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La famosa novela de Kenneth Grahame cuenta las divertidas y tiernas aventuras del Sapo, la Rata, el Topo y el Tejón. Estos animalitos son amigos a pesar de sus diferencias: se aceptan, se ayudan y encuentran la felicidad en el compartir.
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Seitenzahl: 131
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COLECCIÓN La puerta secreta
REALIZACIÓN: Letra Impresa
AUTOR: Kenneth Grahame
ADAPTACIÓN: Patricia Roggio
EDICIÓN: Elsa Pizzi
DISEÑO: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL
ILUSTRACIONES: mEy!
Grahame, Kenneth
El viento en los sauces / Kenneth Grahame. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-8933-01-6
1. Novelas. I. Título.
CDD 823.9283
© Letra Impresa Grupo Editor, 2021
1a edición: enero de 2021
Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
Teléfono: +54-11-7501-1267 Whatsapp +54-911-3056-9533
www.letraimpresa.com.ar
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Todos los derechos reservados.
Queda prohibida la reproducción parcial o total, el registro o la transmisión por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa y escrita de la editorial.
Esta colección se llama La Puerta Secreta y queremos invitarlos a abrirla.
Una puerta entreabierta siempre despierta curiosidad. Y más aún si se trata de una puerta secreta: el misterio hará que la curiosidad se multiplique.
Ustedes saben lo necesario para encontrar la puerta y para usar la llave que la abre. Con ella podrán conocer muchas historias, algunas divertidas, otras inquietantes, largas y cortas, antiguas o muy recientes. Cada una encierra un mundo desconocido dispuesto a mostrarse a los ojos inquietos.
Con espíritu aventurero, van a recorrer cada página como si fuera un camino, un reino, u órbitas estelares. Encontrarán, a primera vista, lo que se dice en ellas. Más adelante, descubrirán lo que no es tan evidente, aquellos “secretos” que, si son develados, vuelven más interesantes las historias.
Y por último, hallarán la puerta que le abre paso a la imaginación. Dejarla volar, luego atraparla, crear nuevas historias, representar escenas, y mucho, mucho más es el desafío que les proponemos.
Entonces, a leer se ha dicho, con mente abierta, y siempre dispuestos a jugar el juego.
Quizás hayan visto un capítulo de Los Simpson en el que Lisa se enferma. Mientras se recupera, debe leer el libro que indicó su maestra pero, en lugar de hacerlo, se apasiona con los videojuegos de Bart. Cuando vuelve a la escuela se encuentra con que es el día de la comprobación de lectura. Bart trata de salvarla y la lleva al baño, donde Nelson vende las pruebas resueltas. Al llegar, este pregunta:
–¿Profesor y tema?
Y Bart le responde:
–Maestra Houver, El viento en los sauces.
Seguramente se acuerdan de lo que sucede después, cuando Lisa saca una A+++. Pero, ¿recordaban que el libro que debía leer era El viento en los sauces?
Se preguntarán por qué los autores de la serie eligieron justamente ese libro. Muy sencillo: porque muchos chicos de todo el mundo leen El viento en los sauces en la escuela. Es tan popular que también hay muchas versiones en video y en DVD. Y se pueden ver varias en YouTube. La que más nos gustó fue El viento en los sauces HQ, de dibujos animados, en cinco episodios y en español. Se la recomendamos. Pero hay otras, también muy lindas, como Crazy Frog, representadas por muñecos.
Y aunque algunos todavía crean que no conocen esta historia, seguramente ya sepan algo de ella, porque uno de sus protagonistas: el señor Sapo, o Mr. Toad, aparece en muchísimos dibujos animados. Es tan famoso que hasta tiene un juego en Disney World en el que los chicos pueden pasear en uno de sus automóviles, visitar su Mansión y acompañarlo en alguna de sus aventuras.
Claro que lo conocen. Pero falta lo más importante: leer el libro en el que este personaje y otros tan simpáticos como él aparecieron por primera vez. Se trata de una historia bellísima, divertida e inolvidable. Se trata de El viento en los sauces. ¿Nos acompañan a escuchar qué dice el viento, cuando canta en los sauces?
CAPÍTULO 1
El Topo pasó aquella mañana limpiando su casa. Primero con escoba y plumero. Después, subido en escaleras y sillas, con balde, agua y jabón. Así, hasta que acabó con polvo en los ojos, salpicaduras en su negro pelaje y la espalda dolorida.
Había llegado la primavera y se sentía en todas partes. Por eso, de repente tiró la escoba y dijo:
–¡Qué plomazo! –y después agregó–: ¡Se acabó la limpieza general!
Luego salió corriendo, sin siquiera acordarse de ponerse la chaqueta. Algo lo llamaba desde arriba, así que rascó, arañó y escarbó moviendo las patitas mientras pensaba: «¡Vamos, arriba, arriba!». Hasta que al fin se encontró sobre la tibia hierba, revolcándose.
–¡Esto es mejor que limpiar! –gritó.
Después de tanto tiempo en su cueva subterránea, el sol le picaba en la piel y una brisa suave le acariciaba la frente. Y haciendo cabriolas, recorrió la pradera hasta que llegó a un cerco.
–¡Alto ahí! –dijo un conejo viejo que cuidaba la entrada–. ¡Esta es propiedad privada! ¡Si quieres pasar, te costará seis monedas!
Pero el impaciente Topo no le hizo caso. Saltó el cerco y corrió por el campo, causando el enojo de los demás conejos, que salieron de las madrigueras para averiguar el motivo del alboroto.
–¡Conejo a la cacerola! –les gritó, burlón. Y se fue antes de que se les ocurriera alguna respuesta.
Los conejos refunfuñaron y se reprocharon:
–¡Qué tonto eres! ¿Por qué no le dijiste que…?
–¿Y por qué no le dijiste tú que…?
Y aunque ninguno había abierto la boca, todos se quejaron y le echaron la culpa a alguien. Pero, como siempre pasa en estos casos, ya era demasiado tarde. El Topo caminaba de acá para allá, y veía cómo los pájaros construían sus nidos, las flores se abrían y las hojas brotaban. Todo el mundo hacía su trabajo. Todos menos él. Pero su conciencia no le decía: «¡A limpiar!». Solo sabía que ser el único bicho ocioso en medio de tanta gente ocupada era muy divertido.
Sentía que nadie era más feliz que él cuando, de repente, se encontró al borde de un río. Nunca había visto un río. Le pareció un animal brillante y largo. Todo en él temblaba: luces , remolinos y borboteos. Y los sauces…, los sauces apenas lo tocaban, movidos por el viento.
El Topo estaba embrujado, hechizado, fascinado. Iba trotando por la orilla del río como los niños cuando caminan al lado de un hombre que los tiene atrapados con relatos apasionantes. Y al fin, agotado, se sentó.
Desde allí vio un agujero oscuro en la otra orilla, pegadito al agua. Le pareció que, en el fondo, brillaba algo pequeño que de pronto desaparecía y luego volvía a brillar. Era difícil que hubiera una estrella en un lugar así. Y parecía demasiado reluciente y pequeño como para ser una luciérnaga. Mientras el Topo lo observaba, aquello le hizo un guiño. Era un ojo. Inmediatamente, a su alrededor fue apareciendo una cara. Una carita marrón, con bigotes. Una cara seria y redonda, con el mismo ojo chispeante que le había llamado la atención, orejitas bien recortadas y pelo sedoso. ¡Era la Rata de Agua! Los dos animalitos se miraron.
–¡Hola, Topo! –dijo la Rata de Agua.
–¡Hola, Rata! –contestó el Topo.
–¿Quieres venir hasta aquí? –preguntó ella.
–¡Eso se dice fácilmente! –dijo el Topo, que desconocía el río y sus costumbres.
La Rata no hizo ningún comentario. Solo tiró de una cuerda, apareció una barquita y se subió en ella. Estaba pintada de azul por fuera y de blanco por dentro. Al Topo le pareció hermosa, aunque no entendía muy bien para qué servía.
La Rata cruzó el río remando a toda velocidad. Luego miró al Topo y le tendió la pata delantera.
–¡Apóyate aquí! –gritó–. Y ahora, ¡salta!
Sin pensarlo, el sorprendido Topo se encontró sentado en la popa de una barca de verdad.
–¡Qué día estupendo! –le dijo a la Rata mientras ella volvía a tomar los remos–. ¿Sabes? Nunca en mi vida había subido a una barca.
–¡¿Cómo?! –exclamó la Rata, asombrada–. Nunca en tu… Que nunca has… ¡Bueno! ¿Me quieres explicar qué estuviste haciendo?
–¿Es tan divertido? –preguntó el Topo, mientras se recostaba en el asiento y observaba los remos, los almohadones y otras cosas fascinantes que había allí, y sentía el balanceo de la barca.
–¿Divertido? No hay nada como esto. Créeme, no hay nada, absolutamente nada mejor que navegar. ¡Ah, remar…! –continuó distraída.
–¡Cuidado, Ratita! –la interrumpió el Topo.
Pero ya era demasiado tarde. Chocaron contra la orilla y la soñadora barquera se cayó al fondo de la barca, y quedó patas para arriba.
–Navegar en barca o meterse en líos con ella. No importa –siguió la Rata como si tal cosa–. Da lo mismo llegar a destino o no llegar a ninguna parte, porque siempre estás ocupado y nunca haces nada especial. Y lo puedes hacer si quieres, aunque es preferible que no lo hagas… Si no tienes otro plan, ¡¿te gustaría ir a pasar el día río abajo?!
Al Topo, la Rata le parecía asombrosa. Su manera de hablar, extraña y alocada, lo atrapaba. Estaba tan feliz que infló el pecho con un enorme suspiro, se recostó en los mullidos almohadones y respondió:
–¡Vámonos ya mismo!
Para entonces, habían cruzado el río. La Rata ató la barca, trepó hasta su agujero y, un ratito después, volvió a salir con una enorme canasta de mimbre.
–¡Métela bajo tus pies! Es el almuerzo.
–¿Qué traes aquí? –preguntó el curioso Topo.
–Pollo frío, jamón, pan, paté, una gaseosa…
–¡Eh, para, para! ¡Es demasiado!
–¿Tú crees? –dijo la Rata, muy seria–. Es lo que siempre llevo en estas excursioncitas.
El Topo no oía ni una palabra de lo que decía la Rata. La vida que estaba descubriendo lo tenía maravillado. Y embriagado por el chapoteo de las olas, los sonidos y el sol, había metido una pata en el agua y se dejaba llevar por sus emociones.
La Rata siguió remando sin molestarlo. Hasta que, luego de media hora más o menos, exclamó:
–¡Cómo me gusta tu ropa! En cuanto pueda, voy a comprarme un traje de terciopelo negro.
–Perdón –dijo el Topo, tratando de volver a la realidad–. Pensarás que soy maleducado, pero todo es tan nuevo para mí. Así que ¡esto es un río!
–El río –lo corrigió la Rata.
–¿Y de verdad vives junto al río?
–Junto a él, con él y dentro de él –aclaró la Rata–. El río es como mi familia. Es mi mundo y no deseo ningún otro. ¡Juntos lo pasamos tan bien! En invierno y en verano, en primavera y en otoño, siempre es divertido. Me gusta cuando llegan las crecidas de febrero y el agua pasa frente a mi ventana. Pero también cuando el agua baja y deja en la orilla un barro que huele a galletas de frutas.
–¿Y no te aburres a veces? –preguntó el Topo–. Solo tú y el río, sin nadie con quien hablar.
–¡¿Nadie con quien…?! Bueno, tengamos la fiesta en paz –respondió la paciente Rata–. Eres nuevo aquí y claro, no entiendes. Ahora vive tanta gente en las orillas, que muchos deben mudarse. ¡Ya no es como antes! Hay nutrias, somorgujos, martines pescador, pollas de agua que se pasan el día pidiéndote favores. ¡Como si una no tuviera sus propios asuntos!
–¿Qué es aquello? –preguntó el Topo, mientras señalaba con la pata a un lado del río.
–¡El Bosque Salvaje! –dijo la Rata seriamente–. Los de la Orilla no vamos mucho por allí.
–¿No son muy simpáticos los de allá? –preguntó el Topo un poquito nervioso.
–Bueno…, verás. Las ardillas sí. Y los conejos…, depende, porque entre los conejos hay de todo. También está el Tejón, por supuesto. Vive en el corazón del Bosque. ¡Tan simpático, el Tejón! Nadie se mete con él –advirtió, contradictoria. Y luego agregó–: Más les vale.
–¿Por qué? ¿Quién podría meterse con él?
–Bueno… hay… hay otros –titubeó la Rata–. Comadrejas… Armiños… Hurones y animales por el estilo. Son aceptables, hasta cierto punto… Yo me llevo bien con ellos. Cuando nos vemos, nos saludamos... Pero a veces se descontrolan, para qué te lo voy a negar, y entonces… bueno, no puedes confiar en ellos. Eso es lo que pasa.
Al Topo esa explicación no le resultó ni clara ni tranquilizadora. Pero insistir, o simplemente insinuar posibles problemas futuros, va en contra de las reglas de buena costumbre animal, así que abandonó el tema.
–¿Y más allá del Bosque Salvaje? ¿Aquello color azul pálido, donde parece que hay humo?
–Más allá está el Ancho Mundo –dijo la Rata–. Y no nos debe importar, ni a ti ni a mí. Nunca fui, ni pienso ir. Y tú tampoco, si tienes algo de sentido común. Y no vuelvas ni a mencionarlo. ¡Bueno, ya llegamos! ¡Aquí vamos a almorzar!
El verde césped cubría la orilla del río. Frente a ellos, una cascada espumosa llenaba el aire con su murmullo. Era tan hermoso que el Topo, alzando las patas delanteras, solo podía murmurar:
–¡Qué bueno, pero qué bueno!
La Rata lo ayudó a bajarse y sacó la canasta del almuerzo. El Topo se ofreció a preparar las cosas él solito y ella aceptó encantada. Entonces se tiró en la hierba a descansar, mientras su nuevo amigo extendía el mantel, desenvolvía los paquetes misteriosos y repetía:
–¡Pero qué bueno!
–¡Vamos, ataca! –dijo la Rata cuando todo estuvo listo.
Y el Topo lo hizo con mucho gusto, porque esa mañana había comenzado la limpieza general muy temprano, como se debe, sin parar ni para comer.
–¿Qué miras? –le dijo la Rata, cuando ya habían matado el gusanito del hambre y los ojos del Topo se alejaron un poco del mantel.
–Una hilera de burbujas que se mueven en el agua. Es algo muy raro.
–¿Burbujas? ¡Eh! –gritó la Rata, a modo de invitación.
Entonces, en la orilla apareció un hocico ancho y reluciente, y la Nutria trepó sacudiéndose el agua de su abrigo de piel.
–¡Glotones! –les gritó, acercándose a la canasta–. ¿Por qué no me invitaron?
–No planeamos el paseo –le explicó la Rata–. A propósito, este es mi amigo, el señor Topo.
–Encantada –dijo la Nutria, le dio la mano y comentó después–: ¡Cuánto movimiento! Parece que a todos se les ocurrió venir al río.
En ese momento, detrás de un arbusto apareció una cabeza a rayas sobre unos anchos hombros.
–¡Acércate, viejo Tejón! –gritó la Rata.
El Tejón avanzó uno o dos pasos, luego gruñó, dio la vuelta y desapareció.
–Es típico de él –dijo la Rata, desilusionada–. ¡No le gusta la compañía! Hoy ya no lo volveremos a ver. Bueno, Nutria, cuéntanos, ¿quién vino al río?
–El Sapo. Acaba de estrenar su lancha. Y ropa nueva también. ¡Todo nuevo!
Ellas se miraron y se echaron a reír.
–Al principio, solo le gustaban los barcos a vela. Cuando se hartó de ellos, se le dio por los botes. Solo pensaba en botes –explicó la Rata–. ¡Y en qué líos se metía! El año pasado se le antojó un «barco-casa», y todos tuvimos que ir a pasar unos días en su barco-casa. Y, además, hacer como si nos gustara. Decía que de ahí en adelante iba a vivir en un barco-casa. Pero siempre sucede lo mismo: pronto se aburre y empieza con otra cosa.
–Es un buen muchacho –dijo la Nutria–, pero le falta estabilidad… ¡sobre todo en un barco!
En ese momento, apareció una lancha. Aunque su conductor –pequeño y regordete– lo intentaba, no lograba que su embarcación dejara de balancearse de un lado al otro.
La Rata lo llamó, pero el Sapo –que era el navegante– hizo una seña y se fue, sin hacer caso.
–Si continúa balanceándose así, se va a caer al agua –advirtió la Rata.
–Ya lo creo –se rió la Nutria–. ¿Les conté lo que le pasó en la represa? Pues pasó que el Sapo…
En ese instante se hizo un silencio y la Nutria desapareció. El Topo bajó la mirada. La voz de la Nutria aún resonaba en sus oídos, pero el lugar donde había estado sentada estaba vacío. Y no había ninguna Nutria a la vista. Entonces volvió a aparecer la hilera de burbujas en la superficie del río.
La Rata se puso a cantar como si nada hubiera sucedido. Y el Topo recordó que las reglas de buenas costumbres de los animales prohíben cualquier comentario sobre la repentina desaparición de un amigo en cualquier momento, por cualquier razón, o aun sin razón alguna.