El doctor Ox - Julio Verne - E-Book

El doctor Ox E-Book

Julio Verne

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Beschreibung

El Doctor Ox y su auxiliar Igeno viajan a la pequeña comunidad de Quiquendone, en Flanders. El doctor promete dar luz a las casas del pueblo por medio de una red de tuberías de gas oxihídrico. Durante la construcción de la red, la apacible comunidad parece tornarse bastante excitada, hasta el punto de prepararse para una guerra contra una comunidad vecina.

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nota

EL DOCTOR OX: El Doctor Ox junto a su auxiliar Igeno viajan a la pequeña comunidad de Quiquendone en Flandes. El doctor promete dar luz a las casas del pueblo por medio de una red de tuberías de gas oxihídrico. Pero durante la construcción de la red, la apacible comunidad parece tornarse bastante excitada, al punto de prepararse para una guerra contra un pueblo vecino. ¿Cuál es la causa de este cambio en la naturaleza de las personas buenas de Quiquendone? Quizá es algo en el aire, que sólo el Doctor Ox y su asistente conocen.

Julio Verne El doctor Ox

EL DOCTOR OX

Capítulo I

De cómo es inútil buscar, aun en los mejores mapas, la pequeña población de Quiquendone
SI buscan en un mapa de Flandes, antiguo o moderno, la pequeña población de Quiquendone, es probable que no la encuentren. ¿Es acaso una ciudad desaparecida? No. ¿Es una ciudad futura? Tampoco. Hace, sin embargo, que existe, a pesar de las geografías, de ochocientos a novecientos años.
Y hasta cuenta dos mil trescientas noventa y tres almas, admitiendo un alma por habitante. Se encuentra situada a trece kilómetros y medio al Noroeste de Audenarde, y a quince kilómetros y cuarto al Suroeste de Brujas, en plena Flandes. El Vaar, pequeño afluente del Escala, pasa por debajo de sus tres puentes, cubiertos todavía por una antigua techumbre de la Edad Media, como en Tournai. Se admira allí un vetusto castillo, cuya primera piedra fue colocada en 1197 por el conde Balduino, futuro emperador de Constantinopla, y un apuntamiento con semiventanas góticas, coronadas por un rosario de almenas a las cuales domina un campanario de torrecillas que se eleva a trescientos cincuenta y siete pies sobre el suelo. Tienen sus campanas un repique de música de cinco octavas que suena todas las horas, verdadero piano aéreo que sobrepuja en fama al célebre campanario armónico de Brujas. Los extranjeros, si es que alguna vez han pasado por Quinquendone, no salen de esta curiosa población sin haber visitado la sala de los estatuders, adornada con el retrato de cuerpo entero de Guillermo de Nassau, por Brandon; el antecoro de la iglesia de San Maglori, obra maestra de la arquitectura del siglo XVI; el pozo de hierro forjado cuyo admirable ornato es debido al pintor-herrero Quintín Metsys; el sepulcro antiguamente erigido a María de Borgoña, hija de Carlos el Temerario, que descansa ahora en la iglesia de Nuestra Señora de Brujas, etc. Por último, la principal industria de Quinquendone es la fabricación de merengues y de alfeñiques, en grande escala. Es administrada de padre en hijo por la familia van Tricasse. ¡Y sin embargo, Quinquendone no figura en el mapa de Flandes! ¿Es olvido de los geógrafos u omisión voluntaria? No lo puedo decir, pero Quinquendone existe realmente con sus calles estrechas, su recinto fortificado, sus casas españolas, su mercado y su burgomaestre, y por más señas, ha sido reciente teatro de fenómenos sorprendentes, extraordinarios, tan inverosímiles como verídicos, y que van a ser fielmente consignados en la presente relación.
Ciertamente que nada hay de malo que decir ni pensar de los flamencos del Flandes occidental. Son honrados, sensatos, parsimoniosos, sociales, de buen humor, hospitalarios, tal vez algo pesados de habla y de entendimiento; pero esto no explica por qué una de las más interesantes poblaciones de su territorio no figura en la cartografía moderna.
Esta omisión es sensible seguramente. ¡Por fin, si la historia, o a falta de ésta las crónicas, o a falta de éstas la tradición del país, hicieran mención de Quiquendone! Más no; ni los atlas, ni las gulas, ni los itinerarios, hablan de ella. El mismo señor Joanne, el perspicaz investigador de villorrios, no dice una sola palabra de tal pueblo. Fácil es comprender cuánto debe de perjudicar este silencio al comercio y a la industria de Quiquendone, pero carece de industria y de comercio, y se pasa sin ello del mejor modo del mundo, bastándole sus caramelos y merengues que se consumen allí mismo, sin exportarse.
Sus habitantes no necesitan de nadie. Tienen apetitos muy limitados y su existencia es modestísima; son calmosos, moderados, fríos, flemáticos; en una palabra, flamencos, como los que todavía se encuentran entre el Escalda y el mar del Norte.

Capítulo II

En el que el burgomaestre van Tricasse y el consejero Niklausse se entretienen con los asuntos de la villa
—¿LO cree usted así? —preguntó el burgomaestre.
—Así lo creo —respondió el consejero después de algunos minutos de silencio.

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