El Parásito Azul - Machado de Assis - E-Book

El Parásito Azul E-Book

Machado de Assis

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Beschreibung

Camilo, un joven médico recién licenciado, regresa a su pueblo natal en Goiás para reunirse con su familia. Allí conoce a Isabel, una bella y enigmática joven por la que se siente atraído, pero que le resulta indiferente. Sin embargo, la frialdad de la muchacha esconde un secreto sorprendente, que se desvela a medida que transcurre la historia. La historia combina misterio, ironía y crítica social, explorando temas como el destino y las ilusiones del amor.

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Seitenzahl: 70

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice de contenido
El Parásito Azul
SINOPSIS
AVISO
I: DE VUELTA A BRASIL
II: A GOIÁS
III: EL ENCUENTRO
IV: LA FIESTA
V: PASIÓN
VI: REVELACIÓN
VII: LOS ACONTECIMIENTOS SE PRECIPITAN

El Parásito Azul

Machado de Assis

SINOPSIS

Camilo, un joven médico recién licenciado, regresa a su pueblo natal en Goiás para reunirse con su familia. Allí conoce a Isabel, una bella y enigmática joven por la que se siente atraído, pero que le resulta indiferente. Sin embargo, la frialdad de la muchacha esconde un secreto sorprendente, que se desvela a medida que transcurre la historia. La historia combina misterio, ironía y crítica social, explorando temas como el destino y las ilusiones del amor.

Palabras clave

Amor no correspondido, Secreto, Desilusión

AVISO

Este texto es una obra de dominio público y refleja las normas, valores y perspectivas de su época. Algunos lectores pueden encontrar partes de este contenido ofensivas o perturbadoras, dada la evolución de las normas sociales y de nuestra comprensión colectiva de las cuestiones de igualdad, derechos humanos y respeto mutuo. Pedimos a los lectores que se acerquen a este material comprendiendo la época histórica en que fue escrito, reconociendo que puede contener lenguaje, ideas o descripciones incompatibles con las normas éticas y morales actuales.

Los nombres de lenguas extranjeras se conservarán en su forma original, sin traducción.

 

I:DE VUELTA A BRASIL

 

Hace unos dieciséis años, el Sr. Camilo Seabra, oriundo de Goiás, llegó a Río de Janeiro procedente de Europa para estudiar medicina y ahora regresaba con el diploma en el bolsillo y cierta añoranza en el corazón. Regresaba tras ocho años de ausencia, después de haber visto y admirado las principales cosas que un hombre puede ver y admirar allí, cuando no carece de gusto ni de medios. Tenía ambas cosas, y si hubiera tenido un poco más de sentido común, no mucho, se habría divertido mejor de lo que lo había hecho, y podría decir con justicia que había vivido.

A sus sentimientos patrióticos no ayudó la cara con la que entró en la barra de la capital brasileña. Estaba cerrado y meretricio, como quien sofoca algo que no es precisamente la dicha terrenal. Arrastró una mirada aburrida por la ciudad, que se iba desplegando a medida que el barco se dirigía al fondeadero. Cuando llegó el momento de desembarcar, lo hizo con la misma alegría con la que el reo cruza el umbral de la prisión. La escalerilla se alejó del barco, en cuyo mástil flotaba una bandera tricolor; Camilo murmuró para sí:

- ¡Adiós, Francia!

Luego se vio envuelto en un magnífico silencio y se dejó llevar a tierra.

El espectáculo de la ciudad, que hacía tanto tiempo que no veía, siempre le había llamado la atención. Sin embargo, no tuvo la emoción de Ulises al ver la tierra de su patria. Más bien sentía asombro y aburrimiento. Comparó lo que veía ahora con lo que había visto durante muchos años, y sintió que la dolorosa añoranza que minaba su corazón se hacía cada vez más estrecha. Fue al primer hotel que le pareció conveniente y decidió pasar allí unos días antes de seguir viaje a Goiás. Cenó en soledad y tristeza, con la mente llena de mil recuerdos del mundo que acababa de dejar y, para dar un impulso aún mayor a su memoria, en cuanto terminó la cena, se estiró sobre un canapé y empezó a desentrañar un rosario de crueles desgracias.

En su opinión, ningún mortal había experimentado más dolorosamente la hostilidad del destino. Ni en el martirologio cristiano, ni en los trágicos griegos, ni en el Libro de Job había siquiera un leve esbozo de sus desgracias. Veamos algunos rasgos patéticos de la existencia de nuestro héroe.

Nació rico, hijo de un terrateniente de Goiás, que nunca había visto otra tierra que su provincia natal. En 1828, se encontraba allí un naturalista francés, con el que Comendador Seabra tenía relaciones, y con el que se hizo tan buen amigo que no quiso otro padrino para su único hijo, que entonces tenía un año. Mucho antes de ser naturalista, había cometido algunas venialidades poéticas que le valieron algunos elogios en 1810, pero que el tiempo -viejo moldeador de la eternidad- se llevó consigo al depósito infinito de las cosas inútiles. El antiguo poeta le había perdonado todo, excepto el olvido de un poema en el que había metrificado la vida de Fúrio Camilo, poema que aún leía con sincero entusiasmo. Como recuerdo de aquella obra de juventud, llamó Camilo a su ahijado, y el padre Maciel lo bautizó con ese nombre, para regocijo de sus familiares y amigos.

- Compadre -dijo el Comendador al naturalista-, si este pequeño tiene éxito, lo enviaré a su país para que aprenda medicina o cualquier otra cosa que lo haga un hombre. Si encuentra la manera de trabajar con plantas y minerales, como tú, no te cortes; dale la suerte que te parezca como si fuera tu padre, que lo es, espiritualmente hablando.

- ¿Quién sabe si viviré tanto?, dijo el naturalista.

- Oh, lo harás! protestó Seabra. Ese cuerpo no engaña; es duro como el hierro. ¿No lo veo andar todos los días por estos bosques y campos, indiferente a soles y lluvias, sin tener jamás el menor dolor de cabeza? Estaría muerto en la mitad de sus trabajos. Tendrás que vivir con mi hijo y cuidarlo cuando haya terminado aquí sus primeros estudios.

La promesa de Seabra se cumplió puntualmente. Camilo marchó a París después de algunos trabajos preparatorios, y allí su padrino le cuidó como si realmente fuera su padre. El comendador no reparaba en gastos para que a su hijo no le faltase de nada; la asignación que le enviaba bien podía servir para dos o tres personas en las mismas circunstancias. Además del dinero de bolsillo, en Pascua y Navidad recibía almendras y golosinas festivas que le enviaba su madre y que le llegaban a las manos bajo la forma de algunos excelentes mil francos.

Hasta ese momento, el único punto negro en la existencia de Camilo era su padrino, que solía resguárdalo por miedo a que el niño se perdiera en los precipicios de la gran ciudad. Sin embargo, su buena estrella quiso que el antiguo poeta de 1810 descansara en la nada junto a sus extintas producciones, dejando algunas huellas de su paso por la ciencia. Camilo se apresuró a escribir a su padre una carta llena de reflexiones filosóficas.

La frase final decía así:

En suma, padre mío, si os parece que tengo el juicio necesario para completar aquí mis estudios, y si confiáis en la buena inspiración que me dará el alma de quien dejó este valle de lágrimas para gozar de la dicha infinita, permitidme que me quede aquí hasta que pueda volver a mi patria como ciudadano ilustrado y apto para servirla, como es mi deber.Si tu voluntad es contraria a lo que te pido, dímelo francamente, padre mío, porque entonces no me quedaré ni un momento más en esta tierra, que un día fue para mí media patria, y que hoy (¡hélas!) es sólo tierra de destierro.

El buen anciano no era hombre que pudiera ver entre las líneas de esta llorosa epístola el verdadero sentimiento que la había dictado. Lloró de alegría al leer las palabras de su hijo, mostró la carta a todos sus amigos y se apresuró a contestar al muchacho que podía quedarse en París el tiempo necesario para completar sus estudios y que, aparte de la asignación que le daba, nunca le negaría nada que le fuera indispensable en circunstancias imprevistas. También aprobaba de todo corazón los sentimientos que expresaba hacia su patria y la memoria de su padrino. Le transmitió muchas recomendaciones del tío Jorge, del padre Maciel, del coronel Veiga, de todos sus parientes y amigos, y concluyó dándole su bendición.

La respuesta de su padre llegó a manos de Camilo en medio de un almuerzo que ofrecía en el Café de Madrid a dos o tres derrochadores de primera clase. Él sólo esperaba eso, pero no pudo resistir el impulso de brindar a la salud de su padre, acto en el que estuvo acompañado por sus elegantes amigos cometas. Ese mismo día, Camilo previó algunos imprevistos (para el Comendador) y al correo siguiente trajo a Brasil una larga carta en la que agradecía a su padre sus buenos deseos, le decía cuánto le echaba de menos, le confiaba sus esperanzas y le pedía respetuosamente, in post scriptum, que le enviara una pequeña suma de dinero.

Gracias a estas facilidades, nuestro Camilo se lanzó a una vida suelta y costosa, pero no tanto como para sacrificar sus estudios. La inteligencia que poseía, y cierto amor propio que no había perdido, le ayudaron mucho en este empeño; terminó sus estudios, aprobó los exámenes y se doctoró.