El imperio romano - Ernesto Ballesteros Arranz - E-Book

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Ernesto Ballesteros Arranz

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Beschreibung

eBook Interactivo. Desde el siglo I, Roma se convierte en el líder político, económico y cultural de Occidente durante cuatro siglos. La influencia de su obra (inspirada sin duda en la helénica) fue decisiva para toda la historia posterior y debe ser tenida en cuenta no sólo en la Historia Antigua, sino también en la medieval e incluso en el Renacimiento europeo que se nutre, como veremos, de gran parte de sus hallazgos.

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ÍNDICE

PRINCIPALES HECHOS HISTÓRICOS

ORGANIZACIÓN POLÍTICA, SOCIAL Y ECONÓMICA

ROMANIZACIÓN

CULTURA

OTRAS PUBLICACIONES

Este tema comprende tres siglos de la vida mediterránea. Desde la proclamación de Augusto (27 a.J.C.) hasta el Edicto de Milán (313 d.J.C.), que confirma la libertad del Cristianismo. La República era un estilo de vida anterior y distinto. El cristianismo marca otra diferencia posterior. Los tres siglos primeros de nuestra era están presididos por este hecho histórico fundamental: el Imperio romano.

Conviene apercibirse de que en la Historia nada es caprichoso ni fortuito, y cada estilo de vida es la maduración o quiebra del anterior y lleva, a su vez, el germen del siguiente. En nuestro caso se ve ciertamente que la República romana descansaba sobre la superioridad de la idea de la ley sobre el individuo, que es el germen del Estado Universal donde reina el Derecho. Es decir, la República lleva el germen del lmperio. Pero, a su vez, el Imperio, como Estado Universal, necesita una religión universal y ya desde los primeros años del Imperio nace el Cristianismo. La maduración de la idea de Religión Universal coincide con la descomposición del Imperio. Es decir, cuando la idea de Imperio se derrumba, queda en pie otra que va a ser su sucesora durante varios siglos: el Cristianismo.

De este modo República, Imperio, Cristianismo, se nos presentan como distintos pasos de la evolución histórica del hombre mediterráneo.

Contra los que creen que la Historia es algo muerto y pasado, curiosidad morbosa de espíritus desocupados, afirmamos rotundamente lo contrario: la Historia no nos interesa en cuanto pasado, sino en cuanto presente, actual e inmediato. De modo que el europeo actual respeta la ley, aspira a un Estado Universal y es cristiano, porque hubo un europeo anterior republicano, otro imperial y otro cristiano. Lo mismo podríamos decir de todas las otras modalidades de vida.

Algunas no se muestran tan claras y presentes como éstas. Pero si no brillan por su presencia, lo hacen por su ausencia. Donde la Historia no ha dejado un sillar, deja un hueco. Unos y otros (muros y huecos), son imprescindibles para comprender el presente. Por ejemplo, el europeo no cree en la magia, porque el europeo paleolítico era un hombre «mágico». El europeo ha superado esta creencia y la magia será para siempre un «hueco» cultural que nadie se atreve a rellenar, una especie de creencia desgastada y marchita. Pero volvamos al punto central de nuestro tema.

Dijimos que la República llevaba en sí el germen del Imperio o, lo que es igual, que el Imperio sólo es la maduración del huevo republicano. La preponderancia que da a Roma su sentido de la ley y el derecho, la conduce a conquistar el mundo. Esto ocurre hacia el siglo ll a.J.C. y es precisamente entonces cuando los romanos descu-bren su antítesis: Grecia. Frente a la ley impersonal y práctica, la razón individual y teórica. Frente al Derecho (lo que «hay» que hacer), la especulación (lo que no puede nunca «hacerse del todo»). Frente al «ius» (derecho), la «iustitia» (virtud abstracta).

No queremos sobrepasarnos en este enfrentamiento que es puramente temporal y concreto, pero que produce una grave deformación histórica si lo generalizamos y lo consideramos como una contraposición absoluta. Si nos aventuramos a hablar del practicismo romano y la especulación griega, podemos caer en el error de creer que la especulación, la teoría, son virtudes peculiares del alma griega y que estas virtudes son «opuestas» a las romanas en cuanto a manifestaciones humanas. Al pensar así pasamos por alto la cualidad más sutil de estos actos, lo que da una unidad esclarecedora al conjunto, a saber, que ambas son «humanas», es decir, que son manifestaciones paralelas del alma, respuestas diferentes en su desarrollo, pero no en su principio y motivación. Vistos desde esta nueva perspectiva, el practicismo para los romanos es lo mismo que la teoría para el griego. Somos nosotros quienes abstraemos lo que tiene de distinto un comportamiento de otro: el uno se atiene a lo posible porque no confía en ensue-ños y utopías (romanos); el otro se sumerge en lo teórico (griegos), porque considera imperfecto lo real.

Pero estas dos concepciones que parecen distintas y aún opuestas, tienen aquel rasgo común: las dos son emanaciones vitales del hombre, posturas del hombre ante la vida, productos de la imaginación. Porque, a la postre, tan «utópico» es el Derecho como la Belleza ideal.

Pues bien, la fermentación que las ideas griegas originan en las monolíticas creencias romanas durante los dos últimos siglos de la República (II y I a.J.C.), producen el derrumbamiento de las mismas y la exaltación del Imperio. Pero, ¿qué es el Imperio? ¿Un tiempo pleno, como era la República y como más tarde será la Edad Media? ¿Una época de creencias firmes, de sólida existencia sobre principios inconmovibles? Por cierto que no. El Imperio es sólo la transición entre dos períodos de seguridad y madurez, la Antigüedad clásica y el Cristianismo. Por eso es una época inestable, profundamente inquieta y desasosegada, siempre en lucha consigo misma. El Imperio es una solución de urgencia, tres siglos de crisis y desequilibrios.

Seguidamente vamos a dar una sucinta enumeración de los hechos históricos más sobresalientes de esta época. Hay períodos de esplendor, que parecen de plenitud incluso en algunos aspectos, como la Monarquía ilustrada de los Antoninos y de los Severos. Pero la apariencia no nos tiene que ocultar la realidad. Ese fulgor deslumbrante que presenta el Imperio en ciertas épocas es sólo la envoltura metálica en la que se refleja nuestra admiración con rutilante centelleo. En su interior reina densa oscuridad. Los romanos vivían confusos, desorientados. Tendremos tiempo de explicar esto más adelante.

PRINCIPALES HECHOS HISTÓRICOS

La República, como dominio impersonal del Derecho, se fue debilitando poco a poco y dejó de existir cuando César tomó el poder con carácter absoluto. La genialidad de César (el Cesarismo) consiste en intuir que una época de poder absolutamente impersonal (República), iba a ser sustituida por otra de poder absolutamente personal (Monarquía de origen divino). La intuición de César no se realiza en el Imperio, sino en Bizancio. El Imperio es una fórmula transicional y ambigua. Como ha dicho Rostotzeff, es un drama entre dos principios vigentes, el Senado (personificación del impersonalismo republicano) y el Imperator (personificación de la autoridad personal). En este drama, que dura trescientos años, se suceden diferentes escenas y actos, hasta desembocar en un desenlace trágico que es la teocracia de Diocleciano y Constantino, a finales del siglo III y principios del IV d.J.C.

César trata de implantar su poder personal en Roma. Un ciudadano se destaca de la República de patricios. Pero todavía hay un estremecimiento convulsivo del Senado en el último instante, como el derrote del eral al sentir el corazón traspasado por el hierro. Un grupo de senadores se conjura contra el «Divo», y César es asesinado ante la Curia el 15 de marzo del año 44 a.J.C. Los conjurados debieron darse cuenta, en el momento del crimen, de la inutilidad de su resolución. Se deshacían del hombre, pero no del mundo que les rodeaba. Y aquel mundo necesitaba un poder semejante al que César había propuesto. Los grandes políticos sólo aciertan a interpretar lo que la Historia exige en cada momento de los hombres. No hacen la Historia, son más bien sus portavoces u oráculos.