El mejor hombre - Pecados del ayer - Peggy Moreland - E-Book

El mejor hombre - Pecados del ayer E-Book

Peggy Moreland

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Beschreibung

El mejor hombre Era el último hombre en el que podría confiar y sin embargo deseaba compartirlo todo con él... A Rory Tanner le encantaban las mujeres, pero Macy Keller era una excepción desde que había llegado a la ciudad amenazando la reputación de su familia. El instinto de protección hizo que Rory prometiera controlar a la misteriosa Macy. Fue entonces cuando descubrió la belleza salvaje que lo mantenía despierto todas las noches con escandalosas fantasías... Macy había acudido hasta Tanner's Crossing a buscar sus raíces, pero no pudo resistirse a los encantos de aquel cowboy de ojos azules. Rory Tanner era un seductor nato que parecía empeñado en descubrir sus secretos. Pecados del ayer Posiblemente aquél fuera el último hombre bueno... Hacía ya años que Whit Tanner había metido a Melissa Jacobs en su cama y en su corazón, pero después ella se había casado con su mejor amigo. Ahora la bella viuda luchaba por criar a su hijo sola, y el honor de los Tanner obligó a Whit a ayudarla. Melissa Jacobs debía pensar en su hijo y proteger su futuro. Pero en cuanto vio a Whit Tanner, se dejó atrapar por su ternura y descubrió que lo deseaba con toda su alma. No podía evitar preguntarse qué habría pasado... y qué pasaría cuando él descubriera su secreto.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 546 - agosto 2024

© 2004 Peggy Bozeman Morse

El mejor hombre

Título original: The Last Good Man in Texas

© 2004 Peggy Bozeman Morse

Pecados del ayer

Título original: Sins of a Tanner

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1074-090-7

Índice

 

Créditos

El mejor hombre

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Pecados del ayer

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

La esquina noroeste de la plaza de Tanner’s Crossing bullía de actividad. Había camiones de todo tipo, sobre todo de construcción, aparcados a lo largo de toda la calle y los hombres trabajaban sin parar bajo un sol de justicia.

Rory Tanner miraba el edificio casi terminado.

–Quiero que parezca una cuadra –dijo–. Hay que poner vayas de madera y algo de alambre, pero sólo en una esquina, ya sabes, no en todo el local. También un par de cactus por aquí y por allá y, tal vez, una calavera de vaca en la pared. No quiero maniquíes –añadió estremeciéndose–. Me dan grima. En las paredes, pon las telas que te apetezca y coloca pares de botas por todas partes, sobre balas de heno. Quiero que el barro sea de verdad. Quiero mucho realismo. Mucho color y mucho teatro. Quiero que los que pasen por la calle se queden alucinados y entren en la tienda.

Dicho aquello, miró a la mujer que anotaba sus indicaciones.

–¿Vas entendiendo lo que quiero?

–Sí, creo que sí, aunque no sé si voy a poder hacerlo en tan poco tiempo.

Rory sonrió y le pasó el brazo por los hombros.

–Eres la mejor escaparatista del estado, así que no vas a tener problema. Es la primera tienda de mi cadena que abro en mi ciudad natal y tiene que ser la mejor. No quiero que nadie diga que Rory Tanner hace las cosas mal. Tengo que dejar el apellido familiar bien alto –se despidió yendo a buscar al carpintero–. Hola, Jim –saludó a un hombre que estaba colgado en un andamio en la fachada del edificio–. Asegúrate de poner bien ese cartel para que la gente pueda leerlo con facilidad y no se tenga que romper el cuello.

El carpintero chasqueó la lengua y continuó con la tarea de fijar el cartel en el que se leía Tanner’s Cowboy Outfitters.

–¿Necesitas que te ayude con algo, Don? –le preguntó Rory al fontanero.

–Pues lo cierto es que sí porque Gus no ha aparecido hoy, así que échame una mano. Tengo otro casco en la furgoneta y, de paso, tráete más tuberías.

Rory, al que se le daba igual de bien la madera que el aluminio, se puso el casco y ayudó al fontanero.

Mientras ayudaba a Don, Rory miró con orgullo aquella tienda que iba a ser la joya de la corona de su cadena de locales.

Y así debía ser pues allí había nacido y lo conocía todo el mundo. De hecho, muchos se preguntaban cuándo iba a abrir tienda allí y hasta hacía poco tiempo jamás se le había ocurrido.

Sin embargo, desde que había muerto el viejo, los hermanos Tanner habían vuelto poco a poco a casa, a ser una familia de nuevo.

El primero en volver había sido Ace que, al ser el mayor, había tenido que hacerse cargo del testamento.

No sólo eso sino que también se había hecho cargo del Bar-T, el rancho familiar, y de la hija póstuma de su padre, una preciosa niña que había aparecido, literalmente, en la puerta de su casa.

Aquello había pillado a los hermanos completamente por sorpresa. Menos mal que Ace se había casado con Maggie y habían adoptado a Laura.

El último que había vuelto había sido Ry, que también se había casado y se había instalado en el hospital local como cirujano.

Hacía mucho tiempo que Rory no veía a su hermano tan feliz y mucho se lo debía a Kayla, su mujer.

Entre la llegada de Ace y de Ry, Woodrow también había vuelto a casa y se había casado con una pediatra llamada Elizabeth.

Eso quería decir que los únicos solteros que quedaban eran Whit y él. No había hablado con su hermanastro de aquello, pero él tenía muy claro que pensaba seguir disfrutando de su soltería durante muchos años.

Tal vez, para siempre.

No era que no le gustaran las mujeres, por supuesto. Le encantaban las mujeres, le gustaban demasiado como para conformarse con una.

Le gustaba la delicadeza de las mujeres, esa ternura y feminidad que caracterizaban a aquellas maravillosas criaturas.

No como la mujer que se acababa de bajar del Jeep Cherokee. Aquélla no tenía nada de femenina o lo escondía muy bien.

Iba vestida de tela vaquera de arriba abajo, lo que para Rory eran prendas de hombre porque no marcaban las curvas femeninas.

¡Y qué pelo!

Cualquiera hubiera dicho que la habían trasquilado como a una oveja y el resultado era que llevaba mechones de pelo rubio cayéndole por la cara.

En aquel momento, se los estaba apartando con un gesto impaciente mientras miraba el cartel que Jim había terminado de colgar.

Llevaba unas gafas de sol que le ocultaban los ojos, pero tenía pómulos altos, nariz recta y labios carnosos.

Fue en los labios en lo que Rory se fijó mientras iba hacia ella dispuesto a desempeñar el papel del perfecto anfitrión.

–Hola –la saludó con una gran sonrisa–. Todavía no hemos abierto, pero, si quiere que le enseñe la tienda, lo haré encantado.

La mujer lo miró y se giró para irse.

–No, gracias. Me he acercado porque he visto el cartel y estoy buscando a un miembro de la familia Tanner.

Hubo algo en su tono de voz que le indicó a Rory que aquella visita no era de cortesía, lo que hizo que se pusiera en guardia.

–Hay varios Tanner en esta ciudad. ¿A cuál de ellos busca?

–A Buck Tanner –contestó la mujer–. ¿Lo conoce?

Al oír el nombre de su padre, Rory sintió cierta ansiedad, pero consiguió controlarse.

–Sí, lo conozco.

–¿Anda por aquí? –preguntó la mujer mirando a su alrededor.

–No –contestó Rory mirándola con curiosidad–. ¿Para qué lo busca?

La mujer se quitó las gafas y lo pulverizó con la mirada.

–Eso no es asunto suyo.

–Siento decirle que Buck ha muerto –lo informó Rory.

–¿Muerto? –repitió la desconocida palideciendo–. ¿Cuándo?

–El otoño pasado. De un infarto. Se fue así –le explicó Rory chasqueando los dedos.

–No puede estar muerto. Yo... –dijo la mujer mordiéndose los labios y desviando la mirada.

Rory hubiera jurado que tenía lágrimas en los ojos, pero ella se apresuró a ponerse las gafas de sol de nuevo.

Rory se quedó esperando porque no sabía muy bien qué decir.

–Me ha dicho que hay otros Tanner en la ciudad, ¿no? ¿Son familia de Buck?

–Sí, lo son. Tiene cuatro hijos, un hijastro y una hija pequeña a la que jamás conoció.

–Necesito hablar con ellos. ¿Dónde puedo encontrarlos?

–En el Bar-T, el rancho familiar. Está a unos veinte kilómetros a las afueras.

–¿Me podría decir cómo llegar?

–Sí, pero le advierto que no va a conseguir entrar porque ese rancho está más protegido que Fort Knox.

–Tiene que haber alguna manera de ponerse en contacto con esa gente. Tendrán teléfono, ¿no?

–Sí, pero sus números no figuran en la guía –contestó Rory–. Si usted quiere, le puedo concertar una cita.

–¿Para cuándo?

–No lo sé seguro. Son muchos y hace falta darles tiempo para que se reúnan. Dígame en qué hotel se hospeda y yo la llamaré.

–No estoy en ningún hotel. Tengo la caravana aparcada al sur –contestó la mujer montándose en su jeep–. Éste es mi teléfono. Llámeme a cualquier hora del día o de la noche –añadió entregándole un trozo de papel.

Rory miró el número e intentó no sonar irritado cuando habló.

–¿Y usted cómo se llama?

–Macy –contestó la mujer poniendo el coche en marcha–. Macy Keller.

En cuanto Macy Keller se alejó, Rory se puso en contacto con sus hermanos sin perder un minuto.

Llamó a Ace el primero.

–No sé si tenemos problemas –le dijo.

–¿Problemas?

–Sí, acaba de estar aquí una mujer, en la tienda. Ha parado al ver el letrero con nuestro apellido y me ha dicho que estaba buscando a Buck.

–¿A Buck? ¿Te ha dicho para qué?

–No, me ha dicho que no era asunto mío. Le he dicho que murió en otoño y ahora resulta que quiere hablar con su familia. Por supuesto, no le he dicho que era su hijo porque no me ha gustado su actitud. Además, he creído que lo que tuviera que tratar con el viejo debe tratarlo con todos nosotros juntos.

–Maldición.

–Lo mismo digo. Le he dicho que me pondría en contacto con la familia Tanner para concertarle una cita. Ya sé que te aviso con muy poco tiempo, pero ¿podrías pasarte por el rancho esta noche? Creo que, cuanto antes sepamos lo que quiere, mejor.

–Me parece bien. ¿Has hablado con los demás?

–No, tú eres el primero.

–Llámalos y cítalos en el rancho a las ocho.

–Muy bien –contestó Rory colgando el teléfono.

Pensó en llamar a Macy Keller para decirle que la cita estaba concertada para aquella noche a las ocho, pero recordó que le había dicho que le iba a llevar algún tiempo y decidió que era mejor esperar un par de horas.

De lo contrario, tal vez, sospechara algo y comenzara a hacerle preguntas. Por ejemplo, cómo se llamaba.

Y no quería decirle su nombre por teléfono porque, cuando lo hiciera, quería tenerla enfrente para ver la expresión de su rostro cuando se diera cuenta de que la persona que le había concertado una cita con la familia Tanner era nada más y nada menos, que Rory Tanner, el hijo pequeño de Buck.

Rory cruzó las verjas del Bar-T y miró por el espejo retrovisor para asegurarse de que el jeep lo seguía.

Cuando vio que así era, no supo si sentirse aliviado o irritado.

–Prefiero ir en mi coche –murmuró.

¿Por quién lo tomaba?

¿Acaso creía que iba a intentar ligar con ella? ¡Pues lo llevaba claro! Antes, intentaría ligar con una serpiente venenosa.

Aunque era cierto que estaba mucho más guapa que aquella tarde.

Se había puesto unos pantalones de lino y una blusa sin mangas que, sin embargo, tampoco marcaban sus curvas, por lo que Rory no podía deducir si tenía un buen cuerpo o no.

Lo único que sabía era que no debía de haber estado en la cola cuando Dios había repartido pechos; estaba más plana que una tabla.

Al llegar a la casa, Rory contó los coches que había y suspiró aliviado al comprobar que todos sus hermanos habían llegado.

Aparcó al lado del coche de la esposa de Woodrow y salió de su furgoneta. Esperó a que Macy se uniera a él, le indicó que subiera las escaleras y, al llegar a la puerta principal, la abrió sin llamar.

Macy lo miró enarcando una ceja.

–No pasa nada, nos están esperando.

Una vez dentro, la llevó directamente al salón, donde estaban sus hermanos esperándolos. Las conversaciones se acallaron cuando Macy entró en la estancia.

–Macy Keller –les presentó Rory–. Éstos son los Tanner. El que está detrás de la mesa es Ace, el hijo mayor, y la preciosidad que está a su lado es Maggie, su esposa, y Laura, su hija, que también es la hija de Buck.

Macy lo miró confusa y Rory se encogió de hombros.

–Es una historia muy larga. Para resumir, Ace y Maggie adoptaron a la niña cuando Buck murió. Ese tipo enorme y feo que ves en el sofá es Woodrow y la maravillosa mujer que está a su lado es su esposa, la doctora Elizabeth Tanner. A su lado está Kayla, el miembro más reciente de esta familia, que se acaba de casar con el doctor Ry Tanner, que es el segundo hijo de Buck –le explicó–. Y el lobo solitario que está junto a la chimenea es Whit, el hijo adoptado que se cree diferente por ello, pero que no lo es porque es un Tanner, exactamente igual que el resto de nosotros.

–¿Nosotros? –exclamó Macy.

Aquél era el momento que Rory había estado esperando.

–Rory Tanner –se presentó con una gran sonrisa–. Soy el hijo pequeño de Buck Tanner –añadió alargando la mano.

Macy se cruzó de brazos para no estrechársela.

–Podía haberme dicho que era hijo de Buck –lo acusó.

–Sí, pero, como nunca me lo preguntó... –sonrió Rory–. Tome asiento.

–No, gracias, no pienso estar mucho tiempo –contestó Macy acercándose a la mesa y dejando un sobre encima. Miró a Ace–. Tenía que dársela a su padre, pero me imagino que, al ser usted el hijo mayor y albacea de su testamento, sabrá qué hacer con él.

Ace tomó el sobre y lo miró a contraluz.

–Parece un cheque –le dijo frunciendo el ceño.

–Así es. Es un cheque por valor de setenta y cinco mil dólares.

–¿Y hay alguna razón para que me lo entregue?

–Sí, para devolverle a su padre lo que es suyo.

–Lo siento, pero va a tener usted que darnos alguna explicación más.

Intrigado por lo que estaba ocurriendo, Rory se sentó en una silla sin perder de vista a Macy, que tenía los puños apretados a ambos lados del cuerpo.

–Buck me hizo un fondo –le dijo–. Y yo se lo devuelvo –añadió señalando el sobre.

–Me gustaría que nos contara la historia entera.

–¿Qué es exactamente lo que quieren saber?

–Todo. Para empezar, por qué Buck le hizo un fondo.

Macy apretó los dientes.

–Porque creía que era mi padre.

Ace enarcó una ceja.

–¿Creía?

Macy asintió.

–¿Y cómo es eso?

–Mi madre le dijo que estaba embarazada y que el niño era suyo.

–¿Y era mentira?

Macy apretó los dientes.

–Sí.

–¿Y usted lo sabía?

–No, yo creía también que era mi padre.

–¿Y cuándo se ha enterado de que no lo era?

–Hace un par de meses que mi madre me lo dijo. Supongo que quería irse con la conciencia tranquila porque se estaba muriendo.

–¿Ha gastado usted el dinero del fondo antes de enterarse de que no era su padre?

–¿Y eso qué importa? Lo estoy devolviendo, que es lo que cuenta, ¿no?

–Lo devolverá si nosotros lo aceptamos –la informó Ace.

–¿Por qué no lo iban a aceptar? –gritó Macy–. Era de su padre y me lo dio porque lo engañaron. Yo lo único que quiero es dejar las cosas claras.

–Aquí lo único cierto es que Buck se sintió en la obligación de poner cierta cantidad de dinero a su nombre, así que el dinero es suyo –le dijo moviendo el sobre hacia ella–. Mis hermanos y yo no tenemos nada que ver.

–No, he venido hasta aquí para devolverlo y eso es lo que quiero hacer –insistió Macy alejándose de la mesa–. En lo que a mí respecta, ya está todo dicho.

–Pero...

Macy levantó una mano para interrumpirlo.

–Ese dinero no es mío sino suyo. Ustedes son Tanner. Yo no.

Y, dicho aquello, salió de la casa sin que a nadie le diera tiempo de impedírselo. El portazo confirmó su salida.

–¿Qué os parece? –dijo Ace poniéndose en pie.

–Parece que no hemos salido mal parados de ésta –contestó Woodrow.

Ace frunció el ceño.

–No sé si hemos salido todavía.

–¿Por qué dices eso? –preguntó Woodrow confuso–. La chica acaba de decir que Buck no era su padre, ha devuelto el dinero y se ha ido sin pedir nada. Deberíamos estar dando gracias al cielo porque podría habernos pedido una parte del rancho.

–Sí, podría haberlo hecho y eso es, precisamente, lo que me preocupa. ¿Por qué no lo ha hecho?

Rory miró a sus hermanos y vio que todos se preguntaban lo mismo.

–¿Quizá porque es honrada y sólo quería deshacer un entuerto?

–Puede ser –contestó Ace pasándose los dedos por el pelo–, pero también podría ser que tuviera algo preparado para nosotros. Puede ser que la confesión de su madre moribunda no fuera cierta. A lo mejor, nos devuelve los setenta y cinco mil dólares porque va a pedirnos mucho más.

–¿Por qué preocuparnos por algo que no ha sucedido? –objetó Rory.

–Porque más vale estar preparados –contestó Ace.

–Yo creo que Ace tiene razón –intervino Maggie–. Pensadlo. ¿Qué mujer en su sano juicio iba a devolver setenta y cinco mil dólares a unas personas que ni siquiera sabían que los tenía?

–¿Una persona honrada? –insistió Rory.

–¿Y tú sabes que lo es? –le espetó Ace.

Rory se encogió de hombros.

–Claro que no. La conozco desde esta tarde. Jamás la había visto antes en mi vida.

–Me ha parecido que se ha ido llorando.

Rory se giró hacia Elizabeth.

–¿Sí?

Elizabeth asintió.

–¿Te ha dicho de dónde venía? –preguntó Ace.

–No, sólo sé que tiene la caravana aparcada al sur de la ciudad –contestó Rory.

–Si ha venido en caravana es porque piensa quedarse por aquí un tiempo y creo que deberíamos vigilarla para descubrir qué es lo que se propone.

–¿Y cómo demonios vamos a hacer eso? –preguntó Rory.

–Uno de nosotros tiene que hacerse amigo suyo –contestó Ace–. Es la única manera de descubrir sus planes.

–¿Y en quién estás pensando para esa bonita tarea? –preguntó Rory.

Ace se quedó mirándolo y Rory se dio cuenta de que todos los demás también lo miraban.

–No, no, yo no pienso ponerme a espiarla.

–No hay que espiarla sino ser su amigo –contestó Ace.

–¿Por qué yo?

–Porque tú vives aquí ahora.

–Whit también.

Ace se giró hacia Whit.

–No, Ace, por favor. Ya sabes que soy muy tímido con las mujeres. Jamás conseguiría hacerme amigo suyo.

Rory sabía que lo que Whit decía era cierto.

–Esto no es justo –se quejó.

–¿Desde cuándo te quejas por tener que cortejar a una mujer? –bromeó Woodrow.

–Ése es el problema. Macy Keller es una mujer que no tiene absolutamente nada de mujer –murmuró Rory–. Está bien, yo me hago cargo de esto, pero quiero que quede claro que siempre me dais a mi las peores tareas –añadió yendo hacia la puerta.

Ace se acercó y le entregó el cheque.

–Devuélvele esto –le dijo dándole una palmadita en el hombro–. Y, tranquilo, lo vas a hacer muy bien.

Macy salió del rancho de los Tanner a toda velocidad.

No se podía creer que le hubieran dicho que se quedara con el dinero. ¿Estaban locos o es que eran masoquistas? Tal vez, les gustaba ver sufrir a los demás.

Por si no había sido poco tener que admitir que su madre había mentido, había tenido que sufrir la humillación de que no aceptaran el dinero, la única manera que tenía de deshacer el entuerto y quedarse con la conciencia tranquila.

Macy estaba furiosa, sobre todo con el vaquero que le había tomado el pelo desde el principio no diciéndole que era un Tanner.

La había engañado e incluso se había atrevido a flirtear con ella y todo sin decirle que era el hijo pequeño de Buck Tanner.

Y, para colmo, había disfrutado engañándola.

Macy sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Aquel chico tenía lo que ella había querido tener durante muchos años, el apellido Tanner, pero todos aquellos años se habían ido al garete porque ahora sabía que no era una Tanner.

Lo único que sabía era que no sabía quién era.

Capítulo Dos

Ace había intentado ponerse en contacto con él varias veces en el teléfono móvil, pero Rory no contestaba porque sabía lo que quería su hermano, saber si había hablado con la última pesadilla de los Tanner: Macy Keller.

Y él todavía no había hecho nada al respecto.

No la había llamado porque no sabía qué decirle.

«Hola, soy Rory, el que te engañó ayer. Quería saber si tenías pensado hacerle algo malo a mi familia».

Sí, claro, como si le fuera a contar así, tranquilamente, si tuviera un as escondido en la manga.

En cualquier caso, su familia le había encargado que la vigilara y tenía que hacerlo.

Maldición.

Prefería tomarse una botella de aceite de ricino que hacer amistad con aquella mujer que tenía el mal carácter de uno oso y la dulzura de un puercoespín.

Aunque, normalmente, Rory no tenía absolutamente ningún problema a la hora de acercarse a las mujeres, no se le ocurría cómo hacerlo con aquélla en particular.

Iba de camino a buscarla cuando, al pasar por la plaza del pueblo, vio su coche aparcado enfrente de la biblioteca pública.

Rory se apresuró a aparcar la furgoneta justo detrás del coche y esperó. Tuvo que esperar un buen rato, pero al final Macy salió de la biblioteca.

Rory se fijó en que parecía decepcionada y se preguntó por qué sería. ¿Qué habría esperado encontrar en la biblioteca?

Decidió que ya lo pensaría luego, se bajó de la furgoneta y se apoyó en el capó su coche.

–Vaya, me alegro de volver a verla –le dijo con voz sexy.

Macy lo miró y apretó los dientes.

–Está sentado en mi coche.

–Ya lo sé.

–¿Qué quiere?

–¿De la vida en general? –contestó Rory apartándole un mechón de pelo de la cara–. ¿O de la preciosa mujer que tengo ante mí?

–No vayas por ahí, Romeo, porque a mí esas cosas no me engañan –contestó Macy apartándole la mano.

–Vaya, si no supiera que es mentira, diría que no te caigo bien –dijo Rory llevándose la mano al pecho.

–No me caes bien –dijo Macy abriendo la puerta del coche.

Rory la siguió.

–¿Cómo puedes decir eso? Apenas me conoces.

–Conozco a los hombres como tú.

–¿Ah, sí? ¿Y cómo somos?

–Unos ligones –contestó Macy irritada.

–Vaya, normalmente, a las mujeres les parezco irresistible –insistió Rory apoyándose en la puerta para que no la abriera.

–¿De verdad? –contestó Macy fingiendo sorpresa–. Pues a mí, para que lo sepas, me pareces un asqueroso y un mentiroso, lo que hace completamente imposible que me caigas bien, así que te aconsejo que no pierdas el tiempo ni me lo hagas perder a mí y te vayas inmediatamente.

–Y yo que había venido a invitarte a cenar –se lamentó Rory.

–Antes prefiero morirme de hambre.

–Eso sería una lástima. Resulta que conozco al dueño del mejor restaurante de la zona. Bubba y yo somos amigos desde pequeños.

–No me interesa –contestó Macy apartándolo de su camino–. Si no te importa, tengo cosas que hacer.

–Veo que estás decidida a romperme el corazón.

–No creo que tengas.

–Espero que sepas hacer el boca a boca porque me estoy empezando a encontrar mal.

–Eso es tu ego, no tu corazón –le espetó Macy.

–¿Pero a ti qué te pasa? Sólo pretendo ser amable contigo.

–¿Por qué?

–¿Es que hay que tener una razón concreta para ser amable con una señorita? –contestó Rory levantando las manos en actitud de rendición.

Macy lo miró con una ceja enarcada.

–Mira, yo no te conozco y tú no me conoces, pero, por lo que nos has contado, tu madre y nuestro padre tuvieron algún tipo de relación. Yo lo único que quiero es continuar esa relación de manera educada.

–La relación que tuvieron nuestros padres terminó hace muchísimos años y no tiene absolutamente nada que ver con nosotros. Os he devuelto el dinero que vuestro padre me entregó, así que no tenemos nada más que decirnos.

–Eso no está tan claro.

–¿Y eso qué quiere decir?

–Quiere decir que, si tu único propósito al venir aquí hubiera sido devolvernos el dinero, ya te habrías ido, pero sigues aquí.

–No es asunto tuyo, pero te diré que mi único propósito al venir aquí no era devolveros el dinero. Hasta hace dos meses, creía que Buck Tanner era mi padre y, ahora que sé que no lo era, quiero averiguar de quién soy hija –le explicó subiéndose al coche–. Y os guste a vosotros o no, me voy a quedar en Tanner’s Crossing hasta que lo averigüe.

–¿Me estás diciendo que no sabes quién es tu padre?

–Exactamente –contestó Macy–. Ahora, si no te importa... –añadió tirando de la puerta.

Pero Rory no la soltó. Vio que Macy tenía lágrimas en los ojos y comprendió que no iba a llorar delante de él.

–Dices que tu madre murió, así que obviamente o no quería que supieras quién es tu padre o no le dio tiempo a decírtelo antes de morir –recapacitó en voz alta mirándola a los ojos–. No quería que lo supieras –concluyó al ver su dolor.

Macy metió la llave en el contacto y puso el coche en marcha.

–Muy bien, Sherlock Holmes, buen trabajo –se burló–. Ahora, a menos que quieras que te parta el brazo, te aconsejo que sueltes la puerta.

–Por eso has ido a la biblioteca, ¿verdad? Estás buscando pistas, leyendo periódicos antiguos para ver si decían algo de tu madre que pueda ayudar.

–¿Te ganas la vida como detective? Por desgracia, mi madre no solía aparecer en los ecos de sociedad de los periódicos.

–¿Has hablado con tus hermanos?

–No tengo hermanos.

–Entonces, ¿qué vas a hacer?

Macy apretó el volante con fuerza.

–Mirar en el registro del condado y hablar con la gente de por aquí. Seguro que alguien me dice algo.

–No te creas. Aquí la gente no abre la boca.

–¿Por qué?

–Porque Tanner’s Crossing es una ciudad pequeña y la gente se protege de los desconocidos. ¿Te crees que puedes aparecer aquí de repente y ponerte a hacer preguntas? No te van a decir absolutamente nada.

Nada más decirlo, Rory se dio cuenta de que aquélla era la excusa perfecta para seguir viéndola.

–Si quieres, yo podría ayudarte –se ofreció–. Soy un Tanner, todo el mundo me conoce, he nacido y me he criado aquí. La gente confía en mí. Mi apellido te abriría puertas que, de otra manera, permanecerán para siempre cerradas.

Macy se quedó mirándolo, si estuviera dispuesta a aceptar pero, al final, le dio un golpe y cerró la puerta.

–Buen intento, Romeo, pero ni quiero ni necesito tu ayuda.

Rory puso los ojos en blanco al ver quién lo llamaba al móvil y contestó.

–Sí, Ace, he hablado con ella –le dijo a su hermano sin preámbulos.

–¿Cómo sabías que era yo?

–Porque soy clarividente –bromeó Rory firmando unas cuantas facturas–. He hablado con Macy y me ha dicho que se va a quedar por aquí hasta que averigüe quién es su padre.

–¿La has creído?

Rory frunció el ceño.

–Estás de lo más malpensado últimamente.

–Sólo soy prudente. Cualquier cosa que tenga que ver con el viejo es mejor tomársela con prudencia.

–Te entiendo.

–Entonces, ¿piensas seguir vigilándola?

–¿Tengo elección?

–No.

Rory suspiró.

–Entonces, supongo que sí.

Macy se abrazó al volante y dejó caer la cabeza.

Llevaba dos días mirando en los registros, buceando entre documentos y hablando con la gente, y no había conseguido nada.

Absolutamente nada.

Levantó la cabeza y se quedó mirando por el parabrisas, dándose cuenta, aunque no le gustara, de que Rory Tanner tenía razón.

Los habitantes de Tanner’s Crossing no le iban a contar nada a una desconocida.

Necesitaba ayuda.

Por desgracia, la única persona a la que conocía por allí era Rory y antes que pedirle ayuda a él estaba dispuesta a comerse un plato entero de coles en Bruselas, la verdura que más asco le daba.

Aunque era tan guapo como Matthew McConaughey, no lo podía soportar porque la había engañado y humillado delante de toda su familia.

Macy se recordó que le había ofrecido su ayuda y ella la había rechazado.

Puso el coche en marcha pensando en que jamás accedería a ayudarla después de cómo lo había tratado, pero no tenía nadie a quién recurrir, así que tenía que ir a hablar con él.

Al llegar a la plaza del pueblo, aparcó frente a su tienda y lo vio inmediatamente, de espaldas a la fachada y hablando por teléfono.

Desde luego, su lenguaje corporal indicaba que estaba realmente furioso pues tenía las piernas abiertas y la espalda tensa.

Aunque jamás se lo admitiría nadie y menos a él, que ya se creía el rey de las nenas, aquel hombre podría haber protagonizado una fantasía que tenía cuando era adolescente.

Entonces, soñaba con que un vaquero a lomos de un caballo venía a rescatarla de una vida que su madre había convertido en un infierno. El vaquero la raptaba a golpe de pistola para que ni su madre ni su padrastro pudieran hacer nada, la montaba en su caballo y se alejaba hacia el horizonte para darle la vida que ella siempre había querido.

«Debía de ver demasiadas películas del oeste por aquel entonces», pensó Macy concentrándose en el objeto de su visita.

Se bajó del coche y fue directamente hacia Rory. Había llegado casi a su lado cuando lo oyó gritar.

–¡Me importa un rábano lo que diga ese caradura! Ha firmado un contrato conmigo para ocuparse del jardín. ¡Encuéntralo y dile que venga aquí inmediatamente!

Acto seguido, esperó la contestación, que no le debió de gustar en absoluto pues estrelló el teléfono móvil contra la fachada del edificio.

Al girarse, se encontró con Macy.

–¿Qué demonios quieres? –le espetó.

«Me parece que no es el mejor momento para pedirle un favor», pensó Macy.

Sin embargo, al mirar las plantas, que se estaban deshidratando bajo aquel sol, decidió que aquello podía ser un trueque en lugar de un favor. Aquella idea le gustó más que ponerse de rodillas y suplicar.

–Parece que tu jardinero no va a venir –le dijo metiéndose las manos en los bolsillos y desplegando una actitud casual.

–El muy canalla se ha ido de vacaciones a las Bahamas. Le debe de parecer más importante que cumplir el contrato que tenía conmigo –ladró Rory.

–Qué pena porque estas plantas están sedientas –le advirtió paseándose entre las flores y acariciando las hojas, que ya comenzaban a decaer–. Se van a morir con este calor si no las transplantáis pronto.

–Ya lo sé –contestó Rory siguiéndola–. De hecho, en cuanto te vayas, me voy a poner manos a la obra para solucionarlo.

–Yo podría encargarme de ello –anunció Macy parándose ante una maceta rota.

–¿Tú? –exclamó Rory sorprendido.

Irritada porque dudara de su habilidad, Macy frunció el ceño.

–Sí, yo –contestó inclinándose para estudiar una yuca–. Si lo que te preocupa es que no sepa hacerlo, te equivocas. Tengo mucha experiencia.

–¿Ah, sí? ¿Con las plantas de tu jardín? –se burló Rory–. Mira, guapa, estamos hablando de por, lo menos, diez horas de duro trabajo y eso si tienes cuadrilla.

Macy se puso en pie y se limpió las manos.

–No creo que me costara mucho. Supongo que habrá gente deseando trabajar por aquí.

–¿Todo esto me lo estás diciendo serio? –quiso saber Rory mirándola detenidamente.

–Sí.

Rory consideró la propuesta.

–¿Y cuánto me cobrarías?

–Solamente cobrarían los chicos. Yo prefiero trabajar a cambio de otra cosa.

–¿Y que tienes en mente?

–Yo me ocupo de tu jardín y tú me ayudas a encontrar a mi padre.

–Ah –dijo Rory enarcando una ceja–. Supongo que lo dices porque te han cerrado unas cuantas puertas en las narices.

–Unas cuantas –admitió Macy.

–Ahora te tendría que decir «ya te lo advertí», pero soy un caballero y no te lo voy a decir.

–Si fueras un caballero de verdad, ni lo habrías mencionado.

Rory sonrió y extendió la mano.

–Sea o no un caballero, trato hecho. ¿Cuándo empiezas?

Macy se quedó mirándolo y se dijo que debía estrecharle la mano, no había más remedio, así que lo hizo rápidamente y, a continuación, se giró hacia su coche y se limpió la palma de la mano en los pantalones.

–Volveré en cuanto haya conseguido reunir una cuadrilla –contestó–. No creo que tarde mucho.

Menos mal que Rory no era hombre de hacer apuestas porque, si lo hubiera sido y hubiera apostado el rancho a que no volvería a ver a Macy, lo habría perdido ya que apareció en menos de una hora con el coche lleno de hombres y herramientas.

Impresionado, salió de la tienda y la observó mientras distribuía el material entre los hombres. Se fijó en que llevaba pantalones sueltos y camiseta amplia y comprendió que debía de vestir así normalmente para trabajar.

Llevaba una gorra con la visera bajada, gafas de sol que le tapaban los ojos y zapatillas de deporte.

Una vez distribuidas las herramientas, les dijo a los hombres que la siguieran hacia un palé de césped. Una vez allí, les indicó en español lo que debían hacer.

Tras asegurarse de que la habían comprendido, volvió al coche, tomó un cuaderno, se quedó mirando el lugar y comenzó a escribir.

Curioso por saber lo que estaba haciendo, Rory se acercó a ella.

–¿Qué haces?

Macy dio un respingo y se giró hacia él con el ceño fruncido.

–Un boceto –contestó.

–¿Eres pintora?

–No, soy paisajista.

–¿Y por qué no me lo has dicho?

–¿Y por qué no me dijiste tú que eras un Tanner? –sonrió Macy dirigiéndose a la parte frontal del edificio.

«Uno a uno», pensó Rory con admiración.

Volvió a seguirla y la encontró muy concentrada, mirando el edificio y haciendo bocetos sin parar.

Rory se quedó con la boca abierta al ver cómo hacía planos de su tienda en un abrir y cerrar de ojos

–Se te da muy bien –comentó realmente admirado.

–Me las apaño –murmuró Macy sin parar de trabajar.

–¿Te enseñaron a dibujar en la escuela de paisajismo?

–Sí y no. Si porque teníamos que dibujar estructuras a escala y no porque no había clases formales en las que nos enseñaron la técnica artística –le explicó Macy mordiéndose el labio–. No hay sitio para poner lechos colgantes –pensó en voz alta–. Pero la parte de delante necesita color, así que voy a poner plantas en macetas y un par de barriles de whisky –recapacitó añadiéndolos al boceto–. Aquí quedaría bien un abrevadero, debajo de las ventanas –añadió dibujándolo también–. Da carácter y autenticidad a la tienda. Podríamos llenarlo con flores de temporada como geranios en verano y pensamientos en invierno. Si lo prefieres, podemos poner plantas carnosas, que duran todo el año. Y en este lado de aquí podríamos poner árboles ornamentales. Unos cuantos laureles quedarían bien. Tienen luz y espacio suficiente. Si quieres más color, podemos poner también mirtos. Poniendo árboles aquí pones una barrera entre tu tienda y las demás y, de paso, obtienes intimidad y belleza a la vez.

Rory sacudió la cabeza, sorprendido ante la rapidez con la que Macy lo había resuelto todo.

–Eres realmente buena.

–Tu padre pagó mi educación –contestó Macy–. Como ves, no tiró el dinero. Aunque ya os lo he devuelto.

–Hablando de eso, toma –dijo Rory sacándose el cheque de la cartera–. Es tuyo. Mis hermanos y yo lo hemos hablado y queremos que te lo quedes.

Macy se quedó mirando el cheque, se giró y se alejó.

–Pero yo no lo quiero.

Rory la siguió.

–Es absurdo discutir. Ni queremos ni necesitamos el dinero y, además, Buck te lo dio.

–Por coacción.

–Macy...

Macy se giró hacia él con decisión.