El diablo se viste de Kolovsky - Carol Marinelli - E-Book
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El diablo se viste de Kolovsky E-Book

Carol Marinelli

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Beschreibung

El oscuro caballero estaba preparado para tomar la inocencia de la dama El desalmado y desheredado Zakahr Belenki se había abierto camino desde los bajos fondos de Rusia movido por un único objetivo: destruir la Casa Kolovsky, la famosa firma de moda propiedad de la familia que lo había abandonado. Lo único que se interponía en su venganza era su nueva secretaria, Lavinia, cuya refrescante sinceridad, descaro y pasión por el trabajo no solo removían peligrosamente la conciencia de Zakahr... sino también su deseo.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Carol Marinelli

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El diablo se viste de Kolovsky, n.º 2294 - marzo 2014

Título original: The Devil Wears Kolovsky

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4030-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Zakahr Belenki eligió no ir a pie, aunque las oficinas de Casa Kolovsky solo estaban a un corto paseo del hotel que sería su hogar durante las próximas semanas.

También podría haber realizado el trayecto en helicóptero y de ese modo evitar a la prensa, pero llevaba mucho tiempo esperando aquel momento. Era el futuro que le había permitido superar una infancia infernal, y que finalmente se presentaba ante él.

Le dio instrucciones a su chófer para que tomase el camino más largo desde el hotel. La esbelta limusina de cristales ahumados atraía las miradas mientras recorría las elegantes calles de Melbourne hasta Casa Kolovsky. El edificio azul cerúleo con el logotipo dorado de Kolovsky le resultó familiar, pues sus tiendas eran conocidas en todo el mundo. Los escaparates exhibían con una elegante sencillez un gran ópalo rodeado de seda que destellaba a la luz de la mañana. Desde un punto de vista estético era hermoso, pero a Zakahr le revolvía el estómago.

–Sigue.

El chófer obedeció y unos momentos después se detuvieron frente a las oficinas de Casa Kolovsky.

Los periodistas lo esperaban con las cámaras preparadas, pero por una vez a Zakahr no le importó. No solo era inmensamente rico y atractivo, sino que se había relacionado con las mujeres más hermosas y famosas de Europa, y todas las revistas del corazón se hacían eco de su merecida fama de mujeriego.

Normalmente, Zakahr detestaba que invadieran su intimidad, pero en aquel lugar, al otro lado del mundo, y aquel momento, aquella mañana en particular, sonrió al pensar en los Kolovsky viendo las noticias mientras desayunaban.

Ojalá se atragantaran...

Al bajarse de la limusina fue recibido por una lluvia de flashes, preguntas y micrófonos apuntando a su boca.

¿Iba el magnate europeo a apropiarse de Casa Kolovsky? ¿O solo estaba allí para sustituir a Aleksi Kolovsky durante su luna de miel?

¿Le había gustado la boda?

¿Tenía alguna relación?

¿Estaba interesado en Kolovsky?

Aquella sí que era una buena pregunta, considerando que el icono de la moda mundial no era más que calderilla en una cartera como la de Belenki.

Zakahr no hizo ningún comentario, y tampoco lo haría después.

Muy pronto los hechos hablarían por sí mismos.

El sol le calentaba la nuca. Con unas gafas oscuras ocultando sus ojos grises, unos labios firmes y apretados y una expresión inescrutable, ofrecía una imagen imponente. Era más alto y ancho de espaldas que cualquiera de los periodistas congregados a su alrededor. Lucía un afeitado impecable y una tez blanca que contrastaba con sus cortos cabellos negros, pero a pesar del traje a medida, el carísimo reloj de pulsera y los zapatos de primera calidad, su impertérrita fachada dejaba traslucir un malestar que hizo que los periodistas se lo pensaran dos veces antes de atosigarlo. A ninguno le gustaría convertirse en blanco de su ira.

Atravesó la calle y subió los escalones, dejó atrás el enjambre de periodistas y empujó las puertas giratorias para entrar en el edificio.

Pensó en detenerse un momento para deleitarse con la situación. Finalmente todo aquello era suyo. Pero el logro no bastaba, sin embargo, para llenar su vacío interior. A Zakahr nada lo estimulaba más que un reto, y con aquella disposición había ido hasta allí, pero al revelarse su identidad le habían servido Casa Kolovsky en bandeja de plata.

Sintió la inquietud de todos cuantos lo rodeaban, pero nada podía afectarlo.

–Señor Belenki.

El seco y lacónico saludo lo siguió hasta el ascensor, en cuyo interior siguió sintiendo el mismo desasosiego mientras subía al piso donde estaba su despacho. Era como si una extraña inquietud emanase por los conductos del aire acondicionado e impregnara las paredes y moquetas. Todos tenían razones para estar nerviosos. La presencia de Zakahr Belenki en el edificio solo podía significar un cambio drástico en la empresa.

Nadie aparte de su familia sabía quién era realmente.

Recorrió velozmente el pasillo en dirección a su despacho. Sería la primera vez que lo pisara como jefe.

Abrió las pesadas puertas de madera dispuesto a reclamar su derecho de nacimiento, pero el momento triunfal quedó deslucido al recibirlo una oscuridad total. Frunció el ceño mientras encendía las luces, y lo que vio le hizo apretar la mandíbula... No había nadie para recibirlo, las persianas estaban bajadas y los ordenadores, apagados.

¿Pensaban tal vez los Kolovsky que tenían la última palabra?

Aleksi se había casado el fin de semana anterior con su asistente personal, Kate, pero le había asegurado a Zakahr que se había pasado las últimas semanas preparando a su sustituta. El problema era que allí no había ni un alma.

Agarró el teléfono de la mesa más cercana para llamar a recepción y exigir que enviaran a alguien de inmediato, pero en ese instante volvió a abrirse la puerta y Zakahr se quedó clavado en el sitio al ver entrar a una despampanante rubia con un gran vaso de café. Pasó a su lado y dejó el café en una mesa.

–Siento llegar tarde –se disculpó mientras se quitaba la chaqueta y encendía el ordenador–. Soy Lavinia.

–Lo sé –respondió Zakahr. La había visto en la boda de su hermano, y era un rostro que no podría pasar desapercibido. Tenía unos grandes ojos azules y una melena rubia que le conferían una belleza suave y al mismo tiempo glamurosa, a pesar de que su aspecto distaba mucho del que había lucido en la boda. Sus ojeras y expresión cansada sugerían que estaba más lista para irse a la cama que para trabajar.

–¿Así es como pretendes causar una buena impresión? –le preguntó Zakahr, acostumbrado a las secretarias y empleadas bonitas, bien educadas y escrupulosamente discretas. No como aquel torbellino rubio que irrumpía en la oficina y que sacaba un enorme espejo del cajón para maquillarse en la mesa.

–Dame cinco minutos –respondió ella mientras se aplicaba una crema de base y hacía desaparecer habilidosamente las ojeras–, y enseguida te doy una buena impresión.

Zakahr no podía creerse semejante osadía.

–¿Dónde está la secretaria?

–Se casó el sábado –repuso Lavinia, terminando la frase con una risita. Su respuesta debía de parecerle graciosa, ya que Zakahr había estado en la boda–. La sustituta se marchó llorando el viernes y dijo que nunca más volvería.

No estaba dispuesta a pintarle la situación de rosa. Casa Kolovsky se encontraba sumida en el caos desde que se supo que Zakahr Belenki iba a hacerse cargo de la empresa, y si aquel hombre pensaba que podía llegar a la oficina y encontrárselo todo en orden estaba muy equivocado.

Lavinia sabía que lo estaba haciendo enfadar al maquillarse, pero no le quedaba más remedio. En menos de una hora saldrían para el aeropuerto y era crucial que ella tuviese un aspecto decente.

–¿Kate se dedicaba a maquillarse cuando estaba en la oficina? –le preguntó él sin disimular su irritación.

–A Kate no se la contrató precisamente por su aspecto –respondió Lavinia.

Zakahr detectó el sarcasmo y reprimió una sonrisa. Kate era todo lo contrario de Lavinia, quien debía de estar retorciéndose de envidia por que una mujer con unos kilos de más, insípida y madre soltera hubiera conseguido echarle el lazo a Aleksi Kolovsky.

–Kate debe de tener otras virtudes más importantes –señaló, y no pudo resistirse a añadir algo más–: ¡Al fin y al cabo, se ha casado con el jefe!

La brocha del colorete se detuvo un instante sobre la mejilla.

–¿Dónde está tu personal? –le preguntó Lavinia, mirando con el ceño fruncido por encima del hombro.

–Por desgracia para mí, tú eres mi personal.

–¿No has traído a nadie contigo? –su asombro era evidente. Y no le faltaba razón. Zakahr Belenki tenía negocios por toda Europa y su equipo se encargaba de inyectar enormes cantidades de dinero en las empresas con problemas económicos para mantenerlas a flote. Casa Kolovsky no se encontraba en una situación precaria, ni mucho menos, y aunque Lavinia sabía que Zakahr estaba allí por motivos personales, le resultaba impensable que se hubiera presentado en la oficina él solo–. ¿Y tu equipo?

El personal de Zakahr se había quedado perplejo cuando él les comunicó que pensaba ir a Australia sin ellos. Todos daban por hecho que estaba evaluando la viabilidad y el potencial de alguna empresa, y para ese cometido siempre contaba con su equipo de confianza.Pero Zakahr era un líder y como tal no podía dar la menor muestra de debilidad. Kolovsky era su única debilidad y él no iba explicarle a su equipo los motivos personales de aquel viaje. Ni tampoco a Lavinia. En vez de eso, le pidió que le llevara café y se metió en su despacho, cerrando con un fuerte portazo.

Lavinia había trabajado para Levander y Aleksi Kolovsky, por lo que era inmune a los portazos.

Sentada ante su mesa, lo único que quería era cerrar los ojos y dormir. No había causado muy buena impresión al llegar tarde, pero si Zakahr se hubiera molestado en preguntárselo le habría contado el motivo. El fin de semana había sido un auténtico infierno, y lo peor no había sido la boda.

El viernes los servicios sociales se habían hecho cargo por fin de su hermanastra, y aunque para Lavinia suponía un alivio inmenso no todo había sido tan rápido como esperaba. En vez de dejarla a su cargo, habían llevado a Rachael a un hogar de acogida temporal y estaban analizando la situación.

Lavinia se había pasado tres noches en vela pensando en el futuro de Rachael y en cómo debía de sentirse la pequeña en un hogar extraño, durmiendo en una cama extraña y rodeada de gente extraña.

No podía hacer más por ella y sabía que, al menos, la niña estaba sana y salva, pero aun así era una tortura estar en aquella oficina. Si hubiera sido cualquier otro día habría llamado para decir que estaba enferma.

Pero ¿llamar a quién?

La secretaria a la que Kate había preparado había tirado la toalla la víspera de la boda. Aleksi estaba en su luna de miel. Los otros hermanos Kolovsky se habían desentendido por completo de todo lo relativo a la empresa. Y Nina, la pobre Nina, estaba ingresada en un psiquiátrico desde que descubrió quién era Zakahr Belenki.

Las autoridades estaban examinando a fondo las aptitudes de Lavinia para ser madre adoptiva, por lo que necesitaba un trabajo fijo más que nunca. De manera que, en vez de no presentarse, se había duchado y vestido con la ropa preparada la noche anterior: una camisa oscura y un traje negro de falda bastante corta. Se había puesto sus zapatos de tacón favoritos, también negros, y había conseguido llegar a la oficina con tan solo cinco minutos de retraso... o mejor dicho, con cuarenta y cinco minutos de adelanto, ya que casi todas las oficinas abrían a las nueve. Un detalle que Zakahr Belenki ni se molestaba en tener en cuenta.

Le sacó la lengua a la puerta cerrada.

Era más arrogante que todos sus hermanos juntos. Y ella sabía quién era. A pesar de su apellido, sabía que era un Kolovsky, el hijo secreto de Nina e Ivan.

Una vez satisfecha con el maquillaje, repasó la agenda del día en el ordenador. Había tenido muchos desencuentros con Kate, la exsecretaria y flamante esposa de Aleksi, pero en esos momentos la echaba de menos más que nunca.

Lavinia era una secretaria eficiente, pero sabía muy bien que la habían contratado por su aspecto. El atractivo físico jugaba un papel primordial en la empresa Kolovsky. En la actualidad, sin embargo, el equipo que Ivan había formado había sido desmantelado desde su muerte, y eso, unido al hecho de que Zakahr no hubiera llevado consigo a su impresionante equipo, dejaba a Lavinia con una enorme responsabilidad.

Lo cual no debería importarle.

Lavinia era muy consciente de que muchos subalternos estarían encantados de cederle sus secretarias a Zakahr. ¿Quién en aquel edificio no querría una ruta directa al nuevo y enigmático jefe?

Ella. No deseaba estar allí, pero le gustara o no, tenía que asegurar la buena marcha de la empresa hasta que Zakahr comprendiera los complicados mecanismos de la misma. La gente podría acusarla de tener delirios de grandeza... ¡Como si la todopoderosa Casa Kolovsky necesitara su ayuda para salir adelante! Pero los pequeños detalles también importaban, y sin ella no podrían resolverse.

Apoyó la cabeza en la mesa y cerró los ojos.

Descansaría un minuto y se pondría a trabajar.

Un minuto, tan solo. Entonces se levantaría, dibujaría una sonrisa en el rostro y prepararía café para ambos. Tal vez Zakahr y ella pudieran empezar de cero.

Solo un minuto...

–¡Lavinia!

Dio un respingo en la silla.

Era justo lo que Zakahr pretendía, después de haberla avisado por el interfono, haberla llamado a gritos un par de veces y haberla sorprendido durmiendo en la mesa.

Lavinia se despertó al oír su voz tras ella, sintió la furia que emanaba su presencia, tan intensa como la embriagadora fragancia de su colonia, y estuvo tentada de agarrar su bolso e irse a casa en vez de seguir las órdenes de Zakahr.

–¿Podríais tú y tu resaca venir a mi despacho?

Capítulo 2

Lavinia deseó que se la tragara la tierra.

Durante un minuto permaneció sentada ante su mesa, roja de vergüenza, antes de poder pensar siquiera en ir al despacho de Zakahr.

Su primer día en la oficina y su nuevo jefe la había sorprendido durmiendo en la mesa. Estaba acostumbrada a recobrar rápidamente la compostura, pero en esa ocasión ni siquiera intentó sonreír.

–Lo siento, Zak... –se le quebró la voz cuando entró en el despacho y él le indicó que se sentara. Estaba hablando por teléfono, en ruso, y aunque Lavinia no entendía ni una sola palabra podía suponer que no estaba siendo precisamente halagador.

La voz de Zakahr era grave y profunda, y no le hacía falta gritar para transmitir seguridad y convicción. Era increíblemente atractivo, al igual que sus hermanos.

O incluso más. Como si Dios, no contento con hacerlo perfecto, hubiera seguido esmerándose en su obra. La belleza física de Zakahr era digna de un examen exhaustivo, y Lavinia lo examinó igual que haría con las fotos de un modelo recién llegado a la empresa.

Sus rasgos ofrecían una extraña y perfecta simetría, con unos pómulos marcados y una nariz romana que harían las delicias de un fotógrafo. O mejor dicho, la pesadilla, porque Lavinia no se lo imaginaba posando para una sesión de fotos. Sus ojos, grises y penetrantes, no reflejaban la menor condescendencia ni permitían adivinar su naturaleza. Normalmente Lavinia no tenía problemas para psicoanalizar a las personas, pero con Zakahr era imposible.

Él le sostuvo la mirada mientras colgaba el teléfono, y Lavinia sintió que le ardían las mejillas. Muy rara vez era ella la primera en desviar la mirada.

–Quiero pedirte disculpas... –dijo, rompiendo un silencio que solo debía de parecerle incómodo a ella–. Anoche apenas pude pegar ojo y...

–¿Estás preparada para trabajar? –le preguntó él con voz cortante, sin atender a las excusas–. ¿Sí o no?

–Sí –respondió, molesta por no poder explicarse.

Él se levantó, dejándola a ella sentada, y se puso a preparar el café, pues no podía confiar en que lo hiciese ella. En realidad, era él quien estaba sufriendo una resaca espantosa. La boda de Aleksi había sido un infierno. Había cumplido con su papel junto al hombre que había intentado hacer lo mismo por él, pero en cuanto le fue posible se había largado de allí, lejos de la mujer a la que despreciaba con toda su alma.

Durante la ceremonia se había esforzado por no mirar a Nina, su madre biológica, para intentar demostrarle su más absoluta indiferencia. Todo lo contrario que ella, quien había ingresado en un psiquiátrico al descubrir que Zakahr era su hijo.

«Siembra y recogerás», había aprendido de niño. Debería alegrarse de que Nina estuviera hospitalizada y que fuera él quien dirigiese el imperio de sus padres. Pero el día anterior, en vez de saborear el momento, se había pasado un largo rato sentado en un taxi frente al hospital, intentando reunir el valor para entrar.

Eran muchas las cosas que necesitaba decirle a Nina y que ella se merecía escuchar, pero al enterarse de lo enferma que estaba no se sintió capaz de aumentar su sufrimiento. Le dijo al taxista que lo llevara al casino y se consoló con la certeza de que muy pronto, si así lo deseara, podría borrar el nombre de Casa Kolovsky y fingir que nunca había existido, como sus padres habían hecho con él. Durante varias horas intentó abstraerse entre las mesas de juego y las mujeres más despampanantes, pero no logró que nada ni nadie le despertase interés y pasó la noche en el hotel, ahogando las emociones en brandy.

Y aquella mañana era él y no su secretaria quien estaba haciendo el café...

Le ofreció una taza y ella hizo una mueca de asco al probarlo, quejándose de lo azucarado que estaba.

Tendría que despedirla en el acto, pensó Zakahr.

Decirle que se largara de allí inmediatamente.

Por desgracia, a pesar de ser una incompetente y no haber peor secretaria en el mundo que ella, Zakahr la necesitaba. Aleksi le había dado, de muy mala gana, una contraseña para acceder a todo el sistema informático, pero para ello antes tenía que iniciar sesión en el ordenador.

–¿Cuál es la contraseña para el ordenador?

–HoK. «O» minúscula –aclaró cuando a Zakahr no le funcionó el primer intento.

–Quiero dirigirme a todo el mundo esta mañana –dijo él–. Luego quiero una entrevista de quince minutos con cada uno, desde el diseñador jefe hasta las limpiadoras. Quiero tener al primero en mi despacho después de comer. Encárgate de coordinarlo todo, consígueme el historial laboral de cada uno y...

–Imposible –declaró ella, y por la expresión de Zakahr supuso que no estaba acostumbrado a que lo contradijeran–. Hoy recibimos la visita de alguien importante... La hija del rey Abdullah. Viene para una prueba.

–¿Y?

–Todos los meses nos visita alguna novia famosa, y es menester que un Kolovsky la reciba en el aeropuerto y la traiga aquí.

–¿Aquí? ¿Por qué no a un hotel?

–Porque este es el momento con el que ella siempre ha soñado –Zakahr era demasiado masculino para entenderlo–. Una personalidad que viaja en un avión privado espera que alguien importante la reciba en el aeropuerto.

–Que vaya el diseñador –decidió Zakahr, pero la rígida postura de Lavinia lo hizo cambiar de opinión–. De acuerdo, ve tú... si es necesario.

–Como anfitrión, tendrás que invitarla a cenar dentro de unos días, y, si su estancia resulta satisfactoria, su familia te devolverá la invitación poco después –frunció el ceño–. Sí, creo que así es como funciona. Al cabo de unos cuantos días ella te invitará a cenar para agradecerle a Kolovsky su hospitalidad. Estará aquí un par de semanas, ya que para la boda solo quedan dos meses –vio que él fruncía el ceño–. Jasmine ha de hacer muchos viajes y los hace todos a la vez.

–Que se ocupen los diseñadores.

–Los diseñadores están muy ocupados con sus diseños –arguyó ella con una mueca de impaciencia.

–Tengo cosas más importantes que hacer que recibir a una princesa mimada en el aeropuerto.

–Muy bien, pues lo haré yo –Lavinia se giró para marcharse, pero luego cambió de opinión–. Estas cosas son importantes, Zakahr –él estaba concentrado en el monitor y no se molestó en alzar la vista–. Se trata del día más importante de la vida de la princesa que ha depositado su confianza en nosotros. ¡Es su boda!

Aquel concepto no parecía tener el menor significado para Zakahr, pero para Lavinia sí que lo tenía.

–En estos momentos ya tengo demasiadas preocupaciones en mi vida, Zakahr. Y para tu información, si he venido corriendo a la oficina no ha sido por enterarme de que llegaba el nuevo jefe de la empresa, ni me he maquillado a toda prisa en mi mesa para tratar de impresionarte... Estoy aquí porque sabía que alguien debe ir a recibir a la princesa. No se me da bien tratar con visitantes ilustres, y a Kate no le gustaba nada que me ocupara yo de estas cosas. Tiendo a olvidarme del protocolo, hablo más de la cuenta o muestro las suelas de mis zapatos. Pero hoy he venido para hacer lo que se espera de esta empresa. Kolovsky se dedica a hacer los trajes más exclusivos para las mujeres más hermosas... ¡Especialmente trajes de novia!