El Reloj de Eones - Benjamín Navarro - E-Book

El Reloj de Eones E-Book

Benjamín Navarro

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Beschreibung

En el umbral de la Primera Guerra Mundial, el joven Benjamin Sherard se enfrenta al campo de batalla, llevando su querido reloj dorado. Al ser abatido, despierta en el enigmático Templo del Tiempo, un lugar reservado para las mentes más influyentes de la humanidad. Guiado por dos científicos, Benjamin descubrirá que su reloj es mucho más que un amuleto: también es la clave para viajar a través del tiempo. Embarcado en una odisea temporal, se enfrentará a una serie de desafíos que pondrán a prueba su existencia. El reloj de eones es una emocionante novela que explora la capacidad de trascender y eliminarse de la ecuación.

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© El reloj de eones

Sello: Tricéfalo

Primera edición digital: Agosto 2024

© Benjamín Navarro

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: Marco “Peyeyo” Morales

Corrección de textos: Francisca Garcia

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

_________________________________

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6386-02-5

ISBN digital: 978-956-6386-35-3

__________________________________

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

“El poder de la letra moldea la realidad”.

PRÓLOGO

La historia que están pronto a admirar o despreciar, amar o ignorar, no es más que mi historia. Sí, el mismísimo racconto de Benjamín H. Sherard, también conocido como “El misterioso vidente de las dimensiones” o si lo quieren simplificar, “El espectador”.

Previo a relatarles esta inusual y particular historia, es menester hacerles saber de mi existencia. Hablamos de aquella que fue disipada en su universo, que simplemente ya no se halla, desapareció, pero que, en su paso por él, dejó un último registro de vida. Si buscan mi nombre, es probable que no aparezcan resultados, ni pruebas de mi estadía en el asolado planeta tierra; la única que queda la tienen entre sus manos. Es por eso que deben utilizarla a vuestro beneficio, con un fin intelectual y espiritual que los ayudará a entender la magnificencia del universo, y la importancia del tiempo.

El contenido personal e histórico que compartiré en estas páginas permite una amplia gama de interpretaciones, y queda a la libre decisión de cada uno aceptarlo o no. Pueden creer todo lo que les diga, pero por más que insista en su realidad, jamás tendrán una concreta evidencia de ella; probablemente la mayoría de los lectores no confiará en la verdad de este racconto. Sin embargo, esto no es lo relevante para mí; su credibilidad es lo de menos, pero su mensaje es lo de más. Mi historia, real o falsa, entrega un mensaje al mundo, a su tiempo, pues sé del futuro de su presente, y si este último ya no es positivo, imagínense vuestros próximos años… serán devastadores. De todas maneras, todo tiene su porqué, ¿no? Cada acción tiene su reacción, como dijo Newton, y yo estoy aquí para ayudarlos con vuestras acciones, no para recriminarlos por las reacciones que ya he podido detestar y vivir, y por la cual he sentido un intrínseco deseo de ayudarlos y evitar que la humanidad siga el mismo sendero que el que sus sucesores temporales ya han trazado.

Este manuscrito podrá ser destruido en cualquier inopinado momento, pero su recuerdo en quienes lo leyeron permanecerá indeleble. Como único favor, lector, ruego por su difusión al mundo.

¡Den a conocer a Benjamín H. Sherard…!

I

Me alegro por todos aquellos que decidieron avanzar hasta esta página, pues eso revela la preocupación que sienten ustedes por su futuro y su presente, individual y colectivo. Y como su humilde narrador, ¡no los defraudaré!

Para entender el conflicto de mi vida, es necesario conocer antes el principio de todo, ¿no es así? Soy un hombre que se caracteriza por su cortesía y caballerosidad, y ante cualquier conversación con un nuevo ser o un relato a valiosos lectores, como ustedes, acostumbro y acostumbraré a presentarme como corresponde, y con lujo de detalles. Esta no será la excepción.

Como les mencioné previamente, mi nombre es Benjamín H. Sherard, hijo de dos esforzados y modestos proletarios que surgieron de las bellas raíces del campo, pero como la mayoría en aquella época, tuvieron que emigrar a la urbe en busca de mejores condiciones de vida. Así fue como, en uno de los más atestados rincones de Liverpool, nací yo, a mediados de 1885, meses después de su traslado a la ciudad. Mi infancia fue diferente a la de la mayoría, y es algo de lo que estoy enormemente agradecido; mis padres evitaron que trabajara en las tóxicas fábricas utilizando como absurda justificación, mi enfermedad contagiosa e incurable que, por supuesto, habían inventado para no cumplir aquella labor. Pero esto no era habitual, la explotación de niños en las mismas fábricas se vio en abundancia y mis ojos espectadores fueron testigos de maltratos y lánguidos ojos de infantes obrando duramente. Situación de la cual no lograron huir mis primos, quienes trabajaban casi veinte horas en los talleres de forma incesante; tristemente sus vidas terminaron al caer exhaustos en una profunda fosa. Yo, por otro lado, siempre fui alguien bastante curioso, pese a no tener recursos; sentía una pasión fulgurante por los libros, y un interés genuino por las matemáticas y la física. Afortunadamente, tuve acceso a gran variedad de información gracias a la cercanía de la biblioteca central de la ciudad, y a los antiguos libros que poseía mi abuelo Amadeo, los cuales devoraba en cuestión de horas. Así, además, aprovechaba de pasar tiempo con él, quien no lograba superar su tensa relación con mi abuela Jennifer y acostumbraba a andar bastante decaído. Aún recuerdo con nostalgia los días de lluvia en que me quedaba leyendo en casa, mientras observaba por la ventana a los demás niños correr hacia la fábrica. En esas tardes comprendí lo afortunado que era.

Con el pasar de los años ingresé a la universidad, cosa que muy pocos proletarios lograban, pero debido a mi amplio conocimiento universal y mi recaudamiento anual de dinero, pude concretar y trabajar finalmente en el área política. Ámbito que me interesaba principalmente por el pasado de mi abuelo Amadeo y sus benefactoras obras al partido obrero que me llamaban desde pequeño la atención, particularmente aquel extraordinario documento que envió al alcalde y permitió que los obreros redujeran sus jornadas unas horas menos.

Pasé los siguientes cuatro años estudiando y trabajando simultáneamente en la Universidad de Liverpool, también en la de Oxford, y tuve ciertas relaciones con la de Durham. Pese a mi obsesivo trabajo, me vi obligado moralmente a destinar un año para entrar al ejército y aprender lo básico sobre combate. Si bien los campamentos duraban un par de meses, fui exigente conmigo, y sabiendo que en ocho semanas no sería capaz de estar completamente en forma, decidí alargar mi estadía un tiempo más. En todo caso, el ambiente político se veía bastante tenso con Alemania y no pintaba tener un buen desenlace, así que con mayor razón tenía que estar preparado. No fue el mejor año que digamos, pero pude conocer gente valiosa que me compartió sus historias y reflexiones, lo cual me ayudó a entender una importante lección que muchas veces pasamos por alto en esta vida. Déjenme contarles:

Era mediados de junio; los obreros sucumbían ante el calor y los burgueses disfrutaban con gozo de él, fue el mes más pesado del campamento. Cada día era peor física y psicológicamente. Lo único que anhelaba era la llegada de cada domingo, el llamado “día de respiración”. Eran las veinticuatro horas más esperadas de mi vida en ese entonces, las únicas en que podía disfrutar de un tiempo de descanso espiritual y físico. Es por lo que sabiamente aprovechaba cada momento de ocio, créanme que sí. Particularmente en uno de esos días, tuve la oportunidad de conocer al gran soldado George Drynan, sujeto que se ubicaba justo a mi derecha en el dormitorio del campamento. Llevaba varios minutos observando el arma que tenía entre sus manos, parecía muy concentrado, así que decidí necesario interrumpirlo.

—No creo que la pistola vaya a hablar por sí sola —dije con tono humorístico.

—No, no lo hará… ella solo habla cuando nosotros queremos que lo haga, similar a un esclavo que acata órdenes en contra de su voluntad. En esencia, la pistola no tiene voz propia, resulta ser que nosotros hablamos a través de ella. Ella mata, pero nosotros hacemos que mate —respondió George, sin despegar su mirada del arma.

Parecía estar en un momento de suma reflexión, así que creí necesario sumarme a él.

—Es curioso cómo se siente la guerra tan cerca. Es inminente —mencioné con la intención de dirigirme al tema que me interesaba.

Sin embargo, antes de que prosiguiera, él retomó la palabra.

—Está cada vez más cerca, y tal vez nuestro fin también lo está. Uno no lo sabe, pero lo puede intuir. Pocos saldrán vivos de esta guerra —dijo y me miró por primera vez desde que empezó la conversación—. Dime una cosa…

—Benjamín, Benjamín H. Sherard —me presenté.

—Benjamín, si hipotéticamente tu vida acabara en el frente, si tu tiempo aquí en la tierra se terminara de un chasquido, ¿estarías satisfecho con lo que hiciste en tu vida?

Era la típica pregunta que había oído, pero que jamás se me había pasado por la cabeza contestar. Una interrogante que incluía el análisis de los recuerdos, momentos y acciones pasadas que conformaban mi vida. Dicho análisis nunca lo realicé anteriormente, y es por ello que traté de evadir la pregunta.

—No me he dado el suficiente tiempo para pensarlo, ¿si estoy satisfecho con lo que hice?, por favor… no lo sé.

George rio.

—¿Qué hay de ti?, ¿estarías satisfecho? —inquirí.

—Sabes, siempre diré que sí. He llevado una vida pacífica y llena. Lo que hice, ya lo hice y no me arrepiento de nada, porque, al fin y al cabo, sucedió. Viví la vida que me tocó. Me divertí, sufrí, lloré y reí… cometí tantos actos nobles como errores en mi vida, y, aun así, no me arrepiento de nada. ¡Imagínate un hombre sin errores! ¿Qué sería de ese pobre individuo? —dijo—. Las equivocaciones son, como suelo decir, pétalos sucumbir de una bella flor, lo cual nos recuerda que el crecimiento y la hermosura pasa por el camino de la imperfección. Lo importante, eso sí, es aprender del error, soldado, pues la mayor equivocación de todas es volver a cometer la misma.

Había abundante sabiduría en sus palabras, lo que llamó mi atención. Me impactó, pero lo más desconcertante fue el hecho de saber que el soldado Drynan no había estudiado ni en la escuela ni en la universidad; su alfabetización fue casi por observación y escucha. El principio de “escuchando se aprende” me vino entonces a la mente. Mis prejuicios sobre aquellos que jamás tomaron un libro o aprendieron a sumar se rompieron de pronto, y entendí que el conocimiento no era sinónimo de sabiduría, ya que uno se adquiría estudiando, pero el otro mediante la experiencia. No parecía ser mucho mayor que yo, pero su infancia sí que se diferenciaba de la mía, resultaba ser significativamente más sacrificada. Entonces pienso que, quizás, debí haber sufrido más para ser más sabio. Digo, del sufrimiento se aprende mucho más que del placer, ¿no es así?

Lo sorprendente aquí es que al recordar las preguntas que George me hizo y toda su plática con él, me di cuenta de que no recordaba mi pasado. No me acordaba de ninguna situación especial, nada. Durante un momento, sentí que el propósito de mi vida era básicamente existir, no vivir. Era lineal. Plano. Recto. Estudiar, aprender, comer, dormir… Esa charla fue el gatillo para todos los sucesivos acontecimientos que finalmente, me llevaron a comprender que eran, en realidad, tan solo lecciones. Aunque no digamos que fue muy ortodoxa la forma de adquirirlas…

II

Debo decir que quedé muy confundido luego de esa charla. No me sentía el mismo, tenía una especie de nudo en mi mente que no lograba desatar. Aquello influyó inevitablemente en mi rendimiento físico durante los entrenamientos en el campamento, así que opté por darme un receso y volver a mi trabajo en la universidad; pensé que me ayudaría a despejarme. Sin completar el mes de junio, terminé mi estadía en el ejército y regresé a la ciudad. Retomé entusiasta mi trabajo con una interesante investigación sobre filosofía política alemana; si bien no me molestaba ensuciarme o realizar ejercicio, no había nada mejor para mí que las letras e investigaciones.

Los días pasaron raudamente, sin embargo, no hubo diferencia. Esa incertidumbre existencial proveniente de la pregunta de Drynan, jamás salió de mi cabeza; por más que buscara pensar en otra cosa, no pude. Solo el trabajo parecía lograr el olvido parcial, pero no era suficiente. Pese a que había finalizado y entregado mi investigación cuarenta y ocho horas atrás de aquel 28 de julio de 1914, nada había cambiado.

Permanecía sentado en el escritorio de mi pequeño hogar ubicado a las afueras de Liverpool, sumido en el silencio y reflexión. Involuntariamente regresaba esa pregunta a mi cabeza con mayor intensidad, la misma hecha por el soldado George Drynan. No entendía por qué dicha interrogante me causaba tanto daño. “¿Si murieras, estarías satisfecho con tu vida?” Cómo se supone que respondería eso, era algo incontestable, completamente inefable. Empecé a buscar alternativas para salir de mi inexorable ensimismamiento, y resolví cambiar la pregunta por ¿qué estoy haciendo acá sentado? Había una diferencia que comencé a analizar. No obstante, mi análisis se vio interrumpido por una diminuta mosca que volaba de este a oeste sin cesar, lo que hizo que mi enfoque en la mosca y la interrogante se mezclaran casi de forma inmediata. Aprovechando la situación, miré a la mosca y me hice la siguiente pregunta ¿acaso ella recordará cuando no era más que una pequeña larva? La quedé observando…hasta que preocupado por mi estado mental, y por la absurda pregunta que acababa de hacer, decidí hacer una visita: iría a ver a quien, a veces, es el mejor psicólogo.

***

Exacto, me refería a mi padre. El mismo proletario esforzado que trabajó en la fábrica de Liverpool toda su vida y que en los últimos años, gracias a un ascenso menor, pudo vivir como se merecía tras décadas de agotador esfuerzo. Vivía solo desde la muerte de mi madre, siete años atrás. Recién esos últimos años parecía que su duelo había terminado; el fallecimiento de mi madre fue para él como un balazo en pleno corazón.

Caminé un par de kilómetros hasta la casa de mi padre. Crucé por algunos barrios sin mayores características destacables, nada más aprovechaba de mirar diversas tiendas de ropa, artefactos domésticos, comida…, pero la que llamó mi atención fue la gran tienda de antigüedades. Era muy distinta a las que había visto anteriormente; era elegante y tenía un aura indescifrable. Me quedé mirándola, y de repente, el reflejo de una luz encandiló mis ojos, haciendo que inmediatamente mi vista se desviara al objeto reflector. Y mis propios ojos se enamoraron al ver aquel dorado reloj de una esencia única y perfecta, sí, tal cual como lo describo. Al asomarme por el ventanal logré oír aquel tictac diferente a cualquiera, así como su radiante aspecto. Era muy bello realmente, empero, continué mi camino.