El reencuentro de los amantes - Diana Hamilton - E-Book
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El reencuentro de los amantes E-Book

Diana Hamilton

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Beschreibung

Cassie había arruinado su noche de bodas y su matrimonio por culpa de los nervios y la inexperiencia. Estaba demasiado enamorada de Román Fernández, su atractivo marido español. Después de un año separados, Cassie se sentía más segura, hasta que tuvo que volver a España a ayudar a su hermano, para lo que no le quedaba otro remedio que enfrentarse a Román. Al llegar allí, Cassie descubrió emocionada que su marido estaba empeñado en recuperarla y poner a prueba su nueva disposición... en el dormitorio.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Diana Hamilton

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El reencuentro de los amantes, n.º 1231 - noviembre 2015

Título original: Claiming His Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2001

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7346-9

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

HACÍA calor en aquella habitación poco ventilada, pero se soportaba bien. Fuera, en los interminables campos de claros colores, seguro que el calor en aquella tarde de julio sería casi insoportable.

Cassie se notaba el cuerpo húmedo de sudor bajo el traje de lino gris que se había puesto para hacer el viaje desde Londres hasta aquella urbanización andaluza llamada Las Colinas Verdes.

El traje sencillo, pero elegante, había sobrevivido dignamente al vuelo y al trayecto en taxi hasta allí, pensó satisfecha. No quería aparecer allí con aspecto informal.

Se llevó la mano al cabello para cerciorarse de que su peinado seguía bien recogido en la coleta que se había hecho. Luego trató de fijarse en el ritmo de su corazón. Era normal... lo cual era un consuelo. Ya no había razón para que fuera de otra manera; no era ya la jovencita de veintiún años que un día se casó. Habían pasado tres años desde entonces y había madurado mucho en ese tiempo.

Satisfecha con su apariencia y su estado de ánimo, consultó su reloj y se preguntó cuánto tiempo más tendría que estar esperando. El taxi que la había llevado desde el aeropuerto de Jerez la había dejado en el cortijo una hora antes. La recargada decoración de la sala donde se encontraba estaba empezando a agobiarla, ya que las contraventanas permanecían cerradas para aislarla lo más posible del calor.

—Enviaré a alguien para que le dé a tu marido el mensaje de que has llegado —le había dicho su suegra.

Doña Elvira la había hablado con mucha educación, como era habitual en ella. Cassie pensó que esa mujer era educada incluso cuando insultaba. Recordó una de las veces que lo había hecho. Sus hermanas mayores, tía Ágeda y tía Carmela, habían estado presentes y también la habían insultado.

—¿Está esperándote mi hijo? —le había preguntado con un leve movimiento de su nariz patricia, indicándole que sabía que su hijo Román hacía tiempo había perdido el interés que alguna vez pudiera haber tenido por su esposa.

—Esperaré —había contestado ella, ya sin el miedo que antiguamente había sentido por aquella mujer—. Mientras tanto, me gustaría ver a Roy. ¿Podría ordenar que me lo trajeran?

Así que esperó. Pero resultó que su hermano gemelo, Roy, no estaba en ese momento allí. Había tenido que ir a colocar unas vallas, le dijeron, bajo el sol abrasador como parte del castigo que estaba solo empezando.

—Estoy bajo arresto domiciliario en Las Colinas Verdes mientras Román decide lo que va a hacer conmigo —le había dicho él mismo por teléfono dos días antes—. No podría soportar la idea de pasarme diez años en una cárcel española, hermana... ¡Antes me suicido! —había añadido en un tono de voz que expresaba un miedo atroz—. Podrías intentar que Román no me denunciara. A mí no va a escucharme, ya sabes cómo es. Tiene la lengua tan rápida como un látigo y un cerebro laberíntico. Nunca sabes lo que está pensando. ¡Es imposible hablar con él!

—Lo llamaré esta noche —había prometido de mala gana Cassie.

Estaba disgustada por lo que su hermano había hecho y por el modo en que la estaba arrastrando a ella.

—Lo llamaré desde casa —aclaró Cassie a su hermano—, la tienda está llena.

Era cierto, ese día habían empezado las rebajas y estaba llena de personas buscando las mejores ofertas. Su jefa y mejor amiga, Cindy Corfield, ya le estaba haciendo gestos nerviosos para que cortara la llamada y saliera a ayudarla.

—Aunque Román tampoco me escuchará a mí —había avisado a Roy—. Si le pido que no te denuncie, seguramente hará lo contrario para vengarse de mí. ¡Nunca deberías haber cometido una estupidez así!

—Lo sé y lo siento, pero... ¡por el amor de Dios, si solo hablas con él por teléfono, eso no va a solucionar nada! Sabes que es muy orgulloso. Tienes que venir a hablar con él personalmente. Así tendrá que escucharte a la fuerza. ¡Maldita sea, Cass, ese tipo sigue enamorado de ti, a pesar de que lo hayas abandonado!

Aquello era absurdo, Román Fernández nunca la había querido. Se había casado con ella porque en aquel momento le había convenido. ¿Y a ella? Lo cierto era que nunca había pensado en su matrimonio desde un punto de vista práctico. Tres años antes había sido una muchacha ingenua y terriblemente vulnerable. Román le había secado las lágrimas y las había sustituido por estrellas cuyo brillo no había durado mucho tiempo una vez se hubieron casado.

Pero en ese momento, era una mujer adulta y no quería volver a equivocarse. Había aceptado ir porque había cuidado de su hermano gemelo durante casi toda su vida. Probablemente Roy no se lo mereciera, pero ella sabía lo asustado y solo que debía de sentirse y había decidido ayudarlo una vez más.

Así que en esos momentos, mientras esperaba, decidió que era preferible no ponerse nerviosa. Habían pasado cuarenta y ocho horas desde que Roy la había llamado pidiéndole ayuda y no había dejado de pensar en todo ese tiempo en lo que podía ofrecer a Román a cambio de la libertad de su hermano.

Evitó pensar en que su marido era una persona dura y sin corazón. Y, a pesar de sus esfuerzos, no pudo evitar sentir un hormigueo en el estómago cuando finalmente apareció en la sala y cerró la pesada puerta tras él.

Llevaba un sombrero negro echado sobre los ojos. Su camisa y pantalones, llenos de polvo, también eran de color negro. El olor sugerente a cuero y a hombre se esparció por la sala húmeda que solo se utilizaba para colocar los muebles que ya no se usaban.

Ella jamás había intentado ignorar o disimular el hecho de que él era el hombre más atractivo e impresionante que había conocido. Habría sido inútil. Pero deseando aparentar tranquilidad, como una mujer que ha pasado revista a su vida y ha desechado las cosas malas, y entre ellas a él, para después continuar su camino, hizo un esfuerzo por ignorar el impacto que ese hombre produjo en ella.

Recordándose a sí misma que el aspecto no importaba nada si escondía debajo un corazón duro y frío, se levantó. Su estatura elevada, aumentada por unos zapatos de tacón de aguja, la hacía la compañera perfecta para cualquier hombre, aunque este midiera un metro noventa y fuera doce años mayor.

—Me dijeron que habías venido —comentó él con su tono de voz áspero y sensual, que todavía provocaba en ella escalofríos—. Siento haberte hecho esperar —se quitó el sombrero y lo lanzó sobre una mesa colocada bajo una de las contraventanas cerradas.

Al descubrirse, mostró un cabello tan negro como la noche y unos ojos del color del carbón que le dijeron a Cassie que no lo sentía en absoluto.

Durante el tiempo que habían convivido, Román nunca había tenido en cuenta sus sentimientos y no había ningún motivo para que eso hubiera cambiado.

—¿Qué te trae por aquí? —añadió, haciendo un leve gesto con la cabeza. Sus ojos eran fríos y su boca no sonreía—. ¿Es que un año en ese pueblo que nadie conoce, trabajando en una tienda de ropa y viviendo en tu diminuto y asqueroso apartamento, te ha hecho darte cuenta de que estás mucho mejor con tu marido?

Román hablaba con las piernas abiertas, los pulgares metidos en la cinturilla del pantalón y una expresión impenetrable en el rostro.

Cassie no quería mirarlo, pero no podría evitar hacerlo sin parecer una cobarde, o lo que era peor, una mentirosa que tenía algo despreciable que ocultar.

Las palabras de él la habían llenado de rabia. No podía soportar cómo había hablado él de su trabajo y de su casa. Además, aquello demostraba que Román la había estado vigilando durante los últimos doce meses sin que ella se hubiera dado cuenta.

Pero no quería malgastar fuerzas en decirle que la boutique de la que se encargaba, junto con Cindy, iba cada vez mejor; ni tampoco que el apartamento donde vivía quizá fuera pequeño, pero que también era un lugar luminoso y en absoluto asqueroso. Así que puso una expresión tan fría e impenetrable como la de él.

—He venido porque Roy está en apuros y me necesita.

—Ya me lo imaginaba.

Algo en la expresión de su bello rostro, un ligero y breve temblor en su nariz aristocrática informó a Cassie de que estaba un poco nervioso.

La mujer entornó los ojos y esperó, segura de que Román haría algo en seguida que ella podría utilizar en su provecho. Y cuando no pasó nada y ambos quedaron en medio de un silencio incómodo, se volvió hacia la silla de madera labrada y se sentó de nuevo en ella.

Luego cruzó despacio las piernas enfundadas en medias de seda, consciente de que él estaba observando sus movimientos elegantes y vagamente provocativos. Entonces se dio cuenta, sin poder evitar contener la respiración, que los ojos brillantes de él habían notado cómo la falda se le había subido ligeramente. Y era evidente que le había gustado lo que había visto.

Pero ella no debería dejarse arrastrar por ello.

—Comprendo que estés enfadado con Roy. Yo también lo estoy. Lo que hizo no ha sido nada inteligente —señaló ella, tratando de disimular su inquietud.

—Al parecer, por primera vez en la vida, esposa mía, estamos de acuerdo.

Aquella respuesta no la tranquilizó lo más mínimo.

—Pero enviarlo a prisión no servirá de nada, tienes que comprenderlo. Lo único que conseguirás será arruinarle la vida a sus veinticuatro años... Recuerda también lo que puede significar para tu apellido.

Lo había dicho sin poder evitar un matiz desagradable. El orgullo de sus antepasados, propietarios de vastas tierras con viñedos, ganado, aceitunas y trigo, así como su posición social como miembros de una de las viejas familias de terratenientes andaluces había sido siempre uno de los temas favoritos de conversación entre doña Elvira y sus hermanas.

—¿Estás sugiriendo que el crimen quede sin castigo?

Román en ese momento estaba caminando de esa manera ágil y perezosa tan característica de él. Se acercó a una de las ventanas y abrió la contraventana, dejando que entrara la luz en la sala. Ella pensó que lo había hecho para verla mejor.

Román permaneció delante de la ventana, el rostro en sombra y la mirada enigmática. Pero para ella eso no era nuevo. Jamás había sido capaz de adivinar sus pensamientos.

En cualquier caso, eso no importaba lo más mínimo. Él ya no significaba nada para ella. Se había marchado de aquella casa hacía un año y un año después comenzaría a arreglar los papeles del divorcio. Lo único que quería era ayudar a su hermano a salir de aquella apurada situación y volverse a Inglaterra.

—Si no lo denuncias, me lo llevaré conmigo a Inglaterra... esa será la condición. Para él será suficiente castigo, ya que ama este país.

—No lo creo —replicó Román implacable—. Lo que ama de España es haberse emparentado, por medio de tu matrimonio, con una de las familias más ricas de Andalucía. Eso le hace sentirse importante.

«¡Qué cínico!», pensó Cassie, tragándose las palabras. ¿Para qué gastar su tiempo y su aliento en aclarar lo evidente? Él se había casado con ella por razones cínicas y nada había cambiado.

Pero no quería que aquellos recuerdos acabaran con la seguridad conseguida en aquel año lejos de su marido y su horrible familia. Porque ya no sentía lo que en el pasado había sentido por él. En esos momentos, estaba viviendo en un lugar en el que la respetaban y querían, en un lugar donde nadie la hacía sentirse inferior.

Estiró sus ya rígidos hombros, cruzó mentalmente los dedos y lo intentó de nuevo.

—¿De verdad deseas que se manche el apellido de tu familia? Yo intuyo que no. Me imagino las habladurías que provocaría el que se supiera que el cuñado de Román Fernández está en la cárcel.

Román se acercó a ella y la miró de un modo intimidatorio.

—Todos estarán de nuestro lado y nos compadecerán por habernos mezclado con tu familia. Además, pensarán que hemos actuado de acuerdo con la ley, a pesar de todo. Debes admitir que es lo más noble que se puede hacer en esta situación —esbozó una sonrisa, aunque sus ojos seguían mostrándose fríos y duros—. Tendrás que inventarte algo mejor.

Cassie dio un suspiro e hizo un esfuerzo por no abofetear ese rostro bello y arrogante. Era inútil intentar hablarle de buenos sentimientos y más inútil todavía llegar a su corazón. Nunca había sido capaz de ello, ni siquiera de recién casados.

—Te devolveré peseta a peseta lo que te ha robado —ofreció ella sin demasiada esperanza.

Cassie no tenía ni idea de cuánto podía ser aquello. Roy había sido... ambiguo, por decirlo de alguna manera. Pero aunque le costara el resto de su vida saldar la deuda, merecería la pena. Levantó los ojos hacia él en un gesto desafiante.

—Recuperarás todo tu dinero. Roy y yo desapareceremos de aquí y no volverás a vernos. Dentro de un año, podremos divorciarnos y olvidarás para siempre que tu familia estuvo relacionada con la mía. Y entonces —dejó escapar un suspiro, sorprendida por el dolor que sentía dentro de su corazón—... podrás casarte con la tal Delfina, que siempre andaba por aquí. Así harás felices a tu madre y tus tías, así como a Delfina. ¡No soportaba el modo en que flirteaba contigo ni cómo jugabas tú con ella!

En seguida lamentó haber dicho aquellas palabras que dejaban traslucir algunas de sus inseguridades pasadas. Ya las tenía superadas y le daba igual con quién se casara él en el futuro. Pero la vanidad de aquel hombre era demasiado grande como para darse cuenta de ello, cosa que se hizo evidente por el modo en que arqueó una de sus cejas oscuras.

¡Pensaba que ella estaba celosa, que todavía sentía algo por él! Era intolerable.

Cassie se puso en pie y alisó las inexistentes arrugas de la falda con manos temblorosas. Le empezaba a doler la cabeza y se le había revuelto el estómago. Su visita no había conseguido nada más que recordarle los dos peores años de su vida.

Pero tenía que intentarlo.

—¿Hacemos un trato?

No podía suplicarle, ni siquiera por su gemelo. Le había suplicado tantas veces en el pasado, para no conseguir nada, que no quería volver a pasar por la misma experiencia.

—No. O por lo menos, no el trato que tú vas a proponerme. Me sorprendes, Cassandra —añadió, como cuestionando su lucidez de mente—. Cuando nos casamos, conseguí trabajo a tu hermano en las oficinas de Jerez porque, según él, no quería volver a Inglaterra sin ti y tampoco quería continuar los pasos de tu padre y estudiar medicina. Es más, casi se puso a llorar cuando le recordé que eso era lo que vuestro padre quería.

—Tenía apenas veintiún años y no sabía lo que quería hacer con su vida. Hacía poco tiempo que había muerto nuestro padre y había tenido que enfrentarse a la idea de tener que vender la casa familiar para pagar sus deudas. No le pasaba como a ti, que has llegado al mundo arropado por una buena situación económica y con la creencia de que eres superior a todos los que te rodean.

Román ignoró lo que ella acababa de decirle, igual que había ignorado cada una de sus opiniones en el pasado.

—Le di trabajo con un buen sueldo y luego le tuve que pagar un apartamento porque decía que no quería vivir con la familia de Jerez. Él me lo pagó llegando tarde al despacho y saliendo antes de la hora, y eso cuando iba. Finalmente, y lo que es peor, me traicionó. Nos traicionó a mí y a mi familia, estafándonos una buena suma de dinero —se encogió de hombros como si la conversación comenzara a aburrirlo—. El salvarlo de las consecuencias de su delito, reponiendo el dinero robado, creo que no servirá para enmendarle el carácter, creo.

Cassie parpadeó. Odiaba admitirlo, pero de alguna manera tenía razón. Sin embargo, también sabía que su hermano era mejor persona que Román y pasar un tiempo en prisión no lo ayudaría a hacerse más responsable.

Se colocó las manos en las sienes. Cada vez le dolía más la cabeza. Había hecho un viaje muy largo, había tenido que ver de nuevo a Román y había sufrido la humillación de ver cómo su oferta era desechada como si hubiera sido pensada por una estúpida. Se sentía como si la hubieran masticado y luego escupido, cosa que no era nada agradable. De repente, se levantó.

—Si es tu última palabra, me iré, pero antes me gustaría ver a Roy. Esperaré aquí hasta que termine lo que está haciendo —dijo con voz ronca.

No creía que Román pudiera ser tan cruel como para impedírselo. Tenía que ver a su hermano para que supiera que había hecho todo lo posible. También quería aconsejarlo que aceptara el castigo como un hombre y decirle que volviera a Inglaterra cuando estuviera libre. Ella lo ayudaría en todo para que pudiera comenzar una nueva vida.

—Y yo que empezaba a pensar que te habías hecho más fuerte... Creo que te rindes con demasiada facilidad.

Cassie notó que el sudor le empapaba la frente. Se cruzó de brazos y trató de contenerse.

—Y yo creo que no sabes de lo que hablas —contestó ella, tratando de aferrarse a la poca energía que le quedaba—. No me vas a escuchar, así que dime qué quieres que haga. ¿Quieres que espere aquí sentada como una buena chica?

—Te escucharé —aseguró él.

—Puede que sí, pero ni siquiera pensarás en ello.

—No sabía que era obligatorio.

¡Era imposible discutir con él! Cassie agarró el bolso y se dispuso a marcharse, pero resultó más fácil pensarlo que hacerlo porque una mano grande la agarró y la detuvo.

No quería que él la tocara. El calor de su mano a través de la tela fina de su traje le recordó cosas que no deseaba volver a sentir. Pero era incapaz de decir nada.

—Has engordado. Los dos años que estuvimos juntos eras como un palo. A veces incluso me llegaste a preocupar.

¡Una mentira! En su lista de prioridades la preocupación por su felicidad y su bienestar había sido lo último.

—¡Mentiroso! —lo acusó—. Las únicas personas que se preocuparon por mi peso fueron tu madre y tus tías. Y eso, según tu preciosa Delfina, porque les preocupaba que fuera anoréxica y por tanto tuviera problemas para tener hijos. Me dijo una vez que solo me aceptarían si tuviera un hijo tuyo. Tenía que haberles dicho que había adelgazado porque era tremendamente infeliz y que jamás podría quedarme embarazada, porque tú no te acercabas a mí.

No lamentó decirle la verdad. Ya iba siendo hora de que Román se enfrentara a ella.

—Pensé que tú no querías que me acercara. Me rechazaste, ¿no lo recuerdas?

A eso no iba a contestarle. Se moriría antes que admitir lo mucho que se había lamentado por rechazarlo, por alejarse de él y por no tener el valor de confesarle sus sentimientos. Tampoco confesaría nunca cómo echaba de menos sentir sus manos ni lo mucho que la había hecho sufrir el estar alejada de él.

Apretó la boca mientras aquellos ojos negros repasaban mentalmente las partes de su cuerpo que habían aumentado en aquellos últimos meses. Ella sintió su mirada y no pudo evitar una sensación de vergüenza y confusión.

¿Qué sabía él de sus sentimientos, ni de la sensación de inseguridad, ni de la vergüenza que había empezado a sentir durante su matrimonio cuando él decidió que era frígida y no merecía la pena acostarse con ella?

Román la agarró por un brazo y le rodeó la cintura, justo por encima de la curva de las caderas.

—Me pregunto si un año separados ha podido cambiar algo. Quizá podríamos comprobarlo. ¿Me rechazarás otra vez si voy a tu habitación por la noche?

—¡No! —gritó.

Se quedó totalmente inmóvil. Había aprendido a no llorar. Y tampoco iba a olvidar la lección aprendida, arruinándolo todo en un momento.

En el pasado, en lo que parecía mucho tiempo atrás, había creído que lo amaba, que lo adoraba, había llegado incluso a pensar que él era el ser más perfecto del Universo.

Pero ya no. Él no volvería a engañarla porque no se lo permitiría. Echó la cabeza hacia atrás y lo miró con desafío.

—Si crees que voy a obedecerte y tumbarme en el suelo mientras tú satisfaces tu curiosidad sexual, ¡te equivocas!

Le quitó las manos con brusquedad y se dirigió hacia la puerta con los labios apretados para no gritar por todo el dolor sufrido.

—Se me ocurre algo mucho más civilizado, amor mío. Comparte mi cama durante los siguientes tres meses y satisface mi... curiosidad sexual. En ese caso, yo no denunciaría a tu hermano.

Capítulo 2

NECESITAS tiempo para pensarlo? —preguntó Román, rompiendo el prolongado silencio que siguió a la propuesta de él.

El tono casi divertido que empleó la sacó por completo de su estado de sorpresa.

—¡No creo que lo digas en serio! —replicó ella, expresando más debilidad de lo que le hubiera gustado—. Debes de estar desesperado si tienes que chantajear a una mujer para acostarte con ella —añadió, tratando de arreglarlo.

Esta vez sí consiguió su propósito, ya que Román entornó los ojos y apretó los labios. Era un hombre apasionado, ella lo sabía... Se apasionaba con su trabajo, con su tierra, con su familia, con sus mujeres... Aunque nunca con ella y los dos lo sabían.

—No es ningún chantaje... sino una condición —corrigió secamente—. No negociable. Eres libre de aceptar la oferta o de rechazarla.