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El progreso del peregrino figura entre los mayores clásicos de la literatura mundial. Durante mucho tiempo, fue, después de la Biblia, el libro más vendido del mundo, y podía encontrarse tanto en las casas más humildes como en las mansiones más lujosas. En este texto, John Bunyan presenta los fundamentos de la doctrina cristiana en forma de una alegoría. El viaje de un hombre atormentado por su condición pecaminosa, su conversión y los desafíos que encuentra mientras se dirige a Ciudad Celestial representan lo que normalmente sucede en la experiencia cristiana. Sugerimos que, antes de entrar en la narrativa en sí misma, leas los textos introductorios que te presentarán el contexto en el que el libro fue producido y cómo la vida del propio autor influyó en el producto final. La fascinante trayectoria de Bunyan, que pasó de fabricar sartenes a ser soldado y después un poderoso predicador, impregnan la vida de varios de sus personajes. Ten siempre una Biblia a mano, pues el autor indica los pasajes que sirven de base para esta alegoría en las notas al final de cada capítulo. Eso enriquecerá tu comprensión. En esta edición, incluimos ilustraciones antiguas para transformar su lectura en una experiencia aún más agradable. Fueron extraídas de una edición inglesa fechada en 1890. Por lo tanto, ¡tienes una antigüedad en tus manos! La poesía inicial, titulada "La apología del autor a su libro", es una defensa de John Bunyan de su "osadía" al producir una alegoría sobre un tema tan importante como el crecimiento en la gracia. Sus argumentos fueron expuestos de manera convincente a quien quisiera cuestionarlos. Encuentra tu lugar favorito para leer, acomódate y aventúrate con Cristiano en su peregrinación. Percibirás con frecuencia que tu identificación con la historia será tan intensa y el mensaje a tu corazón tan profundo que ¡te levantarás animado a proseguir tu propia peregrinación en dirección a Ciudad Celestial!
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Prefacio de John Newton
Introducción
Biografía de John Bunyan
El progreso del peregrino, una obra de valor inestimable
La apología del autor a su libro
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Conclusión
Ilustraciones
Los escritos del señor Bunyan no necesitan un prefacio de recomendación. Las varias ediciones por las que han pasado y los diferentes idiomas a los que muchos se han traducido prueban, sin lugar a dudas, que los dones de Dios encontrados en este hombre han sido, por bendición divina, muy aceptados y útiles para las iglesias. Aunque él haya sido llamado al conocimiento y al ministerio del evangelio cuando estaba ya en un estado muy degradado de vida, así como fue liberado del hábito de conversaciones depravadas y a pesar de que nunca recibió formación en literatura, el Señor —el grande, el único Maestro eficaz— hizo de él, en grado eminente, un exitoso y hábil ministro del Nuevo Testamento.
Probablemente, solo aquellos a quienes él predicaba personalmente se habrían beneficiado de su celo y experiencia si el Señor no hubiese permitido que el odio de sus enemigos prevaleciera contra él durante un tiempo. Vivió días de mayores pruebas que nosotros. Fue sentenciado a cadena perpetua por predicar la Palabra de vida a los pecadores. Con todo, lo que sufrió fue la prisión durante más de doce años, pero su espíritu no estaba encarcelado. Aunque aislado del trabajo público, no permaneció ocioso. Se dedicó a escribir libros, y la mayoría de los tratados por los que, incluso después de muerto, aún habla (más de 60) fueron compuestos durante su confinamiento en la prisión de Bedford, en Inglaterra. De esta forma, sus adversarios contribuyeron a ampliar su utilidad por los mismos métodos que usaron para impedirlo. Y, como en el caso del apóstol, lo que le sucedió se demostró provechoso para promover el evangelio en vez de detenerlo.
Sus libros —a pesar de estar desprovistos de aquel arte y adorno en los cuales los autores que buscan la alabanza de los hombres depositan gran énfasis— fueron, y todavía son, altamente estimados por aquellos que tienen predilección por la verdad divina, por los grandes instrumentos en manos del Espíritu Santo para despertar a los negligentes y por animar a los que buscan la salvación. Y no dudamos de que todavía serán usados por Dios para esos propósitos a favor de muchos que aún no han nacido.
Sin embargo, así como entre las estrellas una excede a otra en gloria, de todos los escritos de nuestro autor, no hay ningún otro tal vez tan universal y merecidamente admirado como El progreso del peregrino. En él, Bunyan delinea la vida cristiana sobre la idea de un viaje o peregrinación desde Ciudad de la Destrucción hasta Ciudad Celestial.
En este tratado, él aparece no solo como un escritor bien instruido en los misterios del reino sino también como un verdadero genio. Incluso a pesar de no haber recibido nunca una educación erudita, Dios le concedió talentos naturales considerables, una vívida creatividad, un espíritu penetrante y gran capacidad de juicio; y su estilo, aunque directo y sencillo, es admirablemente claro, animado y encantador. Por medio de los ejercicios por los que el Señor lo dirigió y mediante un preciso estudio de la Palabra de Dios, adquirió un conocimiento singular del corazón humano y de las diversas formas en que este actúa, tanto en su estado natural como en el obtenido después de la gracia, y de las varias trampas y peligros a los que el cristiano se ve expuesto, provenientes tanto del hombre y de las cosas del mundo como de las argucias de Satanás.
Bunyan exhibió en El progreso del peregrino, de forma muy agradable e instructiva, este fruto de su experiencia y observación, que puede ser considerado como un mapa de la profesión de fe cristiana en su actual estado mezclado, mientras el trigo y la cizaña crecen en el mismo campo; un mapa tan precisamente diseñado que difícilmente encontraríamos un relato o personaje, entre la vasta variedad de personas e incidentes que vemos a diario, que sirviera como contrapartida. Y a Bunyan lo hace especialmente feliz conquistar la atención de sus lectores: muchos leyeron este libro con una cierta clase de placer arrebatador, aunque no entendieran el propósito del autor, el cual solo aquellos que tienen los ojos de la mente iluminados por el Espíritu de Dios pueden comprender plenamente. Y aquellos que mejor lo entienden, y que lo leen con frecuencia, normalmente encuentran nuevos placeres e instrucción en cada lectura.
[…]
Que este prefacio concluya con una palabra al corazón del lector. Si no estás convencido de tu pecado y guiado por el Espíritu para buscar a Jesús, El progreso del peregrino continuará siendo un enigma para ti, por más que tenga notas al pie de página. Como alguien que desea el bien de tu alma, te aseguro que, reconozcas o no estas cosas, son realidades importantes. El progreso del peregrino es una parábola, pero tiene una interpretación que te afecta. Si estás viviendo en pecado, estás en Ciudad de la Destrucción. Oh, escucha la voz que te advierte: «¡Huye de la ira venidera!». Ora para que los ojos de tu mente sean abiertos. Entonces, verás los peligros y, alegremente, seguirás la brillante luz de la Palabra hasta que entres por Cristo, la puerta estrecha, al camino de la salvación. Si la muerte te sorprende antes de llegar a ese camino, estarás perdido para siempre.
Si realmente estás preguntando cuál es el camino a Sión, con el rostro mirando hacia allá, te recomiendo que te apresures. Contempla la puerta abierta delante de ti, la cual nadie puede cerrar. No obstante, prepárate para las dificultades, pues el camino se extiende a través de muchas tribulaciones. Hay montañas y valles que debes superar, leones y dragones que encontrarás en el recorrido, pero el Señor de la montaña guiará y protegerá a su pueblo. Revístete de toda la armadura de Dios y pelea la buena batalla de la fe. Ten cuidado del Adulador. Sé cauteloso con la Tierra Encantada. Contempla el País de Beulá; sí, la misma ciudad de Jerusalén ante ti.
Allí, Jesús, el precursor, aguarda para recibir a los viajeros que vuelven al hogar.
JOHN NEWTON (1725-1807) Pastor anglicano y autor del himno Sublime gracia.
El progreso del peregrino figura entre los mayores clásicos de la literatura mundial. Durante mucho tiempo, fue, después de la Biblia, el libro más vendido del mundo, y podía encontrarse tanto en las casas más humildes como en las mansiones más lujosas.
En este texto, John Bunyan presenta los fundamentos de la doctrina cristiana en forma de una alegoría. El viaje de un hombre atormentado por su condición pecaminosa, su conversión y los desafíos que encuentra mientras se dirige a Ciudad Celestial representan lo que normalmente sucede en la experiencia cristiana.
Sugerimos que, antes de entrar en la narrativa en sí misma, leas los textos introductorios que te presentarán el contexto en el que el libro fue producido y cómo la vida del propio autor influyó en el producto final. La fascinante trayectoria de Bunyan, que pasó de fabricar sartenes a ser soldado y después un poderoso predicador, impregnan la vida de varios de sus personajes.
Ten siempre una Biblia a mano, pues el autor indica los pasajes que sirven de base para esta alegoría en las notas al final de cada capítulo. Eso enriquecerá tu comprensión.
En esta edición, incluimos ilustraciones antiguas para transformar su lectura en una experiencia aún más agradable. Fueron extraídas de una edición inglesa fechada en 1890. Por lo tanto, ¡tienes una antigüedad en tus manos!
La poesía inicial, titulada «La apología del autor a su libro», es una defensa de John Bunyan de su «osadía» al producir una alegoría sobre un tema tan importante como el crecimiento en la gracia. Sus argumentos fueron expuestos de manera convincente a quien quisiera cuestionarlos.
Encuentra tu lugar favorito para leer, acomódate y aventúrate con Cristiano en su peregrinación. Percibirás con frecuencia que tu identificación con la historia será tan intensa y el mensaje a tu corazón tan profundo que ¡te levantarás animado a proseguir tu propia peregrinación en dirección a Ciudad Celestial!
De los editores.
John Bunyan nació en noviembre de 1628, en Elstow, un pueblecito a 1,5 km de distancia de la ciudad de Bedford. Su padre, Thomas Bunyan, fabricaba y reparaba sartenes y teteras. Su madre, Margaret Bentley, provenía de una familia más adinerada. A John le gustaba definir a su familia diciendo que «pertenece a la multitud de los pobres campesinos». Incluso sin muchos recursos financieros, los padres de Bunyan lo enviaron a la escuela. Sin embargo, él permaneció en clase el tiempo suficiente para solo aprender a leer y escribir. Desde temprano, aprendió el oficio del padre y ayudó en el sustento de la familia.
Su madre murió en junio de 1644 y su hermana menor un mes después. En agosto del mismo año, su padre se casó de nuevo. Al parecer, esta nueva relación provocó una separación entre padre e hijo, lo que llevó a John a pasar los tres años siguientes sirviendo en la Guerra Civil Inglesa1, probablemente apoyando a los parlamentaristas y bajo el mando de Sir Samuel Luke. Los años vividos en ese conflicto influirían después en sus escritos de algunos episodios en futuros libros. Solo un soldado experimentado podría escribir con tanta riqueza de detalles las escenas de algunas de las luchas encontradas en El progreso del peregrino, por ejemplo. Siendo aún joven, Bunyan cayó en una vida de juego y bailes. Poco después de ser licenciado del ejército, se casó con su primera esposa, entre 1647 y 1648. En su autobiografía Gracia abundante (Editorial Clie, 2009), afirma que, cuando se unieron, los dos eran «tan pobres como los pobres deben ser, sin poseer mucho menaje doméstico más allá de un plato y una cuchara que compartíamos». A pesar de ser tan pobres, la esposa de Bunyan aportó como dote de boda dos libros, lo cual era insólito en aquellos tiempos: The Plain Man’s Pathway to Heaven [El viaje al cielo del hombre común], de Arthur Dent, y The Practice of Piety [La práctica de la piedad], de Lewis Bayly. Esas dos obras y el comportamiento cristiano de su esposa influyeron para que Bunyan tuviera un despertar espiritual. Tuvieron cuatro hijos. La mayor fue Mary, que nació ciega y era objeto de un afecto especial por parte de su padre.
John Bunyan
Los cuatro años siguientes fueron de un intenso conflicto espiritual interior para Bunyan. Por un lado, su carne deseaba continuar en la práctica del pecado; por otro, su espíritu, tocado por la gracia divina, sentía el peso de la condenación y el deseo de la salvación. Cierto domingo por la tarde, mientras jugaba al Tip Cat2, una voz del cielo le vino a la mente y le dijo: «¿Abandonarás tus pecados e irás al cielo o continuarás pecando e irás al infierno?». En aquel momento, Bunyan no dio importancia a la profunda inquietud que sobrevino en su espíritu, pero poco después, buscó la redención de su alma en una vida de legalismo. Comenzó a frecuentar la iglesia, cambió su forma de hablar y de vestir. A pesar de ello, cuando fue desafiado por un sermón sobre la observancia del día del Señor, Bunyan decidió volver a sus viejos hábitos.
En Gracia abundante, cuenta cómo, cierta vez, mientras caminaba por la calle, oyó a tres o cuatro señoras conversando «sobre su nuevo nacimiento, la obra de Dios en sus corazones y la forma por la que se convencieron de su estado natural de miseria. Hablaban de cómo Dios había visitado su alma con su amor en Cristo Jesús, y con qué palabras y promesas habían sido renovadas, consoladas y ayudadas contra las tentaciones diabólicas». Esa conversación lo llevó a despreciar el pecado de su naturaleza.
Iglesia de Saint John, Bedford
En 1650, llegó a conocer al pastor puritano3 John Gifford en su casa parroquial en la iglesia de Saint John, que entonces era una congregación independiente, en Bedford. En aquella ocasión, conversaron sobre la salvación y el verdadero mensaje de Jesús. Sin embargo, la rendición definitiva de Bunyan a Cristo sucedió un año después, influido por la conversación de dos señoras con el pastor Gifford y por la lectura del Comentario de la Epístola de San Pablo a los Gálatas (Ed. Clie, vol. II) que, después de la Biblia, era su libro de referencia. En ese mismo año, comenzó a asistir a esa congregación en Bedford, aunque mantuvo su residencia en Elstow. Llegó a ser miembro y diácono en 1653.
Su talento para la enseñanza y la predicación se hicieron manifiestos, y predicaba tanto en su iglesia como en otras congregaciones a las que lo invitaban. En aquel tiempo, la Iglesia del Estado, la Anglicana, regulaba toda la actividad de predicación. Cualquier grupo o individuo que se le opusiera era considerado ilegal y, como consecuencia, perseguido.
Entre 1655 y 1660, Bunyan se implicó en controversias con los cuáqueros4. Los diversos panfletos y libritos que produjo durante ese período como respuesta a la doctrina cuáquera hicieron destacar su talento literario. En 1658, falleció su primera esposa y lo acusaron por primera vez por la actividad ilegal de predicación sin la debida licencia de la Iglesia de Inglaterra, aunque esto no terminó ni en juicio ni en prisión. Sin embargo, ni siquiera esos dos tristes hechos impidieron que este heraldo divino siguiera predicando la Palabra de Dios con osadía.
En 1659, a los 31 años de edad, volvió a casarse, esta vez con una joven que tenía entre 17 y 18 años, Elizabeth Bunyan, con quien tuvo otros dos hijos. En 1660, se endureció la persecución a los no conformistas, los puritanos. El antiguo Libro de Oraciones, promulgado en el reinado de Enrique VI (1547-1553) fue reactivado, y se prohibió cualquier culto que no siguiese esa liturgia.
Elizabeth Bunyan ante la Corte de Londres en defensa de John Bunyan
Al saber que Bunyan estaba predicando en el pueblecito de Lower Samsall, el juez Francis Wingate emitió un pedido de prisión contra él. Cuando Bunyan estaba en medio del sermón, la policía entró en la estancia y lo llevó a la cárcel, donde permaneció aguardando su juicio. Su acusación afirmaba, incluso sin el apoyo de testigos: «John Bunyan, de la ciudad de Bedford, trabajador, se ha abstenido de forma diabólica y perniciosa de venir a la iglesia para escuchar el culto divino, y es defensor común de varias reuniones ilegales que causan gran perturbación y distracción de los buenos súbditos de este reino, contrariamente a las leyes de nuestro soberano señor y rey». Al pronunciar sentencia, el juez Keeling dijo: «Oye tu juicio: serás llevado nuevamente a prisión y permanecerás tres meses allí. Al final de esos tres meses, si no te sometes a ir a la iglesia a escuchar el culto divino y abandonas tu predicación, serás exiliado del reino. O si se te encuentra de nuevo predicando sin licencia del rey, serás ahorcado. Te lo digo sin rodeos. Carcelero, ¡llévatelo!». La respuesta de Bunyan fue: «¡Si me liberan de la prisión hoy, predicaré mañana de nuevo con la ayuda de Dios!». Fue condenado a doce años de prisión el 12 de noviembre de 1660.
Su esposa se presentó ante jueces de cortes superiores en Londres en dos tentativas de apelar a la sentencia. Otros amigos también intercedieron por él, pero todo fue en vano.
John Bunyan y su hija Mary en la cárcel de Bedford
A pesar de que la cárcel de Bedford era repugnante, el trato dispensado a los presos era humanizado. Dentro de la prisión, Bunyan participaba en la fabricación de cordones para zapatos, lo cual ayudaba al sustento de la familia. Recibía visitas regulares, especialmente de su hija invidente, que le llevaba sopa para la cena; y él también podía, a veces, salir de la prisión para visitar a su familia y predicar. En una de esas ocasiones, un sacerdote anglicano supo de la salida de Bunyan y lo delató. Sin embargo, aquel día, Bunyan se sintió espiritualmente movido a volver a la prisión antes de la hora marcada. Cuando el mensajero llegó para verificar si todos los presos estaban bien y en sus celdas, la confirmación de que Bunyan estaba presente apartó la sospecha. Más tarde, el carcelero le dijo: «Puedes salir cuando quieras, porque sabes mejor que yo cuándo debes volver».
Otra libertad que también se le concedió fue la de leer, estudiar y escribir. Durante ese tiempo en prisión, Bunyan escribió su autobiografía Gracia abundante, que se publicó en 1666. Entre sus libros favoritos en esta fase de su vida, estaba El libro de los mártires, de John Foxxe.
Su liberación tuvo lugar en 1672, cuando el Rey Carlos II emitió la Declaración de Indulgencia. Se le dio autorización para predicar en la región de Bedforshire con otros 25 ministros. Se lo llegó a conocer como el «obispo Bunyan», dando a entender que sería el líder entre todos ellos. El edificio de la iglesia de Saint John, donde, antes del encarcelamiento, Bunyan asistía y predicaba, había sido devuelto a la Iglesia Anglicana, y ahora la congregación se reunía en un granero. La fama de Bunyan se extendió, e incluso se lo invitaba a predicar en Londres, donde, según un registro, en una mañana de mucho frío, 1.200 personas se reunieron para escucharlo. Fue un tiempo de descanso y prosperidad para este probado siervo de Dios.
A pesar de ello, en 1675, cambió la actitud del gobierno hacia los puritanos, y se revocaron muchas licencias para predicar; entre ellas, la de Bunyan. En marzo de 1676, tras otra orden de prisión, John Bunyan regresó a la cárcel, donde permaneció seis meses. La tradición dice —a falta de relatos históricos precisos— que sería en esta ocasión cuando escribió su obra más notable, El progreso del peregrino, publicada por primera vez en 1678.
Debido a su popularidad, Bunyan llegó a recibir un indulto real y disfrutó de libertad hasta el final de su vida. Su influencia creció y su ministerio abarcó predicaciones en casi todas las regiones de Inglaterra.
En sus últimos años de vida, también escribió muchas obras excelentes. Entre las más conocidas, están: The Life and Death of Mr. Badman [La vida y la muerte del Sr. Malo] (1680), La Guerra Santa (1682, publicada por Ed. Alfa & Omega, 2003) y La peregrina (1684, publicada por Ed. Clie, 2008). John Bunyan escribió un total de 61 obras entre panfletos, libritos y libros.
Murió de gripe un 31 de agosto de 1688 en Londres, donde fue para apaciguar una disputa entre padre e hijo. Fue sepultado en Bunhill Fields, cementerio dedicado a los puritanos.
Uno de los contemporáneos de John Bunyan describió así su apariencia y personalidad:
Su semblante parecía el de una persona de temperamento austero y rudo, pero al conversar, era manso y afable. No era muy dado a la locuacidad o a muchos discursos, a no ser que alguna ocasión urgente lo requiriera. Nunca lo vi vanagloriarse de sí mismo o de su justicia, sino que parecía muy humilde y se sometía al juicio de los demás. Detestaba la mentira y los insultos, y era leal en todo lo que estaba en su mano y en su palabra. No respondía a las injurias, y amaba reconciliar diferencias así como hacer amistad con todos. Era muy perceptivo y poseía un excelente discernimiento sobre las personas; tenía un buen sentido del humor. En cuanto a su aspecto, era alto, de huesos largos, aunque no corpulento; sus mejillas eran levemente sonrosadas, tenía ojos brillantes y bigote, como era moda en la época. Sus cabellos eran rojizos, pero en los últimos años ya contaba con algunas canas. Su nariz bien formada no era aguileña ni respingona; y su boca, moderadamente grande. Tenía la cabeza erguida y siempre se vestía con simplicidad y modestia. Y así describimos de manera imparcial el interior y el exterior de una persona cuya muerte se ha lamentado mucho; que experimentó las sonrisas y las miradas severas de su tiempo; que no se enorgullecía en la prosperidad ni se estremecía ante la adversidad; que siempre mantuvo el áureo mensaje.
En él, brillaban tres grandes eminencias:
Era historiador, poeta y predicador en excelencia.
Déjenlo reposar en el polvo imperturbable
hasta la resurrección de ese santo inculpable.
Los puritanos en conferencia con el Rey Jaime I de Inglaterra
1 Conflicto desencadenado entre la monarquía y el Parlamento inglés entre los años 1642 y 1649. La animosidad entre la monarquía y los parlamentarios que comenzó en el gobierno de Jaime I, se intensificó por las impopulares medidas sociales y económicas de su heredero, Carlos I, por el conflicto con los presbiterianos en Escocia y por la disputa de la soberanía de la Iglesia Anglicana con los puritanos. Los parlamentaristas, liderados por Oliver Cromwell, impusieron sucesivas derrotas a los monarquistas, hasta que el Rey Carlos I fue decapitado, acusado de traición. La monarquía y la Cámara de los Lores fueron abolidas, y hasta el regreso de Carlos II del exilio en 1660, Inglaterra fue una república.
2 Juego en el que de cuatro a ocho jugadores se posicionan cerca de agujeros que funcionan como las bases ordenadas en una circunferencia. Algunos jugadores se colocan fuera de este círculo llamado campo; y un número igual, dentro de él, serán los bateadores. Uno de los que está dentro del campo lanza la bola de madera (cat) al bateador más cercano. Si este consigue batear y enviar la bola lejos, los de la base correrán cambiando de una base a otra hasta que la bola sea recuperada. Cada base recorrida equivale a un punto.
3 Grupo cristiano que rechazaba la autoridad de la Iglesia de Inglaterra (o Anglicana) por el hecho de que esta mantenía muchos rituales católico-romanos en su liturgia. Deseaban una profunda reforma en la iglesia o purificación (de donde proviene el nombre «puritanos»), y el regreso a la predicación y práctica de la Biblia como norma de fe. En su mayoría, eran calvinistas.
4 Grupo religioso protestante fundado en Inglaterra en el siglo XVII por George Fox. Originalmente, se llamaban Sociedad Religiosa de Amigos. El nombre «cuáquero» (quaker, en inglés: «los que tiemblan») fue inicialmente usado por opositores de Fox como forma de ridiculizarlo, pero acabó siendo adoptado por el grupo para definirse como «aquellos que tiemblan ante la Palabra de Dios». Entre sus creencias está la de que todo ser humano tiene en sí una iluminación interior sobrenatural del evangelio de la verdad. Rechazan ceremonias religiosas y no poseen un clero porque creen en la igualdad de iluminación.
El progreso del peregrino fue publicado por primera vez en 1678 por Nathaniel Ponder en su casa de publicaciones en Londres. El título completo original de la obra era «El progreso del peregrino de este mundo al mundo por venir», y contenía 191 páginas. La demanda del libro fue tal que, antes del fin de ese mismo año, se publicó la segunda edición, añadiendo algunos pasajes y notas. (Es necesario recordar que la cantidad de lectores en el siglo XVII era escasa). Eso hizo de él un superventas sin precedentes en la historia, incluso cuando su presentación fue extremadamente sencilla. La segunda parte del libro, conocida en español como La peregrina, fue publicada en 1684.
Sin embargo, el éxito del libro no se redujo a las fronteras de Inglaterra. Su recepción en países como Escocia, Irlanda y Nueva Inglaterra (actualmente, Estados Unidos de América) fue con un entusiasmo todavía mayor. En este último país, la primera edición se realizó tan solo tres años después del lanzamiento en Inglaterra. No obstante, los editores norteamericanos, de origen puritano como Bunyan, entendieron que, por el contenido de la obra, valía la pena la inversión de producir una edición de lujo. En pocos años, El progreso del peregrino ya estaba traducido al francés, holandés, alemán, flamenco, gaélico y galés. Fue ampliamente usado por la Sociedad Misionera de Londres como herramienta para la evangelización en los países donde actuaban. Con todo ello, al final del siglo XVIII, ya había llegado a las Indias; y en el siglo XIX, a África. La última vez que se hizo el cálculo, El progreso del peregrino ya se encontraba en más de 200 idiomas, lo que lo convierte en el libro más traducido del mundo después de la Biblia. La primera edición en español es de la editorial Juan de Valdés, en 1935.
Tan pronto como fue lanzado, tuvo un impacto especial entre las clases trabajadoras, pero en poco tiempo, era libro de cabecera para todos los estratos de la sociedad.
En la Inglaterra del siglo XVII, la literatura de ficción aún no estaba muy difundida ni era ampliamente aceptada, especialmente entre las publicaciones de carácter cristiano. Eso justificaría el poema Apología del autor del libro que da inicio al texto de El progreso del peregrino. En él, Bunyan da las razones por las que escogió escribir de forma alegórica, e intenta incluso anticiparse a las críticas que recibiría por esa opción.
El género literario adoptado por el autor es la narrativa de aventura, y Bunyan demuestra mucha habilidad en el desarrollo de los personajes y la trama de la historia. Cuando esto se combina con la característica alegórica, el tipo de texto resultante lleva al lector a entender que los eventos, personajes y escenarios son, en realidad, figura de una realidad todavía más profunda. Y es con eso en mente que debe leerse El progreso del peregrino.
Primera edición de El progreso del peregrino, impresa en 1678.
Los nombres de los personajes representan tanto sus características personales más marcadas como individuos como así también una clase de personas que tienen modos de actuar y pensar semejantes a los manifestados en la narrativa. De forma similar, los lugares a los que Cristiano llega o por donde pasa, y las situaciones que enfrenta en cada uno de ellos, manifiestan las fases del caminar de ese personaje en sí, así como las experiencias compartidas por todos los que rindieron su vida al Salvador.
Bunyan buscó fundamentar su narrativa en su experiencia personal así como en la Palabra de Dios. Su vida en el ejército, su conversión, su ministerio, la prisión y la liberación posterior, permeados de todos los conflictos y dilemas por los que pasó su alma, son el telón de fondo para la comprensión y la identificación con el texto. Su cuidado en aportar a su narrativa datos marginales con textos bíblicos que dan base a los eventos enriquece el aprendizaje práctico de las Escrituras.
El contexto histórico en que vivió John Bunyan moldeó su pensamiento teológico y político, y se reflejó en sus escritos, como era de esperar.
La Guerra Civil entre los monarquistas y los parlamentaristas llevó a la derrota de los primeros y, como consecuencia, a la ejecución del Rey Carlos I en 1649. Se cree que el tiempo que Bunyan pasó en el ejército tuvo lugar luchando del lado de los parlamentaristas. El poder de la Iglesia de Inglaterra quedó debilitado tras la derrota de los monarquistas. Se autorizó el funcionamiento de congregaciones independientes así como de predicadores seglares itinerantes. Los puritanos disfrutaron de un tiempo de paz, y sus doctrinas calvinistas pudieron proliferar. Con el retorno de la monarquía bajo Carlos II, la Iglesia Anglicana procuró recuperar su control sobre las actividades religiosas, y comenzó la persecución a los puritanos y otros grupos disidentes.
La inherente pecaminosidad del ser humano, su incapacidad para la autoexpiación, la suficiencia del sacrificio de Cristo como método de salvación, la obligación del crecimiento en las virtudes cristianas, el imperativo del conocimiento amplio de las Escrituras o la necesidad de la comunión cristiana como medio de aliento para la práctica del evangelio son las temáticas encontradas en El progreso del peregrino. Ese conocimiento de las doctrinas calvinistas llegó por influencia de su discipulador, el pastor John Gifford, por la lectura del Comentario de la Epístola de San Pablo a los Gálatas, de Martín Lutero, y por los tratados que el propio Bunyan escribió en su controversia con los cuáqueros.
La iniciativa de Bunyan de propagar esas doctrinas fundamentales para el cristianismo protestante en forma de narrativa alegórica facilitó la comprensión del plan de salvación tal y como se expone en la Biblia para el lector común.
Al tratarse de un libro con más de tres siglos de vida, El progreso del peregrino ha sido de gran influencia en la literatura mundial, pero más específicamente en la de habla inglesa. Autores vinculados al movimiento romántico del siglo XIX, como Charles Dickens, Charlotte Brontë, Mark Twain, George Elliot y Louisa May Alcott, usaron el texto de Bunyan para construir la trama de algunos de sus libros.
También renombrados autores del siglo XX fueron influidos por el clásico de Bunyan. Ejemplos de ello son los libros La feria de las vanidades, de William M. Thackeray (Ed. Rialp, 1999, en la clara referencia cuando Cristiano y Fiel llegan a la feria), Mr. Standafast, de John Buchan, o El regreso del peregrino, de C. S. Lewis (Ed. Planeta, 2008).
Sin embargo, su influencia ha sido aún más intensa entre los predicadores de los siglos siguientes, como los eminentes George Whitefield (siglo XVIII) y Charles Haddon Spurgeon (siglo XIX), J. I. Packer, R. C. Sproul, John Piper, John McArthur (todos del siglo XX y XXI).
Como dijo el Reverendo William Landels en su nota introductoria a la edición de El progreso del peregrino, de 1890:
… el hombre a quien se le prohibió predicar para unas pocas personas reunidas en la cabaña de un campesino fue provisto de recursos para escribir un libro por medio del cual habla a millones, en todas partes y por varias generaciones. Al mismo tiempo, los hombres que intentaron silenciarlo fueron todos olvidados. Así, las maquinaciones de los enemigos del evangelio fueron todas frustradas.
Los tiempos pueden cambiar, y promoverse nuevas tecnologías y avances científicos, pero esta obra clásica del cristianismo bíblico permanece hablando al corazón de todos los que, en algún momento de su caminar por la vida, han sentido el peso del pecado sobre sus hombros y han deseado liberarse.
«Dormí y tuve un sueño».
Al comienzo, cuando la pluma tomé en mis manos,
para así escribir, no sabía, hermanos,
que en este modelo un opúsculo haría.
¡No! En realidad, otro pensé que compondría,
el cual, cuando casi caducó,
sin que lo percibiese, este libro inspiró.
Y así fue: acerca de la epopeya de los santos
en esta era del evangelio, imaginé otros tantos.
De repente me vi componiendo esta historia
sobre su viaje rumbo a la gloria.
Más de veinte cosas registré.
Hecho eso, sobre otras veinte medité.
Y estas en otras tantas se multiplicarían
como las ascuas de las brasas que ardían.
Fue entonces que ponderé: «Si se procrean rápidamente,
a un lado las dejaré, no las quiero en mi mente.
Así impediré que ad infinitum me agoten,
y que del libreto que compongo rivales se tornen».
Eso hice, sin embargo, aunque así no lo deseé,
ni presentarlo de este modo a esta grey yo pensé.
Imaginé solamente: Un texto quiero hacer,
sin compromiso, solo por placer;
no para a mi prójimo agradar,
sino solamente a mí mismo gratificar.
En estos borradores míos, tiempo de ocio emprendí.
Al hacerlo, solamente pretendí
distraerme del mal pensamiento
que me hace errante al sabor del viento.
Alegre, mi pluma al papel apliqué.
Pronto mi mente al cielo elevé.
Ahora, sabedor del método que escogí,
las imágenes afluían y así las describí,
hasta que, por fin, llegaron a ser
la grandeza y profundidad que se puede ver.
Cuando, al fin, el trabajo estaba acabado,
lo mostré a otros para ver cómo sería considerado.
¿Condenarlo tal vez? ¿O encontrarían en él motivos para defender?
Algunos dijeron: ¡Viva! Otros: Mejor dejarlo fenecer.
De unos oí: ¡John, publica! Otros no hablaron igual.
Algunos lo consideraron bueno. Otros, que sería para mal.
Me encontraba, pues, en un dilema y no vislumbraba
cuál sería la mejor alternativa para la espera que se avecinaba.
Por fin, pensé: «Ya que estás así dividido,
publícalo, es la solución». Así el caso quedó decidido.
Percibo que, si pudiesen, algunos así lo harían,
aunque otros en esa vía no correrían.
Para demostrar acertado a quien lo mejor aconsejó,
consideré dar a probar el libro a quien bien lo trató.
Ponderé todavía: Si se lo negase a los que lo amaron
para satisfacer a los que lo despreciaron,
creo que escondiéndolo yo estaría
de aquel que en ello grandemente se deleitaría.
A los contrarios a su lanzamiento
les dije: «¡Ofenderlos no es lo que intento!
Como sus hermanos encontraron en él placer,
aguarden para juzgar hasta que más puedan ver.
»Si no lo quisieran leer, en mí apoyo encontrarán.
Algunos prefieren pescado y otros la carne escogerán».
Sí, para que mejor pudiese apaciguarlos,
en estos términos decidí argumentarlos.
¿En tal estilo y método la alegoría1 no debo escribir,
sin que de mi meta y de tu bien pueda prescindir?
Me pregunto: ¿por qué no osar?
Nubes negras traen lluvias, las brillantes solo piensan en volar.
Si gotas plateadas cayeren, sea de nubes negras o brillantes,
para regar la tierra y producir cosechas abundantes,
sin censurarlas, sean muy agradecidos,
disfruten con alegría de los frutos recibidos.
Sí, para que de la mezcla de esos bienes recibidos,
los orígenes de los frutos no puedan ser distinguidos.
Hambriento, con la provisión te has de saciar,
pero, una vez lleno, cualquier bendición vas a despreciar.
Los modos de trabajo observen del pescador,
él atrapa el pez con su ingenio de inventor.
Miren cómo empeña toda su inteligencia;
sus trampas, sedales y anzuelos dispone con diligencia.
Aun así, peces hay que ni ganchos, redes o lazos
podrán traerlos a sus brazos.
Tales peces solo con el tacto son encontrados,
y en caso contrario jamás serán capturados.
¡Cómo desea el cazador el ave capturar!
Por todos los medios que pueda emplear:
Jaulas, redes, armas, luces y campanas,
se arrastra, avanza, levanta usando sus mañas.
¿Quién de tales tácticas podrá hablar?
Ninguna de ellas le hará el ave conquistar.
Para apresarlas hace uso de silbidos y sonidos,
y, aunque las cace con afán, al final las habrá perdido.
Si una perla puede en la boca de un sapo reposar,
así como en la valva de la ostra se suele encontrar;
si en aquello que no levanta expectativas
pueden encontrarse cosas significativas,
¿quién condenará al que pueda sospechar
que, si en ellas las buscare, allí las va a encontrar?
En este opúsculo de ornamento carente
que la ternura despierta en la humana mente,
no faltan todas las cosas excelentes
en las osadas, aunque vacías, ideas prevalecientes.
«Bien, no estoy plenamente convencido
de que este libro permanecerá después de leído».
«¿Por qué?». «¡Me provoca miedo!». «¿Sí?».
«¡Pero es falso!». «¿Cuál es el problema?», curioso respondí.
«Algunos, por medio de alegoría2 de tal forma taciturna,
brillan más fuerte su luz en la oscuridad nocturna».
El hombre afirmó: «Pero ellos la solidez merecen».
«Entre las metáforas, sus fuerzas le desaparecen».
Sólida es, sin duda, la pluma presta
del hombre que se hace profeta.
Sin embargo, ¿debo buscar solidez
si por metáforas hablo con intrepidez?
Antaño, de Dios las leyes y el evangelio revelados,
¿no fueron por tipos, sombras y metáforas comunicados?
¿Rechazaría el hombre sobrio en ellos creer
temeroso del fruto que eso le pudiera ofrecer?
Al contrario, a elevada sabiduría se humilla
y escruta lo que por pinos y presillas,
por becerros, ovejas, novillas y carneros,
aves y hierbas, y por la sangre de los corderos,
el Dios soberano deseó hablar.
Y satisfecho queda por luz y gracia en ellos encontrar.
Por lo tanto, no se apresuren en afirmar
que carezco de solidez, que soy como las olas del mar.
No todo lo que sólido parece ser, sólido será.
¿Quién los mensajes de las parábolas despreciará?
Si no, lo que nos es doloroso livianamente recibiremos
y de todo lo que es útil para nuestra alma nos privaremos.
En mis sombrías y turbias palabras se encuentra la verdad
así como los cofres esconden lo que hay de preciosidad.
Metáforas los antiguos profetas emplearon
y la verdad al mundo con osadía anunciaron.
Aquel que a Cristo y sus apóstoles escudriñaría
constatará que usaron simbología como la mía.
Temo decir que las Sagradas Escrituras,
que así destronan la argucia de las criaturas3,
están por toda parte repletas de imágenes sombrías,
figuras de lenguaje y alegorías.
Sin embargo, ese mismo Libro irradia por todo lado
luz que en día la noche más oscura ha transformado.
Vengan, permitan que mi crítico su vida examine
para ver si con líneas más oscuras que en este libro atine.
Algunas encuentra, y que así venga a saber;
incluso en sus mejores días, la sombra va a aparecer.
Que ante hombres imparciales nos plantemos,
empeño diez si no más contra uno solo de ellos,
de que comprenderán de estas líneas el sentido
mucho más que su engaño en bandejas de plata servido.
Ven, verdad, aunque en trapos envuelta,
comunica el juicio, restaura la mente revuelta.
Calienta el entendimiento, subyuga la voluntad,
la memoria completa y enseña con acuidad
sobre todo lo que deleita la imaginación
y que tiende a apaciguar nuestra agitación.
Sanas palabras, yo sé, Timoteo debe usar4
y las fábulas de viejas caducas rechazar,
pero Pablo, sobrio, no le prohíbe jamás,
el uso de parábolas en las cuales escondidas encontrarás
el oro, las perlas y las piedras preciosas
que tanto valen excavar con manos laboriosas.
Permítanme una palabra apenas:
¿Están ofendidos? ¿Desearían que yo estas escenas
expusiera en ropajes distintos
o que las explicase en términos más sucintos?
Tres cosas propongo y las hago objeto así