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El hombre Moisés y la religión monoteísta es una obra de Sigmund Freud compuesta por tres ensayos escritos entre 1934 y 1938 y publicados por primera vez como libro en Ámsterdam en 1939. Es la última obra publicada en vida por Freud, ya que fallece algunos meses después en Londres, donde se marchó huyendo de Viena tras la anexión de Austria por los nazis. En la misma, Freud trata los orígenes del monoteísmo y ofrece sus conclusiones acerca de lo que entiende como los verdaderos orígenes y destino de Moisés y su relación con el pueblo judío.
Freud realiza en su ensayo un paralelismo entre la evolución del pueblo judío y los casos de neurosis individual, un procedimiento que también realiza en Tótem y tabú. El padre del psicoanálisis sostiene que Moisés no es judío, sino un egipcio que transmite al pueblo judío el monoteísmo del faraón Akenatón. Los judíos, siempre según la tesis de Freud, asesinan a Moisés, abandonando la religión que este les había transmitido, olvidando este hecho, colectivamente, al cabo de un tiempo. Cuando, con posterioridad, este recuerdo reprimido sale a la superficie, se originan el pueblo judío y su religión.
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Akal / Básica de Bolsillo / 297
Sigmund Freud
El hombre Moisés y la religión monoteísta (Tres ensayos)
Traducción: Alfredo Brotons Muñoz
El hombre Moisés y la religión monoteísta se compone de tres ensayos escritos por Freud entre 1934 y 1938, publicados por vez primera en un solo libro en Ámsterdam en 1939. Última de las obras publicadas en vida por el padre del psicoanálisis, indaga en la raíz del monoteísmo y ofrece sus conclusiones acerca de lo que entendía como los verdaderos orígenes y destino de Moisés y su relación con el pueblo judío. Freud realiza aquí un paralelismo entre la evolución de este y los casos de neurosis individual, procedimiento que también utilizara en Tótem y tabú. Sus conclusiones no pueden ser más rompedoras: Moisés, que era egipcio, no transmitió al pueblo judío otra cosa que el monoteísmo de Akenatón. Los judíos, tras asesinar a Moisés, abandonarían la religión que este les había transmitido, algo que olvidarían, colectivamente, con el tiempo. Sería con posterioridad, en el momento en que este recuerdo salió a la superficie, cuando naciese la religión judía.
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Sergio Ramírez
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Título original
Der Mann Moses und die monotheistische Religion: Drei Abhandlungen
© Ediciones Akal, S. A., 2015
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4191-7
N.del T.: Este ensayo fue publicado en la revista Imago 23, 1 (1937), pp. 5-13. – Imago, Zeitschrift für Anwendung der Psychoanalyse auf die Geisteswissenschaften[Imago, Revista para la aplicación del psicoanálisis a las ciencias del espíritu]: Revista vienesa fundada por Sigmund Freud en 1912, y dirigida por él junto con Hanns Sachs y Otto Rank. El título se tomó de la novela publicada en 1906 por el escritor suizo Carl Spitteler (1845-1924). En 1939, se fusionó con la Internationale ärztliche Zeitschrift für Psychoanalyse (IZP)[Revista médica internacional para el psicoanálisis]. Los tres ensayos reunidos en este libro se publicarían por primera vez juntos y con el título de esta obra en Ámsterdam el año 1939.
I. Moisés, un egipcio
Privar a un pueblo del hombre al que celebra como el más grande de sus hijos no es nada que se emprenda con agrado o a la ligera, tanto menos si uno mismo pertenece a ese pueblo. Pero no se dejará que ningún ejemplo nos mueva a postergar la verdad en favor de presuntos intereses nacionales, y, además, del examen de un estado de cosas cabe también esperar un provecho para nuestra comprensión.
El hombre Moisés[1], que para el pueblo judío fue libertador, legislador y fundador de su religión, data de tiempos tan remotos que no se puede eludir la cuestión previa de si es una personalidad histórica o una creación de la leyenda. Si vivió, fue en el siglo xiii, pero quizá aun en el xiv antes de nuestra era; de él no tenemos otra noticia que la procedente de los libros sacros y las tradiciones escritas de los judíos. Aunque como consecuencia la decisión carece de la última seguridad, la inmensa mayoría de los historiadores se han expresado a favor de que Moisés vivió realmente y de que el éxodo de Egipto a él vinculado se produjo en efecto. Con toda razón se afirma que la historia posterior del pueblo de Israel sería incomprensible si no se admitiera esta premisa. Es más, la ciencia actual se ha vuelto más cauta y procede mucho más indulgentemente con las tradiciones que en los primeros tiempos de la crítica histórica.
Lo primero que en la persona de Moisés atrae nuestro interés es el nombre, que en hebreo se pronuncia Mosche. Cabe preguntar: ¿de dónde proviene? ¿Qué significa? Como se sabe, ya el relato del Éxodo, cap. 2, trae una respuesta. Se cuenta allí que la princesa egipcia que rescató al recién nacido expuesto en el Nilo le dio este nombre con el argumento etimológico: «Pues lo saqué del agua»[2]. Solo que esta explicación es manifiestamente insuficiente. «La interpretación bíblica del nombre “El sacado del agua”», juzga un autor en el Diccionario judío[3], «es etimología popular, con la cual ya la forma hebrea activa (Mosche puede a lo sumo significar ‘el que saca’) no concuerda». Esta refutación se puede apoyar con dos argumentos más: en primer lugar, que es absurdo atribuir a una princesa egipcia una derivación del nombre a partir del hebreo, y, en segundo lugar, el agua de la que se sacó al niño no fue, con toda probabilidad, el agua del Nilo.
Por contra, desde hace tiempo y por diversos conductos se ha expresado la sospecha de que el nombre Moisés procede del léxico egipcio. En lugar de citar a todos los autores que se han manifestado en este sentido, quiero intercalar traducido el pasaje correspondiente de un reciente libro de J. H. Breasted[4], autor cuya History of Egypt[Historia de Egipto] (1906) se considera canónica: «Es notable que su nombre (el de este caudillo), Moisés, era egipcio. Es simplemente la palabra egipcia mose, que significa ‘hijo’, y es la abreviatura de apelativos más completos, como, por ejemplo, Amen-mose, es decir, ‘hijo de Amón’, o Ptah-mose, ‘hijo de Ptah’, nombres que a su vez son abreviaturas de frases más largas: ‘Amón (ha obsequiado un) hijo’, o ‘Ptah (ha obsequiado un) hijo’. El nombre ‘Hijo’ no tardó en convertirse en un cómodo sustituto para el extenso nombre completo, y en los monumentos egipcios no resulta raro encontrarse con el apelativo Mose. Seguramente, el padre de Moisés había dado a su hijo un nombre compuesto con Ptah o Amón, y el nombre del dios fue cayendo gradualmente en la vida diaria hasta que el niño fue llamado simplemente Mose. (La «s» al final de Moisés procede de la traducción griega del Antiguo Testamento. Tampoco ella pertenece al hebreo, donde el nombre se escribe Mosche.) He reproducido literalmente el pasaje, y en modo alguno estoy dispuesto a compartir la responsabilidad por sus detalles. También me asombra un poco que Breasted haya omitido en su enumeración precisamente los nombres teofóricos análogos que se encuentran en la lista de los reyes egipcios, como Ah-mose, Thut-mose (Tutmosis) y Ra-mose (Ramsés).
Ahora bien, cabía esperar que alguno de los muchos que han reconocido como egipcio el nombre de Moisés también hubiera extraído la conclusión o al menos ponderado la posibilidad de que el portador de un nombre egipcio fuera él mismo egipcio. Para tiempos modernos adoptamos tales conclusiones sin vacilar, aunque actualmente una persona no lleva un nombre, sino dos, el apellido y el de pila, y aunque las modificaciones y asimilaciones de nombres por influencia de condiciones más recientes no estén excluidas. Así, no nos sorprende en absoluto hallar confirmado que el poeta Chamisso[5] es de origen francés, que Napoleón Buonaparte[6], en cambio, es italiano, y que Benjamín Disraeli[7] es efectivamente un judío italiano, como de su nombre cabe esperar. Y por lo que se refiere a épocas antiguas y pretéritas, debería suponerse que tal inferencia de la nacionalidad a partir del nombre habría de ser aún más fiable y, propiamente hablando, parecer irrefutable. Sin embargo, que yo sepa ningún historiador ha extraído esta conclusión en el caso de Moisés, ni siquiera ninguno de aquellos que, como precisamente Breasted de nuevo, están dispuestos a admitir que Moisés «estaba familiarizado con toda la sabiduría de los egipcios»[8].
Qué lo ha impedido no se puede conjeturar con seguridad. Tal vez haya sido insuperable el respeto a la tradición bíblica. Tal vez haya parecido demasiado monstruosa la idea de que el hombre Moisés debió de haber sido otra cosa que un hebreo. En cualquier caso resulta que el reconocimiento del nombre egipcio no se considera decisivo para juzgar sobre el origen de Moisés, que nada más se deduce de ella. Si se tiene por relevante la cuestión de la nacionalidad de este gran hombre, sería sin duda deseable aportar nuevo material para responder a ella.
Esto es lo que se propone mi breve ensayo. Su aspiración a ocupar un lugar en la revista Imago se basa en que su contribución tiene como contenido una aplicación del psicoanálisis. El argumento así obtenido no impresionará ciertamente más que a esa minoría de lectores familiarizados con el pensamiento analítico y capaces de apreciar los resultados de este. Pero espero que a ellos les parezca relevante.
En el año 1909, O. Rank[9], entonces todavía bajo mi influencia, publica por sugerencia mía un escrito titulado Der Mythus von der Geburt des Heldens[El mito del nacimiento del héroe][10]. Trata el hecho de que «casi todos los pueblos de cultura importantes [...] han glorificado muy pronto, en poemas y leyendas, a sus héroes, reyes y príncipes legendarios, fundadores de religiones, de dinastías, imperios y ciudades; en suma, a sus héroes nacionales. En particular, las historias de nacimiento y juventud de estos personajes han sido dotadas de rasgos fantásticos cuya desconcertante similitud, y en parte concordancia literal, en pueblos distintos, a veces muy separados y completamente independientes entre sí, se conoce desde hace tiempo y ha llamado la atención de muchos investigadores». Si, conforme con el método de Rank, digamos aplicando la técnica de Galton[11], se construye una «leyenda tipo» que destaque los rasgos esenciales de todas estas historias, se obtiene el siguiente cuadro:
«El héroe es hijo de padres ilustrísimos, mayoritariamente hijo de reyes.
Su gestación es precedida por dificultades, como la abstinencia, la esterilidad prolongada, o las relaciones secretas de los padres como consecuencia de prohibiciones o impedimentos exteriores. Durante el embarazo o ya antes, un anuncio (sueño, oráculo) previene de su nacimiento, que la mayor parte de las veces amenaza al padre con peligros.
Por lo tanto, el niño recién nacido es condenado, mayoritariamente a instancias del padre o personaje que lo representa, a muerte o a la exposición; por lo regular es entregado a las aguas en una cajita.
Luego lo salvan animales o personas humildes (pastores) y es amamantado por un animal hembra o una mujer de baja condición.
Ya crecido, vuelve a encontrar a los ilustres padres por caminos muy azarosos, se venga del padre por un lado, es reconocido por otro y alcanza grandeza y fama».
El más antiguo de los personajes históricos a los que se vinculó este mito natal es Sargón de Acad[12], el fundador de Babilonia (alrededor de 2800 a.C.). Precisamente para nosotros no carece de interés reproducir aquí el relato atribuido a él mismo:
«Sargón, el poderoso rey, el rey de Acad, soy yo. Mi madre fue una vestal, a mi padre no lo conocí, mientras que el hermano de mi padre habitaba la montaña. En mi ciudad, Azupirani, situada a orillas del Éufrates, quedó embarazada de mí mi madre, la vestal. En secreto me alumbró, me colocó en una canasta de junco, me cerró la tapa con pez y me depositó en el río, que no me ahogó. El río me llevó hacia Akki el aguatero. Akki el aguatero, con la bondad de su corazón, me sacó. Akki el aguatero me crió como su propio hijo. Akki el aguatero me hizo su jardinero. En mi oficio de jardinero, Ishtar[13] se enamoró de mí, llegué a ser rey y durante cuarenta y cinco años ejercí el poder real».
Los nombres a nosotros más familiares en la serie iniciada con Sargón de Acad son los de Moisés, Ciro[14] y Rómulo[15]. Pero, además, Rank ha compilado un gran número de figuras heroicas pertenecientes a la poesía o a la leyenda, de quienes se cuenta la misma historia de juventud, ya sea en su totalidad o en fragmentos bien reconocibles, como: Edipo[16], Karna[17], Paris[18], Télefo[19], Perseo[20], Heracles[21], Gilgamesh[22], Anfión y Zeto[23], entre otros.
Las investigaciones de Rank nos han dado a conocer el origen y la tendencia de este mito. Solo necesito referirme a ellas con sucintas indicaciones. Un héroe es quien se ha levantado valientemente contra su padre y termina por vencerlo. Nuestro mito rastrea esta lucha hasta la protohistoria del individuo al hacer que el niño nazca contra la voluntad del padre y sea salvado contra los malvados designios de este. La exposición en la cajita es una inequívoca representación simbólica del nacimiento: la caja es el seno materno; el agua, el líquido amniótico. En innumerables sueños, la relación padres-hijo la representa la extracción del agua o el rescate del agua. Cuando la fantasía popular aplica este mito de nacimiento a una personalidad eminente es porque quiere reconocerlo como héroe proclamando que ha cumplido el esquema de una vida heroica. Pero la fuente de toda la poetización es la llamada «novela familiar» del niño, en la que el hijo varón reacciona a los cambios de sus vínculos sentimentales con los progenitores, especialmente con el padre. Los primeros años de la infancia están dominados por una grandiosa sobrevaloración del padre conforme a la cual en los cuentos y los sueños el rey y la reina nunca significan sino los padres, mientras que más tarde, bajo la influencia de la rivalidad y de las frustraciones reales, comienza el desprendimiento de los progenitores y la actitud crítica frente al padre. Las dos familias del mito, la ilustre tanto como la humilde, son en consecuencia reflejos ambas de la propia familia, tal como se le aparecen al niño en épocas sucesivas de su vida.
Cabe afirmar que estas explicaciones hacen cabalmente comprensibles tanto la difusión como la uniformidad del mito del nacimiento del héroe. Tanto más merece nuestro interés el hecho de que la leyenda del nacimiento y la exposición de Moisés ocupe una posición singular y aun contradiga a los demás en un punto esencial.
Partamos de las dos familias entre las cuales la leyenda hace que se juegue el destino del niño. Sabemos que en la interpretación analítica se confunden para solo separarse en el tiempo. En la forma típica de la leyenda, la primera familia, en la que el niño nace, es la ilustre, mayoritariamente una familia real; la segunda, en la que el niño crece, la humilde o venida a menos, como por lo demás corresponde a las relaciones a que la interpretación remite. Esta diferencia solo se borra en la leyenda de Edipo. El niño expuesto por una familia real es acogido por otra pareja de reyes. Uno se dice que difícilmente es una casualidad que precisamente en este ejemplo la identidad originaria de ambas familias se trasluzca también en la leyenda. El contraste social entre ambas familias abre para el mito, que, como sabemos, debe hacer hincapié en la naturaleza heroica del gran hombre, una segunda función especialmente relevante cuando se trata de personalidades históricas. Puede también utilizarse para procurarle al héroe una carta de hidalguía, para encumbrarlo socialmente. Así, Ciro, que para los medos es un conquistador extranjero, por la vía de la leyenda de la exposición se convierte en nieto del rey medo. Análogamente sucede con Rómulo: si realmente vivió una persona que le correspondiera, fue un aventurero forastero, un advenedizo; la leyenda lo convierte en descendiente y heredero de la casa real de Alba Longa[24].
Muy distinto es el caso de Moisés. Aquí la primera familia, de ordinario la ilustre, es bastante modesta. Es hijo de judíos levitas. Pero la segunda, la familia humilde en la que el héroe suele crecer, es sustituida por la casa real de Egipto; la princesa lo cría como hijo propio. Son muchos estudiosos a los que ha extrañado esta discrepancia del tipo. E. Meyer[25] y otros tras él han supuesto que la leyenda tuvo en su origen otra versión: el faraón habría sido advertido por un sueño profético[26] de que un hijo de su hija traería peligros para él y el reino. Por eso hace que el niño sea expuesto en el Nilo tras su nacimiento. Pero este es salvado por unos judíos y criado como hijo suyo. Por «motivos nacionales», como dice Rank[27], la leyenda habría sido reelaborada en la forma que conocemos.
Pero la siguiente reflexión demuestra que tal leyenda mosaica original, que ya diferiría de las otras, no pudo existir. Pues la leyenda es de origen o bien egipcio, o bien judío. El primer caso queda excluido: los egipcios no tenían motivo alguno para glorificar a Moisés, que para ellos no era un héroe. La leyenda, por tanto, debió de crearse en el pueblo judío, es decir, vinculada en su forma conocida a la persona del caudillo. Solo que para ello era totalmente inapropiada, pues ¿qué provecho podía tener para un pueblo una leyenda que convirtiera a su gran hombre en un extranjero?
En la forma en que se nos presenta hoy en día, la saga de Moisés dista mucho de cumplir sus propósitos secretos. Si Moisés no es de estirpe regia, la leyenda no puede proclamarlo héroe; si resulta hijo de judíos, nada ha hecho para su exaltación. Solo una partícula de todo el mito conserva su eficacia: la aseveración de que el niño sobrevivió a pesar de fuertes violencias exteriores, y este rasgo lo repetía también la historia de la infancia de Jesús, en la que el rey Herodes asume el papel del faraón. Somos entonces libres de suponer que algún inepto adaptador posterior del material legendario encontró motivo para equipar a su héroe Moisés con algo similar a la clásica leyenda de la exposición distintiva de los héroes, lo cual, debido a las particulares circunstancias del caso, no podía adaptársele.
Nuestra investigación tendría que contentarse con este resultado poco satisfactorio y por añadidura incierto, y tampoco habría contribuido en nada a responder a la pregunta de si Moisés era egipcio. Pero para analizar la leyenda de la exposición aún hay otra vía tal vez más promisoria.
Volvamos a las dos familias del mito. Sabemos que si en el nivel de la interpretación analítica son idénticas, en el plano mitológico se diferencian como la ilustre y la humilde. Pero cuando se trata de una persona histórica a la cual se ha ligado el mito, hay otro nivel, el de la realidad. Una de las familias es la real, en la que la persona, el gran hombre, efectivamente nació y creció; la otra es ficticia, inventada por el mito en pro de sus intenciones. Por lo regular, la familia real coincide con la humilde, la ficticia con la ilustre. En el caso de Moisés parecía haber algo distinto. Y ahora tal vez aclare la cuestión el nuevo punto de vista según el cual la primera familia, la que expone al niño, es en todos los casos que se pueden aducir la fabricada, pero la posterior, en la que es acogido y crece, la verdadera. Si tenemos el valor de reconocer como universal esta tesis, a la que también sometemos la leyenda de Moisés, de pronto discernimos con claridad que Moisés es un egipcio –probablemente ilustre– del que la leyenda debe hacer un judío. ¡Y este sería nuestro resultado! La exposición en las aguas estaba en su lugar correcto; para adaptarse a la nueva tendencia hubo que torcer, no sin violencia, su intención; de abandono se convirtió en medio de salvación.
Pero la desviación de la leyenda mosaica con respecto a todas las demás de su clase podría reducirse a una particularidad de la historia de Moisés. Mientras en el curso de su vida el héroe se eleva de ordinario por encima de sus orígenes modestos, la vida heroica del hombre Moisés comenzó bajando él de las alturas, descendiendo hasta los hijos de Israel.
Esta pequeña investigación la hemos emprendido con la expectativa de obtener de ella un segundo y nuevo argumento en favor de la sospecha de que Moisés era egipcio. Hemos visto que el primer argumento, el que parte de su nombre, no ha impresionado decisivamente a muchos[28]. Uno debe estar preparado para que el nuevo argumento, derivado del análisis de la leyenda de la exposición, no corra mejor suerte. Se objetará sin duda que las condiciones de formación y reconfiguración de las leyendas son demasiado opacas como para justificar una conclusión como la nuestra, y que las tradiciones sobre la figura heroica de Moisés, por su confusión, sus contradicciones, con los inconfundibles indicios de tendenciosa revisión y superposición continua durante siglos, deben frustrar todos los esfuerzos por sacar a la luz el núcleo de verdad histórica tras ellas. Yo mismo no comparto la actitud discrepante, pero tampoco soy capaz de refutarla.
Si no cabía lograr más seguridad, ¿por qué he dado esta investigación al conocimiento público general? Lamento que tampoco mi justificación pueda ir más allá de las alusiones. Si, de hecho, uno se deja arrastrar por los dos argumentos aquí mencionados y prueba a tomarse en serio la hipótesis de que Moisés era un egipcio ilustre, se abren perspectivas muy interesantes y de vasto alcance. Con ayuda de ciertas no muy remotas hipótesis, uno cree comprender los motivos que llevaron a Moisés a dar su insólito paso, y en estrecha conexión con esto entiende el posible fundamento de numerosas características y particularidades de la legislación y la religión que él dio al pueblo de los judíos, y aún es incitado a significativas visiones sobre el origen de las religiones monoteístas en general. Solo que conclusiones de tan importante índole no pueden basarse únicamente en verosimilitudes psicológicas. Si como soporte no se puede aportar más que la condición egipcia de Moisés, aún será menester por lo menos un segundo punto de apoyo para defender el cúmulo de posibilidades que afloran contra la crítica de que serían producto de la fantasía y estarían demasiado alejadas de la realidad. El requisito lo habría satisfecho, por ejemplo, una demostración objetiva de la época en que se producen la vida de Moisés y, por tanto, el éxodo de Egipto. Pero no se ha encontrado y, en consecuencia, será mejor no comunicar todas las demás deducciones derivadas del reconocimiento de que Moisés era egipcio.
[1] «El hombre Moisés»: expresión con que en la Biblia (Cfr. Nm 12, 3) se suele denominar a Moisés. [N. del T.]
[2] Cfr. Éx 2,10. [N. del T.]
[3]Jüdisches Lexikon, fundado por Hertlitz y Kirschner, vol. IV, 1930, Jüdischer Verlag, Berlín. [N. del A.] – Georg Hertlitz (1885-1968): sionista alemán. Bruno Kirschner: solo colaboró en el Jüdisches Lexikon hasta 1928, como editor del primer volumen. El autor aludido es Max Soloweitschik (1883-1957): sionista lituano emigrado en 1933 a Israel, donde siguió desempeñando diversos cargos públicos. En 1926 había publicado Die Welt der Bibel (El mundo de la Biblia). [N. del T.]
[4]The Dawn of Conscience[Los albores de la conciencia], Londres, 1934, p. 350. [N. del A.] – James Henry Breasted (1865-1935): arqueólogo e historiador estadounidense. Prominente egiptólogo, en 1922-1923 ayudó a Howard Carter a descifrar algunos de los sellos aparecidos en la entonces recientemente descubierta tumba del faraón Tutankamón. [N. del T.]
[5] Adalbert von Chamisso (1781-1838): escritor y sabio alemán de origen francés. En 1792 huyó del régimen de Terror imperante en París y se alistó en un ejército alemán. En 1815 se embarcó como naturalista en un viaje alrededor del mundo del que hizo un relato literario, tras lo cual se estableció en Berlín como director del Jardín Botánico. Hombre siempre a la busca de la patria perdida, su Maravillosa historia de Pierre Schlemihl (1824), el hombre que ha perdido su sombra, aparece como confesión del autor en la que lo fantástico se mezcla con lo real. Entre sus poemas, destaca el ciclo Amor y vida de mujer (1831), puesto en música por Robert Schumann (1840). [N. del T.]
[6] Napoleón Bonaparte (1769-1821): emperador de los franceses entre 1804 y 1815. Nacido en Córcega de familia de origen italiano (Buonaparte), su peripecia vital galvaniza la historia francesa y mundial hasta y desde la Revolución de 1789. [N. del T.]
[7] Benjamin Disraeli (1804-1881): político inglés. Fue primer ministro, por el Partido Conservador, en 1867-1868 y 1874-1880. Hijo de un crítico literario israelita cuyo padre procedía de Italia, siempre se mostró orgulloso de sus orígenes orientales. [N. del T.]
[8]Loc. cit., p. 334. No obstante, la sospecha de que Moisés era egipcio ha sido bastante a menudo expresada, desde los tiempos más antiguos hasta el presente, sin referencia alguna al nombre. [N. del A.] – Esta nota apareció por primera vez en la edición de 1939. La frase de Breasted citada procede de un sermón de san Esteban (Hch 7, 22). [N. del T.]
[9] Otto Rank (1884-1939): psicoanalista austríaco. Durante 20 años fue íntimo colaborador de Freud en Viena, periodo en el que orientó su trabajo hacia los mitos y leyendas. En 1926 se trasladó a París, y durante sus últimos 14 años de vida desarrolló en Francia y los Estados Unidos una muy exitosa carrera como docente, escritor y terapeuta. Insistió en la importancia de la angustia del nacimiento (en detrimento del complejo de Edipo) y de la relación entre psicoanalista y paciente para la curación de este. [N. del T.]
[10] Quinto número de Schriften zur angewandten Seelenkunde[Escritos sobre psicología aplicada], Fr. Deuticke, Viena. Lejos de mí empequeñecer el valor de las contribuciones autónomas de Rank a este trabajo. [N. del A.]
[11] Francis Galton (1822-1911): científico, antropólogo y eugenista británico. Creía en la herencia genética tanto de los rasgos mentales como físicos. Con sus fotografías compuestas trataba de resaltar el tipo antropológico representado por varios individuos. [N. del T.]
[12] Sargón de Acad (ca. 2270-2215 a.C., según el «sistema corto» de datación): primer creador histórico de un Imperio, el acadio, que con capital en Acad dominó Mesopotamia durante un siglo y medio. [N. del T.]
[13] Ishtar (en griego, Astarté): en las religiones antiguas de Oriente Próximo, diosa del amor y la guerra. En el sincretismo antiguo, fue asimilada a la diosa griega Afrodita. [N. del T.]
[14] Ciro II el Grande (600/575-ca. 530 a.C.): en sustitución del Imperio Meda de su padre Astiages, fundó el Imperio persa aqueménida, que perduró hasta su conquista por Alejandro Magno en 332 a.C. Tras conquistar Babilonia (539 a.C.), permitió que 40.000 judíos allí deportados regresaran a Jerusalén, por lo cual la Biblia le otorga el título de mesías (Esd 1, Is 45, 1). [N. del T.]
[15] Rómulo (ca. 753-ca. 715 a.C.): fundador y primer rey de Roma. Descendiente de Eneas e hijo del dios Marte y de la sacerdotisa Rea Silvia, recién nacido fue arrojado, junto a su hermano gemelo Remo, al río Tíber en una canasta rescatada por una loba, que los amamantó. Criados por unos pastores, a los dieciocho años Rómulo y Remo fundaron una ciudad donde habían sido encontrados por la loba. Rómulo mató a Remo y quedó como único rey de Roma. [N. del T.]
[16] Edipo: personaje de la antigua mitología griega. Hijo de Layo, rey de Tebas, y de Yocasta, fue alejado del palacio cuando un oráculo vaticinó que mataría a su padre y desposaría a su madre. Abandonado en el monte Citerón, fue rescatado por el rey Pólibo de Corinto. Huyendo cuando el Oráculo de Delfos le hizo sabedor de su destino, en un cruce de caminos se peleó y mató a un viajero que resultó ser Layo. Llegado a Tebas, resolvió el enigma de la Esfinge y mató a esta. La ciudad lo nombró rey y le concedió la mano de Yocasta. Cuando se descubre la verdad de lo sucedido, son varias las versiones sobre el destino de los personajes de este mito, así como también en Freud su teoría del complejo de Edipo. [N. del T.]
[17] Karna: protagonista de la epopeya hindú Mahabharata. La princesa Kunti, que lo había concebido de un dios sin perder su virginidad, lo colocó en un canasto en el río. Fue recogido y criado como un hijo, sin ocultarle su origen, por Adhiratha, cochero del rey Dhritarasthra, y su esposa Radha. [N. del T.]
[18] Paris: en la antigua mitología griega, hijo menor de Príamo y Hécuba, reyes de Troya. Debido a que poco antes de su nacimiento Hécuba había soñado que daba a luz una antorcha que incendiaba la ciudad, nada más alumbrado Paris fue abandonado sobre el monte Ida, donde lo recogieron unos pastores. Su rapto de Helena provocó la Guerra de Troya. [N. del T.]
[19] Télefo: figura del ciclo troyano. El oráculo de Delfos había predicho a Áleo, rey de Tegea, que los dos hermanos de su esposa Neera morirían a manos del hijo que engendrase su hija Auge. Esta concibió de Heracles a Télefo, que fue abandonado en el monte Partenio. Amamantado por una cierva, el niño fue encontrado por unos pastores que lo entregaron al rey Córito, quien lo crió como hijo propio. Ya adolescente, Télefo mató a sus dos tíos abuelos sin saber quiénes eran. Luego, por haberle ayudado a derrotar al argonauta Idas, el rey Teutrante lo recompensó con la mano de Auge, que era su hija adoptiva. Auge, fiel al recuerdo de Heracles, acudió a la cámara nupcial con una espada, pero un prodigio divino hizo que madre e hijo se reconocieran y regresaran a la Arcadia. [N. del T.]
[20] Perseo: personaje de la antigua mitología griega, hijo de Zeus y Dánae. Advertido por un oráculo de que su nieto le daría muerte, Acrisio, rey de Argos, encerró a su hija Dánae, pero Zeus entró en la prisión en forma de lluvia dorada, y de su unión nació Perseo. Acrisio abandonó en el mar un cofre de madera en cuyo interior había encerrado a madre e hijo. Las olas los llevaron a la isla de Sérifos, cuyo rey, Polidectes, los acogió. Tras varias proezas, Perseo se dirigió a Argos para reconciliarse con su abuelo, pero este huyó a Larissa, donde en el curso de unos juegos fúnebres, Perseo lanzó un disco que accidentalmente mató a un espectador que no era otro que Acrisio. [N. del T.]
[21] Heracles: el héroe griego más célebre de la mitología clásica. Zeus lo concibió de Alcmena haciéndose pasar por su esposo, Anfitrión. Celosa, Hera, esposa de Zeus, trató de matar al recién nacido enviándole dos serpientes, pero el pequeño las estranguló. Zeus, para que Heracles fuera inmortal, hizo que Hermes arrimara a Heracles al pecho de Hera, mientras esta dormía, para que lo amamantara. Según otra versión, fue Atenea quien pidió a Hera que amamantara a Heracles, antes de devolvérselo a Alcmena. [N. del T.]
[22] Gilgamesh: personaje legendario de la mitología sumeria, quinto rey de la ciudad de Uruk hacia 2650 a.C., protagonista del Poema de Gilgamesh. [N. del T.]
[23] Anfión y Zeto: personajes de la mitología griega. Hermanos gemelos, nacidos de la unión entre Antíope, hija de Nicteo, rey de Tebas, y Zeus, que la sedujo disfrazado de sátiro. Abandonados en el monte Citerón, fueron recogidos por un pastor. [N. del T.]
[24] Alba Longa: antigua ciudad del Lazio fundada por Ascanio, hijo de Eneas y a cuya dinastía pertenecían Rómulo y Remo. Fue destruida por Roma en el siglo vii a.C. [N. del T.]
[25] Eduard Meyer (1855-1930): historiador alemán, especializado en la Antigüedad. Freud cita su Israeliten und ihre Nachbarstämme[Los israelitas y sus tribus vecinas] (Halle, 1906, pp. 46-47). [N. del T.]
[26] Algo también mencionado en el relato de Flavio Josefo. [N. del A.] – Flavio Josefo (37-101 d.C.): historiador judío fariseo. [N. del T.]
[27]Loc. cit., p. 80, nota. [N. del A.]
[28] Así, p. e., dice E. Meyer (Die Mosessagen und die Leviten [Las leyendas mosaicas y los levitas], Berliner Sitzber, 1905): «El nombre Moisés es probablemente egipcio, y el nombre Pinchas que aparece en la casta sacerdotal de Silo [...] lo es sin duda alguna. Naturalmente, esto no demuestra que estas castas fueran de origen egipcio, pero sí que mantuvieron relaciones con Egipto» (p. 651). Cabe por supuesto preguntar en qué clase de relaciones debe aquí pensarse. [N. del A.] – Silo: primera capital de Israel, antes de que lo fuera Jerusalén. [N. del T.]