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Cuando no bastaba con una noche... Nikolai Eristov se regía por una regla: nunca miraba atrás. El enigmático magnate había enterrado profundamente su pasado y no estaba dispuesto a que saliera a la superficie. Hasta que un día, en una boda, conoció a Rachel Cary, una elegante bailarina de ballet... y vislumbró que, detrás de su sonrisa estudiada y su sensualidad innata, había una mujer que huía de unas sombras tan oscuras como las de él. Después de una noche ardiente con Rachel, Nikolai le prometió dos semanas de placer sublime. Sin embargo, ese indómito multimillonario había mentido por primera vez en su vida. Dos semanas no bastaban, ¡ni mucho menos!
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Seitenzahl: 215
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Carol Marinelli
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El precio del pasado, n.º 5434 - diciembre 2016
Título original: Billionaire Without a Past
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8990-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
NIKOLAI Eristov había sobrellevado un pasado complicado, o, mejor dicho, había estado seguro de que lo había sobrellevado. Esa mañana, sin embargo, no tomó la taza de su té favorito después de que el mayordomo se la sirviera, no estaba seguro de que la mano no fuese a temblarle y había decidido hacía mucho tiempo que no permitiría que otra persona vislumbrara su debilidad. Así había llegado a sobrevivir.
Una vez servido el desayuno, el mayordomo fue a marcharse del dormitorio principal del superyate, pero Nikolai lo llamó para que volviera.
–Necesito que me hagas algo esta mañana.
–Naturalmente.
–Necesito un traje nuevo.
–Savile Row y Jermyn Street están…
–No.
El mayordomo no lo había entendido. No quería que uno de los sastres más exclusivos de Londres fuese al barco y él tampoco quería ir a verlo.
–Quiero que vayas a unos grandes almacenes y me compres un traje. Sabes mis medidas.
–Sí, pero…
Nikolai sacudió la cabeza con cierta impaciencia. No tenía por qué explicarle a su mayordomo lo que estaba pensando.
–Quiero que compres un traje gris oscuro, una camisa y una corbata que pueda ponerme en una boda religiosa. Ah, también necesitaré unos zapatos.
–¿Quiere que le compre ropa prêt-à-porter? –le peguntó el mayordomo para estar seguro.
Hacía bien en preguntárselo porque Nikolai era alto, de espaldas anchas y vestía con el máximo esmero. Su ropa era de los diseñadores más exclusivos, quienes estaban deseando que llevara su ropa por si lo fotografiaban con uno de sus modelos. ¿Por qué lo mandaba a unos grandes almacenes cuando su vestidor estaba lleno de lo mejor de lo mejor?
–Sí –contestó Nikolai–. Además, necesito que vayas enseguida. La boda es a las dos.
Entonces, le dijo el precio aproximado y vio que su mayordomo, que solía ser imperturbable, parpadeaba. Al fin y al cabo, la botella de champán que había retirado vacía de su mesilla esa mañana había costado muy poco menos que la cantidad que le había dicho. Además, Nikolai se gastaba miles de libras en champán y para él era un presupuesto insignificante.
–¡No me había dado cuenta de que ya había llegado ese momento, y tan pronto!
El mayordomo hizo un pequeño chiste y, como era primavera, Nikolai sonrió ligeramente.
Todos los años, durante un par de meses, Nikolai abandonaba su lujosa vida a bordo de un superyate y se subía a un rompehielos inmenso para trabajar en el Atlántico. Había vuelto hacía poco. Allí, usaba prendas gruesas y un gorro de piel con orejeras. El resto del tiempo, daba buen uso a su dinero. Era rico, había triunfado en muchas iniciativas y había estado seguro de que los fantasmas del pasado llevaban mucho tiempo enterrados. Nadie podría haber adivinado sus orígenes miserables ni el miedo y la vergüenza que lo habían despertado por la noche en un charco de sudor frío.
–¿Tengo que comprar un regalo de boda? –preguntó el mayordomo.
–No.
Nikolai no tomó la taza de té hasta que el mayordomo, bastante desconcertado, se hubo marchado para llevar a cabo sus instrucciones. Había hecho bien en esperar a que se marchara porque, efectivamente, la mano le tembló mientras pensaba en cómo afrontar ese día complicado que lo remontaba a lo que había sido su complicada vida.
En ese momento, su vida era placentera, y había luchado mucho para que lo fuese. Había peleado contra las adversidades y se había resistido a ser un dato más en las estadísticas. En vez de haber permitido que su abusador lo destrozara, había luchado no solo para sobrevivir, sino para prosperar. En vez de haber caído en la bebida o las drogas para mitigar el dolor del pasado, lo había afrontado. Había lidiado con él.
En ese momento, tenía una flota de superyates y se solicitaba que asistiese a todos los acontecimientos más exclusivos, y una fiesta en su yate era el acontecimiento más anhelado.
Lo tenía todo gracias a Yuri, quien había sido su mentor y su salvador. Cuánto necesitaba su consejo en ese momento… Yuri había sido la única persona que había conocido su pasado.
–Beris druzhno ne budet gruzno –le había dicho Yuri.
Era un dicho ruso que quería decir que, si se compartía una carga, pesaba menos. Él solo le había dicho la verdad para que no avisara a las autoridades, que lo habrían devuelto a detsky dom, el orfanato del que se había escapado, y Yuri había tenido razón y se había sentido más ligero al compartir la carga.
Sin embargo, Yuri no estaba allí y él había tenido que encontrar la mejor manera de afrontar ese día. Quería ver la boda de su amigo, pero no quería que lo vieran a él. Si Sev lo veía, le preguntaría por qué se había escapado sin decirle nada a su amigo, y no quería hablar de eso. Había decidido que su pasado no podía salpicar a su presente. Se colaría en la boda sin que nadie se fijara en él y se marcharía como había llegado. No tenía nada que decir y no tenía que revelar ningún secreto.
Sintió cierta opresión en el pecho cuando casi pudo oír a Yuri que rebatía su manera de hacer frente al asunto. Yuri diría que, si se escondía, si se quedaba en el fondo de la iglesia, estaría tomando la solución más fácil, y eso era impropio de él.
Se levantó, cruzó la suite y miró Canary Wharf, donde había atracado la noche anterior. El cristal impedía que vieran dentro, una medida necesaria porque a la prensa le encantaría conseguir imágenes de los ricos y famosos y todo lo que pasaba dentro de su yate. Miró a las familias y parejas que sacaban fotos de la atracción que era su casa. Estaba acostumbrado. Su yate se llamaba Svoboda, «libertad» en ruso, y atraía a multitudes allí donde atracaba, sobre todo, cuando su coche iba dentro y la imagen de la rampa abriéndose y él saliendo conduciéndolo era impresionante. Lo habitual era que estuviese atracado en un entorno más deslumbrante, como el sur de Francia y el Golfo Pérsico. Había sido allí, navegando por el Golfo de Aqaba, cuando se enteró de lo de Sev y Naomi. Estaba en la cama, no podía dormir y pensó en despertar a la rubia que tenía al lado como solía hacerlo, pero, en vez de eso, se levantó, subió a cubierta y abrió el ordenador portátil bajo las estrellas. Como hacía muchas veces, rebuscó noticias sobre sus amigos del detsky dom y leyó la última noticia sobre Sev.
Se ha visto en Londres a Sevastyan Derzhavin, el experto en seguridad cibernética con residencia en Nueva York, y tenía un ojo morado y un corte bastante considerable. Lo acompañaba Naomi Johnson, su secretaria, quien llevaba un anillo de compromiso con un enorme diamante negro.
La foto que ilustraba la noticia mostraba a Sev y Naomi, que caminaban de la mano por la calle. A pesar del aspecto de su cara, Sev parecía feliz… y se merecía serlo. De niños, Sev había sido lo más parecido a un familiar que él había tenido.
En el orfanato, habían sido cuatro chicos morenos, de piel blanca y ojos grises que habían desafiado a los cuidadores. Habían nacido sin ninguna esperanza, pero todos habían tenido sueños. Al principio, habían soñado con que una familia los eligiera. Sin embargo, nunca los eligieron y les explicaron con toda crueldad por qué. La piel blanca, que no se ponía rosa, y el pelo moreno significaba que era mucho más difícil colocarlos que si fuesen rubios con los ojos azules.
Aun así, habían soñado.
Daniil y Roman, los gemelos, estaban seguros de que llegarían a ser unos boxeadores famosos. Sev era inteligente y llegaría lejos y él, aunque no tenía ni idea de quiénes eran sus padres, estaba seguro de que su padre había sido marino. Su amor por el mar había brotado en él mucho antes de verlo.
Sin embargo, los sueños habían muerto enseguida en el detsky dom.
A Daniil sí lo habían elegido cuando tenía doce años y se fue con una familia inglesa. Roman, su gemelo idéntico, se había hecho más indisciplinado todavía y se lo habían llevado al ala de seguridad.
A los catorce años, Sev había empezado a destacar y lo habían llevado a una clase distinta con la esperanza de que consiguiera una beca para un colegio prestigioso. Sev y él todavía tomaban el mismo autobús y dormían en el mismo dormitorio, pero él, sin su amigo, había empezado a sacar peores notas y un profesor que él detestaba lo había tomado bajo su tutela.
–Nikolai, ¿por qué has empezado a sacar peores notas?
Él se había encogido de hombros. No le gustaba aquel profesor que siempre lo retenía, lo que significaba que perdía el autobús y tenía que volver andando.
–¿Te ayudaba Sev? –le había preguntado el profesor.
–¡Nyet! –él había negado con la cabeza–. ¿Puedo marcharme? Si no, perderé el autobús.
Hacía frío y nevaba y su chaquetón no era bueno.
–Tenemos que hablarlo –había replicado el profesor–. A tu amigo le perjudicaría para su solicitud de una beca que yo tuviese que escribir que te ha ayudado a copiar.
–No lo hizo.
El profesor sacó el impreso de un examen de matemáticas que él había hecho hacía unos meses y le pidió que escribiera las respuestas.
–Pudiste hacerlo hace dos meses, ¿por qué no puedes hacerlo ahora?
–No lo sé.
–Podría perjudicarle mucho a tu amigo…
Él miró los números y rezó para encontrar una respuesta. Naturalmente, Sev lo había ayudado, pero no les había parecido nada malo, solo era un amigo que ayudaba a otro amigo. Sin embargo, en ese momento, podía suponer un problema.
–¿Sevastyan te hacía los ejercicios? –le había preguntado el profesor levantando una mano.
Él creyó que estaba a punto de darle un tortazo en la cabeza, pero le puso la mano en el hombro.
–Nyet – había contestado él intentando quitarse la mano del hombro sin conseguirlo.
–Vamos, Nikolai –había insistido el profesor sentándose en una silla a su lado–. ¿Cómo voy a ayudaros si no me dices la verdad?
–Él no me hizo los ejercicios.
–Entonces, deberías poder hacerlos tú.
Sin embargo, no podía. Entonces, oyó un bocinazo del autobús y supo que estaba marchándose.
–Yo te llevaré en mi coche –había dicho el profesor, aunque él habría preferido ir andando–. En cuanto a Sevastyan y su ayuda…
–No copiábamos –repitió él para que su amigo no perdiera la beca–. Sev solo me enseñó…
–No pasa nada –le había interrumpido el profesor con delicadeza, y aunque él no había entendido ese tono, el corazón se le había acelerado de miedo–. Puede quedar entre nosotros, nadie tiene por qué meterse en un problema.
Él miró fijamente las cuentas y entonces notó una mano en el muslo.
–¿Verdad…? –le había preguntado el profesor.
Él no contestó.
El mayordomo volvió puntualmente y consiguió no arquear una ceja cuando vio la mesa que Nikolai había volcado al recordar lo que había pasado hacía tanto tiempo. El mayordomo se limitó a extender la ropa que había comprado y planchado.
Él fue a ducharse y decidió no afeitarse. Se puso la camisa blanca y la corbata gris metálico que había elegido su mayordomo. El traje oscuro le quedaba mucho mejor de lo que había esperado. Sentía tanta tristeza por su amigo perdido que se sentía como si estuviese vistiéndose para un entierro, pero, aun así, deseaba con todas sus fuerzas ver a Sev feliz. Se puso las gafas de sol y decidió que no se las quitaría hasta el último momento, cuando entrara en la iglesia. Quería llegar y marcharse sin que nadie se diese cuenta y, en vez de dar el espectáculo de descargar su coche, desembarcó a pie, recorrió el muelle y paró un taxi. El conductor habló del calor que hacía para ser mayo, pero él no contestó. Cuando llegaron a la iglesia y el taxista se dio la vuelta para cobrarle, él sacudió la cabeza.
–Espere dos minutos –le pidió con un acento ruso muy fuerte.
Los dos minutos se convirtieron en diez, pero el taxista no dijo nada por la cantidad de dinero que acababan de darle. Nikolai se quedó mirando a los invitados que se amontonaban en las escaleras de la iglesia e hizo acopio de fuerzas para entrar. Había periodistas y la policía mantenía a la multitud al otro lado de la calle. Supuso que Sev ya estaba dentro porque no podía ver a su amigo entre el gentío. Sev había sido introvertido, le gustaban más los libros y los ordenadores que las personas, pero había ido mucha gente a celebrar su boda, entre otros, él.
Observó a una mujer alta y esbelta con una melena pelirroja que se bajaba de un coche de lujo. Se reía mientras charlaba y ayudaba a una mujer muy embarazada a bajarse del coche. Supo que era Libby, la esposa de Daniil, por los artículos que había leído cuando buscaba a sus amigos. Entonces, Daniil también estaría.
Las dos mujeres subieron las escaleras y entraron en la iglesia. Él oyó las campanas mientras todo el mundo empezaba a entrar.
–Dos minutos más –le repitió al taxista.
Encontrarse con su pasado estaba siendo tan complicado como se había imaginado. Sev le había preguntado por qué lloraba la noche que se escapó. Él no pudo contestarle entonces y tampoco podía hacerlo en ese momento. No quería ver la incomodidad reflejada en los ojos de nadie mientras revelaba el sórdido pasado.
Se bajó del taxi y entró en la iglesia justo cuando se acercaba el coche de la novia. Con un poco de suerte, no lo habría visto nadie. Si Yuri estuviese vivo, diría que estaba escondiéndose y que debería hacer frente a la situación, pero, en esa ocasión, no quería sabios consejos, no hacía ninguna falta hablar de su pasado y revivir el bochorno.
RACHEL, sencillamente, no lo entiendo.
Libby estaba atónita porque Rachel, después de una gira por el Pacífico Sur, había dejado la compañía de danza. Las dos mujeres habían bailado en la misma compañía y habían sido compañeras de piso hasta hacía poco. Libby también se había retirado el año anterior, justo antes de que conociera a Daniil. La verdad era que se había visto obligada a tomar esa decisión y Rachel podía recordar lo que le había costado dejar la profesión que tanto amaba. Lo habían hablado una y otra vez.
Rachel había tomado la decisión por su propia cuenta.
Eran amigas, pero muy distintas. Libby no ocultaba sus sentimientos, mientras que Rachel guardaba los suyos bajo siete llaves que había tirado y enterrado bajo una capa de cemento hacía mucho tiempo. No dejaba que nadie entrara en su corazón. Charlaba, pero casi siempre era de la otra persona. También coqueteaba y quedaba con hombres, pero siempre era con sus condiciones. Siempre.
Estaban en la suite de Rachel en un lujoso hotel y se preparaba para asistir a una boda en Londres por todo lo alto. Ella no había conocido de verdad a la feliz pareja y estaba allí, sobre todo, para ayudar a Libby porque Daniil era el padrino y a su amiga le faltaba una semana para dar a luz. Le habían dado esa impresionante suite porque Daniil era el dueño del hotel. Como estaba nerviosa por dar la noticia, aunque estaba dispuesta a estar contenta por su amiga, se había dado un largo baño de sales y con los rulos puestos. No había servido para aplacar los nervios que le oprimían el pecho todo el rato. Siempre estaba nerviosa, aunque lo disimulaba bien, pero en ese momento se sentía como si todo estuviese llegando a un punto crítico.
El baño no había obrado un milagro y ya estaba retrasándose cuando había llegado Libby. Los preparativos se quedaron en punto muerto cuando, como quien no quería la cosa, dejó caer la noticia de que no iba a volver con la compañía de danza.
–Pero ¿por qué? –le preguntó Libby.
–Todavía no estoy segura –reconoció Rachel mientras se quitaba los rulos de la melena pelirroja–. Pretendo saberlo durante unas largas y perezosas tardes y mañanas en la cama.
–No entiendo que la hayas dejado sin haber hecho planes. Creía que estabas contenta…
–Estaba contenta y todavía lo estoy –entonces, cambió de conversación cuando sacó un vestido de terciopelo naranja oscuro de la bolsa de viaje–. ¿Qué te parece?
–Es muy…
Libby no terminó la frase cuando Rachel se embutió en un vestido muy ceñido y frunció el ceño al ver el gesto de preocupación del rostro de su amiga.
–No puedes ponerte de parto hoy –le avisó Rachel.
–Lo sé. No paro de repetírmelo, pero creo que el bebé no me escucha.
–¿Crees que podrías tenerlo?
–Creo que podría tenerlo –reconoció Libby.
–¡Vaya! –exclamó Rachel con una sonrisa de oreja a oreja–. ¡Qué emocionante!
–¡No tiene nada de emocionante! –Libby suspiró–. Esta boda es muy importante para Daniil. Sev es como de la familia para él. Sev es su familia.
–Estoy segura de que no pasará nada –afirmó Rachel con la certeza de alguien que veía muchas series de médicos–. Los primeros tardan siglos y, además, no has roto aguas. ¡Imagínate que lo hagas en la iglesia!
–Eres muy tranquilizadora, Rachel –Libby sonrió–. Venga, maquíllate, tenemos que irnos.
–Lo haré en el taxi…
Entonces, Rachel se acordó de lo rica que era Libby, de que ya no estaban en los viejos tiempos. El chófer de Daniil las llevaría a la iglesia. Se puso unos zapatos de tacón de aguja, del mismo color que el vestido, tomaron el ascensor y salieron a la calle, donde las esperaba el chófer. Una vez sentada en el exclusivo coche, abrió el bolso y, acostumbrada a maquillarse en entornos mucho menos lujosos, empezó a aplicarse el maquillaje en la cara.
–Estás muy pálida –comentó Libby antes de acordarse–. ¡No hemos almorzado!
¡Habían estado demasiado ocupadas hablando!
–Tampoco he desayunado.
Rachel sacó un bombón de chocolate del fondo del bolso y siguió maquillándose. Las pecas desaparecieron gracias a un cosmético increíble que acababa de descubrir. Las largas pestañas rojizas adquirieron enseguida un sedoso color negro que le resaltaba el verde de los ojos. Se pintó los labios de color coral y se miró los dientes en el espejo de mano. Los tenía algo salientes y con una separación en medio.
–Estoy pensando en ponerme un aparato.
–¿Por qué?
–Porque sí. Vamos, tienes que ponerme al tanto inmediatamente, me he perdido con todos esos rusos –Rachel chasqueó los dedos para que la informara–. El novio es Sev, un amigo de Daniil del orfanato, ¿no?
–Sí. Aunque me parecería más considerado no llamarlo así.
–¡Puedo tener tacto!
–Algunas veces –replicó Libby con una sonrisa.
–Háblame de la novia.
–Se llama Naomi. Era su secretaria en Nueva York, pero, en realidad, es de Londres.
–¿Qué tal es?
–La he conocido muy poco y todavía era su secretaria. Nosotros estábamos de luna de miel. Ah, también estará Anya.
–¿Anya?
–Tatiana.
Libby le dijo su nombre artístico y Rachel dejó escapar un grito de placer. Anya también había estado en el orfanato, pero como hija de la cocinera. En ese momento, era la prima ballerina de una compañía de danza rusa que estaba representando El pájaro de fuego en Londres. Rachel la había visto la última vez que la compañía pasó por allí, pero había querido volver a verla antes de que la obra dejara de representarse, la semana siguiente, aunque estaba resultándole imposible.
–¿Crees que podrá conseguirme una entrada? –preguntó Rachel–. Están todas venidas.
–Probablemente, podría, pero no creo que lo haga. Anya no es muy… simpática –le avisó Libby.
–Bueno, merecerá la pena intentarlo. ¿Qué me dices del otro?
Rachel frunció el ceño intentando acordarse del nombre. Sabía, porque Libby se lo había contado, que habían sido cuatro huérfanos, pero le costaba acordarse de los nombres.
–¿Nikolai? –preguntó por fin.
–No –contestó Libby con una mueca por la posible metedura de pata–. Nikolai es el que está muerto. Se suicidó cuando tenía catorce años. Su profesor abusaba de él.
–Ah…
Rachel se limitó a responder lacónicamente, pero vio en el espejo que parpadeaba al oír lo que le había pasado a Nikolai. Efectivamente, había cosas que no se comentaban, sobre todo, el día de una boda y con su amiga embarazada y nerviosa. Sobre todo, nunca.
–Te refieres a Roman –siguió Libby–. Es el gemelo de Daniil. Él…
Rachel la miró cuando Libby se quedó en silencio a mitad de la frase.
–¿Estás teniendo otra? –le preguntó Rachel mientras paraban enfrente de la iglesia.
–No –Libby sacudió la cabeza–. Es posible –reconoció mientras Rachel la ayudaba a bajarse del coche–. Rachel, no permitas que haga una escena. No puedo arruinar la boda.
–No te preocupes, te taparé con mi abrigo o algo así –Rachel sonrió–. No pasará nada.
Las campanas estaban repicando y los periodistas estaban sacando fotos de los invitados mientras entraban en la magnífica iglesia antigua. Había rosas blancas por todos lados y estaban tocando el órgano. Rachel siguió a Libby hasta uno de los primeros bancos y se oía un murmullo expectante. A Rachel le encantaban las bodas y estaba segura de que esa iba a ser una buena boda. Se dio la vuelta y vio que una mujer hermosa y esbelta como un junco se sentaba en el banco de detrás de ellas y le tocaba a Libby en el hombro.
–Libby…
–Me alegro mucho de verte, Anya –Libby sonrió–. Te presento a mi amiga Rachel.
–¡Anya! –exclamó Rachel.
Supo que estaba roja. Había sido una admiradora incondicional de Tatiana desde hacía muchos años y había seguido muy de cerca su carrera.
–Creo que te he visto bailar diez veces por lo menos… –Rachel lo pensó un instante–. Doce, para ser exactos.
–Rachel no está exagerando –intervino Libby–. Iba a verte siempre que pasabas por Londres y ella no estaba bailando.
–Te vi en París cuando hacías el papel del Hada de las Lilas. Me gustaría verte otra vez en El pájaro de fuego…
–Termina la semana que viene –la interrumpió Anya.
–Lo sé, y no he conseguido entradas.
Rachel dejó escapar un suspiro teatral con la esperanza de que Anya acudiese al rescate de una colega.
–Están todas vendidas desde hace siglos.
Rachel, desdeñada por Anya, se dio la vuelta y miró fijamente al frente. Podía notar que Libby intentaba no reírse por la fría acogida de Anya y su tajante negativa a proporcionarle entradas.
–Te lo dije –comentó Libby.
–Efectivamente –Rachel suspiró.
Mientras esperaban a que llegara la novia, Libby intentó hablar del trabajo de Rachel, o de su falta de trabajo, mejor dicho.
–Sabes que tengo que encontrar a una profesora a tiempo parcial –comentó Libby–, pero siempre estoy ojo avizor…
–Libby –la interrumpió Rachel–. No quiero dar clases.
–Entonces, ¿qué vas a hacer?
–No estoy segura.
Su madre le había hecho la misma pregunta la noche anterior y había añadido que ya le había advertido que podría recurrir a algo. Ella no había dicho nada, pero le habían rechinado los dientes. Estaba segura de que su madre no se había referido a otra profesión. Evie Cary recurría a los hombres y todos tenían dinero, se cercioraba de que los hombres con los que salía pudieran proporcionarle el estilo de vida al que se había acostumbrado. Había tenido toda una ristra de novios y amantes. Algunos habían durado un fin de semana y otros unos meses. Solo uno duró un par de años y, qué casualidad, la había dejado dos semanas después de que ella se marchase de su casa.
Dejó de pensar en esos recuerdos sombríos e intentó centrarse en su porvenir. Ella no necesitaba recurrir a algo o a alguien, quería recurrir a su nueva vida y el dinero no era un problema acuciante a corto plazo. Había trabajado tanto que no había podido gastar mucho y quería tomarse algo de tiempo para aclarar las cosas. Miró a Libby y se preguntó si le contaba su idea o no.
–Estaba pensando en hacer un blog.
–¿Un blog? –preguntó Libby–. ¿Por qué?
–Da igual.
Los bancos siguieron llenándose, pero más los de la derecha que los de la izquierda y Rachel cayó en la cuenta de que como el novio era huérfano… Libby volvió a reírse por el gesto de abatimiento de su amiga.
–Creía que estaría lleno de rusos sexys –comentó Rachel con un suspiro.
–Bueno, siempre queda André.
–No –Rachel sacudió la cabeza cuando Libby mencionó a su… amigo íntimo y colega–. ¿No te lo había contado? Ha conocido a alguien y van en serio.
–