días.

En realidad, la apuraron a salir de nuestro lecho hacia el hospital y murió allá sin recuperar el conocimiento. No sobrevivió su primer ataque al corazón. Es una pena, creí que lo haría… llegado el momento. Dormí un tiempo en un hotel después de eso, y luego me mudé al hospicio – ¡La Sala de Espera de Dios, como la llamamos los residentes!

Como sea, divago, pero me temo que tendrás que perdonarme, querido lector, pues es cierto que se dispersa la mente de un hombre viejo. De cualquier forma, si tienes la tenacidad de quedarte conmigo hasta el final, te contaré la historia de una mujer a quien quisiera que todo el mundo conozca.

Tratar de contar la historia de otra persona es difícil, y en este caso, borroso,por las nieblas del tiempo y el poder de la memoria de un hombre viejo; pero iremos allá, te lo prometo sinceramente.

- “Soy el hijo mayor de mi familia, de mi generación, debo decir: tres años más grande que mi siguiente hermano, así que, por largo tiempo, parecía hijo único. Sin embargo, fui afortunado porque había muchos niños en las siguientes cinco casas, y con tal suerte que ocho de ellos resultaban ser chicas. Las amaba a todas en mis días de preescolar, ya que no tenía hermanas… tengo afectuosos recuerdos de jugar al papá y a la mamá, y a las fiestas de té de mentiras.

La mayor parte de ellas eran más grandes que yo, así que al entrar a la escuela encontraron nuevos amigos, y eventualmente, yo también. Fue justo ahí, a los seis años, que me enamoré de una niña llamada Debbie. Un día, después de la escuela, a la edad de siete, estábamos sentados en los columpios en medio de truenos, centellas y lluvia, y esperaba que la caída de un rayo nos enviara a una romántica muerte juntos. No sucedió, por supuesto, lo único que pasó fue un gran regaño de nuestros padres.

Luego, estuvo Sally, cuando tenía nueve. Solía acosarla, y cuando me dijo que era el tercer chico más guapo que había conocido, me sentí en el Séptimo Cielo. A los quince llegó Lesley, a quien amaba desde lejos, pero nunca le hablé, y así siguió hasta cumplir diecisiete.

Nunca olvidaré esas maravillosas chicas, nuestra inocencia y los grandes momentos que vivimos, o quisimos vivir, juntos.

Hay cosas que no puedes decir, aún a los setenta y uno y recién levantado de tu posible lecho de muerte, y hay otras que no quieres contar, porque son recuerdos que saben mejor en privado. A menudo me pregunto si esos amores tempranos, que no de amantes, también me recuerdan afectuosamente, aunque nunca lo sabré, y quizá sea lo mejor. Puedo fingir que sí.

Ya ves, no puedo preguntarles, porque siempre he ido de un lado a otro y nunca mantuvimos comunicación. Es una de las razones de la falta de amigos y familia cercana. Primero, fui a la universidad a ciento cincuenta millas de casa y luego me uní al Servicio Diplomático, el cual también implicaba viajar… pero me estoy adelantando.

Entre la edad de dieciocho y veintitrés, las chicas con las que salía empezaban a convertirse en mujeres, y eso era aún más emocionante. Recuerdo a Janine, Glenys y Andrea… y muchas más amigas y amantes parecidas. Sueño con ellas con cierta frecuencia, y de una forma en la que no resulta irrespetuosa para mi esposa.

La enfermera ha venido para ponerme a dormir… no como a un perro viejo, tú entiendes, más a la manera de un niño enfermo, en lo cual me atemoriza convertirme. Es una razón para desear contarte mi historia pronto. Haré lo posible para reanudarla mañana.

Muesli y piña fresca coronaban con simple yogurt el desayuno, acompañado de la taza de un muy diluido té herbal. No puedo decir cuál sabía mejor, aunque parecía todo agradable, pudiera decir. No estaré en forma por trotar en algún tiempo, así que requiero de bastante fibra. Probablemente, el té también es un laxante suave.

Como sea; me he dado cuenta en una noche de que, si mi historia va a ser publicada algún día, necesita ser escrita o grabada. Un dictáfono sería lo menos arduopara mí, así que pedí a la enfermera que me trajo el desayuno hacer los arreglos necesarios para que el personal del hospicio me consiguiera uno. Intentó librarse de ello al recordarme que me ‘iría a casa’ en las próximas ocho horas, de manera que podría pedírselos yo mismo.

No obstante, no lo aceptaría. –“¡No he olvidado que regreso al hospicio hoy si estoy lo bastante bien!”-, le dije. - “¡Llámeles por teléfono para que me consigan un dictáfono, como lo pedí, por favor!”- Se fue hecha una furia, pero a mi edad tenemos permitido ser un poco cascarrabias de vez en cuando; se espera de nosotros y también es una compensación debido a la edad. Puedes llamarlo un premio por sobrepasar los ‘70 reglamentarios’.

Cuando otra enfermera se llevaba mis trastes, pregunté por mi dictáfono de nuevo. Diez minutos más tarde, me llamó al teléfono junto a la cama para avisarme que se estaban encargando de eso. Son muy serviciales aquí, en general, e igualmente donde vivo.

Mientras esperamos a que me lleven ‘a casa’, donde mi dictáfono debe estar esperando para relatar la historia que te he prometido, voy a hacer tiempo platicándote un poco más sobre mí mismo, pero no te preocupes, seré breve. No quisiera aburrirte, y en realidad la historia no es sobre mí, de cualquier modo. Este no es un viaje del ego, como los queridos y viejos hippies solían decir.

Amé los setentas, y estaba muy chico para disfrutar los sesentas.

Fui el hijo mayor y nací en Cardiff, al sur de Gales en el Reino Unido, en una familia de clase trabajadora. Mi padre era carpintero cuando terminó el Servicio Militar, aunque pronto obtuvo su propio negocio de construcción, y él y mi madre rápidamente se convirtieron en una familia con cinco hijos. Todos crecimos fuertes, saludables, y felices. Nuestros padres eran Espiritualistas, y papá nos llevaba a la iglesia con él la noche de cada viernes, cuando hacía sanación, para dar a mi madre la misma y bien merecida ‘noche libre’.

De cualquier manera, nunca forzaron la religión. De hecho, nuestras escuelas eran de la Iglesia de Gales, ‘cachorros’ y scouts eran metodistas y nuestra tía más cercana era católica. La religión nunca fue un problema en nuestra familia o en el vecindario. Las primeras dos cosas que según recuerdo haya dicho mi madre, era que moriría antes de cumplir los cuarenta y dos y que yo debería convertirme en diplomático. Ambas cosas se hicieron realidad.

El inglés es mi lengua madre, pero aprendí galés desde los seis y después francés, alemán, latín, holandés y ruso con fluidez, además de un poco de chino y español. El Servicio Diplomático paga un extra por cada idioma, lo cual me resultaba enormemente atractivo. También lo era la promesa de viajar al extranjero; había estudiado y recorrido mundo para cuando cumplí quince. Ya era un viajante bastante confiado a los dieciocho.

Particularmente, me gustaba viajar de aventón, pero luego toda la gente joven de la época comenzó a hacerlo - y era más seguro que ahora -por alguna razón.

Como persona, tiendo a ser solitario y pensativo, aunque tampoco diría que llego a conclusiones más sabias que las de cualquier otro. No obstante, lo intento, y esa fue una de las causas por las que me emplearon en el Servicio Diplomático. Tuve una gran vida ahí, y mucha diversión… y ahí voy otra vez, ‘pirateando’ esta historia, sesgándola hacia mí y mi vida… Ah, sí, lo olvidaba… estamos esperando el dictáfono antes de ir al meollo, ¿cierto?

Me disculpo por eso, pese a que soy tan impaciente como debes serlo tú, ¡en serio!

El viaje del hospital al hospicio fue de unos cuantos kilómetros, de manera que no fue tan largo dentro de la amplia ambulancia que me proporcionaron. De hecho, dejamos el hospital sin aviso previo, a las once de la mañana, y luego estaba sentado en una grande y cómoda silla en los jardines del hospicio, con vista hacia la hermosa marina en Marbella, esperando mi comida de mediodía.

Ahora, me doy cuenta de que has estado esperando por un rato a que llegue al punto de este libro. No lo he olvidado, aunque no recuerdo cuánto tiempo ha pasado, así que cuando la enfermera trajo mi comida, pregunté otra vez por el aparato. Usó su celular para llamar a la recepción, y me aseguró que sería entregado dentro de la siguiente hora. Sonreí, le di las gracias, y devoré mi pescado hervido y ensalada, seguidos por, otra vez, yogurt y té.

Me gusta ese tipo de comida, aunque siempre he sido fácil de complacer en materia culinaria (a menos que se me pida consumir alimento chatarra). En días pasados, prefería la comida hindú y la tailandesa, pero eso ya lo tengo restringido, ytambién el queso, mi favorito entre los favoritos. Siempre he sentido pasión por el queso: fresco, acompañado de pan crujiente y vino tinto o cerveza, bocadillos que por cierto ya me parecen una rareza en estos días.

La comida y la hora completa se han esfumado, y ahora el único cambio en mis circunstancias es que me encuentro somnoliento. Es el aire del mar, probablemente. Si no traen pronto mi juguetito nuevo, me dormiré otra vez… soñaré con los de mi juventud, personas fallecidas quizá desde hace mucho… Si acaso yo debería estarlo también, ¿para qué propósito útil serviría yo aquí? Comer, beber, gastar dinero, pero ¿con qué fin? ¿Solo para mantenerme vivo? A nadie le importa, excepto a los dueños del hospicio, y eso dejaría de ser si se me acabara el dinero, lo cual no pasará… El viejo y querido gobierno británico se encargará de eso hasta que cuelgue los tenis.

De alguna forma, estoy siendo retenido de mi inevitable travesía hacia otra muerte y renacimiento. Simplemente no puedo dejar de creer que mi dinero sería mejor aprovechado en algún otro lado. Divago otra vez. Puedo sentirlo. Necesito mantenerme vivo para contarte mi historia, la que en realidad no es sobre mí. Sí, ya lo he dicho antes, pero me la sé de casi toda la vida. Es por eso que permanezco vivo, y no es solo por estar aquí.

Si se dará a conocer la verdad, entonces estoy ansioso de continuar con el siguiente pilar de mi recorrido, el mismo de hace dos años, siete meses y catorce días. La extraño tanto, que podría llorar cada vez que pienso en ella (duro viejo cabrón que me creo… que finjo ser). Eventualmente, todos creen en la apariencia y te dejan jugar tu rol… sin notar que eso es lo último que deseas, realmente. Solo estoy demasiado temeroso de mostrar lo que siento, esa es la verdad… tal vez la mayoría de los hombres lo están.

Y bueno, es demasiado tarde para cambiar ahora… Puede que en la siguiente vida, o después de esa. Buena labor aquello de que lo infinito sea tan largo, que te da tiempo de sobra para corregir tus fallas y debilidades, y Dios lo sabe, lo necesito.

Me está llegando un repentino e inesperado recuerdo de Ricky, un muchacho de la universidad. Él era de Battersea y tenía acento londinense. Trataba de actuar como ‘todo un gallo’, pero eso sí, me pidió llevarlo a cenar curry hindú porque nunca lo había probado y quería impresionar a una chica, quien le comentó era su comida favorita. ¡Bebió tanto vino tinto y cerveza que cayó de cara sobre su pollo Madrás, resoplando y haciendo burbujas! Ja, ja, ja… Buenos viejos tiempos. Un mesero y yo lo limpiamos y lo llevamos a casa de su novia, quien la tenía llena de fotografías al desnudo de ella misma, tomadas por su compañera de departamento.

No recuerdo el nombre de la compañera, pero era judía, y esa noche me llevó a la cama con más vino tinto. Me siento mal por no acordarme de su nombre, pero tenía -en mi cabeza - cara de María, o Marsha. Qué extraño, no había pensado en ellos tres en casi quince años. Perdón, debo haber divagado. Hay una nota sobresaliendo bajo el plato: ‘Su dictáfono está en la recepción. Por favor llame para traérselo’. Estoy tan feliz por ti como por mí mismo, querido lector, porque ahora podré cumplir mi promesa y tú podrás comprobar si lo que he estado diciendo es verdad o no. Dame un momento, por favor, mientras hago la llamada.

- “Ahí estás, William. Me tomé la libertad de ponerlo a cargar mientras dormías. Diviértete”-, dijo la chica que me lo entregó.

- “Sí, gracias lo haré”-, repliqué amablemente, aunque pensando ‘¡Sabrosa!’. Algunos de los más jóvenes nos tratan como si fuésemos seniles. Me enferma. Es cierto que algunos de nosotros somos completamente sosos, pero no todos… aún no.

Jugueteé con el Nokia, dándole vueltas en mis manos buscando características conocidas. Era uno muy simple, justo lo que quería… y podía ser activado con la voz, también. No me era extraña la tecnología moderna, y de pronto, otro pensamiento saltó en mi cabeza. He escrito miles de reportes, pero nunca una biografía. Había leído muchas, sí, pero no las había escrito. No me imagino cómo iniciar. ¡En serio! ¡Esto es de lo más molesto, yo, nosotros, hemos esperado la grabadora por cuarenta y cuatro horas y ahora resulta que no puedo empezar todavía!

Levanté el plato para terminar mi té, y, por una brisa tibia, voló la nota hasta el césped. Me doy cuenta de que la historia que deseo contar, su historia, no podía haber tenido lugar a menos que otros eventos hubiesen ocurrido primero… Bueno, en tal caso, ya que has sido indulgente conmigo hasta este punto, voy a abusar otro poco para llevarte exactamente al principio, hasta donde me sea humanamente posible. El inicio real de esta historia está incluso en otro país que se encontraba en circunstancias difíciles desde casi una década antes de que yo hubiera nacido, siquiera.

La mujer de quien realmente quiero hablar ha tenido muchos nombres, aunque nació como Natalya en el Kazajstán soviético. Tendremos que comenzar en Japón, con la familia Mizuki. He unido las piezas de su historia durante décadas, gracias a varias notas de caso que pude descubrir durante mi vida profesional como diplomático, y otras cosas que me dijeron o escuché. Entonces, con mi perfectamente funcional y nuevo dictáfono, te contaré ahora acerca de los primeros protagonistas de nuestro drama: Yui Mizuki y su familia, y espero no recibir aquella tercera llamada antes de llegar al final.

2 YUI MIZUKI

El Sr. Hiroto Mizuki trabajaba en una profesión reservada en el Ministerio de Finanzas como oficial de mando medio en Tokio, durante el día, y como parte del Departamento de la Defensa Nacional por las noches. En 1944, cuando tenía veintisiete, estaba enamorado de una colega que trabajaba al final del corredor de su oficina y juró que la haría su esposa, si sobrevivían al ataque americano de ese momento. Hiroto y su novia, Suzume, eran de clases sociales similares; ambos Shinto1, ambos reverenciaban al emperador Hirohito como un dios, y ambos estaban convencidos de que no era posible para Japón perder la guerra – la más grande guerra que Japón había librado jamás.

Las primeras señales de que el país estaba mal, fue la desaparición de hombres jóvenes de las calles de su amada y antigua capital, Tokio, y el despiadado bombardeo por parte de los estadounidenses. En la noche del 9 de marzo de 1945, dejaron caer casi 700,000 bombas incendiarias, matando a 100,000 personas e hiriendo a 110,000 más, además de destruir el cuarenta por ciento de la ciudad en el fuego, el cual se extendió rápidamente por los grandes edificios de papel y bambú.

La fe de Suzume se empezó a desmoronar, al mismo tiempo en que sus nervios se hicieron añicos. Después de otra mala noche el 20 de julio, cuando una enorme bomba calabaza – un precedente de las atómicas que estaban por venir – fue arrojada ceca de la casa de sus padres (donde ella también vivía), imploró a Hiroto que se la llevara lejos. El mismo 21 de julio, ya no pudo más, y le rogó de rodillas. Si no se la llevaba pronto, entonces ella tendría que ir sola o ‘tomar el otro único camino honorable’. Sus padres les dieron su bendición y apresuraron los arreglos de una boda Shinto.

- “Pero, ¿a dónde podemos ir?”-, preguntó Hiroto. - “No tengo idea clara de lo que pasa aquí, en nuestro propio país, pero pienso que el sur es más seguro: cualquier lugar lejos de nuestra Tokio, la que parecen intentar bombardear hasta que no quede nada en ella.”-. Hiroto sorbió su té, fingiendo dar al asunto su completa consideración, con el propósito de infundir confianza en su joven y aterrada prometida. Empero, él no tenía ni una pista, y podía ver solo una opción.

- “Mi padre y mi madre tienen una cómoda granja en el sur”-, reflexionó, - “podemos ir allá… casi nunca han visto ninguna batalla, en absoluto”-.

- “¡Fantástico!”- replicó Suzume, irradiando admiración hacia él. - “¿Dónde está?, dinos”-.

- “Bueno, si hay corridas de tren, está a solo doce horas…” dijo sonriendo, disfrutando de provocar a su próxima novia, - “y si tuviéramos un auto - y gasolina, por supuesto - está a nueve horas, pero ya no hay ninguna de las dos cosas… Así que, si realmente quieres llegar allá, nos llevará entre doce y catorce días de camino, a pie. ¿Todavía quieres ir?”

- “Contigo a mi lado, mi amor, no me importa si nos lleva un mes, pero, ¿dónde está?”-

- “Diez millas2 al norte de Hiroshima. Es hermosa, ¡y tan apacible!”- Contestó. - “Estaremos seguros allá, y mis padres estarán felices de que nos quedemos con ellos. ¿Vendrán con nosotros, mis futuros suegros?”-

El anciano miró a su esposa.

- “No, hijo. Tú cuida a nuestra hija y tengan muchos hijos. Nuestro destino, bueno o malo, reside en el Emperador Reinante y su capital. Nos quedaremos aquí. De cualquier forma, no podemos caminar a Hiroshima aún si así lo deseáramos, es demasiado arduo para nosotros”-.

- “Vendremos a visitarlos después que acabe la guerra y los trenes funcionen otra vez”-, intentó confortar la madre de Suzume.

Trabajaron los siguientes cuatro días, y luego se reportaron enfermos para asegurarse de tener otro mes de sueldo cada quien y dar tiempo a la venta de pertenencias innecesarias, casarse y dejar una parte para la familia de Suzume. Luego, vestidos como vagabundos, en ropa holgada, con cabello enmarañado y paquetes de comida ocultosentre la ropa, se sumaron a las filas de refugiados en dirección sur persiguiendo una vida más tranquila, la mañana del viernes 27 de julio.

La vida en el camino fue difícil, llevaban dinero escondido dentro de lo que traían puesto y comida entre sus bolsas, pero la mayoría de las otras personas no. Se sentían terriblemente descorazonados al sentarse lejos de los demás, omitiendo dar comida para los niños hambrientos, ya que, si la compartían, pronto ellos también comenzarían a rogar por ella. Quizá no habría sido tan malo si hubieran encontrado alguna tienda sobre la marcha, pero el movimiento de tanta gente a lo largo de ese cruel y polvoriento camino había sido tan pesado y tan despiadado por tanto tiempo, que ya no quedaba nada, y la comida ya era de por sí escasa debido a las barricadasy el bombardeo. Todo cuanto podía observarse tan lejos como alcanzaba la vista eran casas derruidas y campos asolados. Ya no había despensas, se habían consumido, vendido o escondido como consecuente daño colateral. En su propia forma, caminar cruzando el campo era incluso tan deprimente como quedarse en Tokio, excepto que el aire era más limpio. Más limpio, aunque no menos amargo.

Uno de los momentos más felices del día era contarotras veinticuatro horas menos, y los instantes más tristes eran tener que rodear los cadáveres de aquellos que habían muerto sobre el sendero. Frecuentemente estallaban disputas por las posesiones de los fallecidos, aún por su ropa, y el cuerpo se dejaba esperando la descomposición al desnudo, o era lanzado a alguna zanja a las orillas, si es que apestaba demasiado. Era verano y hacía calor, así que no tardaban las moscas y larvas en comenzar su grotescotrabajo. Caminaban, mayormente, durante la noche, ya que era un poco más fresco, aunque eso incrementaba el riesgo de tropezar por el camino sin luz con algún cuerpo descompuesto. El olor de cuerpos en putrefacción ni siquiera refería advertencias, ya que prácticamente olía igual en todas partes. Intentaron continuar recordándose constantemente que faltaban menos de dos semanas antes del resto de su vida juntos.

Después de once días en el camino, estaban cerca de Hiroshima.

- “Vamos, Suzume, son las ocho, tengamos nuestra última comida. Podemos estar en la granja en ocho horas más; si encontráramos un teléfono, le podríamos pedir a mamá que nos espere para el té. ¡Eso sería el impacto de su vida! Vamos, quizá podamos ver la ciudad desde aquí”-.

Le ayudó a levantar un pequeño montículo al lado del camino, y se sentaron. Miró alrededor para revisar que nadie los viera, antes de sacar un pequeño paquete de debajo de la ropa.

- “Tenemos un poco de arroz de ayer, amor, y una última lata de pescado. ¿Puedes ver algo desde ahí?”-

- “No, realmente no… No estoy Seguro, la niebla de la mañana, ¿sabes? Ven, hazte para acá, si el sol calienta, va a clarear pronto y entonces echaremos un vistazo”-.

Suzume se movió hacia el lado sur del montículoy se sentaron. Hiroto miró su reloj.

- “Hmm, ocho y diez, papá estará gritándole a los peones, los llamará flojos y de más, y mamá estará cocinando y limpiando y regañando a las trabajadoras de la casa por su desidia. Algunas cosas no cambian nunca, ¿o sí, amor, a pesar de todo el caos, la vida continúa?”-

Ella vació el pescado sobre el arroz y colocó un trapo sobre el pasto entre ellos.

- “A comer”-, dijo, - “provecho…”-. Mientras Hiroto tomó una pequeña porción de pescado y arroz con los palillos, escuchó a su esposa preguntar: - “Mira eso, Hiroto, ¿qué será? da miedo”-.

- “¿Qué, mi amor?”- preguntó, levantando la vista. Abrió totalmente la boca al tiempo en que una enorme nube, con forma de hongo, pero del tamaño de una montaña, crecía ante ellos. Instintivamente se abrazaron con temor, justo a tiempo para no ver la luz, aunque sin poder escapar del viento. Primero, el improvisado plato con su pequeña ofrenda de comida voló, y luego la pareja salió disparada hacia el lado norte del montículo. Rodaron hasta el fondo del agua fétida en la zanja junto al camino, aunque probablemente eso salvó sus vidas.

Conforme caían, captaron instantes de cómo sus compañeros de viaje eran levantados y luego azotados al piso, como si sus cuerpos fueran caramelos al aire. Ellos tuvieron suerte, pues trozos de madera rota, postes de bambú e incluso pequeñas rocas salían disparadas hacia los que aún permanecían de pie, como si provinieran de un silencioso cañón. No se pararon en un buen rato, y todo el tiempo el viento sonaba como si estuviera escapando del infierno mismo; ardiendo, salvaje, imparable y furioso.

Luego, todo acabó, y reinó un silencio sobrecogedor por un instante; justo lo suficiente para recobrar el sentido y preguntarse qué había pasado, y mirar la devastación alrededor. Luego regresó el viento de la misma dirección hacia donde se había ido… con menos furia, menos caliente y con menos ímpetu, como si estuviese avergonzado del caos que había causado.

Al tiempo en que el zumbido en los oídos disminuía, pudieron escuchar gritos de dolor y miedo de los caídos sobre el camino o de la gente caminando sin rumbo. Algunos iban desnudos, otros vestían andrajos. Muchos estaban heridos con palos o varas saliendo de su cuerpo, como toros de lidia en una arena. Otros se quedaron sin vista… muchos de ellos estaban ciegos, chocando unos contra otros, cayendo en las zanjas a los lados del camino y tropezándose con los cuerpos que estaban sin vida, o aterrados en demasía como para levantarse.

Suzume abrió los ojos y gritó. Zafó su pulgar de la cosa de donde se aferraba para tener algo de estabilidad: la boca abierta de un cuerpo que llevaba ahí bastante tiempo. Los cadáveres en la zanja habían sido descubiertos al levantarse el agua, o al evaporarse, o quizá por ambas razones. Su otro brazo estaba alrededor de Hiroto, él la recogió en sus brazos y la llevó a la parte más alta del montículo cautelosamente, ya que parecía haber pasado la tempestad. Ella temblaba, incluso corría el riesgo de entrar en shock, pero no había nada que él pudiera hacer, excepto hablarle.

- “¿Qu… qu… qué tipo de demonio fue eso, Hiroto?”- tartamudeó, con los ojos abiertos como platos.

- “No lo sé, amor. Quizá explotó alguna fábrica de municiones; algún sabotaje, bombardeo o accidente. No te preocupes por eso ahora. Bebe un poco de agua”-. Tomó para ella una cantimplora de debajo de la ropa y se la colocó sobre los labios, al tiempo que ella trataba de limpiar sobre el plato los trozos imaginarios de carne podrida en su pulgar.

- “Viste dónde tenía mi mano?”-

- “Trata de no pensar en eso, amor mío”- le aconsejó, dejando caer algunas gotas sobre su pulgar y secándolo sobre su propia ropa. - “Hay que tomarnos un descanso, luego continuaremos y nos alejaremos de esta desagradable y triste gente”-.

De hecho, los que podían pararse caminaban en todas direcciones excepto hacia ellos, y otros solo andaban hasta que caían y se quedaban ahí, llorando como niños.

Una hora después, el sendero estaba menos saturado de caminantes, y el tráfico proveniente del sur comenzaba a aumentar. La mayoría de los que iban a pie, no muchos, se encontraban en el mismo estado deplorable que habían visto antes, aunque había algunos automóviles y autobuses, algunos de los cuales seguían intentando evadir a la gente sobre el camino, muerta o viva.

- “Quédate aquí, Suzume, debo saber qué pasó. Toma esto”-, dijo, extendiéndole una pistola semiautomática Nambu de ocho tiros tipo 14. Me quedaré a la vista, solo quiero parar un auto y preguntar qué fue esa nube”-.

- “Por favor, no tardes, no me gusta este lugar. Los Kami están enojados aquí, y son poderosos. Por favor, apúrate”-.

- “Me apuro, amor, no te preocupes, solo tengo que saber… mis padres, ¿entiendes?”-

Ella entendía, y sabía que él tenía que alejarse por un momento.

Los vehículos en dirección al norte no iban demasiado rápido debido a los cuerpos tendidos sobre el camino, algunos ya en muy mal estado por el paso del tráfico, e incluso había partes de intestinos y masa encefálica cada cierta distancia. Como fuera, nadie quería detenerse a hablar con él, tampoco. Eventualmente, un oficial militar lo hizo y bajó la ventanilla, aunque apuntó a Hiroto con un arma.

Era un hombre joven y aterrado, y no era el oficial que fingía parecer. Tenía, sin embargo, una pistola Nambu justo como la suya, y una gorra de Capitán sobre la cabeza, pero con uniforme de cabo. - “No intentes nada”- ordenó, - “No tengo miedo de usar esto, ¿sabes?”-.

- “No, seguro que no. No me acercaré más. No estoy armado y no quiero hacerte daño. Solo necesito saber qué acaba de pasar. Mis padres viven allá abajo…”-

- “Dudo que sigan viviendo, señor. Nadie quedó vivo allá… toda pinche Hiroshima ha desaparecido… solo hay millas y millas de nada… nada en absoluto, solo cenizas, nubes de humo y cadáveres… ¡hasta más que éstos!”- dijo, ondeando la pistola y señalando el camino. Este es un pinche día de campo comparado con lo de allá”-.

- “¿Qué fue? ¿Voló un depósito o una fábrica de municiones?”-

- “No lo sé, nunca antes he visto que una bomba haga una nube así, o que matara a tanta gente. Lo que haya sido, es desalmado,así como la persona que lo causó”-.

- “Estás seguro de que no quedó nada?”-

- “Nada de nada hasta veinte millas fuera de la ciudad, señor; ahora tengo que irme. ¡Buena suerte, señor!”-

- “Espera, espera, podemos ir contigo mi esposa y yo. Vivimos en Tokio… Podemos darte dinero cuando lleguemos a casa de sus padres… Veníamos a visitar a los míos, que viven… vivían justo a las afueras de Hiroshima”-, hizo señas a su esposa para que se acercara y ella se apresuró a bajar por la pendiente. - “No parece tener mucho sentido seguir ahora, y hemos estado caminando durante diez u once días. Aquí está, sería un gran alivio para ella si pudiésemos recorrer parte del camino contigo”-.

“OK, suban, pero dense prisa; quiero dejar todo esto atrás lo más rápido posible. Tiene el tanque lleno, así que debería llevarnos casi todo el camino – aunque aún no estoy seguro hacia dónde voy; solo tan lejos de toda esta locura como pueda”-.

Regresaron a Tokio el día 9, justo cuando había sido anunciado que otra bomba incluso más grande que la anterior, había sido arrojada sobre Nagasaki. Después de una semana, el Emperador Hirohito había capitulado, de manera que comenzaron intensamente las vejaciones, el saqueo y la rapiña en Japón.

Los Mizuki se mudaron con los padres de Suzume, ya que dejó de existir la vivienda de Hiroto, además de que las familias damnificadas ocuparon el terreno. No tenía corazón para correrlos, si él mismo tenía un techo sobre su cabeza. Luego, regresaron al trabajo el lunes 13,como si nada hubiera pasado, aunque lo hicieron solo por el dinero y la estabilidad que les daba dentro de su ahora caótica vida. Sin embargo, algo sí había cambiado de manera fundamental.

Los Mizuki no podían creer cuán estúpidos fueron al tener fe ciega sobre su tan aclamado “buen rey”, y jamás querrían volver a ver una Guerra. Se hallaron a sí mismos inclinados hacia el Partido Comunista de Japón, tanto por el uso de sus frases características como ‘¡Trabajadores del Mundo, Únanse!’, como por la sensación de horror y decepción por los desatinos que Hirohito había provocado, además de las atrocidades y actos sin sentido que los soldados americanos cometían a diario.

Cuatro años hasta el día después de terminada la Guerra en Japón, el 14 de agosto de 1949, Suzume dio a luz a una niña, a quien llamaron Yui. La educaron para comportarse como cualquier niña japonesa, y sus abuelos le enseñaron a ser Shinto, pero sus padres le enseñaron ética comunista y le mostraron que las explicaciones oficiales de los eventos en los periódicos no eran lo único, y, frecuentemente, ni siquiera la información era correcta.

Sin embargo, guardaron todo ese lado ‘no tradicional’ japonés en secreto, porque los Mizuki habían aprendido a no confiar en nadie, excepto en los líderes locales del Partido Comunista. La vida fue muy diferente en esos primeros años después de la Guerra, del mismo modo que la fortuna de la familia Mizuki cambió, a capricho de MacArthur - aunque el Partido Comunista Japonés (PCJ) buscó lo propio con donaciones desde la madre Rusia y los buenos trabajos de los Mizuki -. Les estaba yendo mucho mejor que a la mayoría.

Retribuían a sus benefactores políticos con fragmentos de información, los cuales eran enviados a Moscú.

En 1967, Yui fue aceptada en la Universidad de Tokio para estudiar lenguas – inglés, ruso y chino –, sus materias favoritas, y su padre consiguió un empleo en la cancillería. Tenían tres años para amasar suficiente fortuna y pagar los sobornos concernientes al trabajo, pero no les preocupaba. Solo querían que ella se pudiera mover a la Oficina del Exterior con la opción de aprobar los exámenes para el Servicio Diplomático.

El futuro de Yui estaba garantizado a condición de que pasara los finales en la universidad. Jamás reveló su sesgo comunista, nunca, a nadie. Sus padres habían inculcado su propia precaución en ella, de manera que había visto la prudencia de esta estrategia. No obstante, acudía a algunas reuniones del PCJ como miembro del público, y algunas veces jugaba el rol de ‘abogado del diablo’ al hacer preguntas incómodas, predeterminadas por los líderes en el pódium.

Con todo, algunos de los miembros de mayor rango del PCJ sabían quién era, y sus padres continuaron con un papel activo, pero secreto. A pesar de su posición privilegiada, todo lo que Yui realmente deseaba era el día en que pudiera tener un trabajo propio, ganar un buen salario para ayudar a sus padres en lo que ellos quisieran y salir de Japón para escapar de sus sofocantes tradiciones y mentalidad anticuadas. Era una mujer moderna con ideas por compartir, de manera que sentía ahogarse en su propio país.

No tenía preferencias, pero el Reino Unido, Canadá o EUA serían un buen principio. Su formación y filosofía la hicieron detestar a las élites potentadas de aquellos países, así como odiaba a los de su propia nación, aunque también, como comunista, no culpaba a la clase trabajadora que ahí habitaba.

No tenía idea de cómo alcanzaría esa meta y aun así responder a sus padres, pero unirse al Ministerio de Finanzas, cambiar luego a la Oficina del Exterior y más tarde solicitar un puesto en el Servicio Diplomático, era la forma más viable de lograrlo, y aún más, siendo sus padres quienes deseaban apoyarla en sus ambiciones. Yui se esforzó y pasó un obstáculo a la vez, pero no estaba feliz.

1También llamado ‘sintoísmo’. Religión de origen japonés; veneración de los kami o espíritus de la naturaleza.

216 km

3 NATALIA PETROVNA MYRSKII

Durante la Gran Guerra Patriótica entre 1941 y 1945, cuando el objetivo principal del gobierno soviético era rechazar la invasión alemana en sus fronteras occidentales, Pyotr Ilich Myrskii peleaba contra los japoneses en Manchuria. Esta batalla culminó en la derrota de las fuerzas japonesas en la Guerra Soviético – Japonesa de 1945, hecho que contribuyó con la terminación de la Segunda Guerra Mundial a nivel global. Él tenía poco tiempo libre, aunque pudo llegar a su hogar en Alma Ata, la entonces capital de la República Soviética Socialista de Kazán para ver a su novia de la infancia, Marina Antonova, una vez al año. Marina había tenido que retrasar su titulación en japonés en la universidad local durante la guerra para trabajar en una fábrica de municiones, y también daba charlas sobre Política Educativa a trabajadores, locales, inmigrantes y migrantes en factorías locales, y a los niños, en escuelas.

Los tiempos eran difíciles durante la guerra, y la comida escasa a pesar del número de campesinos en el área, aunque Alma Ata y las provincias no se vieron tan afectados. Los problemas derivaron de un gran incremento poblacional. Muchos ciudadanos europeos e industrias rusas fueron reubicados en Kazajstán durante la guerra, cuando los ejércitos nazis amenazaron con capturar todos los centros industriales europeos de la Unión Soviética occidental. Grandes grupos de tártaros de Crimea, alemanes y musulmanes del norte del Cáucaso fueron deportados a Kazajstán porque se temía que colaboraran con el enemigo, y cerca de un millón de polacos del este de su país, el cual fue invadido por la Unión Soviética en 1939, fueron deportados a Kazajstán. Se estima que cerca de la mitad de ellos murieron allí. No obstante, los locales se volvieron famosos por compartir sus precarias raciones de comida con los hambrientos fuereños, y más de 52,000 residentes de la ciudad recibieron el título de ‘Gratitud Por Su Abnegada Labor Altruista’. No solo eso, sino que, además, cuarenta y ocho residentes fueron honrados con el título de ‘Héroe de la Unión Soviética’.

Cuando fue deshabilitadoen 1945, Pyotr regresó a su trabajo en una compañía local de ingeniería, aunque tenía la idea de un mejoramiento personal mediante el aprendizaje de dibujo técnico en una escuela nocturna. Quería diseñar aparatos, más que solo ensamblarlos. Mientras tanto, Marina volvió a la universidad, y ambos reanudaron su relación. Una noche estrellada, hicieron el compromiso mutuo de casarse una vez aprobados sus exámenes finales.

Como miembro del Partido Comunista y activista política, Marina solía regodearse en el deseo burgués de Pyotr de ‘mejoramiento personal’, porque implicaba que diseñar era superior a la manufactura, lo cual, decía ella, creaba distinciones de clases y fortalecía las divisiones en una sociedad, contrario a la línea del Partido, aunque, en privado, ella apoyaba su ambición. Tenía que jugar el rol estalinista, empero, porque todos sabían que se encontraban en tiempos peligrosos. Todo el mundo recordaba la Gran Purga justo antes de la Guerra, cuando al menos un millón de personas fueron ejecutadas, y quizá a cinco millones más los ‘reubicaron’, muchas de ellas en la red de Gulags o en campos de trabajos forzados.

Marina era realista, sabía que estas cosas sucedían, aunque no deseaba que le ocurrieran a ella, de manera que acataba los lineamientos del Partido incluso en lo concerniente a su familia y su prometido.

Un buen día entre semana (en agosto de 1948) después de haber recibido la notificación de que ambos habían pasado los finales, fueron al Registro Civil en el centro de la ciudad, y se echaron el lazo. Después de un año, casi en el mismo día de su aniversario, fueron bendecidos con una hija, o al menos ellos lo habrían expresado así, si la élite de la sociedad soviética hubiera permitido creer en un Dios que pudiera bendecirlos.

Natalya Petrovna Myrskii nació, e incluso antes de cumplir 24 horas ya era Natasha para su madre y Tasha para su padre.

Marina era cautelosa en sus ambiciones y fiel al Partido, y disfrutaba de los privilegios de ser miembro con cierto grado. A cambio, nada era demasiado trabajo para ella, siempre y cuando fuera el Partido quien le pidiera realizarlo. Consecuentemente, Pyotr pasó muchas noches jugando con Tasha frente a la radio, mientras su esposa estaba afuera con los activistas, pasando la voz de las más recientes declaraciones de Papá Stalin o camarada Khrushchev, ‘El Padre del Descongelamiento’.