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El Grande Oriente es la cuarte entrega de la segunda serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Toma su título de la obediencia masónica llamada Grande Oriente Nacional de España. Fue publicada en 1876.
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BENITO PÉREZ GALDÓS
EPISODIOS NACIONALES 14
Sí; era en la calle de Coloreros, en esa oscura vía que abre paso desde la calle Mayor hasta la plazuela y arco de San Ginés. Allí era, sin duda alguna, y hasta se puede asegurar que en la misma casa donde hoy admira el atónito público fabulosa cantidad de pececillos de colores [220] dentro de estanques de madera y muestras preciosas de una importantísima industria: las jaulas de grillo. Allí era, sí, y no es fácil que ningún contemporáneo lo niegue, como han negado que Francisco I estuviese en la torre de los Lujanes y que Sertorio fundara la Universidad de Huesca (que es achaque de los modernos meterse a desmentir la tradición). Allí era, sí, en la calle de Coloreros y en la casa de los rojos peces y de las jaulas de grillos, donde vivía el gran D. Patricio Sarmiento.
En lugar de los estanques de madera, vierais, corriendo el año 1821, una ventana baja con rejas verdes a la derecha del portal. Aplicad el oído, ya que la cortineja de indiana rameada no permita dirigir hacia dentro la vista, y oiréis una voz sonora y gran-dilocuente, ante cuya majestad las de Demóstenes y Mirabeau serían un pregón desacorde. Oíd sin cuidado. Es de día. Detiénense los curiosos y atienden todos sin que nadie les estorbe.
«Cayo Graco, hijo de Tiberio Sempronio Graco y de Cornelia, era liberal, señores; tan liberal, que se rebeló contra el Senado. Decid, niño: ¿qué era el Senado en aquella época?
Una voz infantil contesta:
-El Senado era una camarilla de serviles y absolutistas que no iban más que a su negocio».
-«Muy bien… Porque habéis de saber que Cayo Graco fijó el precio del trigo para que los pobres tuvieran el pan barato. Como que era un hombre que no vivía sino para el pueblo y por el pueblo. Luego les probó a los senadores que estaban robando el tesoro del Reino… digo, de la República. Así es que aquellos tunantes no querían que Cayo Graco fuese elegido diputado… Decid, niño: ¿cómo llamaban entonces a los diputados de la Nación?
-Les llamaban Aglaé, Pasitea y Eufrosina.
-Zopenco, ésos son los nombres de las tres Gracias… De rodillas, pronto, de rodillas… ¡Valiente borriquito tenemos aquí!… Tú, Gallipans, responde.
-Les llamaban tribunos de la plebe, y había cuatro órdenes de ellos, a saber: el toscano, el jónico, el dórico y el corintio.
-Has empezado como un sabio y concluyes como una mula. ¿Qué berenjenal es ese que haces mez-clando a los diputados de Roma con los órdenes de arquitectura?… Pues bien: les llamaban tribunos dela plebe. El Senado, aquella pandillita de hombres ambiciosos, que acaparaban [221] los destinos gordos, las superintendencias, las secretarías y, ¿por qué no decirlo?, los ministerios, no querían que Cayo Graco fuese tribuno y estorbaban su elección por medio de intriguillas. ¿Qué habían de querer, si en todas las sesiones de Cortes les ponía de hoja de perejil? No se mordía la lengua el gran patriota, y en plazas y cafés, y en el foro y en los pórticos de las iglesias, por doquiera, señores, convocaba al pueblo para enseñarle las doctrinas constitucionales y condenar la tiranía y los tiranos… Decidme ahora, niño:
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