El regreso del jeque - Caitlin Crews - E-Book
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El regreso del jeque E-Book

CAITLIN CREWS

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Beschreibung

El jeque Tariq bin Khalid Al-Nur era tan duro y traicionero como el desierto del que un día sería rey, pero no podía subir al trono de su país hasta que no contrajera matrimonio. ¿Por qué, entonces, seguía soltero? No podía dejar de soñar con la encantadora Jessa Heath, una chica corriente, pero inolvidable. Jessa sabía que Tariq y ella tenían una cuenta pendiente. ¿Y si se dejaba llevar y se permitía el lujo de aceptar su proposición? Una última noche para dejar atrás la pasión del pasado… Pero sabía que estaba pisando un terreno peligroso. En una sola noche, podría desvelarse el secreto que había mantenido oculto durante tantos años…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Caitlin Crews. Todos los derechos reservados. EL REGRESO DEL JEQUE, N.º 2074 - abril 2011 Título original: Majesty, Mistress... Missing Heir Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-263-6 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Promoción

Capítulo 1

A PUERTA se abrió de repente y Jessa levantó la vista del escritorio. Era como un sueño; un sueño que había tenido muchas veces. Él entró, envuelto en el frío húmedo de las noches de Yorkshire. Sin pensar se puso en pie y abrió las manos como si así pudiera defenderse de él, como si pudiera impedirle que entrara en aquel diminuto despacho, en su vida… No podía dejarle entrar de nuevo. No podía permitírselo.

–Aquí estás –dijo él en un tono enérgico e intransigente, como si se conformara con clavarle su fría mirada, como si la estuviera buscando.

El corazón de Jessa latía descontrolado y la cabeza le daba vueltas. ¿Acaso era una alucinación? ¿Cinco años después? ¿Estaba soñando?

–Tariq –dijo ella, aturdida, como si así pudiera disolver aquella ensoñación.

Pero Tariq bin Khaled Al-Nur no parecía un sueño. No había nada incorpóreo en él; un hombre que nunca pasaba desapercibido; al que era muy difícil olvidar. Le había dicho que no era más que un miembro de una de las familias más ricas del país, un hijo consentido y multimillonario, pero Jessa ya sabía que era algo más que eso: Tariq se había convertido en el gobernante de su país. No soportaba saberlo. Era como si lo llevara escrito en la frente, delatándose a sí misma, revelándole que le había seguido la pista a través de los años cuando en realidad había querido olvidarle.

Pero no era capaz de apartar la vista de él.

Incluso después de tantos años, podía recordar todos sus rasgos con una claridad asombrosa, pero él era mucho más de lo que ella se había permitido recordar. Las líneas de su rostro se habían endurecido y se habían vuelto más enigmáticas e indescifrables. Se había hecho más hombre; el tiempo lo había convertido en un hombre hecho y derecho.

Los recuerdos eran nebulosos, pero el Tariq que estaba ante ella era poderoso, vibrante, deslumbrante…

Peligroso.

Jessa trató de concentrarse en el peligro. No importaba si su corazón saltaba cada vez que lo veía. Lo importante era el secreto que tenía que guardar. Con el tiempo había empezado a pensar que ese momento nunca llegaría, pero se había equivocado.

Él era todo músculo, fuerza y poder dentro de un cuerpo atlético y esbelto. Su piel, ligeramente bronceada, parecía atrapar los rayos del sol. El tiempo se había detenido y Jessa le observaba, intentando descifrar el duro rictus de su rostro. Sus rasgos se habían vuelto más pronunciados; las oscuras líneas de las cejas, el pelo grueso y negro azabache, el ángulo de su nariz masculina, los pómulos altos, su ademán aristocrático y arrogante… Sangre real.

¿Cómo había sido capaz de pasar por alto todas aquellas pistas cinco años antes? ¿Cómo le había creído cuando le había dicho que no era más que un insignificante miembro de la élite del país?

Aquellos ojos verdes y profundos, misteriosos y casi negros al atardecer, conectaban con una parte de ella que creía haber enterrado muchos años antes; la parte que había creído todas las mentiras que él le había dicho, la parte que la había convertido en un juguete en las manos de un maestro de la manipulación, la parte que lo había amado incondicional y temerariamente y que, a pesar de todo, seguiría queriéndolo.

Él cerró la puerta tras de sí con un gesto pausado, pero el leve clic del picaporte sonó como un disparo en los oídos de Jessa. No podía permitirse ni un momento de debilidad, no cuando había tanto en juego. Sin duda él quería saber la verdad. No había ninguna otra explicación. ¿Por qué si no se había presentado así en aquel humilde despacho situado en un viejo callejón de York?

Estaba allí para saber la verdad.

Cuando la puerta se cerró, el ruido de la hora punta vespertina en el centro de York desapareció, dejándolos a merced de un silencio insoportable. El despacho era demasiado pequeño y parecía encoger por momentos. A Jessa se le salía el corazón del pecho, y unas garras de hielo parecían clavarse en sus costados. Tariq era una sombra enorme y amenazante que se cernía sobre ella.

Él no se movió ni tampoco dijo nada, sino que continuó mirándola fijamente, retándola a apartar la vista. Aquel hombre arrogante y de aspecto fiero no tenía nada que ver con el joven mujeriego y desenfadado que Jessa recordaba. Su sonrisa espontánea y su encanto sutil se habían ido para siempre. El hombre que tenía ante sus ojos, temible e implacable, era el rey que acechaba dentro del muchacho que ella había conocido en otro tiempo; aquél que había visto fugaz-mente en alguna ocasión.

Un gélido escalofrío recorrió la espalda de la joven.

Él estaba allí para saber la verdad.

Los oídos le pitaban y retumbaban con cada latido de su corazón. El pasado y los secretos la habían acorralado, arrastrándola hacia el oscuro remolino del que tanto le había costado escapar. Pero no sólo tenía que protegerse a sí misma. Tenía que pensar en Jeremy, en lo mejor para él. ¿No era eso lo que siempre había hecho, sin importar las consecuencias?

Miró a Tariq de arriba abajo y trató de pensar que sólo era un hombre, por muy fiero y temible que fuera. Además, por muy rey que fuera en ese momento, cinco años antes había desaparecido sin dejar rastro, sin decir ni una palabra, sin mirar atrás… Tariq era un hombre traicionero y cruel, tan cruel como el exótico desierto en el que vivía. Los exquisitos trajes a medida de seda y cachemira no escondían la realidad. Tariq bin Khaled Al-Nur era un guerrero, salvaje e indomable; un relámpago cegador en una noche cerrada. Era un depredador. Y ella siempre lo había sabido, a pesar de sus encantadoras sonrisas y su actitud desenfadada.

De repente Jessa se quedó sin aire. Tenía los pulmones agarrotados, como si no hubiera oxígeno suficiente en la habitación. Había pensado que nunca volvería a verlo, y no sabía qué hacer ahora que lo tenía delante.

–No –dijo, sorprendida de oír su propia voz cuando el mundo temblaba a su alrededor–. No puedes estar aquí –añadió, en un tono más firme.

Él levantó las cejas con un gesto altivo y prepotente. Su cabello, más largo de lo normal, brillaba con la lluvia de otoño. Sus ojos seguían clavados en ella, atravesándola de lado a lado. Cuánto había amado aquellos ojos en otro tiempo; unos ojos que parecían tristes y tímidos, nada que ver con la enigmática fiereza que los embargaba en ese momento.

–Pero aquí estoy –le dijo él en un tono sosegado, con un acento casi imperceptible que evocaba tierras lejanas.

Otro desafío, que golpeó a Jessa como un puño en el estómago.

–Sin ser invitado –le dijo, intentando sonar sarcástica, fingiendo una fuerza que no tenía.

–¿Acaso necesito invitación para entrar en el despacho de un agente inmobiliario? Te pido disculpas si he olvidado las costumbres inglesas, pero pensaba que los clientes podían entrar libremente en esta clase de establecimientos.

–¿Tienes cita? –preguntó Jessa, apretando la mandíbula para contener los temblores. –Digamos que sí –le dijo él, como si quisiera darle algo a entender. La miró de arriba abajo, como si la comparara con los recuerdos que tenía de ella.

Jessa se sonrojó de pies a cabeza, presa de una mezcla de furia y miedo. De repente tuvo la sensación de que no estaba a la altura, y entonces se enfadó aún más, con él, consigo misma. ¿Cómo podía preocuparse por esas cosas en un momento como ése? Nada cambiaría la cruda realidad: ella era una chica corriente de Yorkshire y él era un rey.

–Me alegro de verte de nuevo, Jessa –dijo Tariq en un tono engañosamente cortés. Ella deseó que no hubiera dicho su nombre; oírlo en sus labios era como una caricia en la base de la nuca.

–Me temo que no puedo decir lo mismo –respondió ella en un tono frío. Tenía que asegurarse de que no volviera a aparecer por allí. El pasado era demasiado complicado como para sacarlo a la luz en el presente–. Eres la última persona a la que querría ver. Si te vas por donde has venido, podremos fingir que esto no ha pasado.

Los ojos de Tariq emitieron un destello fugaz, del color del jade. Se metió las manos en los bolsillos con indiferencia y desenfado.

–Ya veo que los años te han afilado la lengua –la miró un instante–. Me pregunto qué más ha cambiado.

Algo muy importante había cambiado, pero ella no podía compartirlo con él. ¿Acaso lo sabía ya y le estaba tendiendo una trampa?

–Yo he cambiado –dijo por fin, fulminándolo con la mirada, pensando que una ofensa era mucho mejor que cualquier defensa contra el extraño que tenía ante sus ojos–. He crecido –levantó la barbilla con un gesto desafiante y apretó los puños–. Ya no voy por ahí suplicando la atención de un hombre. Ya no.

Él no se movió ni un centímetro, pero Jessa vio cómo se tensaba su cuerpo, como si se preparara para la batalla. Ella hizo lo propio, pero él se limitó a observarla. Una mueca demasiado cruel como para ser una sonrisa le tiraba de la comisura de los labios.

–No recuerdo haberte visto suplicar –le dijo él–. A no ser en la cama –añadió y guardó silencio, dándole tiempo para recordar.

Jessa no contestó, pero siguió sosteniéndole la mirada.

–Pero si quieres revivir aquellos momentos, puedes hacerlo.

–Creo que no –masculló ella entre dientes–. Ya se han acabado mis escarceos con playboys patéticos y consentidos.

La atmósfera se enrareció de repente. Él arrugó la expresión de los ojos y Jessa deseó no haber dicho lo que acababa de decir. Él no era un hombre corriente, ni siquiera era el hombre que había conocido cinco años antes. Era demasiado salvaje, incontrolable… Sólo un loco cometería el error de subestimarle.

La vieja debilidad que sentía en su presencia estaba más viva que nunca, esa debilidad que nunca la había abandonado aunque él sí lo hubiera hecho. Podía sentirla por todo el cuerpo, como si nada hubiera cambiado, aunque todo lo hubiera hecho, como si todavía le perteneciera. Los pezones se le habían endurecido bajo el fino tejido de la blusa y tenía la piel ardiendo.

Jessa se mordió el labio y trató de contener todo el calor que amenazaba con desbordarse a través de sus ojos. No podía revelarle todas las cosas que tanto se había esforzado por ocultar. No podía dejar que ocurriera, fuera lo que fuera. No quería saber nada de él. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera por guardar el secreto y no se iba a dejar llevar por una simple reacción química.

Pero no era capaz de apartar la vista.

Tariq miró a la mujer que lo había atormentado durante años, la mujer cuyo recuerdo lo había perseguido sin tregua, la mujer que en ese momento osaba desafiarle sin saber el peligro que corría. Siempre se había considerado un rey moderno, pero en ese momento sólo podía imaginarse arrojándola sobre uno de sus caballos y llevándosela a su mansión del desierto.

De hecho, hubiera disfrutado mucho haciéndolo.

Había hecho lo correcto yendo a aquel lugar. Había hecho bien enfrentándose a ella por fin, aunque ella lo despreciara y lo insultara, igual que había hecho tanto tiempo atrás.

Tariq esbozó una sonrisa feroz. Sabía que debía estar furioso con una mujer que se atrevía a rechazarle como si fuera un pobre don nadie. Sabía que debía sentir vergüenza de sí mismo. El jeque Tariq bin Khaled Al-Nur, rey de Nur, se había arrastrado ante la única mujer que había osado abandonarle, la única mujer a la que había añorado, la mujer que en ese momento lo miraba con desprecio, vestida con un traje horrible que ahogaba su exuberancia… Tenía que estar furioso, colérico.

Pero, a pesar de todo, la deseaba. Era así de sencillo. Por fin había dejado de luchar contra sí mismo.

Tenía que volver a sentir aquel cuerpo exquisito y sinuoso bajo sus manos, aunque sólo fuera por una vez. Aquellos ojos color canela, los labios turgentes… Podía sentir el sabor de su piel en la boca, aún sentía el calor de su deseo. O quizá lo recordaba. Pero, fuera como fuera, tenía que volver a estar dentro de ella una vez más.

–Soy un playboy patético y consentido, ¿no? –le preguntó en un tono mordaz. Ella le recordaba aquella otra vida desperdiciada, pero aun así la deseaba y estaba decidido a tenerla.

–Una acusación intrigante.

–No tengo ni idea de lo que quieres decir –dijo ella, ruborizándose–. No es una acusación. Es la verdad. Tú eres así.

Tariq la observó durante unos instantes interminables. Ella no sabía lo mucho que él se avergonzaba de aquella vida libertina que una vez había llevado, lo mucho que la asociaba con todo lo que había querido dejar atrás. Había luchado durante muchos años para deshacer el hechizo. Se había dicho a sí mismo una y otra vez que sólo la recordaba porque lo había abandonado, que la habría dejado él mismo si le hubiera dado la oportunidad, igual que había dejado a todas las demás.

Y, sin embargo, allí estaba.

–Si yo soy un playboy, entonces tú debes de ser uno de mis juguetes, ¿no? –le preguntó, dispuesto a disfrutar con su reacción.

Ella, como era de esperar, no le defraudó. Sus ojos relampaguearon.

–No me sorprende en absoluto que me tomes por uno de tus juguetes –le dijo, esbozando una sonrisa irónica–. Pero yo nunca fui tuya.

–Eso ya me lo dejaste muy claro hace cinco años –le espetó él, como si de un arma arrojadiza se tratara.

Ella te puso tensa.

–Pero dos viejos amigos no se saludan de esta forma después de tanto tiempo –añadió él y cruzó la estancia hasta detenerse frente al escritorio. –¿Amigos? –repitió ella, sacudiendo la cabeza suavemente–. ¿Es eso lo que somos? Sólo la mesa del escritorio se interponía entre ellos. Jessa tragó en seco. Tariq sonrió.

Era tal y como la recordaba. Estaba igual que siempre; rizos cobrizos, ojos de miel, pequeñas pecas en la nariz, y una boca hecha para el pecado.

Nada había cambiado en el fondo. Ella respondía tal y como lo había hecho en otro tiempo.

–¿Y qué sugieres? –preguntó ella, arqueando las cejas–. ¿Vamos a tomarnos un café? ¿Hablamos de los viejos tiempos? Creo que no me apetece.

–Me dejas desolado –dijo él en un tono incisivo–. Mis otras examantes suelen ser bastante más receptivas.

La expresión de Jessa se volvió seria y sombría, sus ojos se oscurecieron.

–¿Por qué has venido, Tariq? –le preguntó ella en un tono directo y hostil que lo irritaba y excitaba al mismo tiempo–. ¿Vas a alquilar un piso en la zona de York? Si es así, tendrás que volver cuando estén los agentes. Me temo todos han salido con clientes. Yo sólo soy la gerente.

–¿Por qué crees que estoy aquí, Jessa?

La miró fijamente, dejando la pregunta en el aire. Quería ver su reacción.

Ella se llevó la mano a la garganta, como si quisiera calmar el ritmo desbocado de su corazón.

–No tengo la más mínima idea. No puedo imaginar ni una razón por la que quisiera venir aquí –le dijo en un tono no tan firme, tanto así que tuvo que toser para disimular el temblor–. Creo que debes irte. Ahora –añadió, irguiéndose de hombros como si se creyera rival para él.

Tariq se inclinó hacia delante y se preparó para la guerra. Ella tendría que pagar por lo que acababa de decir. Él era el rey y ella debía aprender a hablarle con corrección.

–Si no me dices lo que quieres… –empezó a decir ella, frunciendo el entrecejo.

–A ti –él sonrió–. Te quiero a ti.

Capítulo 2

MÍ? –Jessa se quedó perpleja. Quería retroceder un paso, pero las rodillas no la dejaban–. ¿Has venido por mí?

No se lo creía. No podía creérselo, no mientras siguiera clavándole esa mirada peligrosa. Sin embargo, algo dio un pequeño salto en un remoto rincón de su corazón.

–Claro que estoy aquí por ti –dijo él, arqueando una ceja–. ¿Crees que he llegado hasta aquí por accidente?

–Hace cinco años saliste corriendo lo más rápido que pudiste. ¿Y ahora me dices que me has buscado por todas partes? Tendrás que disculparme, pero no entiendo un cambio tan radical de comportamiento –le dijo ella con ironía.

–Tienes que estar hablando de otro –dijo Tariq–. Fuiste tú quien desapareció, Jessa. No yo.

Jessa parpadeó, incrédula. Durante un instante no tuvo ni idea de qué estaba hablando, pero entonces el pasado la golpeó como un puño. Había ido al médico para hacerse una revisión de rutina y así había descubierto que estaba embarazada.

Embarazada.

En ningún momento se hizo ilusiones. Desde el primer momento supo que Tariq no recibiría la noticia con agrado, así que decidió marcharse durante unos días para buscar una solución, para pensar qué hacer lejos del embrujo de su presencia.

A lo mejor no lo había llamado, pero no lo había abandonado.

–¿De qué estás hablando? ¡No fui yo quien huyó del país!

Tariq contrajo el gesto.

–Dijiste que ibas al médico y entonces desapareciste. Estuviste desaparecida durante días y entonces, sí, me fui del país, si quieres decirlo así.

–Yo volví –dijo Jessa, con la voz cargada de dolor; un dolor que ya debía haber olvidado–. Pero tú no.

Hubo un pesado silencio.

–Debes de haber oído que mi tío falleció, ¿no? –dijo Tariq, mirando hacia otro lado. Su tono de voz era distendido; nada que ver con la tensión que agarrotaba a Jessa.

–Sí –dijo ella, intentando sonar igual de ecuánime–. Salió en todos los periódicos poco después de que te fueras. Fue un accidente terrible. Imagina la sorpresa que me llevé cuando descubrí que el hombre al que creía el hijo de un médico era en realidad un miembro de la realeza, y el nuevo rey de Nur.

–Mi padre era médico –dijo él, levantando las cejas–. ¿O acaso crees que fui capaz de faltar a su memoria por pura diversión?

–Creo que me engañaste deliberadamente –contestó ella, tratando de no sucumbir al arrebato de rabia que sentía–. Sí, tu padre era médico. ¡Pero también era el hermano menor de un rey!

–Lo siento –dijo él en un tono altivo–. Pero tus sentimientos no eran más importantes que la seguridad en esos momentos.

–¿Seguridad? –preguntó ella, sofocando una risotada sarcástica, como si todo eso le fuera indiferente–. ¿Así es cómo lo llamas? Inventaste a un hombre que no existía, que nunca existió. Y después fingiste ser ese hombre.

Él sonrió y Jessa se acordó de una manada de lobos. Estaba segura de que no quería oír todo lo demás que tuviera que decirle.

–Siento lo de tu tío –le dijo en un tono suave, cuando en realidad hubiera querido hablarle con dureza.

–Mi tío, su esposa, y sus dos hijos murieron –dijo Tariq con frialdad, haciéndole ver que no necesitaba sus condolencias–. Y ahora no sólo soy el rey de Nur, sino también el último descendiente de la dinastía. ¿Sabes lo que significa eso?

De repente Jessa sintió pánico. –Imagino que significa que tienes más responsabilidades –dijo.

No había ninguna razón para su visita, excepto una. Sin embargo, de haber sabido la verdad, no hubiera perdido el tiempo dándole una charla sobre la dinastía monárquica de Nur.

A lo mejor sólo sospechaba algo… Pero, fuera como fuera, lo quería lejos lo antes posible.

–Aunque en realidad yo no sé nada de esas cosas –añadió, extendiendo las manos y gesticulando a su alrededor–. Soy la gerente de unas oficinas. No soy un rey.

–Desde luego –él la observó un momento sin decir nada–. Soy responsable de mi pueblo, de mi país, de una forma totalmente nueva para mí. Significa que tengo que pensar en el futuro. Tengo que casarme y tener herederos. Cuanto antes mejor.

Jessa se quedó sin aire bruscamente. La cabeza le daba vueltas. Sin duda no se estaba refiriendo a… Una parte de ella, secreta y bien escondida, deseaba que así fuera; aquello con lo que tantas veces había soñado.

Ser su esposa.

Ser la esposa de Tariq.

–No seas ridículo –le dijo, cortando sus erráticos pensamientos.

Ella no era nadie y él era el rey de Nur. Era imposible. Totalmente imposible.

–No puedes casarte conmigo.

–Primero te burlas de mí –dijo Tariq en un tono suave–. Me llamas playboy patético. Después me echas de aquí, como si fuera un insignificante insecto, y ahora me reprendes como si fuera un niño –esbozó una sonrisa que no le llegó a los ojos–. A lo mejor has olvidado quién soy.

–Yo no he olvidado nada, Tariq –le dijo en un tono enérgico–. Y es por eso que te pido que te vayas. De nuevo.

Tariq se encogió de hombros con indiferencia, pero sus ojos indicaban otra cosa.

–En cualquier caso, no me estás entendiendo bien –sonrió–. No tengo por costumbre pedirles matrimonio a ex amantes que albergan tanto desprecio por mí. Te lo aseguro.

Jessa tardó unos segundos en asimilar aquellas palabras, pero cuando lo hizo, sintió una profunda vergüenza, humillación… Un amargo recordatorio de lo que había sentido tanto tiempo antes al encontrarse su teléfono apagado, el apartamento de Londres vacío…