EL PESO DE LAS APARIENCIAS - Caitlin Crews - E-Book
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EL PESO DE LAS APARIENCIAS E-Book

CAITLIN CREWS

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Beschreibung

Una poderosa dinastía donde los secretos y el escándalo nunca duermen Nadie le negaba nada a Lucas. Las mujeres caían rendidas a sus pies, y en su cama, en cuanto chasqueaba los dedos. Su vida estaba llena de encanto y despreocupación. Era, sin duda, un bala perdida. Grace Carter sabía que el impredecible Lucas podía arruinar su carrera profesional y no iba a tolerar aquel comportamiento caprichoso, a pesar de la química que había entre ellos. Sin embargo, trabajar a su lado era apasionante y, tras recibir una pequeña dosis de su magia, incluso la formal y remilgada fachada de Grace comenzó a resquebrajarse…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

EL PESO DE LAS APARIENCIAS, Nº 2 - abril 2012

Título original: The Shameless Playboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0023-6

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta:

Ciudad: RICHARdTBARNES/dREAMSTIME.CoM

ePub: Publidisa

LOS WOLFE

Una poderosa dinastía en la que los secretos y el escándalo nunca duermen.

La dinastía

Ocho hermanos muy ricos, pero faltos de lo único que desean: el amor de su padre. Una familia destruida por la sed de poder de un hombre.

El secreto

Perseguidos por su pasado y obligados a triunfar, los Wolfe se han dispersado por todos los rincones del planeta, pero los secretos siempre acaban por salir a la luz y el escándalo está empezando a despertar.

El poder

Los hermanos Wolfe han vuelto más fuertes que nunca, pero ocultan unos corazones duros como el granito. Se dice que incluso la más negra de las almas puede sanar con el amor puro. Sin embargo, nadie sabe aún si la dinastía logrará resurgir.

Uno

Grace Carter alzó la vista del ordenador y frunció el ceño al ver la figura que entraba, sin llamar siquiera a la puerta, en su despacho, situado en lo alto de las calles frías y húmedas del centro de Londres.

Y entonces se quedó muy quieta en la silla. Algo parecido a una llama la atravesó por dentro quemándolo todo a su paso. Se dijo a sí misma que era indignación porque no había llamado, como cualquier persona educada. Pero sabía que no se trataba de eso.

Era él.

–Buenos días –la saludó con su habitual tono burlón.

–Pase, pase –contestó Grace con sutil ironía–. Adelante.

Iba vestido con un traje italiano que se ajustaba a los duros contornos de su cuerpo y que resultaba demasiado moderno para los sobrios pasillos de Hartington, uno de los grandes almacenes de lujo más antiguos de Inglaterra y en los que la palabra «conservador» era la clave. Llevaba el cabello oscuro demasiado largo y revuelto, y le caía sobre sus increíbles ojos verdes. Uno de ellos estaba enmarcado por un moratón y el labio partido amortiguaba el impacto de su boca sensual. Los cortes y los moratones le daban un aire canalla que añadía todavía mayor atractivo a su aspecto.

Y él lo sabía muy bien.

–Gracias –dijo. Sus famosos ojos verdes brillaron divertidos, como si la invitación de Grace hubiera sido sincera–. ¿Es una invitación a entrar en su despacho o a algún lugar infinitamente más excitante?

Grace deseó no haberlo reconocido, pero no pudo evitarlo. Y no era la primera vez que lo veía en persona. Todo el mundo en Londres podía identificarlo, ya que su cara salía impresa al menos dos veces a la semana en las revistas de todo el mundo. Mostrando precisamente comportamientos osados como aquel.

–Lucas Wolfe –se presentó como gesto de buena educación, aunque su voz sonó aburrida.

Era Lucas Wolfe, segundo hijo del fallecido y archiconocido William Wolfe, el niño mimado de los paparazzi y amante de una legión de mujeres igual de ricas que él y asombrosamente bellas. A Grace no se le ocurría ni una sola razón para que aquella criatura de oropel estuviera en su despacho un jueves por la mañana mirándola de una forma que podría calificarse de expectante.

–Me temo que estoy ocupada. ¿Quiere que le dirija a alguien que pueda ayudarlo?

–¿Demasiado ocupada para mi encanto y atractivo? –preguntó él con sonrisa pícara y absolutamente contagiosa–. Lo dudo. Para eso primero tendría que congelarse el infierno.

Grace no contestó, se puso de pie y recuperó el aplomo.

–Lo invitaría a ponerse cómodo –dijo con sonrisa forzada–. Pero eso sería una redundancia, ¿no le parece?

Su instinto le gritaba que hiciera saber a Wolfe lo que pensaba de los hombres como él. Mujeriegos, inútiles, parásitos, como todos los que entraban y salían de la caravana de su pobre madre cuando era pequeña. Como su propio padre, al que nunca conoció, y que al parecer era el más irresponsable y canalla de la larga lista.

Pero al tratarse de un Wolfe, Lucas estaba considerado casi como un miembro de la realeza en Hartington, porque su familia había sido dueña de la empresa. Tal vez ya no les perteneciera, pero a los miembros de la junta directiva les encantaba la conexión. Y como directora de eventos, a cargo de la celebración del centenario de Hartington unas semanas más tarde, se suponía que ella debía primar los intereses de la empresa en todo momento.

–Yo siempre estoy cómodo –le aseguró Lucas con sus ojos verdes brillantes y pícaros–. De hecho, a eso dedico a mi vida, a estar cómodo.

Ella tenía un proyecto importante del que ocuparse, lo que significaba que no disponía de tiempo para perderlo con aquel hombre, inútil aunque increíblemente atractivo. Grace odiaba perder el tiempo.

–Lo siento –comenzó a decir con su habitual sonrisa educada, aunque sabía que su mirada seguía clavada con frialdad en él–. Me temo que hoy estoy muy ocupada. ¿Quiere que…?

–¿De qué la conozco? –la interrumpió Lucas.

Porque por supuesto, él sí tenía todo el tiempo del mundo. Grace se sintió horrorizada al sentir cómo aquella voz le provocaba escalofríos. Debería ser inmune al encanto artificial y cínico de aquel hombre, ya que ella se jactaba de ser absolutamente imperturbable.

–Creo que de nada –aseguró. Era mentira, pero pensaba que Lucas Wolfe y ella no volverían a hablar nunca.

No entendía por qué estaban hablando en ese momento, y por qué el cínico aburrimiento que había notado en él en el elegante bar de un hotel la noche anterior se había convertido en algo más, en algo peligroso. Como si dentro de él hubiera una furia oscura, oculta bajo su pulida y famosa imagen.

–Sé que te conozco –Lucas entornó los ojos verdes y deslizó la mirada por su figura vestida de Carolina Herrera, diseñadora que sin duda sería de baja calidad para un hombre como él–. Tienes una boca preciosa. Pero ¿dónde te he visto?

El calor se apoderó de ella y ardió en cada rincón por el que se deslizaba su verde mirada: los senos, la cintura, las caderas, las piernas… Grace tuvo que hacer un esfuerzo para recordar que un hombre como Lucas Wolfe, sin duda miraría así a todas las mujeres con las que se encontraba. Que la promesa de sexo y aventura que parecía alentar su expresión significaba para él tan poco como un apretón de manos para los demás.

Grace escuchó un extraño eco en su interior, una alarma profunda que le recordaba a la joven ingenua que fue tiempo atrás y que había jurado no volver a ser. No con un hombre como aquel, que la haría sentir tan patética y desilusionada como a su pobre y confiada madre. Que destruiría su vida si ella se lo permitía. Sabía que no debía hacerlo.

–Está mejor que bien, ¿verdad? –le había comentado la encargada de moda de Hartington a Grace la noche anterior. Habían visto a Lucas mucho más bebido y con aspecto menos respetable todavía en el sofisticado espectáculo que había organizado Samantha Cartwright, una de las diseñadoras más queridas y vanguardistas de Londres.

Mona había suspirado con lujuria, observando a Lucas desde la barra, mientras él coqueteaba con la propia Samantha Cartwright, indiferente a los ojos que los rodeaban, entre ellos los de Grace.

–Y por supuesto, tenemos que tratarle como a un rey si se digna a mirarnos. Órdenes del jefe.

Grace había asentido, como si estuviera segura de que no iba a tener que relacionarse en ningún momento con el famoso playboy. Además, como era bien sabido, Lucas era alérgico a todo lo que tuviera que ver con el trabajo, especialmente a Hartington, que llevaba años detrás de él tratando de que adquiriera una posición prominente en la empresa, como había hecho su padre en el pasado.

Grace había sentido una potente mezcla de disgusto y crítica al observarlo. ¿Cómo podía un hombre como Lucas coquetear descaradamente con Samantha Cartwright, que era mucho mayor que él y estaba casada, delante de media ciudad, y que pareciera que eran los demás lo que estaban equivocados? Sin embargo, su encanto no había evitado que el marido de Samantha expresara su descontento en la cara del propio Lucas cuando lo había encontrado encerrado con su mujer un poco más tarde.

El hecho de que Grace hubiera tenido un momento extraño, algo cercano a la empatía con aquel hombre, no significaba nada. Sin duda Lucas no lo recordaría, y en cuanto a ella… bueno, ¿y qué si su sueño había sido interrumpido por la noche? Podía deberse al café que se había tomado después de la cena. Seguro que era por eso.

–Creo que lo vi anoche en la presentación Cartwright –dijo ella, satisfecha al ver que él parpadeaba como si no esperara la respuesta. Grace sonrió con frialdad y dejó que todo su desprecio hacia Lucas y los hombres como él la invadiera–. Aunque dudo que usted lo recuerde.

–Tengo una memoria excelente –replicó Lucas con voz sedosa.

Grace tuvo que admitir que la perturbó. No debería permitir que le afectara como una caricia pecadora, pero así fue. Aquel hombre era peligroso y no quería saber nada de él.

–Yo también, señor Wolfe –respondió, crispada–. Por eso sé que no habíamos quedado para hoy. Tal vez pueda remitirle a… –no terminó la frase, sino que agitó la mano hacia las puertas de los despachos que había detrás.

Pero Lucas Wolfe no se movió. Se limitó a quedarse mirándola durante un instante y curvó ligeramente sus sensuales labios.

–Sabías quién era yo desde que me viste entrar –parecía contento. Triunfal.

–Supongo que todos los habitantes de Inglaterra saben quién es usted –respondió alzando las cejas con desdén–. Doy por hecho que esa es su intención, dados los escándalos de los que da cuenta puntualmente la prensa.

–Pero tú no eres inglesa –afirmó Lucas, y cambió de pierna el peso de su cuerpo.

Grace se alegró de que el escritorio estuviera entre ellos. De pronto era muy consciente de lo robusto que era, de lo bien musculado que estaba su cuerpo, aunque él prefiriera destacar en su imagen la sonrisa indolente y la ropa sofisticada.

–Eres estadounidense, ¿verdad? –ladeó ligeramente la cabeza aunque no apartó la mirada de la suya–. Del sur, si no me equivoco.

–No entiendo qué importancia puede tener, pero sí, soy de Texas –aseguró Grace. Nunca hablaba de su pasado. No hablaba de su vida privada, ni en el trabajo ni mucho menos con desconocidos. El origen del acento que tanto se había esforzado en disimular era lo único que Lucas iba a sacar de aquella conversación–. Si me dice la razón de su visita, tal vez pueda encontrar a alguien más adecuado para…

–¿Qué me viste hacer exactamente anoche? –preguntó él, interrumpiéndola de nuevo con una sonrisa–. ¿Te lo hice a ti? –su mirada se suavizó y se hizo más sugerente–. ¿Te habría gustado?

–Dudo que hubiera tenido usted el tiempo –Grace soltó una breve carcajada, pero entonces los ojos de Lucas brillaron y ella se contuvo.

No había trabajado tan duro ni había llegado tan lejos para estropearlo todo por alguien así. No entendía por qué Lucas Wolfe se le había metido en la cabeza, para empezar. Trabajaba en la organización de eventos desde la universidad y había coincidido con muchas personalidades, con gente rica y famosa. ¿Por qué aquel hombre era el primero en poner en peligro su célebre tranquilidad?

Lucas se limitó a quedarse mirándola fijamente con sus ojos verdes. Grace no supo qué vio en su mirada, pero le dio la sensación de que se trataba de una máscara, de que su impactante belleza masculina y su aspecto canalla ocultaban algo mucho más taimado. ¿De dónde había salido semejante idea? La desechó con impaciencia.

–Si me disculpa –dijo con una voz perfectamente calmada que no dejaba entrever su lucha interior–, tengo que volver al trabajo.

–Por eso estoy yo aquí –dijo Lucas con un brillo pícaro en sus maravillosos ojos verdes.

Compuso una mueca con los labios y volvió a moverse como si se estuviera preparando para recibir un golpe. Un golpe que estaba perfectamente preparado para encajar, como le hizo saber su lenguaje corporal.

Un escalofrío le recorrió a Grace el vello de la nuca, y sintió deseos de llevarse las manos al formal moño para asegurarse de que su melena rubia y abundante continuaba recogida, de acuerdo a la imagen que requería su posición en la empresa.

–¿Qué quiere decir? –preguntó con la esperanza de sonar fría y no ansiosa.

Estaba dispuesta a despedir al miembro de su equipo que había permitido que aquel hombre la inquietara de ese modo cuando ella debería estar completamente concentrada en el relanzamiento. Al pensar en ello se dio cuenta de que ningún trabajador de Hartington podría negarle nada a aquel hombre. Era un Wolfe. Más todavía: era Lucas Wolfe, el miembro más irresistible de su colorida y atractiva familia. Incluso ella podía sentir aquella atracción; ella, que se consideraba a sí misma completamente alérgica a hombres de ese tipo.

–Soy la nueva imagen de Hartington, como mi querido y fallecido padre lo fue antes que yo –sus ojos verdes la miraban, burlones, como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando–. Llego justo a tiempo para el relanzamiento del centenario.

Entonces sonrió con aquella famosa y devastadora sonrisa que tanto alteraba a Grace, aunque esta era consciente de que debía practicarla delante del espejo.

–¿Cómo dice? –preguntó desesperada.

No podía creerlo, no podía aceptarlo y el estómago le dio un vuelco en señal de protesta.

–Creo que vamos a trabajar juntos –confirmó Lucas sonriendo–. Espero que seas una compañera activa –continuó con un tono de voz que tendría que haberla enfurecido, pero que la hizo sentirse débil–. Yo sí lo soy.

Dos

Parecía abatida, una reacción que Lucas no solía inspirar con frecuencia en las mujeres. Ni siquiera en las mujeres estiradas y acartonadas como esa, aunque no conocía a muchas de ese tipo.

–¿Trabajar juntos? –repitió ella haciendo que sonara como si hubiera sugerido algo perverso–. ¿Aquí?

–Esa es la idea –Lucas sonrió todavía más–. A menos, por supuesto, que se te ocurra otra forma de pasar el tiempo en esta aburrida oficina.

Normalmente, incluso las monjas y las bibliotecarias menos impresionables se derretían con aquella sonrisa suya. La había blandido como el arma más poderosa de todo su arsenal desde que era un niño. Con ella había librado batallas con mujeres a lo largo y ancho del planeta. En su opinión, era todavía más mortal que la de su hermano pequeño, Nathaniel, candidato en aquellos momentos al premio Zafiro al mejor actor. Lucas no veía motivos para que Grace Carter, la directora de eventos de Hartington, fuera inmune a su sonrisa cuando legiones de mujeres se habían derretido antes que ella.

Sin embargo, lo que Grace hizo fue torcer el gesto.

–Desde luego que no se me ocurre –respondió tensa y horrorizada–. Y le agradecería que se guardara para usted sus sugerentes comentarios, señor Wolfe.

–¿Cómo? –preguntó él con curiosidad acercándose y observando cómo se ponía tensa al instante.

–¿Cómo? –repitió Grace fríamente–. Dominándose, si es que es usted capaz de algo así.

–¿Cómo me lo agradecerás? –preguntó Lucas y disfrutó del destello de furia que despidieron sus ojos–. Me aburro con bastante facilidad, así que últimamente solo acepto demostraciones de agradecimiento ingeniosas y sorprendentes. Es mi política personal. Debo mantener el listón alto.

–Qué interesante –respondió ella con tono suave–. Tenía la impresión de que su listón era bastante bajo.

–Es un error bastante generalizado –aseguró Lucas–. No es que tenga el listón bajo, es que soy bastante indolente.

–Si con eso quiere decir «licencioso» –contestó ella con su dulce acento sureño–, espero que no termine con cicatrices visibles.

–¿En mi hermoso y famoso rostro? –preguntó Lucas fingiendo asombro y cierto horror–. Desde luego que no. Y en caso contrario, siempre podría echar mano de algún buen cirujano.

Aunque ningún cirujano le sería de ayuda con sus otras cicatrices, las invisibles, pensó Lucas con tristeza. No le había molestado particularmente la aparición del marido de Samantha Cartwright en un momento delicado de la noche anterior. Hacían falta algo más que unos cuantos puñetazos para impresionarla y, en cualquier caso, resultaba vigorizante dejar que un marido engañado expresara su furia. No hubo nada en aquella situación que distinguiera aquella noche de cualquier otra noche, moratones incluidos.

Excepto que, tras salir del hotel, Lucas no le había ordenado al coche que lo esperaba que lo llevara a su triste apartamento, situado en la rivera sur del Támesis. Respondiendo a una urgencia que no tenía ningún interés en analizar, le había ordenado al chofer que lo condujera a la campiña de Buckinghamshire, a la mansión Wolfe, la abandonada pila familiar de piedras y malos recuerdos que había evitado cuidadosamente desde que salió de allí a los dieciocho años. Había oído el rumor de que su hermano mayor, Jacob, había regresado tras veinte años de ausencia y Lucas, tras una considerable ingesta de alcohol, había querido comprobar la veracidad de la historia.

No quería pensar en eso. Ni en Jacob ni en por qué había desaparecido, ni en por qué había regresado ni, desde luego, en lo que le había dicho y que había llevado a Lucas a una serie de actos impropios de él, los cuales habían culminado con su aparición en esa oficina.

Así que se centró en la mujer que tenía delante y que lo miraba con el gesto torcido.

–Si yo fuera otra persona –dijo deslizando la mirada hacia aquella boca expresiva–, pensaría que ese gesto significa que no te caigo bien. Pero eso, por supuesto, es imposible.

–Nada es imposible –respondió la mujer con excesiva dulzura.

–Eso creo yo también –le aseguró él en voz baja, alzando la mirada hacia la de ella y permitiendo que ambos sintieran el calor–. Y me encantaría demostrártelo.

Se hizo una breve pausa.

–¿Acaba de sugerir lo que creo que acaba de sugerir? –inquirió ella con los ojos echando chispas.

–No puedo decir que recuerde lo que he sugerido –respondió sonriendo otra vez–. Pero al parecer, tú sí.

–Me siento insultada –afirmó ella.

Él, sin embargo, sabía lo que significaba el brillo de su mirada, y no tenía nada que ver con sentirse insultada.

–Si tú lo dices… –le deslizó la mirada por el cuerpo.

Era alta y esbelta, con curvas en los lugares adecuados, un cabello rubio brillante y unos profundos ojos marrones. Por desgracia, iba vestida con ropa diseñada para apartar la mirada de un hombre de los lugares hacia los que se sentía naturalmente atraído.

Si a eso se añadía aquel peinado tirante y absurdo, quedaba claro que era una de esas mujeres estiradas y profundamente aburridas que se dedicaban a su trabajo y que Lucas encontraba absolutamente tediosas. Era una pena, pensó malhumorado.

–Perdón, ¿cómo dice? –la mujer seguía mirándolo fijamente, horrorizada–. No quiero ser maleducada, señor Wolfe, pero ¿está usted todavía borracho, por casualidad?

Tal vez se hubiera esforzado mucho en esconder sus múltiples encantos, pero él era un gran conocedor de las mujeres. Podía ver exactamente lo que prometía su carnoso labio inferior y podía imaginar el delicioso peso preciso de sus senos en las palmas de las manos. Para Lucas era un misterio que una mujer escondiera deliberadamente su propia belleza, pero no tenía ningún interés en resolverlo.

Se acercó a una de las sillas que había delante del escritorio y se sentó, observando el modo en que los grandes ojos marrones de Grace seguían cada uno de sus movimientos mientras él se colocaba en una posición más cómoda. No lo miraba con la lascivia a la que él estaba acostumbrado, sino con una especie de cautela inesperada. A su pesar, Lucas estaba interesado.

–En absoluto –dijo sonriendo, consciente de que uno de sus famosos hoyuelos había hecho su aparición–. Aunque no me importaría tomar una copa. Gracias. Creo que esta semana me inclino más por el bourbon.

–No le estoy ofreciendo una copa ni nada por el estilo –aseguró ella en tono seco, aunque seguía con la sonrisa empastada en la boca–. Por lo que observé anoche, no creo que vaya a necesitar beber nunca más.

–Lo siento –se disculpó Lucas sin dejar de sonreír–. ¿Anoche nos conocimos o eras una de tantas admiradoras? Hay muchas mujeres que nunca han llegado a hablar conmigo, pero a las que les encanta observar todos mis movimientos y luego inventarse historias que coinciden con la opinión que ya tienen formada sobre mi forma de ser.

La intención era avergonzarla, porque Lucas sabía muy bien que a ninguna cotilla le gustaba que la calificaran como tal, pero ella no respondió a la provocación. Se limitó a agitar una mano con la vista clavada en la suya. Con valentía.

–¿Es necesario contar la historia? –preguntó con aquel tono educado que él no se creía–. La verdad parece suficientemente sórdida.

Lucas hizo un esfuerzo por hundirse más en la silla. Cada centímetro de él resultaba tan decadente y vil como ella esperaba que fuera. Él sabía más de máscaras de lo que nadie imaginaba. Siempre había sido su primera y mejor defensa. Apartó de sí la oscura nube de recuerdos que se cernía demasiado cerca de él ese día, otro mal del cual culpar a Jacob, y forzó una sonrisa.

–Es el precio del pecado –murmuró con voz sugerente.

Ella vería lo que él quería que viera y Lucas lo sabía. Vería al parásito inútil, al donjuán indolente. Siempre era así.

–El pecado es su especialidad, señor Wolfe –afirmó ella con brusquedad–. La mía es la organización de eventos.

–Y nuestros caminos nunca se cruzarán –dijo él con un suspiro teatral y exagerado–. Se me rompe el corazón.

–Tengo la impresión de que usted opera desde un punto diferente de su anatomía –atacó ella con sus ojos oscuros brillantes.

–Me encanta que pienses en esa parte de mi anatomía –respondió Lucas con suavidad–. Siéntete libre para dejarte llevar. Completamente –sonrió.

Le fascinó el rubor que cubrió los elegantes pómulos de Grace, el modo en que apretó los labios. Iba vestida para transmitir un mensaje concreto: eficacia y elegancia, y Lucas se dio cuenta de que tocaba aquellas dos notas a la perfección. Sin embargo, haría falta estar ciego para no ver que tenía un cuerpo perfecto, que inducía a preguntarse qué se ocultaría bajo aquellas capas de ropa negra y gris.

–Tengo algo que decirte –hablaba con indolencia, sacudiéndose una mota imaginaria de polvo de la solapa–. Siempre que veo algo abotonado me dan ganas de desabrocharlo, aunque puedo escoger entre dejarme llevar por ese deseo o no –sonrió mientras ella deslizaba una mano por los botones de la chaqueta de su traje y luego la dejaba caer bruscamente, como arrepentida–. Es uno de mis muchos defectos.

Grace se colocó delante del escritorio y se apoyó contra el mueble con los brazos cruzados. En aquella posición, podía mirarlo desde la altura de su delicada nariz. Sin duda pretendía hacerle sentirse inferior, pero Lucas había crecido sujeto al irascible carácter y la crueldad del fallecido y agresivo William Wolfe, su padre, y sabía cómo llevar a cabo juegos de poder. Y cómo ganarlos. Después de todo, era Lucas Wolfe. No era una leyenda por casualidad. Algo en su interior cobró vida.

–Permítame que sea franca, señor Wolfe –dijo ella sonriéndole de nuevo y dirigiéndose a él con tono dulce–. Le pido disculpas si parece que no estoy encantada con lo que, sin duda, será una larga y fructífera relación entre usted y Hartington. Como sabe, en esta empresa se valora mucho a su familia.

Su familia. Lucas se negó a pensar en ellos, tan dañados todos, y mucho menos en la sima de culpabilidad que siempre se abría a sus pies cuando pensaba en cuántas veces les había fallado. Apartó de sí aquellos pensamientos y maldijo el nombre de Jacob y su repentina reaparición. Y luego, como siempre, a sí mismo. Necesitaba dormir, pensó. Necesitaba recuperar su equilibrio habitual, acceder de nuevo a su sentido del humor, al menos.

–¿Siempre hablas como si estuvieras en rueda de prensa? –le preguntó con sorna–. ¿O lo haces por mí? Porque hay maneras mucho más interesantes de llamar mi atención.

–Estoy centrada en el relanzamiento de la marca Hartington –continuó ella. Por sus ojos marrones solo cruzó un destello mínimo, que daba a entender que le había oído–. Tal vez no esté al tanto de que vamos a celebrar una gala dentro de solo tres semanas, para conmemorar el centenario de la empresa y reintroducir a Hartington en la edad moderna.

–Lo cierto es que ya lo sabía –dijo deslizando la mirada hacia sus brazos cruzados, hacia el tentador valle entre sus senos que se adivinaba bajo la blusa de seda gris.

–Entonces sabrá también que este es un momento muy importante para Hartington –dijo ella sin asomo de emoción–. Estoy segura de que un hombre de su talla tendrá mucho que aportar. Su rostro es conocido en toda Inglaterra, y también en el resto del mundo –su mirada fría no casaba con su voz aterciopelada–. Sus travesuras son verdaderamente un regalo para el departamento de Relaciones Públicas. No existe la mala publicidad.

–Tendré que planear nuevas travesuras entonces –afirmó Lucas con seriedad–. Estoy seguro de que podré acaparar gran cantidad de titulares para mayor gloria de Hartington.

–Es usted demasiado amable –aseguró ella con dulzura, como si no hubiera captado su tono irónico, aunque Lucas tenía claro que sí–. Tal vez debería dejar que esos moratones mejoraran un poco antes.

Lucas se dio cuenta asombrado de que su voz era un arma poderosa, dulce, acaramelada y mortal al mismo tiempo. Pero él no quería sentirse impresionado.

–En cualquier caso –continuó ella–, estoy realmente encantada de haber tenido la oportunidad de conocerlo, señor Wolfe.