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El ensayo de "Das Geheimniß des Kosmopoliten-Ordens" (El misterio de la orden de los cosmopolitas) se publica en 1788 en el Teutscher Merkur, en Alemania. El cosmopolitismo fue una de las bases ideológicas de la Ilustración. Los cosmopolitas, en secreto, aunque vistos por todos, trabajaban en busca de la perfección y la grandeza a través de la estricta práctica de la moral y de la armonía, aun de sus actos más simples, y consideraban a todos los pueblos como ramas de una sola familia y al universo como un Estado que debía conseguir esa perfección conforme a las leyes de la naturaleza y al compromiso y la superación de cada uno de sus miembros mediante el máximo desarrollo de sus capacidades individuales. Sólo quien lucha por lograr esa perfección puede llamarse ciudadano del mundo; es decir, un cosmopolita, y es la razón la que dicta las normas que debe seguir
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El misterio de la orden de los cosmopolitas
20 años
de cien Pequeños Grandes Ensayos que caben en la palma de la mano
COLECCIÓN
PEQUEÑOS GRANDES ENSAYOS
Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCoordinación de Difusión CulturalDirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
CHRISTOPH MARTIN WIELAND
El misterio de la orden de los cosmopolitas
Traducción y prólogo de
RICARDO RUIZ LEÓN
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO2024
PRÓLOGO
Ricardo Ruiz León
EL MISTERIO DE LA ORDEN DE LOS COSMOPOLITAS
EL SECRETO DE LOS COSMOPOLITAS
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
CRONOLOGÍA DE CHRISTOPH MARTIN WIELAND
NOTA AL PIE
BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA
AVISO LEGAL
A Christoph Martin Wieland, elogiado por grandes figuras de la literatura alemana, como Johann Jakob Bodmer o el mismo Johann Wolfgang von Goethe, se le considera uno de los grandes del Clasicismo alemán e incluso ha sido llamado “el escritor favorito del siglo de la Ilustración en Alemania”.1 Es una lástima que hoy en día sea tan poco estudiado en los países de habla alemana y que casi nadie en América Latina conozca al también creador de la Historia de Agatón, primera Bildungsroman o “novela de formación o de aprendizaje” en la historia;2 en este género literario el tema central es el desarrollo de un personaje casi siempre joven.
Así pues, el sentido pedagógico es primordial en la obra poética de Wieland. Por ejemplo, en la novela Las aventuras de don Sylvio de Rosalva3 –una parodia que se vale de los convencionalismos y los clisés de los cuentos de hadas para exhibir y ridiculizar los defectos e ineptitudes de la sociedad de la época e inclusive los propios–, el personaje principal, don Sylvio, es un joven en cuyo cerebro se introdujo “el mundo poético y encantado, y desplazó al mundo real”. Sin embargo, al final, un filósofo inventa un cuento de hadas muy extravagante y disparatado para desterrar de su mente toda creencia en hadas y seres fantásticos. De manera que Wieland encuentra en la filosofía, en la razón (al igual que muchos de sus contemporáneos de la Aufklärung),4 la clave para el desarrollo intelectual del individuo.
No obstante, en la época de la Aufklärung o la Ilustración no había un acervo fijo de ideas que compartieran los filósofos ilustrados. La filosofía del también llamado Siglo de las Luces, dice Ernst Cassirer, “trata de desvelar la forma fundamental de la realidad, la forma de todo ser natural y espiritual”.5 Los intelectuales alemanes (como Johann Gottfried von Herder o Gotthold Ephraim Lessing, por ejemplo), en particular, veían en el idioma, la filosofía, la literatura y especialmente en el teatro los potenciales elementos de una unión y consolidación alemana y, al mismo tiempo, buscaban la formación del alemán como lengua literaria, pues en el siglo XVIII Alemania no existía como tal, sino que prevalecían numerosos pequeños estados independientes. Los cismas que habían creado la Reforma y Contrarreforma, así como la Guerra de los Treinta Años, impidieron cualquier intento de centralización y unificación y, aunque el Sacro Imperio Romano Germánico perduraría hasta el año 1806, el poder lo ejercían de facto los príncipes y nobles de numerosos estados y reinos soberanos.
Debemos buscar las raíces del pensamiento ilustrado en los progresos científicos de los siglos precedentes, ya que la Ilustración consistía, más bien, en un nuevo modo de pensar; “no recoge el ideal de este estilo de pensar en las enseñanzas filosóficas del pasado, sino que lo forma ella misma según el modelo que le ofrece la ciencia natural de su tiempo”.6 La naturaleza y el mundo se regían por ciertas leyes y había una ilimitada confianza en que el intelecto humano era capaz de descubrirlas y delinearlas tal como Newton lo había hecho al describir el movimiento de los cuerpos celestes en su Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. De este modo, los presupuestos que constreñían al pensamiento libre fueron aniquilados y remplazados por los de la filosofía (recordemos que en ese entonces la ciencia estaba contenida dentro de la filosofía). Así pues, “la filosofía del siglo XVIII se enlaza por doquier […] con el paradigma metódico de la física newtoniana; pero lo aplica universalmente. No se contenta con considerar el análisis como el gran instrumento intelectual del conocimiento fisicomatemático, sino que ve en él el arma necesaria de todo pensamiento en general”.7 Este método de análisis se manifestó en cada una de las diversas áreas del saber humano, sobre todo, en el conocimiento de la naturaleza y luego en la epistemología, metafísica, ética, política y en la estética (la cual fue fundada como disciplina filosófica independiente, precisamente, en este Siglo de las Luces).
La vida de Christoph Martin Wieland coincide con esta revolución del pensamiento. Nació en 1733 en Oberholzheim, un pueblo que entonces pertenecía a Biberach an der Riss, en el sur de Suabia. Wieland creció ceñido por el pietismo, era hijo de un pastor protestante que había estudiado en Halle cuando dicho movimiento teológico encabezado por Philipp Jacob Spener estaba en pleno auge. El pietismo tenía como objetivo renovar espiritualmente la fe cristiana a través de la “actitud” y el “sentimiento” religiosos, además de practicar una férrea oposición al dogmatismo y a las instituciones eclesiásticas.8 El pietismo se desarrolló, en principio, por el descontento contra la ortodoxia religiosa y su intelectualismo. En lugar de respaldar la obediencia y conformidad con el sistema, el pietismo enfatizó el aspecto subjetivo de la fe; es decir, las experiencias personales, sus sentimientos, pero sobre todo su participación en los asuntos religiosos.
Además de sus convicciones religiosas, ya a temprana edad Wieland estaba familiarizado con los autores de la Antigüedad clásica. Dominaba a tal punto el latín que “a los 15 años ya había leído a todos los clásicos romanos en el arte de la poesía y la filosofía. Y su conocimiento del griego era tan extraordinario que podía leer a Platón junto a Homero en el original”.9 Wieland siempre mostró un gran interés por la literatura y la filosofía inglesa; estudió a Henry Fielding, Laurence Sterne, Edmund Spenser y Samuel Richardson; por consejo de Lessing fue el primero en verter la obra de Shakespeare a la lengua alemana. Sin embargo, nos dice Charles Elson, fue Shaftesbury el que quizás tuvo mayor repercusión en la obra de Wieland.10 Elson muestra numerosas evidencias del contacto directo de Wieland con los escritos de Shaftesbury y su admiración por él: “era un constante compañero junto a los antiguos griegos favoritos, Platón, Jenofonte y Sócrates”.11
Dos eran las escuelas que la nueva pedagogía pietista favorecía para que en ellas fueran educados los hijos de familias cultas de clase alta: “el aún floreciente Pedagógico de Halle y la escuela de Klosterbergen, cerca de Magdeburgo, la cual había decaído en los últimos años de guerra”.12 A esta última ingresa en 1747, y ahí entra en contacto con las ideas de la Ilustración francesa e inglesa.13 Uno de sus principales mentores en esa institución fue Johann Adam Steinmetz, quien era, según la expresión de Wieland, “devoto hasta el fanatismo”14 y, bajo el cuidado del abad Steinmetz, entonces director de aquel instituto, Wieland, “debido a su inclinación hacia el pietismo, estaba expuesto a convertirse en un fanático religioso”.15