3,99 €
El sótano o la lluvia nos adentra en un mundo subterráneo dónde la voz de una niña narra la inquietante historia de Xere. En un momento de agitación social donde los ricos viven a tan sólo unos metros del sótano de los pobres, los acontecimientos se precipitarán recolocando a cada cual en su lugar.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
PRIMERA PARTE
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
SEGUNDA PARTE
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
RESEÑA BIOGRÁFICA
Primera edición papel: octubre de 2017
Primera edición ebook: octubre de 2017
© Cise Cortés, 2017
© de esta edición, Parnass Ediciones, 2017
Aragó, 336 baixos 08009 Barcelona
Tel. 932 073 438
www.parnassediciones.com
Diseño de la cubierta: Ricard Sans
Maquetación: Ophélie Guitard
ISBN papel: 978-84-947197-1-4
ISBN ebook: 978-84-947197-2-1
CUALQUIER FORMA DE REPRODUCCIÓN, DISTRIBUCIÓN, COMUNICACIÓN PÚBLICA O TRANSFORMACIÓN DE ESTA OBRA SOLO PUEDE SER REALIZADA CON LA AUTORIZACIÓN DE SUS TITULARES, SALVO EXCEPCIÓN PREVISTA POR LA LEY. DIRÍJASE A CEDRO (CENTRO ESPAÑOL DE DERECHOS REPROGRÁFICOS, WWW.CONLICENCIA.COM) SI NECESITA FOTOCOPIAR O ESCANEAR ALGÚN FRAGMENTO DE ESTA OBRA.
A mis hijos, para que busquen la luz.
Era como si viviésemos en un agujero.
En lugar de subir escaleras bajábamos siete u ocho peldaños para entrar en aquella especie de túnel sombrío y húmedo en el que vivíamos. De forma cilíndrica, con un pasillo central del que se ramificaban a ambos lados diminutas habitaciones a las que llamábamos ingenuamente dormitorio, comedor, cocina…
La familia solía reunirse por la noche en el pequeño comedor, era cuando todos coincidíamos después de un día de intenso trabajo para mis padres. A pesar de la estrechez de aquel habitáculo, se lograba estar medianamente bien gracias al esmero con el que mi madre encalaba las destartaladas paredes abultadas de forma irregular, como si fuesen a estallar de un momento a otro. Enfrente del comedor se encontraba la angosta cocina, siempre en penumbra, porque la luz apenas si pasaba por la estrecha ventana que se encontraba por debajo del nivel del suelo exterior. Las mujeres cocinaban en un pequeño hornillo de carbón, y la primera que llegaba, ponía agua a hervir en una olla de aluminio a la que añadía col fresca y patatas para que, cuando llegasen las demás de trabajar en el campo, tuvieran un plato caliente preparado y pudieran dar de mamar a sus hijos pequeños o salir a la intemperie a lavar la ropa.
Había un solo punto de luz en el largo pasillo, una pequeña bombilla de ciento veinte voltios que dejaba en la semioscuridad gran parte del recorrido. Entrando a mano derecha, y pegado a la pared, los hombres habían puesto a modo de tendedero un fino cable de alambre en el que las mujeres tendían la ropa en los abundantes días de lluvia. En este mismo lado descansaba una bicicleta de adulto (más tarde supe que era de mi padre), que no hacía sino estorbar a las mujeres cuando colgaban la ropa, pues prácticamente chocaban contra ella.
La estancia que más me gustaba del sótano era la que hacía de comedor de mi tía materna. Como el resto de las habitaciones, era oscura y pequeña. Tenía unas escaleras interiores que comunicaban con la casona de los dueños, situada justo encima del zulo. Aquellas escaleras excitaban mi imaginación, significaban poder alejarse de las sombras del sótano y aparecer en una casa enorme inundada de luz. El único cuadro que había en el túnel se encontraba en aquella habitación. Representaba a un pilluelo con los pantalones medio caídos, mientras en su mano derecha sostenía un tirachinas. El pequeño miraba asustado el cristal que había roto. Me encantaba observarlo; imaginaba que el niño iba a salir corriendo, huyendo del dueño y que el cuadro quedaría vacío, sólo con el cristal roto y el tirachinas en el suelo.